DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL ÜRDCÜAY
Sebastián Garotto
FKANCISCO BAUZÁ
HISTORIA
DE LA
DOMINACION ESPAÑOLA
EN EL
URUGUAY
SEGUNDA EDrCJÓN
REFUNDtDA CON AUXI7.ÍO ÜK NUKVOS D0CUMKVT09
TOMO PRIMERO
MONTEVIDEO
A. BARREIRO Y RAMOS, EDrTo«
liurnr/a nacional
1895
Dureclios reservados
iDipi-enU iVrMatlca, d« Dornalecho j neyas, 18 de JuUo 77 y 79
UOXTRVIDUO
reseña preliminar
Dom. Bbp. — ].
RESEÑA PRELIMINAR
1. Kibliofíi'nfía y iirchivos coloniales. — 2. Primeros cro 2 ii.stas é hi.sto-
riiulores de Iiidia.s. — 3. líscritores y viajeros subsiguientes. — 4 Bi-
bliognifía jesuítica. — 5. Coinpleinentucíóu d<i los ü-abajos bisloria-
lo.s y jurídicos. — 6. Azai*a. — 7. Moviiniejito biblioRTúUco de priuci-
pios del siglo XIX. — S. Bibliogi'afía argentina. — 9. Bibliografía
biusilcm. — 10. Bibliogi-rtfía uruguaya.
1. La era «le los historiadores dcl Río de la Plata se abre para
nosotros con Azara, no porque sea el unís antiguo, sind por ser
el niiís popular y conocido de los es(;ritoi-cs que explotaron esc
tema. Antes qnc 61, había escrito IJlderico Schmidel, soldado
alemán de la expedición de 1). Pedro de Mendoza, pero con
tan escasa fortuna, que á más de ser víctima de pésimos tra-
ductores, hasta su nombre fué alterado, transformándole e,n Ulrico
h'abro los españoles, 'rambión escribió el P. Martín del Barco
Centííiicra, publicando en Tásboa el año de 1602 su prosaico
poema La Arijentina, al igual que Rui Díaz de Guzmán, quien
bajo el mismo título' compuso la primera parte de la historia que
hoy conocemos j pero ni el poema de Centenera tuvo más boga
(Je la que podía alcanzar por aquellos tiemjios en este hemis-
ferío, ni La Anjentina de Rui Díaz consiguió los honores de
la impresión, á pesar de haber enviado su autor una copia al
duque de Medina Sidonia y oti*a al Cabildo de Iji Asunción
del Paraguay.
vni
RESE5ÍA rBELBnXAK
No estaban íoal provistos los archivos del Virreinato ;t la
época de Azara, hallándose en sus empolvados casilleros, ma-
nuscritos como la Historia del Faraíficay, Rio de la Plata y
Tucumún por el P. Lozano, que Fiiues utilizó más tarde co-
piándola casi á la letra, y la que bajo el mismo nombre, aunque
con plan más económico, escribió el P. Guevara de orden de
sus superiores, para i*emediar, scgtín dicen, los defectos do apre-
ciacióu y dialéctica en que Ix)zano había caído. Otros papeles
de muclia imporUincia, como ser monografías, relaciones de via-
jes y memorias sobre excursiones científicas, dormían en igual
secuestro, babiendo escapado de él, favorecidas de la suerte,
la Conquista Espiritiuil y el Arte de la lengua guaraní por
Montoya { 1639), y la Historia provincias paraquarke de Techo
(1673) extractada y vertida al inglés en 1706. Todos estos ma-
teriales así dispereos, y otros que opoi-tunamentc se menciona-
rán, esperaban un tidento metódico que los aprovechase, cuando
Azara intentó hacerlo, dando forma definitiva al libro que ori-
ginó la celebridad de su nombre.
La historia del Río de la Plata no era asunto que hubiese
llamado con preferencia la atención de los literatos españoles.
El descubrimiento, conquista y población de tíin extenso trozo
de tierra, con ser yunque donde se probaron las dotes cientí-
ficas, políticas y militares de hombres muy distinguidos, pasó
casi inadvertido á la literatura historial. Mientras las hazañas
de Cortés y Pizarro se divulgaron como por encanto en Eu-
ropa, y encontraron cabida en el poema los esfuerzos de Val-
divia, Solís apenas era conocido, de Gabotto poco se hablaba,
y Mendoza, Zárate, Melgarejo, Traía y tantos otros hombres que
habían contribuido con su audacia ó su sangre á afianzar la ci-
vilización del cristianismo en estos parajes, no aleanzabau el Iio-
nor de ser recordados. Los primitivos Cronistas mayores de In-
dias, como era de su obligación, narraron las empresas acome-
tidos en el Plata, pero el escaso interés que ellas desperta-
ron parece que retrajo á sus continuadores de proseguir en la
tarea.
No de otro modo se explica la escasez de caudal cpie nos su-
RESEÑA PREIJMINAR
IX
miüistraii sus trabajos. De trece ídcIívícIuos, desde Oviedo hasta
D. Juan Bautista Muñoz, encargados de escribir la historia del
Nuevo-mundo, sólo dos se ocuparon del Río de la Plata, y bien
que deba excluirec lí Muñoz de la cuenta, pues su prematura
muerte apenas le permitió clasificar una parte de los documentos
cuya publicación contribuyó más tarde fí liaccr célebre el nombre
de varios coleccionistas, puede ascgurarec que diez cronistas ma-
yores para nada mentaron esta región americana, cuya conquista
y (úvilizaeión, empero, presentan ^spectos bailo originales paia
seducir las vistas de los estudiosos. Otros historiadores, sin co-
misión oficial para hacerlo, trataron de paso la materia al ocu-
parse de América, porque escribiendo su historia no podían
olvidarnos; pero los niíís de ellos, ni en el orden de la composi-
ción ni en la índole filosófica de sus manifestaciones, supieron
suscitar aquel interés que vulgariza los grandes episodios.
Á pesar del convencionalismo inti’oducido por TicUnor, y se-
guido sin reflexión por la mayoría de los escritores que espi-
gan el campo de la literatura española, un estudio reposado de
los autores y los libros, demuestra que la parte historial co-
rrespondiente íí América fué mediocremente servida por sos pri-
mitivos historiadores y eronistas. Si se exceptúan Solís y Go-
mara — pues Mártir era italiano y escribió en latín, — apenas hay
libro que pueda leerse con agrado, por estar casi todos reve-
nidos de ampulosidad y csciitos en uu idioma escabroso para
nosotros mismos. Del punto de vista de lo útil, destarándose á
Oviedo, esas vetustas producciones sólo pueden sei’ apreciadas
como arsenal de informaeión, no siempre la más verídica, según
lo vienen demostrando documentos que cada día se exhuman
de los archivos y libros contemporáneos que siguen á esos do-
cumentos. Para no citar más que un ejemplo, baste decir que
Herrera ha descendido de príncipe de los historiadores de Indias
á vasallo de Las Casas, mientras este último, citado al tribunal
de la publicidad, se ha exhibido incorrecto en el estilo, manco.
en la información y apasionado hasta el delirio contra sus opug-
nadores.
Con tan fundamentales deficiencias, no es extraño que la his-
BESKÑA PKEIJjriNAR
toria clel Río de la Plata desafíe hoy mismo el valor de los
eruditos. Y si esto sucede respecto al asunto en general, ma-
yores son las dificultades á medida que se intenta particulari-
zarlo dentro de los límites oorrespoudicntes sí cada pueblo. Así,
tratándose del Uruguay, todo es incompleto, pues desajiarecen
los hombres y las generaciones sin dejar más indicio que sil-
guna referencia perdida cnti’e las notas de loa cronistas y via-
jeros, y si algo se sabe de las costumbres pretéritas, es por la
casualidad de haber influenciado ellas los procederes y los actos
de algún ve(!Íno unís afortunado ó más famoso. Pueblo guerrero
y pobre, el primitivo pueblo uruguayo acufió su historia eíi los
trozos do piedra pulida que le sirvieron de armas y de útiles,
y á no ser la clasificación científica de esos objetos enctmtrados
más taixlc en los campamentos y montículos donde le llevó su
vida emmtc, poca luz reflejarían sobre él las relaciones escritas.
Pero como quiera que ellas le atañen directamente, es forzoso
vccon’erlas, dando de paso una idea de los cronistas é historia-
dores (iuyos trabajos han de sen'irnos de guía en esta obra.
Acometiendo esa excursión neccsaiia, adelantaremos mayor
camino del que á primera vista se piensa, pues por medio de
una crítica comparada do los padres de nuestra historia, que-
darán resueltas muchas dificultades. Bien que pueda parecer an-
tojadizo este modo de colocar en la portada de un libro seme-
jante discusión de apariencias vanidosas, el resultado probará
lo contrario. Gran parte de los errores cronológicos y muchos
de los de apreciación que aun subsisten, provienen de la falta
de ima consulta paralela de los avitores antiguos por ciertos es-
critores modernos, quienes llamados á elegir entre testimonios
de origen diverso, han dado la preferencia á uno sobre los demás,
asociándose, sin advertii lo, á las inexactitudes de la autoi'idad
escogida. Nuestro trabajo actual tiende á subsanar el inconve-
niente, rectificando fochas y sucesos de mucha importancia, y
por eso creemos que la utilidad de este análisis compensará su
extensión, siquiera rebase ello los límites en que nos propone-
mos encerrarla.
2. En el orden cronológico, Pedro Mártii* de Angliiera es el
RKSKÑA PRKIAMrNAR
XI
primero que ilustró cu forma conveniente los anales del Nuevo-
munclo con su libro De Jiebns Oceanicús et Novo Orbe, S 0 i."e
el cual han pasado de corrida, criticóndole muchos de ellos sin
leerle, autores españoles de gran reputación. Con tal motivo,
Mártir ha sido víctima de inesperadas reconvenciones, en el
tono más docto que puede imaginarse, por personas cuyos tia-
bajos constituyen autoridad en el mundo de las letras. De su
amistad con Ncbrija, quien escribió un prólogo á los ocho pri-
nicros capítulos subrepticiamente publicados del RebiU'i Occa-
nicia, se ha deducido que Mártir apenas sabía latín, y para jus-
tificar esa deducción atrevida, se han aplicado á su pericia en
el manejo de dicho idioma, las omisiones accidentales de que
el autor se acusa algunas veces al narrar precipitadamente los
hechos sobre informes incompletos. Partiendo de premisas tan
falsas, se ha agregado al menosprecio por la composición del
libro, el error de agr:^.dar su trama, haciendo suponer que las
ocho décadas contenidas en él, determinan un período de tiempo
equivalente tí esa cifra numérica. De donde resultaría, que un
erudito italiano del siglo xa'T, sacerdote y profesor público y
oficial de humanidades, no sabía latín, y que habiendo empe-
zado a escribir historia contemporánea á los ti'cintti y siete años
de edad, muríendo á los sesenta y nueve ó setenta, pudo so-
brevivirsc á sí mismo cuarenta y siete años para complemen-
tar ocho décadas, ó sean ochenta años de la historia de Amé-
rica.
Quien indujo, sin quererlo, en tamaños dislates á los críticos
y bibliógrafos aludidos, fué D. Nicolás Antonio en su Biblio-
teca Hiapana, dando, aunque con reservas muy acentuadas y en
forma dubitativa, ciertas noticias sobre Mártir y sus obras. Al
Ilegal’ al libro que nos ocupa, dice textualmente Antonio refi-
riéndose á Mártir: «También e.scribió Laft Décadas que llamó
Oceánicas; de las cuales dirigió en otro tiempo una parte á
León X, papa. Porque en la carta 521 del libro 27 escrita al
marqués de Mondéjar, dice: he dirigido al Pontífice por medio
de, aquel mi licenciado, algo acerca del Nuevo-mundo. Algún
día tendrá más. Estoy haciendo algunos opúsculos soh e estos
XII
BESES A PRELIMINAR
particulares clescuhHmientos. Saldrán á luz si vivimos. Así
habla éste el año 515. Y se publicaron solamente tres Décadas,
ya el año 1574, en 8.*’, ya en otras ocasiones, que son las úni-
cas que Juan Tritenio conocié. Éstas, con las restantes hasta
el número de ocho, se publicaron, según creernos ( uti credi-
mus), primero el año de 1530 y después el de 1587 en 8.“, con
notas y explicaciones de Ricardo Hocliiiti. Estoy completamenta
incierto ( iotus luereo ) acerca de la edición alabada por An-
tonio de León cu su Biblioteca de las Indias Occidentales, tít.
2.", á saber, del año 1511. Porque hay que dai- fe íí las anterio-
res palabras del autor, que 4 años más tarde encarece una obra
ardientemente deseada, pero no concluida ni menos publicada.
(Biblioteca Hispana, tom. ii, Apéud.)
V’^eamos cómo pueden eucuadrai’se estas referencias, en el
tiempo material vivido por Mártir, y en la seriedad con que le
han leído sus críticos españoles. Según NiccÚás Antonio, \ au-
tor nació por los años 1459 en Arona, ciudad del ducado de Mi-
lán, y se trasladó á .España á los 28 años de edad, ó sea en el
de 1487. Á la muerte de D. Femando de Aragón ( 1516), hul )0
el gobierno español de enviarle en misión diplomática á la
corte de Selim, emperador de los turcos, pero él se excusó —
dice Antonio — con su edad avanzada, que pasaba ya de se-
tenta años. «Como después del año 1525 — prosigue — no en-
contramos ninguna carta suya en los libros de cartas que tantas
veces hemos alabado, no carece de verosimilitud que muriese por
aquellos días. » Es decir, pues, que llegado tí España á los 28
años de edad y muerto en 1525, no dispuso Mái-tir más que
de treinta y ocho años para escribir, suponiendo que hubiera
escrito hasta el último día de su vida. Sobre estos treinta y
ocho años, debe hacerse todavía una operación de re.sta en lo
que á las décadas de Orbe novo se refiere, pues habiéndolas co-
menzado en 1492, no pudo adelantarlas más de treinta y tres
años, que es lo que vivió hasta 1525. De lo cual se sigue íitc-
plicablcmeute, que no escribió ocho décadas, ó sean ochenta
años de historia, sino tres, ó sean treinta años, computados los
datos cronológicos que el mismo Antonio' suministra.
Para abrirnos camino entre tantas contradicciones, hicimos
el cotejo de las ediciones latinas dcl Rebus Oceanicis impresas
en Basilea 1533, y en Colonia 1574, compuestas ambas de tres
décadas y una disertación anexa, con la edición inglesa de lien-
dres 1612, cump^iesta de las ocho décadas anunciadas por di-
versos autores y bibliógrafos, resultando de dicho estudio com-
parativo, que los relatos de Mártir sobre América, comienzan
en 1492 y concluyen en 1524, ó lo que es lo mismo, abrazan
treinta y dos años. Este primer resultado nos reveló, que la
distribución numeral dada por el autnr á sus trabajos, era ca-
prichosa, y buscando la causa, la encontramos, en que son se-
ries decenales de libros, subdivididas en capítulos, y á veces
simples decenas de capítulos, lo que preside la ordenación dcl
Re.bus Occfuricis, siendo así que la palabra Década la emplea
Msírtir para designar cada diez libros ó capítulos de sus car-
tas, y no cada diez años de narración historial. Por este pro-
cedimiento, las tituladas Décadas comprenden, imas vece.s pe-
ríodos de diez años, como la primera de ellas (1492-1502),
otras veces períodos de catorce, como la tercera (1502-1516),
y otras períodos de un solo año, como la octava (1523-1524).
El no haberse notado por sus críticos españoles esta singularidad
tan saltante, demuestra que para hablar dcl libro dcl primitivo,
historiador de América, se ha creído suficiente mojar la pluma
en el tintero de D. Nicolás Antonio.
Es opinión corriente, que Mártir sabía poco el latín, y se
apela a sus propias declai’aeloncs para demostrarlo. Mas en
ninguna parte de su libro existe semejante confesión, que por
todo concepto hubiera sido inexplicable en un profesor de hu-
manidades, conocido de numerosos discípulos pertenecientes á
la princi])al juventud española de entonces. Todo lo que Már-
tir dice á este respecto dirigiéndose al conde de Teudilla, es lo
siguiente ; « He abierto el camino á los que tienen ingenio para
escribir, colcceiouando como ves, estos cosas desaliñadas, ya
porque no sé adornarlas con vestido más elegante, ya también
porque nunca tomé la pluma para escribir históricamente, siuó
para complacer, con cartjis escritas de prisa, á personas cuyos
XIY
RESEÑA PIíELDJINAR
nuindatos eran iiuleclinahles para míx’ (Déc i, Hl>. x). Y jujís
adelante, dirigiéndose al Komano Pontífice, le dice: «Desde
que resolví obedecer lí los cpie rae pedían en nombre de Vuestra
Santidad que escribiera estas cosas en latín, yo, qvé no soy
dcl L(U:io, puso cuidado de no asentar nada, sin averiguarlo
bien X- (Déc. ir, lili, x). Como se ve, estas excusas, aun cuando
muy usuales en los autores para desarmar la crítica, constitu-
yen en el caso de Miírtir, una sincera exposición de las cau-
sas que le movieron á escribir, y no nua declaración de im-
pericia en el manejo del idioma latino, que al par de otros
idiomas muertos, poseía en propiedad.
Sin embargo, D, Juan Bautista Muñoz, .sin combatir ni de-
fender abiertamente á Mártir como humanista, intenta pintár-
noslo frente al juicio de sus contemporáneos, cu el siguiente
pasaje de improvisada apariencia: «Con ocasión de habérseme
venido á la mano este autor, pondré aquí una especie que trac
Fernando (jonzálcz de Oviedo en la parto inédita de su his-
toria de ludias, Hb. .^4, cap. '6, que dice así: Aunque el pro-
tonotnno Pedro Mártir, que era de Mitán, c fray Bernardo
Gentil, que era sieiliano, é ambos fueron hislorióyrafos de S. M.,
hablaron de cosas de Judias, diyo que, puesto su latinidaa
(i tratados no careciesen de un estilo forr.ado, es que se sospe-
chó que les faltó cierta información en muchas casrus de las
que tocaron. Y concluye Muñoz refiriéndose á Oviedo: «el
calificar de forzado el latín de dos honrados humanistas, un
hombre que uo entendía latín, si orcemos á Fernando Colón,
rae hace sospechar que la referida especie pudo sugcrir.se á
Oviedo, y él desfigurarla, como trastocó y ajilicó mal otras eru-
dicioucs ajenas que le censura el escritor citado» (Historia dcl
Nuevo - mundo, Prologo ).
Aquí la cuestión se complica. Ya no solamente espiga Mu-
ñoz cu las obras de Mártir, sinó que va á buscar las de otro
para criticarlos. La táctica sería discutible si esa crítica fuese
leal, pero es condenable en este caso, por cuanto pone en boca
del autor criticado conceptos que no tuvo ni la intención de
emitir. El texto auténtico de Oviedo á que Muñoz se refiere, es
RESES'A TRELBirNAU
XV
c) sigiiieute: «Y aunque el protonotai-io Pedro Miírtir, que era
de Milán, é fray Bernardo Gentil, que er.i seeiliano 6 ambos fue-
ron liistoriogi’íq)lios de Su Magostad, hablaron en cosas de In-
di as, digo que puesto que su latinidad 6 traetados no care^dca-
aen de buen estilo, forjado es que so sospeche que les faltó
yiei-ta iuformafioii en muchas cosas de las que tocaron » (His-
toria Gmeral y Natural de las Indias, toni. in, lib. xxxrv,
cap. III ). De manera que, sobre un texto contrahcclio de 0\nedo,
basa Muñoz sus apreciaciones respecto á la idoneidad de Már-
tir como Immanista, y con una ligereza que tiene calificativo es-
pecial cuando se imputan á sabiendas hechos inexactos, deja á
Oviedo por pedante, y á Mártir como inepto en latinidad sc-
g(ín el juicio de personas entendidas.
La afirmación de Muñoz, que poco 6 nada había leído á Már-
tir, fué recogida por otro autor no menos célebre, que induda-
blemente no lo había leído. Navarrete, en su colección de Via-
jes y descnhnniientos, refiriéndose á los historiadores coetáneos
de Colón, reproduce lo.s justos elogios que Las Casas hace de la
diligencia con que Mártir buscaba sus noticias, pero luego agrega
de su ])ropia cuenta y refiriéndose siempre ul mismo Mártir:
« Lástima es que un hombre tan docto y aficionado á escribir
fuese tan descuidado y ncgligcuto para rectificar sus narracio-
nes y corregir sus obras, como lo demuestra. D. Juan Bautista
Muñoz, aconsejando la rellexión prudente con que debe proce-
derse en su Icctuia, para salvar algunos errores y equivocacio-
nes, consiguientes á la facilidad y ligereza con que escribía.» {Co-
lección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los
españoles desde fines del siglo xv, Tntrod., § 1.'}). Semejantes
procederes en autores de tanta nota, inducen al más grande es-
cepticismo respecto á la, coo])eracidn que las referencias puedan
prestar á todo escritor americano para soliviantarle el peso de
sus tarcas.
Vengamos ahora al terreno de que nos ha apartado la digre-
sión antecedente. Hasta la aparición del Rebus Oceanieis, uo
había existido niugíiu trabajo (]ue por su extensión y condicio-
nes generales exhibiera en conjunto los hechos más notables
XVI
RESE5'A PRELIMIN'AR
del descubrimiento y cojiquista do Ainérica, así es que este libro
fuá muy celebrado, contribuyendo á ello, al par de su propio
mérito, las oircuristancias quo intervinieron en su publicacién.
La primera Década salió íí luz en Alcalíl el año 1511, bajo los
auspicios do Lucio Marineo 8ecnlo y el marqués de Vélez, dis-
cípulo este ('iltiino de Angbicra, é ijiteresados ambos en curarle de
la repnguancia de publicar sus escritos. El cardenal de Aragón
cu nombre del rey Federico do Njípoles, y los nuncios apostólicos
eu nombre dcl Papa, pidieron al autor que completase una obra
tan importante y plausible, y éste, después de enviar ¡í León X
los originales, publicó cu 1.516 las tres primeras décadas del
libro, precediéndolas de una dedicatoria á Carlos V, en la cual
coucluyc hablando de sí mismo con las siguientes palabras:
«quien yo sea, los índices de estos lilnátos lo dirán». Según
D. Nicolás Antonio, en 1530, muerto ya el autor, parece que
se publicaron por primera vez las ocho Décadas completas, pero
sobre la exactitud de esta cláusula caben algunos reparos, pues
en las ediciones de 1533 y 1574 que tenemos á la vista, sólo
apui'ecen tros Décadas, acompañadas de una disertación sobre
las islas recién descubiertas y costumbres de sus habitnnies, la
cual, refundida en ediciones posteriores á osa fecha, constituye la
4.® Díícada de la obra. Si en 1530 se hubiera publicado la
obra comjdeta, no atinamos á explicarnos por qué la reproduci-
rían trunca los editores de 1533 y 1574.
Sea de ello lo que ñicre, mientras los empeños no acosaron al
autor para que escribiese, pudo hacerlo dentro de las reglas do
una cronología metódica, pei-o apenas conocidos eu Roma los
ocho primeros capítulos de la 1:' Década, fué instado Mártir por
el Papa á que continuase sus trabajos siu Icvanbir mano, y enton-
ces organizó sus narraciones, resumiendo mucho de lo que tenía
escrito sobre A mérica á varios peraonajes, y alargando también
algo á lo ya relatado, por lo cual cayó eu anacronismos frecuen-
tes. La reciente versión castellana del Rebiis Oceanicis, hecha
por el doctor D. Joaquín Torres Asensio (Madrid, 1892), da una
idea exacta de las refundiciones y retoques ó que el autor some-
tió su obi*a, y quita toda novedad á lo que teníamos preparado y
lUSSKÑA I'HKLIMrNAR
XVII
escrito sobre ese tópico. Nos limitaremos á decir, en cuanto al
contexto del libro, que cu la l.“ Década buce ligera referencia á
las exploraciones occidentales <le Pinzón y Solís, pero sin indicar
fechas; en la 3.* habla de la muerte de Solís; en la 6“ narra las
conferencias de Badajoz sobre la linca divisoria entre las. posi-
ciones portuguesas y españolas, y en la 7.* adelanta noticiaí-
bre la expedición de Gabofcto.
El libro de Pedro Mártir de Anghiera, para leerse con fruto,
requiere una noción previa del descubrimiento y conquista de
América, pues la impetuosidad de sus nan-aciones y los anacro-
nismos frecuentes de que adolece, no pueden suplirse sin guía.
Habida cuenta, empero, de las circunstancias en que el autor es-
cribió, se ve que no podía hacerlo de otro modo. Cuando tomó
la pluma á instancias de reyes y pontífíces, los españoles trazaban
la historia de América cou la punta de la espada, esparciéndose
sin orden ni concierto el eco de sus audaces aventm-as. Encar-
gado de ti’asmitirlas ó los que deseaban una vereión auténtica.
Mártir las asentó sobre el papel conforme se las noticiaban, de
piUabra ó por escrito, emisarios que habían sido actores ó espec-
tadores en aquellos dramas singulares; así es que su estilo tiene
todas las palpitaciones de la emoción reciente, y su método todos
los desórdenes del hallazgo inesperado. Dictaba sus cartas, apre-
miado por el correo que había de llevarlas unas veces á Milán,
otras á Nápoles, otras á Roma, mientras los comensales de su in-
timidad se disputaban las primicias del contenido, oyéndole dic-
tar ó manuscribiendo sus palabras. El libro, pues, debía ser, ante
todo, un reflejo de las circunstancias en que se escribía, y consi-
derado bajo ese aspecto, no solamente lo es, sitió que resulta un
trasunto de la época en que nació.
Autor y libro se completan de tal modo, que la posteridad no
puede saber del uno sin conocer al otro. En las páginas del Re-
bina OceanicU, Mártir ha escrito su propia vida, que también
constituía uno de los detalles del grande episodio eneomendndo
á su pluma. Carteándose con los hombres que fueron instigado-
res de sus resolucioues ó promotores de su carrera, debía recor-
darles las juveniles aspiraciones de gloria militar que le trajeron
XV'lfl
RESEÍíA JnUvUMI^^AK
■S Espaua^ su ti’ausformacióu postei'ior ele soldado en clérigo, la
anticipación con que la reina Isabel le indicó para profesop'de la
nobleza, la pei'spicacia con que 1). Femando le adivinó diplo-
mático, pues sin tules precedentes, no se cxplicaiáu su tenacidad
cu abordar trabajos litcrai’ios de cuya lenta continuación se dolía
á los setenta aSos, cuando ya Ministro del Consejo de Indias,
alegaba el cansancio con que le oprimían la vejcjs y el pese»
de los negocios. Por haber sido el primero que ilustró los ana-
les americanos con elevado criterio y serias iuí'onnaciones, me-
recía que nos detuviéramos en él para reivindicar la gloria de
su nombro, y suponemos que no será perdida en tid concepto,
esta j>ágina que lo incorpora it la historia patria.
La buena impresión producida por los relatos de Mártir, esti-
muló la confección de trabajos similares, aunque no de igual va-
lor literario é infornmtivo, reduciéndose algunos de ellos al sim-
ple plagio de las Décadaa Oceánicas, segán el mismo autor lo
delata co el correr de sus cai’tas. Nació en Italia lo que pudiéra-
mos llamar la novela dcl descubrimiento y conquista de América,
y filé cundiendo la explotación del tema enti-e literatos po (!0 es-
cru])iilosos de otros países europeos, que se fingían viajeros al
Niievo-miindo, ó inventabaa excursiones atribuidas tí pemonajes
fantásticos. Semejante falsificación de la historia, tanto más no-
civa cuanto mayor era la c.vtcnsión que iban tomando los descu-
brimientos y conqiiistos, indujo á Carlos V á nombrar cronista
especial de ludias, como los hubo desde antiguo para cada uno
de los remos que constituían la inonarquíu española.
Cíipolo el cargo á Fernando González de Oviedo y Valdez,
que, en desempeño de su cometido, escribió la Historia (jeneral y
natural de las Indias, cuya jnimera parte vió el público en Ibyb,
siendo en 1851, bajo los auspicios de la Real Academia de la
Historia, cuando salió á luz en Madrid la obra completa. Por su
sólida información y por las condiciones excepcionales en que se
halló su autor, este libro forma uno de los monumentos más
aprocíablcs de la antigüedad histórica americana. Oviedo com-
j)iló en sus páginas muchos años de observacione.s, aglomeradas
en doce viajes al Nuevo-mnndo. Educado en la cámara del pri-
KE8EÑA PHELI»riNAR
xrx
niogénito fie los reyes catiHieos, donde parece que dcspimtaroa
sos jjriiiieras aficiones literarias, salió de allí para comenzar la
carrera (le soldado, luego sirvió la secretaría del Gran Capitón,
más tarde fu6 veedor de las fiindicio)jes do oro cu el istmo de
Darién ó Panuu)á, después gobernador eJeíito de una do las pro-
vincias do aquel territorio, y por liltimo alcaide uiilitai’ de Santo
Domingo; piidiendo en todo este tiempo darse- cuenta do la cali-
dad de gentes (pie iiasabun á la oompiista de América, ya por
baberlas conocido y tratado persoiralincnte, como lo sucedió res-
pecto de Cülóu, los Pinzón y Solís, ya por los documentos de sus
liazaOas, que había obligaci(Sn de remitirle, como (pie era histo-
riógrafo oficial.
El libro de Oviedo, sometido ú la crítica de nuesti'os días,
flaquea por lo difuso del plan, por la cargazón de citas y re-
flexiones ajenas al asunto que fi’ata, y jior una csp(icie de
eyo-manki que impulsa al autor d recordar frecuentcmcute
.sus serviíáos, su edad, sus pensnmiontos más recónditos, sus
contrariedades de familia, y basta sus euemistódes, para mez-
clarlas con sucesos trasceudentales que nada tienen que ver en
ello, y que so habrían produeido de todos modos, viviera ó no
cl cronista para describirlos. 'J'ambién es culpable alguna vez
de haber sacrificado la verdad histórica á un patriotismo mal
entendido, como on la adulteración de hi fecha dcl descubri-
miento (le América por los españoles, y cae en error, á mérito
de confusiones explicables, respecto dcl grado de civilización
de los charríias.
Sobi’c este Ciltiino punto, siguiísmlo las informacioucs que
le dió Alonso de Santa Cruz, capitán de la expedición de
Gabotto, afirma que el mantenimiento usado por los indígiíoas
uruguayos ora mah // pesrMo anado y nocido, etc. (tomo ii,
libro XXFIT, cap V). Siendo esto así, re-snltarí.'i que los cba-
rrúas eran agricultores desde que cgí5;vlinían maíz, quedando
entonces iue.vpl¡cable sn condición'' andariega. Escritorojs y
viajeros que les visitaron, niegan formalmente cl hecho adu-
cido por Oviedo, y establecen, con la dcseiipeión del carác-
ter y costumbres de estos indígenas, lo elcmeutól de sn bar-
RESEÑA PRELIMINAR
barisino. (>eutenera dice liablantlo de ellcps : « Es gente mny
crecida y animosa; empero, sin labranza y sementera » (Canto
x). Rui Díaz de (5nzmitn, dcsíjribiendo las costas iirugnayas
desde Maldonado, dice á su vez : « Corren esta isla ( Muido-
nado) los indios ebarríias do aquella costa, que os gente muy
dispuesta y crecida, la cual no se sustenta de otra cosa sind
de caza y pescado» (Eib i, cap iii). Ulderico Sebmidel, na-
rrando su entrada al río de la Plata, exclama ; « Hallamos allí
un pueblo de indios de los que había 2000 llamados charrúas,
que no tienen más comida que pesca y caza, y audan todos
desr.ndos » (cap vi). Por ñltimo, Diego (Jarcia conviene tam-
bién en esta forma de alimentación de los indígenas urugua-
yos, cuando dice : « Mas luego ay adelante ayuna generación
que se llama los Chaurrucies questos no comen cm’ue umana,
manticnense de pescado c caza, de ot)-a cosa no comen »
( N.“^ 1 en los Doc de Prueba, tomo i). Opiniones tan con-
testes sobre el mismo i)imto, no dejan la menor duda á su
respecto. Así, pues, contra la aserción de Oviedo, prove-
niente de un testimonio que no es suyo, está la deposi-
ción unánime de cuatro testigos presenciales que afirman lo
contrario.
Todos estos defectos y errores, no son, parte, sin embargo, á
amenguar el nió)’ito dcl libro. Por lo (pie toca á las jactancias
del autor, debe tenerse en cuenta que Oviedo vivió en una (ípoca
de infancia historial y personalismo aventurero, de la cual era él
mismo un producto, como lo demostró esca-ibiciido en la vejez las
BatoUan y las Quinciuu/cum, obras de fantasía, sobre todo la úl-
tima, donde campean juntos el verso y la prosa. Y en lo que
mira á la inexactitud de ciertos antecedentes, corresjionde advertir
que la diversidad y multitud de conductos por donde recibía sus
informaciones, debían secuestrarle en muchos casos á aquella ri-
gorosa fidelidad que se dispensa á quienes por primera vez trasmi-
ten noticias sobro puntos lejanos y pueblos oscuros. En cambio,
la asiduidad con que acopió sus datos, recabándolos de cuanto
testigo presencial bubo á la mano, y la buena fe con que general-
mente usó do ellos, son el más notable servicio que cronista al-
KESJOÑA PEELDJIiNyMt
XXI
gimo (le ludias prestara á estos regioues. Si faltó á la verdad eu
su pretensi(5n de probar con citas de Aristóteles y Pliuio, que
América pertenecía desde los tiempos prístinos á España, lo hizo
lí ruegos de Carlos V y por dar d Portugal un mal rato; pero
mientras no se cruzaron intereses de esc orden en su camino, su
intención fu(5 recta y su critciio sano. Como quiera que sea, el
libro tuvo éxito inusitado cuando salió lí luz cu 15.35, pues al de-
cir del biógrafo español de Oviedo, logi'ó ser traducido al poco
tiempo eu las lenguas toscana y francesa, alemana y turca, latina,
griega y arábiga. Por lo que al Río de la Plata se refiere, Oviedo
trata su historia desde el primer viaje de Solís hasta las turbu-
lencias que pusieron fin al gobierno de Alvim Nññcz.
Otro de los libros que mayor boga alcanzaron en su tiempo,
mereciendo ser traducido al italiano, al francés y al latín, fué
la IlispauM VictrLt, ó üistoria general de las Indias, de Fran-
cisco Ijópez de Gomara, editado eu Zaragoza en 1552. La obra
se divide en dos partes, dedicada la primera lí narrar el des-
cubrimiento del Nuevo -mundo en general, y la segunda la vida
de Cortés y sus hazañas en Méjico muy al pormenor. Sobre el
Río de la Plata habla sucintamente, en una noticia que cmjúiíza
con el primer viaje de Solís y concluye con la muerte de Juan
de Sanabria, coucret-ándose el resto de la narración á pintar las
costumbres de los naturales. Gomara está coloiíado por su propio
mérito eu la primera fila de los antiguos historiadores de Amé-
rica, bien que IJcruíd Díaz del Castillo, Garcilaso de la Vega
y Herrera se propusieran desalojarle de allí, enrostrándole par-
cialidades por Cortés el uno, y falta de información ó exceso
(le credulidad los otros dos. Pero si hay algo de cierto en estos
cai-gos á un historiador que, como capclhín y amigo del conquis-
tador de Méjico, recibió de él confidencias y documentos que
le sirvieron de guía para la segunda pa'*tc de su libro, y como
contemporáneo prestó fe á los relatos verbales de los aventu-
reros que volvían del Nuevo- mundo, ello no implica que la fac-
tura de la obra y la serenidad que campea en su estilo, no man-
tengan ol docto profesor de la Universidad de Alcalá en el
puesto que le corresponde.
Dom. Kmp.— 1,
xxn
KESK5A PRKLTWJNAR
Á la misma fecha qne Gomara, publuiaba fray Bartolomé de
Las Casas, la BrevUimn rcUtción de la destrucción de las Indias.
Este panfleto se impuso por la violencia, imís qiic por el mérito
literario <5 la verdad histórica de sus afirmaciones. El P. Las
Casas tildaba íí los españoles de ladrones y asesinos, sí sns cro-
nistas de perros mentirosos, y sólo tenía palabras comedidas para
los indígenas, á quienes concedía todo linaje de virtudes. Del
Río de la Plata hablaba brevemente y desde el año ló22, con-
fesando «no saber cosas que decir señalada.s ». El escándalo
producido por esta publicación, movió al doctor Scpíílvcda á re-
futarla, encontrando en ella multitud de pro)>osieioncs « temera-
rias, escandalosas y heréticas » ; mius el incidente, en vez de
acobardar á Las Casas, le estijuúló á emprender trabajos de ma-
yor aliento. Como tuviera entre ojos á Oviedo, por habeise mos-
trado disconforme de palabra y por escrito con sus planes de
reducir tí los indígenas, fray Bartolomé empezó á escribir una
Historia de las Indias, en la cual salía el cronista mayor ton
mal parado como los demás españoles que ]>or acaso tenían al-
guna intervención en estos asuntos. Concluido el libro, no quiso
darlo á la publicidad, recomendando á la hora de la muerte
que se difiriese su publicación por muchos años. La consulta
del manuscrito, empero, fué [termitida en los archivos de la
Península á algunos, hasta que en 1875 se publi<!Ó en una her-
mosa edición de cinco tomos bajo la dirección del marqués de
la Fuensanta del Valle y D. José Sancho Rayón, quienes agre-
garon á la Historia de las Indias, capítulos de la Apoloyé-
tim Historia dcl mismo Las Casas, dcscribicudo las costum-
bres, formas de gobierno y modos de vida peculiar de los in-
dígenas americanos. Poco se habla en ambas obras dcl Río de
la Plata, cuyo descubrimiento pone Las Casas en 1515, circuns-
cribiéndose en lo demás á negar rotundamente casi todo lo que
Oviedo afirma respee.to á la heroicidad de los conquistadores,
y persistiendo en creer á los indígenas siempre más desgraciados
que culpables.
Introducida la costumbre de nombrar' cronistas mayores do
Indias, á la muerte de Oviedo fué sucesivamente provisto este
reseSa preliminar
xxm
empleo con diversos individuos, hasta Antonio de Herrera, á
quien Felipe II invistió además con el cargo de cronista de Cas-
tilla y León, haciéndole por consecuencia historiador general dcl
i*eino. (jozaba Ilcrrci’a justa fama de laborioso, acreditada por
trabajos como su Hiatoria de María Estuardo (1589); Historia
de la Liga católica en Eranda (1594); Varones ilustres, libro
que anunció tener escrito pero que no sabemos se haya publi-
cado, y la Historia general del mundo del tiempo de Felipe II
que parece haber sido su última obra. Cumpliendo sus obliga-
ciones de cronista de Indias, dió á luz en ItíOL las cuatro piime-
ras Décadas de la Historia general de los hechos de los castella-
nos en las Islas y Tierra -Firme del Mar Océano, citada comun-
jnentc con el título de Historia de las Indias Occidentales, y en
1615 publicó el resto del libro, que desde entonces basta boy ba
sido una de las fuentes de información más socorrida de los ame-
ricanistas. Las noticias sobre el Río de la Plata que en él se
contienen, alcanzan hasta el año de 1549 y concluyen con la des-
cripción de la provincia de Tucumáu y territorios de Santa Cruz
de la Sierra.
La popularidad de la obra atrajo sobre ella los reparos do la
crítica, y Herrera escuchó y rebatió en vida, no siempre con
éxito triunfal, segitn aseguran sus biógi:afos, pei-o sí con lenguaje
acerbo, los cargos que le hicieron sus conteniponíneos. Gran
parte de esos cargos eran justos, como él mismo lo demostró al
sinccrarec, y otros que por entonces quedaron en suspenso, hoy
están dclinitivamente comprobados. Dueño de los archivos de
España, no los utibzó hasta donde debiera, confirmando una vez
más la opinión de que los escritores muy activos para producir,
suelen sacrificar á ese afán, la serenidad de ánimo y el espíritu
de observación. Ací se explican variqg de las contradicciones y
anacronismos en que cae, no por mola fe, siuó por ligereza, pues
unas y otros esíáit casi siempre enmendados en el discurao de la
obra, y afortunadamente, los que ese correctivo no recibieron,
lo tienen hoy con la publicación de nuevos documentos.
Mas ello no ha sido parte á evitar, que se hayan perpe-
tuado hasta hace poco, debates geográficos y cronológicos que
XX [V
RKSEÑA PRELIMINAR
introducían la confusión en el punto mismo donde empieza la
historia del descubrimiento del Río de la Plata por los espa-
ñoles. A este nfimero pertenece el ipe se motivó con la pro-
yectada excuraión marítima de 1506. En e.sa fecha, Juan Díaz
de Solís y Vicente YáOcz Pinzón, debieron emprender un viaje
destinado fí adelantar los desemhrimientos que Colón dejó he-
chos en la cuarta y última de sus exploraciones oceánicas.
Inconvenientes que hoy conocemos, postci'garon la em[)resa
hasta dos años después, en que se dieron á la mar aquellos
nautas, descubriendo delante de la tierra de Veragua, desde
la isla de Giianaja por la vía del Norte, hasta los 23® y 1/2.
Las Casas (Tom ni, cap xxxrx), da por realizado este viaje
en 1506, y designa el límite donde llegaron los descubridores.
Herrera (Déc J, lib vr, cap xvii), siguiendo á Las Casas, se
produce en igual sentido, pero más adelante (lib vii, cap i y
IX), en presencia de las instrucciones de 1508 que hoy posee-
mos, establece un segundo viaje, y haee que Solís y Pinzón
avancen por la costa del Prasil hasta ponerse casi en 40°. Esta
doble equivocación de Herrera, no s(damente inducía en la
creencia de que se hubiesen hecho dos viajes con el mismo ob-
jeto, sinó que levantó la sosj)echü, hoy disipada, de que el Río
de la Plata pudo sor descubierto cu 2^08, pues si llegaron So-
lía y Pinzón por las costas brasileras hasta casi ponerse en
40°, no es factible que pasaran sin verla, por delante de la
embocadura del Plata, cuya grande abra está entre los 35 y 36.
Una segunda equivocación, corregida, sin embargo, por el mismo
autor, produjo y aun mantiene debate más prolongado sobre la
fecha en que Solís descubrió el Río de la Plata defiuitivamcnte.
Como quiera que al abordar este punto, se haya remitido ITe-
rrei-a (Déc i, lib i, cap vil), con exclusión de toda otra refe-
rencia, al viaje efectuado por Solís en 1515, algunos han adu-
cido esa versión para negar el viaje anterior, dando por erró-
neas cuantas pruebas se presentan á testificarlo. Pero los es-
critores que así proceden, pasan sobre el libro de Herrera como
sobre ascuas, limitándose á consultar la parte indicada, donde el
autor, cu su precipitación, omitió datos que más tarde le vinieron
REHK5ÍA. PREUJrrNAn
XXV
lí la mano. Sigiiieiulo la historia dcl Río de la Plata hasta los
tiempos de Gnhotto, necesitó Herrera circunscrihii'se mrfs que
antes los documentos oficiales hacinados en los ar’ohivos, y allí
enconti’ó la comprobación de los dos viajes de Solís.
Efectivamente, desamparado el Plata por Gahotto en 1.530, se
alarmó la corte española de la insistencia con que los portu-
gueses ha(!Ían incursiones en sus vecindades, al propio tiempo
que el embajador Vasconcellos pedía se decidiese si ei*a Solís
ó D. Ñuño Manuel (piienes habían descubierto el Río, y mandó
al Consejo de Indias que pusie.se en claro el derecho de cada
uno. El licenciado Villalobos, como fiscal del Consejo, «pidió
— dice. IIciTcra — que se recibiese información de las Pereonas,
que habían llegado de aquellas Partes, de la posesión que los
Roics de Castilla tenían de aíiucllas Provincias, desde que Juan
Díaz de Solís, el Año de 1512 i (d de 1515 descubrió el Río, que
tomó su Nombre, i que Sebastian Gabotto havía edificado en
aquellas 'rierras FortcJcvas, i c.xcrcido Justicia Civil y Criminal,
i traído tí la obediencia Real todas las sobredichas Generaciones
i esta información se remitió al Lie. Xuárez de Carbujal, del Su-
premo Consejo de ludias.'» ( Déc iv, lib Viu, cap xi). El tes-
timonio no puede ser miís conoluyente, desde que deriva do do-
cumento oficial auténtico, consultado por el mismo Herrera en
los archivos dcl Consejo de Indias.
Pero aptirtc de este testimonio, que por ser una rectificación,
duplica su fuerza, sobran las [>ruebas para demostrar que Juan
Díaz de Solís hizo los dos viajes que so niegan. Oviedo, huí cele-
brado por su iufonuacióu en todo lo relativo al Plata, y que ade-
miís filé amigo personal de su descubridor, asegura (toni n, lib
xxnr, cap i) que Solís partió cu 1512, y Gomara {!.“ Parte),
no menos aprcciable' por su claridad y método, es de la misma
opinión. Además, la carta do Diego García, que publicamos (N.®
I do los Doc de prueba, toin i), contiene un pasajo que no
deja duda sobre la partida en 1512 de este sujeto que acompañó
tí Solís en sus navegaciones. Por último, en las Disqn¿sir,wnes
Xdid/ms dcl capitíín de navio D. Cesáreo Fernández Duro
(odie de Madrid, 1878), se lee al tom iii, pág. .342, lo siguiente;
XXVI
RKSKÑA PRELIMINAR
Juan Díaz de SolíS: — 1515. — Uno de los primeros recuerdos
que se fijaron en el panteón de marinos ilustre.s, fué el de este
osado descubridor, poniéndolo en lápida de mármol en el crucero.
Dice:
X
JUAN DÍAZ DE fiOLÍS
PILOTO MAYOR EN E.SPAÍÍA,
DESCUBRIDOR DEL RÍO DE LA PLATA EN 1512,
MUERTO 1 MANOS DE LOS INDIOS EN 1515,
CONSAGRA >aTA MEMORIA LA VILLA DE LEBRIJA
SU PATRIA.
Abundando en mayores reflexiones sobre el tópico, so haría
cuestión de lo que ya no lo es. La aclaración anttícedente, que,
como todas las de esta Reseña, tiene por objeto aliviar de notas
y controversias la lectura del texto, deja de paso á Herrera en el
buen concepto de un escritor que supo rectificarse cuando encon-
tró la oportunidad y los medio.? de hacerlo. Por lo demás, su
reputación de eximio investigador ha quedado bastante conmo-
vida, desde que la publicación de la obra de Las Casas vino á
demostrar que la copió sin consideración, vaciándola en sus
Dé(!udus con la sola diferencia de adornar un j)oco el estilo.
3. A medida que se extendía y arraigaba el dominio espaflol
en los países de América, la Metrópoli iba creando subdivisiones
políticas destinadas á circunscribir y regularizar el mando de sus
tenientes. De esa manera se constituyeron virreinatos y gober-
naeiones, cuya existencia requirió trabajos administrativos y de
legislación, que exigieron á su vez el conocimiento de lo pasado
para acomodarse á la índole de las poblaciones sometidas, y de
ahí provino la organización literaria de sus anales. Unida á esta
circunstancia, la afición de (ñertos hombres doctísimos, como el
P. José de A(!osta; el pati’iotismo de otros, como Garcilaso de la
Vega, y el amor propio de algunos oficiales de la conquista, que,
como Alvar NfiBez, escribieron el pormenor de sus aventuras,
vino á formarse una colección de historias locales, cuyo argu-
mento perdía en extensión lo que ganaba en profundidad, pues
RESEÑA PRELIMINAR
xxvn
poniendo de relieve no solamente las incidencias todas del descu-
brimiento y conquista de los pueblos historiados, sinó también su
origen, suscitaba un interés nuevo en las investigaciones ameri-
canas.
Yendo la coriiente literaria por estos nimbos, el origen prehis-
tórico de los pueblos de América debía constituir al fin un tema
independiente de estudios cspeciides, en cuanto encontrara el
hombre adccnado íí darlo semejante dirección; y ese hombre fué
fray Gregorio García, dominico, natural de Cózar en Toledo,
cuya preparación era de las mejores para la empresa, según lo
demostró su hbro sobre el Origen de los Indias del Nuevo-
mundo. Asiduo lector do todo lo que hasta entouces se había
escrito al respecto, viajero al través de los principales países del
continente americano. García presenta his pruebas de su ido-
neidad, al concluir en el Proemio del libro la revista de los au-
tores que le preceden, con estas palabras: «Yo mismo, aunque
indigno de ser contado entre autores tan graves y honrados,
estuve tamlnén en aquellas partes (Tierra -firme, Perú y Mé-
jico); viví en el Perú nueve años, adonde todo este tiempo tuve
curiosidad en v'er, preguntar, oir y saber casi infinitas cosas que
en aquella tierra hay.»
Dos ediciones, (jue sepamos, so han hecho hasta hoy del Oi'i-
gen de los Indios. La primera salió ó luz en Valencia en 1606,
después de haber corrido el autor varios trámites que demues-
tran líi rigorosa fiscalización ejercida entonces por la Orden do-
minicana en la publicidad de las obras de sus hijos. La 2."
edición la hizo Nicolás Rodríguez Franco en Madrid, 1729, aña-
diéndole un largo cajiítulo, tan erudito como indigesto, que forma
el x.\:vi del lib r\% y un proemio y tres tablas do los capítu-
los, autói’cs y mntórins contenidos en la obra. Ambas ediciones
tienen en la portada una Kpistola á Santo 'J'oniás de A quino, á
quien el autor dedica su trabajo implorándole que lo bendiga
desde el cielo. La materia está dividida en ciuco libros, que á
su vez se subdividcii en capítulos, según la ordenación usual de
entonces. Remóntase el argumento á los días gcncsíacos de la
humanidad, y de ahí descieude paso á paso, investigando los se-
xxr\an
beskSa preliminar
crctos de las primeras edades, la formación de los pueblos, sus
excursiones migratorias y comerciales, la transformación de sus
idiomas y costumbres, y el proceso de sus creencias, abundando en
todo ello, un amplio espíritu crítico que llama á juicio y contro-
vierte las opiniones corrientes, antes de asentar el autor la suya,
que decididamente se inclina rt la unidad de origen de la especie
humana, dentro de la cual reivindica para los indígenas de Amé-
rica la condición que en tal concepto les pertenece.
El impulso dado por García, trazó un camino nuevo lí los
americanistas, prosiguiendo varios autores, cuya enumeración
sería larga, las huellas de sabio tan meritorio. En la actualidad
de las circunstancias, aun puede García ser consultado con fruto,
y muíihos de los libros, sin excluir los de Humboldt, que desde
principios dcl siglo han adquirido resonancia abordando el mismo
tema que el olvidado dominico agotó bajo ciertos aspectos, repo-
san sobre los cimientos construidos pt>r aquel animoso obrero de
la ])rehistoria americana.
Paralelamcnhí ií este movimiento literario que trascendía al
público, se realizaba otro de orden privado y extracción oficial,
cuyos elementos lo constituían la correspondencia y memorias
de los virreyes y audiencias, informando ó la Corte ó al Consejo
de Indias sobre las cosas notables de sus circunscripciones res-
pectivas. La multiplicidad de los negocios tratados en esta forma,
exigió muchas veces el refuerzo de comisionados especiales para
actuar en los de mayor entidad, dando cabida al nombramiento
de emjdeados que (;on el título de visitadores, jueces pesquisido-
res, íi otros, tomaban cuenta de ello.s, y solían en algunos casos
librar i( la ptiblicidad las investigaciones que hacían. El uso de
un medio tan expeditivo, se extendió de la administi-ación rf la
cosmografía y la míuti(!a, debiéndose íí esa eventualidad que ten-
gamos uno de los libros nuís instructivos y originales sobre el
mecanismo interno de nuestro pasado oolonial.
La (iontroversia sobre la figura y ihagnitud de la Tierra, que
desdo los comienzos dcl siglo xviii había tomado grandes pro-
porciones, indujo .'í la Academia de ciencias de París, sí solicitar
de Luis XV que combinase oon el gobierno español los medios
KfJSKfÍA PBELIMTNAK
XXIX
(le franquear el tránsito hasta la provincia de (iuito, á una comi-
si(5n de sabios franceses, encai*ga(la de medir algunos grados del
Meridiano en las cercanías del Ecuador, para cotejar después la
opei’aci(5n con otra del mismo géuero hecha en el Círculo polar,
infíricudo del resultado de los datos las seguridades que se bus-
caban. Remitida á España la proposici($u, fué sometida por
Felipe V al Consejo do ludias, que la asesor(5 favorablemente,
mandando en consecuencia el Rey que á la Comisión de sabios
ñanceses, se agregasen dos oiiciales de la marina española, aptos
por sus conocimientos para coadyuvar á la obra, y hacer que
España recibiese de hijos suyos el beneficio de las observaciones.
Fueron designados al efecto, los capitanes de fragata D. Jorge
Juan y D. Antouio de Ulloa, los cuáles, dándose á la vela desde
Cádiz en Mayo de 1735, emprendieron el dramático viaje que
debía durar once años, en medio de los más contradictorios capri-
chos de la suerte, que hizo volver á uno de ellos (Ulloa), prisio-
nero de los ingleses á Europa.
La TicUición histórica del tñnje á la América Meridmud, que
así se llama el libro de Juan y Ulloa, fué publicada en Madrid
en 1748, de orden de Fernando VI, en una espléndida edición de
cinco volúmenes, acompañada de mapas, retratos y dibujos del
mayor esmero. El texto está dividido en dos partes: la primera
comprende desde la salida de Cádiz hasta la conclusión de la
medida do los grados del meridiano terrestre contiguos al Ecua-
dor, y una descripción de la provincia de Quito ; — la segunda
parte contiene los viajes hechos por el Perú y Chile, una relación
de los gobiernos y reducciones de indios del Paraguay y Río de
la Plata, el viaje de retorno del Callao á Europa, y un apéndice
cronológico de los Incas del Peró, en el cual están incluidos,
como sucesores de aquéllos, los reyes de España, desde Carlos V
hasta Fernando VI.
En pos del libro de Ulloa y Juan, aparecieron cuatro obras
relacionadas con el Río de la Plata, tres de ellas debidas á la
espontánea voluntad de sus autores, y la cuarta á un especial
designio del gobierno español. Por orden de fechas, fueron esas
obras, Ilistoire d^un voyaíjc aux tules Mahiincs por el abate Per-
XXX
BESES-A PRELIAnNAlt
netty (París, 1770, 2 vol), que entra cu muchos detalles sobre la
vida interna de Montevideo hacia aquellos tiempos; los Viajes
de Bougainvillc (1772), de los cuales se encuentra un extraoto
vertido al castellano en Chartdii ( Viajeros antigües y modernos,
Madrid, 1861, 2 vol); el Laxarillo de ciegos mminantes (Gijdu,
1773, 1 vol), cuadro satírico -burlesco de un viaje de Montevideo
ít Lima, con noticias sobre los usos y costumbres de las pobla-
ciones dcl tríínsito, y la Relación del último viaje al Estrecho de
Magallanes hecho por la fragata Santa Mai’ía cu 1785 y 86 y
continuado por los paquebotes Santiv Casilda y Santa Eulalia en
1788-89, conteniendo un extracto de todos los viajes anteriores é
ilustrado con planos y deiTotoros njíuticos; hbro escrito de orden
dcl Rey (Madrid, 1788-1793).
4. Intereses de otro orden, habían promovido, entre tanto, un
movimiento activo y fecundo para la ilustracidn de los anales
plateases. La propaganda contra los jesuítas, que siempre tuvo
partidarios en las naciones occidentales de Europa, asumid, al
promediar el siglo xviri, formas agresivas destinadas sí labrai*
la ruina de aquel instituto religioso. Menudearon con este mo-
tivo escritos de toda laya en pro y en contra de la (Compañía,
sosteniéndose la coiriente bibliognífica, liasta mucho desjjués que
los gobienios de Portugal, Francia y España e.xpulsaron la Orden
de sus dominios coloniales. Los jesuítas, que desde el siglo ante-
rior estaban vinculados JÍ la bibliografía platense por trabajos
capitales como la Corfquista Espiritual de Montoya (1639), el
Tesoro y arte de la lengua guaraní dcl mismo (id) y la TLis-
toHa provincias jmrafpiarire de Techo ( 1673), emprendieron
una nueva serie de estudios sobre estos países, acomodados al
gusto y lenguaje de la época. Les precedió en esas publicacio-
nes un religioso ilustre, bibliotecario del duque de Módeua, el
P.LuisAntonioMurátori con su Cristianismo felice nellcrnissioni
de’Padri dclla Compagnia di Gesúnel Paraguay (Venecia, 174.3,
1 vol), que fué extractado y traducido al fraiicés y al inglés.
Vinieron en seguida, el P. Lozano con su Historia de la Coin-
pafiia de Jesús en la Provincia dcl Paraguay (Madrid, 1754-55,
2 vol), y el P. Fi’ancisco Javier de Charlevoix coji su Ilistoire
rereFía pbeliminar
XXXI
du Parnguan ( Fai-ís, 1756, 3 vol), notable la primera por lo
minucioso del )‘cIuto, y la segmida por la solidez de la documen-
tación. Frente íÍ estos libros, se levantó con unís resonancia que
ninguno Vllistoive jihilosnphitpui et poUHque des eUihUssemenU et
du commeven des eiiropéens dans les deux ludes (Amsterdam,
1770), por Guillermo Tomás Kayual, ex jesuíta, en cuyo estilo
oratorio, muchas voces tribunicio, está á nuestro modo de ver el
secreto de su extraordinaria boga.
5. Cediendo lí vocaci(5n propia, un escritor de procedeucia in-
glesa, pero cuya fiuniliaridad con los grandes episodios de la his-
toria eajiañüla le ha dado carta de ciudadanía en la literatura del
fíltimo país, Guillermo Robertaon, se preparaba en esos tiempos
á continnai’ la ilustración de los fastos de la Metrópoli que ya
había enriquecido con su Historia de Cabios V, csííribicudo la
Historia de Amériea bajo un plan correcto, y en estilo clan), sen-
cillo y ameno, nutrido de observaciones profundas. La aparición
del libró (1777-80), fuó saludada con honor por las Acadcmiiw
de Madriíl, Padun y San Petcrsbiirgo, que nombraron á su autor
individuo de ellas, y la primera versión de la obra á lengua
extranjera se hizo en España, prohibiendo, sin embargo, el gobierno
que se imprimiese, por lo cual (incdo relegada esa traducción al
osario de los archivos indianos. Más tarde; y con éxito completo,
acometió la empresa el señor Amati desde el exterior ( Burdeos,
1827,^ vol), permitiendo á los lectores españoles disfrutar del
libro en lengua vernácula. Comprende dicha obra, una relación
del descubrimiento, conquista y gobierno de Américii por los
españoles, seguida de un suplemento sobre las colonias inglesas eji
el continente dcl Norte, (juc se ))nblic.ó á la muerte del autor jior
uno de sus hijos. Del Río de la Plata habla en divereos pa-
sajes del libro, hasta llegar á la creación del Virreinato (1776).
Complementando los elementos ilustrativos de nuestros anules,
existían otras fuentes de <;onsidta eii lo que se refijerc á la legisla-
ción y gobierno económico do las colonias americanas. Desde
1G49, D. Juan de Solórzano y Poreyra había compuesto on
latín su célebre Indiarum jure, del cual sacó más tarde al caste-
llano la Política Indiana, comentario histórico -filosófico perfee-
xxxn
KE.SEÑA TREUMÍNAK
oionado por el gobierno español con la Rccopüación de las Layes
de Indñcs (1681). Otros esfuerzos de menor aliento, aunque no
menos atíugentes al mecanismo gubernamental de las colonias, se
hicieron por diversos sujetos. En 1755, D. Antonio Joaquín de
Ribadenoyra y Barrientes, publicaba su Manual eoinjierulio del
Reyio Patronato Indiano, con el anexo de varias bulas pontifi-
cias. D. Eduardo Ward dejaba como obra póstuma que debía
publicarse en 1762 y merecer los honores de la reimpresión, su
Proyecto Económico, que da una idea, cabal del estado econó-
mico y rentístico de España y sus dominios nmericanos durante
el siglo xvií, apuntando los vicios que originaban la decadencia
del imperio español. Por (iltimo, D. Rafael Autónez y Acevedo
publicaba en 1797 sus Memorias históricas sobre la legislación y
gobierno del comercio de los españoles con sus colonias america-
nas, trabajo de tanta autoridad como provecho.
6. Todos los libros basto ahora citados cu esta Reseña, que se-
guramente uo suman el total de la entidad bibliogrjífica por enton-
ces disponible, impresos y corrientes los unos, manuscritos y con-
sultables los otros en los archivos del Río de la Plata y España,
los tenía Azara á su disposición, cuando dió comienzo á la serie
de monografías, que encuadradas al fiu dentro de un plan uni-
forme, constituyeron su obra definitiva y póstuma. Embarcado
de orden del Rey eu 1781, con destino al Río de la Plata, su
posi(!Íóu oficial y la naturaleza de las comisiones que se le confia-
ron, actuaban doblemente para inducirle á la investigación histo-
rial franqueííndole los medios de verificarla. Controversias sobre
límites fluviales ó terrestres, cuyo origen .se remontaba al mejor
derecho del primer ocupante, exploraciones al travós de las tribus
extendidas íí la orilla de los ríos ó por entre las serranías y flo-
restas que obstaculizaban el camino, todos sus trabajos estaban
destinados lí rematarse en cuestiones hisUiricas ó empezar por
ellas. Así es que uo nos admini que el ingeniero se transformase
cu historiador, pues la indo!. cometidos oficiales le lleva-
ban á ese terreno, antes bien deploramos que no estuviera ¡í la
altura de su posición, teniendo como ningimo de sus antecesores
material disponible para emplearlo eu la ilustración de los anales
del Río de la Plata.
RKSKÑA PRET-JTMTNAR
xxxrii
El primer libro qnc fijo la reputación de Azara en el mundo
de las letras, fueron sus Ensayos sobre la Historia de Los cita-
drúpedos de la Frorincia del Paraguay {París, 1801, 2 vol), tra-
ducidos del manuserito origiual y publicados en francés por
Moreau- Saint- Meiy, sin permiso del autor. Á la claridad de
estilo que campea en todas las producciones do Azara, rcimía
este libro, en medio de los errores confesados y rectificados más
tarde por su dueño, multitud de observaciones nuevas, y sobre
todo, franqueaba á los afau(;s de la zoología, el campo inexplo-
rado de una región virgen, de modo que su resonancia fué inme-
diata. Pero el autor, que en vez de dedicar el manuscrito á la
publicidad, lo había enviado en consulta á Europa como parte
integrante de un trabajo más amplio, se vió obligado á precipitar
la publicación de la obra completa al año siguiente, bajo el título
de Apunten para la historia natural de los cuadrúpedos y paja-
ros del Paraguay y Rio de la Plata (Madrid, 1802^ 5 vol). No
eran, sin embargo, estas disquisiciones de ciencia natural, la (ínica
tarea en que se había ejercitado hacia a<]uella fecbíi, pues sin
contar el trazado de grandes mapas, su Diario de la navegación
y reconocimiento del rio 'Tel/icanri (Col Angelis, tom n), sus
Viajes á los pueblos del Paraguay (Buenos Aires, 1873, 1 vol),
y dos Memonus, sobro el Plata la una, y sobiv; el Paraguay la
otra, que ignoramos si audau publicadas, son testimonios de una
firme dcdicjación al trabajo.
Mas el libro de Azara que mayormente nos interesa, por cons-
tituir un resumen de todos, y haber pasado hasta hoy como la
mejor fuente de consulta para nosotros, es la Descripcián é His-
toria del Paraguay y Río de la Plata concluida por el autor
eu 1800. Al igual de todas sus producciones, ésta tiene también
leyenda propia. Azara, después de haber hecho traducir esem-
pulosamente al francés el manuscrito, lo vendió á uu editor de
aquella nacionalidad en 1804, poniéndose luego de acuerdo con
él, para confiar al naturalista Walckenaer la publicación. .El
ejemplar francés, vertido con gi’an copia de galicismos á su pri-
mitivo idioma por D. Bernardino Rivadavia, fué publicado cu
Montevideo [Biblioteca del Comercio del Plata, 1846), debién-
xxxiv
UKSKNA PRELIMTNAU
cióse á esta oirciuistancin cine fuese couociclo por primera vez
en castellano un libro destinado á fama tan grande. Entre tanto
preparaba el marqués de Nibbiano, sobrino y heredero de Azara,
la publicación dcí la obra completa, que su autor había some-
tido á nuevas correcciones y )’ctoqucs antes de morir, saliendo
á luz por fin la edición definitiva eu Madríd (1847, 2 vol), y
es ella la que nos sirve de guía.
Consta el libro de dos partes: la primera contiene una des-
cripción geográfica y etnogi-áfica del territorio historiado, y la
segunda abarca su descubrimiento y conquista, hasta poco des-
pués de la )nuertc de Caray, último de los grandes aconteci-
mientos de <]ue se ocupa. Fresciudiendo de la parte geográfica,
donde se encuentran excelentes datos de utilidad positiva, la
parte histórica está lejos de merecer los elogios que tan larga-
mente se le han disccmitlo. Escaso valer tienen sus observa-
ciones sobre los indígenas del Plata, de los cuales habla con arre-
glo ú impresiones personales délas postrimerías del siglo xvut,
cuairdo transformados, disociados y perseguidos, eran aquellos
naturales sombra de sus mayores. Igual insignificancia asume
su método crítico, que consiste en negar sin pruebas lo que otros
han afirmado á la luz de documentos irrefutables, pretendiendo
ahug'ar su autoridad eu esc concepto, no sólo á lo presente, sinó á
lo pasado, no sólo á lo que ve ó ha entendido de oídas, sinó á lo
que no ha Visto ú oye mentar recién.
Cuando Azara emprendió viaje con destino al hemisferio pla-
teóse, Ruiz de Montoya y sus discípulos habían vulgarizado el co-
nocimiento del idioma común que hablaban los habitantes de estas
regiones, haciendo al mismo tiempo un imálisis de los dialccUrs
que se derivaban de él, y cuando volvió á Europa para escribir su
obra póstuma, Lorenzo de Hervás había compilado en su cé-
lebre Caldbgo, los elementos necc.->arios ^rara ilustrar tan vasta
materia. Sin embargo. Azara, que no era lingüista, afirma, sin su-
ministrar comprobación alguna, que cada tribu do las del Uru-
guay tenía un idioma distinto, á pesar de lo cual confiesa que
solían vivir en común durante lai’gas épocas y emprendían ex-
cursiones belicosas de perfecto acuerdo. Declara eu el Prólogo
hkseSa pkelimixar
XXX V
iltíl libro (§ 14), «que ninguna tic las naciónos que cita ha sido
externiiuada, i)orquc menos (¡oa, existen todas los que vieron los
conquistadores», y eso no obstante, extermina en el Uruguay
toda tribíi 6 nación, segón él hia llama, que escapa ó una iibi-
cae-ión precisa en el momento de calificarla.
Pero esto es nada, comparado con los afii*maciones indecibles
y las negativos rotundas que sienta por cuenta propia. Hablando
del cronista Antonio de Hcivera, dice textualmente : « Yo no
he, leklo á Herrera; pero creo que no ptulo tener suficientes co-
nocimientos locales para escribir con puntualidad » (Prólogo, §9).
Kefirióudose Á la relación que hace el P. Lozano de los tra-
bajos cvangólicos llevados á término en estas provincias por San
Frajvcisco Solano, desmiente ese beebo conocido y comprobado
hasta la saciedad, estableciendo que « San Francisco Solano jamós
llegó al Río de la Plata » (Tomo ir, § 150). Como ;t la muerte de
Garay se r-iblevasen grandes agrupaciones de indígenas, tí las
cuales contuvo valerosamente Rodrigo Ortiz de Ztírate, alcalde
de Buenos Aires, no quiere que tal cosa haya sucedido, y se
funda para negarlo, en que habiendo dicho Centenera « que es-
taban confederados los minuanes, queraudís, guaranís, quiloasas,
etc., que es cosa increíble atendidas sas costumbres y situaciones,
yo no creo tal rebelión,-» (Ibíd, § 148). Ahora bien, las confe-
deraciones de queraudís y guar.anís contra los españoles, eran
frecuentes desde los comienzos de la conquista, segfin el mismo
Azara lo ha narrado ( Ibíd, §§ 21 y 28 ), y las de estas dos
parcialidades con algunas de las nombradas, constan de la re-
lación de Uldcrico Sohraidel, testigo presencial y autor primi-
tivo, único tí quien Azara dispensa ciei-ta benevolencia.
1 ianzado cu semejante camino, bien poco debía curarse de caer
en inexactitudes, y aún parace que las buscaba para sentar plaza
de ttriginal en todo. Hoy narraciones suyas que desafían la imís
candorosa eredtilitlad. Para desmentir (í Rui Díaz de Guzmtín,
antiguo historiador ¡í quien profesa igual ojeriza que á todos los,
de esa procedencia, cuenta Azara de un modo nuevo y bajo la
autoridad de un coutcmporónco suyo de fines dcl siglo xvni,
el conocido rapto de Imcía Miranda en 1582, y concluye con
XXXVI
EESESA rRKLIMJNAR
estas palabras triunfales: «el sitio del fuerte y las cercanías lle-
van aún el nombre de Rincón de Gabotto, y Domingo Ríos,
que las lia heredado de sns antepasados, me hizo la relación de
este suceso según lo he escrito, diciendo haberle oído contar mu-
chas veces á su madre, que muñó muy viejeti ('J.’om ii, § 14).
Otro caso de visión retrospectiva tri- secular, es la retirada de
los compañeros de D. Diego de Mendoza, que siem])re con el
fin de agredir el crédito de Rui Díaz, cuenta Azara por boca de
Schmidcl, agregando haber los derrotados construido un fuerte
en medio del camino, y como nada hay que justifique esta aser-
ción inverosímil respecto de hombres que solamente se detu-
vieron para pescar, á, fin de no morirse de hambre, exclama: «Rui
Díaz cuenta la batalla como él se la figuró, haciendo morir en
ella lí todos los españoles menos ochenta, y sin dejar ninguno
en el nuevo fuei’te; pero yo sigo al testigo Schmidcl, sin añadir
sino la construcción del fuerte, porque lo he visto, y porque la
taadición dice ser de aquel tiempo (Ibíd, § 21).
Sería laigo enumerar la cautidad de ejemplos similares á los
ya citados, que se encuentran á cada prfgina dcl libro, y de los
cuales hemos tomado al acaso los que acaban de leerse. íS'o
es de admirar, pue.s, que con tal menosprecio ul criterio admi-
tido, sustituyese Azara contra los hechos mejor comprobados,
sus apreciaciones antojadizas. Así, respecto al descubrimiento
dcl Río de la Plata, invierte los términos dcl viaje de Solfs,
señalando á su primer itinerario una excursión novelesca al tra-
vés de las islas del Paranrf, y haciendo que el segundo viaje
dé fin entre Montevideo y Maldonado, donde supone que halló
la muerte el descubridor. No menos antojadiza es la seguri-
dad con que desmiente las tempestades, peligros y desastres
sopoitados por la expedición de Juan Ortiz de Zarate en el
Uruguay, ui el silencio que guarda sobre aquella gran resisten-
cia de los indios de Misiones á entregarse tí Portugal, cuando
incidentalmcnte se refiere á la expulsión de los jesuítas cu el
capítulo que habla de las Reducciones.
Ni como historiador, ni como crítico llega Azara al puesto
en que pretenden eolocai'lo sus admiradores. Su criterio filosó-
RES135ÍA PKEIJQÍINAR
xxa:vji
fioo no pasa del de un ferviente apologista de los conqTiistadorcs.
El resumen de sus opiniones sobre los cronistas y viajeros que le
anteceden, exceptuado Scbraidel, no es miís (luc un desdeñoso re-
pudio de todo cuanto ellos dijeron il observaron, sin que por su
parte atine tí liacerlo mejor en las afirniaeiones gratuitas que nos
ha dejado. Mo hay en su obra otra cosa que los trabajos del natu-
ralista y del geógrafo, por los cuales merece efectivamente consi-
deración y aplauso.
7. Así como la expulsión de los jesuítas trajo un gran movi-
miento bibliográfico destinado á ilustrar nuestros anales, así tam-
bién las Invasiones inglesas al Río de la Plata y la Independen-
cia de América, produjeron un impulso similar, nacido de las mis-
mas necesidades de propaganda científica, literaria ó justificativa
que habían promovido la corriente anterior. Ingleses, franceses y
españoles, fueron los sostenedores de esta manifestación intelec-
tual (pie abraza en su vasta esfera, estudios prehistóricos, naiTa-
cioues militares y disquisiciones filosóficas. Debemos á los prime-
i’os la Historii of the VictroijalUj of Buenos Aires, por Samuel
Ilull Wilcockc (Lond, 1807, 1 vol), conteniendo una descripción
geográfica ó histórica dtd país y documentos comprensivos de la
primera invasión inglesa; lí cuyo libro siguen Trini of Sir Home
Popham, que es la historia proei^sul de las invasiones de 180.5 y
1807, y cuyos fraginento.s corren vertidos al castellano en más de
ana edición; Notes on Viceroyaliij of ím Blata (Loiid, 1808, 1
vol), con el relato do las dos invasiones, la biografía de sus prin-
cipales jefes y alguna.s consideraciones insustanciales sobre la so-
ciedad montevideana; Travels in the Interior o f por Jolm
Mawe (Lond, 1828, 1 vol), miyos primeros capítulos se ocupan
especialmente dcl Uruguay bajo los ingleses y portugueses; Let-
ters on Paraguay dolos hermanos Robortsou (Lond, 1839, 3 vol),
conteniendo it la vez que uiítioias sobre las iuvasioucs, una des-
cripción de tipos y costumbres clel Paraguay; y varias otras pro-
duccione.s, algunas de ellas anónimas, de oficiales iuglescs expe-
dicionarios.
A los franceses somos deudores del Voyayc ilans V Amérique-
Móridíonale, Alúdcs dXlrbigny {París, 18.35 -4G, 9 vol), y
noM. esf. — I.
XXXVIII
RE8KÑA rRBLIMIXAR
L'homme amérieain (París, 1839, 2 vol), cid mismo autor; tí los
cuales siguen, aunque no igualan en importancia, las obras de De
Pradt, Las six derniers mois de VAmiU'iqiie et du Bréídl (París,
1818, 1 vol); La Europa y la América (París, 1822, 2 vol); Exa-
men del pkin de la etc. ( Burdeos, 1822, 1 vol). En
seguida vienen el Résumé de V Uütoire des révohiUons des colo-
nies espaynoles de VAmériqiie du Sud, por Setier (Pails, 1826, 1
vol); el Voyage h Buenos Aires et a Porto Alegre par la Banda
Oriental, etc., de JSSO-iM, por Arsene Tsubelle (Tlavrc, 1835, 1
vol), y varias otras producciones de tendencia liistorial ó íilosd-
fica. .En cuanto lí la bibliografía csijañola de esc tiempo, basta ci-
tar la .Uevolución Ilüpaiio-aviericnna, de Torrente (Madrid,
1829-30, 3 vol); la Colecdón de Vúijes y descubrimientos, j)or
Navarretc (Madrid, 1820-37, 5 vol ), y la, Colección de Documen-
tos Inéditos del Archivo de Indias, publicación j)reciosa, aunque
incoherente.
Luego que las dos mayores naciones do la América cid Sur in-
tentaron hacerse cargo de sus propios destinos, nació entre sus
hombres de letras el deseo de legar tí la posteridad la relación de
los acontecimientos dignos de j)erpctuarse por la tradición escrita.
Ambas tenían precedentes que las estimularan, pues d Brasil
contaba desde 1730 con historiador nacional (Scbastiíín da Rocha
Pitta, Historia du America Portuguesa, 1 vol ), y la Repiíblic;a
Argentina tenía también, aumjue inédito, el suyo (Rui Díaz de
Guzmiín, La Argentina, 1612, Col. Angdis). Además, si los ai*-
gentinos disponían del material español cuya enunciación hemos
hecho en el curso de esta Reseña, los brasileros eran dueños de
un material cosmopolita entre cuyas riquezas sobresalían la Re-
lación de los Viajes de Américo Vespuoio, traducida JÍ diversas
lenguas; y la Ckronica do felicissimo Rey T). Emunuel por Da-
mián de Goes, considerada á justo título como obra fuiidaincntal,
pues scgñn su autor lo declara en la portada del libro, es un
resumen de los trabajos é investigaciones que otros liioiei’ou de
orden regia durante treinta y sietcí años, y que él compiló y aiTe-
gló cu el de 1558 por mandato de la misma procedencia, ’'1'enían,
adcmíís, la Histona y descrqición de Hans Staden (Marbourg,
HKSEÑA PRELIMINAR
XXXIX
1557, 1 vol, Col Teroíuix), la Historia de la Provincia de Santa
Oru::- por Magalhanes ele Candavo (Lisboa, 1576, 1 vol, ibíd),la
Isforia dalle guerra tra Portogallo e Olanda dcl P. Gio (Roma,
1648, 2 vol), laa Memoñas de Dugiiay - Tronin (Amsterdajii,
1740, 1 vol), elRoiairo gemí do Braxil, por Gabriel Soares de
Souza, y toda la bibliografía jesuítica, publicada 6 iuédita, que
constituye por sí sola un arsenal.
A partir de la primera década del presente siglo, fué que el
movimiento de ilustración historial tomó formas definidas y rum-
bos fijos en una y oti’ii de las dos naciones. Xada más adecuado
íí dar una idea dcl alcance de ese movimiento, en cuanto se re-
fiere á nuestra propia historia, que h' ^numeración de los trabajos
cu cuya trama entran hombres ó episodios uruguayos. De este
modo también puede inquirirse el criterio general dominante en-
tre los escritores argentinos y brasileros respecto á los acóntcci-
micntos primordiales de nuestro país, y al mismo tiempo puede
completar quien lo desee, la inspección de los materiales impre-
sos que han servido de cimiento jí este libro en toda la extensión
que abarcan sus proyecciones.
8. Si ha de graduarse el impulso de la nueva evolución litera-
ria por la nacionalidad de los autores, resulta haber sido más es-
pontáneo eu la República Argentina qiuí cutre los brasileros. Ya
en 1812 apareció la Vida ij Memorías del doctor Moreno ( Lon-
dres, 1 vol ), escritas por su hermano D. Mtmuel, y destinadas á
coíuplementarse más tarde con las Arengas y esentos (Lond,
1836), constituyendo el todo de la obra una relación animada de
los filtimos tiempos de la dominación española y comienzos del
período revolucionario. Mayor esfuerzo debía realizar de allí á
poco el doctor D. Gregorio Funes, presentando (1816-17), bajo
el título de Ensdyo de la Hisioría dril dcl Paraguay, Buenos
Aires y Tucumán vol), una historia de la Repáblica Ai-gcn-
tina desde el descubrimiento y conquista, hasta la entrada en el
período revolucionario de 1810, libro que si eu lo referente á los
tiempos coloniales estaba calcado sobre los materiales entonces
inéditos de Lozano, no por e.so dejaba de ser una producción no-
vedosa y nacional. Otro colaborador de la independencia ai-gen-
reskSa pueijminar
XL
tilia, el general Miller, debía suniinistvar con motivo de la nami-
ción de sus campañas, heoha cu inglés por su hermano Juan, y
ti-aducidn al español por el general Tomjos (Loud, LS20, 2 vol),
datos y apreciuoiones sobre los hombres y acontecimientos de
aquella época.
No obstante las alternativas sangrientas que convul.sioiiaron la
sociedad argentina, desde 1820 hasta los comienzos de su reorga-
nización en 1851, el movimiento de investigaeión historial pro-
siguió haciéndose sentir. Kn 1836-37 publicaba D. Pedro de
Angelis su famosa Colección de obras y doenmentos (Buenos Ai-
res, 6 vol), que cnü'e otras piezas capitales, contiene los relatos
de Rui Díaz de Guzmfín, Centenera, Sclirnidcl y Guevara, y es
fuente de consulta imprescindible para la historia de estos países.
El ejemplo tuvo imitadores á In largo, por aquellos que preveían
la necesidad de prestar íí los c.studios históricos el concui’so de
una compilación de pruebas auténticas. Cediendo jí tales deseos,
emprendió el doctor D. Carlos Calvo la publicación de su Colee-
cióa de tratadas de la América latina (París, 1862-69, 11 vol),
íí la cual debía seguir la no menos útil y pix)vccbo.sii de los Ana-
les hisló)icas (1864- -67, o vol). Más tarde. D. Manuel Ricardo
Trelles, sucesiyamcute archivero general y jefe de la biblioteca
pública de Buenos .Aires, daba á la circulación dos obras del ma-
yor interés, la Revista del Archiro yencral de Buenos Aires
(186Q-72, 4 vol), y la Revisla de ki Biblioteca de Buenos Aires
(1879-82, 4 vol). Kn el espacio mediante entre la salida de am-
bos libros, el doctor D. Vicente G. Q.nesada publicaba La Pata-
gonia y las tierras australes (B. A., 1875, 1 vol), munida de im-
portantes documentos sobre el Virreinato y. sus límites. Alter-
nando con estas publicaciones de naturaleza especial, circulaban
oü’as de carácter más ameno, pero de índolc^áloga, como la /2c-
vwla de Buenos Aires, por Quesada y Navarro Viola (1863- 71,
24 vol); la Revista del Rio de la Mata, por Lamas, López y Gu-
tiérrez ( 1871-77, 13 vol), y algunas más que sería Umgo enu-
merar.
Con elementos tan copiosos y archivos organizados, el espíritu
de composición literaria sustituyó forzosamente al de simple com-
RESEÑA PRELI\rr>TAll
XLI
pilacióli de pruebas. Ijos trabajos originarios de esta segunda evo-
liKÚdu, inspirados d protegidos casi todos ellos por el Kstado, re-
basan, sin embargo, el dominio de la historia pura, y no provienen
de autores naoionales. Pueden estimarse muís bien como obras do
propaganda, destinadas ú describir físicamente la Repfiblica Ar-
gentina, y en las cuales tiene su hÍKU)ria civil un puesto incidental.
Para enumerar de una ve/ y basta el día, los principales trabajos
de esc género, citaremos al barón du Graty, Cunfáléraiion Ar-
geniino (Paiis, 1858, 1 vol), al doctor Martín de Moussy, J)es-
cription dfí la Confédéraíion Argentine ( París, 1 SCO -G4, 3 vol(\-
menes con atlas), y á .Bnrraeister, Descriptioii phgsique de la
liépnldiqúe Argentine (París, 1870 -7Í), d vol y atlas).
Tia tendencia de los modernos escritores, salvo casos especia-
les como el de Amcgbino (Antigüedad del hombre en el Plata,
París, 1880-81, 2 vol) ti otros de interés ajeno á nuestros estu-
dios, no ha remontado su vuelo á períodos lejanos sinó en forma
compendiosa, j)ues lo que mayormente les La cuntí vado es la
época revolucionaria, á j)artir de las invívsioncs inglesas. Sobro
investigaciones relacionadas con los l¡ciu))os antiguos, incluyendo
la producción de autores extranjeros, no cuenta la nueva litera-
tura ai*gcntina, que sepamos, con otros libros (jue Buenos Aires y
leus Provineias, por Parish (Buenos Aires, 1852, 2 vol); la Jlití-
toria Argentina, de Dominga cz (4 cd basta 1880); la Historia
de los Goberiuídvres, de Zinny (B. A., 3 vol), íí cuyo autor se de-
ben también dos interesantes biblit>grafías periodísticas de la
ciudatl de Buenos Aires y la Kcpíiblica del Uruguay ; los Apun-
tes Históricos sobre la provincia de Entre - Ríos, por Benigno
T. Martínez (1881-84, 2 vol), conteniendo una nota final que
revela las trabas opuestas en 1884 ó la libertad dcl pensamiento
escrito en aquella provincia ; la Historia de la República Argen-
Umu, por Vicente F. López (B. A, ISS3-9.3, 10 vol); la Historia
de Pelliza (P. A., 1888-80, 3 vol), y los Estudios
sobre el puerto de Buenos' Aires por Madero (B. A., 1892, 1 vol),
que motivaron una erudita réplica del señor Fregeiro bajo el
título de La historia documental y cvíUca (B. A, 1893,
1 vol).
XLII
JtESEÍfA PItfíLIMINAB
ICu cambio, el pcríodí» revolucionario lia tenido á su servicio
im asiduo concureo de compiladores y escritores, disputándose el
csclarecimieuto de los Lechos. En el uíimero de aquéllos, puede
contaree al mismo Gobierno Nacional, que ha estimulado ó pro-
tegido la publicación de las sesiones de las primeras asambleas
patrias y las coleccioucs de leyes y decretos relativos Ȓ dichos
tiempos. Por lo que respecta á los escritores, su Jabor ha adop-
tado diversos métodos de exposición, sea encuadrando los he-
chos dentro de uanaciones generales, sea circunscribiéndolos á
estudios biográficos ó autobiográficos que los agrupa al rededor
de una jiersonalidad determinada. La actividad de este movi-
miento progresivo puedo juzgarse, recordando entre las obras que
se refieren á personajes ó acontecimientos comunes al Río de la
Plata, Las Á^otürias /mtóricaf!, de Núfiez (B. A., 1857, 1 vol);
los Últimos cuatro años de la Dominación española., por Seguí
(B. A., 1874, 1 vol); La Revolución Argentina, por Vicente
F. López (B. A., 1873-81, 4 vol); la Historia de por La-
zaga (B. A., 1881, 1 vol); El laurel naval de 1814, por Angel
J. Carranza (B. A., 1884, 1 vól); Ramirex, por Benigno T. Mar-
tínez (P». A., 1885, op), y la.s dos mayores obras de aliento con
que cuenta la moderna literatura historial del vecino pueblo,
como son las historias de Relgruno y do San Martín, por
Mitre.
Del punto de vista filosófico^ el espíritu informante de la lite-
ratura argentina que se refiero á los hombres y las cosas de la
Revolución, es gcner-’lüiontc adverso á^ los uruguayos. Atribuimos
la formación de osi.e criterio, á circunstancias especiales cuyo in-
.flujo no esquivarán los argentinos cu muchos anos todavía. La
historia oficial de la Revolución ha sido escrita por los monar-
quistas ríoplatcuses, en memorias y documentos que yacen impre-
sos ó pueblan loa archivos, y cada vez que se desentrañan osos
testimonios de forzosa consulta, queda suturado el medio am-
biente con los prejuicios urdidos por una tradición política que
pretendía disfrazarse ante la posteridad. El pai+ido republicano
que luchó y venció al fin, pasando por encima de las debilidades,
las tran.saccioucs y aun las perfidias de sus adversai’ios, no tenía
KESE5Í'A pbeliminae
XLIU
tiempo ni hombres preparados jiara las luchas de la palabra y la
pluma, así es tpie la documcutacidn exhibida en defensa de sus
intereses, casi siempre pobre, y lí veces ridicula, no constituye un
elemento de convicción, y hasta suele alejar todo instinto de
simpatía. Mientras la sumisión á los testimonios escritos no sea,
pues, acompañada del antílisis paralelo de los liecbos, todo juicio
scrií incompleto, y esa deficiencia llevan las conclusiones ad-
mitidas respecto lí la lui.sión y los esfuerzos de los caudillos re-
publicanos encabezados por Artigas, á quienes podrá negái-seles
toda la ilustración que se quiera, pero nunca se les podrá arrcbaT
tar la gloria de haber fundado la Eepíiblica en el Río de la Plata
y haberla propagado á todos los ámbitos do la América
dcl Sud.
9. Frente á la bibliografía historial argentina, ocupa un puesto
distinguido la brasilera. Dijimos hablando de ambas, que la ini-
ciativa creadora había «ido más espontvínea por parto de los ar-
gentinos, atendida la nacionalidad de lo.s autores; y el hecho se
conlirina recordando, que si bien el libro de Roberto Southey
{Historjj o f Brasil, 3 vol), aparecido de 1810-19 y vertido al
portugués por Oliveira Castro y Fernaudes Piuheiro (R. Janeiro,
1802, 6 vol), es un vigoroso esfuerzo de reconstrucción, no per-
tenece su autor al país cuyos anales ilustró. El movimiento na-
cional moderno, propiamente dicho, empieza en el Brasil con Ay-
res de Cazal, cuya Corographia Brazüica (R. J., 1817, 2 vol), es
im estadio liistórieo- geográfico dcl territorio brasilero y el nues-
tro. Acompañaron el movimiento, aunque cu forma menos com-
pleja, varios c.scritorcs nacionales y extranjeros, cutre ellos el
vizconde de San Leopoldo (1825), con sus Anales de San Pedro
(llío Grande), que el autor mejoró y reimprimió más tarde,
hasta qnc la fundación del Instituto histórico y geográfico, rea-
lizada en 18.38, echó las bases de la gran compilación de obras
y documentos conocida con el nombre de ReMsta do Instituto,
(¡yuya existencia comprende desde el año de 1839 basta la
feclia.
Importantes servicios ha prestado á la historia del Río de la
Plata esa Revista, suministrando testimonios que esclarecen cier-
XJJV
RESEÑA PRELIAIINAR
tos Lechos capitales, sobre cuya genealogía no teníamos otro in-
forme que los documentos españoles, Merced tí tan valioso con-
curso, en niíís de un caso difícil, el historiador puede actuar boy
como juez oyendo sí las dos partea, cu vez de volverse forzosa-
mente cdiuplicc siguiendo la dcclarueídn de una sola. Pero no es
la Revista una mera colcccidn de obras antiguas, slnd que muchos
libros de circulacidn corriente y cuyos autores viven <5 vivían
basta buce poco, \derou la primera luz en suspiígiuas, pasando de
ahí d tomar su forma actual. Mtíiios puede decirse que las venta-
jas de la publicación de la Revista redunden en beneficio exclu-
sivo de los autores argentinos y uruguayos, pues las dos obras do
mayor aliento que tieu(; la bibliografía historial brasilera confir-
man gi’an parte de sus juicios cou testimonios emanados de aque-
lla procedencia.
La primera de dichas obras, es la Historia Gemí do Braríl,
por Varnhagen, vizconde de Porto Seguro, cuyas psíginas narran
el período comprendido desde el descubrimiento del país hasta la
regencia del príncipe D. Juan, precursor obligado de la indepen-
dencia brasilera. Consta la segunda y última edición de la obra,
de dos gruesos volúmenes, impresos en París, pero que aparecen
como editados cu Río Janeiro y sin fecha. El libro es notable por
el esmero de la investigación, apurada en algún caso hasta produ-
cir verdaderos descubrimientos, como el do la palabra Tupí, que
aclara la procedencia y títulos do los indígenas de eso nombre,
para cVmpar el Brasil al tiempo de la conquista, lis notable tam-
bión por la habilidad cou que disfraza sus parcialidades cu favor
de Portugal, exhumando y rejuveneciendo por el modo de pre-
sentarlos, todos los viejos y rebatidos documentos en quelos ]>or-
tugueses basaban su pretensión de apropiarse el Río de la Plata,
como primeros descubridores y poseedores. No es extraño, pues,
que al igual de -ellos, haya negado la nacionalidad española
de Solís, imputándolo, eml>ozadamente, debtos que nunca co-
metió.
A este respecto, establece rotundamente y sin suministrar
prueba alguna, que Juan Díaz de Solís era portugiiós, y tenía por
sobrenombre Jíofes de Bagaxo. Remontándonos al origen de la
RESBSa pniíLT^riNAR
XLV
aíii-macidn, no le encontramos otfO; que una Real C<5dula de 29
de Octubre de 1495, pubUcada coa el N.’’ xxxi; eu la Colección
de Viajes de Nuvarrete, toin iir, ordenando jí ruegos del rey de
Portugal, que las justieias espaüolas preadau, secuestren do sus
bienes, y entreguen á los agentes de aquel soberauo, ai prófugo
Juan Díaz, piloto portuguds, llamado Bofes de Batjaxo, quien an-
dando cu compabía de ciertos franceses, robó una carabela por-
tuguesa que venía de la Mina, repartiéndose entro todos sobre
20.000 doblas, producto del atentado. Mas por indestructible que
sea la autenticidad de este documento, él no establece identidad
entre la persona del piloto portugués Juan Díaz (a) Bofes de Ba-
gaxo, y el cosmógrafo español Juan Díaz do Solís, futuro Piloto
Mayor do España,
Desde luego, el apellido Díaz, eomíin á portugueses y españo-
les y muy generalizado entre los naturales de ambos reinos, no
da cabida lí vincularlo exclusivamente al descubridor del Río de
la Plata, y antes bien, la circunstancia de que éste agregase ú su
primer apellido el de Solís, demuestra que procuraba distinguirlo
del de otros hombres de mar, así llamados eu ambos países. En
cuanto al sobrenombre Bofes de Bayaxo, no se encuentra en nin-
guna de las referencias hocha.s a Solís por sus contemporjíneos, ni
por los cronistas posteriores que de él se ocuparon, circunstancia
que unida á la extensión del apellido Díaz, concurre íl debilitar la
fuerza probutori'^;/ del testimonio invocado. Agréguese rf esto, que
Solís, desde 1495 hasta 1512, estuvo cuando menos una vez en
Portugal, como se infiere de testimonios fehacientes. Suponién-
dole autor del robo de la carabela, es de presumir que no hubiese
buscado refugio donde le esperaban la condena y el castigo. Sin
ejnbargo, fué li Portugal con un hermano suyo, obtuvieron empleo
ambos, y se les quedó i(' deber á uno y otro fuertes sumas, según
lo justificaban exhibiendo órdenes de pago que nunca’ tuvieron
efecto. Con tal motivo, abandonaron el servicio portugués regre-
sando lí España, donde se les brindó con los primeros puestos en
su arte. Si era Solís cómplice en el robo imputado, ¿por qué le
dejaron entrar libremente eii Portugal, ocupándole luego, y sobre
tí)do, por qué le dejaron salir, con testimonios de acreedor del Es-
XLVI BESEÑA. PBELIMINAB
tado, cuando nacía la oportunidad de realizar en sn persona nn
doble acto de jjistieia, liquidando la deuda pendiente y satisfa-
ciendo la vindicta píibliea?
La contradicción emanada de estos Lecbos, induce it la
siguiente disyuntiva: ó Juan Díaz de Solía no era^Bo/fts
lie Baga^xO, 6 el robo de la carabela fuó una impostura. Pero
si la rcputu(?l'^n del descubridor del Río de la Plata queda
por este modo libre de toda maiiclia, no se sigue de ello
la comprobación de sn nacionalidad de origen. Podía ser
portugués al servicio de España, por honrado y experto que
füese en sus procederes íntimos y profesionales. Mas no era
portugués, segón lo atestiguan testimonios respetables. Oviedo,
que conoció :í Solís y lo trató pereonalmcnte, afirma (toni ir,
lib x.viiT, cap I ) « que era natural de Lebrija, y buen piloto ».
Mártir de Anghiera establece (Déc n, lib x, cap i) cque era
astur ovitcnse, y se decía natural de Lebríja:». Gomará dice
simplemente « que era natiu-al de Ixd)rija > (Part i), sin en-
trar en otros comentarios. Cada uno de estos historiadores,
por sí, constituye autoridad, y estando concordes hacen testi-
monio de primera fuerza. Otros historiadores y cronistas como
Las Casas, Herrera y Muñoz, hablan siempre de Solís en el
concepto de haber sido español, y el scgimdo de ellos agrega
«que era el más excelente hombre de su tiempo en su arte».
Ademsís, las Reales Cédulas y Cartas Regias que hoy posee-
mos, y que directamente se le refieren (Navarrete, tom iir;
Archivo de Indias, tomos xxn, xxxi y v de la 2." serie), no
dejan traslucir que fuese portugués, cuando era la oportuni-
dad de haberlo establecido en clhis, al igual de lo que se hizo
con las relativas á A^espuoio y MagalUmes, para no citar ma-
yor ntímero do ejemplos.
Todavía existen otros datos complementarios que no pueden
silenciarse. Mientras se aprestaba la expedición de Solís que
después tomó rumbos al Plata, era embajador portugués en
España, Meudes de Vaseoncellos, quien mantenía con su so-
berano una activa con’espoudeucia, instruyéndole á diario del
progreso de los aprestos, que ambos so empeñaban en dificul-
RKfiESA PKEIJMINAR
XLVII
tai’i pues aquella expedición esta\)a por entonces destinada tí la
Malaai, centro comercial de cuyo monopolio dependía la na-
ciente prosperidad portuguesa. Dos de esas cartas, copiadas por
Muñoz cu el avcliivo de la Torre do Tombo y reproducidas por
Navarrctc en el tom iir de su Colección, se ocupan largamente
de Solís, á quien el embajador lusitano protímdía disuadir de em-
prender viaje. En la de .30 de Agosto de 1512, diee Vasconce-
llos al rey de Fortugt\l : «Mandé llamar muchas veces lí Juan
Diz de Solís y hoy hablé con él ... . se mostró muy agraviado de
V. A., y su principal agravio es que no le pagasen lo que se le
debe, y dice que tiene tres aloames (decretos) de V. A. puraque
se le pague lo que se le debe en la Casa de la India, y que ni por
ellos, ni por servir, ni por nada, nunca le pagaron ni un solo real
de ochocientos cruzados que dice tener en la Casa de la India ....
y dice que desesperado de que no le pagaran se vino aquí ». El
ptírrafo transcrito, establece claramente los motivos que indujeron
íí Solís para abandonar el servicio de Portugal, disipando toda duda
sobre que saliera fugado de allí, como se ha pretendido mtís
tarde.
Pero no es solamente la conducta honorable de Solís, sinó su
nacionalidad de origen la que resulta comprobada por esta carta.
Prosiguiendo en el terreno de sus infoimiacioues al rey de Portu-
gid, agrega Vasconcellos: «Estsí aquí un Ourives <t quien llaman
Juan Amiques, el cual estuvo en la ludia, y también se ine mos-
tró agi’aviado, y V. A. le debe dinero. . . . paréccinc que si
V. A. diese á este Juan Anriques doce ó quince mil rcis por año,
se iría para Porhigal lí serviros, y llevaría para Portugal á su
hijo, que dice que sabe tanU> como él. Juan Diz de Solís dice que
le dan aquí doscientos cruzados por año, pagaderos por tercios en
Sevilla en la Casa do las Antillas, y adcmiís que es Piloto Mayor
y otros vientos: éste no sé si se podría arrancar, pues dice que
ya por dos veces no le cumplieron vue.stros decretos; pero con
todo ¡ buena prenda e.s que tenga él allá ochocientos cruzados, y
el hermano trescientos! Pero, el Anriques, pnréceme qne luego
se iría, porque di y la mujer son. portuyncses, y se me mostró tan
pobre, que fué necesario darle dinero, etc. » Resulta de lo dicho,
XLVIII
RBSKJÍA TREJJMrNAR
que Vasooncellos creía posible scclnoir á Solís, garantiéaclole el
pago de lo que Portugal Ies adeudaba, ú 6\ y su heriTuiiio,pero no
dudaba de llevarse á Auriques, j)orque jí mas de esUir pobre, él
y 8u mujer eran portugueses. Prueba evidente que ni Solís ui
BU herjiiano lo eran, desdo que no se hacía res])Ccto de ellos igual
argumento.
En la segunda de las carta.s enunciadas, que lleva fecha 7 de
Setiembre, cuenta A^asconccllos cierta eutrcvi.sta suya con el Rey
católico, haciendo meuoidn de im piloto portugués, cuyo nombre
calla, pero que pudiera deducii-se fuese Solís, según las referen-
cias que van íí leerse: «Cuando le dije (al Rey) de aquel piloto
portugués, nunca me dijo que no iría: y pues tengo las manos en
esta materia, daré cuenta ¡í V. A. de lo que me pasé con el piloto.
Mandélo llamar algunas veces, y hubo de venir aquí jí ini posada,
y de.spués do sondear discretamente sii énimo, lo hallé del todo
comprometido con el Rey vuestro p.idre (es decir, con D. Fer-
nando de Aragón, que era suegro de D. Manuel de Portugal, tí
quien Vascouccllos escribía); y con él vino iitj hermano suyo, que
me dijo se le debía en la Casa de la ludia trescientos cruzados, y
al piloto oohocientüs, y que V. A. Ies había extendido decretos
para que les pagasen, y nunca Ies pagaron, y etc., y que se les ha-
cían aquí muy grandes partidos. Yo tomé por fundamento decirle
verdad sobre ciuíu poco cierto era lo que aquí se- caj)itulaba, y
como nunca se cumplía, y como era muy cierto lo de V. A., y
que yo trabajaría todo lo que pudie.se para que Y. A. le perdo-
nase é hiciese merced; y por aquí; y me dijo que ya V. A. le ha-
bía mandado por aquel su hermano un salvoconducto, pero qiio
él no osaría ir ullé, ni iría, pues tenía miedo lo mandaseis pren-
der y por aquí excusábase diciendo, que si iba allá, lo tendrían
acá por sospechoso, y etc:., y en conclusión, que no iría allá. »
Luego cuenta Vasconoellos cómo el referido piloto denunció la
conversación de ambos al obispo do Falencia, y éste se la dijo al
Rey Católico, lo que obligó al embajador portugués á presentarse
á D. Fernando, contándole lo acontecido, y |>¡diéndole que no
mandase á tamaña cosa (no dice cuál) á un hombre tan apasio-
nado. El Rey contestó que iría con el aludido un (conduc-
RESEÑA PREIJMIN'AR
XUX
tor, perito 6 fiscal ) entendido en ello. Averiguado por Vasconce-
llos el nombre de este (íltiino, resultó ser Martín Daonpias, con
fama de buen astrólogo, y esperado de Inglaterra, donde enton-
ces se hallaba.
Todo este nublado se disipa, en el correr de la misma carta,
donde aparece con claridad que Solí-s y su hennano no son los
misteriosos individuos comprendidos en la relación antecedente.
«Juan Anri<pies — prosigue Vascoucellos — estí aquí y dice que
espera que lo mandanín ir con Juan Diz, y me dijo, que escri-
biese á V. A. que interesa /nuclio á vuestro servicio majidéis al-
gón hombre de mar á Sevilla jC hablar con ól, porque ellos espe-
ran que los despacharán uii día de óstos .. . . y me dijo este
Juan Anriques, que habían de ir derecho al cabo de Buena Es-
perau/ü, y de ahí á Ccilán y á la Malaca. ... y de esto no hay
más qne decir, ni me parece necesario hablar con .Juan Diz, por-
que está todo lleno do viento, etc. » Por consecuencia, el piloto
portugués que había comprometido á Vasct)ncellos con su dela-
ción, no resulta ser Juan Díaz d^ Solís, puesto que el Ministro no
lo alude una sola vez, sin nombrarlo por su nombre, y referirse á
la empresa <le mar que tenía entre njanos.
Cuando parecía agotada esta cuestión, la ciática ha desente-
rrado otro documento referente á Solís, que vuelve á poner en
litigio su conducta individual y su nacionalidad de origen. Da-
mián de Goes, en la Parte iv, cap xx, do su Chronica del Rey
TJom Enuuitiel, refiere que im piloto portugués, Juan Díaz GoHs,
per o't'os que cometeos luiyó de Portugid para Castilla, donde per-
suadió H algunos mercaderes que le armasen dos naves con des-
tino al Biasil, las cuales traería cargadas de mercaderías de pro-
vecho; y habiendo jiartido para allá, retomó el año 1517, siendo
preso en Sevilla á instancias dcl rey de Portugal, y’'BCYerQmcnto
castigado. Coulimiando este relato, aparece cu el tom xi de lu
Colección de Documentos Inéditos del Archiva de Indias una
Real Códiila do Madrid lí 17 de Enero de 1517, por la cual, á
instancias do la corte de Lisboa, se ordena á los oficiales de la Con-
ü’atación en Sevilla abran información contra el piloto portugués
Juan Diez de Solís, denunciado como prófugo de los reinos de
beseSa pjíemminah
Portugul después de haber eometido allí muchos crínicues y ex-
cesos, pasando iC la Andalucía, « doude persuadió á varias perso-
nas lo armasen ciertos navios y se fuesen tí Ja tierra del Jírasll
con él». Agrega la denuncia que cu dicho país cargaron madera
brasil, y otras cosas de la tierra, y se vinieron con ellas íí España,
por cuyo motivo so manda lí los olicialos de, la Contratación ave-
rigüen «cómo é de qnó manera pasó lo susodicho é qué brasil é
cosas el dicho Juan Diez de Solís é los que con él fueron Iru-
xeron *.
Ahora bien; la referencia indicada y el documento que la
comprueba, aludiendo al descubridor del Río de la Plata, caen en
dos iucxaotitiidcs evidentes, á saber: 1 que Solís hubiese fugado
de Portugal £Í España con el pi-opósito de tomar el mando de
una expedición pirática; — 2.® que en 1517 fuese aprehendido y
castigado. Sobre ambas circunstaucias, tenía la corte de, Lisboa
informaciones positivas y declaraciones oficiales. Solís abandonó
el servicio de Portugal, desesperado (son sus palabras) de que no
le pagaran lo que le debían lí pesa)’ de los decretos i’cgios que
rcconocí’an y mandaban pagar su crédito. Llegó lí España y fné
nombrado Piloto Mayor del reino, en sustitución de Aiuérico
A^espucio que había muerto. No era posible que el Rey católico
diese cargo tan importante á un criiniaal fugado del reino
•vecino, ni que la corte de Lisboa, tan celosa y tan ligera para
imputar ertmenes íí los hombres de mar que podían hacer sombra
á los suyos, dejase pasar sin protesta aquel nombramiento. En-
tre tanto, Solís touó tranquila posesión de su cargo, y ninguna
de. las reclamaciones que por entonces se hiciei'on versó sobre su
persona. Empeñados como estaban el Rey D. Manuel y su miuis-
ü’o A^ascoucellos, eu arrancarle dcl servicio de España, ;,se ha-
brían detenido,’ si procediese, ante una simple demanda do o.xtra-
clicióu que lo resolvía todo?
Sieijdo esto así rcs¡)ecto del liorabre, iguales consecuencias
fluyen en lo relativo á sus ex])ediciones marítimas. La expedi-
ción de 1512, que varió su itinerario jí iustanoias y reclamos
del Rey I). Mauuel, zarpó secretamente, es cierto, pero con anto-r
rizacióu oficial, como que iba mandada por el Piloto Mayor del
RESEÑA PRELIMINAR
Ll
reino, y no ge supo jamás que comerciara en puertos brasileros.
La de 1.515 so organizó á vista y paciencia de todo el mundo,
sin originar ningíin redamo previo, y á j’aíz de haberse estre-
cba<lo las relaciones do ambas cortes por intermedio de .Hurtado
do Mendoza, comisionado al efecto [>or el líey católico. Es ver-
dad que los sobreviviente.s de la segunda e.xpeditiión, á su vuelta
fondearon en la costa ocoáni(ía, donde por rescate ó trueque,
obtuvieron de sus liabitautcs 500 y tantos quintales de madera
bvftsil, sesenta y tantog cueros de lobo marino y una pequeña es-,
clava, pero al Piloto Mayor muerto ya por aquella focha, no le
cabía responsabilidad en lo actuado. Como quiera que fuese, ni
una ni otra de ambas expodicioues mcrecáan el calificativo de pi-
ráticas, ni su jefe el de aventurero particular. A lo más, los de-
rrotados ejqiedicionarios de 1516, eran culpables de haber co-
merciado en territorios litigiosos, loque si coustituía una falta,;
no les daba carácter anónimo, desdo que navegaban bajo ban-
dera conocida y en cumplimiento de órdenes oficiales.
Pero los testimonios alegados para clasificar aquel acto, resul-
tan ser una desmentida contra la sujjosición de su criminosidad.
El viücoiidc de Porto Seguro, que apasionado conti-a Solís, no
vacila en idcutificaido con Bofes de Baeja::o, por más que de ello
resulte á sabiendas la imputación de un crimen, quiso completar
su obra, atribuyendo á los expcdiciouaiáos de 1515, en su viaje
de retorno, el asalto de una factoría portuguesa. Á este propósito,
y tomando pie de que ellos obtuvieron por rescate en la costa
oceánica algunos quintales de palo brasil, establece (tom i, seco
vi): «¡que llegados á Pernambueo, y enco 2 itraudo allí una facto-
ría con once portugueses, los prendieron á todos, llevándoselos
consigo». Luego contiuCia: «quejóse la corte portuguesa, recla-
mando el castigo de la gente de los navios que habían acompa-
sado á Solís, y vinieron por fiu ambos gobiernos al ajuste, deque
fuesen entregados los dichos once portugueses, en cambio de unos
siete eustellauos que estaban presos en .Portjigal, encontrados eu
la bahía de los Inocentes, al Ñortc de hi Cananea». Y para jus-
tificar este antojadizo relato, cita á Herrera, Déc ii, lib ii, cap
vm.
LII
KESJÍÑA PÍIEUJÍINAR
Nada más inexacto que euntito actiba de leerse, y para demos-
trarlo, basta apelar á la misma autoridad invocada. Hablando
Herrera del aumento de tráfico marítimo entre América y la Pe-
nínsula, cuenta como se esperaban en 151. ó, dos navios cargados
con oro de Cuba, y dice: « ul fin llegai’on los navios á salvamento,
y en ellos los portugueses que se prandietwi en la isla de San
Juan, que andaban rescatando en Castilla del Oro; y el Rey
mandó que .se les hiciese inedianamení.e buen tratamiento, entre
tanto qno so veía su cansa. - . . y del proceso hecho á los portu-
gueses presos, resultaba, que no sólo habían tocado en Castilla
del Oro, sinó que desde la tierra, del Brasil, que era su demarca-
ción, habían corrido toda la costa de la tierra firme, hasta Casti-
lla del Oro, y la isla de San Juan donde fueron presos. . . y el
Rey de Portugal (sabida la prisión do los portugueses) había he-
cho represalia de .siete castellanos, con motivo que habían entrado
en los límites de su demarcación, cu la parte del cabo de San
Agustín, sobre lo que se levatító estos días gran diferencia, jo’c-
tendiendo los portugueses que caía en su distrito » (Déc ii, lib i,
cap xu).
De estos antecedentes resulta, que no eran las carabelas de
Solís, sinó la escuadra de servicio cu Cuba, quien había apresado
en San Juan, isla de las Antillas, y no en Peraambuco, á varios
sfibditos portugueses que andaban rescatando ó sen comerciando
á trueque, dentro de límites indiscutiblemcute españoles. Resulta,
asimismo, que en represalia del hecho, los portugueses habían
aprehendido siete castellanos, encontrados dentro de límites
hasta entonces litigiosos, ])or más que el Ro}'’ de Portugal
pretendiera reivindicarlos corno suyos. En uno y en otro caso,
nada tenían que ver con esto los dc'rrotudos expedicionarios
de 1510, á quienes se inculpa gratuitamente el asalto de una
factoría portuguesa en Pcrmünbuco; y como quiera que va-
mos á poner al vizconde de Porto Seguro frente ul testimonió
invocado por él mismo, eonvieuc no olvidar precedentes tan esen-
ciales.
Ahora, he aquí cu toda su integridad, el relato de Herrera á
que Porto Seguro se refiere: «el Rey de Portugal, deseando que
RESEÑA TREIAMINAR
IJir
se diese libertíid á los portugueses que estaban en Sevilla, como
queda referido^ envió á requerir tí los oficiales de la Casa, que
por cuanto los uavíos que el Piloto Mayor Juan Díaz de Solía
había llevado, o-argaron de brasil en su demarcación, se le entre-
gase juntamente con los marineros pai'a castigarlos; loa ofiqialcs
respondieron negándolo, y diciendo, que la cargazón había sido
hecha en los límites de la corona de Castilla; y aunque los go-
bernadores aprobaron la respuesta de los oficiales, les mandaron
que cuando adelante sucediesen semejantes demandas, no se hi-
ciesen parte, sinó que las remitiesen á la corte. Y al rey de Por-
tugal escribieron, que aquellos siete castellanos que tenía presos,
se tomaron en la bahía de los Inocentes, que como bien sabía,
caía cu la demarcación de Castilla; y que pues por sus sfibditos
se guaitlaba muy bien la capitulación y concordia que estaba to-
mada entre las dos coronas, suplicaban á S. A., se mandase por
su parte guardar, y dar libertad á aquellos siete castellanos, pues
no habían excedido. Y como el intento del Rey (católico) era,
que se diese también á los once portugueses, al cabo se concer-
taron en que en un mismo tiempo fuesen sueltos los unos y los
otros,» etc. (Déc u, lib n, cap viii).
Como se ve, la exposiíúón de Herrera es clarísima. Comprende
tres hechos distintos, y los refiere de modo que no puede nadie
ser inducido cu confusión: 1.” el apresamiento de once portu-
gueses en la isla de Sao Juan; — 2." el apresamiento por repre-
.salia de siete castellanos encontrados en territorios litigiosos; —
3.“ el reclamo contra Juan Díaz de SqIís y sus gentes, por haber
tocado en costas brasileras. El primero y segundo conflicto se
resuelven oficialmente, por el canje recíproco de los prisioneros.
El tercero queda resuelto, ^on la declaración, admitida por la
corte lusitana, de que Solís y los suyos cargaron brasil en las
costas españolas. De donde se deduce, que el asalto á la factoría
portuguesa de Pcrnambuco, es un cargo gratuito de Porto Se-
guro contra los sobrevivientes de la expe<lición de Solís.
Llegaron estos expedicionarios en Agosto de 1510 á España,
con la noticia que luego se hizo píiblica, de haber perdido su
jefe con más de cincuenta hombres, y una de las carabelas del
Düm. lisi*.— i.
LTV
rjoseña preliminar
armamento con todos sus tripulantes. Cinco meses después re-
clama Portugal contra los procederes piráticos del piloto Juan
Diez de SolÍB, y Damián de (5 oes afirma, que entrado el uño 1517,
justicia fué hecha en el piloto y sus compañeros. ¿Cdmo podía
castigarse en 1517 áun hombre que había muerto á mediados de
1516? Todo esto es auacrdnico, y los documentos en que asienta
el testimonio, plagados de errores, inexactitudes y calumnias, son
inhábiles para manchar la rcputacidn de Solís, por lo mismo que
no tienen otro objeto. Su único mérito, si tal puede llamarse, es
haber suscitado dudas sobre la nacionalidad originaria del descu-
bridor del Báo de la Plata.
Pero en este punto, la uniformidad de opiniones respetables
y contestes, lleva á creer que Solís fuese español. Los auto-
res contemporáneos lo afirman, y ningún documetito oficial de
la época lo niega. Imposible que se hubieran puesto de acuerdo
tantas personas y reparticiones públicas en España, para ocul-
tar por excepción, la nacionalidad de un nauta al servicio de
aquel país, cuando en igualdad de circunstancias, jamás liicie-
ron capítulo de las de Colón, Vespucio, Gabotto, Magallanes
y otros, á pesar de que algunos de eUos habían adoptado la ciu-
dadanía española. Diga cuanto quiera el vizconde de Porto Se-
guro, los testimonios exhibidos hasta ahora, nada resuelven con-
tra la ciudadanía española de Solís.
El segundo de los historiadores brasileros á que nos liemos
referido, es el señor Pcrcyra da Silva, autor entre otros libros
cuya enumeración no cabe aquí, de la Historia da fundacüo do
Im]}e}'io braxüeiro (7 vol, R. Janeiro, 1864-68). El libro co-
mienza con un estudio retrospectivo sobre los tiempos colonia-
les del Brasil, y luego entra á narrar los acontecimientos que
produjeron la ruptura de aquel ])aís con la Mcti’ópoli y su erec-
ción en monarquía oonstitucionaí independiente. Domina el cri-
terio del señor Pereyra, las mismas tendencias que hemos in-
dicado en su compatriota Yarnbageu, con esta peculiaridad, que
combatiendo la política ai^entiua de aquellos tiempos, acepta
todas sus conclusiones en lo que se refiero á los uruguayos.
Considerado como obra literaria, el libro estó bien escrito y me-
tódicamente distribuidas sus partes.
HESEÍÍA PRELIMINAR
LV
Si la historia brasilera ha sido bien servida por los escritores
de aquel país, no lo han sido menos la prehistoria y la lingüística.
Debe la primera de estas ciencias servicios notables al doctor
Ladislao Netto, malogrado sabio á quien ha sorprendido la muerte
cuando tanto se esperaba todavía de él. Apasionado y empeñoso
investigador, emprendid una lucha implacable contra la indife-
rencia dominante en su país res|>ecto al estudio de los orígenes
nativos, publicando en 1870 sus Investigadles hisio/'icas e sciot-
U fíeos sobre ó Museo hn^eñal e Nacional (R. Janeiro, 1 vo!), cu-
yos efectos se sintieron muy luego. Más tarde, sus Investigodoes
sobre a Areheologia brazileira («Archivos do Museo Nacional»,
tomo vi), en que desplegó tan alta imparcialidad científica como
dotes de observación, le dieron puesto distinguido entre los auto-
ridades de aquella rama del saber humano. En cuanto it la lin-
güística, los trabajos de Gon 9 olves Días ( Diccionario (la lingua
tiqñ, 1858, 1 vol), Couto de Magallmcns (O Selmgen, 1870, 1 vol),
Varnhagen {lí, crista do Instituto), y Almcida Nogueira {Annaes
da Biblioteca de Rio Janeiro), demuestran que el tópico ha des-
pertado merecido interés.
Filosóficamente considerado, el espíritu informante de la li-
teratura liistorial brasilera, es desdeñoso para todos loa perío-
dos de nuestra historia. Nos e.xplicamos el hecho, por la es-
casa iniportancia concedida á un país cuyos destinos han estado
durante laigos años teóricamente en litigio para los políticos de
bufete, y como esa procedencia tienen los más eminentes his-
toriadores brasileros, no es extraño que el pcnsaniictito dominante
cu sus obras traduzca la orientación particular de sus autores.
Mas, sea ello como fuere, el material que con otros fines han
aglomerado en servicio de la verdad histórica, debe utilizarse
para provecho comün.
10. En pos de tantos países dedicados con ahinco al esclare-
cimiento de sus anales, comparece el Uniguay que apenas ha te-
nido tiempo de ilustrar los suyos. Nuestro mayor tesoro biblio-
gráfico documental, está encerrado en la compilación conocida
con el nombre de Biblioteca del Conurrcio del Plata, cuyas
páginas contienen las inapreciable.s colecciones de Yarda (D.
LVI
RESE5^ A PKELIiM f ^ A R
Florencio), Lamas (I). Andrés), y López (D. Vicente Fidel ),
á míís de varias monogi-afías sobre cuestiones de límites entro
Portugal y España, y diversos trabajos sobre tópicos americanos.
Le signen en impoitancia los Libros capiiuUires de Montevideo,
publicación emprendida por el doctor Mascaró cuando jefe dcl
archivo público, y continuada por su sucesor J). Isidoro De- Ma-
ría (4 vol). Después viene el Diario de Cabrer publicado por
D. Melitóu Gonziílez, bajo el título de Límite Oriental del
terHtorio de Misiones {Montevideo, 2 vol), con una introduc-
ción y notas del autor. Y cierra este cuadro, la colección de do-
cumentos hecha por el señor Fregeiro y publicada por su editor
bajo el título de Artigas (Montevideo, 1880, 1 vol), algunas pu-
blicaciones sueltas editadas o reeditadas cu Montevideo, y di-
versos folletos cuya enumeración no cabe aquí.
Respecto jí composición historial propiamente dicha, con re-
ferencia á los tiempos que abarca este libro, tenemos un frag-
mento de La Sota {Historia del territorio OHental, 1841), per-
teneciente al manuscrito cuya publicación ha sido prometida y
esperada tantas veces; los Estudios sobre el Río de la, Jdnta, por
Magariños Cervantes (París, 1854, 1 vol); los A.puntes histó-
1 ‘icos sobre el descubrimiento g población de la Banda Orienial,
por Larraüaga y GueiTa (reproducidos cu La, Semana, 1857);
los Apuntes para la Historia de la República, Oñenial del Uru-
guay, j)or A. D. de P. (París, 1864, 2 vol), libro muy desacredi-
tado entre los americanistas, y cuyo autor, oficial 1.® dcl Mi-
nisterio de Relaciones Exteriores del Brasil, era español de origeu,
se llamaba De Pasciud y solía usar el seud<5uimo de Adadus
Calpi en algunos de sus escritos; el Diario poético del sitio de
Montevideo bajo los españoles, por Figueroa, empezado tí pu-
blicar en el Mosaico dcl mismo autor, y reproducido íntegro cu
sus obras completas; los trabajos de D. Isidoro De-María ( C'on¿-
pendio de la Historia de la República Oriental — varias edi-
ciones, — Homlu'es Notables, Montevideo antiguo,)' otras); el Bos-
quejo Histórico de la República, Oriental del Uruguay, por D.
Francisco A. Berra, quien ha hecho bien de no emprender el re-
trato, pues con el bosquejo sobra para muestra; Artigas (Mon-
RESEÑA PRELIMINAR
tcvidco, 1877, 1 vol), y las Invasionefí inxflesas ni Rio de la
Plata (Montevideo, 1877, 1 vol) por Antonio N. Pcrcyra; Bio-
grafía de Artigan, por Antonio Díaz (Mont, 1879, 1 vol); El
General Artiga.'i, por Justo Maeso (Mont, 1885, 3 vol); Juan
Díaz de Salís y lu Pati'‘¿a de Juan Díaz de Salís ( B. Airea), tres
folletos comprendiendo una poldmiea entre los señores Lamas
y Fregeiro; Jñ'ay Bernardo de Ouzmdn, por el señor Ordoñana;
Amárifío Vcspncio, por el doctor Pérez Gomar (B. A ., 1880, 1 vol) ;
Historia del Urugtuiy, por Víctor Arrcguinc ( Mont, 1892, 1 vol);
Estudio sobre el escudo de armas tle Montevideo, por Andrés
Lamas; Artigas, por' Carlos María Ramírez (Mont., 1884, 1 vol),
estudio polémico al correr do la pluma, en que ostenta todas sus
galas este escritor privilegiado; y las historias del descubrimiento
y conquista del Río de la Plata por el P. Lozano y el P. Gue-
vara, editadas y comentadas por el doctor D, Andrés Lamas.
La prehistoria tampoco ha sido ohádada, aunque el número
de sus cultores sea escaso entre nosotros. Jm América preco-
lombiana del doctor D. Mariano Soler, actual obispo de Mon-
tevideo, es libro conocido, y Los primitivos habitantes del
Ur7iguay, del señor Figncira, es trabajo que promete un afa-
noso investigador en ese ramo. No cabe aquí la enumeracién de
otras producciones, que, elevándose á la geología pura, resultan
ajenas á la índole de esta obra.
Sería impropio decir que las fuentes de información se li-
mitan rf la bibliografía existente. El Archivo público, oi*gani-
zado y restaurado, constituye hoy un tesoro de informes ina-
preciables. Poseyendo el completo de los Lilrros capitulares de
Montevideo, cuya colección estuvo trunca durante muchos anos,
ha agregado á ella. la de los Libros de otros Cabildos del país, rf
miís de multitud de documentos que proyectan gran luz sobre
nuestro pasado. Asimismo, la Biblioteca Nacional, poseedora
también de libros y manuscritos importantes, estit en aptitud de
prestar serio concurso tí todo trabajo de reconstrucción.
Sin embargo, hay vacíos insuperables cu niiestrá historia, que
sólo pueden llenarse poniendo it tributo las colecciones parti-
culares de manuscritos. Uos aniericaiiistus distinguidos abrieron
LVIU
RESE5JA PRELIMINAR
las suyas al autor de esto libro, el general D. Bartolomé Mitre,
dándole copia del expediente formado por la Real Audieucia de
Buenos Aires, sobre la extiucidn do la Junta montevideana de
1808, y el doctor D, Andrés Lamas, facilitándole el Diario de
Audouaegui sobre la campaQa contra las reducciones jesuíticas,
las Memorias de Cáceres, actor eji las guerras de la independen-
cia, y varias correspondencias de Artigas con gobiernos y jefes
militares, k estos valiosos elementos de información, La agre-
gado el autor los (juc posee por sí mismo, y oportunamente apa-
recerán citados en la obra.
INTRODUCCIÓN
HISTORIA
DE LA
DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL URUGUAY
INTRODUCCIÓN
I
101 país conocido lioy con el nombre de Uruguay, fud
antigua eoinarca de tribus salvajes, descubierta por nave-
gantes europeos en los albores del siglo xvi, y desde en-
tonces destmada á soportar la accidn de las rivalidades
políticas, cpie durante tres centurias dividieron á. sus des-
cubiidores. En el correr de tan lai-go período, la socia-
bilidad nativa se despojó gradualmente de su barbarismo,
al (iontacto de las. mismas influencias contra las cuales
apuraba toda, su energía beli(! 0 sa. Por efecto de la lentitud
con que se vei’ificó esa labor, ni la raza primitiva fu6 to-
tíilmeute absorbida, ni la raza coiiípiistiidora impuso en
absoluto sus particularidades accidentales, iresultando de
tal combinación de equivalencias un pueblo destinado Íí
tener fisonomía propia.
4
INTRODUC'OIÓN
Dos naciones, por rlistintos conceptos ilustres, fran-
quearon al pueblo uruguayo el camino de su transforma-
ción, al disputarse la j)ropiedad del territorio donde fun-
daban establecmnicntos destinados á. pei’pctuiu* el progreso,
de que ambas eran depositarias y propagadoias desde los
comienzos <lel siglo xvi. España y Portugal, por la libe-
ralidad de sus institiuáones, la ciencia de sus escuelas, el
valor de sus navegantes y gucrrea’os, y la aptitud einpren-
dcílora de su comei’cio, ocupaban entonces el primer puesto
en el eoníderto de las nacionalidades. Exuberantes de
vida, se habían derramado ¡íor el mvmdo conocido, y en-
contrándolo pequeño, ecliáronsc á descubrir nuevas latitu-
des donde saciar su actividíid. Rivales, no se dieron punto
de reposo pai’a excederae, y de aquella rivalidad nació la
épocíi moderna, cuyos beneficios gozamos merced á sus
portentosos esfuerzos.
Las incidencias de la liTclia, tan miiltiplieadas como el
vaivón de las ondíis que la servían de teatro, arrojíii’on so-
bre las costas umguayas á los emisarios de la nueva ciri-
lización. Perdido en los mares, donde andaba á la buscii de
nuevas rubis para la India, aix)rtó Cabral por casualidad
al Brasil eu 1500, ingh-iendo así á Poriugal en la con-
quista de imas tien-as ya de.scubiei‘tas y exidoradas por los
españoles mi año antes. Sobre los datos suministrados i)or
aquellas navegaciones, en alguna de las cuales tal vez hi-
ciera papel secundario, organizó Jmm Díaz do Solís la que
debía mandar en jefe, descubriendo el Río de la Plata doce
años más tarde. De esta manera, los dos rivales que habían
partido de una extremidad del Atlántico, -lúuieron á en-
contrai-sc en la extremirlad opuesta, dueños de territorios
inmensos, cuya vecindad estimuló sus re.‘<entimientos.
tntroducckSk
Mientras explorahan las zonas descubiertas y tratabím
de poblarlas, ino\’íause entre sí cmda guen-a para quitarse
respectivamente aquello de que cada uno se creía despo-
seído, pues ni tratados ni eongi’esos tuvieron líi virtud de
disipar sas aprensiones. En defensa do ellas, eiuplcíu-on la
sagacidad política y las íirma.s, sobresaliendo los 2>ortuguc-
ses por lo que respecta á la habilidad de los manejos di-
plomáticos. Pueblo pequeño eji territorio, Portugal estaba
acostumbrado íí no liar la estabilidad de sus conquista,s ál
jicso de la fuerza, pues aunque valientes, eran escasos sus
soldados, y si el heroísmo les facilitaba la victoria, el nú-
mero les condenaba á la inferiortdad en la conservación
de lo adquirido. Por este motivo, sus hombres de giien’a
se hicieron forzosamente hombres políticos, y íí medida
que fué extendiéndose su imperio colonial, más vasto que
la antigua ]loma, mayor cuidado dedicaron al cultivo de
las artes de gobierno.
Favoreció notablemente las empresas de Portugal, su
situaeión geogi'áfiea, que colocándole en el exti-emo de la
península Ibórica, cuya quinta parte poseía, le estrechaba
por tieiTa contra Espíiña de un modo insalvable, no deján-
dole otra jDerspcctiva do ensanche que el mar. Em[)ujados
jDor este motivo los ix)rtugucscs al exterior, empezaron jjor
acometer la conquista de Ceutíi en la costa de Mamiccos,
y desdo esa piimcra posesión extratenitorial, concibieron
el í)lau de excursiones más lejanas. Con éxito vario las
pusieron en prácticii al travos de los continentes africano
y asiático, hjista que una tenacidad á pnieba de contrarie-
dades coronó sus empeños, no sólo en los dominios cita-
do.s, sinó en los de América (]ue la casualidad acababa de
abrirles.
6
INTRODUCCIÓN
La preparación para tan grandes desig?iios, la habían
elaborado en el sileiioio dcl estudio, y en las experiencias
muchas veces frustnidas del dominio marítimo. Desde 1290
ya tenían en Lisboa aquella célebre Universidad, que tras-
ladada más tarde á Coimbra, se conoce todavía hoy con
este último título. Una sucesión de reyes vei'daderamente
notables, que empieza con Dionisio do Borgofía y no con-
cluye en D. Juan II, preciu'sor del más ilustre de ellos,
había distribuido el saber científico y literario, y estimu-
lado la aspiración á levantadas empresas entre los súbdi-
tos del reino. Debido á semejante desarrollo dcl pundonor
nacional y los fuerzas intelectuales, se formó al fin el jdan-
tel de marinos y soldados que en el período de setenta y
ocho años (1420-1408) había doblado el cabo de Non,
descubierto el arclii piélago de livs Azores, el de cabo Verde,
las islas de Santo Tomás y otras, conquistado grandes te-
rritorios firmes en Asia y África, y fi’anqueado por el cabo
de Buena Esperanza el verdadero camino de las Indias.
lais instituciones de este [nieblo, originarias de las de
Plspaña, se basaban en los últimos progresos de su modelo,
superándolo á veces. Por razón de su tai’día entrada al
concierto de las naciones en el siglo xii, Portugal inde-
pendiente no tuvo que solicitar las crudezas del feudalismo.
El poder regio, apoyado en las municipalidades, imiicró
desde luego por encima de la nobleza. Las cortes, repre-
sentando las asiiiraciones de la nación, hacían oir sus que-
ja.s, é imponían el remedio de los males que las provoca-
ban. El comercio era en cierto modo libre para los súb-
ditos del reino, pues si existían reglamentos opresores, pe-
saban por igual para todos, pudiendo cualquier portugués,
noble ó plebeyo, dedicarse al tráfico comena'al sin otras res-
INTRODUCCIÓN
7
tricciones que las impuestas por el Estado, Jo cuaJ contri-
buyó á (jue se eiiríquecietícu tantos particulares en los via-
jes al Africa, y la India.
El obstáculo mayor para la conservación de sus con-
quistas, era la escasez de población colonizadora, pues Por-
tugal no podía irraclianse sólidamente sin enflaquecer su
organismo intemo. Así fuó que apeló á recui’sos extremos
y eontraproduceiites, como la sustitución de la pena de
muerte por el (íonfmainiento á las colonias, arrojando sobi'e
el suelo de óstas, un enjambre de criminales y judíos, que
mezclados á ciertas tiibus y pueblos corrompidos donde el
azar les llevó, formaron durante los comienzos de su domi-
nación, aquel infierno terresti'c que pintíui al vivo las car-
tas de algunos misioneros y viajante.s.
Con todo, las figimas dpi príncipe don Enri(juc, Vasco
de Gama, AlmeJda, Albuquerqne y Cabral, suavizando las
asperezas de este (íuadro de horrores, mue.sti’an que los por-
tugueses tenían una gran misión que cumplir, y estaban
á la altura de los deberes que ella les imponía. Las acu-
saciones interesadas de la codicia y Ivis faltas que la crí-
tica les enrostra, no son ¡xirte á mermar su gloria de emi-
sarios armados de la civilización cristiana, á cuya audacia
científica e intrepidez marcial, se debe la ini(;iátiva de las
grandes navegaciones que liicieron al niiuido dueño de sí
mismo.
Ei-ente á e.ste pueblo emprendedor y activo, se alzaba
España, que por el enlace de dos príucij^es podei’osos y
la conquista de Granada, acjababa de obtener casi á un
tiempo, su unificación nacional y la rcivindicíación de los
últimos dominios que le dispubiban los ái-abes. Tan ven-
tiuoso acontecimieiito, retardado basta entonces jK)r la
INTRODUCCION
constitución feudal de reinos independientes entre sí, unas
veces agrandados al acAso j otras snbdivididos entre tan-
tos señoríos ó pro\'incia.s como hijos dejaba cada monarea
al descender á la tumba, se realizó bajo el cetro de Fei'-
nfindo V ó Isabel I, llamados por autononiasia los reyes
católicos, quienes refundiendo en mía sola entidad loa
EstadoB de Castilla, Aragón y Navari’a, constituj’^eron con
el reino morisco de Granada, la sólida y temible monar-
quía csimñola.
Biete siglos de íuclia habían jireccdido a) coronamiento
de esta obra, en la que el pueblo español adquirió singula-
res dotes de resistencia lí la adversidad y mucha coníianza
en su propio esfuei’zo, estimulado por la uatimdeza de una
contienda que individualizaba el sacrificio y distribuía en
común la gloria de los triunfos. La reacción contra el
moro, empezando entre las lireñas de Asturias para con-
cluir en el asalto victorioso de Granada, concretó para los
españoles durante setecientos años los más nobles objeti-
vos que pueden iuteresar el corazón humiuio, sin disti*aerlo
im iba de esa tensión ijnpcriosa. Por eso fuó que al naeei*
como gran nación ante Euro2‘>a, llevaban consigo el sello
de la originalidad, uniendo al temple varonil y la disjiosi-
cióu aventurera de (pie habían dado muestras, la.s prácticas
de buen gobierno y la aptitud industidal que parecían
opuestas á aquellas cualidades.
Los tres Estados ctristianos de Castilla, Aragón y Na-
varra que el mati’imonio de Doña Isabel y D. Fernando
reunió cu un solo cetro, se baldía n formado en el molde de
instituciones propias antes de entrar á la unificación. Desde
el siglo IX según algunos, pero positivamente desde el
XI, tenía cada uno de dichos Eshidos, cortes con auton-
rMTÍ{()J)UCClÓN
ü
dad príviitiva fijar los gastos ¡ííiblicos y los dcl
monarca, ecJiai* imjíiiestos y fiscalizar su inversión, vigilar
la recta adniijiistracaón de justicia, ajirobar ó rei)robar
alianzas con el extranjero, scíiaJando el Jiíimcro de trojws
y loa subsidi(.)s con cjuc la nación debía concurrir, y jjor
último, determinar la sucesión do 1.a corona. K1 rej’’ man-
daba con un Co]iscjo comimesto do la ])riiiiej.’a uol.)lcza, al
cual se agregaba á veces, como en Aragón 3^ NavaiTa, una
diputación j^opidar, cuyo Consejo conocía con el monarca
de los negocios civiles, militares diplomáticos de ina}^!’
iini^ortmici-a;, no ])iKÜendo el prímíijie, sin sn consentimiento,
enajenar dominios de la corona, sermiar grandes j)ensiones,
ni ¡Droveer beneficios vacantes. Las (iiudades españolas
gozaban fiieius municÍ2>alcs que les permitían clcgii' sus
jueces, disti’ibuir los impuestos internos 3^ nonibrai- sus
jefes de milicias.
En la conquista y goce de estas libertades instituciona-
les, tuvieron gran parte las (nríamstaucias. Los defensores
de la iudcpejidencia nacional contra los moros, vagaron
durante mucho ticjiipo en la simi)Ie cojidición de bandas
de inslUTectc^’.^ Puñados de jxiisanos, salidos de las mon-
tañas y comandados j^or caudíllcjos atrevidos, liacían exclu-
siones más ó menos audaces al interior de la tienda, y ora
vencedore.s, oi’ii vciuúdos, se instalaban en el llano- ó se
replegaban á sus esconch'ijos. Para regularizar la vida de
esas colectividades incoherentes, una vez que la victoria
las fijaba eji alguna parte, fueron imiu’escindibles bis con-
cesiones de lo.s jefes. Primeramente se premió á los más
esforzados rcpaj’ticudoles la tierra, donde levantaron cas-
tillos ¡jara, defenderse; despuós fueron esos mismos caste-
Jlaiio.s, quicne.s convinieron la defensa de los que se les
10
INTRODUCCIÓN
agrupaban, á cambio de concesiones mutuas. Sobre el tipo
de esta sociabilidad feudal incipiente, se fonnó la nueva so-
ciedad cristiana, cpie al consolidai’se en el ti’anscurao de los
siglos, aplicaba en grande escala á las ciudades, señoríos y
reinos que iba fundando ó conquistando, junto con las
leyes de los visigodos, los ¡Didncipios de una proteiíción
recíproca incorporada á las costumbres.
La noción sumaria de las instituciones españolas, no
alcanza á dar idea de la multitud de códigos y leyes par-
ticulares que las articulaban en fonna positiva, y cuyo
reflejo se encuentra en dos gi’andes monumentos de legis-
lación que les han .sobrevivido: el Fuero Juzgo y las Par-
tidas. Cotejando estos dos cuerpos de leyes, proveniente
el primero de los visigodos y compilado el segundo bajo
la autoridad y cunsejos de dos reyes, uno de los cuales
conserva á justo título el dictado de sabio, prevalece sol)re
la estructura jurídica de las Partidas, el espíritu de vigo-
rosa libertad que trascienden las disposiciones dcl Fuero
Juzgo, cuyas extravagancias y rigorismos inherentes a la
ruda época cu que se promulgó, subsanan las adelantadas
nociones sobre derecho civil y criminal proclamadas y sos-
tenidas en el conjunto de sus preceptos.
Establecía el Fuero Juzgo una jurisdicción oi’dinaria,
que sólo sufría excepción para el rey y los obispos. Los
pobres tenían defensores y pi’ociu’adores giatuitos que el
Estado nombraba y costeaba. Los delitos no se castigaban
por la sola cunsideraciÓJi al daño causado, sino tambión
por la intención que les había precedido, distinguiéndose
el homicidio voluntai’io del premeditado, como asimismo
las resultancias de una sentencia judicial ei’rónea (pie apa-
rejaba reforma y apercibimiento, de la prevaricación que
INTRODUCCIÓN
11
era castigada cou destitución y multa. La iudi-solubilidad
de los vínculos matrimoniales, la libertad de los enlaces
antes prohibidos cutre coiupiistíidoi'cs y conquistados, la
dotación de la mujer por el marido y el reparto ix>r igual
de la |;orencia enti’e los hijos sin excepción de sexo, eran
precf^ítos del Fuero Juzgo, como lo eran tumbión el dere-
chQjíie defensa ante los ti'ibunales paj*a libres y esclavos,
y^|i apelación ajitc los obispos y duques de las prevaiica-
cíónes de los jueces.
El vigor de este Código subsistió en toda su integiiclad,
liasta. que I). Alfonso el Sabio ])Uso en práctica las Par-
tidros, vohicudo así al derecho romano excluido hasta
donde era posible por los visigodos. Divididas en cuatro
partes, eclcsiásti(;a, monárquica, civil y penal, las Partidas
eran una recoi)ilación metódicía y casuística que tenía por
base la legislación de JiLstiniauo, adicionada con deci-etales
de los Pajias, leyes de los godos y fueros ó cartas de las
ciudades españolas. Por empeñosa que fuese la solicitud
con que el rey sabio se esforzó en dar vigencia á su obra,
sólo sesenta años después de su muerte tuvo ella autoiidad
reconocida, cíoexistiendo, sin embargo, con el Fuero Juzgo,
cuyos preceptos luuicA se derog-íiron totahuente. Estaba
reservada á los llcyes Católicos, la gloiia de impidsar la
compilación de un (código, que reuniendo tantos elementos
esparcidos, resultase de aplico ción general á todo el reino,
y esa fuó la obra que emprendió bajo sus auspicios Díaz
de Moutalvo, concluyendo y dando á luz en 1485 las Oi'-
denanzas Reales.
Inaugurada para pjspafia. la époco de su mayor gion-
deza, con la conquista de Granada que la completaba en el
interior y el dcsculn-imiento de América (juc abi-ía en el
Dom. Ksp.— 1.
12
INTRODUCCIÓX
exterior perspectivas sin límites á tocias sns anibioioues,
los españolas se encontrai’üii al mismo tiemi)o con im pre-
cioso elemento de comuiiicacdón, que era su idioma propio.
La redacción de las Partulm en el siglo xm, había, fijado
el porvenir dcl habla, castellana, llamando á un vocabu-
lario común, las mil voceas clispeims que corrían en los
Romances populares y en las ciulas foi*al(ís, y depurando
á la vez el lenguaje oficial de los resabios con que el latín
bárbaro de los visigodos y los dialectos locales, antcidores
ó derivados de aquél, entorpecían su necesaria soltura. Esta
expiu’gación verificada por el regio codificador, dio m chito
á la consoHdíición de un idioma., todavía rudo, pero ya in-
dependiente y apto para recibir el pulimento artístico que
dos siglos de trabajo htei’ario debían ai3ortaiie más tíirclc.
Coincidiendo la solución de este problema capitalísimo,
con el reinado de loa Reyes Católicos, la nación, sin des-
deñar el culto de la fe ni el brillo de las ajanas, se cnitrc^gó
con afán al estudio y al trabajo. La nobleza española, sin
distinción de sexo, se desparramó por las universidades, y
hubo príncipes de la sangre? y mujeres de alto rango que
ocuparon cátedras en Salamanca, y Alc;alá, para explicar
retórica ó comentar los clásicos giicgos y latinos. Abrié-
ronse academias cuya reputación creció muy luego, en Se-
villa, Toledo y Granada, regidas por sabios maestros, mu-
chos de ellos traídos del exterior á expensas del gobierno.
Por este medio tomaron vuelo los estudios literarios y
científicos, cultivándose al igiud bus buenas letras, la juris-
Ijrudencia, las matemáticas, la agronomía, la cosmografía
y la historia. I^a imprenta, que desde 1474 había sido in-
troducida, i'ccibió amplia protecdón del gobierno, quien
decretó lilu’e á la. vez, la imjjortación de libi’íjs extranjeros.
INTCODUOCrON
13
Por otro lado, la situación industnal y comercial de Es-
pafía, presentaba el más satisfactorio aspecto. Debido al
talento administratiYO de los Ee^^os Católicos', habían dcis-
aparecido grande-s trabas que dificultaran otrora el dea-
aiTollo de los intei'cses materiales. Abolidas bastantes eon-
tribuciones aduaneras, construidos muchos puentes y cal-
zadas, establecida la unidad de la moneda nacional y de
los pesos y medidas, las industi-ias agrícolas, fabriles y de
transporte ad(^uirici’on notables aumentos. Sevilla llegó á
contar i 0.0 00 telares de seda, y Segovia destinaba á sus
fábricas 34.000 obreros y 4:500.000 libras de lana. En
Burgos y. Medina del Campo las gi’andes ferias ponían en
circulación valores representados por papeles de comercio
y lingotes de metal fino, que llegaron á computarse en
más de 130:000.000 de pesos de nuestra moneda. Bar-
celona reivindicaba para sí la gloría de haber establecido
el primer Bíinco de cíimbios 3 \ncgotdos que existió en Eu-
ropa, y formulado el prímer Código marítimo cuyas pres-
cripci^; íes formaron durante toda la Edad Media la juiis-
prudé cia mercantil europea. El comercio marítimo es-
pañepí de la época (1512-1513) enipleíiba próximamente
lOOj navios, y el de cabotaje 1500 embarcaciones de me-
nor-larga.
Bajo los auspicias de esta situación dichosa, impulsaba
Espafia la serie de exploradoncs y descubrímicntos que el
genio de Colón había abierto á su actividad ocho años
antes, cuando répentinamente se le presentó un compe-
tidor, apareciendo Portugal en la tieira americana, conduci-
das sus naves por el azar de las tormentas, á las costas
aboi'dablcs de una porción continental cuyos puertos fue-
ron desde entonce.s, seguro refugio paia bis naves portu-
14
INTRODUCCIÓN
giicsas, que en su camino al Oliente, habían carecido
hasta allí de apostaderos intermedios donde albergarse y
refrescar provisiones. Los españoles, que buscaban tambión
un pasaje al Oriente, para compartir su comercio, dcspadia-
ron varias expediciones á esc efecto, una de las cuales des-
cubrió en 1512 el llío de la Plata.
II
La jurisprudeiuia de los pueblos cristianos establecía,
que el primero en tiempo para ociqiar posesiones de in-
fieles, re.sultaba primero en derecho para conservarlas bajo
su dominio. Tan uniforme era el acatamiento prestado á
ese aforísmo, que se le tenía por regla imioncusa j^ara pre-
venir toda ulterioridad en la posesión de lo adquirido, y si
los príncipes cristianos bus(«d)an la benevolencia de la
Iglesia en sus empresas contra infieles, no era porque
aquólla contradijese la. doctrina, sino i)orque, celosa de su-
bordinar á la ley moral todo designio de engrandedmicnto,
pugnaba para que la projiagación de la fe constituyese el
principal objetivo de las conquistas cuya bcndidóii se le
pedía de antemano. Al amparo de esta sanción del dere-
cho público existente, plantaron lo.s portugueses su ban-
dem en las posesiones del Áñ-ica y la India, y por idén-
tica conformidad habían surcado los españoles el Océano,
apropiándose las tierras americanas que descubrían.
Empeñados cada vez más en el logro de sus vastos pro-
yectos, se extendieron loa navegantes españoles por el con-
tinente del Sur, luusta dar con las costas bi-asileras. Alonso
IN-rRODUCClÓN
15
fie Hoje(k, imveg’ando (íon Jirui fifí la Cosa y Aniííríco
Vcspuoio, encontró tierra en Junio de 1409, hacia la lati-
tud de 5 grados al de la ^Equinoccial, ó sea, según so
cree, en la embocadura del río Pivankaa ó Apody. De
Enero á Abril de 1500, Vicente Yáfícz Pinzón descubiió
el Aiiiazonaa. Entre Abril y Mayo de 1500, Diego do
Lepe cntr(5 con dos carabelas por las alturas en que Pin-
zón había navegado, y exploró el país. De donde se si-
gue, que Cabra!, navegante portugués anibado casualmente
en 3 de Mayo de 1500 á las costas brasileras, arribaba
i1. los dominios de un príncipe cristiano, que por haber
sido primero en tiempo para ocupar aquella ticn-a de in-
fieles, resultaba primero en dei-ccho paia c*onsci”\^ar su pro-
piedad.
Pero si esta conclusión emanaba de la jurisprudencia
general admitida, se producía otro hedió que la modifi-
caba en lo relativo a las relaciones existentes entre las co-
ronas española y portuguesa. El tratado de TordesiUas ce-
lebrado en 7 (le Junio de 1494, dividía en dos jiartes
iguales el mundo desconocido, poi‘ medio de una línea
ideal que arraiKíañdo á 870 leguas de las islas de Cabo
Verde, debía, cruzar el Océano de polo íí polo. Todo lo
(pie hasta allí se hubiera hallado 6 descubierto, ó en ade-
lante se descubrieiti yendo desde la línea hacia el Levante,
quedaría de absoluta pertenencia del rey de Portugal y
sus sucesores, y todo lo que en iguales cojuliciones se ha-
llase hacia el Poniente, quedaría de absoluta pertenencia
del i*ey de España, y los suyos. Si por cualquier eventuali-
dad, los barcos portugueses descubriesen continentes ó is-
las comprendidas en los límites de la demarcucióu espa-
ñola, luego serían devueltas dichas posesiones á España, é
16
INTRODUOOIÓN
igual devolución se haría, á. Portugal si los españoles des-
cubiiesen continentes ó islas comin-endidas dentro de los
límites de la demarcadóii portuguesa. Se e.stablccía el plazo
de diez meses, contJidos desde el día de la fedia de la ca-
pitulación, para que los dos gobiernos contratiintcs nom-
bi-ascn comisiones científicas destin/idas á fijiu* el pimto de
arranque de la línea, á la altura convenida.
La deficiencia priniordiid de este ti'atado, consistía en la
dificultiid de cumplir rigorosamente .sus cláusidas mientras
el punto inicial de la línea divisoiia fuese motivo de con-
troversia, Y siendo como cimi entonces, tan imperfectos
los medios para resolver problema.s de cosmogi’afía y náu-
tica, y tsm frecuentes las modificacioneij con que los descu-
biámientos alteraban á cada instante la ubicación presu-
mible de las tierras ultramai’inas, no diez meses, pero iii
diez años, según lo demostró la experiencia, bastaban paia
concortlai* las voluntades en el propósito de fijar la línea
divisoria Un precedente, empero, quedaba establecido con
la aceptación por ambas partes del tratado de Tordcsillas,
y era que portugueses y e.spañoles al dividirse el Océano
por initíid, liabími rcgidado los límites de su acción recí-
proca sobre las tierras desconocidas que le^ brindase la
suerte ó la ciencia de s\is jiautas.
Partiendo de esc acto indiscutible, los portugueses ja-
dían adueñarse del Prasil, hasta cierta extensión que está
lejos de ser la actual de aquel país, pero quedaban exclui-
dos del Río de la Plata, cuya existencia nunca habían
presumido, ni menos pudieron englobar desde entonces
en sus cálcidos de engrandecimiento futm-o, según lo de-
jaron sospecha)* más adelante. Declaraciones oficiales y
solemnes Lecha.s por ellos durante el siglo xvr, negán-
I.NTRODUCCTOX
17
(lose it eusíinclmr los límites clcl Brasil, demuosti'an que
en esa época no alegaban dcrcdios ít lo reclamado más
tarde. Cierto es que sus tenientes del Brasil, emprendie-
ron excumones armadas hasta el interior do los domi-
nios jilatenscs, pero contenidos por la mala suerte y la
prote.sta, aceptaron los hechos ooiLSumados; y esa ix)lí-
tica estaba vigente, cuando Portugal entró á formar parte
de la monarquía española ( 1580 - 1640 ). Fué recién á
fines del siglo xvn, que los portugueses, de nuevo inde-
peiulientes, cambiaron de actitud y apelaron sm escrúpulo
ú todos los medios (pie les sugería la ambicdiin, para le-
gitimar sus pretendidos derechos sobre el Río de la Plata,
emj^xífíándose en la conquista del Ui'uguay, como paso prc-
hminar de ulterioi-es actos posesorios.
En servicio y oposiciiin de semejante plan, se vieron res- ^
pectivamente obligados ambos rivales ú emplear recursos
extiiiordinariüs de iiigeuio y fuerza, haciendo mudias ve-
c(^^s materia de conflagración europea, la disputa de algún
trozo de territoiio que los mismos negociadoius no sa-
bían ¿i pimto fijo dónde ubicaba. Herida España en su or-
gullo y Portugfd en sus ambiciones, con motivo de esta
poifía que duró dos siglos, persiguieron la posesión del
Uruguay como un ideal político que decidía su respectivo
prestigio, y así se explica que la una gastase en ese intento
mayor número de hombres y caudales del que empicó en
las conquistas de Méji(X) y el Perú jimtos, mientras el otio
agotaba las energías* de su diplomacia y los fondos de su
exliausto tesoro para eclipsar ú su rival.
En el (íurso de la lucha, fueron varias las alternativas
con cpie el éxito coronó los esfuerzos de los contendores.
Portugal fundó la Colonia, de donde fué inovocablcmente
18
IXTRODTrCCIÓX
tlesalojaclo, é intentó poblar Montc’sddeo obligando íí Es-
paña íí. sustituirle, pero aiTobató Santa Catalina, Río-
graiicle y las Misioiies, mutihunlo los límites iiatimJes dcl
trazado necesario á una poderosa nación futura. l<3ste re-
vós, sufrido por la diplouíacia y las armas españolas, dio
origen al pi’oblema cuya solución depende todavía de los
secreto.s del tiempo.
La cau.sa de que España obtuviese resultados tan me-
diocres eii propoi’cióii á los recur.sos empleados, provino de
circiu estancias complejas, (!uyo conjunto no impide discer-
iiiidas (;on claridad en el \usto cuadi'o de su dominacióu y
gobierno. Desde luego, contiibuyó á e.steriliza.r toda inicia-
tiva fecunda en orden al ci’ecimicnto industrial, el si.stcjna
pvoliibitivo de comercio (^uc .secuesti'ó del trato dcl uumdo
*á las nacientes colonias del Río de la Plata, y c.special mente
al Uruguay, víctima de hostilidades militares internu.s y
externas, y de las )nal entendidas (ionvenieneias de sus ve-
cinoB. 8 i a- e.sto se agrega (pie la ejecAicíón de los planes
de conquista ó flefeiisa, ñvó mndnis veces cnnfiadn á la
impericia ó el interés .sórdido, ,se tciulrá la (dave dcl resul-
tado negativo de tantos c.sfticj-zos hechos por la Metró-
poli, con mejor voluntad que discernimiento.
Las j)rimeras instituciones con que España debía gobei’-
nar durante tres siglos sns dominios ameii canos, son cou-
temporéiieas del descubrimiento del Nuevo -mundo, 3 ’’ ac-
tuaron eficazmente en el régimen adoptsido al efecto. De
las más njitigua.s fué la Casa da Conlr (dación, fundada el
año de 1503 en Sevilla, á oiyo cuidado se puso el tráfico
con las colonias recién descubieiias 3 ^ hi.s que en adelante
se de.scubriesen. El espíritu exagevaclaraente conservador de
los oficiales de la Casa, sus conexiones con los mouopolis-
INTRODXJCOlÓy
19
tas más celebres, y Ja nitina que es parte muy apropiada
á petrificar las ifleas en corporaciones de este gánero, se
eiiunciaron desde los primeros días en las resoluciones que
aconsejó, y fueron acentuándose á compás del tiempo.
Cediendo á tales preocnpsuáones, el tnífico con Amórica
fué sometido á toda suerte de reglameiittis proIiibitÍA'os.
Señalóse á Sevilla como puerto único para el comercio
entre la Metrópoli y sus nuevas posesiones. Se dctejiuinó
que k»s na^^os de la cavi’cra de Indias debíau ser natu-
valcs, en el doble concepto de pertenecer á vasallos csjra-
ñolos y ser construidos en los doiuinios del reino. Fuó ne-
cesaria una licencia especial del monarca, para que á pesar
de estas precauciones, pudiosen sus súbditos dirigirse á las
Indias, y la embarcaiáón que lo hiciera había de ser es-
crupulosamente visitada antes de la partida, por un em-
pleadí) (jue tomaba de su oficio el nombre de imiiador.
Estaba j;)ro}iibido (targar pai’a Américu, piezas de oro ó
plati labrada, jiicdras y perlas engastadas 6 por engastar,
monedas de oro, plata y vellón. Al lado de estas probibi-
ciones, había por entonces luia de elevada moj’al, que im-
pedía embarcar para venta, nogod(J ó ayuda, esdavos blau-
cos ó negros.
Con mucho rigoi’ se pusieron en vigemáa todas las dis-
posiciones mencionadas. El comercio español, que suponía
abierto un nuevo camino it sus (¡oír /íinaciques de lucro, se
encontró biulado poi’ reglamentos oin inílexililcs como los
empleados que los ponían en ejecución. Había una e>{pecie
do misterio que rodeaba cuanto atañía á la navegación de
las ludias, siendo así que hasta las mismas exi)ediciones
costeadas por la coi’ona ó alentadas de sus dádivas y pro-
mesas, tenían que soportar la más escrnjHilosa inspección
'¿o
rNl'RODnCCIÓN
jwevia. El puerto ele Sevilla era i la vez, el ojo, la maiio y
el espú'itu fiseal puestos en acción sobro todo baiw que
aparejase para ultrajuar. Co]i todo, aparecían de cuando en
cuando pequeños fraudes, infracciones y contrabandos que
alarmaban ú. la Casa de Contratación, desmintiendo la efi-
cíicia de sus medidas. Se supo do viajeros que habían em-
barcado plata labrada pai'a América, y hasta Jos hubo que
iuti-odnjeron en ella, desde Canarias, esclavos comprados
en este último punto. El ri^or de la.s disposiciones jn’ohibi-
tivas creció en seguida tí causa de tales desmanes, y los
visitadores perdían el sueño j)or dar caza íí los contraban-
distas.
Además de lo que proccptuabtm los i’eglamentos / ha-
cían las oíicinjis, encontraron conveniente los Reyes Ca-
tólicos asesorarse en los negocios de América, de persorms
idóneas enn residencia luibitual en la corte, y á ese eferito
constituyeron una especie de consejo. Lo jjrcsidía casi
siempi*e el obispo de PaJcncia, que gozaba fama de enten-
dido en la materia, y formabaji paite de éJ, entre otros, el
liciínciado I.aiis Zapata, á quien llamabtin I\*ey chiquito por
el mnebo favor que I). Fcrnajido le concedía. Esta junta
de hombres doctos, resolvía cuestiones de entidad cmi re-
lación al gobierno, población y tidministración de las tie-
rras que se iban descubriendo, y Aono á hacterse necesaria
para el servicio pábUco. De ella nació más tarde el Con-
sejo da IndiaSy vaciado en el molde, aunque no compuesto
de las mismas jDer-sonas que la costumbre había consti-
tuido en corporación.
Creada, la Casa de Contrataeión para reglamentar las
operaciones coinei-cLales, y el Cornejo de Indias pai’a in-
tervenir en las medidas de golVierno, se hizo sensible la
IXTRODUCCIÓX
21
necesidad de someter á inspección idónea los hombres de
mai‘ que condujeran expediciones descubridoras ó coloni-
zadoras, y por lo tanto, weóse eji 1508 el c-tu^o de Piloto
Mayor del reino. Este empleo ej’a yn completamente cien-
tífico. Su proN'isión se ofec-tuaba, convociando en las uni-
versidades y jíiievtos más conocidos de f^spaña á los me-
jores jálotos, que debían optar al cargo por oposición.
A reriguada la cajDacidad de los postulantes, el Rey, previo
informe de la Casa de Contratación y di(*ta.mcn del Con-
sejo de Indias, elegía el (¡andidato que halna dado maj’^ores
pruebas. Las obligaciones del nombrado ei*an muy gi-aves.
Trazaba las cartas geográficas, examinaba á los lálotos que
liacían la carreja de las luchas, ccnsm*}iba al catedrático
de cosmografía, y atendía á la buena fabricación de los
instrumentos de navcgai’, que se hacían bajo su inmechata
fiscalización.
Obedeciendo á este triidc impidso comercial, guberna-
mcnbd y científico, partían las expediciones destinadas á
descubrir y poblai* las tierras del nuevo continente, pero en
lo que al Río de la Plata se refiere, y miidio más cu lo
tocante al Uruguay, cjisi nunca se curaj^lía lo convenido
enti*e la corte y sus cajátanes. Annamentos marítimos
considerables y expediciones numerosas de soldados y co-
lonos, fnei’ou distraídas del objeto que nccesarianicntc ase-
guraba su tnujifo. El incentivo del oro, llamando la codi-
cia á descubiir yacimientos y criaderos hacia el interior de
ima zona territorial que no los prometía en sus costas, es-
terilizó las mejores ocasiones j)ara coiistituir una domi-
nación íu’inc sobre el suelo uruguayo, que debía ser más
tarde sjuigriejito teatro do competcnoia,s aimiadas, y mieu-
tmslos experheionarios españoles enflaquecían sus eleraen-
22
INTKODUCÍJIÓN
t«s (le acción en Incluí con lo desconociclo, los portugueses,
espiando sus pasos desde las vecindades del Brasil, iban
previniéndose á arrebatarles lo que ellos despreciaban en
su ignorancia.
Al fin, y solamente con la fundación de Montevideo,
becba dos siglos dcsj^iuís del descubrimiento del país, tomó
la contienda proporciones lógicas en lo militar y en lo po-
lítico. Ibia gobernación soldadesca, que paulatinamen se
transfonnó en gobierno regular por bi fuerza de las .osa.s,
(lió á los españoles posesión sólida en aquella parte del te-
rritorio destinada á ser barrera incontrastable de las aspi-
raciones del enemigo. La sociabibdael ciistiana, an'aigán-
dosc en el litoral y dífundióndosc al interior, pronto (íam-
bió el aspecto de los fortmes y raneberías (tonstmídos para
deienderse de los naturales y los ¡lortugne^ses, en poblacio-
nes sometidas á policía, de acuerdo con lo admitido por
tal (íoncepto en las Leyes de Iiubas, que fueron la pri-
mera simiente institucional arroja(bi al surco de imesti’a
oi-gaui'/ación pobtica.
En el mísero ti’azado de esas poblaciones, frente al
cuartel nació el cabildo, y próxima á estos dos, la iglesia
(íon su escuela en el interior y su cementerio al flanco,
constituyendo tan abigarrado conjunto las proyecciones
timgibles de la ^úda ciudadana. De las primeras disijutas
entre labriegos y soldados pobladoi-cs, tranzadas alternati-
vaiuente por la autoridad del cm’a psfrroco, que -era su (Ü-
rector espiritual y el maestro de sus lujos, ó por la i*a/.(in
de la fuerza que solía prevalecer con mós frecuencia de la
debida, provino la resistencia cívica encarnada en los ca-
bildos, contra el predominio militar sostenido poi' los go-
bernadores y sus tenientes. La forma grotesca de piellas
INTRODUCCIÓN
23
manifestaciones iniciales, fué, empero, suavizándose, á me-
dida que se ilustad)an unos y otros en la tutela de los in-
tereses á su cargo.
Sometidos por la victoria, ó atraídos los menos ariscos
por convenciones y ]3actos que les garantían una libertad
pasable, ingresaron muchos naturales del país á las pobla-
(áones nacientes del Sur, y otios fueiX)u distiibuídos en las
Misiones jesuítiéis, de donde se repatriaron, ya aptos pm’a
el trabajo indusüial, ellos ó sus hijos, cuando los portu-
gueses se hicieron señores de aquellos dominios. Con esto,
el progreso de la civilización scdentíiria entre los indígenas
que había empezado en 1024 con la sumisión pacíficía de
los chanda, tomó creces, extendiéndose sobre las márgenes
de los principales ríos y aprovechando las mejores campi-
ñas. Solamente quedaron en pie, irreductibles y bravas, las
parciuhdades (pie miraban en el conquistador im intruso
al cual debían combatir sin tregua, y ésas prcífirieron la
persecución y la muerte, á un vasallaje que vulneraba la
independeneda temtorial y su libertad propia.
Pero cuando se comgieron los eirorcs cu (pie la imix;-
ricia ó la sed de riquezas indujo á los tenientes de España,
echóse de ver lo ati’asado de las fórmulas que aplicaba la
Metrópoli para consen^ar su conquista. Bien que los me-
dios empleados, obedeciesen á un régimen de gobierno que
bajo el nombre de sisiema colonial, jnevalecía en todas
las naciones europeas poseedoras de dominios ultramari-
nos, no era menos cierto que España lo había exagerado
en el Uruguay, condenando el país á un secuestro con el
exterior y á la sumisión de luia ignorancia industrial, que
superaba cuanto liiciera en el mismo sentido cx)n sus de-
más posesiones americanas.
24
INTRODUCCIÓN
El mayor ramo de incliistiia que suplía las necesidades
materiales de la incipiente sociabilidad uruguaya, eran los
ganados, y esos se habían multiplicado por la dispersión
casual de algunos grupos de vacimos y caballares traídos
al Plata en los comienzos de la conquista del suelo. E.ste
hecho imprevisto, toinsíormó las condiciones jirimitivas
del país y s\ls habitantes. La vegetación bulbosa t'ud arra-
sada y .sustituida por los pastizales y cardales que hoy co-
nocemos, y las tribus nativas se hicieron ecuestres y ear-
nívora.s. Siendo desde entonce.s la carne un consumo de
primera necesidad, los elementos accesorios para su diver-
sificación y transporte, se arrancaron de los bosque.s, des-
tinados á suministrar leña., carbón y maderas giTiesas. De
modo que aquella producción semoviente y este concui’so
accesorio, constituían el tínico recinso propio con que aten-
der á las exigencias de la vida, y de <51 se deducía el rema-
nente para favorecer un interc-ambio, restringido ]>or las
reglamentaciones más severas.
El telai', la curtiembre, el cultivo de la AÚd, artes rudi-
mentarias de todo pueblo destinado á una civilización enn-
sistente, y capitalísimas en un suelo donde llegaron á su-
perabundar los gimados y se iiatmalizaban todas las semi-
llas, fueron excluidas de la enseñanza industrial de los
uruguayos, quienes forzosamente debían recmiir íí España
en procura de vinos y ropas para soportar la intemperie.
Reclutadas las primeras emigraciones colonizadoras entre
lo más ati-asado de la Península ó sus dominios, no vino
con ellas, la hacendosa mujer que teje la blonda, ni el
plantador del oUvo ó la morera que hacen de su industiia
una mina. Como no había libertad de navegación, ni estí-
mulos que impulsa.sen el cabotaje, los nos eran un obsta-
INTRODUCCIÓN
25
culo más bien que umi facilidad para el escaso movimiento
interno, y gracias si el caballo y la carreta proveían las
exiguas necesidades del tríínsito.
Las ciudades, que entonces eran tres, Montevideo, Mal-
donado y Colonia, arruinada esta última por D. Pedro de
Ccvallos cuando la reivindicó pai:a España, constituían su
mayor renta con los derechos de acarreo y puertos, provo
nientes de ciertas importaciones europeas y de la exporta-
ción de productos natiu’ales por cuenta de compañías pri-
vilegiadas. Los demás ingresos rentísticos nacían de los
derechos pagados al fisco por algiums caleras y hornos que
suministraban elementos de coustrucción, varias atahonas
y molinos donde se trituraba el grano y se fabricaba la
harina, algunos saladeros que preparaban sebo, grasa y ta-
sajo, }'■ lo que producía el tributo anual sobre la propiedad
raí/, que dio origen á nuestra actual contiibiición inmobi-
liaria. Del conjunto de estos recursos salió el peculio para
edificar los templos, edificios públicos y fortalezas que nos
dejó la dominación española, así como para equipar las
trojias que combatieron á los ingleses, j suplir las necesi-
dades de la Península cuando guerreaba contra Bonapartc.
Por lo que respecta á los demás centros de población,
tuviesen ó no puertos, vegetaban en triste languidez, ateni-
dos á sus sembrados, y cambiando el remanente de la co-
secha por ropas y productos comestibles cuando había
oportunidad. Los hacendados que tenían casa en los pue-
blos, no la frecuentaban sino los domingos para asistir á
misa, así es que muy poco cooperaban al adelanto local.
La iuti’oducción de esclavos negros, cuya nativa torpeza
sólo se sometía al i*igor de tratamientos dmisimos, no re-
portó otros beneficios al progi’eso material que el aumento
26
INTRODUCCIÓN
de peones para los saladeros y estancias, y de criados para
las casas pudientes, distanciando así á los liijos de los co-
lonos de los oficios jornaleros ó serviles que se tuvieron
desde entonces en cuenta deshonrosa.
El j-esto del país, ó lo que en lenguaje criollo se lla-
maba la campaña, era un desierto, donde pastaban á su
albecbio los ganados. IntcrmmpÍH aipiella. soledad, á largos
trechos, la silueta de los edificios de alguna estancia ó pul-
pería, pues fuera de esas construcciones de tipo peculiar,
ningiiu otro indicio de la vida huuiana se revelaba, (i no
ser la liioza del jiastor ó el montara/., escondidas entre la
frondosidad de los bosques. Eran los relieves pedruscosos
del terreno, albergue de loa muertos, á quienes llevaban
hasta allí, amarrados al caballo y sostenidos ])or dos ma-
deros cruzados en forma de asta.s de molino, sus parientes
y amigos, á falta de cementerio donde enterrarles.
La población campc.siua se dividía en ü’es grupos ; los
eslanc/ievos, quienes en su calidad de jiropietarios de gran-
des zonas territoriales y numerosos ganados, fo'inabau la
clase superior; los jmlpcrofi, (pie siendo expendedores de
bebidas y ropas, representaban el comercio; y los pastores,
comprciididudose bajo tal calificativo una indíiniita pleb(í,
descendiente de españoles y portugueses, de negros é indí-
gena.s, maleada por el vicio del juego y la pasi(5n de las j’C-
yertas, sin más habilidad (jue el manejo del caballo sobre
el cual vivía casi todo el tiempo, ui otro sentimiento artís-
tico que la inclinación á la músi(!a en cuya audición se
absü’aía, pues los afectos íunorosos no le inspiraban oti’o
deseo que la satisfacción carnal. Esta tíltima clase, de
entre cuyas entrañas salió el gaucho, con ser tan menes-
terosa y andariega, no tenía, .sin embargo, proiieusiones al
INTRODUCCIÓN
27
robo, j sil generosa liosiátívlidad con el transeúnte (jiic gol-
peaba á la puerta de su« chozas, no desdecía de la prover-
bial del estanciero.
Sobre el conjunto hcto’ogeiieo de taiil,os elementos ur-
banos j j’urales, imperaban con intenuiteiicias frecuentes
las Leyes de Indicts, que eran mía disminución del dere-
cho píiblico español, aplicada en dosis prudenciales ú. los
pueblos americanos. J.^a jiart-e ominosa de aquellas leye.s,
relativamente á establecer categorías imposibles en un j>aís
donde reinaba la igualdad por disposición genial de sus
habitantes, se había cumplido lí la letra, prove3'endo á la
fonnación de emwniícndas que se rb'sol vieron por sí mis-
mas, y haciendo venales los oficios de justicia^ Tero la
pai’tc sustancijd refenaite á la fundación y arraigo del go-
bierno civil, ésa andaba á mercíed de los gobernadores mi-
litares, quienes sufrían de mal grado los reatos de la ley,
y la abrogaban en cada caso que les inducía á decidir en-
tre su criterio propio y la disposición prcexist(}ntc y es<;rita.
La controversia de los derechos de unos y C)tros, repi-
tiéndose casi á diario en las ciudades, tuvo su resonancia
en los campos, donde los más ilustrados aprendieron que
había medios de resistir á los gobernadores, al arrimo de
la ley que ponía coto á sus dc.smanes. Cobrui’on impor-
tancia los aibildos, como defensores de aquella ley auspi-
ciosa, y sus magistrados, al recorrer los campos para in-
formarse de las necesidades públicas, empezaron á ser ob-
jeto de simpatías. Por razón del tiempo, los empleos de
cabildantes fueron recayendo en liijos del país, de manera
que la resistencia cívica á los atropellos del podei* militar,
encarnado en los gobernadores españoles, •sdno á (picdar
bajo la dirección de los naturales. Los califtcativos de yo-
UOJT. Esp.— I.
28
TN'rUODTrCCTÓN
dos y de crioUos con que unos á otros se designaban, die-
roji asidero á divisiones insoldablcs, eoiKíliij'eiido por con-
siderarse al español 6 (/odo como intiaiso, y al uruguayo ó
criollo como dueño exelusivo do la tierra.
III
Mientras la: rc.sistencia á una. dominación que ya se re-
putaba extranjera, tiió encabezada poi* la barbarie, no ]X)-
día. (;aptars(í el apoyo de los lujos del país ilustrados en la
civilización cristiana, p(iro luego que maduró la edad y
crecieron los intereses nacidos al calor de esa. misma civi-
lización, otras pcrs])ectivas se abrieron lí la inteligencia y
ambiciones de los Iiombres. Por secuestrado que estuviera
el Urugua}'^ al contacto del mundo, el desarrollo de su pro-
pia sociabilidad debía irle mostrando el pupilaje inmere-
cido en que ^dvía, Cerrados sus puci-tos al comercio, bmi-
tada su ilustración á un nivel tan primario (pie desdecía
de la. vivacidad natural del pueblo, nulificada la ilqueza
del suelo por la táctica monopolizadora que lo destinaba á
una inmensa vaquería, excluyendo de él toda indiisti’ia ó
extinguiéndola en gei-men, como lo había hecho Salcedo al
arrasar lo.s viñedos y olivares del ejido de Colonia, y los
gobernadores de las Misiones jesuíticas al destruii’ en ellas
las fábricas, loa talleres y las imprentas, era imposible que
una reacción contra tutclaje hin despiadado, dejase de pi’o-
duch’se y estíillaj’ en el momento oportuno.
Las invasiones inglesas de LSOO y LSO?, dieron méiito
á esa reatíción, en el doble sentido militar y social que la
I^'TK()DÜCOJÓX
29
lúzo decisiva. Por efecto do la reconquista de Buenos Ai-
res y las empeñosas aumpie infortunadas luchas en los al-
“rcdedores de Montertdeo, Maldonado y Colonia, se mani-
festó cnü’e los uruguayos el pundonor nacional, hasta en-
tonces latente á la e.spera de hechos gloriosos y concretos
con que viiiciulurse. Las incideucáds altemativainente fe-
lices ó desgraciadas de aquella primera, guerra hecha por
cuenta ¡u’opia contra una nación europea, les dió la tradi-
ción común y la pci’sonei’ía que necesitaban para ser un
pueblo. Hombres venidos de todos los ámbitos del país,
hacendados y pastores, cabildantes y milicianos, incorpo-
rados á los hijos de las más pudientes familitus de las ciu-
dades, se conocieron, se trataron y combatieron juntos al
invasor, llevando al volver á la vida normal, recuerdos i’e-
cíprocos y amistades sinceras que constituían el proscli-
tismo de una asociación política. Además, el cambio de
idejis con los ingleses, provocado por las publicaciones que
ellos derramaron y la enorme introducción <jue hicieron do
mercaderías aptas para satisfacer las e.xigeiicias de la co-
modidad y el regalo, reveló á los criollos, que si por el.
valor militar podían defenderse del enemigo, poi’ la posi-
ción topográifica estaban llamólos á constituirse en un em-
porio comercial.
Semejantes esperanzas en un porvenir no lejano, cobra-
ban mayor aliento* estimuladas i^or la anarquía que traba-
jaba á los adictos del gobierno colonial, cada vez más
comprometidos en rivahdades y disputas de mando. El
rechazo de las invasiones inglesas, había sido tan glorioso
para, los criollos de ambas orillas del Plfita, como fimesto
á la unión de los españoles investidos de autoridad. Susti-
tuido el virrey legítimo de Buenos Aires ]-)or un cíiudillo
IN'rUODUCJClÓiV
;}0
popular que la victoiia lialúa impronsado, la Metrópoli
coufirjTió c;oii aproba(!Íóu elogiosa aquel aeto revolucioDario
destinado á romper la sumisión hasta allí indiscutible á
los nombramientos de la corona. Y aun cuando . sea difícil
acertar con loa medios de que liiibiei’a podido valerse
para, proceder de oti’o modo, sin comprometer su prestigio
efectivo enti’c las masas vencedoras, es lo cierto que por la
fatalidad de las circunstancias, vióse obligada á colocar la
sanción del éxito, míí-s arjiba de la legíilidatL
Desde entonces no fné la ley, sinó los méritos persona-
les aquilatados según el juicio de cada uno, los que sir-
vieron de fundamento íí la conservación del poder. Dos
hombres, á quienes los más inesperados sucesos habían
colocado frente á frente — Tániers, ViiTcy de Buenos Airas,
y Elfo, Gobernador de Montevideo — dando formas políti-
cas á ima disputa de origen personal, pusieron en evi-
dencia el menosprecio en que habían caído los antiguos
recaudos institucionales. Por mío de esos presentimientos
infalible.s que suelen asaltar á los pueblos en vísperas de
grandes crisis, los elementos populares de J.luenos Aires
rodeaban á Liniers, y los de Montevideo á Elfo, señalados
de antemano por el instinto público como precursores de
una nueva era, aun cuando fuescji tan eiKiontrados los ca-
minos ]ior donde uno y otro jefe dirigían sus pasos, y tan
decidida también la buena fe con que en el fondo, busca-
sen ambos á su modo, el tiiunfo de la causa dcEsiiaña, cu
cuyo servicio subieron al patíbulo.
Esta descomposición manifiesta del antiguo régimen, no
solamente trabajaba á las provincias del Plata, sino que se
hacía, sentir en el cora/.ón mismo de la Meti’ópoli, donde
el príncipe de la Paz, cortesano ascendido desde la oscuri-
JNI’KODUCCIÓN
31
dad en brazos de una reina culpable, al gobierno absoluto
de Espaíin, diiigía bis operaeioiies políticas con una tor-
peza de que bien pronto so cosccliai’on los fi-utos. De-
seando crcai’se una soberanía independiente y propia, ul-
timó con Napoleón el tratado de alianza que al fraccionar
A Portugal desposeyendo al mismo tiempo la dinastía rei-
nante, le reservaba á él un Estado donde debía coronarse.
Para conseguir la realización inmediata de pretensiones
tan absurdas, abiió á su flamante aliado el tránsito libre
por la Península, entregándole de paso las principales pla-
zas militares españolas. T^a familia reinante de Portugal,
huyendo á los franceses que se apoderaron de Lisboa,
llegó á Río Janeiro en Mai’zo de 1808, y el príncipe déla
Paz, burlado en sus aspú-aciones ¡personales, atrajo sobre
España la espantosa catástrofe que hubo de Iporrarla del
nómero de las naciones.
Cruzabíin el horizonte los primeros relámpagos de esta
tempestad, cuando las disensiones enti-e Elío y Liniers
eran más hondas. Sucesivamente conocidas en Montevideo
la llegada de la j’cal fumiha portuguesa al Brasil y la ab-
dicadón de los Borbones españoles, coincidieron estas no-
ticias con las tentativas de ¡predominio sobre los pueblos
del Plata hechas por los príncipes emigrantes desde el
país vecino, y las que con igual objeto realizaba Napf)león
por medio de agentes especiales. Aturdido Elío por nove-
dades tan siugulai-es, no tuvo límites su exaltación cuando
supo que Liniers, después de oir las proposiciones de unos
y otros, se inclijiaba á los franceses, y sin averiguar el
fluidamente oculto de aquella veleidad, hija del consejo de
españoles conspicuos, atiibiiyo á la comunidad de origen
entre Liniers y Napoleón, lo (¡ue suponía una traición del
32
INrKODUCClüX
virrey. Partiendo de tal supuesto, y aconsejado por los
principales miembros del Cabildo montevideano, empezó á
trabajar de palabra y de hecho contra Liniers, á quien
concluyó por pedirle de oficio la renuncia del puesto de
virrey, publicando á raíz de ello (6 de Setiembre de 1808)
la guciTR contra Napole.ón y sus secuaces.
No era posible que tanta altanería quedara impune.
Elío fuó llamado á Buenos Aires para dar cuenta de su con-
ducta, pero e^utó la ida, y entonces se le destituyó nom-
brándole sucesor. Idcgado óste á Montevideo, con orden
de apoderai’se de Elío y ocupar el gobierno en su reem-
plazo, ima pueblada que se agolpó á los alrededores del
Cabildo, mienti’as el nuevo gobernante cumplía trámites
indispensables, le obligó á buscar la salvación en la fuga.
Al día siguiente (21 de Setiembre de 1808), se llamó á
Cabildo abierto, y en medio de tempestuosos debates, re-
solvieron españoles y criollos obedecer ¡yero no cumplir las
órdenes del virrey, manteniéndose á Elío en su puesto, y
autorizándole á que apelase de las resoluciones vetadas»
para ante la Real Audiencia ó la Junta Central de Sevilla
óltimaniente establecida. Cuando la sesión iba á levantai-se
partic)-on de entre la multitud gTÍtos de ¡Junta! ¡junta!
¡ahajo el traidor Liniers! y fué decretada la formación de
una Junta de gobierno al estilo de las de España, presi-
dida por Elío, la cual designó un diputado que partiera á
entenderse con la Junta Central de la Península.
De ésta manera, el rompimiento de dos jefes rivales,
dió mérito á la sanción de la fórmula revolucionaria que
debía adoptar’ más tarde la América española para sacudir
el yugo colonial. Por un capricho de la suerte, era el man-
datario español más decidido á defender la integridad do
INTRODUCCIÓN
33
los dominios de su país, qnieií estimuló la sanción de aquel
acto cuyas proyecciones iban á extenderse tan lejos. El
ejemplo de Montevideo fuó inmediatamente seguido por
Chuquisaca y Quito, y produjo iniciativas nicmorables en
]j}i Paz y ]3uenos Aires, pero no pudo mantenerse en los
hechos, pues tic grado ó por fuerza, los tumultos fueron
sofocados y las juntas disueltas, iiuduso la de Montevideo,
li la que se enviaron desde la Metrópoli exju’csivos agi-a-
deciinientos. Mas la semilla estaba sembrada, y debía fruc-
tilicar luego que los hijos de estos países adquiriendo en
los consejos del gobierno colonial la influencia que les co-
rrespondía ]wr su número, fuesen llamados ú conjurar la
tempestad que se cernía sobre todas las cabezas. Aquella
ocasión llegó, dos años mús tarde, cuando sabido .el desas-
tre de Ocaña, se lanzó Buenos Aires en 1810 por el ca-
mino (pie Montevideo haVna franqueado.
Entre tanto, el espíritu de independencia, se afirmaba en
las filas del pueblo uruguayo que había acompañado, aplau-
dido y prestigiado las (iltimas tentativas de gobierno pro]úo.
Serenadas accidentalmente 1as circunstancias, hubo un res-
piro que permitió medir en toda su extensión los hechos
producidos y juzgarlos con criterio inapelable. Por mús
que las concesiones del ViiTey Oisneros, sucesor de Liniers,
amjúiando la libertad de comerciar, mejorasen la situación
económica, ellas no podían echar un velo .sobre la desmo-
ralización política que cundía ú compás de la exactitud
con que eran conocidos los detulles de la abdicación de los
príncipes i’einantes, y su ü*aspaso ii jnanos aventureras- de
una corona cuyos -fulgores ii-iudiaran (jl teri'itorío do dos
mundos. La rebelión contj-a un poder que íisí menospre-
ciaba sus deberes más augustos, empezó á ha.(.*ersc general.
34
INTKOJ)UC:CIÓN
y d desabrimiento producido en los ííi limos c!on ese motivo,
mató las escasas ilusiones que aun pudieran fundarse en
el ideal monárquico.
No escapó á la pei’spicaciu de los adeptos do la Metró-
poli, este síntoma de radicíiUsmo que ti’anspa rentaba el
descontento de las masas ; pero por lo mismo que él res-
pondiera jt un malestíir general y extenso, se hacía intan-
gible para someterlo á medidas de represión. Dueños de la
fuerza organizada, cuyo efectivo era considerable, observa-
ban desde las posiciones ofi(*ialcs la marcha de los sucesos
en uno y otro hemisferio, confiando en que las mudanzas
de la suerte ofrecerían á la Metrópoli, opoitunidad pai’a
re]ioneJ*se do sus quebrantos, y se las daiáa á ellos para
recuperar en el Uruguay su antiguo prestigio. Regido pro-
visionalmente el 2 )aís por im jefe de armas en lo militar y
jior un miembro del Cabildo en lo político, ii causa de la
sustitución de Klío con jiersona ausente, cnrecía por otra
liarte aquel gobierno interino del vigor que excluye vacJla-
cionas.
Mediando estas circunstancias, les sorprendió la noticia
del triunfo de los franceses en Ocaña, y la disolución sub-
siguiente de las autoridades formadas en la Península jiara
resistir al invasor. Supieron muy luego también, por emi-
sarios llegados de la otra orilla, que el pueblo de Buenos
Aires en presenda de semejante caducidad general de jw-
deres constituidos, había apelado á la fuente del derecho
liistórico metrojiolilnno, nombrando en Cabildo abierto una
Junta de Gobierno, que al reivindiciu’ la soberanía local
para sí, incitaba á los demás cabildos del virreinato á jrro-
ceder del mismo moflo, cu el íntenn que todos juntos di-
putaban rejirescníantes ;1 un Congreso que debía organi-
rXTIiODUCíUÜN
35
zar d gobierno general encargado de asumir el mando ci\
propiedad. Mientras discutían el alcance de aquel acto ex-
traordinario, el Cabildo de Montevideo y el Gobernador re-
cibieron pliegos de la Junüi conumicíaudo oficialmente su
instalación, á los cuales se incluían otros del Virrey Cisne-
ros y la Audiencia, lu’gicndo por el reconocimiento de la
nueva corporación gubernamental. Cesaron con esto las
vacilaciones, ennvinióndose en seguir el cjcm23lo de la ca-
pital del vii-reinato, dentro de las formas populares de pre-
via consulta en Cabildo abierto, que era eJ procedimiento
iiifb'cado, aunque aliora admitido con un desgano cuyas
trazas se evidenciaron bien pronto.
Invitados los principales vecinos de la ciudad, se reu-
nieron con las autoridades en Cabildo abici’to, resolviendo
unirse á la Capital, ba^o ciertas condiciones que se re-
servaban para el día sujuientc. Aquella dilatoria se com-
binó con una casualidad, que los españoles saludaron como
¡presagio de fortuna, y que sin embargo fuó contraprodu-
cente para su causa. Llegado correo el mismo día que se
indicaba para fijar las condiciones definitivas del pacto,
con noticias de haberse instalado en Esjjaña im gobierno
de Kegencia, los partidarios de la MetJ'ópoli reaccionaron
de la actitud asumida, prci^arándose á esquivar todo com-
proiniso con la ca}:)ital del \'irreinato. Al efecto, se apre.su-
raron á reconocer el nuevo gobierno instalado en la Pe-
nínsula, Iiaciéndolo jurar por la guarnición de Montevideo,
y tomando ¡úc de ese hecho que les vinculaba íl la obe-
diencia de una autoridad central preconstituída, apliizai’on
jmra momento más oportuno la discusión de las condicio-
nes que habían reservado formular cu aquel día. Acoini^a-
fíando ese brusco cambio de frente, el Cabildo ofició á la
36
lOTnODUCCIÓN
Jiintft de Buenos Aires, que luego de reconocida por ella
la nueva Regencia, se tratanan las bases de unión entre
ambas ciudades, pues todo avenimiento en bil sentido de-
bía partii* de la smnisión á la legalidvid imperante.
La Junta de Buenos Aires, cuyo princi]jul designio era
alzarse contra aquella legalidad que se preconizaba, con-
testó que para resolver con acierto en la materia, se espe-
rasen noticias oficiales, evitando así pronunciarse sobre el
capítulo fundamental de la discordia. Confiando, sin em-
bargo, en que la elocuencia de aquel de sus miembros á
quien debía la victoi-ia jurídica alcanzada por los ciiollos
conti'a los españoles en el Cubüdo abierto de Mayo, sería
bastante para llevar la peisuasión á los ánimos rebeldes,
diputó al doctor Passo imte las autoridades de Montevideo,
encargándole de tranzar las diferencias existentes. Llegó
Passo en 10 de Jmiio, y se le oyó el 14 en Cabildo
abierto. Reprodujo las i-azones que le habían servido de
fundamento enti’e los suyos para propiciarse el ániiTio po-
pular, y que se reducían en sustancia á la obediencia me-
recida por la Capital como cabeza del vin-einato, á los pe-
ligi-os que auTÍaii los países huórfanos de autoridades, y al
buen derecho que asistía á los cabildos para reiviudicar en
aquel naufragio de instituciones, la pai*te de soberaníji que
proporcionalmente les estaba atribuida. Agregó, ser evi-
dente la necesidad de no disolver la nueva autoridad na-
cida del pueblo, iwr resoluciones que aplazaban su reeono-
(dmicnto denti-o de la jurisdicción que le era propia. Todo
fué en vano. Los asistentes se cciTaron en que « íinte
todua las cosas fuese reconocida la liegencda del reino », y
el diputado de Buenos Aires, contrariado por aquella obs-
tinación y los gritos del populacho, abandonó el local, re-
embarcándose en breve.
I^TK01)UCCI6^’
37
El procedimiento de Ihs autoiidades españolas de Mon-
te^'ideo, empeoró la situación de las cosas para el gobierno
colonial, cuyos adeptos se habían c:ondu(ido con suma li-.
gerezív. Aceptada en el ¡nimer instante jx)!* el Virrey CJisiie-
ros la legalidad de la Junta de Buenos Aires, que ól mismo
presidió durante un día, no tuvo inconveniente en expedir
oficios á todos los gobiernos y cabildos pidiendo su reco-
nocimiento, y ai en Montevideo se verificó éste de inia ma-
nera condicional, en otros jmntos del Uruguay se sancionó
ampliamente. Prodójose, pues, la anomalía, de que mien-
ti*as los designios de la Junta de Buenos Aires sufrían una
repulsa inesperada en la capital del Uruguay, se procla-
maba y reconocía dicha J unta cu el resto del país, ponién-
dose en comimicación directa con ella las autoridades de
Maldonado, y preparándose las de oti*os pueblos á proceder
del mismo modo. Cuando se verificaba este movimiento de
expansión, estimulado j requerido de cx)nsuno por la auto-
ridad centi’al y los elementos populares, llegó contraorden,
pretendiendo que se reaccionara de todo lo hecho, á nom-
bre de una obediencia harto pesada ya para produch* otros
frutos que la murmuración y el descontento.
Así, la fatalidad que se cierne sobre los poderes amena-
zados de muerte, había inducido á los partidarios de la
Metróix)li en dos en*ores ijisanables durante el transcurso
de poco tiempo. Queriendo poner freno á la reacción po-
pular que inconscientemente encabezaba Liiiiers en Buenos
Aires, proclamaron con la elección de Junta de Gobierno
en 1808 , la fórmula destinada á producir una reacción más
vasta to<lavía ; y deseando ahora encauzar dentro de hv le-
galidad, aquella reacción que se desbordaba amenazando
arrastrarlo todo, se plegaron á ella imponiéndola á los pue-
88
JNTEOJJUCCJÓy
blos en nombre ele lu obediencia. CoJitenidí^s ú niitíid de
camino la primei’a vez, por órdenes perentorias de la
eíimta (Central de Sevilla, obedecieron perdiendo la autoii-
dad moral que les daba el supuesto de una sanción previa
á todos sus actos; y repi’i ruidos rdiora ante la complicidad
en que se enconti’aban (;on los partidarios do la emancipa-
ción, quedó al descubierto su inferíoridad pai’a hacer frente
á los sucesos por otro metho que la defensa armada, con
el cortejo de animosidades que necesai’iamcute suscita.
Bien pronto empezaron ellas á manifestarse, luego que
se supo la pobreza del móvil que había inspirado las iu-
certidunibres délos (iltimos días. Deportado el Virre)»^ Cis-
neros por la Junta de Buenos Aii-es, publicó el (jober-
nador interino de Montevideo un oficio reservado de aquel
funcionario, en el cual, previendo lo que acababa de efcc-
tuai’se, anulalra el recoiioci miento de la Junta que decía
haberle sido arrancado por la violencia. El menosprecio
subsiguiente á tanta debilidad, se agregó al eiiojo que ya
existía, para preparar soluciones de fuerza. Dos regimien-
tos de la guarnición de Montevideo, compuestos de hijos
del país, se hicieron sospechosos con este motivo, y el Go-
bernador, al frente de una columna respetable, forzó las
puertas de sus cuarteles, destituyó y puso en arresto íí los
jefes, y deportó más tarde para Espai'ia á dos de ellos y
un oficial. Á estas medidas de rigor, siguieron otras de G-
gilancia respecto á tUversos criollos, quienes por su posi-
ción social y conexiones políticas, empezaban á ser sindi-
cados como directores de los elementos afectos á la eman-
cipación.
La inminciKáa. del peligro, ti'ascendió Jvasta. el gobierno
de la Kegencia en España, aun cuando sin tomarle de sor-
IN'rRODUCClÓN
Í19
presa, puesto que eran del dominio de la cancillería espa-
ñola desde tiempo atrás, los esfuerzos que se hacían dentro
y fuera de las ]U’Ovincias del Plata, j)ara secuestrarlas á su
aiitoñdad. Había iniciado ese plan por cuenta propia, el
Regente de Portugal, apenas llegado á Río Janeiro, escii-
biendo un olicio conminatorio á las autoridades españolas
de Buenos Aires, cu que les daba á elegir entre la incor-
poración pacífic;a de los Estados dcl Plata al Brasil ó el
empleo de la acción conjunta de Portugal é Inglaterra pi,u’a
conseguir ese objeto. Menospreciada la amenaza, y puesta
Inglaterra del lado de EsjDaña con motivo de la resistencia
á Napoleón, aceptaron los revolucionarios argentinos sus-
tituirse á los ingleses, ofreciendo contra la Metrópoli todos
los medios dis])onil)les para coronar en Buenos Aires un
príncipe que asegurase la independencia de las Provincias
insurrectas. Desde entonces quedó tramado un vasto plan
de monarquía bajo los auspicios de Portugal, cuyos deta-
lles autóntico.s había eimado Elío á la Península el año
anteríor.
Eos adeptos de la combinación, seducidos ])or sus pers-
pectivas de óxito, prescindieron del recato, multiplicando
agentes y medios de correspondencia que debían llevarles
al logi'o de sus fines. Cediendo á insinuaciones que se re-
lacionaban con e.stos manejos, la camillería portuguesa los
ayudaba desdo el Brasil, pero de lui modo indeciso eii el
fondo, como que existían rivalidades entre los miembros
de la familia cmigTada, sobre la persona en quien debía
recaer el ceti’o de la nueva monarquía. Doña Carlota de
Borbón, á título de hermana de Fernando VII y jiroteídora
natural de sus dominios americanos, ambicionaba para sí
la presa, manteniendo al efecto c;orrespondencia verbal y
4.0
JNTRODUCCIÓX
escriUi con los más consiiicuos revolncioiuirios argentinos.
Su marido, el príricij^e Regente, más tarde D. Juan VI,
veía con envidia los progresos de aquella intriga que ame-
nazaba desposeerle de los dominios codiciados por sus ma-
yores, y con csl-as rivalidades, marido y mujer andaban en
trabajos paralelos, el imo para asir la ocíisión de comple-
mentar sus Estados, la otra para independizarse de una tu-
tela que la condeiialm á posición secundaria.
Esta dualidad de miras ocultas, no impedía la adop(áón
de procedimientos ostensibles, cuyo objetivo iinal se expli-
caba á sí mismo el gobierno español, como una revancha
legítima contra el destronamiento de la dinastía jiortuguesa
efectuada jwr Napoleón y el jníncipc de l;v Paz, á mórito
del nnts colusoiío de los pactos. Partiendo de semejante
segiu-idad, al recibir noticia del movimiento insim-eccional
de Buenos Aire.s, ligó el gobierno de la Regencia los ante-
cedentes conocidos con el heclio (pie acababa de produ-
cii'Síí, y buscó los medios de parar el golpe que se asestídxi
á BU poder. A\ efecto, nombró Goberjiador de Montevideo
al mariscal Vigodet, persona de su mayor confianza, y
Virrey del Río de la Plata á Elío, poniendo á disposición
de este último un refuerzo de tropas, y dando instruc(!Ío-
nes á ambos de eludir el empleo de la fuerza, antes de
haber agotado los medios pacíficos.
Siendo Vigodet el primero de los dos (.pie llegó á su
destino (Septiembre 1810), tomó inmediatamente cuentn.
del gobierno, (íonvencióndose de la. gravedad de la situa-
ción. Amenazaban la tranquilidad interna, dificíultades jx»-
lítica.s y financieras cada vez más acentuadas, mientras que
en el exterior se producían acontecimientos alarmantes. La
Jimta de Buenos Aires aprestalia ima expetlición militar
TNTRODÜCCTÓ.V
41
cojitrn el Puríigufiy, y una. colimina. portuguesa, cuyos rle-
siguios envolvía el misterio, se aproximaba á marchas len-
tas sobre las Misiones oriejitales. Vigoclet hizo ñ’ente al
peligro emi resolución, orguiiizando una Hotilla naval que
le clió el clomiiiio ele los ríos, y para allegarse reeursos pe-
ciuii arios y pixistigio, creó bajo su ].)resielencia una Junta
de Hacienda con facultades ilimitadas, y fomentó la fun-
dación de La Gaceta, periódico destinado á. reflejar las
opiniones del gobierno y explicar sus medidas. Por esü\s
artes consiguió fortalecer el nerrio de la autoridad, y
cuando tres meses después llegó Elío (Enero 1811 ), en-
contró menos desconsoladora, la apariencia de las cosas.
Favorablemente impre.sionado por este mejoramiento
ficticio, el nuevo Virrey so aprestó á remover toda traba que
fuese un obstáculo á la ]>az. Engañándose sobre la mag-
nitud del morimieuto revolucionario, había creído siempre
que sólo se trataba de someter cuatro facciosos, designa-
ción con que aludía á la Junta de Buenos Aires, y persua-
dirlo ahora que el Uruguay era una base segura de opera-
ciones militares y políticas, entendía júsar terreno firme
para la reidizaeión de sus planes. Por efecto de esta doble
ceguedad, no vio que el desarrollo de las ideas propaladas
desde la capital del virreinato, asumiendo el carácter de
una sublevaráón general contra el antiguo régimen, halfiau
franqueado los límites de Buenos Aires para actuar sobre
el Continente; y vió mucho menos, ó no le atribuyó im-
portancia jnayor si llegó á lijarse en ello, la extensión que
había tomado el descontento público en el Uruguay, pa-
sando de las vagas indecisiones del año anterior á la or-
ganización militante de mía agrupación política, qiu; según
era. do notoriedad, tenía un Club central en Montevideo,
42
INTnODUCOIÓX
agencias sucursales cu todo el país, y afiliados á centena-
res entre la juventud, los liaccndados y el cj^’cito.
Cinc;o dííis después de tomar puerto en MouteAÚdeo, re-
mitió Elío á. la Junta de Buenos Aii*es, por medio de co-
misionado especial, pro] )osi dones para que aquella corpo-
radón le reconociese en su autoridad de Virrey, y jura.se
obediencia á las cortes españolas. Denegada por la Junta
una y otj*a prct(3iisión, el Virrey se prepiu’ó á emprender
hostilidades precursoras de una declaración de gucira. Cc-
n’ó los ])ucrtos uruguayos á las procedencias de Buenos
Aires, estableció cruceros, que vigilasen los ríos, y refor-
zando la guarnición de Colonia, envió para albí al bri-
gadier Huesas, destinado por el momento il comandarla.
La caballería reglada y las milicias de la misma arma,
fueron eonecntj’adas en los [motos míís estratégicos, ciibién-
dole él D. José Artigas, caudillo militar de los partidarios
de la emancipación, incorporarse con sus Mandc7igucH á
la guarnición de Colonia.
El aparato de esta movilización de tropas, ammeiando
que la guerra estaba en perspectiva, indujo á que el des-
contento rompiese más decidido que nunca en Montevideo
y ch’culase todo el país con la rapidez del rayo. Disgus-
tado Elío de semejante oposición, puso mano sobre el prin-
cipal de sus instigadores ostensibles, que era el doctor
D. Lucas José Obes, y lo deportó [)ara la Habana en el
primer buque hábil. 1^11 atentado, en vez de amilanar, exas-
peró los ánimos, ilustrando á todos los adversarios del go-
bierno c-olonial res[)ecto á la suerte que les esperaba. De
allí á poco, una disputa poj* motivos de servicio cutre Ar-
tigas y Huesas, [)vovocó la huida del primero á Buenos
Aires, y aquélla fué la señal del alzamiento del país contra
la dominación española.
I-NTRODUCCIÓN
43
IV
En las riberas ele Ásenciot riachuelo del Depailaineuto
de Soriano, Venancio Bcmnddez, cabo de milicianos, y
Pedro Viera, capatíiz de estancia, reunieron el 28 de Fe-
brero de 1811 ochenta ó cien hombres del pueblo, mar-
cliaron con ellos sobre la ciudad de Mercedes, y depo-
niendo las autoridades constituidas, proclamaron la caída
del podíír español. Un mes después se había jironunciado
el país entero en el mismo sentido, no quedándoles á los
adictos de la Meti-ópoli otros dominios que Montevideo y
SUS" subiu’bios, Paysandú recuperado por soqa’csa, y Co-
lonia guaniecida jx)!* fuerzas respetables.
La c.spontancidad del movimiento había sido indiscuti-
ble, no sólo por la concordancia de los esfuerzos, sino por
haberlo impulsado todas las clases sociales con idéntico
ardor. A la iniciativa de los conjurados de Asencio, res-
pondieron los ricos j)ropietaríos y el clero con igual deci-
sión que el pueblo llano, y aunque careciendo de jefe su-
penor que ajustase sus operaciones de gueiTa á un ¡^lan
determinado, se estrenaron triunfando en el Colla, Paso
del Rey y San José, conti’a cuerpos de tropas pertrecha-
das de todas las anuas. El vigor de esta actitud, puso de
manifiesto la firmeza de los propósitos que la inspiraban,
demostrando que la idea de la emancipación, si bien cons-
treñida liasta. entonces por circunstancias ajenas á la vo-
luntad popular, sabía asumir formas definidas que asegu-
rasen la victoria.
Dom. Esp.— i.
44
JNTRODUCCróN
Resonó el alzamiento del Uruguay, con vilíración con-
soladora y simpática donde quiera que se luchaba j^or
la libertad, y produjo verdadera alegi’ía en el seno de la
Junta de Buenos Aires, cuyas ai’mas no se habían re-
puesto aún del doble revós sufrido en el Paraguay por
Belgrano, y en las aguas del Paraná por el descalabro de
la flotilla revolucionaria. Así es que mientras la Junta en-
viaba emisarios, felieitaeiones y aaeeiisos á los’ iusurrectos,
expedía á D. José Artigas, con quien estaba en eomuiii-
cación personal, el nombramiento de teniente coronel y
jefe de las milicias que j)udicra reimir, aprestando al
mismo tiempo, con destino al Uruguay, un cuerpo de ti’O-
pas cuyo mando confió á Belgrano en carácter de genera-
lísimo de todas las fuerzas revolucionarias, dándole por sc-
gimdo al coronel Rondenu, amigo pci'sonal de Artigas y
bien quisto entre los campesinos. En tanto que los jefes
de Buenos Aires y sus tropas emprendían marcha, Ar-
tigas les tomó la delantera, y bmlando el bloqueo de la
flota española, pisó territorio uruguayo en 7 de Abril,
viéndose rodeado en breve por una fuei’te columna de vo-
luntarios.
La rapidez con que entró en operaciones fué tan nota-
ble, como el éxito subsiguiente. El 18 de Mayo ganaba la
batalla de las Piedras, destrozando el único ejército con
que contaba el enemigo. El 21 ponía sitio á Montevideo,
intimándole rendición, á lo que contestó EIío con varias
salidas que fueron rechazadas. El 27 era evacuada Co-
lonia por las tropas españolas, al mismo tiempo que Pay-
sandú volvía á recuperai*se, Minas, San Carlos y Maído-
nado quedaban Ihnpios de partidas realistas, y una expe-
dición destacada por Elío en busca de jjrovisiones, era
INTRODUCOiÓX
45
soiprenclida en la ensenada de CsiKtillos y obligada it
reembare^n-se con ¡jérdidaíi. Cuando las tropas de Buenos
Aires llegaron al asedio ( Junio l .“), Montevideo, reducido
á la extejisión que eubi’ían sus fuegos, era el íini(;o punto
del tenitorio m*uguayo que ocupíiban los españoles.
Mientras los ¡clanes militares de loa jefes realistas que-
daban así desconcertados, se abría en el terreno político un
vasto horizonte á sus esperanzas. La Junta de Buenos
Aire.s, sustituida violentamente por un Triunvirato, había
dejado en herencia (rompí ií^ciones internacionales muy
gi’aves. Desde los primeros días de su gobierno, tenía
acreditados en ilío Janeiro varios agentes (juc se esforzaban
jwr atraerse el concurso de los príncipes ])ortuguese.s, sea
alentando sus miras de coronarse en el llío de la Plata,
sea abi-i(?iidoles perspectivas lisonjeras de unión comercial.
Las divcrsa.s fases asumidas por estas negociaciones, fuc-
1‘on comprometiendo i)ersonas cuyo distanciamionto parecía
infranqueable; hasta que un día se encontraron en el
mismo terreno, aunque movidos de sentimientos distintos,
el Regente, la princesa Carlota, los embajadores de Ingla-
terra y España, Elío y los agentes de Buenos Aires, quie-
nes todos á una convinieron en la necesidad de pacificar el
Río de la Plata, sometiéndolo á la obediencia de Fernando
VII, bajo condiciones equitíitivas. Los agentes argentinos,
envueltos en sus ¡propias redes, y bajo la amenaza de un
ejército portugués que avanzaba sobre las fronteras uru-
guayas, aceptaron el ajuste de un tj-atíido de pacificación
en que el gobierno de Buenos Aires reconocía de plano la
soberanía de Fernando VII y sus legítimos sucesores y
descendientes, declaraba la indivisibilidad de la monarquía
española, y como principio de ejecución á lo pactado, reti-
raba sus ti’ojjHs de la Banda Oriental.
46
INTRODUCCIÓN
Semejíuitcs cláusulas, jiroyectaclas en medio de la vic-
toria, y cuando la guarnición de Montevideo sólo contaba
con víveres para quince ó veinte díaa y un numerario dis-
ponible de doscientos pesos en las cajas reales, suponían
el más cruel de los desasti’es. Apenas fué consultado Arti-
gas sobre ellas, afirmó que «eran inconciliables con los
sacrificios de los ciudadanos », negándose á intervenir en
las negociaciones. Pero los ciudadanos cuya suerte iba á
decidü’se por tan extraño modo, no podían ser indiferentes á
la ultimación de aquel pacto, y en consecuencia, numerosos
y respetables vecinos firmai’on una petición dirigida á
Pondeau, jefe de las fuerzas sitiadora.s, pidiendo ser oídos.
Accedió dicho jefe, reunióudolos en asamblea, á la cual
tambión enneurríó un comisionado de Buenos Aires, con
miras de propiciai'se las voluntades en favor del ajaste.
Expusieron los uruguayos que rechazaban las cláusulas
del tratado, sin dctenei*se suite Isis eventualidades prospec-
tivsis de semejante decisión, y (pie si se les abandonaba,
ellos se defenderían solos, para lo cual habían proclsimado
á Artigas su general en jefe. El comisionado aplaudió
aquella actitud, y dio las mayores seguridades de prontos
y efi(3aces auxilios, á cambio de un poco de paciencia que
la gravedad de los sucesos exigía, garimtiendo en nombre
de su gobierno que las aspiraciones del pueblo oriental no
seiian deñ-audadas.
Sobre la base de promesas tan amplias, se convino le-
vantar el asedio de Montevideo, retirándose el ejército si-
tiador (Octubre 1811) en busca de una posición venta-
josa donde hacer frente á los portugueses. Pero al llegar á
San Josó, supieron que el pacto acribaba de ser ratificiido,
lo que les obligaba á evacuar el tenitorio en su totalidad.
INTRODUCCIÓN
47
No tuv"0 límites el desconsuelo de los iirugaHyos en j)re-
senoia dcl ardid de que habían sido víctimas, y sus pro-
testas se oyeron en todas partes, pero sin ñuto, órdenes
perentorias del gobierno de Buenos Añes, api’emiaron la
desocupación dcl territorio, eliminando por ose medio cual-
quier probabilidad inmediata do éxito en la resistencia
aislada, á los realistas. Las tropas argentinas se encamina-
ron j)or vía de Colonia á salir fuera del país, y Artigas,
con ilOOO voluntarios, después de rechazar las proposicio-
nes de avenimiento que le hizo Elío, se dirigió á, pasar el
río Uruguay por la altura del Salto, seguido de la mayo-
ría de las familias campesinas que encontraba en el trán-
sito.
El tratado de pacificación definió las respectivas posi-
ciones entre los directores del movimiento insurreccional
constituidos en Bucjios Aires, y los cauthllos y pueblos que
hasta entonces habían aceptado aquella dirección sin con-
trariarla en lo mínimo. Del punto de vista político, el tra-
tado era un perjurio que debían repugnar y repugnaron las
masas ]iopulares, sublevadas de buena fe contra el gobierno
metropolitano, mientras que producía como acto militar,
el fi’acaso de la victoria en el momento designado para
obtenerla. La. apieciación del hedió en sus referencias al
bien común, indujo á sospechar que existían intereses an-
tagónicos entre la causa sostenida sin reservas por el pue-
blo insurreccionado, y las miras ocultas de la fracción
directriz del movimiento revolucionario. Basándose en este
supuesto, que circimstanoias futuras debían elevar á la ca-
tegoría de vei’dad irrecusable, los caudillos y pueblos más
expuestos á ser abandonados á su suerte en el fragor de
la Jucha, buscaron una avenencia (pie les diese represen-
48
INTKODUCCIÓN
tacióii moral y fuerza efectiva para asegunu’ por sí mismos
la ^áctoriJ^ encontrando bajo las insinuaciones de Artigas,
la fórmula tulecuada al logro de sus intentos.
Confirmó el acierto del plan elegido, la rapidez de su di-
fusión. Puede decirse que lo concibieron y trazaron á ca-
ballo, como si presintieran que ya no clcbían apearac hasta
realizarlo ó sucuinbii’ en la demanda. Los esbozos de aquel
plan, cuyas miras finales se resumían en la declaración de la
independencia del Río de la Plata y su constitución ix>lí-
tica bajo el régimen republicano federal, fueron trazados por
Ai’tigas en una larga correspondencia emprendida con el
gobierno del Paraguay, durante la marcha que le impuso
el tratado de pacificación para desalojar el país. Ese cam-
bio de ideas con la ariswi y lejana provincia, que habiéndose
inde]^)endizado de la .Metrópoli, hacía gala de AÚvir extraña
ni movimiento icvolucionario, fortificó sus convicciones so-
bre la necesidad de insistir en los trabajos acometidos á la
espera de una reacción proficua, y al campar en el A3mí,
donde la estabilidad de una permanencia temporal le puso
en nuevo contacto con muchos oficiales de Entre-Ríos y
Santa- P'c que habían sido sus compañero.s de armas du-
rante la pasada, campaña, tenía, el propósito firme de gene-
ralizar, como lo liizo, la inopaganda de las ideas federa-
les en todo el litoral argentino.
Así filé cómo el instinto de propia defensa y la aspira-
ción á destinos mejores, se adunaron para concertar la
unión federativa de los más belicosos pueblos del viiTei-
nato. El gobierno de Buenos Aires, advertido de aquel
movimiento, cpie cundiendo por Entre- Ríos, Corrientes y
Santa- Fe, amenazaba, extenderse hasta Córdoba., se pro-
puso combatirlo en la persona de su promotor, á quien
INTRODUCCIÓN
49
consideró desde entonces como un enemigo público. Pero
obligado á conciliar sus disposiciones agresivas con otras
necesidades, aplazó la hora del desquite, mientras atendía
(i cx)njurar graves peligros internos y externos que pro vo-
ceaba el tratado de pacificación, ú cuya sombra se habían
transformado los portugueses en conquistadores del Uru-
guay, y en cómplices de los españoles para apoyar una
reacción monárquica, cuyo centi-o era Buenos Aires mismo.
Usufructuando su papel de ¡pacificadores, los portugue-
ses habíanse hecho dueños de Maldonado, embestido á
sangre y fuego Paysandú, y se extendían hasta Mei’cedes,
sin haber encontrado sus vanguardias otra oposición en el
tránsito, que la de dos divisiones de Artigas, contra las
cuides chocaron en Yapeyú y el Arapey, sufriendo desca-
labros de consideración. Noticiado de los heclios el go-
bierno de Buenos Aires, determinó reforzar á Artigas para
que tomase la ofensiva contra los invasores, pei’O al sa-
berlo Vigodet, amenazó desde Montevideo con oponerae
por las armas á la realización del proyecto. En pos de la
amenaza, que fuó enérgicamente contestada, vino la decla-
ración de gueiTa (Enero 1812) y la consiguiente ruptura
de hostilidades, (¡ue la escuadra española llevó á efecto
iniciando sobre la ciudad de Buenos Aires una serie de
bombardeos. De este modo quedó roto el ti’atado de paci-
ficación en la parte que obligaba á españoles y lu’gentinos,
sin haber producido oti’o efecto que ima siLspensión mo-
mentánea de armas destinada á evitar la ruina inmediata
de los partidarios de la Metrópoli, micnti’as dividía y
anariiuizaba los elementos revolucionarios, preparando la
disolución política dcl antiguo virreinato.
En guerra abierta con España, no le era posible al go-
50
INTRODUCCIÓN
bicrno argentino prescindir de los elementos aglomerados
por Artigas, así es cpie se propaso utili/arlos, reservándose
deshacerse de su jefe por medio de una celada. Al mismo
tiempo resolvió negociar la desocupación del Uruguay por
los portugueses, para lo cual se valió de la influencia de
Inglaterra, consiguiendo el ajuste de un armisticio (juc po-
cos meses después se llevó á efecto. Como procedimiento
inicial de tan vasto j)l!Ui, mientras daba instrucciones á
sus agentes diplomáticos, envió comisionados y auxilios pe-
cuniarios á Artigas, activando al mismo tiempo la forma-
ción de un ejército cpic junto con las milicias de aquél,
debía marchar sobre Montevideo y poner fin á la con-
tienda. Fué nombrado Sarratea generalísimo, recibiéndose
del mando (Junio) con aplauso de todos, y especialmente
de los uruguayos, quienes estaban lejos de suponer el do-
ble carácter de aquel nombramiejito. Las órdenes reserva-
das de Sarratea eran, secuestrar de la obediencia de Arti-
gas el mayor número de ti’023as, y apoderarse de la ¡persona
del caudillo. Desde luego, ¡mso por obra la primera parte
del plan, arrebatájidole un regimiento de línea y dos din-
siones de milicias, pero sea que no se atreviese á tanto,
scii que no encontrase quién le secundara en la emjíresa,
postergó la segunda izarte de sus encargos.
El descontento producido j)or semejante conducta, creó,
una situación de animosidades y desconfianzas que reflu-
yeron sobre el éxito de las opci’acioncs militares. Los vo-
luntarios que rodeaban á Artigas cambiaron -su anterior
entusiasmo i)Oi* un decaimiento visible, y algmios jefes de
las tropas auxiliares, cediendo al contagio, cmjie/.aban á
desvim’se de Sarratea., que á su conditáón de general im-
231’ovisado sin (;ausa ni motivo, demostraba tan inveterada
INTRODUCCIÓN
51
familiai’idafl con la intriga. Tnstailo por vario.s de sus
amigos residentes en Buenos Aires, participó Ai*tigas al
gobierno central la verdad de lo que ocurría. Coincidió
que llegaran sus común ieacioncs en momentos en que el
gobierno ú. quien iban dirigidas y del cual era Samitea
cmanaídón y miembro, acababa de ser den’ibado por un
movimiento ijopular (Octid)re 8), conservslndose la opinión
muy excitada. conti*a los caídos. Al traslucii-se, pues, esta
nueva conq^robación de sus maniobi’as, en instantes en
que un ejército español avanzaba victorioso desde el Alto
Perú sobre Buenos Aires, fué uníínime la censura y enér-
gico el remedio que se pidió para cortar de raíz el mal. Eji
atención á ello, el nuevo gobierno dió la.s mayores seguri-
dades de estar pronto ú tranzar toda disidencia, y al efecto
comisionó para entenderse con Artigas, it D. Carlos Ma-
ría de Alvear, poderoso dignatario de la Logia Lautaro,
que era el centro masónico político investido con la alta
y secreta (brección de los negocios públi(50.s.
La intervención de este personaje en los negocios, em-
peoró la situación. Alvear quería íí todo tiance desha-
cerse de Artigas é incorporar el país Ci las demas provin-
cias como territorio conquistado, así es que ahondó las
divisiones existentes, produciendo la anarquía en todas
pintes. Desorientado el gobierno de Buenos Aires ante
semejante situación, creyó que lo jnás prudente era aban-
donar el Uruguay á su propia, suerte. Vista la amenaza de
im ejército español que sustituyendo al derrotado en Tu-
cumiin retomaba el camino de su antecesor, concibió el
plan de atacarlo, reconcentrando para ello todas sus fuer-
zas disponibles, incluso las acantonadas en el Uruguay,
cuyos jefes superioi’es recibieron a\iso de a],)re.starse para
52
INTRODUCCIÓN
acudir al sitio del peligro. Mientras se conciliaban las dili-
ciiltades inherentes al caso, en presencia de noticias fide-
dignas sobre algo muy seiio que intentaba Vigodet contra
Santa- Fe ó Buenos Aires, Rondenu había avanzado con la
vanguardia sobre Montevideo, operación que acompañó
con mucha lentitud Sarratea, poniéndose en marcha á pe-
queñas jonuidas. Tras de él movióse Artigas en aire de
observación, y así continuaron din-ante dos meses, liasta
que un suceso inesperado modificó aquella situación ti-
nmte. V^igodet, coucTctando sus planes á batirse conti-a lo
que tenía al frente, liizo una s-alida sobre los sitiadores,
dando mérito á Roudcau pai-a que ganase la brillante vic-
toria del Cerrito (Diciembre .31).
Poco tiempo después, y debido á la repulsión que ya
insph-aba á todos, era Sarratea expul.sado del. ejército por
decisión de los jefe.s, concentrándose sobre Montevideo las
fuerzas revolucionarias, auxiliares y del país, bajo el mando
del general Rondeau, para estrechar el cerco de la ciudad.
Eliminadas entonces las disidencias, fué invitado Ai-tigas
á provocar cnti-e los suyos el reconocimiento de la Asam-
blea Comstituyentc instalada en Buenos Aires, y al efecto
convocó -á todos los pueblos y cabildos ¡lai’a ijue designa-
sen sus rei)re.sentantcs (íon e.se objeto. Reuniéronse éstos
en el cain[)o oriental, delante de Montevideo, á 5 de Abril
de 181.3, y convinieron en reconocer la .tisamblea, bajo
condición que se diera una satiafacoión pública al Uruguay
por los agravios pasados, se re.s¡x)tara su autonomía pro-
vincial, y se mantuviera el asedio de Montevideo sin dis-
minuir el efectivo de las tropaíj auxiliares ni cambija* el
genci-Jil en jefe. Nombi-ái-onse cinco diputados á la Asam-
blea Constituyente, en razón de ser cinco los cabildos en
INTRODUCCIÓN
53
que estaba subdividido el país, y estos diputíidos recibie-
ron iitóti-ucciones de Aitigas pai’a jxídir la independencia
absoluto de las colonias del Plata bajo una confedei-ación
republicana, el cambio de la capibil íí otra ciudad que
Buenos Aires, la división deJ poder póblico nacional y
jirovincial en tres ramsis, la promoción de la mayor liber-
tad civil y religiosa para todos, y la erección del Uruguay
en provincia federal con límites fijos.
Quince días niás tarde, reunida otra Asamblea, con el fin '
de constituir autoridades en bi Provmcia que vela.sen por
sus intereses liasto entonces abandomidos á las eventuali-
dades de la guerra, se procedió a elegir Gobernador mili-
tar y Cuerpo municiptd, recayendo el primer cju’go y la
¡^residencia de la municipalidad en Ai*tigas, y los demás
enqjleos en personas de reconocidas aptitudes. Para « in-
dependi/.ar al nuevo gobierno dcl bullicio de las armas » se
acordó establecer su a.sicnto en la villa de Guadalupe, bajo
la vicej)rcsidcucia interina de D. Pitido Méndez, quien co-
municó estsis noticias á la Asamblea Constituyente (Mayo
8), con el deseo de abrir corre.s¡Kmdencia oficial. Pero sea
que la forma arrogante de la comunicación no gastase ó
que estuviera ya adoptado el plan que se realizó más timde,
el he(dio es que no obtuvo re.spuc.sta algiuia.
Llegaron entretiuito á. Buenos Aires los diputados uru-
guayos, presentando á la Constituyente los diplomas testi-
moniales de su mandato. Contra lo usual en tales casos,
incluyeron á los ¡xideres visiulos por autoridades ¡copulares
y judiciales, oti’os documentos, originales ó cei'tificados, que
abundaban en detalle.s sobro la elección. Este complemento
de prueba dió mérito á una superchería, por la cual se
afirmó no haber exhibido los di¡xitodos otros recaudos que
54
INTRODUCCIÓN
aquellos documentos accesorios. En consecuencia, loa re-
presentantes del Uruguay fueron rechazados por la Asam-
blea (Junio 11), íi título de que sus poderes no revestían
calidad bastante. Reelegidos por todo el país, volvieron á
presentarse á la Asamblea, donde nuevos pretextos retar-
daron su admisión indefinidiuneute; con lo cual quedó
comprobado que no influía, en el rechazo de los electos su
procedencia comicial, sino que les fulminaban las instruccio-
nes de sus mandantes para ti*abajar por la independencia
política de las Provincias Unidas y la fundación del go-
bierno federal republicano.
Sobreponiéndose á injusticias tan vejatorias. Artigas y
los suyos se contrajeron á estrecliar el asedio de Montevi-
deo, en la esperanza de que el triunfo sobre el enemigo
común haría, factible la organización institucional que per-
seguían. Mas no alentaba iguales propósitos el gobierno
de Buenos Aires, cada vez más enconado contra las tenden-
cias federalistas de las Provincias del litoral, sobre las
cuales meditaba todo género de hostilidades, sin rehuir
aquellas que la solidaiidaxl de causa colocaba fuera del lí-
mite de las agresiones posibles. Persiguiendo tales desig-
nios, acantojió fuerzas sol)re determinados pimtos de Entre-
Ríos y Corrientes, para cortar las comunicaciones entre
dichas pi’O’sdncias y el Uraguay, por medio de correrías
cuya marcha triunfal se hizo efectiva ííom la jiersecución de
varios gnqjos de miliciajuos y el fusilamiento de algunos
de sus oficiales. Por mucho que reclamó Artigas couü’a
semejantes atentados, sus quejas, en vez de contener, fue-
ron motivo de acentuar las agresiones hasta el extj’emo de
ima guerra abierta. Con el fin de repelerla, se establecieron
cordones militares sobre los ríos fronterizos, quedando íisí
INTRODUCCIÓN
55
los uruguayos comprometidos á at'roiitai* las agresiones que
sus compañeros do causa les hacían por la espalda, mien-
tras de frente peleaban juntos contra el último baluai-te del
poder metropolitano.
A fin de cuentas, rompióse aquella anormalidad, por
donde lo deseaban sus provocadores. El gobierno de Bue-
nos Aires había demostrado desde antes de la batalla del
Cerrito, que coad5Mivaba de mala gana al asedio de Mon-
tevideo, así es que tomando pie de un refuerzo recibido
por la plaza, se halló en aptitud de incidir sobre su miti-
guo proyecto. Cuando menos lo pensaba, recibió el general
Rondeau órdenes urgentísimas de abandonar el sitio, reti-
rándose á Colonia, donde le esperaban transportes para
conducirle. 02JÚsose el general á semejante desacierto, con
todas las razones imaginables, pero la orden fue reiterada.
Entonces siqDÜcó que se enviase una comisión i)cricial,
para que ¡írevia vista de ojos, remitiese informes sobre la
conveniencia de aveiiturai*se al retiro. Vencido el gobierno
por tanta insistencia, nombró la comisión pedida, que se
exjúdió de conformidad con el general sitiador.
Aquella decisión soldadesc.a cambió la fjiz visible de las
cosjus, sin modificar en lo mínimo los 2>lancs recónditos del
gobierno, quien se j^rej^aró á realizarlos por otros medios
que le dictaba el disimulo. Conqjrometido á su jDCsar en
la jn’osecución de la contienda armada, vio que era ilógico
sostener con sacrificios de sangre los derechos de mía pro-
vincia., y negarle al mismo tiempo representación en el
Congreso, iior lo cual estimuló nueva elección de diputados,
pero preparándose á echar todo el peso de su influencia en
el asunto. El pretexto fiió hábilmente e.scogido, como que
nacía de la réplica á una coiLsidta de Artigas sobro la ojior-
56
INTRODUCCrÓN
tiiuidad de convocar un CongTCBo que representase al Uru-
guay luego de ser desalojado por los españoles. Hupeiundo
en liberalidad á Roudeau, que se había opuesto á. la ine-
didii por creerla desacertada, y peligrosa, el gobierno de
Buenos Aires defirió ó la convocatoria inmediatji del Con-
greso, a.utorizando ostensiblemente al general en jefe de las
tropas auxiliai’es que íiUanase toda diíicultad, mientras en
reserva le trasmitía otras órdenes.
Puestos de acuerdo Eondeau y Artigus, eotivocó este
ííltimo á elecciones, previniendo á los cabildos qiuí los
electos debían comparecer á su campo militar, y revisar
allí las actas de 5 y 2 1 de Abril, donde constaba, la crea-
ción de las instituciones bajo cuyo róginicn estaba el país,
y la forma pracíüca en que correspondía desenvolver el
pacto de unión con las demás provincias. En seguida de-
bían tiuslaclarsc al Ciuutel genei-al, paiu reunii-se en Con-
gi’eso y proceder de eoníormidud á sus facultades repre-
sentativas. Pero dos días antes de verificarse la remúón,
expidió el jefe de las fuerzas de Buenos Aii'es una circu-
lar á los congresales, diciéndoles que el ajDarato de las ar-
mas (lana apariencia de coacción á las deliberaciones, y les
señaló la cajDilla de Maeiel para instalarse, indiicióndoles
con este escnipnlo á pj’c^scindir de un trámite que fort^ile-
cía la solidaridad ncccísaria entre lo que iban á resolver
ellos y lo que habían estatuido sus antecesores, tratando
las mismas cue.stiones cem facultades y propósitos idón-
ticüs.
Cual si no fueran suyas las recientes proteshis conti’a
toda coacción militar, Kondeau se impiLSO de hec;ho j)or
l*i'csidentc del Congreso, abriendo en tal caráctci’ sus deli-
beraciones (8 Dicdembre). Impugnó esa conducta D. Tomás
LSTItODlJCClÓN
57
(jarcia de Zúñiga, en tdnniiios emlrgicos, pero el voto de
la ma}^oría le fué desfavorable. J^^xamiiiados en seguida los
poderos de los diputados, resultó que varios do ellos con-
feríaji maiidato i sus poseedores para revisar en el campo
de Artigas las actas de 5 y 21 de Abril, mientras otros
e^u’ecían de esa cláusula^ por lo cual se convino como tran-
sacción, que dos diputados pasaran al alojamiento del Jefe
de los Orientales, invitándole á nombre del Congreso para
que conciuTiesc personalmente, ó mandase persona de su
sati.sfucción con todos los documentos. Al día siguiente, dió
cuenta la coraLsión de La respiujsta verbal de Artigas, que se
contraía á quejarse del desaire infligido por la inasistencia
de los diputtidos á su {ilojamiento, y declinaba toda con-
currencia al Congreso, donde no tenía nada que exponer ni
documento que presentar. Ksta brusca salida, agrió el
ánimo de la mayoría, y no obstante los esfuerzos en con-
trario de algunos diputados, el Congreso sancionó que sus
sesiones prosiguiesen sin intermpeión donde liabían comen-
zado, y clausm-6 la de ese día, creando un Gobierno Pro-
vincial compuesto de García Zíifíiga, Durán y Castellanos,
y eligiendo á Salcedo, Larrañaga y Churmarín i)ara dipu-
tados á la Asamblea Constituyente de las Provincias
Unidas.
Advertido del error á (lue le indujeran los ímpetus de
un pei'sonalismo excesivo, Ai’tigas intentó reanudar las ne-
gociaciones de avenimiento, pero la fonna que eligió para
dar este paso fuá tan destemplada é inoportuna enmo la
anterior. Volviendo sobre una pretcnsión que ól mismo
había abandonado sin motivo, ofiíáó al Congi’oso pidién-
dole cumpliese el trámite de la revisión de las actas de 5 y
21 de Abril; y que á la vez cnvia.se á su alojamiento las
58
IKTBOmJCÍ’lÓK
actas de las sesi«)iies que hasta entonces había celebrado.
Produjo aquella insinuación de superioridad, un acalorado
debate entre los adeptos incondicionales de Artigas y el
resto de los diputados que protestaba contra la a<ítitud des-
comedida del caudillo. A fin de cuentas, resohúó la mayo-
ría no liacer innovación algima en las sanciones del Con-
greso, declarando al mismo tiempo jigotados los procedi-
mientos («jnciliatorios en el sentido de volver sobre propo-
siciones que Artiga.s había rechazado cuando se le brindó
con los medios de realizarlas.
Inmediatamente de saber lo resuelto, pasó Artigas una
circulai’ á los comaudiuites de los pueblos, declarando nulo
el Congreso de Macicl, y ordenándoles como jefe de la
Provüicia, <pic liiciesen prestai- obediencia á aquella deter-
minación. En seguida propuso á Rondeau la reunión de un
íuievo Congreso para tranzar las diferencias existentes, á
lo que se negó el jefe de las fuerzas auxiliares, alegando no
reconocerse con facultade^s para procexler en materia li-
brada al gobierno general ó íl la l^rovincia misma. En-
toiices, lo que no había cojiseguido el gobiei’iio de Buenos
Aires con sus desdenes, ni Sarratcíi con sus iniquidades, lo
produjo el amor propio herido ante la imposibilidad de
poner frente al Congreso que se negaba á revocar sus deci-
siones, oti-o Congreso más dócil á aquellas mii-as. Artigas
se retiró con sus ti’opas del asedio (Enero 1814), d^ondo
muy comprometidas á las ñierzas argentinas, que por sí
solas no supcrabjui las de la plaza. En venganza de esta
actitud, el gobierno de Buenos Aires expidió un decreto
declarándolo traidor á la Patrúv, y poniendo á precio su
cabeza.
G)nducidas á tal extremo las co.sas, pudieron lisonjearse
INTKOOUCCÍÓX
59
los partiflarios ele la Metró^X)!! con jjerspcctivas inmediatas
de triunfo. Desplcgiu'on en consecuencia grande actividad
para ascgm-iu’ el éxito que parecía sonreirles. Atendiendo
las ventajas que lea proporcionaba el rompimiento entre los
independientes, ofrecieron á Artigas y los suyos, empleos,
honores y caudales, que fueron noblemente rechazados. Al
mismo tiempo organizaron una flota naval ¡jara atacar las
fuerzas marítimas de Buenos Ames, y entonados j>or un
socorro de municiones y dinero recibido de lama, toma-
ron la ofensiva con aliento. Pero el gobierno de Buenos
Aires no fué inferior á la provocación, (íontestójidola con el
apresto de otra flota de combate, y el refuerzo del cjéríiito
sitiador. La escuadra ai’gcutma batió á la española, y el
ejército sitiador se liizo dueño de Montevideo por capitu-
kción, desapareciendo así el último vestigio del poder ma-
terial de la Metrópoli sobre el territorio uruguayo (Junio
1814).
V
■ Con la entrega de Montevideo, quedó resuelta, á la vez
que la emancipación del Uruguay, la de las provincias del
Kío de la Plata, en cuyo territorio sólo consen^aba la Me-
tróix)li aquella plaza militívr. El movimiento revoluciona-
rio entró entonces en un nuevo ¿período, que debía poner á
pnieba los talentos y las virtudes de sus directores. Caída
la dominación extranjera, se planteaba netamente la cues-
tión sobre el régimen político que debía sustituirla, obli-
gando á los partidos á manifestarse con una ñ-anqueza de
Dom. IÍSP.— i.
60
INTRODUCCIÓN'
que hasta allí estuvieron excusados en mérito á las inceili-
dumbres del éxito. La amplitud de las perspectivas ofi’e-
cidas por aquella opórtunidiicl, parecía adeiaiada íí inducir
los ¿Inimos á un acuerdo en que prevaleciesen la abnega-
ción y la piTidencia, pai’a sacar del hervidero de las pasio-
nes en choque, la fórmula que salvase intacta la existencia
de una gran patria común. Síntomas inequívocos de
repulsión á proseguir obedeciendo el antigno dominio
centralista, eran la actitud del l^araguay y el caloroso
apoyo que suscitaba, eji las provincias litorales la pj'opa-
ganda federal de Artigas, íuguyendo estas demostraciones
que no podía conti’ariarse aquella corriente tan pronun-
ciada, sin arriesgar la división y el fraccionamiento.
No lo pensó a.sí el gobierno de Buenos Aires, embria-
gado por la victoria que le hacía heredero accidenUil del
poder metropolitano. ],)ucfio de Montevideo, trató al Uru-
guay como país conquistado, señalándole límites por un
decreto y nombrándole Gobernador intendente que lo ad-
ministrase á su arbitrio. Sucesivas contribuciones de gue-
rra esquihnaix)!! lo que aun restaba de la antigua riqueza
pública, fraudes electorales hasta entonces nunca vistos
organizaron las nimiicipalidad&s y diputaciones con hechu-
ras del conquistador, y una persecución general á las per-
sonas y sus bienes, puso el colmo á los sufrimientos. El
país protestó con las armas de aquella agresión á sus de-
rechos todos. Fue breve, pero llena de alternativas la lu-
dia, que se decidió al fin en la batíilla de Guayabo (Enero
1815 ), dejando á los lu’uguayos dueños excliLsivos de su
territoiio. La aspiración creciente que pedía para las Pro-
vincias Unidas un gobierno basado sobre el régimen repu-
blif^ano federal, recibió con esta victoria un ]joderoso cm-
INTRODUCCIÓN
G1
puje que llevó hasta Buenos Aires uiisiuo el eco ele sus
vibraciones simpátieas.
El Directorio ejecutivo y el Congreso, á cuya acción
conjunta obedecía la polític-a de sumisión y exterminio de
las Provincias sometidas al protecitorado de Artigas, fue-
ron derrocados y sustituidos por un gobierno provisional,
que inició sus primeros actos mandando quemar en la
plaza pública de Buenos i\ii*es los deci-etos infamatorios
lanzados cojiti-a el defe de los Oricntídes, y declarándose
dispuesto á proponerle arreglos pacíficos. Pero el nivel
moral del nuevo gobierno estaba muy abajo de las espe-
ranzas dcjiositadas en él, como lo demostró en seguida, eli-
giendo seis de los jefes militares que por sus compromisos
con el gobierno anterior suponía incursos en el odio de
Artigas, y enviándoselos jirocesados y cargados de cadenas.
Artigas devolvió los prisioneros, protestando no ser ver-
dugo. Bajo tales auspicios, ocupó el poder en Buenos Ai-
res un Director interino (Alvarez Thomás), quien obligado
por la opinión, reanudó en ima forma civilizada y cris-
tiana, aunípie con designio de hacer imposible todo aveni-
miento, las negociaciones de paz que el pueblo de las Pro-
vincias Unidas reclamaba. Mai*charon, en ese concepto, dos
comisionados á Paysandú, para convenir las bases de la
pacificación (Junio 1815).
No había motivo para suponer que si el Jefe de los
Orientales, abandonado á su suerte indecisa en 1818, lo
subordinó todo á la defensa de la causa federal, declinase
de sus pretcnsiones conocidas, ahora que esa aiusa ü’iim-
faba bajo sus auspicios en Comentes, Entre -Kíos, Santa-
Fe y Córdoba, ciuíontrando partidarios y sostenedores en
Buenos Aires mismo. Así fué que al formular de su paite
INTRODUOCrÓN
G2
el proyecto de transacción, se limitó á rejíroducii' lo san-
cionado por el Acta de Abril de 18.13, en cuanto a que la
Banda Orientiil del TJrugiiay pactaba con las demás Pro-
vincias del Kío de la Platti una alianza ofensiva y defen-
siva, pero quedando sujeta á la Constitución que sancio-
nase el Congi’eso general, legalmente reunido, teniendo jmr
base la libertad. Pedía, además, que se devolviera al. Uru-
guay una parte del armamento extraído de sus parques, la
flotilla naval, la imprenta y una indemnización pecimiaria
para resarcir las enormes exacciones ó injustificadas con-
tribuciones de guerra impuestas al país por los delcgadí^
del Directorio que J ; babían ojirimido. Establecía, ])or úl-
timo, (pie las Provincias y pueblos comprendidos desde la
margen oriental del Paraná hasta la occidental, quedaban
incluidos en la mencionada alianza ofensiva j defensiva,
como igualmente las Provincias de Sanbi-Fe y Córdoba,
basta que A’^oluntariamente no quisiesen separarse de la
protección de la Provincia Orientid del Uruguay y dii’cc-
cióu del Jefe de los Orientales.
Los comisionados opusieron á estas bases el proyecto
de un tratado de paz, por el cual Buenos Aires reconocía
la independencia de la Banda Oriental del Uruguay, i’e-
nunciando los derechos derivados del antiguo régimen. Ha-
cíase extensivo igual reconocimiento á las provincias de
]laiti’e-Ríos y Comentes, « dejándolas en libertad de ele-
girse ó ponerse bajo bi j)rotección dcl gobierno que gus-
tasen». Renunciaba, además, Buenos Aires, á exigir cual-
quier indemnización proveniente de los gastos ocasionados
por la toma de Montevideo á los españoles, pidiendo igual
reciprocidad por parte del Uruguay en cuanto á los auxi-
lios que hubiese franqueado al mismo efecto. Bajo esta
IXTR0]>UCC1ÓN
6y
coiifoimidnd, lina y otra Provincia soi'ían obligarlas á,
auxiliarse en la guerra contra la Metrópoli, y para evitar
todo motivo de querellas internas, se devolverían recípro-
camente los prisioneros hechos por una á oü’a, y protege-
rían en BU mayor ajnplitud los intereses y las personas de.
sus residentes respectivos, así como el comercio de inter-
cambio entre sus habitantes. Proponían, por An, los comi-
sionados, que en caso de no ser repulsivo al Uruguay, se
demoliesen las murallas de Montevideo, por convenir así
á los intereses genei’ales de la Nación.
Á la verdad que las proposiciones de los comisiona-
dos de Buenos Aires, no podían estar más destituidas
(le sentido político, ni ai’güir con mayor vehemencia con-
tra los planes del gobierno que las autori/.aba. Esto no
obstante. Artigas insistió en el proyecto de consolidar
la nnión, y para lograrlo de un modo que excluyera sos-
])ccbas de pei’sonalismo, se decidió á confiar la gestión del
asunto á los representante.s de los j:)ucblos inmediatamente
interesados cu el óxito. Dirigió con tal motivo invitaciones
á las cinco provincias de la I./iga Federal, pidiéndoles que
eligiesen diputados á un Congreso destinado á reunirse en
el Uruguay, para fijar las bases del acuerdo que debía so-
meterse á la cojisideracióu del gobierno de Buenos Aires,
como garantía de ulterioridades venturosas, llespondierou
las pro’iúucia.s invitadas, adhiriendo al propiísito, y de
entre los dijiutados electos, se designó una comisión com-
]-)uesta de cuatro de ellos, con cargo de proponer un tratado
definitivo sobre las bases de (ionfedcración formuladas en
Junio anterior. Marcharon los diputados á Buenos Aires,
y después de largas conferencias con el gobierno, císte se
negó á todo (Agosto 18.1.5), dcmo.strando así la e.sterilidad
G4
introducciÓjn;
(le cualquier tentativa de concordia que amenazase sustraer
el líioviniiento revolucionario á la dirección artificiosa de
irnos cuantos letmdos y políticos, pm’a encauzarlo en las
corrientes populares, ansiosas de independencia y libertjicl.
La razón infoi’inante de esta conducta, reposaba en causas
ocultas íí la inteligencia del vulgo, y que sólo el tiempo
debía poner de manifiesto ante el porvenir. Los hombres
que dirigían el movimiento insuiTcccional desdo Buenos
Aires, eran refractarios á. las infiiiencdas de la opinión pú-
blica, Organizados eu mí centro misterioso que se deno-
minaba Logia Lautaro, elaboraban allí sus planes bajo
condiciones cliscáplinarias y compromisos de obediencia,
j)ropios del sectarismo conjurado, pero impotentes para
íimclar las instituciones de un pueblo libre. En la oscuri-
dad de a(jueUos acuerdos, sin más control que el voto de
sus conferentes, fijábanse los nimbos políticos cuyo secreto
sólo poseían los aOliados de la Logia, quienes constituían
á la vez el personal de donde se reclutaban los gobernantes,
legisladores y genei’ales, encargados de dar impmlso ex-
teiior á lo pactado. Contra e.ste A^allacbii’ invisible que la
astucia, de los más ])revenidos había colocado en merbo de
las corrientes revolucionarias, chocaban y se deshacían las
esiDontaneidades generosas y las iniciativas fecundas, ma-
nifcshidas y acometidas á plena luz jior los pueblos con
todo el candor de su entusiasta buena fe,
Sin perjuicio del alcance atribuido á los propósitos ini-
ciales de la Logia Lautaro, para conseguir la organización
independiente y republicana del Kío de la Plata, el aisla-
miento en que actuaban sus afiliíidos y las resistencias que
el espírítu revolucionario les oponía doquiera, concluyeron
por transformarles en advérsanos de ambas aspiraciones.
lílTRODUCCIÓN
66
Al organizarse los legistas en centro directivo ele la revo-
lución, no tenían oti’o \nnculo con las infusas populares que
la antipatía comíin al dominio colonial. Reducidos á es-
coger entre la constitucicín de un gobierno propio con ele-
mentos internos, ó la conquista de influencias exteriores
que les llevasen Íí fundar la autoridad sobre bases inonái*-
quicas, optaron por este lóltimo temperamento, divorcián-
dose del criterio vulgar en materia tan importante. Colo-
cados en ese terreno, se plegai-on á los trabajos en favor
de la princesa Carlota, con cuyos agentes combinaron sus
esfuerzos, hasta que inhabilitada la candidatura de la
princesa por las perplejidades de la corte lusitana, dieron
oti'o riunbo á sus combinaciones, impacientados de la du-
ración prospectiva de la anarquía, que ellos mismos habían
contribuido á desencadenar y que se encontraban impo-
tentes i^íU'a reprimir.
Admitidas las preocupaciones y temores de estos hom-
bres, no es de imputarse á traición que en las angustiosas
cij'cunstíincias peculiares al primer bienio revolucionaiio,
buscasen ]iríncipc á quien investir con el gobierno. De lo
más que puede acusárseles hasta entonces, es de haber
sido inferiores á la situación, cuyas dificultades prctendnm
dominar con recursos exti-aílos á su índole. Careciendo de
fe en la capacidad política de las multitudes insiureccio-
nada.s, juzgaban de su actitud final por las exterioridades
visibles, cuya, resultante, era la anarquía, uivclando todas las
reputaciones y hundiendo todos los prestigios urbanos. En
Buenos Aires, centro de la Revolución, había fracasado la
iniciativa de encarrilarla ]>or medio de un Congi'eso, preci-
pitándose las facciones á la conquista del poder dictatorial
ejercido sin imts norte que la defensa de siv. intereses. Una
INTRODUCCIÓN
fiO
desorganización ¡laralela minaba lu existencia de las de-
más provincias, sin ti’aslucirse en ellas otra jierspcctiva de
orden que la sumisión al caudillaje, cuya autoridad tenía
(íontomos similares (ion la de los antiguos jefes de tiibii.
Sieiido, jiues, el sistema monárquico una forma de go-
bierno regular, y la tíniisa que había mantenido en jiaz á
los ixieblos del Plata, no era de exü'afíarse que muchos la
i'escrvasen en sils c^dculos como solución posible de tantas
desventimas.
Pero si las dificultadas de la éjioca y la orientación par-
ticular de algunos de sus hombres, explicíiu y absuelven
los trabajos monárquicos en momentos en que el Paraguay
rechazaba una expedición revolucionaria, Montevideo j)cr-
manecía bajo las banderas del Rey, y el ejercito español
marchaba desde el Alto Pciti sobi’e Buenos Aires, nada
ha}’- que justifique la prosecución de esos trabajos, cuando
sucesivas idctorias militares habían desalojado el poder
colonial de todo el virreinato, y los caudillos populares su-
bordinaban sus aspiraciones á la conquista de fórmulas
adelantadas de gobierno jiropio. Mucho menos puede jus-
tificui-se la tóctica depiresiva y humillante con que los afi-
liados de la Logia icanudaron las negociaciones, á pesar de
que los intereses creados pior la victoria y el sentido co-
míin, las imposibilitaban de consuno. Eliminada toda
perspiectiva de constituir gobierno nacional coronando un
príncipe cuahjuiera de las casas eui’opeas reinantes, one-
cieron iucondicionalmente el dominio de estos pueblos it
Inglaterra, para que los gobernase a inodo de colonias do
su piropiedad. Como el gobierno inglés repudiara la oferta,
dieron oti*o giro á sus pretensiones, yendo á inqilorar de
Carlos IV, destronado y caduco, un candidato de su (esa,
INTRODUCCIÓN
67
puesto que, segóii rlcciau, la edad y la distancia no le per-
mitían á él, solDerano legítimo y amado de los pueblos del
Plata, pasar á scntai’sc en mi trono que le correspondía de
dereclio. Para remover todo inconveniente á. la aceptación,
se conquistaron la complicidad del príncipe de la Paz, fir-
mándole documento en que le señalaban una pensión
anual de cien mil pesos, para sí y sus descendientes, cual
correspondiera á un Infante de Castilla; y cuando desqiuós
de liaberse humillado tanto, les fuó imposible lograr su
objeto, arrancaron del Congreso de Tucumán, que acababa
de declarar la independencia de las Provincias Unidas, el
beneplácito de incorporarlas á la corona de Portugal,
como territorios complementarios de los dominios de D.
Juan VI
La corte portuguesa, más experta que los postulantes
cu discernir oportunidades, midió la extensión del com-
promiso que era invitada á contraci*, antes de aceptarlo
llanamente. Su situación era diversa á la de 1808, f)ues si
entonces, libre de reatos con España, podía aspirar á here-
darla en el Plata, ahora, adlierida todavía á ella por los
vínculos de la coalición europea, contra Ponaparte, arries-
gaba echarse encima la antipatía de las demás potencias,
pretendiendo hostilizar á los españoles en la reivindicación
de sus dominios coloniales. Para precaver aquella eventua-
lidad y hacerec al mismo tiempo de recursos de guerra en
el futuro y posible teatro de las operaciones, buscaron los
estadistas lusitanos un jiretexto cpie habilitándoles á pres-
cindir del acuerdo de los aliados, disipase las desconfianzas
de quienes más próximamente podían vigilar sus actos. Al
efecto, se diiigió el gobierno portuguós á los de Inglate-
rra y España, avisándoles que la defensa del orden en
68
INTIIODUCCIÓX
SUS colonias de Amanea, le obligaba á trfisladar á ellas
una de las divisiones militares de su ejército europeo, y
reclamada por este modo indirecto la conformidad, pudo
sin obstíl(;ulo aglomerar sobre, el tenitorio del Brasil, un
níicleo veterano que garantiese el éxito de toda tentativa
de fuerza.
•Lnegjo que consolidó su situación militar, empezó é pre-
parai*sc el camino para jastificar la actitud subsiguiente.
Le urgían en dicho sentido, el Plenipotenciario argentino
García, negociador principal de la trama, y D. Kicolás
Herrera, que ya desempeñaba de hecho, el puesto de ase-
sor político con que vino míís tarde incorporado al ejército
invasor. De acuerdo c!on estas instigaciones que hablaban
tan fuertemente á sus propios instintos, el gobici'im jmrtu-
gués i'odobló sus quejas contra los perjuicios que causaba
á la provincia de Río-grande el estado aiuírquico del Um-
guay, no olvidando de inculcar sobre la necesidad de po-
nerle téi’mino por la fuerza. Cumjdidos esos preliminaics,
expidió órdenes ]:>ara el embarque con destino lí Santa Ca-
talina, de la pi'incipal división que debía abrir operaciones
apoyada por una escuadj’a compuesta de buques de todo
bordo. '
De manera que cuando Artigas, aliado á las provincias
de Entre-Ríos, Corrientes, Santa-Fc y Córdoba, procla-
maba las instituciones republicanas bajo el régimen federal,
los monarquistas ríoplatenscs abrían las puertas del Uru-
guay á las tro])as portuguesas, para que comenzasen por
allí la reconquista colonial de los pueblos, hipócritamente
declarados libres por un Congreso que en secreto los en-
tregaba maniatados al exü-anjero. Secundando los c,sfuer-
zos de los portugueses, el gobierno de J3uenos Aires orga-
líPniODüCCiÓN
69
nizaba im ejército en Santa- Fe, para sojuzgar toda coope-
ración de resistencia al invasor, y en previsión de ultci'iori-
dades, se reservaba caer sobre los federales, es decir, sobro
el pueblo armado de la Nación, con las tropas que aglo-
meradas en las provincias del Norte, presentían destino su-
perior al de la traicáÓJi á la causa póblica. Tal era el plan
desacertado y criminoso, bajo cuyo influjo debía entre-
garse á. I). Juan VI de Portugal, la independencia y el
honor de las Provincias Unidas del Sur.
El avance de la expedición conquistadoi’a se supo in-
mediatamente en Montevideo, cuyo Cabildo llamó al ])hís
Íí las armas (Junio 22 de 1816), pju’a defender la inde-
pendencia amenazada. Ai-tiga.s hizo igual cosa, circulando
órdenes á los jefes militare.s de nprestiirse al combate (Ju-
nio 27). Impresionado el es))íi’itu póblicto en todos los
íímbitos del Plata poi‘ la injusticia de la agresión y la va-
lerosa actitud con que se recibía, una reacción benévola
se operó á favor del Jefe de los orientales, hasta en aque-
llas provincias donde era menos simpático. El gobierno de
Buenos Ames, previendo que semejante explosión de fra-
ternidad reforzaría la influencia del caudillo, afectó sospe-
char que loa portugueses invadían de acuerdo <;on Artigas,
y explicó de ese modo su propia inacción, disculpándose
con la perplejidad en que se veía para decidirse. Entre-
tanto, los portugueses, sumando entre veteraiKíS y milicias
un ejército de 10.000 hombre.s, avanzaban sobre el Uni-
guay, extendidos en una línea de operaciones cuyos extre-
mos eran el lago Merín y las Misiones orientales.
Artigas (rompr’cndió desde el primer inomenfr;, que no le
sería posible afroirtar con éxito, en tcrritoiio propio, aque-
llas masas orgarrizadas, que á más de su efectivo conside-
70
INTKOnUCCrÓN
rabie, clisponíaii de una escuadra auxiliar, así es que conci-
bió el plan de una vigoi’osa ofensiva, llevando la guerra al
temtorio ocupado por la nación invaaora. Para el efecto,
puso en pie de combate todas las milicias disponibles del
país, que podían sumar unos 6000 hombres, en su mayor
parte de caballci’ía, proponiéndose aumentarlas cmi divi-
siones de Entre -Ríos y Corrientes que podían computarse
en mi tercio de aquel nómero. Organizó una flotilla naval
para mantener la comunicación expedita en el alto Uru-
guay, distribuyó armamento y municiones de infantería,
enc^irgando la formación de cuerpos de esta arma, y expi-
dió patentes de corso para con-esponder á las hostilidades
de mar. Preparado así, ti-azó su plan ofensivo, que consis-
tía en invadir las Misiones orientales por el Uniguay y el
Oiureim, frustrando la iniciativa de los portugueses hacia
el Norte y amagándoles por la espalda hacia el Este.
No esj-Kíraba el enemigo esta agi'esión: así es que sin
mayor cautela prosiguió su marcha de avance. Descabeza-
ron sus primeras columnas la línea comprendida desde
Cerro-Largo hasta el Merín, ocupando una de ellas, que
ora vanguardia del general en jefe, el fuerte de Santa 'l’e-
rasa en Agosto de 1816. Apenas tuvo Artigas noticia
del hecho, oixlenó la invasión, lanzando sobre las Misiones
á los comandantes Andrés Artigas, Sotelo y Verdón,
mientras éb mismo, al frente de un cuerpo de reserva que
combinaba sus movimientos con las divisiones de Otor-
gués y Rivera, se mantenía á la expectativa. Los prímeros
resultados de esta actitud fueron tan brillantes, como de-
síistrosa y íiangríenta su concliLsióii final. Aiufrés Artigas,
ayudado de la escuadrilla del alto Uruguay, invadió y su-
blevó las Misiones orientales, sitiando en San Borja al jefe
INTRODUCCIÓN
71
de Uis t’uerzutí eneniigas, que se había- guarecido allí. Otor-
giKÍs marelió sobre Cerro -Largo, para cerrarle el paso ala
columua que entraba de Río -grande por esa dirección.
Rivera, con una división de las tres armas, fiió destacado
sobre la vanguardia que había partido de Santa Teresa,
logrando oportiuiaincnte interponerse entre ella y el ejer-
cito invasor. Artigas se colocó entonces sobre el paso de
Santa Ana en el Cuareim, protegiendo la iiTupción que
hacían sus tenientes en el Korte.
Sorprendidas las tropas port-uguesas ante aquella ini-
ciativa, afrontaron el peligro con resolución. Estaban man-
dadas por jefes aguerridos en las recientes guerras europeas,
disponían de arnianicnto superior, y contaban con el auxi-
lio de milicianos acostumbi’ados ¿í los c,*ombates de parti-
darios. Desde el 2G de Septiembre hasta el 5 de Octubre,
Andrds Artigas y Sotclo fueron derrotados y deshechos en
(ánco aiioiones sucesivas, perdiendo la flor de su gente, y
todo el tren de artillería y caballadas. Verdón, que se
había internado en protección de ellos, tuvo que soporUxr
solo, en Ibirocay, el ataque do las fuerzas victoriosas, y
no obstante su denuedo, abandonó en derrota el campo
sembrado de c.adáveres de los suyos (19 Octubre). Esti-
mulado el enemigo por tan alentadores progresos, reein-
]ji‘endió su itinerario do avance, que por un instante se
había visto obligado á abandonar. Babiendo que Artigas
se encontraba en Carumhc sobre el Cuarcim, se decidió lí
buscarlo allí, y el 27 de Octubre le presentó batalla. A pe-
sar del valor individual desplegado por sus troiias, iVitigas
fué derrotado, dejando tendida sobro el campo la mitad de
los combatientes íí sils órdenes.
Estos triunfos de la expedición coiKpiistadora, ó la vez
JNTK(JDUCC1ÓN
que dcspcjabnii el Norte, deseiubara/abau la acción de
sus columnas en el l{!.ste, ])or donde entraba el general en
jefe con el grueso de las tropas escogidas. Otorgués y
Rivera estaban encargados de liacer frente á aquella musa,
cuyo avance no tenía otro antemural (jue la contuviese,
pues ocupada Santa Teresa y desguarnecidos Maldonado
y Montevideo, la suerte de la campaña flependía de la
habilidad de ambos jefe.s. El primero en chocar con el ene-
migo fiié Rivera en India Muerta, siendo acucliillado y
desti'ozado, á extremo de no quedarle nuts de cien hombres
jimtos, con los cuales salió del campo de batalla (1,0 No-
viembre). Eliminado ese obstáculo, jirosiguieron su mar-
cha los portugueses, avanzando una de sus columnas de
vanguardia hasta el Sauce, donde el comandante (tU-
tierrez les atacó sable en mano, derrotándoles con grajides
pérdidas. Al mismo tiempo. Otorgues, cuyas avanzadas
habían sido sorprendidas en Cerro -Tjargo, se retiraba sobre
el Cordobán, y alcanzado allí por otra columna enemiga,
la {ifrontó con éxito, obligándola á retirarse en dispersión i.
Equilibradas así las ventajas recíproíjiis entre invasores y
patriotas, y rehecho Rivera, Otorgués buscó la incorpora-
ción de este último, con ánimo de batir la división enemiga,
que habiendo penetrado por Río -grande, acababa de hacer
alto en el poti-ero de Canu 2 )d. La victoria se contaba
segura, pero disensiones de mando ocurridas entre los dos
jefes patriotas, les separó en el momento decisivo, facili-
tando así la incoq) 0 ración de 20ÜÜ hombres de toda.s ar-
mas al grueso del ejército invasor.
Perdida la campaña del Este, quedó abierto á los inva-
sores el camino de Montevideo, que emprendiei’on á mai-
('bas lentas. Rarreiin, Delegado de Artigas en la ciudad,
IN'J'KODUCCMÓX
78
üciirrió al Director Dueyn’edon, jefe del gobierno de Jlue-
iios Aires, pidiéndole auxilios. Se creía autorizado para
hacerlo, en virtud de una iniciativa re^ilizada por uípicl
funcionario en Ioí? primeros días de Noviembre, transcri-
biéndole á él, al Cabildo de Montevideo y ¿i Aidigas, la
nota en (pie iuci'epaba al generalísimo portugués su actitud,
y le imitaba á su.spcnder sus marchas. Pero el Director
Pueyrredóu, caloroso afdiado de la Logia Lautaro y ejecu-
tor consciente del plan contra el federalismo i’epublicano,
sólo había dado el paso que esperanzaba a Barreiro, para
salvar las apariencias, así e.s que recibió Mámente las
iiitUcacioiies de aquél, desalentándole cuanto pudo sobre
las perspectivas de una resistencia eficaz al enemigo. Sin
embargo, como la opinión del pueblo de Buenos Aires
fuese cada vez más unánime en favor de los orientíües, y
Baireiro repitiese sus instancias de ser soconrido, PuejuTe-
dón le manifestó que acreditase oficialmente pcisonas con
quienes entenderse, á cuyo efecito, el delegado le envió con
plenos poderes y como diputados suyos, dos miembros del
Cabildo de Montevideo.
Llegados éstos á Buenos Aires, PueyiTedóii se negó á
prestíirlcs uxilio algoino, sin que anticipadamente suscri-
biesen un acta de incoiporación del Uruguay á las Pro-
vincias Unidas, bajo condiciones idéntica.s á las que ha-
bían sido rechazadas por las provincias de la Liga fede-
rad, ciompi’ometiéudosc, en caso iifirmativo, á protegerles de
inmediato con lÜOO hombres, S piezas de eañchi, 1000 fu-
siles y las consiguientes municiones de repuesto. Los di-
putados, previa estipulación secreta que establecía la per-
manencia de Ai'tigas y demás jefes orientales en sus mis-
mos privilegios, distinciones y rangos, firmaron el AcUi de
74
JNTHODUCOÍÓX
incorporacióji cuya sustancia era: que el tenitorio tle la
Banda Oriental jimisc obediencia d Congreso y ul Direc-
tor, en la misma forma que las demíts jirovincias, euar-
bülando el iDabellón comíin íí ellas, y enviando inmediata-
mente sus i’cpreseutantes al Congreso; en eoiisecuencia de lo
cual, « el gobierno supremo quedaba por su parte en faci-
litar* todos los auxilios que fuesm dahlea y necesitase el
Uruguay 2 Jara su defensa» (8 Diciembre). Sin esjrcrar la
ratificación del jracto, el Director lo publicó inmediata-
mente, y cuando los diputados enq^ezaro]! á urgir ¡ror el
envío de auxilios bélicos, les contestó que todo dependía
de la esj)erada ratificación. Formuladas nuevas instan-
cias en ¡n-esencia del avanec victorioso de los portugueses,
el Director se excusó con el tiempo re(juerido jrara idtimar
los aprestos, aconsejando de paso al Cabildo de Mojitcvi-
deo que asumiese el mando político de la ¡daza y designase
un jefe militai* ¡rara encargarse de su defensa, sin perjuicio
de lo cual, envió una cantidad de laJicbas con destino al
transporte de las familias que deseasen ponerse en salvo.
Habiendo logrado el primero de sus objetos, que era
aparecer como defensor de la integridad de las Provincias
Unidas, supuso Pueyrredón que no podía insistir en aque-
lla actitud sin comprometei’se realmente, así es que se pre-
paró á atenuarla con la mayor presteza posible. Bajo pre-
texto de examinar la situación creada por los íiltimos su-
cesos, convocó una reunión de las corporaciones políticas
y militares de Buenos Aires, á la que asistieron los dipu-
tados de Montevideo, quienes no atinaban ya con los re-
sortes que debían tocíir ¡)ara el logro de ios recursos ]n*o-
metidos. Establecióse en aquella conferencia la verdad de
la situación, y quedó bien demostrado que no coincidíaji
IXTRODUCOIÓN
75
las intenciones positivas clel gobierno con sns recientes
alardes. Después de un cambio de ideaa entre los concu-
rrentes, se i-esolvió que en vez de la declai’ación de guerra
indicada por Lis circunstancias, se enviase un comisionado
al generalísimo portugués para enterarle del giro que to-
maban los negocios, y exigirle, 6 bien el retiro con sus tro-
pas íí la línea divisoria de frontei’as, o bien el ajuste de
una suspensión de armas y acantonamiento por ti-es meses
del ejército invasor sobre una. línea convenida, ínterin se
acreditaba plenipotenciario ante la corte del Brasil pai’a
estipular tiansacciones generales.
Entre tanto, ni Barreiro, m el Cabildo de Montevideo se
habían ati’cvido á ratificjir el pacto de incorporación que el
Director exigía fuese aceptado j)or todos los habitantes de la
Banda Oriental, á quienes scgiu'amentc no reju*csentaban
el delegado de Artigas y el ayuntamiento de la ciudad.
Por su ])Hrte, ej Jefe de los Orientales, sabedor de los pla-
nes á que obedecía la invasión líortuguesa, negó también
su aprobación al pvicto, justificando esa actitud con la de-
claración de que « amaba demasiado su patria, para sacii-
fiííar el rico ])atrimonio de los oríentales al bajo precio de
la necesidad». I^ueyrredóu, que es]:>eraba este resultado, se
satisfizo de verse libre de a])rcJTiios y escudado á la vez
contra los reclamos de la opinión. La comexlia. hvibía sur-
tido todos sus efectos en el ánimo impresionable del pue-
blo porteño, que no se exifiicaba la condiujta. de su vecino,
Ijrcíiriendo el dominio extranjero u la unión contra el ene-
migo común.
Dom. Kst.— i.
10 .
76
INTRODUCCIÓN
VI
Abandonados los uruguayos ú sí mismos, intentaron un
doble esfuerzo por tierra y mar. De todas partes acudieron
gauebos y milicianos para reforzar las columnas deshe-
chas, y negros libertos á iucoiporarse por centenares á los
rotos batallones cuyos cuadros quedaban en pie. Desde el
pueblo de la Cruz, donde Anch-6s Artigas al frente de un
cuerpo de voluntarios esperaba la incorporación de las mi-
licias de Corrientes, hasta Minas, donde Lavalleja daba las
primeras trazas de aquella entereza de ánimo que debía ha-
cerle más tarde el libertador de su Patria, se foniió luia
muralla viviente de resistencia al conquistador. Los corsa-
rios de mar, izando su temible bandera, fueron á pasearla
frente á las foitalczas de Poitiiga.1 en Amórica y Eui-opa,
siendo testigos de sus agresiones llío Janeiro, Pernambuco,
Bahía, Oporto y Lisboa, en cuyos puertos apresaron ó
destruyeron los buques dcl comercio portugiiós.
El enemigo pensó que J’ecién empezaba la guerra, ó
indeciso, se detuvo por un instante en los límites que le
señalaban sus últimas victorias. En aquel momento
supi-cmo, si la dirección militar hubiera coirespondido
á los empeños dcl país, la invasión portuguesa se ha-
bría retii'ado vencida. Pero Artigas, cuyos planes de
guerra admiraban sus propios contendores, no tenía el
dominio del campo de batalla, y un cúmulo de circunstan-
cias en que enti-aba por mucho la fatalidad, le inducía al
desacierto en la elección de sus tenientes. Cinco años de
nerRODuccióx
77
lucha, habían creado pi’estigios individuales, desta(;ando de
entre la multitud á cierto número de jefes que la acandi-
liabai. en segunda fila, pero los últimos desastres, al poner
á prueba la habilidad de esos caudillos, no dejaron otro
vínculo enti-c ellos y las masas, que el de la obediencia
naciida de lá abnegación por la causa pública. Artigas no
se (lió cuenta de aquel cambio, y prosiguió atribuyendo al
asciaidicnte individual de los jefes dc]*rotados, la facilidad
con (jue se rehacían. Inspirado en esas ideas, no solamente
les confirmó en sus mandos al pi*epararse á la nueva (;am-
pafia, sino que los elevó en categoría, poniendo bajo sus
órdenes el grueso de las fuerzas disponibles, mientras rele-
gaba ú puestos subalternos, en las di^úsioiies movilizadas
ó en las guarniciones de plaza, ii los verdaderos militíires
de escuela.
Insistiendo siempre en su plan favorito de llevar la
guerra al territorio ocujiado i)or el enemigo, tomó posicio-
nes avanzadas sobre la línea del Norte, mientras trataba
de contener la irrupción del Este por todos los medios 230-
sibles. Con ese doble designio, destacó á D. Andrés La-
torre sobre el Cuareim, confiándole un ejército de 3400
homl)rc.s, á la vez que D. Fructuoso Rivera, á cuyas ór-
denes puso todas las fuerzas del Este y parte de las del
Siii’, quedó en observación del generalísimo 23ortugués que
se movía lentamente sobre Montevideo, guarnecido por la
tropa de línea que el comandante Bauzá había organi-
zado. Don Tomás Gai’cía de Zúñiga, al mando de la
división de San José, engrosada por varias jíai’tidas de las
adyacencias, formaba en el cenü’o un cuerpo destinado á
acudir donde fuese más necesario. Artigas, al frente de
ima gran guardia, se situó cji los oeiTos del Ai’apey, para
78
INTRODUCCIÓN
observar y dirigir el movimiento invasor sobre los portu-
gueses.
Peneti'ados éstos do la inminencia del peligro, ocuiiieron
á defendei’se donde primeramente asomaba, y lo consiguie-
ron con mayor éxito todavía que en la campaña anterior.
Una división ligera de las tres armas se dirigió sobre el
campamento de Artigas en el Arapey, donde casi logTa
luiccj’sc dueña de su persona, después de lial)er asaltado á
sangre y fuego aquella posición reputada, inexpugnable
(3 Enero 1817). Al siguiente día, Latorre, que instigado
por las órdenes de Artigas, buscaba al enemigo, lo encontró
en el Catalán, librándose una larga y sangrienta, batidla
en que el jefe uruguayo fué vencido y disperso. Gópole
poco después igual sueitc á Andrés 7V.rtigas, quien atacado
en el centro de sils opcracáoncs, sufrió un completo desas-
ti'e, precm'sor de grandes atrocidades del enemigo en los
pueblos sublevados por aquel cíiudillo. Para complemoito
de -reveses, D. FiTictuoso Rivera, arrollado en todas par-
tes, abandonó la defensa del Este, replegándose con las
reliquias de su cli\isi6n á Colonia.
Al saberse en Montevideo estas noticias, Barreiro resol-
vió abandonar la ciudad, cuyas fortalezas desmanteladas
no tenían tras de sí más que un batallón de COO plazas y
una comi)añía de artillería, para resistir á 8000 hombres
(pie avanzaban sobre ellas. Su plan, concordado en junta
de jefes, era incíoiporurse á las fuej'zas del centro que man-
daba García de Zúñiga, formando sobre esa base un ejército
pava acosar y sitiar al enemigo, jiiientras Artigas se reor-
ganizaba del mejor modo que le fuera dable. Salió, pues, el
Delegado á situarse en las inmediaciones de Santa Lucía,
donde comenzó á constituir el nuevo núcleo de resistencia.
INTnODUCCiÓN
79
]^cro aJ mismo tiempo que la ciudad era abandonada, el
Cabildo, en precaución de los <lesmanes del enemigo, que
entusiasmado por las últimas victorias, ya estaba casi á
sus puertas, le envió una diputatáón compuesta de dos ca-
bildantes y el Vicario apostóli(5o, ))ara convenir la entrega
ti-ansitoria de la plaza, á condición de que fueran respeta-
tías todas las personas, sus derechos y propiedades, y que
el ocupante devolviera il la Corporation las llaves de la
ciudad, cuando debiese evacuarla. Aceptó el generalísimo
portugués estas condiciones, y el 20 de Enero entró en Mon-
tevideo, siendo recibido con los liojiores de su rango, bajo
palio.
Suponiendo que la serie de contratiempos sufridos, liu-
bier.in quebi’antado el ánimo de Lts poblaciones inniles,
los portugueses esperaban tranquilamente la sumisión del
país, cuando obsea-varon que en todas pai-tcs se alzaban
nuevas pai’tidas y hasta se o)’ganizaban cuerpos de ejór-
cito. El generalísimo dictó entonces desde Montevideo un
Bando, por el cual ponía fuera de la ley, como salteadora
de Ciiminofí, á toda emitida que robare ó maltratare algún
vecino, ó hiciere exacciones en los vecindarios pacíficos, y
en caso de qiie la aprehensión de dichas partidas no pu-
diera veriliearse, se haría la más severíi represalia en las
familias y bienes de sus componeute.s, á cuyo fin saldrían
fuertes destacamentos del ejército portugués á quemar sus
estimcias, y conducir sus familias á bordo de la escuatha
(Febrero 15). Para que la acción siguiese ála amenaza, se
preparó á tomai- la ofensiva por sí mismo, mientras sus te-
nientes so le adelantaban por el lado del Norte, invadiendo
la provincia de Entre-Ríos, á caiyos habitantes dirigieron
proclamas llenas de insinuaciones iracundas.
80
INTRODUCCIÓN
El Director PiieyiTedón, entonado con las victorias dcl
ejercito argentino en Cliile, hacia algíin tiempo que empe-
zaba á repugnar la posibilidad de que las Provincias Uni-
das pasaran al dominio de D. Juan VI de Portugal,
pues aunque monarquista decidido, le humillaba la pers-
pectiva de una incorporación tan deprimente como aquólla,
y de la cual sólo creía merecedor al Uruguay, por sus as-
piraciones incurables de republicanismo. Pero si el efecto
de la nueva situación militar argentina, actuaba sobre el
animo del Director con semejante influjo, mucho más am-
pho y expansivo era el que ejei’cía en el espíritu púbhco,
removiendo rivalidades de locahsmo para elevíu*se hasta la
aspiración de hacer extensivo á todos los pueblos dcl PlatJi
el sacudimiento de cualquier yugo extranjero. Kn ese sentido
era cada vez más propicia la opinión á la causa de los imi-
giiayos, y más insistente el presentimiento de la inconve-
niencia política de su abandono, así es que en cuanto cundió
la noticia de haber franqueado el invasor los límites de En-
tre-Ríos, se manifestó una corriente tan desfavorable como
amenazadora para el gobierno. Pucyj’rodón se preparó en
consecuencia á representar el segimdo acto de la comedia que
había ideado en provecho de sus combinaciones políticas ;
pero esta vez, no solamente para. mistificar al pueblo mien-
tras cavaba la fosa á los defensores de la Banda ()riental,
sí que tambión para explorar los sentimientos de la corte
del Brasil respecto á la íuiexión de las Provincias Unidas.
Tomando j)ie del último Bando publicado cu Montevi-
deo, lanzó otro el Director (Marzo 2), lleno de solenmes
protestas en favor de la independencia nacional, y de con-
miseración patriótica por la guerra que desolaba al Uru-
guay, donde había visto la luz un documento cuya lectura
INTRODUCCIÓN
81
hubo (le conducirle á el, «¿í los últimos exti’cmos, si la
dignidad del puesto que ocupaba, uo le hubiese aconsejado
otros medios de hacer entender al general portugués, cuánta
equivocación había padecido creyendo ca2iaz al Gobierno
supremo de resignarse á los insultos hechos al nombre
americano. » Vindicaba de paso su actitud tolerante hasta
entonces, fundándose en las esperanzas ([uc se le habían
dejado entrever, de que la agresión conti*a la Banda Meri-
dional del Río de la Platíi « era dirigida á la dicha y en-
grandecimiejüo del Estado», y lamentaba, por lo tanto, qué
el espíritu público se liubicse alarmado «con injuriosas
sospechas contra la integiidad de sus sentimientos.» En
seguida transcribía un olido dirigido al genei’tdísimo por-
tugués, en el cual, afeándole su inusitado rigor contra las
familias y proiiicdades de los uruguayos, le deshzaba estas
frases sugestivas: «Las familias que V. E. trans2)orte á
su escuadra le aumentarán gastos, peligros y las dificulta-
des de proveerse de subsistencias, al paso que deja más li-
brcí! de esta atención á los orientales fieles. Las estancias
taladas é inccnchadas por V. E. harán mi mal efectivo al país
á quien V. E. dispensa su jirotección, jicro sobre nadie
gravitará más sensiblemente que sobre su ejército, cuyas
provisiones han de venirle de campos quemados y destrui-
dos. » Pasando después á oti’o orden de consideraciones,
anunciaba quedar suspenso el emno de una misión exti*aor-
dinaria á Río Janeiro, « hasta tanto que de un modo ine-
quívoco se manifestaran ventajosas á estas Provincias las
negociaciones que pudieran entablarse en conformidad al
espíritu de los pueblos. » Concluía, por último, asegurando,
que si las medidas decretadas desde Monterideo se lle-
vaban á efecto, él cjcrceiía represalias sobre los súbditos
82
INTRODUCCIÓN
(le S. M. F. residentes en las Provincias Unidas, á cuyo
efecto mandaba internarlos; y jiara contrarrestar la ñiei'za
con la fuerza en los dominios invadidos, detcrniinaba que,
adcmits de los auxilios enviados íiltimamente á varios
puntos del territoiio oriental ( dOü fusiles con municiones,
300 fornituras y 2 jiiezas de campaña), se remitieran
otros nuevos de todo gtínero.
Al mismo tiem])o que hacía estas manifestaciones pu-
blicas, escribía rescrvadanicnte al Congreso de Tuenmun,
declarándole que la rájilica al Bando portugués no pasaba
de una maniobra « jiai-a acallar los clamores de los pue-
blos exaltados, conservar su ardor patiiótico, y detener el
nombramiento de un enviado extraordinario al Bi’asil »,
evitando in convenientes al que allí estaba de iirme (Gar-
cía), y perturbaciones á la negociación scci’cta en que to-
dos eran cómplices. Siguiendo este doble juego, aplaudió á
García el pi*o 3 'ecto de ultimar con la corte deJ Janeiro un
tratado de alianza ofensiva y defensiva contra j'Vi-tigas, so-
bre la base de que la compiista no teaspusiese los límites
de la Banda Oi’iental, jicro (;on la obligación de coadyuvar
á que se hiciese dueña del territorio comprendido entre
esos límites, para lo cual se comprometía el Gobierno m’-
gentino á retirar á los urugnajms todo auxilio, inclusos los
muy escasos que hasta entonces les había suministrado.
K1 Congreso de Tucumán y el ministro García quedaron
recíprocaincnte avisados y coiicorde.s con los planes de
Pue 3 nTcdón, jicro la. camdllei’ía. portuguesa, que dirigía sus
operaciones combinándolas con la actitud de las grandes
poteiuáas europeas, coito los oídos á las iusinuacáoncs de
García, y so afirmó cada, vez mas en el designio de ha-
cerse dueña del Río de la Plata>
INTRODUCCIÓ N
83 -
Ignorante de lo que pasaba en Europa, donde sus agen-
íes diplomáticos mantenían conexiones con intiigantes se-
cundarios, y ei’an hasta objeto de burla-s jDor el conocido
proyecto de coi’onar un vastago de los lucas á falta de
cíMididate viable, llegó íi. creer PiieyiTedón que la reserva
de la (!orte del Janeiro obedecía al, deseo de aivan carie á él
mayores seguridades sobre su aquiescencia á la (xniquista
de la Banda Oriental, y con el fin do satisfacerla, quiso
demostrar que sus declaraciones de hostilidad contra Arti-
gas no se reducían á simjJcs promesas de realización con-
tingente. Para el efecto, abrió Jiegociacioncs con Rivera y
(!)torgués, á pretexto de oftecerlcs auxilios de gucira, pero
con el fin do sondear el ánimo de estos jefes y sejiararlos
de siLS compañeros de causa. La fruición del Director
ante las probabilidades favorables de la trama, comprueba
la escasez de sus vistas políticas. ^sDc Artigas nada se —
escribía á raíz de lo.s desastres de Anipey y Catalán — sinó
(|uc estaba en el Hervidero haciendo nuevíus reuniones,
para hacer sin duda nuevos sacrificios. Me estoy enten-
diejido con Frutos Rivera. » Concretadas en este tono sus
referencias á la guerra contra los portugueses, solía salpi-
car el J’elato con chistes de gusto equívoco. Cuando logró
por fin conseguir* que las voluntades se anarquizasen, sti-
blevando unos cíontra otros á los c-aiidillos defensores de
la independencia, el Directoi* c,*elebraba su triunfo con esta
fi’ase: « ¡ Ya se rompió el btüle en la Banda Crien tíill »
Paralelainente á procederes tan alevosos, un acto polí-
tico de la mayor trasceiidencia consolidaba la situación de
Portugal ÍTcntc al más temible de sus advej’sarros. Medi-
tando España la reivindic’ación de las colonias del Plata,
puso en juego, pai’a asegurar el éxito, otros medios que la
84
INTKODUCCIÓN
fuerza material con que no contsiba. Redacto una protesta
moderada y firme contra la conquista portuguesa, some-
tiéndola á las cinco principales potencias europeas, que al
acogerla favorablemente, dieron orden á sus representantes
reunidos en la conferencia de París, de asumir la actitud
correspondiente. En consecuencia, los pleuipotenciaríos de
Austiia, Francia, Inglaterra, Priisia y Rusia dirigieron una
nota colectiva al Ministerio de Negocios Extranjeros de
Portugal (Marzo 16), haciendo presente el disgusto con
que veían la ocupación militíu’ del Urugua}’^, y la dis-
posición en que estaban de intervenir para que fuese
restituido al soberano español aquel dominio legítimo de
su corona. Planteada así la cuestión, estaba resuelta en fa-
vor de España, porque no era posible á Portugal luchar
contra toda la Europa representada por las potencias sig-
natarias del ultimátum. Cíípolc, sin embargo, á la cancille-
ría lusitana librarse de aquel peligi’o, volviendo contra Es-
paña las mismas ai’mas que ella esgrimiera.
El duque de Pálmela, Plenipotenciario portugués en IjOu-
dres, fué designado por su gobierno para que, asociándose
al marqués de Mirialva, que lo ei’a en París, avocasen el
asimto. Político diesti’o, quiso Pálmela ante todo explorar
el ánimo de aquellos de sus adverearios que poj’ el antago-
nismo de intereses con España, suj)onía entrados á la coa-
lición de mala gana. En esc (;aso se hallaba Inglaterra, á
quien la independencia del Río de la Plata reportaba la
doble satisfacción de vengar un revés militar y asegurar su
libre comercio, siguiéndole Austria, que por no ser poten-
cia colonial, ni ganaba ni perdía con la desmembración de
las colonias esjiañolas. Púsose, pues, en contacto con el Mi-
nisti*o austi’iaco en Londres y los principales hombres jx)-
INTRODUCCIÓN
85
líticos ingleses, quienes le confirmaron en sus sos 2 :>eclias,
enterándole que era Rusia la instigadora de aquella ines-
perada actitud de las potencias. ]!)ueño entonces del secreto
de la coalición, habló á los disidentes en nombre de los in-
tereses que fatalmente debían segregarlos de ella, hacién-
dolo con tanto ado'to, que aiTíiiUió del Gobierno inglés la
pi’onicsa. secreta de garantir á Portugal contra una inva-
sión de sus Pstados peninsulares, eventualidad la más te-
mida para el caso de resistencia al ultimátum, y obtuvo
del rejiresentente de Austria promesas de cooperación que
equivalían á una alianza; comániendo, en cambio, que para
no exasperar á Rusia, el gabinete portugués liabía de re-
ducir sus aspiraciones sobre las colonias del Plata á la
conquista del Urugua}^ sin mostrar por ella tampoco un
empeño decidido.
('íonmovida en su base la coalición, se preparó Pálmela
á lograr todo el fruto de aípíella primera victoria, ideando
compensarse de la rciiimcia á la. adquisición de las pro-
vincias dcl Plata con restituciones importantes en el con-
tinente. ciu’opeo. Ocupaban los españoles la ¡daza militar
de Olivonza, que Portugal les había cedido desde el teatado
de Bada.joz, en 1801. Pedir la j’cstitución de aquella plaza
era la segunda parte del plan proyectado, como arbitrio de
promover una cuestión nueva, para la cual no estaban pre-
parados ]ú el Gobierno esi)añol ni sus sostenedores. Adop-
tada esta línea de conducta, marebó el duque para París,
donde se puso de acuerdo con su compañero, y firmaron
una nota aceptando la mediación de las potencias, en nom-
bre de los intereses de la paz europea, ante los cuáles de-
claraban secundario para Portugal cuanto pudiei’a servirles
de obstáculo. CoiTes^ioiidiendo á esa actitud deferente, ad-
INTRODUCCIÓX
mitiüse á los pleiiii)oteii(:iarios portugueses eii la intimi-
dad de las negociaciones, ventaja considerable que les tlió
pci’sonería igual lí la de cualquiera de los representantes de
las poteiidas aliatlas.
Premunidos de ese rango, formularon una exposición de
motivos dcstiiuida á rel)atir los que alegaba España conü’a
la conquista del Uruguay, y la presentaron li la conferen-
cia. Esforzábanse por demostrar en diclio documento, que
no había tal conquista sinó una simple ociq)aci(‘)n provisio-
nal, mientras dm’asc el desorden que inquictiiba aquellas
cx)marcas. Alegaban que el teinátorio uruguayo se había
declarado independiente, siéndolo de hecbo y de deracho
CJi el momento de la ocupación poi*tuguesa, que no encen-
tró ídlí un solo soldado de Espafífi, mientras en cambio
luchó centra autoridades revoltosas y masas de gauclicís,
originarias del país, unas y otros. Iso había híibido, pues,
j)or parte de Portugal, agresión íi los derechos de una po-
tencia amiga, sinó actos prccíiucionales de propia defensa,
ejercidos en buena ley internacional, sobre un teiritorio
anarquizado. Complementaban estos raciocinios, criticando
la actitud de España, que mientras se dejaba arrebatm’ en
silencio por los Estados Unidos sus territorios americanos
de la Florida, donde tenía dominio incue-stionable, no va-
cilaba en provocal’ una coalición eurojiea para incoiqwrarse
pueblos de largo tiempo atrás libertados de su- autoridarL
Y por último, concluían, que si aceptado por España en
1811 el auxilio portugués para pacifiem* el Uruguay, no lo
supo aprovechar ni agradecer, era admisible la sospecha do
que ahora jn’omoviese nuevo litigio sobre aquel lejano suelo
para lograr ventajas territoriales en los Estados peninsula-
res cuyas fronteras dividía en común con Portugal.
INTRODUCCIÓN
87
El resultado de esta exposición tjii) habilidosa eoiuo
atrevida, fuó que á los representautes de Inglaterra y Aus-
tria, ya secretamente de votados á los portugueses, se iucoi’-
porasc el de Pnisia, temei'oso de los conflictos con que
amenazaba la deferencia á las pretensiones del Gobierno
cs]iañol. Quedaron en minoría los sostenedores de España,
rediuádos á los plenipotenciarios ruso y francés, y entonces
ñié invitada la conferencia á discutir y sancionar im ¡n’o-
yecto de conciliación basado sobre los siguientes puntos :
1 " Abandono de Montevideo y toda la Ban<la Oriental pol-
los ^xirtugueses, quienes se acantonarían sobre una línea
comprendida entre Maldonado y Yaguarón, á la espera de
la demarcación definitiva de límites bajo los auspicios de
las iX)tencias signatarias; — 2." Ocupación de Monterídeo
por una exiiedición militar española, que trataría de recon-
quistar las provincias del Plata y pacificarlas; — 3“ Procla-
mación de ima amnistía completa pai*a los pueblos del
Plata y concesión de libre comercio enti-e ellos y todas las
naciones del mimdo; — 4." l.lestitución á los poi-tuguescs de
la plaza de Olivenza y sus ten-i torios adyacentes, é indem-
nización de siete millones y medio de francos por los gas-
tos que la conquista del Uruguay les había ocasionado.
Cii’cunscrita la cuestión á estos té-minos, los portugueses
opusiej-on dos objeciones, fundadas en la obligación (pie se
les imponía de entregar Montevideo á los españoles cuando
liabían contraído el compromiso de restituirlo á sus mora-
dores, y en la posibilidad de que las tropas expcdicionai-ias
de España fuesen tan superiores en número, que forzasen
á las suyas á abandonar la línea de acantonamiento provisio-
nal, antes de haber siu-tido todos sus efectos la convención
pi-opucsta. Allanó la conferencia estos inconvenientes, esta-
88
INTRODUCCIÓNT
bleciendo que Montevideo sería abandonado antes que llega-
sen los españoles, y que EsjDaña no llevaría al Plata mayor
númei’o de fuerzas que el acordado ])or los mediadores para
habilitarla á recuperar sus posiciones sin transgi’edir nada
de lo convenido.
Ajustado así el pacto definitivo, la, enrte de Madrid re-
trocedió ante el compi’omiso de restituir Oli venza á los
portugueses. Con este motivo se produjeron contestaciones
y dilatorias que perjudicai’on á los españoles, eiiajenííndo-
les las simpatías de los agentes de Rusia y Fi'anciu, sus
dos únicos sostenedores en la mediación. Ninguna salida
mejor encontraron los portugueses que explotar estas ])cr-
plejidadcs, llamándose á víctimas de manejos incomprciLsi-
blcs. Ellos, que compelidos á tratar habían accedido á todo
en holocausto á la paz europea, se quejaban de encontrarse
desahuciados ahoi’a por los mismos promotores de la ne-
gociación. Los plenipotenciarios reunidos hallaron lazo-
iiables estas quejas, tanto más, cuanto emj)ezaba á demos-
trar Esj)aña su voluntad de i*emitir el asunto á las armas,
preparando una gran expedición (juc debía marchar á la
reconquista de las provincias del l'lata, sin curarse de lo
tratado hasta allí. Entonces declaró la conferencia, que del
mal éxito de las negociaciones y sus i*esultados supervi-
nicntes, era responsable por entero la (iorte de Madrid, y
los plenipotejiciarios portugueses, satisfechos de aquella ac-
titud que les libertaba del yugo de la, intcrvencioji europea,
escribieron á su gobierno que insistiese en la defensa de los
territorios conquistados, aglomerando sobre ellos la, mayor
suma de recursos.
No había estado ociosa la cx)rto del Brasil á este res-
pecto. Desde que siqjo las primeras ventajas obtenidas ^xn*
TOTRODUCCIÓN
89
Pálmela euti-e los plenipotenciarios de la conferencia de
París, y á insinuación de aquél mismo, reforzó las tropas
conquistadoras de la Banda Oriental con dos cuerpos le-
vantados en San Pablo, y apremió al geneiulísimo para
que Uevase adelante la conquista. A raíz de esa actitud be-
licosa, y respondiendo á los seci’etos eonvenios de sus agen-
tes en Europa, hizo declaraciones ostensibles sobre no am-
bicionai' mayores territorios en el Plata que los compren-
didos dcnti-o de los límites del Uruguay, declaraciones que
llenaron de jfil)iIo á Gai'cía y Pueyrredón, quienes atribu-
yeron á su habilidad propia aquella evolución política en
que pai-a nada se les había tenido en cuenta.
VJI
Hacían enti’e tanto los uruguayos, el último esfuerzo en
defensa de su territorio. Ayudábanles con toda eficaciia bts
provincias de Entre- Ríos, Corrientes y Sa nta - Fe, indigna-
díis por la complicidad del Gobieiuio centi’al con los portu-
gueses, y convencidas de que el único recurso de salvación
era cstrediar los vínculos de la Liga federal. Debido á ese
patriótico empeño, las combinaciones políticas y militares
de Pueyrredón para enseñorearse del territorio de aquellas
provincias, fi-acasaron del modo más completo, siendo de-
iTotados los ejércitos que mandó para someterlas y depues-
tas las autoridades intrusas cuyo encumbramiento protegió.
Así, pues, mientras el Gobernador de SantarFe, en combi-
nación con Artigas so preparaba á invadir el tenátorio de
Córdoba, poniendo en jaque poi’ aquel lado al Gobierno
90
I-NTRODUCCIÓN
centríU, el Gobemaclor de Entre - Ríos con una división se
ineorporaba á los uruguayos, y el de ([Corrientes proyec-
taba caer sobre los ])ortugucees por el lado d(í Misiones,
obligándoles de nuevo á dividir sus fuerzas.
En el centro de las operaciones, la situación no estaba
totabnente perdida. Con las tropas sacadas de Montevideo y
las divisiones de García Zúniga y Rivera, había formado
Barreiro el Ejercito de la derecha^ eiuíerrando á los por-
tugueses en la capital, donde soportaban un verdadero ase-
dio. Otro ejército formado por Artigas en el Norte, sobre
la base de algunos cuerpos de tropas regulares, esi^craba la
oportunidad de entrar en juego. A más de estas agrupacio-
nes compactas, diversas partidas recorrían el país reclu-
tando gentes y caballada, lo que dejaba aspenu- que en
breve estarían organizados nuevos cuerpos disponibles.
Volvía, pues, á plantearse el problema dentro de los mis-
mos tértninos que en la cam^mña anterior. El país y sus
vecinos confederados no omitían esfuerzo para defenderse
del exti-anjero, pero el éxito dependía de una buena direc-
ción militar.
Sintieron los portugueses que por primera vez se les
oponía táctica contra táctica al querer abrirse eamino ])ara
salir de Montevideo en busca de provisiones. Vanos com-
batas, donde se distinguió notablemente la infantería del
ejército del centro, les recluyeron de- nuevo á su encierro
con el ánimo muy quebrantado. Guerrillas continuas, les
arrebataban caballadas protegidas ¡)or el fuego de sus ca-
ñones, y los encuentros parciales con ese ú otro motivo,
se reproducían á diario. Desalentado por tan frecuentes
contratiempos, en que perdía la flor de sus tropas sin
provecho ni gloriíi, el generalísimo portugués concibió un
INTRODUCCIÓN
91
plan que debía condeuai’lo á la inmovilidad. Plagiando á
Wéllington, bajo ciiyafe ói’dcncs había servido, se propuso
como aquél, en Torres Vedras, tray-ar líneas foilificadas que
le escudasen contra, el enemigo, y al efecto, abrió un gran
foso desde Santa Lucía hasta el Buceo, defendiéndolo de
cuarto en cuarto de legua con reducítos artillados. Semejtuite
actitud, que esterili/.aba la acción de un ejército veterano
de 8000 hombres, era por sí sola una derrota para el con-
quistador.
Mediando esta situación, fué retirado Bari-ciro del mando
del ejército de la derecha, y sustituido por Kivera con el
cíirgo de comandante general. Las fuerzas de línea se dis-
gustaron de este nombramiento, y sus jefes (Ramos y
Bauzó), firmaron con todos los oficiales de artillería é
infantería un acta, declarando « que por no existh- la
debida reciprocidad y confianza entre ellos y el nuevo
(íomandante general, pedían (jue se llenase dicho cargo
en García Zdfíiga, cuyas aptitudes y buen crédito ga-
rantían el éxito de una cainpafla de la cual dependía la
suerte del país.» Trasmitida la petición td Cuartel general.
Artigas re.s 2 iondió (Junio 0), que desobedecidas sus órde-
nes, cargasen los infractores con la responsabihdad de las
consecuencias. García Zúñiga, á quien fué dirigida la
réplica, declinó inmediatamente toda pretensión de mando
superíor, y por más que fué i’ogado por los firmantes del
acta para (jue volviese sobre dicha resolución, mienti-as
ellos acudían al Cuartel general pormenorízando las razones
que les iiabían inducido á dar aquel paso, respondió que
aun á riesgo de la vida mantendría su anterior dictamen.
Quedó, pues, Rivera al mando del ejército de la derecha.
Inútil dech- el descontento con que recibieron los cuei-pos
Dom. Esp. — X.
11 .
92
INTRODUCCIÓN
de línea sn confirmnción para el cargo, pues considerándole
simple miliciano, todavía le guardaban rencor jíor antiguas
disidencias con ese motivo, y le habían perdido toda con-
fianza después de sus últimos desastres. Estas disidencias
minaron la disciplina, empezando los oficiales , de artillería
por negarse á entregar á la vanguardia jiiezas y municio-
nes que les parecían destinadas á servir de trofeo al ene-
migo. Medio Rivera con notas y comisionados para atraer
los ánimos á la (joncortlia, pero no consiguió cnsa alguna.
Sustituido más tarde por Otorgués en el mando de las
fuerzas del asedio, quiso el nuevo jefe soinetei' los cuerpos
de línea provocando la sublevación de la tropa contra sus
oficiales, lo que hizo imposible la vida de éstos. Entonces
la artillería 6 infantería, colocándose liajo la j)rotección del
Grobierno de Buenos Aires, al cual pidieron un puesto
donde quiera que se pelease por la libertad de América,
abandonaron el asedio.
Como era de esperarse, la inferioridad militar de los je-
fes que conservaban la confianza de Artigas, se hizo más
sensible á inetlida que los portugueses fueron inducidos por
órdenes perentorias de su gobierno, á tomar la última ini-
ciativa. Apenas se movieron en todas direcciones, triunfa-
ron de los cuerpos patriota,s destinados á cerrarles el iraso.
El año 1818 se abríó y cerró bajo el azote de los más
crueles desastres. Artigas, sorprendido y deshecho en su
campamento del Qae^uay cMco, dejó su ijifanteiia y ar-
tillería en poder del enemigo (Julio 4). Más de 1500 vo-
luntarios uniguayos, que estaban escalonados desde el
Yeiná hasta el Arroj'o de la China, fueron batidos y dis-
persos. Algunas ventajas j)arciales, debidas al valor perso-
nal de ciertos pai-tidailos, no consiguieron subsunai- estas
INTRODUCCIÓN
93
dei’i’otas, pero la abnegación dei pueblo campesino todavía
se mantuvo incólume, y á pesar del bastió que ya empe-
zaba á sentirse en las filas, volvieron a agruparse algunas
divisiones, formando una totalidad de 8000 hombres de
combate.
Ty<is nuevas de esta, situación desgarradora se extendie-
ron hasta Chile, donde el general San Martín meditaba la
última de sus gi’aiides eampa.ñas en favor de la indepen-
dencia (continental. El espíiitu sereno del vencedor de
Chacabuco, llegado en aquel momento á. la integridad del
equihbrio, le hizo discernu’ donde estaba la justicia de la
contienda, y cuól iba á ser la suerte común de los pueblos
del Plata, si resultaba vencedora, la política (jue los pro-
liombres racUcados en l.hieuos Aires desarrollaban con
tanta ausencia de escrúpulos coino sobra de vistas incon-
fesables, En consecuencia, influyó sobre la Logia Lautaro
de Chile, que era inia ramiíicaci(>n de, la de Buenos Aires,
obteniendo de ella que indujese al Gobierno chileno á di-
j)utar una comisión ante Artigas, encargada de tranzar sus
diferencias con el Directorio, y escribió por sí mismo una
carta confidencial al Jefe de los Orientales, avisándole la
mediación proyectada y pididndole que hiciese el sacrificio
de sus resentimientos en holocausto á la. salvación común.
Pero la dqiutación cíiilena finí obligada á desistir de todo
empeño por orden y quejas de Pueyrredón, y la carta de
San Martín fu(í secuestrada por Belgrano, frustrando así el
espionaje y la violeiu.'ia, una in.spiración del más alto pa-
ti’iotismo (Marzo 1810).
La contienda militar, por otra pfirte, tocaba á su tér-
mino. Reproducida una nueva invasión á la iirovincia de
Río -grande, obtuvieron los uruguayos bajo el mando
94
INTRODUCCIÓX
de Latorre, la victoria llamada de Santa María ó Ouira-
puiid (Diciembre 1819). Pero á este esfuerzo triunfal se
8 Íguiei‘ 0 u contratiempos que debían jwstrai* la resistencia
armada, Rchcclio y j’eforzado el enemigo, se presentó íí los
pocos días delante de la vanguardia de Artigas, batiéndola
y destrozándola en la quebrada de Bclemiino. En pos
de este golpe, Latorre, que mandaba el ejército por ausen-
cia de Artigas, se retiró con todas sus fuerzas á la horqueta
de Tacuarembó, campando sus tropas á uno y otro lado
del láo. A los seis días de estm* en aquella disposició]i,
c-ayó de soiqjresa sobre los uruguayos el conde de Figueira
con 3000 hombi’es, y los acuchilló y dis|^rsó, disolviendo
así el último núcleo inqx)rtante de fuerza organizada que
restaba en el país (Enero 1820).
El desaliento producido por desgracias tan iiTcparables,
hizo perder á Artigas toda autoridad sobre los suyos. Ex-
cepción hecha de algunos cientos de volin\tarios, los demás
le abandonaron. Rivei’a se negó á seguirle, y las provin-
cias de la Liga federal, menos Comentes, dieron la espalda
á su causa. Entonces concibió el plan de readquirir por la
fuerza el prestigio perdido, y con ese designio invadió
Entre- Ríos entrando en lucha morhü con Ramírez, su
amigo y subalterno hasta entonces. Más feliz ó más dies-
ti*o, Ramírez consiguió vencerlo, amneonándolo en Cande-
laria, sobre la costa del alto Paraná, donde obligado á
elegir enti’e la prosciipción ó la muerte, aceptó aquélla,
confiándose á manos dcl dictador del Pjiraguay, quien lo
hizo su prisionero perpetuo.
Casi aJ misino tiempo que caía vencido pai’a sienqjre el
valeroso caudillo de la federación republicana, promovía el
Gobierno argentino su justificación histórica, propiciando
INTRODUCCIÓN
96
ante el Congi’efio la candidatiu’a del príncipe de Lúea para
rey de las ProYÍnoias Unidas, como solución adecuada á
las circunstancias. Y el Congi’eso de las Provincias Uni-
das, deseoso de ultimar cuanto antes la negociación, auto-
rizó se contestase al Gobierno francés, mediador en el
asunto: «que el Congreso de las Provincias Unidas, des-
pués de consideral’ con la más seria meditación la propuesta
del establecimiento de una monarquía constitucional, colo-
cando en ella bajo los auspicios de Francia al duque de
Lúea, enlazado con una princesa del Brasil, no la encon-
traba inconciliable ni con los principales objetos de su re-
volución, que eran la libertad y la independencia política,
ni con los grandes intereses de las mismas provincias!»
VIII
Tales han sido, á gi’andes rasgos, los acontecimientos
singulares y complejos que presidieron la formación de la
nacionalidad uruguaya, desde que España, en rivalidad con
los portugueses, echó los cimientos de nuestra civüizaeión,
hasta que vencida en el transcurso dcl tiempo, dejó á su
competidor la prenda originai’ia de la disputa.
El objeto de este libro es naiTar, dentro de fonnas ade-
cuadas á la seriedad y economía del método histoi’ial, el
período ti’es veces secular que acaba de ser esbozado. Aun
cuando el título de la obra parece que debiera limitar su
contexto hasta 1814, fecha en que España nos abandonó
para siempre, los acontecimientos que siguen hfiata 1821,
cnti-e los cuales j’esaltan las tentativas diplomáticas y mi-
96
INTRODUCCIÓN
litai’es de la Metrópoli para apoderarse nuevamente del
país, y la oposición que con este motivo le liicicron portu-
gueses y argentinos, obliga á prolongar la naiTación hasta,
ahí, siquiera sea también para mostrar de paso á la pos-
teridad, cómo cayó vencido el pueblo uruguayo por la úl-
tima de las dominaciones exti’a.njeras cuyo yugo debía sa-
cudir llocos afíos después.
Si me ]\e aü-evido á emprender semejante tarea, te-
niendo la conciencia de sus dificultades, es mús bien por
instinto patriótico que ¡lor asistirme una sólida confianza
en mis fuerzas. La. condición de nuestra historia, maltra-
tada y conü'ahccha en los autores extranjeros, me deter-
minó á ensayar, quince aííos hace, en la ]U’imera edición de
este libro ya largamente agotada, el estudio de los aconte-
cimientos y los hombres que han formado la trama de
nuestra nacionalidad, y si entonces repugné como indeco-
rosa’ toda tentativa destinada íl adidterar conscientemente
los hechos, hoy (;on ma3''or capital de informaciones y ex-
periencia, me consideraría. culiDuble si no persistiese en
idéntico jiropósito. Con tales ideas, he i’efundido este pri-
mer trabajo de aliento de mi juventud, dejándole, empero,
su título y forma exterior, aunque introduciendo en él am-
pliaciones y mejoras que el simple cotejo ¡íondrá en evi-
dencia á los familiarizados con la edición antigua.
El itinerario de consulta al través de autores y docu-
mentos, que ya había sido fatigoso, se ha duplicado con
motivo de esta refundición, en el interés de aclarar dudas
nacidas por un estudio más reposado, y extremar la reduc-
ción á narraciones precisas, de los períodos que por sus
acontecimientos múltiples y confusos, amenazaban rebasar
los límites de la liistoria nacional. Dividida la obra cu tres
INTRODUCCIÓN
97
tomos, al final de cada uno de ellos lie colocado un juicio
crítico que resimie los sucesos é investiga las causas que
los han producido, retardado ó cambiado, justificando mis
aseveraciones fundamentales con documentos auténticos,
que pueden ser consultados en cada apéndice. En cuanto
al arsenal bibliográfico de donde he extraído los datos ge-
nerales para la composición, su examen crítico ha sido he-
cho en la Reseña Preliminar que antecede.
MoiitovklíX), Febrero de 1895.
LIBRO PRIMERO
UBKO PRIMERO
HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
Origen del hombre amerlcnno.— Investigaciones efectuadas pava cucoii-
trarlo. — listado actual de la cuestión. — ludíg-enns uruguayos.—
Aspecto general de su sociabilidad. — Idioma, industria y comercio.-
La nación charnia.— Tierras que ocupaba. — Condic¡onc.H fisionado
sus individuos. — Su carácter. — Su religión. — Sas costumbres.- Su
táctica militar. — Sus gueiTas. — Sus alianzas. — Los Clinnás. — IjOs
Y aros.— Tx)s Mbohanes. — TjOs Ohayos. —Dos palabras sobre los
Guenons 6 Minuanes. — Procedencia de todos estos indígenas.—
Reflexiones.
El (lestíubriniiento de Amórictt, puede decirse con ver-
dad, que fue la sustitución de un problema por otro. Mien-
tras en el orden geogTÚfico resohdó todas las dudas, en el
orden etnológico aglomeró iimuinerables objeciones y difi-
cultades. Comprobíida la redondez de la tieiTa y su htibi-
tíibibdjid consiguiente, nació el debate sobre la procedencia
de las razas que la poblaban. Una civilización rudimenta-
ria, idiomas exótitios, y el secuestro aparente de los pue-
blos descubiertos á todo trato anterior con sus descubri-
dores, autorizaban íí negar entre unos y otros la solidari-
dad de origen. Planteado do sorpresa este nuevo problema,
deslumbró tí los pensadores que midieron la anqfiitud de
sus consecuencias. Algunos de ellos, refugiándose en las
102 UBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
ideas científicas y religiosas hasta entonces recibidas, opu-
sieron esa doble baiTera ú, las oinniones de sus adversarios;
pero éstos, desvanecidos por el descubrimiento de un nuevo
mundo, dijeron que acababa de nacer una ciejioia nueva,
y que la fe no tenía valor contra los hechos visibles.
En semejantes chcunstancias, la dialéctica antigua ca-
recía de prestigio para influir sobre los espíritus. Bien que
el problema hubiei*a sido ya tanteado siglos atrás por sa-
bios como Alberto el Grande, quien sustentaba la existen-
cia de antípodas hasta hacerla demosti’able, la aparición
del hombre aineriiiano sobre la superficie de la tierra, pe-
día exjfiicaciones más concluyentes de lo que la simple es-
l^eculación había adelantado hasta entonces. Quién era ese
hombre, de dónde venía, cuales habían sido sus antepasa-
dos, á qué causas obedecía el estagnamiento de su civili-
zación: he aquí los puntos inteiTogantes que obstruían el
paso á toda afinnación decisiva en el terreno científico.
Pero la aclaración de estos antecedentes, no era obra de
momento, ni patrimonio de la generación que los esbozaba
en el libro del saber. Sin más capital positivo que unas
cuantas ralaciones de viaje, ni oti*o elemento de juicio que
la. rebelión contra el criterio existente, la eieneia propia-
mente dicha, estaba tan á obscuras como el vulgo. Cada
una de las interrogaciones planteadas, requería una masa
de conocimientos capaces de aplastar la voluntad más
firme. Desde la comprensión de la palabra emitida por los
indígenas americanos, hasta las huellas dejadas por el
tiempo en el suelo, todo constituía un secreto que desa-
fiaba la curiosidad de los doctos de entonc.es. Era, pues, ne-
cesario descubrir la índole gramatical de los idiomas ha-
blados en América, para remontarse á su entronque con las
LIBRO I. — HABITANTES TRIiMITIVOS DEL URUGUAY 103
lenguas madres; estudiar las corrientes de sus grandes ríos
y medir las distancias entre sus pasajes abordables, para
darse cuenta de las inmigraciones; buscar en el herbaje y
arborización del suelo, la confraternidad de la flora del
nuevo y viejo continente; excavar las ondulaciones terrá-
queas pava exti’aer los fósiles antecesores y contemporá-
neos del habitante primitivo; examinar las armas, instru-
mentos de trabajo y utensilios, para deducir de allí la con-
dición militar ó industrial de los indígenas; descifra!’ sus
grabados y sus jeroglíficos, para saber hasta dónde lle-
gaba la concepción mental bajo aquellos cráneos, muchas
veces deformados por costumbres tan antojadizas como
bárbaras. En suma, debían nacer la arqueología, la paleon-
tología y la lingüística, perfeccionarse la botánica, la anvito-
mía y la geodesia, para que todas á conciu’so pi’estaran su
contingente á la solución de un problema tan complejo.
Sin embargo, cuando el espíritu humano ha vislum-
brado mía verdad, no descansa hasta poseerla. Los repre-
sentantes del movimiento intelectual de las postriniei’ías
del siglo XV y principios del xvi, entraron de lleno al de-
bate, empujados por la curiosidad y sin más guía que sus
impresiones momentáneas. El tópico, por oti-a pai'te, era
tentado!’, y la époen prestaba sanción á todo atrevimiento
especulativo. Soliviantadas en Europa las ci’eencias por el
lib!’e examen, suponíase habilitada la mayoría de los pu-
blicistas á tratar de un niodo nuevo todas las cuestiones,
sin atenerse á ningún punto do partida co!no no fuera el
propio raciocinio. Pasaba por anticuado y deleznable el
saber adquirido hasta entonc.es, repugnándosele cual si
fuera un yugo ominoso. Aquel que marchara más lejos en
este camino, era considerado el más sabio, y su voz ad-
104 IJBRO L— HABITANTES PRnilTIVOS DEL irRUQUAY
quiría la autor klad que siempre tieue en los tiempos de
citsÍkS intelectual, lo que se aparta de la razón y el buen
sentido.
Ija ciiviosidad científica se complicó muy luego con el
interés pecuniario. Convenía á los asociados de las empre-
sas descubridoras, negar que los indígenas americanos fue-
sen una de las ramas del árbol genealógico de 1.a humani-
dad conocida, para que de ese modo, huérfanos de todo
abolengo, pudieran ser empleados discrecionalmentc en
cualquier faena, ó (jompi’ados y vendidos á manera de ob-
jetos de comei’cio. Careciendo estos pueblos de animales
domésticos, era adecuado reemplazarlos por entes que ra-
ciocinaban, y cuya sumisión argüía mayor lucro con me-
noi’ trabajo, l^ara conseguir esa sumisión y partiendo del
hecho de no exdstir vínculo fraternal que la impidiese, se
reputaban asequibles todos los medios, desde los perros
adiestrados en la caza de indit)s, hasta el exterminio pronto
y rápido de la menor veleidad de resistencia> Escritores
de cierto viso, movidos por los empresarios, dieron nervio
á esta conjura contra los indígenas, y llegó á admitii'se
que su servidumbre obtenida por cuahpiier forma, era ape-
nas una compensación á los grandes dispendios que cau-
saban y al bencficáo recibido.
Por último, el espíritu de incredulidad, hasta entonces
disimulado bajo las apariencias de unsi investigación cien-
tífica, rompió formidable y altivo, cuando la opinión estuvo
preparada á esquivar toda simpatía á los amevit:anos. La
controversia se planteó en seguida sobre el aciitamicnto
que pudieran merecer los textos bíblicos, cuya enseñanza
contradecía lo que acababan do revelar los hechos. Si los
indígenas no eran, como todo autorizaba á suponerlo, her-
LTBEO L — HABriANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 105
manos de los hombres del viejo continente, la unidad de
la especie resultaba falsa, y la ascendencia hasta ima pa-
reja única, desmentida. Contribuía á reforzar este supuesto,
la disposición de las tieiras descubiertas, pues la escabro-
sidad y lejanía de sus costas, el atraso de sus habitantes
en el arte de la navegación, y el secreto que hasta aquella
hora había velado la existencia dcl nuevo continente, eran
otia prueba de que nunca abordara á él persona alguna
del viejo. Mas suponiendo que mi incidente cualquiera bu-,
biese arrojado náufi-agos íl América, ¿quién pudiera afirmar
que esos tales, llevaran consigo leones y tigres, alimañas
y reptiles iummidos para favorecer su i’eiiroducción ? La
imposibilidad de que esto aconteciera, demostraba que si
los animales americanos eran autóctonos, del mismo modo
lo eran los hombres, y así quedaba sancionado el poligenismo.
Favorecía esta excursión atrevida en el campo de las
suposiciones, los relatos hablados y escritos de los descu-
bridores y sus compañeros. A medida que perdía su pres-
tigio la maravilla del viaje al nuevo mundo, se esforzaban
los viajeros por mantener el encanto con las relaciones de
lo encontrado en ól. No hubo portento acariciado por la
mitología y la leyenda, que no se realizase en las vastas
soledades americanas, según lo contaban á la vuelta sus
afortunados exploradores. Actuando sobre la imaginación
de un pueblo soñador y romántico como el español, con-
seguían medrai’ de este modo en reputación y favores, ya
vendiéndose por privilegiados do la suerte, ya presentán-
dose eandidatos á la direeción do nuevas y poderosas expe-
diciones. Y de esta manera, falseado el criterio exacto de
las cosas, hervía entre mi semillero de errores la polémica
trabada sobre el origen dcl hombre americano.
106 LIBRO I. — II ABITA NTJ3S TRIMITIVOS DEL URUGUAY
No fué extraño á semejante fantaseo el mismo flcscii-
bridor de America, y como su palabra tuviese la mayor
autoridad en el asunto, dio imclia bíisc á las exageraciones.
Son conocidas las cailaB de Colón a los soberanos espa-
ñoles y á oti’as jiersonas importantes de la corte, narrando
los acontecimientos que le sobrevinieran en sus viajes.
Unas veces se le antojaba haber hallado las novelescas tie-
rras del Preste Juan de las Indias; oti*as afirmaba habei*
dado nada menos que con el Paraíso teiTcnal. En de
Colón viene Amórico Vespucio, casi tan ilustrado como
aquél, y que no le va en zaga para narrar cosas estupen-
das. A tenei’ en cuenta sus escritos, sobre los cuales se
hacen hoy ciertas reservas por no conocerse los origi-
nales, Vespucio afinnaba que en caso de existir un Pa-
raíso terrestre, debía hallarse próximo al Brasil, y se em-
brolló en una descriiición astronómica de la cual resulta
un número considerable de estrellas de ]irimcr orden
que aun hoy no se conocen, añadiendo así á los pro-
digios de la tieiTa americana, las maravillas dcl cielo ( 1 ).
Como quiera que estas cosas hieran ó no creídas por
quienes las relataban, el hecho es que corriaii autorizadas
por sus nombres y ])or el testimonio presencial (pie supo-
nían. No es de extrañar entonces, que oti-os viajeros más
crédulos de j)or sí, ó más disjmestos tí explotar la ci’eduli-
dad ajena, escribieran largos trozos para contar la existen-
cia de ciertos pueblos americanos, cuyos intlividuos no te-
nían más que un ojo en medio de la frente, ó que no tenían
cabeza y llevaban los ojos en d pecho.
(1) Relación riel viiijc do Amórico Veapucio á las co.sfas dol Bra-
sil, hecho en 1501-1502, etc. (ap. Chíuton).
LIBRO I. — HABITANTES PRIAÍITIVOS DEL ERUGUAY 107
Al tenor ele estas consejas ele los escrítores laicos, anela-
han las i:>reipalaelas por los escritores religiosos, quienes,
aunque llevaelos de mii’as más nobles que los primei-os,
renelía]), como ellos, tributo á la exageración. Sus argu-
mentos, (iimentaelos sobi’e verdaelcs ele fe, tendían á des-
j)ertar los sentimientos afectivos de las masas en favor de
los indígenas. Á falta ele iniii argumentación científica que
demostrando la uindad del linaje impusiese las eronelusio-
nes ele elcreclio nacidas jx)r tal eventualidad, apelaban á
la caridad cristiana (pie eloma las a.sperczas de la codicia,
y pedían el concurso del poder público y de la Iglesia para
enfrenar los dcsafuoro.s de la ambicieni. El resumen de su
propaganda era, que los indígenas americanos fuesen con-
siderados como hombres id igual de los demás, que se les
tiatase como á subditos del Rey y no como á esclavos de
los conquistadores, y que no se ofendiesen los designios de
la Providencia embiuteciendo á unos seres que habían sido
puestos por especial destino bajo los ausijicios de la mo-
narquía española.
Los ecos de tan empeñosa contienda, debían repercutí
en el ánimo de aquellos cuya protección era solicitada.
Tocó en primer término su turno á la Iglesia católica, que
habiendo bendecádo y alentado el descubrimiento de Amé-
rica, no podía abandonar, sin ti-aieionarse, la suerte de sus
hijos. Pablo IM, que ceñía entonces la tiara, escribió con
mano firme su admirable Bula de 1537, declarando igua-
les ante Dios á todos los hombres, y (íondenando por falaz
y demoniaca la docti’ina que separaba á los indígenas ame-
ricanos de aquel priAÚlegio común. En consecuencia, esta-
blecía el Pontífice, que los aborígenes de América y todas
las demás gejites que en adelante vinic.sen á noticia de
Doil. EsP.— I.
12 .
108 LIBRO I. — HABITANTES TRIMITIVOS DEL URUGUAY
cristianos, « aunque estuvieran fuera de la fe de Cristo, no
estaban j^r-ivados ni dehian serlo de su Uhei'tad, ni del
dom/mio de sus bienes, y que no debían ser reducidos á
sendduvibre. » Más adelnnte reforzaba estos conceptos, di-
ciendo: « que los dichos indíbs y demás gentes, habían de
ser atraídos y convidados á la fe do Cristo, con la qwedi-
cadón de la palabra divina y el ejemplo de la buena
vida. » Y por último concluía: «que todo lo que en con-
traJ’io se hiciera, fuese en sí de ningún valor y firmeza, no
obstante cualesquier cosas en contrarío, ni las dichas, ni
otras en cualquier manera» (1).
El efecto de estaxleclaración fuá contundente. Ella re-
habilitó en el terreno de la religión y la moral á los defen-
sores de la libertad de los indígenas, colocando frente á
los ímjjetus de la codicia, el dictíido de la razón serena, ya
que no las conclusiones de una demostración acabada.
Pei ‘0 como toda prejni.sa recta conduce necesariamente á
consecuencias rectfis, la Bula de Pablo III, al recordar á
los hombres sus deberes, levantó el debate á la altura, de
mi acontecimiento que intej’csaba la suerte de la humani-
dad. Tomó desde luego la cuestión una nueva faz. Los re-
yes de España y sus consejeros, que, á modo de jueces de
campo, presenciaron los comienzos de la discusión, fueron
interesándose en ella hasta convertirse en lidiadores. Lo
mismo aconteció con los sabios de todas las procedencias,
que aquilatando las rj^zones aducidas y sometiéndolas á
una gradación metódica, echaron las bases de un nuevo
edificio científico. Al liquidarse, pues, los argumentos de
(1) El texto completo' de e.sta Bula se encuentra on la Monm-ckia
Imlimui de Toríiuemada, tojn iii, lib xvi, cap xxv.
T.TRRO I. — IIAP.n'ANTKS PRIMITIVOS DKL URUGUAY 109
ambas partos, so vio que la polémiiía. no había sido inútil.
Como resultado político, ella contribuyo á inclinar el ánimo
de los soberanos espafíoles al jiaitido de los eclesiásticos,
dictóndose bajo su influencia algunas medidas tendentes á
mejorar la suerte de los indígenas. Como resultado cientí-
fico, día sirvió jiara t;renr nna. disidencia fundamental de
iqjiniones que dio origen en la Historia á la nueva escuela
crítica.
Pero si la evolución indicada cambió la táctica de com-
bate, no alteró los fundamentos en que i’eposaban las doc-
trinas. Volvieron á encontrarse frente á frente los sectarios
de la incredulidad y los adeptos de la Revelación, afilián-
dose á estos últimos, (;omo era natural, todos los escrito-
res de procedencia católic.íi. Con la Biblia en la mano,
arremetieron dichos publicistas las dificultades, torturando
muchas veces, jjara acomodarlos á. sus demostra (¡iones, los
textos que les servían de prueba. Remontándose hasta las
éjiocas post- diluviales, emparentaron á los indígenas ame-
ricanos con la familia de Jafet, á. la cual correspondió, se-
gún la versión bíblica, el lote universal de las islas de la
tierra, y siendo i’ejmtadas por islas todas las naciones le-
janas, cualquiera fuese .su configuración, resultaba América
una de las tanta.s islas heredadas por aquellos antiguos
varones, l^ira fortalecer las ti*a/.as do este entronque arbi-
ti-aiio, atribuyeron á Noc y sus liijos grandes dotes de
marino.s, dábase pi'occdemáa. americana á los vientos y na-
ves mentadas por David al hablar de la cólera divina (S. 47,
V. 8) y se afirmaba ser plata del Perú, la plata arrollada,
traída de Tharsis, que Jeremías menciona (c. 10, v. 9.).
Abiei-tas á la iuducííión semejantes huellas, no faltó quién
adujese citas para reconstruir la genealogía americana por
lio IJBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
distinta exógesis. Con igual derecho á los que mentaban á
Jafet, projiusieron otros la deseendeneia de Cam como míís
verosímil. Y en tanto el mundo literario se familiarizaba
con estos juegos de ingenio, nacía una tercera opinión, po-
niendo la ascendenciíi de los indígenas en las diez tribus
judaicas que Salamuiisar se llevó cautivas y derramó por
diversas tierras. Encarrilada por este camino la investiga-
ción del origen primaiio, tenían qne ser concordantes las
consecuencias definitivas. Puesto que la tradición bíbliíía
enconti’aba á los indígenas en su infancia, debía seguirlos
hasta el momento providencial designado ú la cristiandad
para apoderarse de ellos. Poco esfuerzo se neee.sitaba para
descender hasta, ahí; así es que loé pati’ocinadores de la
doctrina agotaron la materia á fin de encontrar en los ha-
bitantes primitivos de Amórica, vestigios de una civili-
zación cristiana mu}’^ acentuada. Se desmenuzó el meca-
nismo de su culto religioso, se analizai'on sus cej’emonias,
deduciendo de todo ello, con evidente ligereza, que fuó el
apóstol Santo Tomas, quien adocti'inó en la enseñanza, de
Cristo, á los desvalidos pueblos materia del litigio (1).
(1) Torquemníla prueba la falsedad del aserto, en el signientx! pa-
saje: «El sontísimo Pedro, Vicario de Cliristo y cabeya de estiv Iglesia
militante, después de su benditísimo Maestro, predicó priincrainente en
Judea, Anliochín, Gobicia, Capiulocin, Ponto, Asió, Bitbinia y Roma,
San Pablo, quando escribió esta EpísU>la á los Romanos, ya avia pre-
dicado, como él mismo lo dice, en el capítulo quince, della, desde Ge-
rusalen y sus confines hasta Ilirico: luego en Roma, por tiemi de Ita-
lia, y después en Espafín, y otra ve?, de hucha en Rnnia, doiide fué
descabellado. Jacobo hijo del Cebedeo, predicó en Judea y en Espaíía.
San Juan on Judea y Africa la menor. San Andrés en Seitbia, Europa,
Epiro, Ti’acin y en A cuya. Jacobo, llamado kerjnano del Seftor, en la
ciudad de Gerusalen. San Felipe en Seitbia y Frigia. San Bavtholomé
on la India interior y en la mayor Armenia. San Matheo, en Etiopia.
UHRO I. — U.‘\JBIT AM’ES PRnflTrVO.S DEI. URUGUAY 111
La condición hipotética de estos argumentos, no podía,
sin embargo, ocultarse lí sus propios autores. Fuera de la
críti(ía de sus adversarios, el sentido íntimo les decía ser
inconciliables con los hecho.s, sujjosicioues tan aleatorias.
Así fué que de los textos bíblicos, pasaron luego á las autori-
dades ¡Daganas, buscando en Platón y laiciano, en Aristó-
teles, Séneca y Plutarco, indicios de parentesco más claro en-
tre los hombres del nuevo continente y el viejo. Reviviéronse,
entonces, exornadas de un carácter de verdad respetable,
muchas naj-raciones tenidas hasta ahí en cuenta de fábulas.
Hablóse de la isla Atlántida, sumergida en antiguos tiem-
pos, isla grande, Jiiuy poblada y rica, que partía límites
con otras sospechadas de ser las de Cuba y Puerto -Rico,
descubiertas recientemente. Se recordó también, la mara-
villosa navegación de una nave cartaginesa, que partiendo
de las columnas de Hércules (Cádiz), fué llevada por el
viento hasta una isla remotísima que se decía ser la Esiya-
ñola. Agregando á esto lo que dio en llainai’sc la profecía
de Séneca, ó sea el dicho de aquel autor sobre la existen-
cia al otro lado de los mares de un mundo desconocido, y
la presunción de ser relativamente moderna la apertiu’a del
esti’Bcho de Gibraltar, concluíase que las comunicaciones
euti*e ambos hemisferios se habían dado en lo antiguo, y
solamente causas accidentales, por el momento inexplica-
bles, pudieron contribuir á entorpecerlas.
Santo Tomds, A los partos, ineclos, pensar, línuíinaiios, hircanos, brac-
ios indios. San. Biinoii oii Mcsopotaiuin. Judas eji Egipto y ambos
después cu Porsin. San Mntbía.s en In Etiopia interior. Sun Bernabfí,
juntamente con San Pablo, en Siria y en niuchus píU’tes de Europa y
Asia, y de.spuoH en Cipro. De aquí queda sabido, qiie ninguno de los
Apóstoles predicó en nuestro Orbe.» (Fray Juan de Torquoinada,
Monarchia Indiana, tojn iii, lib xv, cap XLVii.)
112 LIBRO I.— HABITANTES PRIMITIVOS DEL URüOUAY
Con esto quedaron consignadas en resumen algunos hi-
pótesis, ó cuyo alrededor debía oircunscribii’se más tarde
ima gi’au parte del debate científico. Cuatro fuei'on las
principales de ellas; á saber: — que Amórica estuvo origina-
riamente unida al antiguo continente, del cual fué separada
por una convulsión déla natiivalc/a; — que algán barco ex-
traviado de su rumbo pudo ser arrojado solire la costa ame-
ricana, comenzando nuestra población con sus náufragos ;
— que la semejanza de ciertas costumbre.s entre los pueblos
ameiicanos y algunos otros del Asia, autorizaba á atribuir-
les im origen común; -que los ritos y prácticas religiosas
de ciertos pueblos de Amórica, denunciaban comunidad de
origen con las religiones positivas del viejo mundo.
Mas como quiera que estas observaciones fuesen contes-
tables, exenta,s como estaban de testimonios fehacientes
que las abonasen, se liizo gTacáa de su verosimilitud, por
los partidarios de la doctrina que negaba, á los americanos
el origen común con los demás pueblos del mundo. Sus-
tituido el candor cnii que se dió asidero á las primeras
naiTaciones, por un escepticismo ciego, levantaron á cada
presunción im obstáculo, ora pidiendo que se señidase la
pai’te por donde estuvo unido el nuevo continente al viejo,
ó que se enseña.sen los resquicios del barco naufragado, ó
se diese cuando menos la pmeba autóntica de la vincula-
ción de los pueblos descubiertos á cualquiera de las reli-
giones practicadas entre los otros. Incorporáronse á estos
inexorables críticos, los codiciosos señores de reiHu'tlmien-
to8 y dueños de y ya se comprende el interés (jue
pondrían en segregar á los americano.s de todo jiurentesco
con la humanidad conocida. Explotando su ineptitud para
asimilarse en el día una civilización de la cual distaban
lilDRO I.— HABITALES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 113
tantas ccntuiias, insisticudo sobre su toi’peza para manejar
los complicados instrumentos que la industria europea po-
nía por priinei’a vez en sus manos, burlándose del temor
con que miraban á los conquistadores, cuya superioridad
en la táctica, en las armas y en el arte de navegar era para
ellos una revelación, llegaban escudados de un falso res-
guardo científico, á justificar la servidumbre de los natu-
rales; y para añadir todavía la impiedad al agravio, deiíla-
raban á los indios nacidos para la esclavitud, ó ineptos aíin
para recibir los sacramentos de la Iglesia, pues cuando más
se les había de administrar el bautismo ( 1 ).
El caudal de los conocimientos ad(iuiridos no permitía
pasar adelante en la investigación, de manera que fue aquí
donde se detuvieron los escritores del siglo xvr, á cuyo
frente se dcstiica la figura gloriosa de I^as Casas, encabe-
zando la escuela liumanituria cuyos esfuerzos se endereza-
ban á reivindicar la dignidad del hombre, cualquieiu fuese
su juiesto en la escala de la civilización. La. escuela con-
traria, dominada por la esperanza de lucro á cualquier pre-
cio 6 poi; las influencias de un escepticismo giusero, tendía
á desheredar de sus atributos naturales á millones de seres,
cuyo delito tínico era vivir en un grado inferior de pro-
greso social. Y por tal modo deshndadas las posiciones, á
(1) Colt'm filé de los prlniei-os en pagar tributo ú esbi indiferencia
por Iti libei-tnd de los indígenns, como se dediuic dol signícnte pnsnje de
un historiiidor antiguo : « Estnva tan conteiitn y cuidadosa la Católica
Reyna Doña Isabel del b\icn trato dcstos sus iiuevOsS va.ssallos, que
oiilendioiido que Colón avía dado un Indio al Liceiuiiado Casaus, que
av’ín do boh'or on el segaindo vingtí con él, le, eiubió á rei)rehender,
diz.ieudo: Q.ue quien le niandava disponer de sus va.sallos? que los avía
de tratar y tener como íí hijos.» (Fernando Pizairo y Orellaua, Varo-
nes iíuslres del Nueoo Mumlo; Vida de Colón.)
114. LIBRO I. —II ABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
los que consideraban la enseñanza del ignorante como nn
deber y elevaban la pobreza <t una coudiíáón respetable,
les parecía el colmo de la ignominia condenar á la escla-
vitud un mundo, porque estaba poblado de ignorantes y
pobres. La gloria de Las Casas y su escuela consiste en
haber elevado á principio de gobierno y regla de conducta
la noción de la solidaridad liuinana, en tiempos tan adver-
sos á su comprensión, y por eso serán siempre hom-a de sii
patria adoptiva y orgidlo de su patria española.
^Mientras se hacían de público las investigaciones enun-
ciadas, oti’os trabajos concordantes al mismo fin verificá-
banse en la soledad de los países americanos, por los
misioneros encargados de reducir sus poblaciones á la cris-
tiandad. Promediando el siglo xvr, empezaron los francis-
canos, dominicos, agustinos y mercedarios á estudiar los
idiomas y costumbres de los indígenas, y durante el siglo
XAH, con la cooperación de los jesuítas, aquel trabajo lle-
gaba c^si á la perfección en lo que se refiere á los princi-
pales idioma.s, cuya índole gramatiiíal fuó dominada. Con
este motivo se revelaron analogías y concordancias sor-
prendentes entre el habla de los habitantes de uno y oti’o
hemisferio, abriéndose ines])erado camino al estudio de la
cuestión de origen.
Qi> ha existido un lenguaje universal, os inncgabla
Aim cuando eJ hecho no estmicra revelado, la simple ra-
zón lo deiuincjaría, basándose en el proceso de la concep-
ción mental y en la estructura de lo.s órganos de la voz.
Necesidades primarias y rai-iociniós equivalentes á ellas,
deben haber contribuido á formar el caudal de un vocabu-
lario común enti’O los primeros hombres, basta que la emi-
gración y la industria, ampliando aquélla los horizontes
f.rDRO I. — HAniTANTKS PltlMíTIVOS DEL URUQUAl” 1 15
visibles, y creando ésta incentivos más complicados á la acti-
vidad, inventaban términos adecuados á traducir las nue-
vas ideas (pie se iban claborundo. La condición uniforme
de la sociedad humaiiH en sus períodos más rudimentarios,
robustece esa íTcencia, pues no laicde (ioncebirsc (jue usos
y líostumbres, institucjones é industrias, necesidades y pro-
pensiones iguales eji todas partes, hayan dejado de tener
una terminología comán que las cxjnesuse dcl mismo modo
mientras pei’manecieroii inmutables.
El hombre se maiiiíiesta al exterior por la inteligencia, y
la acci(m, <> .sea por la palabra, y el hecho. Remontándonos
á los primitivos testimonios (juc esta doble manifestación
nos ha dejado, encmíntra.sc todo un orden de dcxuimentos
])rci listóneos que acusan jjci’fecta identidad de lenguaje y
aptitudes industriales en los j)eríodos de la infancia hu-
mana. El tMuaje de los individuos y la ornamentación de
su ccrámiiía, que son los pródromos de hi escritura y el di-
bujo actuale.s, afectan la misma sencillez durante el período
inicial de la sociedad, doquiera se cncneiitren sus vestigios.
A medida que se accutáa el adelanto de las ideas y el pro-
grcíso paralelo de las iiccesicladcs, comjdícase á la vez la
expresión gráfica cíon que se pretende perpetuar su recuerdo,
y a.sí el tatuaje c;omo el grabado abandonan la.s formas
inocíentex, para representar simbolismos que llegan al jero-
glífico. De la misma manera, las armas y utensilios de las
.sociedades primitivas, so identilic.'in caitre ,sí, durante cier-
tos períodos que la ciencia ha. podido clasificar dentro de
uii oi’den numóricro, y no solanicute acusan osa identidad
por su forma y destino, sino por el material empicado en
su confección.
De aquí se deduce, que la inteligencia y la acción de
116 I>IHRO r. — HARrrAN'rES PRIMÍTÍVOS dej- uruguay
los primeros lioinbres, se manifestaron por las mismas pa-
labras y los mismos hechos generales en la infancia de la
sociedad, y si las divergencias actuales parecen coiiti'adecir
la afirmación, testimonios vehementes no hacen más que
confirmarla. El paladar, la lengua y los. dientes, no han
sufrido modificaciones de estructura que alteren sus pro-
pcjisioncs naturale-s, (50mo los pies y las manos no las han
sufrido tampoco, en ima extensión que supere la habilidad
cenquistada por el ejercicio. Es cierto que muehos pueblos
de la raza africanii y sus descendientes del .Brasil, acostum-
brahan y ac(.)st,umbran á mutilarse la dentadura., sea para
so])ortar los zoquetes de madera ó resina colgados á sus
labios, sea para dar á los incisivos forma de dientes de
pescado, lo cual refina el silbido de la pronunciación. Cierto
es tambión que las mujeres salvajes del Uruguay, acostum-
braban á mutilarse las articulaciones de las manos, lo cual
debía entorpecer su uso corriente. Pero en uno ú otro caso,
la ÍJidole del órgano nmtilado permanecía invariable, y
mientras alentase, la producción de sus funciones era fa-
tal. Estíi ])ropensión lógica explica por (juó los niños de
todos los países y razas tienen un lenguaje coinón para de-
signar las personas y cosas que fijan su atención primera.,
como explica, tambión la pericia rudimentaria de los salva-
jes de todas las procedencias, para construir en una ópoea
dada y bajo un plan uniforme, sus armas de guerra y uten-
silios de industria.
Los órganos de la palabm, destinados desde su principio
en la parte que les con’espondc, á formularla y emitirla,
debieron llenar esa funcióji por el procedimiento ingé-
nito á sus medios propios. No es aventurado afirmar en-
tonces, que conforme á la lista de sus necesidades morales
LIBBO I. — HABITANTES ERIMíTIVOS DEL URUGUAY 117
y físicas y á la visión de las (iosiis creadas, tuvieron los
primeros hombres im vocabulario común, basta que el
tiempo y las emigraciones, al extenderlo por los ámbitos
de la tierra, lo adulteraron diversiíicándolo. De ese idioma
primitivo quedaron subsistentes las exclamaciones de dolor
ó de placer, bus interjecciones, los calificativos familiares,
las alusiones á la Divinidad, las voces derivadas de los rui-
dos de la naturíileza, acusando todo ello el testimonio de
una fj'atemidad lejana que se remite á la infancia de los
pueblos, como se remiten nuestros procederes actuales á
las impresiones recogidas en el tráfago infantil.
La distancia. íiiecliante entro las agrupaciones segrega-
das, influyó (?n la conservación más ó menos copiosa de ese
caudal de tórminos comunes. Mientras la efectividad del
tra.to fue hacedera, el idioma, no sufrió modifiítaciones con-
siderables, pero á medida que el alejamiento opuso dificul-
tades, alteróse necesariamente la terminología liabitual.
Xuevas exigencias, elevando ó deprimiendo los usos y cos-
tumbres, desvanecieron el primitivo cuño de la civili/ac.ión
ad(]uirida, no sólo en lo relativo á las exterioridades visi-
bles, sinó también en las juspiraciones y las creencias. Los
])ueblos (jue llegaron hasta las (íostas del mar, y traspasa-
ron sus lindes jiara agnqiarse |)rimeramente sobre los ar-
chipiélagos jiróximos, y derramarse de ahí sobre la tierra
íinne inmediata, fueron los mayormente expuestos á cam-
bios sensibles. Rjuigraban con su antiguo lenguaje y sus
ídolos, pero los accidentes de la e.xcursión, el cielo j el
clima de la patria elegida, inspiraban simbolismos nuevos
y otras ])ídabras que las usuales para perpetuar lo aconte-
cido. De allí esa mezcla confusa y exti^aña de ritos y tér-
minos concordes, entre pueblos cuya lejanía respectiva in-
clinaba á atiibuirles una. filiación distinta.
118 IJRKO I. — irABITANTKS PROÍITIVOS DEI. URUOIJAV
Estudiando los inoimmciitos jeroglíficos, nsí como las
tradiciones é ídolos americanos, enconü*aron los sabios dcl
siglo XVII una confirmación de esta verdad. Desde lius islas
de Santo Domingo y Cuba, basta el interior del Perú y
Mdjico, ídolos de nombre idéntico (\ otros similares de
China y Japón, terniinacioiies asiáticas y jmlabras giiegas
y hebreas mezcladas al lenguaje en uso, hicieron sospe-
diable un origen recíprocr) entre atpiella agrupación de
pueblos tan distanciadoH. El cai*ácter invariable de las len-
guas japonesa 3' china, 3' la condición pura de las razas
que las hablaban, flió tiiiidado asidero ít la creencia en una
corriente emigratoria venida de aquellas regiones en tiem-
pos remotos, íí poblar el suelo americano. Indicios no mc-
no.s apreciables, constituyeron te-stimOino á favor de evo-
luciones aniílogas en el orden migratoiio de otras razas del
viejo continente.
Prestábanse los idiomas mejicano 3^ peruano á largos
expei'imentos en tal sentido, presentando raíces y termina-
ciones que denunciaban su entionque con las lenguas ma-
dres. Así, las tci*mi naciones mejicanas en .^mua y zuma,
resultaron japonesiis, y el nombre Moctezuma que de ellas
se deiiva, aparece en las cartas del Japón, aunque escrito
en esta forma : Moiiteiiznw,a. La palabra griega T/iens
(Dios), servía en el idioma mejicano á casi todos los nom-
bres y dcsignacioucs atingentes á la i’eligión, empezando
por Dios mismo á quien llamaban Theos, y, siguiendo por
la Iglesia á la que llamaban Tcnpdn ( lugar de Dios ), al
sacerdote á ípiieii llainabiui Thcapisqiil, al saci’istán que
decían Theutlacasa, á las festividades religiosas ThcAitúutl
(fiesta de Dios), al mar Theoall (agí /de Dios). Entre
los 2>er nanos las 2)alabras griegas Tata y Mama^ servían á
UCRO r. — HABITANTES PRIlimVOS DEE URUGUAY 1.19
los hijos para designar respectivamente el ¡)adre y la ma-
dre. El nombre hebreo Ana (graciosa ó miscricortliosa )
lo usai’oii algimas reinas del Pei’íí y M<íjico (Ana-huarqui,
Ana-caoua), quienes pi*ccisíimentc .se distinguieron por su
amor á los desheredados de la. foi'tiina (1). Junto ¿i estos
ejemplos, pudieran cihirsc oti’os vaiios, no sólo en lo (]ue
respecto á las lenguas dichas, .sino tambión á la fenicia y
su.s derivadas.
Si el estudio de los idiomas se prestaba de suyo á se-
mejantes conclusiones, combimlndob^ con el c.studio de las
tradiciones, costumbres y creencias, debía, pioyector mucha
lu/ sobre el origen de lo.s i)rincipalcs pueblos americanos.
Fuó, pues, e.scrupulosaineiite estudiada de nuevo esa triple
manifestación de su Anda, y ]Mjr iniís de un concepto so ra-
tificaron las afirmaciones de los escritores del siglo {Ulte-
rior. Encontróse entre los .salvajes de América la tradición
completo del Diluvio, y pm’idelameutc el bautismo y la
cirenneisión, el casamiento y la poligamia, un concepto
claro de la Divinidad, y la noción de recompensas y penas
después de la muerte. Pero la contradicción de estos datos
compheó otra vez el asunto. C>ada cual tuvo su precon-
cepto favorito para remontarse al origen definitivo de la
población indígena, y sobre si descendía de ja^xmeses ó
judíos, se escribieron largos ti-atiidos. Volvió, por tal mo-
tivo, tí detenerse el progi'eso científico.
El cansancio de una controversia ton laboriosa, y la
muerte de los más conspicuos caudillos, fué raleando el
canijx) de los contendores hasta dejarlo desierto. Aconte-
cí) Fray Grej?orio García, Ch Ujen de bs Indios dcl Nuevo Mundo,
liba III y IV.
120 LIBRO I.— HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUQUAY
cimientos cu sn priiici])io ajenos íí la cue,stióii, vinieron
empero á removerla durante el siglo XA’^m. Juan Jacobo
liousse^ii on fuerza de alabai: al liombrc de la naturaleza,
puso (le moda los estudios protoliistóriíjos, tjuc bigicamentc
llevaron 6, los escritores sus contemporííjieos á disertacio-
nes más ó menos exactas sobre el hombre americano pri-
mitivo. Empeñada, la polémica con ardor, se sostuvo hasta
que la expulsión de los jesuítas dio gran incentivo al de-
bate, avivado por los escuitos en que aipiellos sacerdotes
pintaban el estado social de las poblaciones reducidas y
civilizadas por ellos. Sin embargo, la opinión (icntífica. no
se desprendió todavía de preocupaciones muy raras. Adó-
jose que los indígenas, si bien ágiles para cori-er, estaban
destituidos de fuerza corporal; que carecían de barbas y
kmían el cabello laigo como las mujeres, lo que demos-
traba la debilidad de su constitución físicui; cjuc las muje-
res eran infecundas, y que la unión sexual de las razas
europeas y ameiieanas producía un tipo degradado. Gene-
ralizando de esta suerte sobre todo el Continente, defcíctos
accidentales emanados de una (‘ansa lociil, olvidaban los
opinantes, segón lo observó un naturalista célebre, que si
en las tierras bajas de Amdrica, el (»ilor tropical, la hume-
dad dcl clima ú otras cuiisas, podían ser contrarias como
lo eran cii Europa al desarrollo completo de la raza, (ui
cambio bajo clima.s mejores ó tierras más altas, los habi-
tantes de la Aménca septentriouid y meridional eran hom-
bres nerviosos, robustos y más valientes de lo que permitía
esperar la inferioridad de sus armas con respecto á los eu-
ropeos (1).
(1) Buffon, (Envi-ea computes, tomo iv : Varióles dans Vespvcc hu-
LTBKO I. — HARITAXTES PRIMITIVOS TiKL URUGUAY 121
A no babel* sido tan excluycntes las preoenpaciones po-
bticas del siglo xvnr, ninguna época, más a.]n*oi5Íada á es-
tudios experimentales sobre el origen de la^i razas. Wood
escribía hacia. 1758 su célebre libro sobre las ruinas de
Palmira, y desde 1788 á 1750, fueron sucesivamente des-
cubiertas las ruinas de Hcrculano y Pompcya en Europa,
y las del l’alenque j oti’as en Amoriai, aumentándose este
caudal con el descubrimiento de los JIoundff en los Esta-
dos Unidos, que Carver y IIai*te señalaron res])ectivamcnte
de 1776 á 1791. Pci'o el trabajo de investigación sobi’e
tesoros tan grandes, no corrcsqxmdió á su magnitud, (jue-
dando ellos como de rcsei*va para tiempos más serenos. Si-
glo de erudición liistorial y filosófica, el mayor concurso
que pi'estó á la aclaración de los orígenes americanos, fué
depm’ar los argumentos en litigio, sometiéndolos á un ri-
gorismo metódico. Aceptó cuanto había de aceptable en las
conexiones de lenguaje )' costumbres, y en la.s disposiiio-
nes geográficas que indicaban el pasaje ])Osible de las tri-
bus emigrantes de un continente á otro, pero no fué más
allá.
Las consecuencias finales de sus trabajos al i’especto, se
resumen en la siguiente serie: 1." América no ha sido j50-
blada por nación alguna del antigno Continente, que hu-
biese hecho progi*esos considerables en la (ivilización, puesto
que á ser así, los americanos á la époc^i del descubrimiento
habrían conocido ciertas invenciones sencillas que han
nacido casi con la sociedad en otras partes del mundo y
no se incrden una vez conquistadas, tales como el arado,
el telar 6 la fragua. — 2." Tampoco puede establecerse que
América haya sido poblada por colonia alguna de las más
meridionales del antiguo Continente, que no tenían ni la au-
122 LIBKO I. — HABITANTES PIUMITIVOS DEL URWQUAY
claciu, ni la induBti'ia, ni In fiun’/íi pava inspirarse en este
deseo, ni los medios de praeticar tan largo viajo. — 3."
Cuando un pueblo lia experimentado las ventajas que
proporcionan á, los hombres en sociedad los animales do-
mésticos, no puede subsistir sin lo's alimentos cpic saca de
ellos, ni continuar su trabajo sin su auxilio; entre tanto
(pie á los americanos les eran tan desconocidos el (íamello,
el dromedario, el caballo y el Imcy, como el león y el ele-
fante, lo cpie prueba evidentemente cpie el piimer pueblo
que se (estableció en el mundo occidental, no venía de paí-
ses en que abundaban estos animales. — 4.'^ Si bien las re-
giones americanas situadas bajo los trópicos 6 (íer(?anas lí
ellos, están llenas de animales indígenas distintos de los
que se ven en la.s j:>artC6 coi’respondientes del antiguo he-
misferio, las provincias septentrionales dcl Nuevo - mundo
están pobladas de animales salvajes comunes á las partes
del viejo Continente situadas bajo las mismas latitudes, ta-
les como el oso, el lobo, el zoito, la liebre, el gumo, el
corzo, el búfalo y oti'as muchas especies que abundan en
los bosques de la Américu septentrional así como en los
del Norte de Europa y Asia ; lo que parece deinosü-ui- que
los dos continentes se aproximan entre sí poj’ esta parte,
y están unidos ó tan inmediatos que estos animales luin
podido pasar del uno al otro ( 1 ). De lo cual se sigue, que
el pasaje de los animales supone la. posibilidad del pasaje
de los hombres; y que á tener en cuenta hus tradiciones de
los mejicanos sobre la figura, costumbres y manera de vivir
de sus antepasados, provífliientes, según ellos, de un país
muy remoto situado al nordeste de su imperio, todo parece
(1) William Rol)ertsoii, Bisloña de América, tom ir, lib iv.
LIBKO I. — HAKITANT13H PIUMITÍVOS DEL URUGUAY 123
indicar que los primeros pobladores de Amíirica son origi-
narios de algiina tiibu sah'aje de tártaros.
Hasta aquí el resinncn de lo que el siglo xvm inves-
tigó respectó al origen del hombre ameiicano. La impor-
tancia de esa disquisición consiste en el rigor metódico,
puesto que en lo demás no tiene novedad. Pertenece á los
dos siglos anteriores, la enunciación do la hipótesis de las
emigraciones del viejo continente al nuevo, y el descubri-
miento de los indicios filológicos destinados á compro-
barlas en gran parte. El espíritu caítico de los polemistas
del siglo xvm, no hizo más que depiu-ar la ai’gumentación,
sometiéndola á un criterio analítico que examinaba por su
orden cada uno de los datos aducidos y les daba la colo-
cación conveniente. Pero con carecer del mérito de la no-
vedad, el trabajo aludido constituía un progreso, como
que toda cue.stión bien planteada importa la mitad del
problema resucito.
El espíritu de nuestro siglo, informado por los grandes
descubrimientos científicos que á justo título nos enorgu-
llecen, permite adelautiir los datos adquii'idos hasta la al-
tura de una demostración. Si el siglo xvni, poniendo á
conc.urso la filosofía y la historia en su expresión más
elevada, hizo visible la posibilidad de un origen común
entre los hombres, el siglo xix, arrancando al suelo y al
mar el hilo de las excur.siones de la humanidad al través
de los más remotos tiempos, transformó aípiella posibilidad
en certidumbre.
Enumerados por su orden los fundamentos que concu-
n-en á fijar el criterio científico sobre este punto, ellos re-
sultan decisivos. Opiniones muy contestes admiten que
América fue poblada en sus piámeros tiempos por asiá-
Dom. Esp. — I.
13.
124 LIBRO I. — HABITANTES PRIMITn'^OS DEL URUGUAY
ticos, basííndose no sólo en las ti’adicioncs de los mejicanos,
sino tiimbién en la inclinación de las corii entes maiinaB,
en la ruta se^^iida ix)r las emigraciones, y en la antigüedad
de los imperios que se desixibliu’OJi por las éiwcas post-di-
liiviales. Al Asia ixa’teneeía la mayor aglomeración de
gentes en aquella feclia, y del Asia debían venir necesaria-
mente las caravanas eiTantes de familias y pueblos (jue es-
capaban á la guerra ó al hambre. La (Visualidad tambión
influyó en algunas de estas emigraciones, producidas por
accidentes ajenos á la voluntad de los navegantes, que
fiándose al arte rudimentrn-io de su tiempo, eran ari'astra-
dos á veces, com.o lo son hoy todaida, á las distancias más
impensadas.
Para dar una filiación remota á estas conjeturas, no ha
faltado quien las dedujese de las piimitivas ti*adiciones es-
critas de la humanidad; pero sin ii* tan lejo.s, puede afir-
mai’se que todos los tiempos son apropiados para descubri-
mientos mai'ítimos, y mucho más los antiguos, en que re-
sultaban los pilotos esídavos de las cii’ciULstaiiíáas. Porque
no debe olvidarse que las corrientes del mar, el ricnto, la
falta de datos positivos cu que apoyar un deiTotero seguro,
el afán de huscvir al tanteo en medio de la tempestad un
refugio para librarse de sus iras, han sido factores princi-
palísimos para lanzai’se á desconocidas latitudes. Que ni
los fenicios ni los cartagiucs(ís debieron á otra, circiuístan-
cia su alejamiento de las costas, ni los portugueses mismos
con toda la ciencia de su tiempo arribaron al Brasil sinó
por casualidad.
Hay un dato (¡ue previene (íontra la decantada ignoran-
cia de los antiguos en punto á navegaciones. Como el
principal incentivo ciu el monopolio del (umercio, gnar-
LIBRO I. — HABITANTES PRrMim'OS DEL URUGUAY 125
ciaban sobre los viajes marítimos absoluto secreto. Se sabe
hoy, que tanto lo.s fenicios como los cai'taginc.ses, no sólo
navegaljan ele iiK*/)gnito, sino que moiitían sobre la direc-
ción de sus viajes, fraguando i’chieioncs de pcligi'os ho-
rrendos i:)ara amilanar lí sus contcmporóueos y excluirles
de toda concmTcncia. Había segiin ellos, ademíts de preci-
picios mortales más allá de las escasas distancias familia-
res al vulgo, monstruos de todo góucro que devoraban los
hombres y los barcos. Estii.s adulteraciones, elevadas á sis^
tema, retríusaban naturalmente la difusión de los conoci-
mientos, haciendo patiimonio de unos cuantos el arte de
navegar fuera del íu’rimo de las costas. Agregábase á ello,
la existencia de penas severas aun para los mismos pilotos
y sus tripulaciones, de modo que al retorno de csicla viaje,
cualquiera imprudencia que se prcsta.se á una revelación,
costábala pérdida de la vida. Piensaji muchos que á tales
jDrec^ucioiies se debe el cojiocimicnto tardío sobre la apli-
cación do cieilos instrumentos náuticos, pues se da como
seguro, que, sino la aguja de marear, el astrolabio, cuando
menos, era de antiguo conocido y usado.
Los hechos Instóiicos más recibidos, autorizan á supo-
ner muy verosímiles estas inferencias. De otra manera no
se explica la cíonducta á largas distancias de ilotas nava-
les como la que llevó Sesostris á la cumquista de la India,
y César á la de Inglaterra; ni expediciones cuino las de
los chhios al Cabo de Ihiena Es]x;ranza, partiendo del
golfo pérsico. Como tpiiera que se tomen las cunjetimas so-
bre el conocimiento que de algunas partes de América
debían tener ciertos pueblos antiguos, es Uíino tpie la ra-
zón ilustrada ¡xa' los hechos scí mclina á daiies «isidero,
supuesto el orden natural de las exploraciones y conquis-
126 LIBRO I. — HABITANTES PRIMnTVOS DEL URUGUAY
tas intentadas en aquellos tiemi^os. Una objeíáón pui’a-
mente afectiva, por decirlo así, de admiración y galantería,
mantiene hasta lioy perplejo el (íomíín seiitii* de las gentes
sobre este tópico, temerosas de robar íí Colón, transfigu-
rado y radiante por la ejiopcya, una parte de su merecida
gloria. Es más bello sin duda suponer al grande almirante
primero y único de los hombres que cruzó mares descono-
cidos, rompiendo las olas vírgenes con la quilla de sus ca-
rabelas, antes que darle ¡iredecesores en su empresa teme-
raria; pei’o destarada, la poesía, y sin mermar los justos
títulos adquiridos por el inmoital geiiovés, debe dejarse á
la investigación historial todo el ensanche que sus derechos
reclaman.
Ni pudiera ser de otro modo, á menos de cerrar los
ojos á la luz. Medidas las distancias y sondeados los mares,
resulta hoy comprobado que Aniéríca se acerca |) 0 i* tres
puntos al antiguo Continente, ofreciendo el arribo á sus
costas, mayores facilidades que á otros puntos del hemis-
ferio donde llegaron expediciones navales en tiempos de
infancia para la navegación. Menor de 600 leguas maríti-
mas es la distancia cnti-e el cabo nordeste de Tslandia y las
costas del Labrador; lo mismo que la que media entre
.Álríca y bus tierras brasileras. Noruega é Islandia no están
separadas de Groenlandia más que por 260 leguas. Y para
decirlo todo, á los 65‘’50’ lat., el estrecho de Beliríng, desde
el calx) del Príncipe de Gales hasta el de Tschowkotskoy,
no ofrece oto distancia que 44 millas geográficas, entre el
Continente am encano y el asiático (1). A distancias iguales
se alejaron en lo antiguo muchas expediciones, y consta
( 1 ) Georgo Bnucroít, Ilüioire des EtiUs UnUt, toin iv, cap xxri.
LIBRO I. — HABITANTES PHIMITIYOS DEL ÜEUaUAY ].27
que á (.listuDcias mayores urrojó la tempestad flotas caídíis
bajo su azote. Las emigraciones provcuiente.s de las guerras
y despoblación de los ¡^rimeros imperios, buscaron acosadas
por la persecución y el hambre, locales más alejados de su
asiento ortlinario que los que acabiui de nombrarse, y la
tieiTa americana, distante sólo 44 millas del viejo Conti-
nente, y á la cual podían anibar, sea surcando de una vez
esa distancia, sea eondueieiido sus barquichuclos de isla en
isla desde la. Tartaria ó el Japón, sin estíir eii el Oeéaiio
más de dos días, no debía ser la única olvidada. Estos ra-
ciocinios inducen á creer que el descubrimiento de Amé-
rica se verificó por avejiturcros muy anteriores á Colón y
sus tiempos. Los noruegos y normandos reivindican para
sí, con títidos de positiva importancia, su pi’elación á ser
considerados entre este número, y datos feliaiáeutes indi-
can que los japoneses han sido forzosamente arrasti’ados, no
una vez, sino muchas, á las costas americanas.
Por oti’a parte, cioincidencias singulares refuerzan la pre-
sunción de haberse polilado nuestro suelo con elementos
de procedcncáa asiática. Las dos fases que 2 Jresenta la ci-
lúlización jirehistórica americana, coincideji con la que
liresentaba la ci-vúlización asiática en el momento de sus
dos grandes emigraciones clá8Íc.as. Loa pueblos dispersos
de las llanuras del Sennaar, llevaron j)or doquiei'a hor-
das famélicas en estado de barbarie, constituyendo la pii-
mera emigración de carácter imiversal. Una segimda emi-
gración ocurrida el año 544, cuando la ruina de la dinas-
tía de los Tsin volvió á revolucionar el Continente asiático,
tuvo un carácter tan general y espontáneo como la primera,
pero so compuso de gentes cuya cultura relativa era muy
superior. Ahora bien: los indicios de este doble movimiento
128 LIBRO I. — HADITAXTES PRIMITlVaS DEL URUGUAY
emigratoiio, aparecen caractcrizaclofi en Amá'ica, por la
barbaiie de lo« jHieblos nómades y ix>r la civilización de los
pueblos sedentarios cuyas ruinas atestiguan un concepto
más elevado dcl bienestar social.
Es evidente que lia habido exagemeión en bis* temías
iuventadíis para explicar el asiento de las razas asiáticas
en Ani erica, llegándose Inusbi aiTegbir una cronología es-
pecial que hace á los Incas peruanos desceudieutes de un
hijo de Kiiblai-Klian, enipenubr mongoL También lian
sido explotado.s con acieito discutible los progresos del bu-
dhismo, atrilmyéndole la civilización mejicana. El deseo de
llegar á conclusiones novedosas ha precipitado ii más de un
escritor, airebatándole hasbi la e.sfem de b»s extravagancias
donde el ingenio se sostiene á dm-íus penas. Pero ciñén-
dose á la realidad esliicta, es lo cieilo, que el estudio de las
corrientes marinas del Japón y los hechos obsci'vados du-
miite un siglo c.*isi, demuastran que en la antigüedad, lo
mismo que hoy, trsmsportes navales de cualquier especie
han podido ypueden ser arrastrados con la mayor facili-
dad de Asia á América ( 1 ). Demostrado satisfactoria-
mente el hecho, cosa toda duda sobre su posibilidad. Si en
los modernos tiempos las comentes marinas del Asia
(t) Es concluyeüte al respecto, la siguiente calaclístíca que- da Na-
daillac hablando de las comentos jnponiftRs; «Pe 1782 i 1876, qua-
rante-neuf jonques ont étíi cntraiiiées par ces courants h travers le Pa-
cific, dix-iieuf ont fait cóte nnx lies Aballes, díx sin* les n'vages de la
presqu’Ue d’Alaskii, Irois sur celles des Etats Unís, deux enfiu aiix
Síes Sandwich. Kéccinmiiit micore, une jonque jaiwnaise enU'aínéo
par les flots, a Otó découverle pai‘ un navire auglais, non loin de la
Californie, et laie houc’c recncillie sur la cotií ouest de rAuiérique a 6t6
reconnuo poiir uno de celles quo les Ilusscs avaient placécs h l’embou-
chiU'e de TAmoiu » ( Amérique préhisiorique, cap x).
LIBRO L — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 129
aiTojan á distancias considerables y sobre las costas ame-
incanas barcos de pescadores y flotillas de otro g<5nero, no
liay razón ateiiflilile que se oponga á que en la antigüedad
sucetliera lo mismo.
La adquisición de estos datos irrefutables, elimina el
mayor obstáculo á la creencia en emigraciones del viejo
Continente íú nuevo. Desde que la casualidad y los medios
asnales, la nece.sidad y el de.seo, se combinaban para alla-
nar ineon venientes, toda sospecha en contrario redunda
contra la naturaleza de las cosas. Aun puede objetarse á
los (¡ue o^ionen el argumento de haber sido el mar una ba-
rrera infriuiqiicablc, que dicho argumento se retuerce con-
tra ellos mismos aplicándolo á la diñcultad Porque, siendo
el mar cuando está cercano, camino ]>rcferido de los pue-
blos bárbaros, más ajitos para desAzarse sobiu las ondas
que para franquear tupidos bosques cuya entrada requiere
los esfuerzos combinados de la paciencia y el hacha, por
el camino del mar debieron lanzai*se las emigraciones ma-
yoiTuentc mg,idas ele ciKíonti’ar nuevas tienm Cuando me-
nos, e.sta suposición es muy lógica en lo que se refiere á la
senda trillada por la mayoría de los pueblos de la anti-
güedad al dispersarse sobre el globo teri-áqueo.
Mas ello no obstante, el caso iKaTnanecciáii en los domi-
nios de la hipótesis, si á los indicios sumhiistrados por el
mar no .se juntasen los que fornece la tieiTa. Juzgado el
hombre en sus propensiones natimalcs, todo confirma su
tendencia aiicbirit^a, y exhibidas los medios favorables á
la práctica de esa tendencia, es razonable ]>easar que los
aprovcclió para sus emigraciones. Pero si esta suposición
se fundamenta, entonce.^ la evidemia rccííbra sus derechos,
pues ya se trata de una verdad conquistada y no de un
130 LIBRO I, — HABITANTES PRIMITIVOS DEI. URUGUAY
mero supuesto. La arqueología actual, examinando las rui-
nas esparcidas sobre el suelo americano y desenterrando
los esqueletos, las arínas y los utensilios sagi’ados y profa-
nos de las razas muertas, ha encontrado la fraternidad de
origen que busc;aban los sainos de otros tiempos por el ca-
mino de la especulación pura.
El estudio de las ruinas del Palenque, Ococingo y Yu-
catán, ha exhumado en Méjico una civilización sedentaria,
muy anterior á la que encontraron los españoles al apode-
rarse de aquel país. Diclias ruinas, que ya lo eran cuando
Cortés y Monctc/uma debatían por las armas la jiosesión
de la tierra, presentan vesligios arquitectóiii(;os de una si-
militud notable con las construcciones asiáticas y egijnúas
de la misma índole. Las paredes de piedra de sus palacios
cubiertas de jeroglíficos, los bajo -relieves, columnas y es-
tatuas, ya acomodándose á una procedencia, ya á oti’a, de-
nuncian un origen comón con aquellos pueblos del Conti-
nente antiguo ( l ). Bien que la fusión de dos órdenes
arquitectónicos distanciados enti*c sí, como lo son el africano
y el asiático, produjera en un principio perplejidades entre
los anticuarios, se ha explicado después el heclio, atribu-
yéndolo á la fusión de las gentes que se i’adicaron en la
tierra. Porque habiéndose verificado las emigraciones segón
la necesidad del momento, cada grupo debió recoger en su
marcha elementos dispersos que se le plegaban, y aiui des-
pués de establecido dentro de una ubicación fija, nuevos
(1) Williain Proscott, ITisloi'ia de la conqnüta de Mójieo; tomo iv,
apénd. Parte i. — Brnsseiir do Bourbonig:, IUMoire des luiliom civili-
sées dii Mexique; tomo i, libro i, eap iri. — Manuel LaiTaiiizfir, Kstu-
dios sobre la Historia de América, sus ruinas y anliyüedcides ; tomos
I, iii y V.
LIBRO I. — HARITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY ] 31
contingentes venidos de otros pueblos, debieron mezclarse
6. los que ya tenían residencia propia, dando así unidad (i
aquella civilización cuyas exterioridades rellejan el recuerdo
de cada una de las j’azas (pie contribuyó á, fundarla. Los
pueblos del Río de la Plata, cuya arquitectura responde á
tantos tipos como pi'occdcncias tienen los haliitaiites de
sus ciudades, no lian do encontrar la exjilicación deficiente.
Descubriinientos análogos en los Estados Unidos, tcsti-
íican la e.xistencia pretérita allí de razas cuyo nombre se
pierde entre las brumas do su propia antigüedad. Loa
mounds ó montículos artificiales de tierra, que cxtcudi(5iidose
sobre gran parle del tcriátorio do aquella nación, salvan los
límites de Méji(ío, son construcciones que en su mayor
níímero, al decñ’ de ingenieros competentes, requerirían el
esfuerzo de millanís de obreros modernos provistos de to-
dos los recursos de la industria actual. La claaifiííaeión más
admitida de estos monumentos, los divide en cinco cn-de-
nes, á saber: olu’as de fortificación, recintos sagrados, tem-
plos, lugares de sacrificio y ccmcntei’ios ó ceiTOS tumbales,
vallando sus dimensiones entre 12 pies de alto por 80 de
diámetro, hasta 0 1 júes de alto con una base de 500 jior 720
pies. En cuanto al hombre, constructor ó habitante de es-
tas eminencias, se han encontrado en el seno de ellas, y á
menudo revueltos en el mismo sudario, cráneos de tipo
caucásico con cráneos de tipo nigroide, y como jiara justi-
ficar esta conmixtión de procedencias, objetos represen-
tando la cruz, símbolo de la eternidad entre los egipcios, y
el elefante y el phallus, símbolos de adoiiición asiática.
Hachas, cucliillos y flechas de sílex, mezclados con objetos
6 instrumentos de cobre, remontan aipiella civilización á la
Edad de Piedra, aun cuando su cerámica, en la cual Miel-
132 IJBRO I. — HABITAKTES rRIMITrVO.S DEL URUGUAY
ven á darse nuevas ti’azas alegóricas de un oiágen promis-
cuo, sea superior á la europea de la misma fecha.
Al lado de esta civilización cxti'aña, cuyos autores, á
falta de nombre cono(;ido, llevan en la ciencia el de mound-
bUders (constructores de montículos), aparecen los vesti-
gios de otra, que salva también como ella los límites del
teiTitorio yankee para internarse en el mejicano, y vice-
versa. Consti’ucciones ciclópeas, que agrupan ciudades de
¡ñecha sobre repechos y cimas casi inaccesibles, caractcii-
zan la existencia lloreciente de esta otra raza clasificada
por los modernos con el nombre de diff-du'dlers (habi-
tantes de las ro(;as). Ignórase si los propulsores de tan
atrevida dinámica, eran sucesores ó contemporáneos del
hombre de los montículos; ^icro de cualquier modo, una y
otra raza, después de liabei’ señoreado los territorios del
Koi-te, invadieron el Centro y el Sur de la Améiica-, de-
jando en las ruinas de CTiiatcniala y el Perú, la huella in-
deleble de una larga y definitiva estxidía.
Mas esta excursión paralela, que según todos los datos,
fué anterior al dominio de los Incas en el Sin’, se detiene
en las fi’ontcras del Brasil, cuyos territorios ya no dan
asiento á los monolitos colosales, á los arcos y habitatáo-
nes foi’inidables con que atestigua su posesión del suelo
una de las razas invasoras. Parece evidente que los diff-
dwellcrs hiíáeroji alto en la orilla opuesta del Amazonas,
adoptándola por límite de su peregiinación sobre la tierra
americana. En cambio, descubrimientos recientes autorizan
á opinar que los mound-hilders procedieron de otro modo,
extendiéndose, al pareíier sin rivalidad, por toda la región
comprendida entre el Amazonas y el Plata, 0113^8 valles y
riberas poblaron de construcciones más ó menos unifor-
I.IRRO I.— HABITAOTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 133
mes, pero correspondientes al padrón de su singular arqui-
tectura.
La arqueología brasilera suministra datos muy satisfac-
torios sobre este punto. Aparte de lo que revela el estudio
de \^jade, piedra originaria de la India y la China, que se
encuentra pulimentada y bajo el nombre de^n'eíüva verde
del Amazonas, sirviendo de adorno facial á multitud de
tribus salvajes brasileras, la excavación de divei'sos mon-
tículos artificiídes, y especialmente los llamados de Marajóy
atestigua la entrada en tiempos primitivos al Continente
del Sur, de las razas africana y asiática. La cerámiíni de
Marajó, exhibe una variada colección escultural de cabe-
zas, representando desde el más perfecto tipo japonés,
hasta el tipo dejuámido y feo de algunas de las eseultm’as
jirehistórieas mejicanas (1). Otras correlaciones, ponen esta
cerámica, en cuanto á los ídolos se refiere, en parentesco
estrecho con la de los mouvxh de los valles de Mississipi
y Ohío, encontrándose además en ella, como en la de Ca-
lifornia, Costa-Rica y Cliilicote imágenes phallomorfas,
aun cuando en número más abundante. Seis cuadros de
caracteres simbólicos de los mound-bilders de Marajó
comjiarados con igual número de los usados en Méjico,
China, Egipto é India, arrojan similitudes considerables
entre sí.
El movimiento expansivo de esta raza invasora, ha dejado
también sus huellas en el Uruguay, sobre cuyas riberas se
encuentran montículos artificiales que la piqueta del ai’-
queólogo empieza á remover. Exploraciones verificadas en
(1) Ladisiau Neltx), Investigares sohe a Arclicoloyia Brazileira
(np. Arch. do Musen Nacional, tomo vi).
134 LIBRO I. — HABITANTES miMITÍVOS DEL URUGUAY
los territorios de San Luis, departamento de Roclia., deter-
minaron una csuitidad considerable de aquellas coustruc-
cionos, cuya medida común es de 8 ú. 10 meteos de alto, por
lo á 25 do diámetro. La capa superficial de los pocos mon-
tículos exciivados hasta ahora, es de tiei’i'a dura y com-
pacta, generalmente cuhici’ta de talas, coronillas ó palmei’as,
siguiéndose luego el relleno de tierra negra en polvo, con
intei’polaciones de tierra roja quemada, á manera de hulñ-
llos ó adobes. Entre el relleno y la (;apa exterior, hay una
/ona, que pochía llamarse de cs(]Ucletos, de donde se han
extraído varios, íutegTaineute conservados: estaban en cu-
clillas 7 tenían á su alrededor restos de armas y alimentos,
como también fragmentos de una cerámica juuy piámitiva.
Mientras esto acontecía, liacda el Este, algo análogo ha re-
velado en el Oeste una excavación accidental. Sobre la
costa del río Negi’o, á veinte- cuadras del jmeblo de So-
ria.no, se extrajo dcl montículo denominado Cerrito, un
esqueleto sepultado boca, arriba, con los bi-azos en cruz, y
rodeado de sus armas de combate. El Cerrito está cubierto
de una capa de tierra plomiza, luego otra de escamas al
parecer de jiescado, y entre esta última y el es(pielcto ex-
traído, existe una capa de conchas marinas. Al contrario
de lo acontecido en San Luis, los fósiles del Cerrito se
pulverizaron al contacto dcl aire.
El conjunto de los hechos aducidos, arguye la existencia
en América de una civilización primitiva, muy anterior á
la que los conquistadores encontraron, y aun á la que dia-
fiTitalian los conquistados, viniendo á ser tan antiguos para
aquéllos los vestigios dejados por los mound-hilders y
los diff-dwellcrs, como lo cj’aii para los mejicanos, pe-
ruanos y guaranís, sobre cuyas tierras yacían dispei’sos.
LIDRO I. — habitantes PRIMITIVOS DEE URUGUAY 135
Si á ostos indicios que el suelo presenta, se unen las tra-
diciones locales, todas ellas contc-stés en afirmar la proce-
dencia extranjera de las razas entradas al nuevo conti-
nente, así como la de los fundadores do las nacionalidades
6 sus civilizadores, cualquier negación al respecto se pierde
en el vacío.
Mas por ello mismo, la escuela escóptica, nacida á miz
del descubrimiento, y perpetuada basta hoy al travós del
debate científico, no pudiendo negar la evidencia, se refugia
en la hipótesis de que his primitivas raza.s americanas son
autóctonas, por cuanto, hecha, absti-acción de consideracio-
nes accesorias, resulta siempre que las emigTacione.s (;uyos
vestigios ostenta nuestro suelo, encontraron en ól, tribus
que ya. lo habitaban y con mucJias de las cuales coexistie-
ron. Y bien que esta objeción nada pruebe, pues con dife-
rencia de fechas, del mismo modo pudieron arribar las
piimeras emigraciones como las últimas, no ha faltado
quien se anime al argimiento pai-a dedai'ar que la cuna, de
la humanidad cstií en Ainórií^, de donde se sigue que el
progreso moral y social del viejo Continente se debe al que
por e(]uivO(iación llaman nuevo.
Es indiscutible, que los i^ueblos pueden caci- de la civi-
lización it la barbarie, como lo es también, que i)or un cú-
mulo de circunstancias dependientes de la to 2 iogiafía del
suelo ó de las disposiciones geniales de raza, pueden f)io-
longar su infancia jíor largos jieríodos seculares. Mas en
cualquiera de estos exti’emos, el surco de lo pasado se es-
ti’atifica á la materia cpie les rodea., demostrando por la
traasformación manual de ella, el grado de cultiu’a que
alcanzaron. Así, de las grandes naciones boy desapare-
cidas, dan testimonio minas maravillosas en cuyo seno
136 LIBHO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
se distinguen las huellas del ti’abajo científico y fu’tístic-o
que informó los planes y depuró el gusto del genio nacio-
nal; iiütóndose por lo contrario en las huellas dejadas
por las uacioncs incultas, toda la pobreza de una civiliza-
ción incipiente.
En el orden regular de las cosas, si el progi’eso moral y
social de los americanos hubiera sido tan antiguo como el
de los hombres del viejo mundo, Colón y sus sucesores se
habrían encontrado con ima civilización igual á la que ellos
traían. Si hubiera sido de origen más remoto, esa chdliza-
ción estaría en tal auge, que en vez de conquistadores, los
europeos, hubiesen sido conquistados. Suponiendo, empero,
que circunstancias dependientes de la topogi’afía del suelo
ó de las disposiciones geniales de raza, hubiesen prolon-
gado la infancia de los americanos primitivos, esas causas
serían visibles al observador, en la aridez de la tierra,
ó en su falta de comunicaciones, ó en la torpeza incurable
de los indmduos pai'a asimilarse los conocimientos que se
¡iretendiei’a ti’asmitirles. Por último, admitiendo que causas
muy anteriores á hi invasión europea hubiesen infinido para
aplastar la civilización americana sustituyéndola por la
barbarie, entonces el testimonio de las ruinas mostraría al
viajero azorado, resquicios de inventos, evsculturas, pinturas
y artefactos que no jiresentía su imaginaiáón.
Nada de esto sucedió. Por el Norte, en el valle de Ana-
huac, centro de feracidad poblado por una raza inteligente
y brava, llegaba á su apogeo la civilización primitiva con
el Impelió mejicano, marchando luego en progresión decre-
ciente hasta perderse entre los desiertos ó las costas del
mai\ Hacia el Sur, el Imperio del Perú, cuyos fértiles te-
rritorios admiraron á los conquistadores, ponía el sello á
LIHKp I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 137
otra civilización, que se deprimía al pasar por entre los
cliibchas ó muiscas en las regiones de la actiml República
de Colombia, y seguía su descenso basto llegar al Río de
la Plata y encontrai’se con los chan’úas, cuya gi’osera. siin-
pliíádad podía tomarse ¡jor el último eslabón de una ca-
dena. Dos imiierios semi-báj‘baros que ni se cojioeían
entre sí, ima nación inferior á ellos situada en Colombia,
multitud de pueblos errantes, cousti’uccioiics relativamente
mediocres, ensayos tímidos en el orden intelectual, extra-
vagancia en las costumbres, cuando no inmoralidad y
crueles instintos, fuó todo lo que ¡presentaron los indígenas
americanos como unidad de conjunto á sus conquistadores
en el momento de ser descubiertos.
Comparando los puntos más salientes de aquella actua-
lidad, con los antecedentes dejados por las razas que la
habían precedido en el dommio del suelo, el progreso, sin
embargo, era fusible. Las (iudades mejicanas y peruanas
existentes bajo el dominio de Monctezuma y Aúiliualpa,
encerraban una civilización superior á la que atestiguan las
ruinas del Palenque y las construcciones de los mouiul-
hílders y los eliff - dwellers. La ferocidad de costimibres
que obligara á aquellos primitivos habitantes de Amóric^i
á construir sus viviendas de refugio en alturas naturales ó
artificiales casi inaccesibles, se había dulcificado, por la
edificación de ciudades en el llano, por la construcción de
puentes y caminos que franqueaban en vez de obstruir bis
comunicaciones, y por una sociabilidad imls regular, que
con todos sus inconvenientes, abarcaba mayores esferas de
la actividad humana. Mas no obstante esta superioridad
sobre sus antecesores, estaban los íimericanos harto atra-
sados á la época de la conquista..
138 LTRRO I. — IIARTTANTKS PRIMITIVOS DKL URUGUAY
Ni la natiiralc/a., ni la dotación intelectual intervenían
en esa condición precaria.. Dcrj’amíí.l)a.iise la.s poblaciones,
ora Hcdentai'ias ó errantes, á lo largo de los ríos, en el seno
de los valles ó al pie de las montañas, gozando climas di-
versos y pudiendo aprovechar las producciones de un suelo
virgen. Con todo, su progreso era. nidimciitario, pues los
mej ionios y peruanos no liubíaii salido de la Edad del
Bronce y los charrúas apenas si llegaban á la Edad, de la
Piedra ¡ndida. ¿Por que estaban tan ati’asados, jioseyciido
elementos tan coinosos? No se producía el hecho por in-
suficiencia mental, pues los progresos que alcanzaron mas
tarde las Ordenes religiosas dcl catolicismo, difimdiendo
con éxito cutre ello.s la ciencia y el arte, prueban que si
los misioneros tenían la virtud de la caridad y el mérito
de la coustíuicia, los indígenas no carecía, n de la percep-
cióji intelectual adecuada a hacer fruc.tít'eros aquella virtud
y este mérito. Tampoco puede decirse que el atraso provi-
niese de los obstíículos de la natui’aleza, desde que la mag-
nitud y abundancia de los ríos, la fertilidad de las tierras
y el temple de los climas, se pj;estaba a todos los transpor-
tes y á todos los cultivos. Luego, pues, no estando en la na-
turaleza ni en la inteligencia el obstáculo á un jirogreso
mayor, estaba en la jirocedencia de las razas americanas.
La tradición histórica afirma sin contcstacióji, que el li-
naje humano se despai-ramó por primera vez sobre la su-
perficie del globo, huyendo las llanuras dcl Sennaar empo-
brecidas ¡jor la miseria. Fué en aquella noche de la huma-
nidad, cuando la natmaleza y el hombre se debatían ja-
deantes, que los prófugos del ciataclLsmo buscaron á tientas
un albergue. En su disiiersión sin rumbo, salvaron todas
las distancias, semejando su azarosa corrcjía nuevo diluvio.
J-IBHO I. — líABITANTES BBnimVO-S DEB tlRUQUAY 139
en que «eres y cosas arraucaclos á su estacioiianiieiito habi-
tual, rodaron por el orbe, como roduraii otrora montañas y
bosques, al impulso avasallador de las aguas. Acosado por
la iiewsidad y sin más guía que el impulso de pro^jia con-
servación, el hombre de los primitivos imperios llegó hasta
los más lejanos confines, plantando sus lares en las super-
ficies desiertas que ].)or primera vez se estremecían al roce
de la planta humana. Todos los continentes hoy conocidos
le dieron cabida, y la constancia de luia bárbara frugali-
dad, echó los cimientos de la sociabilidad feroz que debía
templar sus arrebatos en la lucha con la iJitemperic.
Para reducir esa barbarie, impusiéronse los prófugos toda
clase de esfuerzos, segón el mh ñero suiiuulo por cada agru-
pación y el lugar donde hacían alto en sus correrías. Va-
gando por el mundo, ora vencedores, ora vencidos de la
natiu-aJeza, algunos se extinguieron, sin dejar otro recuerdo
que los dolmcns y los donde se revuelven
los residuos de sus comidas, sus huesos y sus armas, con
los huesos de los animíiles contomjioráneos; otros asenta-
ron sus viviendas al aniparo de climas y sucios propicios, y
los más afortunados echaron las bases de los gi-andes cen-
tros de civilización que en el orden de los tiejupos habían
de llamai'se Nínive, Jkbilonia, Atonas, liorna, Jerusalén,
marcando al espíritu Immano las etapas de su carrera.
Repleta y barbarizada por igual la tierra, en aquellos cen-
tros empezó á elaborarse leutameiite la. nueva civilización
que debía irradiar el mundo. Cada continente la recibió
según se prestaba á propagarla su emplazamientn en el
globo, adelantándola en la medida adecuada á esas condi-
ciones. Por virtud de esta ley, obtuvo América en el ti-ans-
cui-so silencioso do muchos siglo.s, los liciieficios que mía
Don. Esp.— 1.
II.
140 LIBRO I. — HABlTAN'rES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
tras otra le fuei’on impórtamelo emigraciones sucesivas, y de
ahí la diversidad de aspecto que presentan sus monumen-
tos y minas.
Tal es la respuesta que el pa.sado da, cuando .se iiitei’ro-
gan lealmcnte sus secretos. Preocupaciones antireligiosas se
oponen á esta réplica de la razón y la ciencia, empeñándose
en que ella favorece exclusivamente á la Iglesia católica,
porque afirma el dogma de la unidad de la especie humana.
Mas conviene establecer una vez ¡lor todas, que la integri-
dad del dogma no gana ni pierde nada, con que los indivi-
duos del linaje Immauo reconozcan uno ó varios ce)itros
de creación, puesto que es la j}osihí¿idad del parentesco
y no el parentesco efectivo lo que constituye realmente la
especie. Una mera cuestión de palabras divide á los con-
tendores, confundiendo el calificativo raza, destinado á in-
dicar un conjunto de individuos que heredan por medio de
la generación ciertas particulaiidadcs accidentales que no
alteran sub.stancialnícnte su condición típica, y el calilUía.-
tivo especie, que indiísa la identidad del tipo, en cuanto lí
sus facilidades de reproducídón y á la fecundidad indefinida
del fruto proveniente de sus criiznmientos. Así, las razas
negra, amaiilla y blanca, se diferencian rccíprocanieute en
sus peculiaridades accidentales, pei;o son idénticas en su
condición específica. De lo cual puedo (ioncluirsc, volviendo
á la integTidad del dogma, que aun cuando los individuos
del linaje humano, en vez de proceder todos de Adán y
Noé, perteneciesen á distintas familias primitivamente
creadas por Dios en diferentes centros, todavía no dejarían
de formar una sola especie, si la naturaleza de todos ellos
es una misma, y tiene por consiguiente intiánscca AÚrtud
para trasmitirse de los unos á los otros por vía de natmal
IJBRO I. — HABITAKTES PKr^ríTlV()S BEL URUGUAY 141
descendencia (1). Y disen nase de éste ó de otro modo
sobre el asunto, os un liecilio constante, que el liombrc,
cualquiera sea. el estado social en que se encuentre, reco-
noce la comunidad de origen con sus semejantes. Aquel
grito de Coock al abracarse coji un salvaje en medio de
las soledades de Austi’alia, llamándole ¡hennano mió! es
el grito de la solidaridad buinana, más grande y más fuerte
que toda sutileza ó prevención.
Bien que pudiera parecer inadecuada ó difusa la diser-
tación antecedente, ella, ha sido ueecsa.na para plantear la
cuestión dentro de sus verdadoos tónuinos. Estando como
está cii litigio todavía el origen particular de cada una
de las naciones americanas, no hay otra jmerta de salida
en este líd)crinto que el ascenso al origen connni de todas
ellas, para tener un punto fijo de donde arrancar su filia-
ción. De otia manera, el cspíi’itu se desvanece rastreando
datos que resisten una coordiiiacáón definitiva. Sobre todo,
cuando de la,s gmndes naciones se pasa á las pequeñas,
dcEiaovistas de tradiciones comprensibles y huérfanas de
toda cultura, entonces el acierto respecto de su pasado más
remoto es problemático, porque si las raíces del idioma y
la manifestación arqueológica de los objetos usuales deno-
tan parentesco con tal ó cual raza conocida, otros hechos
inducen á destruir la suposición. Por eso (íorresponde se-
ñalar como el verdadero escollo que el historiador ameri-
cano eiicuenti'a en su camino, la averiguación del origen
dcl habitante primitivo de su país.
Seguramente que el Uruguay no escapa á esta regla de
criteno, poblado como estaba, al arribo de los españoles,
(1) Jos6 Mendive, La Roligión Católica r indicada, ciip xxvi.
142 LIBRO I. — HABITANTES TRimTIVOS DEL URUGUAY
por tribus pequeñas en níímero y generalmente aiitónonuis
enti*e sí. Los que las descubrieron, combatieron y disocia-
ron, carecían de interés científico que les impulsara á es-
tudiarlas en sus antecedentes y costumbres, y liasta el
cebo de la codicia faltaba á las expediciones militares com-
prometidas en una conquista tan difícil. Concuerdan, sin em-
bargo, los primeros cronistas de estas expediciones, en que
las tribus asentadas sobi-e el tenitorio mTiguayo formaban
una confederación que se extendía desde las riberas del
Atlántico hasta donde los ríos Uruguay y Paraná se jun-
tan, derramándose de alií j)or las costas de ambos ríos,
para mantener guerras, alianzas ó tratos coinercíiales con
todas las tribus del tránsito (1).
Esto no obstiuite, la multitud que ocupaba el territorio
uruguayo no era, según está comprobado, una raza aborigen,
pues la habían precedido en la posesión del suelo, otras
cuyos groseros monumentos denuncian su prioridad. Pero
mienti’as revela(íiones etnológicas de que hoy carecemos,
no incoiq)oren aquellos misteriosos habitantes del país á su
historia, el único punto de partida es la raza que encon-
traron los conquistadores poseyendo el suelo, y aun ésta,
por la insuficiencia de los estudios de que fue objeto cuando
pudo legarse hitegro su tipo al porvenir, presenta dificulta-
des para determinar su procedencia y origen.
Kehaciendo, empero, el proceso de una existencia tan
accidentada, coiVio son complejos los datos que la informan
durante la doiniimción española, i)ucden exhumarse los ras-
(1) Ulderioo Scbinidol, VUiJe al Rio de la Plata, cap vr y xi. —
Mmtíii del Barco Centcoiern, La Argmtina: Poema hidórico, cantos
XIV y xxvu. — Ruy Dina de Clur-múii, La Aryentkm, cap vi.
LIBRO I. — HABITANTES PRBfmVOS DEL URUGUAY 143
gos más salientes del gentío que ocupaba el país cuando
Solís lo arrancó al scci’eto de los mares. Divemas tiibus
señoreaban la tierra con nombres de apai'iencia distinta,
pero en el fondo acomodados á un idioma común. Una
rusticidad primaria dominaba en sus relaciones generales
así como en los afectos de sus individuos, pero eran de
costumbres enteras j de sobria y valerosa condición. El
salvaje imignayo aparece ante la historia como ni>arcce
una estatua desnuda en el taller de un artista, pai-a sei’
materia de estudio y no incentivo á la obscenidad. Por sus
aptitudes geniales, brilló como una excepción entre otras
parcialidades corrompidas ó ferocas, y no cediendo en va-
lor 11 ninguna, superó á todas por la docilidad con que se
abría al trato de las gentes, siempre que la tentativa no
viniese precedida de imposiciones ó amenazas que lastima-
sen su altivez ( 1 ).
La mujer, compañera de este hombre, complementaba,
por su carácter sufrido, las dotes culminantes de la raza.
Acostumbrada al peligro y á la movilidad, huía de todo lo
sedentario para no ser obstáculo á los suyos, así es que no
conocía esas largas enfermedades que el refinamiento de
las costumbres y las prescripciones científicas propenden á
generalizar en la mujer civilizada. El parto no era para
ella un incidente excepcional, y el cuidado y alimentación
del nacido no perturbaba las ocupaciones de la madre. En
el acto de alumbrar, echábase al agua la rcción parida con
su cría, y después de esta operación, la frotaba y calentaba
(1) Difigo Gnrcíu, Memoria de la navegación al Piala (N.® 1 culos
Dofi de Prueba). — Lnís Rnniíre/., CfirUt, dd Rio de la Piala {'í^ 2 en
los D. de P. ).
144 fJBRO I. — HABITANTES TEIMITIVOS DEL URUGUAY
conti’a el seno, micnti’as otras mujeres la friccionaban á
ellas Este medio terapéutico de las fricciones y los bafios,
era la principal mediítJición que conocían, aplicándola á
toda ciifcrmedad en cualqniei’a de los dos sexos. Servíanse
también eii ciertos casos de la ventosa, cuya aplicación
lograban chupando con fiicr/a la parte dolorida del cuerpo,
hasta provocar la inflamación cutánea.
De tíusal tan enérgico debía nacer forzosamente una
raza varonil, adiestrada desde la infancia, á los combates
más acerbos de la vida. Por ese medio adquiriei-on mpiella
serenidad de porte y aquel aplomo en el peligro, que ad-
mií’ó á los conquistadores, quienes poco podían admirarse
del brío y la audacia ajena. Líi ludia por la existencia
emj)rendida todos los días contra la natui’aleza ó sus se-
mejantes, y frecuentemente contra ambos á la vez, les
liabía dado la conciencia de su valor, sin ninguno de los
agregados con que la vanidad suele afear ese don ta.n pre-
cioso en el hombre. No eran crueles con el vencido, ni
brutales con la mujer, ni autoritarios con los pequeños.
Enemigos de ser advertidos ó incomodados por qtios, guar-
daban á los demás la consideración deseada para sí mismos,
y bien que los conquistadores atribuyeran á indiferencia
recíproca ese sentimiento que limitaba sus pretensiones y
sus actos (!on relación á tercero, es evidente que en vez de
indiferencia, era respeto mutuo el que se profesaban.
Que la población salvaje, descubierta por los españoles
sobre el suelo uruguayo, constituía al tiempo de la con-
quista una entidad social con aspecto y dominios propios,
es creencia uniforme de los primitivos historiadores de
estas regione.s, según se sabe. Pero lo que generalmente
ha pasado inadvertido, es que los españoles, al declararse
LIBRO I. — HABITANTKS PRnUTIVOS DEL URUGUAY 146
dueños de la tierra, la designaron oficialmente con el nom-
bre de Uruguay, dando por extensión el de uno de los
ríos del país á todo el territorio comiorendido entre sus lí-
mites hasta las costas del Paraná, como dieron el nombre
de Río de la Plabi á todos los países cuya entrada fran-
queaba aquel («nidal de aguas. Si provino esto, en cuanto
al Uinguay, de que sus j^riniitivos habitantes aplicasen por
antonomasia dicho iiombrcj tanto al río como al país, lo
ignoramos, ¡oero es lo ciertó que los gobernailores del Río
de la Plata, se titularon dmunte muchos años goheiiiadores
del Río de la Plata, Uruguay, Tapé ó Mbiaza ( 1 ). De
este modo, el verdadero nombre del país, que muchas veces
se ha pretendido repudiar por cj-eerlo una inventiva del
locyili.smo, tiene la más antigua confirmación histórica.
Con todo, examinando los usos y costumbres del gentío
que á la ópoca del descubrí miento jioblaba el suelo, queda
excluida la suposición de una nacionalidad organizada so-
bre las bases cpie tal idea despierta por sí misma. Carecían
de gobierno central que regulando su acción ¡iiiblica, pro-
pendiese á darles sólida imidad. En tiempo de guerra, for-
maban las parcialidades asociadas en ese designio, lina
confederación con jefe.s electivos, que se disoMa á raíz de
la paz, volviendo cada grupo al goce de su primitiva inde-
pendencia local. Las necesidades de la alimentación y tam-
bién las querellas intestinas, solían disociar las tribus, sub-
dividiéndolas en agrupaciones cuyo iiombre respondía tal
vez á la causa impulsiva del acto realizado. Pero la r<3si-
dencia común sobre una misma zona teiritorial, y la fia-
(1) Pedro Lozano, Historia (lelo CompmUi del ravaynay, Rio déla
Plata y Tucumún; tomo i, libro i, cap i (odie Lamas).
146 LIBRO I. — irARITANTBfl PRIMITIVOS DEL URUGUAY
teriiiclucl coiistiuitc con que ojici-abyji entre sí respecto íí
los cxti’Hños, iiicluce á creer en la existencia cíe una ruza.
Apiu’aiiclo nlgnnos escritores relativamente nioclei’iios, el
estudio de las cualidades oommies cjiie vinculaban á los
habitantes del Uruguay cuando la Conquista actuó para
dominarlos, llegaron con el conocimiento de su ubicación
geográñea, idioma general 6 aptitudes físicas é industriales,
á esta misina conclusión formulada por los ¡ladres de
nuesti'a historia cu sus CiUculos inductivos y referencias
taidicionale^ (1 ).
A juzgar por la más alta manifestación intelectual de
los ¡lueblos — el lenguaje — no compensabaji los indígenas
uruguayos con el suyo, la pobreza de su exterioridad. Ha-
blaban un idioma cuya niartriz era el guaraní, mezclado
con voces extrañas, tal vez recogidas en las excursiones
fuera del territorio propio, ó formadas jior la índole de la
pronimciación peculiar á la localidad en que se vive; pre-
valeciendo en sus manifestjiciones fonéticas una tendencia
gutural de las más proiuin ciadas. J)e esa. manera de arti-
cular nos han dejado una muestra indeleble en el uso de
la y, que nosotros como ellos pronunciamos del mismo
modo, dándola un sonido entre gutui’al y ¡mludial,
cuando no Irace oílcio de conjunción y pi-ecedc á una. vocal
ó está entro dos de ellas. JCn confirmación de lo diebo,
basta enumerar algimas de las voces nativas bicoiporadas
al lenguaje (íornentc, como y acaró (lagarto), yuyo (hierba
del campo).
No eran exclusivamente imputables á nuestros indíge-
(1) Manuel Ayres de Corouraphia BraziUca, toin i, 1.—
Alcide D’Orbigiiy, Urionune. Aviéricriin, tom. ri (nrt CüfUTÚa).
IJORO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 147
lias, catas A'ai’iticiones de foniin. que estahlocími acparación
aiiarente entre el icíioiua hablado jior ellos y la lengua ma-
triz, pues el caso se repetía, doípiiera mijicrasc el guai'aní,
iiiíluj-endo tal modiíicacióu en los inexpertos, para iiiducii’-
les á diferenciar el lenguaje y aiiii el origen de las tribus
que lo bastardeaban (1). Á este erroi* de apreciación, siguió
el de la ortogi’ufía convencional con que fiierou ü'asmitidos,
los vocabularios, cuyo contexto, depin-ado y sometido mas
tarde á reglas científicas, no pudo eliminar, empero, el dejo
ele su procedencia. Fnó así cómo el lenguaje de los primi-
tivos lu'uguayos, qué ya era una alteración dd guaraní puro,
resultó desnaturalizado todavía por los cronistas españoles
al fijar muchos de sus téi’minos en las relaciones csciitas.
Desde luego, snstituyci ou la r blanda de los natimdes poi’
la rr castellana, y la y por la ch para designar los nom-
bres de las tribus mÚB conocidas, consiguiendo que estas
aparciíieran con calificativos tan cbstamáados cutre sí como
cbaJTÍia, chayo, yaro y chaná., cuando en el fondo dichos
nombres tienen una similitud indiscutible, si se les emite
con la inflexión usada ¡w sus ¡poseedores: yarda, yayo,
3 ^aró, yand.
La partícula ya, es jnimora ]:>ei’soua. plural del ¡)ronom-
)n-e, y significa nosoti-os. Empleada en su más lato alcance
designa por autonomasia una raza ó pueblo, tal como
cuando decimos: nosotros, ¡ja.i-a referirnos lílos ameiicanos,
ó para designar á los uruguayos. La comunidad de ¡latria,
condiciones ó estado moral, requciúda en castellano para
vincular aJ que habla (»ii el conjunto á que se refiere, es
la misma que pide el guaraní en este caso. Por conseciieii'
(1) José Ouevarji, Uisluria fiel Parafjaay; libro I, § ii (Col Aiigelip).
148 I.1HR0 I. — HABITANTP:S RRIMITI VOS DEL URUGUAY
cia, toda vez que el vocablo ya {ipa.rece unido á una de-
signación individual ó colectiva, a 2 ilic<nda á individuos ó
pueblos, suiione eii quien lo emiilea, vinculación moral ó
material con los aludidos.
Muy diferente es la aceijcióu y sentido del vocablo cha,
que los esjjañoles confundieron con el anterior. Hacía ge-
neralmente entre los indígenas este segundo vocablo, oficio
de interjección, sirviendo liara denotar afectos admirativos.
Al cnqilearlo con tal fin, acostuinlirabaii á ^irolongar el so-
nido de la última letra en esta forma: chaa. De manera
que en .su acejjcióu cornún, el vocablo indicado, nunca po-
día )-efcrir.se al individuo que lo usaba. Entre los guaranís
brasileros tenía un sentido más coiicroto, ¡mes cha repre-
sentaba la ¡iriruern. |>ei’sona jilural del iinjierativo, equiva-
liendo ¿l deeii' «vosotros» (1). Puede inferii-se por analogía,
que una extensión parecida tuviese entre los uruguayo.s,
[lucs de todos modos, el significado cleteruiiiiante del vo-
cablo, acentúa la necesidad de ajilicarlo á pemona distinta
del que habla ó con referencia á cosa no poseída ó vista
habitualmente.
Siguiendo las reglas gramaticíiles establecidas en este
jnmto, el vocablo cha, agi'cgado á cualquier otra partícula,
concurre á determinar la |)ersoiia fi objeto que causan ad-
miración. Así, juntándolo con la p)alabra kanc, que alter-
nativamente significa dañoso, contrario ó desgastador, de-
nota la imjiresión producida en ol ánimo dcl que habla,
respecto del poseedor ele csa.s cualidades. Agregándolo á la
(1) Antonio Riiiz (le Montoya, Arte, Vocabulario ¡j Tesoro guaraní,
tomo iii.— Alnu'.ida Noguoirn, Eshofo graimtml do Albañee ó lingua
guaraní (ap Anaes da Bib. do R. J., tomo vi).
I-IBRO I. — lIABrrA2\TES PBIMITIVOS BEL URUGUAY 149
palabra rw/qnc significa enojo, «meseta igual sentimiento
w)n relación á persona i raen i ida. Y juntándolo, por último,
con la palabra rúa, sinónima de ampolla ó rozadui'a, viene
á demostrar la misma tendencia admirativa, con relación
al que es capaz de pi’oclucir esc desperfecto. Luego, pues,
la denominación de cimr'iki, aplicada á los indígenas de
ese nombre, significaba en sus diversas acepciones posi-
bles, « los ii’acMiudo.s », « los que hiei*en », « los destmetores ».
Aceptado por ellos el c;alificAtivo, como no podía menos ,
de ser, obedeciendo esa \ey inflexible que soquete las agru-
paciones lunnaims á nombres que no eligen, debieron mo-
dificarlo, para aplicárselo á sí mismos, en cuanto la pro-
piedad del idioma lo exigía. De c.-sta circunstancia nació
la diferencia entre el modo como lo pronumdaban sus ve-
cinos ó enemigos, y aquel cii que lo expresaban ellos mis-
mos. O en otras palabras: el vocablo cha, aplicable
hablsiuclo de tercero.s, se traiisformalia cu ya, como desig-
nación individual de los cpic lo agTegaban á su nombre.
Mienti’as otros jiodíun decir charrúas ó más propiamente
charúan, refliióndose á los habitantes del Uruguay, pai*a
significar «los iracundos» ó «los destructores», ellos de-
bían decirse «■yanias'>->, cu ú. saber: «somos iracundos»,
6 « somos destructores ■».
Pero la mala inteligencia que informó el contexto de los
Yoc;abiilarios, no se liizc.) sentir solamente cu la dcsiguación
de las tribus, sino tambión en la ortogi’afía de las palabi-as.
La consonante a, por ejemplo, una de las pocas que usaban
los natimiles jitu’a formar principio de dicción, como en
sarandí (especie de saúco), ósiirubi (pez de los gi’andes
ríos), fuó adulterada transformándola alternativaineute en
c ó en z, modificación que al quitar á las palabras de esa
150 LIBRO I, ' - IIABÍ'I’AKTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
índole el (;a)‘áetei‘ silbante de su emisión propia, introdujo
en el vocabulario indígena dos coiisonimtes que jamás
existieron, y que nosotros mismos i’epugmimos acentuar en
el discurso hablado, bien que las empleemos en la es-
critura.
Estas alteraciones, por nimias que parezcan, tuvieron
influencia sefíaladísimíi en los eiTores gcogiáficos y etnolc)-
gicos que todavía hoy dificultan la solución de vanos pro-
blemas. Actuando sobre la estructura de im idioma en que
el deiToche de voc<iles era abusivo, especialmente el de la
a,\íiiy la y, tambidn comprendida en ase número, y con las
cuales remataban casi todas sus palabras, llegó á confun-
dirse en una designación común, tribus de ubicación rccí-
jnocamente lejana, y á distanciarse otras cuya vecindad
denunciaba un origen fraterno. Cuanto más complicada la
ortografía del lenguaje europeo á que se redujo la inter-
pj’ctación de los tórminos indígenas, más sensible resulte)
la cornq)tcla. ülderico Schmidel, por cqemplo, acomodando
su giro alemán al de las parcialidades cuya existencia ó
hechos enumera, escribió zechiirvas por charrúas, y algún
viajero francés, cediendo al mismo impulso por lo (pie res-
pecta á su propia lengua, les llamó charmas.
Introducida la (íostunibrc, debía pasíirse bien pronto del
cambio de. hi pronunciación á la importación de los ténni-
nos, como quiera que los conquistadores, habiendo adqui-
rido un nuevo vocabulario en su dominación de Cuba y el
Perú, lo generalizaron sin esfuerzo al fonnalizar nuestra
(K)loiiización en el siglo xvn. Pertenecen á esa procedencia
las palabras charqui, chichi, tambo, chacra, que aunque
originarias de América, no lo son dcl Uruguay, cuyos ha-
bitantes al tiempo de la Conquista no conocían la agricul-
UBnO I. — HABH'ANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 151
tiu’a, iii usaban alliajas, ni podían saber de animales esta-
búlanos, ]3ues nunca hasta entonces habían vhndo en (ía-
serío, ni tenido idea de lo que eran ganados. Las palabras
carecen de valor y excluyen su uso, mienti’as no d(?si)ierten
ima idea ó concreten un hecho, siendo lí esta condición
única que la memoria y la inteligencia se alian para com-
binarlas. Cualquiera inc*oq3oracióii de voces que no lleve ú
ese fin, es repulsiva al lenguaje coin’ente, sobre balo en ios
pueblos infantes cuyas necesidades y gustos no piden com-
plejidad de expresión. Mal hubiera cuadi*ado á nucsti’os
aboi*ígcnes, el empleo de tórminos que no definían ideas 6
hechos comprensibles psu’a ellos; pero su generalización
entre los cronistas que continuamente los apliciaban, y iníts
tarde, la introducción al país de los objetos e industrias
designados con esos tórniinos, hizo que se Ic^s considerase
originarios del lenguaje hablado por los habitantes barba-
ros del Uruguay.
El catálogo de las importaciones se aumentó con dos pa-
lubivrs muy significativas, á saber: (merque y chicha. Opor-
tunamente? se hablará, de la secunda, porque la piimera re-
quiere especial atención. La palabm cacique es de extrac-
ción aristocrátic;a : siguifica señor de vasallos, y tiene su
origen entre loa isleños de Cuba, de donde la tomaron los
esi)afioles para aplicarla á todos los jerarcas similares que
encontraron en este hcmisfciio. Ko liabiendo señor de va-
sallos entre los indígenas ded Uruguay, esa palabra fnó tor-
cidamente aplicada á. los jefes accidentales que coiuanda-
ban las hordas en momentos de guerra. La igualdad civil
y social de los naturales no sufiió mmea una jefatura
permanente, y mucdio menos hereditaría. A lo más sus je-
fes fueron taitas, voz c:on que todavía se designa, en los
152 I.IBRO I. — HABITANTES PRIMinVOS DEL URUGUAY
oampos al más valiente, y que puetle remontarse en su
origen á la palabra guaraní tata, que significa fuego, ó la
palabra compuesta ¿ai-tata, que significa lujo del fuego. El
título de taita, confirmaba con la clec.ción para el mando,
las esperanzas cifradas en la persona electa. Ijuego que la
gueiTa concluía, el taita marebaba á confimdii’se con todos
los demás, y no gozaba ñieios 6 ejercía oficio que le dús-
tinguiese del común de sus compaüáotavS.
Los indígenas m'uguayos nunca llamaron caciques á sus
jefes. Fueron los españoles quienes les designaron con esc
nombre, j hasta se propusieron ennoblecerles confirmando
oficlilmente la posesión del título, engaviados de la apa-
lienoia que les daba en ciertas emergencias déla ludia (1).
Por oti’a parte, la investidura de mi mando permanente
hubiera estado reñida con la elección indefectible de c-an-
dillo para cada empresa bélica, y con el abandono del
caigo por el títulai- apenas concluida la gneiTa. También
lo hubiera estado con la.s disposiciones geniales del caráíj-
ter indígena, remiso á todii obediencia que no entrase en
la conformidad de sus gustos libéri-imos.
(1) Cacique. — Gaitiíft— con el qual nomlrre llaman los cs 2 /(iño-
les á Lodos los que son Soñares principales,' ó descieiulm de ellos, i
aova son Cahe.r,as de aqucslos rejxirliniientos. I hi rac-On por que ynne-
ralmenie los llaman así, es, por que (kicique nombre que tenían
los principales de la Tsla Es¡xiñola, que fué la ¡mimera de Indias que
se dtiscubri/), de donde pusieron, nombres (xjmunes ú otras cosas que se
tiallaron de aquella nmvrra i esj^ecie m las demás tiaras de Indias :
á cilio trigo Uaman generalmente Muix, d la bebida Chicha, i á la pi-
mienta Axi, aurujue los Indios tienen otro nombre particidar pura es-
tas mismas cosas. Porque los del Perú llaman al maíz Cara, ú su
hejriíla Jxua, á la pimienta Uchú i al cacique Curaca. Los de Nueva
Esi)aw, en lengua mexicana, llanuin al cacique Cboiali, al maíz
Claoli, á la bebida Pulche, i á la pimienla Chile (Origen de los In-
dios, libro IV, cnp xvi).
JJBRO í. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUOüAY ],53
Eu cuauto lí la. palabra chicha, su procecleiuña es igual-
mente extraña al lenguaje conieiite de nuestras üíbus.
Una generalización de este nombre íí todas las bebidas
americanas, hizo que la fcrinentíición de agua y miel fabri-
cada por los primitivos uraguayos, recibiera idóiitiro c-ali-
ficativo al (pie tenían en coiuicpto de los españoles los li-
cores preparados por los indígenas cubanos, pcnuuios y
mejicanos con vegetales y frutas de sus respectivas latitu-
des. Se dijo entonces chicha, (íomo se dice hoy hchida^ov
nombre genérico á todo compuesto potable, y como se dice
tapera, taha- oera (aldea que fué ), á todo edilieio rui-
noso en los campos. Sin einbai’go, ni chicha ni tapera son
oriundas del Uruguay, ni significan lo que se pretende de-
signar con ellas.
Destarando, pues, las palabras de origen extraño, cuya
procedencia acaba de explicai-se, y algunas otras que la
expresión fonética desnatiu-alizaba, resulta que el idioma
hablado por los indígenas lu’uguayos, era de la misma ín-
dole del que corriendo la costa del Atlántico desde el Bra-
sil hasta el cabo de Santa Maiía, dominaba luego las ri-
beras del río Uruguay, y saltando de ahí á las islas del
Paraná, se internaba eii los territorios del Chaco y sus
bosques. No faltan, empero, autorizados lingüista.s que
pongan esta cuestión en litigio, dando á entendei’ que si el
guaraní era idioma conientc cu los pueblos mencionados,
se debe á su difuwiém entre las tribus que civilizó el cri.s-
tianismo, las cuaUís, conservando su primitivo lenguaje
para entendei’se consigo mismas, hablaban oficialmente el
guai’aní con las demás. Bien pudiera acontecer el caso con
relación á las que tal influencia sufiieron, pero de todas
suertes resultaría inaplicable á las que rc'chazaron con las
154 I.IBRO r. — HACITANTKS PRIilITIVOS DEÍ. URUGUAY
íU’inas el cloininio niilitar ó religioso íIíí la eivilizaeión es-
pañola. Corresponde incluir en el iiúincro á los lialútantes
del Uruguay, cuyo idioma luiblado tenía y conservó pura
la misma índole que el de los pueblos brasileros, platenses
y pai’aguayos con quienes lo compartía, sin otra excepción
que pequeñas variantes. Esta condición se reconoce al fau-
vÓB de las alteraciones fouéticías pi*ücluci<las por accidentes
de tiempo y lugur, que si luodifiwin en algo la terminologííi,
no dan base para sustraerla al imperio de la ley que la
coordina en todas partes del mismo modo.
En el mecanismo del idioma hablado j)or unos y ohos,
se nota la ausencia completa del sonido de la f, de la l,
de la -y y de la x, proninuáándose siempre la d jiuito con
la n como nd, y la m con la h como mh. I^a uniformidad
de esta regía podrá quebrantarse observando que durante
la gueiTa contra Zarate, los channías tuvieron en sus filas
iudmduos cuyos nombres daban cabida á la l (!Magnlima,
Chelipló, Metiüon); pero ab.stracción lieclia de la fidelidad
ortogi'áfica con que tilles noinljrcs jios hayan sido trasmi-
tidos, debe tenerse presente que la alianza veriíií;ada entre
los indígenas del Uruguay y algimas tribus vecinas para
combatir al Adelantado español, aporto á las liuíístcs uru-
guayas gentes de varia procedencia, entre las cuales pue-
den muy bien contarse los propietarios de aquellos nom-
bres. En cambio, todas las manifestaciones esenciales dcl
idioma son siempre (ioneordaiites entre los indígenas bra-
sileros, platenses y paraguayos mencionados. Unos y otros
tenían seis vocales en su alfabeto, y cada vocal soportaba
á la vez diferentes sonidos. La designación de las localidad
des Ui derivaban todos ellos de las condiciones del sucio ó
de sus producto.s anexos, empleando tónninos compuestos
IJBKO I. — lIAHn’AN'l'KS TUIMITIVOS DKL UEUGUAY 155
para conseguirlo, como yíjuassú (río grande), yhikuí ( are-
nal), urnyuay (río de los pintados pájaros), de las pala-
bras uní, pííjaro; yuay, adorno; y'i\ agua (.1).
Pero la pmeba más fuerte que puede aducii’se para cs-
toblecer la procedencia originaii'i del habla de los iiatum-
les uruguayos, es el empleo en comi'm con los pueblos
citados, de ciertos verbos, y de los términos usuales de
cantidad y calidad, así como de los nombres designativos
de la flora y la fauna del país. ÍjOS dem«ás gentíos de las
costas oceánicas y platenses, tenían al igual que los uru-
guayos, los verbos aihuba (amar), caha (herir), yuca (ma-
tar). Unos y otros llamaban á lo bueno katú, á lo mucho
tuba, á lo chico ininh á lo gTande yuassú y también amL
Las acciones heroicas, que atiaen sobre una individualidad
la simpatía y el respeto de sus coetáneos, se designaban
entre ellos con el calificativo eté, que en su expresión ge-
nuina equivalía al de «ilustre».
La misma identidad de términos prevalecía para la de-
signación de ¡Dersonas y cosas. El varón era ahd, hi mujer
kuñd, y hi gente iyud. I/lamaban á la tierra ybí, á la
luna yatd, a\ agua yl, al monte ka. Eran y soji comunes
para designar productos de aquellos territouos y éstos, los
nombres de araná (pequeña guayaba), ombú (árbol gignii-
tesen). Eli igual condición aparece la nomenclatiu’a 'zooló-
gica, como kuatí (especie de raposa), kUú (mulita). Por
último, lo.s nombres do los caudillos i>opulavcs, cuando la
ortografía europea no los ha hecho ininteligibles, se tradu-
(1) Lorenzo Hcrviís, Catdloyo <h las lenguas de, tas naciones
c.klas, etc, tomo i, ti'oL T, cap ii. — Vizcoiule ilc Pono Seguro, Historia
gemí do Bmxil, tomo i, seco iii.
lü.
DeM. Esr.— I.
156 LIBRO I. — IIABITANTKS PRIMITIVOS DEL TIRUaUAY
ceii coiTectamente, c-onio Aha-aihuha (el amado), Oberá
(resplandor), Aha-etó (el ilustre), que los españoles ü’ans-
foiTuaron en Betete.
Mientras uu idioma dado, mantenga en la esfera de las
analogías fonéticas cierta comunidad de términos con otros
idiomas, puede atribuirse el caso á mil circunstancias ajenas
á la comunidad de raza. Pero cuando á la analogía sucede
la identidad, y á las presunciones la ubicación de las pala-
bras, entonces desaparece la duda, porque no puede rele-
garse al dominio de los hechos casuales la existencia de
calificativos idénticos para expresar la acción que concreta
el verbo, y las nociones de cantidad y calidad, división de
los sexos, nombre de los astros y condición geológica de
los territorios. Y siendo éste el caso de los pueblos del
Chaco y costaneros del Plata y Brasil, resulta que, salvo
excepciones confirmatorias de la regla, hablaban im itlioma
de fondo oiigiuario coinón, y ese idioma no es otro que
el guaraní, á cuya índole se somete sin esfiiei-zo nuastra
terminología indígena, segíin lo demostró uno de sus más
ilustres gramáticos ( 1 ).
De aquí podemos concluir, que el idioma guaraní era
el de los natui‘ales urugiiayos, aun cuando su riqueza no
hubiera tomado cnti-e ellos el vuelo que una civilización
relativamente más avanzada le dió en algunos de los pue-
(1) Thn vnivenal es (la lengua guaraní)— áico Moiitoya— rfo-
mina ambos mares, el del Sur por todo el Brasil, y ciñendo iodo el
Po'ú, con los dos más (pandiosos ríos que conoce el Orbe, que son el
de la Plata, cuya boca en Buenos Aires, es de ochenta leguas, y el
gran Marañón, á él info-hr en mulo, que pasa bien retdno de la ciu-
dad del Ouwo, ofreciendo sus inmensas agrias al mar del Nmie. ( Alie,
Vocahulario, Tesoro y Catecismo de la Lengua (Jiuirani; tOQio lll.)
IJHRO I. - HA niT.VXTES PlHAíITIVOS DEJ. URUCIUAY 157
blos vecinos ; y no obstante el ])recloininio de ciertas vo-
ces imi^rtadas, cuyo origen se remite á otros idiomas
americanos. El salvaje uruguayo limitó á la sobriedad de
sus necesidades la terminología corriente, prescindiendo de
locuciones poéticas que otros empicaban en cantares y
fiestas á que él nuiu5a so eiiti-egó, y de la nomenclatura
agrícola que no le hacía falta por ignorar los menesteres
de esa industria. IjO que importa decir que mienüas sus
vecinos ó enemigos avauzai'on, el permaneció estacionario,
por causas y motivos cuya cxidicacdón aparecerá en el co-
rrer de estas páguias, pero que no influyen menos pai*a
aclarar la procedencia del lenguaje hablado en común con
loa demás gentíos de idioma guaranítico.
Pero la comunidad de idioma enti-e unos y oti’os pue-
blos, dió mérito á dificidtades etimológicías, respecto de su
nomenclatura. Ciertas palabras que en guaraní designaban
cualidades de los individuos, sin refeirse á su número,
ubicación ó procedencia, prevalccici’on en el concepto de
los conquistadores como nombi’es propios de tribus deter-
minadas. Obedeciendo semejante regla de interpretación,
á medida que se rc^xítía uno de aquellos calificativos co-
munes, por alejadas que estuvieran eiiti-e sí las piurciabda-
dcs que lo llevaban, se les suponía incluidas en la misma
familia originaria, resultando de ello una confusión inex-
plicable respecto al itineriuio de sus emigraciones y no me-
nos ardua para la aclaración de su procedencia nativa. Así,
ubicada enti-e los ríos Uruguay y Paraná,, aparece la sel-
vática y embrutecida tribu de los caigud^ de la cual se
hace dei-ivar otea tiibu del mismo nombre, situada, sobre el
Iguassú, donde su belicoso porte tenía á raya á todos los
vecinos. Bajo el nombre de chands, 0 ‘a conocida una
15S IJBHO I. — HABITA^'TKS pniMITIVOS DET. TIIlUf.'TTAY
agTupacióu de isleños de nuestro río Negro, y con ese
mismo nombre de cJiands 6 ít veces chanés y también
guanas, aparecen entre los bosques del Chaco multitud de
tribus cuyos afiliados suman millares de individuos.
Examinando bus costumbres íntimas de estas agnipa-
ciones de nombre afín, se encuentra en ellas propensiones
aníUogas, pei*o al mismo tiempo, las enormes distancias
que las incomunicaban entre sí, y su interpolación en me-
dio de tribus de quienes recibían (ionstantc hostilidad, pre-
disponen á negarles un cientin orígúmrío comíia En auxi-
lio de esta suposicíión racional, ha venido el idioma, esta-
bleciendo que haigud, por ejemplo, significa en guaraní,
montaraz 6 silvestre, de las palabras ha (monte) é iguá
(gente), y era nombre que se daba por extensión á la.s tri-
bus errantes. A todo rigor, pues, para los guaranís cristia-
nos, tan caiguds eran los charrúas como cualquier otra
ti'ibu refractaria á viríi* en policía; y tal vez designaron
muclias veces con ese nombre ú la.s tribus del Uruguay,
ante los expedicionarios y viajeros de las regiones platen-
ses, que anotaban en sus i’olaciones y crónicas los nombres
de las parcialidades sin averiguar su significado.
Crudamente fué trasmitida, también la palabra chaná,
como apelativo nacional de cada una de las parcialidades
designadas por ella. Chmuís eran los treinta ó cuarenta
mil indíg(*nus, que huyendo la hostilidad de sus vecinos,
vivían escoiiflidos en los bosques del Chuco, donde culti-
vaban toscamente una a.gric,ultura rudimentaria. Eran
también chands los isleños do nuestro río Negro, cuya
conducta, gucrrei’a no ha dejado el mejor recuerdo. Todos
estos naturales llevaban el mismo nombre, pero no tenían
el mismo idioma. Los del Chaco hablaban \i\ lengua guana.
T.1BR0 1. — HAUrrANTKH PRIMITIVOS DKl. L'RUOUAY IDD
que jmrcce haber sido un compuesto de varias lenguas co-
rrientes, y los del Uruguay hablaban el guaraní usado en el
país. Unos y otros coincidían en la tendencia á. resguardarse
del trato de los extraños, opon i ¿índoles las banderas de la na-
turaleza, bosques ó islas, que liabili tasen su propia seguridad
Recibían y nacionalizal)an con lionor á las personas de
superioridad reaniocida, y se sometían de continuo á las
imposiciones de las tribus gucrrei'as.
A juzgar por esta conducta, la palabra rhand parece
acomodarse más bien á una condición deprimente, que al
nombre de una nacionalidad (1). Puede haber significado
tributario 6 siervo, entre las naciones agiicultoi’as del
Chaco, sometidas al pago de tributos y á la. obediencia de
jefes extraños á quienes daban el título de amos. Pero en
el Umguay, donde la agricultura era desconocida y las je-
faturas permanentes no imperaban, tal vez fué sinónimo de
pusilanimidad, y esto parece deducirse de la índole del
vocablo na, que siendo una negación, supone dcspreiio por
los designados con ella. Como quiera que sea, las palabras
chand y caigud, aun acomodándolas ala ortografía de los
conquistadores, revelan origen guara.nítico, y esto confirma la
procedencia, de! idioma general hablado enti'e nuestitis tribus.
Pasando del idioma, á las manife^jtaciones que vinculan
el pensjnniento á la materia bruta, una sencillez primordial
(1) Hablando do loa ♦chiimía» dol Paragim)', diw! Schinidel:— «Los
indios Cliands, súbditos de los Mbayds, al modo que hs rústicos de
Ábtítnania d sus seUores* (Vinie ni Río de lu Plato, cap xr-v). Refi-
riéndoso á los mismos indígenos, dice Hervius siguiendo á. Yolis
en su Historia del Qi'an Chaco: *TjOs chands ó chaués, son una
unión de indios de diversas luiciones, esclavizados en las yueiras an-
iignas que tuvierón los Clihiyuanos del Cluuxi* (Ciitólogo, tomo i, trat i,
cap II ).
160 I.IHRO I.— IIADITANTKS PRIMITIVOS OBL URUGUAY
dominaba la forma de los objetos de uso común que sir-
vieron al indígena umgiia)'0 para auxiliiu’le en sus nece-
sidades, ima completa ausencia de accidentes siiperfliios en
la exterioridad de esos objetos. Si el lenguaje era sobrio,
no menos lo era la concepción industrial y artística. Las
trazas de su gusto, estón grabadas sobre la superficie de las
vasijas y utensilios que formabiui su escueto mobiliario.
Para oiTiamentaiios, copió la geometiia de la naturaleza,
cuya simplicidad le inició en el arte del dibujo.
Esta precisión geoinótrica trascendía «i las armas, cuyo
molde se ajustaba algunas veces á los detalles de la cii-
ciurferencia y oti-as al triángulo, dividiéndose en ari’ojadi-
zas y de esgrima. Tenía el primer puesto entre las arro-
jadizas el dardo, como (jue la flor de sus tropas se compo-
nía de ai-qucTOs; — un gajo endimecido al fuego y-innlija-
mente desbastado, un trozo de cuerda fabricada con hebras
de árboles filamentosos ó lonjeando el cuero de ciertos
animales, y una flecha i^n punta de pedernal ó de hueso
de pescado, he aquí los componentes del artefacto que ha-
cía tan temibles á estos guerreros. Como arma arrojadiza
usaban también la bola, cuya siqjerficie estaba ciTizada por
una ranura para dar cavidad á la correa ó tiento con que
la ataban, sujetándolo por el extremo opuesto al brazo de-
recho para poderla revolear sobre el adversario, em*edarlo
y voltearlo. Las annas de esgrima eran la chuza de moha-
rra de pedernal y la maza de guerra, instrumento de pie-
dra este último erizado de puntas y ena.stado en gi’ueso
cabo de madera, que los taitas ó jefes usaban en señal de
mando y fuerza. Entre las armas y útiles de pesca y caza,
tenían flechas para hacer oficio de arpón, caiTeteles de
piedra para envolver los hilos y tientos, ilesas para las
LIBRO I. — HABITANTES FUIMITIVOS DEL (JRUGÜAY 161
redes, y bolas sin ranura para pci-se-guir al ñandú, aves-
truz (1).
Los campamentos descubiertos en las costas de Monte-
video y Maldonado y sobre las islas de algunos ríos del
interior, demuestran que se sometían á un trabajo metó-
dico, alternándolo con las faenas destinadas á proporcio-
nai’se el alimento. En esos lugaies se han encontindo ver-
daderos talleres donde fabricaban con piedra de las cerca-
nías, hachas, cuchillos, morteros, pulidores y espátulas, así
como toda su cerámica que elaboraban con tierra mezclada
al caolín y otras materias de esa condición que tiene el
país. El tiempo y la paciencia requeridos por tales traba-
jos, desautorizan el dictado de holgazanería que general-
mente se les da, olvidando cómo los realizaban en medio
de las premiosas necesidades de sustento á que obedecían
sus excursiones al través de los campos. La ley natural
que designa las ocupaciones de los sexos, imperaba en las
incumbencias de taller, reservándose el hombre la cons-
trucción de las armas y útiles adecuados á su fabricación,
mienti-as coma de cuenta de las mujeres toda la labor me-
nuda.
Si puede llamarse industria á esta transformación gro-
sera de la materia, hay que enumerar la fabricación de
pintura y el arte de la curtiembre enü’e sus habilidades.
Obtenían la pintura tritiu’ando ciertas tierras gredas y
algunas hierbas tintóreas, y cmdían los cueros de venado
y ciervo con manteca de i)escado. Esos cueros habilita-
( 1 ) Todos estos objetos, y otros d que se alude más adelante, existen
en la colección arqueolóyiea dcl maloyi-atlo americanista D. ('arlos
d’HaUwyn Bauxá.
162 1 JURO I. — HAIUTANTES rJíI^flTi VOS DEJ- URUGUAV
ban la coiitccción de las camisetas con que resistían á
la intemperie extrema, sirviéndoles las espinas y fila-
mentos de los árboles, de aguja é hilo para conformar
la yestiinenta. Poi* más rudimentario que esto fuese, los
primeros espartóles tuvieron que imitarlo, cuando sin es-
peranza de repuesto, se Ies rompieron sus camisas y . sa-
yos (1). TjOS colores (]uc má,s usal.)an eran el rojo, el azul
y el amarillo, de cuya alternativa preferencia se ven aim
los rasti'os eji su ccrámi(;a. A pesar de (juc la flora del país
suministj’a venenos de varias clases, mmea los utilizaron,
ni en sus armas, ni como elemento curativo.
Sus viviendas portátiles, a manera de carpas, se consti-
tuían por una tediumbre sujeta, á cuatro estacas. Esas te-
chumbres, tejidas como estera, 6 formadas ]ior una simple
agregación de cueros curtidos, conq:)letaban la pai’te obli-
gada de su bagaje, cuando no iban de guerra. Doquiera
campasen en tiempo de piz, armaban la. vivienda y encen-
dían el fuego, obteniendo la llama por la frotación insis-
tente de dos maderos. El fuego desempeñaba un papel
importante en sus operaciojies, no sólo por lo que facilitaba
la cocción de los alimentos y la fabricación de los útiles
de servicio y defensa, sinó por lo que les abrigaba en su
desnudez. En tienqjo de guerra, era un recimso militar,
sirviéndoles las fogatas para darse avisos, anunciar la
proximidad del enemigo, ó pedirse refuerzos.
El varón andaba generalmente desnudo; la mujer vestía
sienqire un cobertor que la cubría desde la (ántiira á las
rodillas. 8e defendían del reumatismo y de las picadui*as
(1) Francisco López de Gomara, JJispemia Viclrix; Primera parto
(ap Rivadeneyra).
I.IBRO I. — H ABfl’AXTKS I'IUAIITIVU.S ÜKL UBUOUAY IGí)
(le insectos, fi'iccioiiáiKlosc con grasa de lagarto, carpin-
cho ú otros análogos. No se afeal)an el cuerpo (;on pin-
turas ó tatuajes, salvo las doncellas, (íuyo rostro, al lia-
cei*se nííbiles, era inar(;ado con tres i’ayas azules ó blancas.
No se cubrían la (!h1)czh, ni empleaban dcpilatoi’ios pju’a ex-
terminal* el vello. Mitís bien poi* orgullo, que por hacerse
temibles, los hombreas se inferían una incisión por cada ene-
migo que mataban en la guerra, y algunos juntoban á esta
costumbre la de adornar.se con la piel del rostro del ven-
cido. Por lo demás, no adoraban íd()los, ni ofrecían sacri-
ficios humanos, ni violentaban la naturaleza para satisfacer
sus pasiones sexuales.
La ca/a y la iDesca, tpie requieren dotes pecul¡*ares, de-
terminalian (íon la división del trabajo, la ubic*ación res-
pectiva de los más diestros en esas tareas. Así se c-xplica
la organización por grupos, que unos residían liabitnal-
mentc á la orilla del mar y de los ríos, y otros cruza-
ban el territorio acechando la ju-esa. El resto, en gran
pai'te compuesto de mujeres, nifíos y ancianos, alimeiital)a
el movimiento de los talleres, hasta que pasada la oportuni-
dad se reunían todos. Siguiendo las huellas de sus campa-
mentos, puede notarse esta tendencia á dividir el trabajo
en la forma indicada, y .se expUc^i tanto más, cuanto que
carecían de medio.s fáciles de transporte. Al reunirse, debían
traer la provisión á cuestas ó en el fondo de sus canoas, y
pai*a conseguirlo, necc.sitabau haberla reducido de ante-
mano á volumen portátil, ya se trahise de aJinientoa, ya de
materia bruta,
Gomo cazadores y pescadores que eran, conocían algu-
nos procedimientos sencillos para condimentar sus comi-
das y hacer provisión durante las marchas. Con la gi’asa del
16-1 LIBRO I. — JrABlTAN'rJiS PJMMITXVO.S DJ3L UBUOUAY
pewcíldo fabricaban cierta manteca, imiy buena, al decir de
los que la probaron. Hacían licores fei’meiitando con agua
la miel de las abejas silvestres, á las cuales, lo mismo que
nosotros llamaban manf/angds, extra 3 'endo la miel de unas
cíiñas huecas que tenían el nombi’e de iacuaremhó. Produ-
cían j[>or el fuego la cocción de la carne de los pescados y ali-
mañas cuyo volumen so prestaba, á ello (1). Era su fruta
predilecta el araná, al cual atribuj^e la tradición quedaban
cierto signiíicado simbólico, ya porque les alegrase con su
flor rosáce.a, ó porque les agradase su dulzura.
Los bosques que poblaban el litoral y bis islas, hoy cx(si
extinguidos, y entonces tan frondosos como los pintan has
descripciones lie los descubridores, les suininisfraban ma-
deras pai’a sus canoan, que fabricaban ahuecando gruesos
trojicos, y conduchui por medio del remo. Sus excursiones
marítimas, á lo que pju’ece, no les llevaban con frecuencia
muy alUI, de la vecindad de sus dominios preferidos, pero
con todo, arribaban al cnbo de Santa María y navegaban
ampliamente los dos Uruguay y Pai'aná en todas direccio-
nes, según lo atestigua el relato do los expedicionarios que
comiinicai-on con ellos, unas veces de paz ú ofras de guerra,
en el discurso de sus primeros tiempos, y se deduce de narra-
ciones posteriores sobie sus usos y costumbres (2). Sin
embargo, su destreza de navegantes, i ]0 ha merecido cítpí-
tulo cspe(úal en los cronistas primitivos, y hasta ha habido
(1) FerDflJulo Gon7íí)f;7, de Oviedo y Vwldés, Historia gm& al y m-
tund <U las bullas, tomo n, Jib xxm, cap v. — Ceutejiern, La Argén-
tina, Canto x. — Ruiz do Monto)^, Arte, Vocabulario y Tesoro, tomo nr.
(2) I/iiis Rflniíi-ez, Crnio. riel Rio de la Flata — Kntouxo Pignfetta,
Viaje de MayaÜaiics al rededor dchmmdn (ap Chíirton).— Martín Fernán-
dez de NavaiTCíe, Colección de viajes y desadmviicntos, etc; tomo iv.
LIDRO r. — HA»ITAXTM« PtilMÍTíVOS I>EL IJIlUGCAY 16Ó
V
entre eu8 coiitinufidores (juieu le« niegue esa conrlición, á
pesar de que lu posición geogrvííica del país y la aliraenlü-
ción habitual de sus tribus, constituyen testimonio irrefu-
table de haber sido ellas navegantes, al igual de todas las
ubicadas sobre las costes del mar y de los ríos.
El comercio debía serles desconocido entre sí, á juzgar
por la liberalidad con (pie (¡ada uno tomaba de las coini-
rlas de los oti’os; y la ausencia de prendas ó adornos que
faA'oreciesen el trueque debía liaccrlo mezquino con los de-
más. l^or otra parte, su escasa noción del nómero acentiia
esa doble posibilidad. Para significar 5 levantaban una
mano, para dedr 1.0 las dos, para 20 indicaban los pies y
las manos, y con un signo especial ó lu palabra íiídct signi-
ficaban mucho. La breve duración de sus caiiipafía.s milita-
res y la libertad inmediata que daban á los prisioneros, es
otra indicacíión de su desprendimiento y escasa noción de
ideas ctomerciales. Cuando los españoles arribaron á estas
playas, fueron siempre socoj’ridos gratuitamente con profu-
sión de inveres, mientras estuvíci’on de paz, se entiende.
Para en(;onti-ar la filiación de su gobierno, es necesario
remoutei’se al sistema pati-iarcral, en líi exjjresión más sim-
ple de su mecanismo conocido.. El padre de familia, jefe
de ella en la guerra y proveedor íinico de sus jiecesidades
en la paz, era. el tipo de autoridad sobre el cual se jnode-
labu toda obedieneda admisible. La reunión de los jefes de
familias, constituía la. asamblea deliberante de la tribu, y
CJi momentos de peligro, eran esas asambleas quienes ele-
gían el taita encargado de acitndillai’ las fuerzas que se des-
tinaban al combato, concluyendo la misión del electo, una
vez desaparecido el peligro. Así en sus deliberaciones como
en sus comidas, acostumbraban á mantenerse en cuclillas.
16G LIBRO I. — ilABITANTES PKIMITIVO.S I>KL URUGUAY
Por Jas lincas generales que se dejan trazadas, puede
juzgarse el cuadi’o que ])resentaba la civilización uruguaya
Íí la hora del desoubriin lento. Todo en ella ci’a primitivo:
lioinbres, instituciones, gustos y costumbres. ílay algo td-
trico en la mclaiicolín. imperante entre esas masas de bar-
baros sin cánticos ni juegos, ensiiuisinados en un silencio
que sólo se rompe para emitir brevemente sus opiniones en
las asambleas deliberantes, ó para darse la palabra de or-
den frente al enemigo. No eran, sin cjubargo, torpes, co-
rrompidos ó feroces, de manej'a. que sus tristezas parecen
sel- más bien el estado de un ánimo en ci'isis, que no la
displicencia resultante de una. depresión moral cuyo influjo
no sentían. De todos modos, la tumba encubrió el secreto
de estas manifestaciones externas, y la inducción, despro-
vista de elementos de juicio, no puede penetrar hasta ellas.
Conocido el aspecto general dé la sociabilidad indígena del
Uruguay en el inomcnto de ari’ibar á sus playas la civilización
española, conviene hacer el recuento de las parcialidades
en que se agrupaban sus habitantes, presentando á Cíida
liibu en la condición peculiar que le era ¡propia- Por este
medio, junto con el conocimiento de la ubicación local de
cada una, se adquirirá el de las disposiciones activas á que
se veía inclinada, pudiéndose graduar también su impor-
tancia en la defensa del territorio nacional.
Tja Repóblica del Uruguay está situada á la margen sep-
tentrional del río de la Plata; sus límites territoriales son:
por el S. esc mismo río, por el O. el río Uruguay que da
su nombre á la nación, por el S. E. el océano Atlántico, y
por el N. y N. E. la línea divisoria con el Brasil que
forma la frontera entre ambos países. El suelo es general-
mente accidentado, la tierra fértil y las aguadas abundan-
LIBRO I.— HABITANTES miAnTIYOS DEL URUGUAY lf)7
tes. La ooníignrauión clel terreno eii el mapa universal
afecta la forma de un ángulo saliente, cuyo v(?rticc lo
constituyen las costas oceánicas del DciDartamento de Ro-
cha y cuyas líneas se prolongan hasta perderse en las
fronteras. Con ser profusos los accidentes del suelo, no
dan relieves mayores de 800 metros de altura, designados
muchos de ellos con calificativos indígenas, como Karaj)ñ
(enano), Kuñá- pirii (mujer seca), 6 con títulos castella-
nos que rememoran nombres de antiguos vecinos ó fe-
chas de ü’istcs sucesos, como cerros de Nariníez, cerro de
los Dif untos, etc. Las caídíis de todos estos cerros y mon-
tículos, dan origen á la iutrincada red de ríos y arroyos
que bañan el territorio de la República.
Hacia la épocyi del descubrimiento, contrastaba la con-
dieiou de la tierra con la escasez de sus productos. Ex(,;ep-
ción hecha de algunas especies maderables, frutales y tin-
tóreas, el arbolado uo ofrecía alicientes para el sustento 6
el regalo, ni había sementeras naturales ó artificiales que
facilitasen la producción del grano. Nej se conocían vacus,
caballos ú otra clase de ganade^s. La cciza, que projiorcio-
naba alternativamente el alimento ó el abrigo, ó ambas
cosas ' la vez, si la pieza i’csultaba comestible y jiodíaii
apiv charse la piel ó el plumaje, era suministrada en su
mayor extensión por el avestruz, el venado ( á uno de cu-
yos tipos Humaban tambión tacuarembó ) y el apcjrcá, que
se dividían los campos y los bosques, junto con otras es-
pecies vivíparas ú oví})aras, cutre ellas la perdiz, el pavo
del monte, la nuti’ia, el carpincho, el zorro, el lagarto y la
mulita. Había especies depredadoras como el tigre y el
puma, y reptiles venenosos como las víboras de la cmz, de
cascidjel y de coral. Los ríos y ai’i’oyos suministraban
abundante cantidad de moluscos y peces.
168 LIBRO I. — HABITANTJOS PRIMITIVOS DEL URUGUAY
Ocupabau como tluerios la porción más escogida del te-
rritorio deserito, los charrúas, cuyo asiento de preferen-
eia era el triple litoral que bañan el Ocdano, el Plata y el
Uruguay, extendiéndose de allí para todo el interior del
país. Los españoles llamaron nación á esta tribu, más bien
por la condición moral de sus individuos, que por su ml-
mero. La mayor cantidad de ellos que se vió reunida en aire
de ])az, 1‘ueron unos 2000, incluyendo hombres y mujeres;
pero los rasgos predominantes de su carácter, en que se com-
binaban un valor indómito, im oi’gullo altanero y unos fue-
ros de independencia sin rival, les granjeó reputación supe-
rior á la que podía esperai*se de su conjunto efectivo ( 1 ).
Eran los cliaiTÚas de color moreno tirando al rojo, ca-
bello negro abundante y i-ebacio á enc'anecer, negTOs también
y muy brillantes los ojos que ocultaban bajo párpados en-
treabiertos por la (!Ostmnbi-e de vivir al ra.so mirando á
largas distancias, blancos y ñiertes los dientes, la estatura
elevarla., bien cwnforinado el cuei7)0 y ágil y desenvuelta la
apostura. De vo/ débil en el trato ordinario, eran parcos
de pabibras, prcfiiiendo acortar por sí mismos la distíincia
que les separaba de aquel á quien podían hablar desde le-
jos, antes que gritarle. Rehusaban toda obediencia servil
por creerla vejatoria á su dignidad propia. Astutos y avi-
sado.s, pero no rencorosos, sus desavenencias particulares
se dirimían entre las mismas partes querellantes, y caso
de no avenirse, atacábanse á bofetones, luchando hasta que
uno de los contendoi’es daba vuelta la espalda, y no se
volvía á hablar de la cosa. No conocían obstáculo que les
(1) Sclmiiclel, VUtie, al Río (h la Plata, cap vi. — Centeneni, La /b -
geniina, Canto x.- -Gu/.mán, La Aryctüina, lib i, cap iii.--L<>zaiio, His-
toria de la Conquista, tomo i, libro i, cap xviu.
LIBRO I. — HABrr ANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 169
tlctuviera en sus emjiresas, pero todo lo que emprendían
era de propia voluntad. Adinimban los lances caballeres-
cos de cualquier género, y tenían por quien los consumaba
un respeto tan gentil, que igualaba al de los más cumpli-
dos caballeros de la Edad -media europea. Habríí. ocasión
de citar algunos episodios que lo comprueban.
De los testimonios exhibidos por los primitivos histo-
riadores, no resulta que los ohari’óas profesasen una reli-
gión determinada. Se sabe que demostraban grande indi-
ferencia al morir, no quejándose de nada ni encomendán-
dose á nadie, y que no se les traslucía inquietud respecto
del porvenii’ ó la suerte de los suyos. Tampoco exigían de-
mostración alguna de este género hacia ellos, por parte de
los panentes ó amigos que les rodeaban en el último
trance. Sin embargo, ciertas prácticas rigorosamente segui-
das por las familias y adoptadas por la nación, demuestran
que tenían idea de la divinidad y presentían una vida fu-
tura. Para ellos existía un espíritu malo, circunstancia
que supone por contraposición la creencia en un cspíi*itu
del bien. Enterraban á los muertos con sus armas y su
ajuar, y festejaban la nubilidad de las doncellas marcán-
dolas en el rostro (1). Del conjunto de estos datos, no
puede inferirse que profesasen una religión positiva, pero
tampoco puede afirmai'se que no tuvieran ninguna.
( 1 ) Sobre este punto, obsetra D' Orhigny lo siguiente : ^^Leur religión,
quoiqu* Á'xara prélende qu’ils n’cn ont aucum, cst aiudogue á cclle des
Indicns des Pampas: eomme ccux-ni, ils onl la coutume de marquer
par u-ne fdlc Vépoque de la nubilüé des jeunes filies, ei <^est alors qtdiLs
tntceM trois ligues bienes de tatouage, de la raoine des ch&venx au boui
du nez, e.t dettx aulres transi^ei'sales sur les tempes, lis croienl a une
aiitre, vic, ce qui prouve la inani^feúonl ils enleirent les morh, aven
leurs armes et tous Imrs habillemeiils-» (L'liomme Améncain, tomo il).
170 IJBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEI. HRUaUAY
Sin ducLa que ú esto deben el no haber sufrido las preocu-
paciones que produce un culto extraviado entre las naciones
bárbaras, obligándolas á sacrificar á sus creencias la vida
y los intereses de aquellos que desgraciadamente son sus
vencidos. A la misma despreocupación en tan importante
materia, son deudores de no haber soportado la repugnante
condición de antropófagos, que caracteriza ciertas razas
primitivas. Por lo contrario, tal vez no haya habido gentío
alguno en las (X)marcas americanas, cuya hospitalidad so
acentuara más generosamente con el desvalido, ni acusase
más alta noción de piedad con el prisionero. Algón his-
toriador de la Conquista, indigmulo de que multitud de
españoles do c-onducta criminosa ó atrabiliaria fugasen
al campo chaiTÚa siendo bien recibidos en él, llamó por
mofa á los dominios de estos indígenas la Ginebra ame-
ricana ( 1 ), olvidando que á semejante libcmLidad emú
también deudores de la existencia, soldados valientes y
jóvenes rcelutas devueltos á sus compañeros en lo más
reñido de la lucha armada.
En preseiKÚa de la esciasa cultura social de los charrúas,
no es posible creer que liubicra desapareendo ya para ellos
la época de sangrienta adoración que exige sacrificios hu-
manos á los pueblos nacientes, pues otros pueblos amen'-
canos más adelantados, y hasta vecinos, la cultivaban en
los mismos tiempos. Es evidente, jiues, que no existiendo
esa eostumbre hacia la époixi de la (!)onquista, era por ra-
zón de que jamás la habían conocido, y dicho se está que
no cx)n ociándola entonces, mal pudieran retrogradar en el
futuro hasta el extremo de ejercitarla, Pero sea de ello lo
(1) Lozano, lliisl dr la Cuiuj, tomo r, Hb i, cap xviii.
LTHRO I. — HABlTANTliS PIUMITIVOS DEL URUnUAY 171
que fuere, sobran declaraciones de testigos presenciales,
uegaudo que durante la conquista y población del territo-
rio uruguayo Imbiese sido saciificado cristiano alguno á
los hüW'oi’es de la íintropofagía ( 1 ).
TjO prinuu’io de las wstunibrcs comiuíes á los indígenas
uruguayos, puede señalarse en los chan’iín,s con nlgimos
datos peculiares. Llevaban el cabello muy largo, las muje-
res suelto, los hombres atado, y los adultos agi'cgaban al
nudo algunas plumas verticalmcntc colocadivá. Usaban los
varones un palo de cuatro ó cinco pulgadas de largo y dos
líneas de diámetro atravesado de parte á pm'te en el labio
inferior á la raíz de los dientes, que á poco de nacer les
ponían sus madi-es, y ej’a distj'nüv'o del sexo fuerte. Dor-
mían siempre de espaldas, y en tiempo de paz nunca sa-
lían de noche. En señal de duelo, las Injas, esposas ó her-
manas del finado, cortábanse una articulación de alguno de
los dedos por cada muerto de la familia. El inaiido no
hacía duelo por la muerte de la niujci-, ni el padi-e por la
de sus 1 lijos, pero si éstos eran adultos, á la muerte del
( 1 ) Esa-Uore.s de procedencia moderna como Fuñen y Angelis, han
acusado d los charrCias de antrojjóf'ayos, fundándose en que iodos los
pueblos jnñmiihm lo son. En eaiuhio, Diego García, Luis llamírex,
Kui Díax de Otizmán, Centena'u y .¿ixara, que en dirersa epoen para
cada uno co7iocieron á los charrúas, desitiienlm esta iwusaeiOn gra-
tuüa, D’Orldgnu, en el tomo i de su volmniuosa obra >-Vagage dans
1’Am.érique Méridionale^ se pronuncia en igual sciUido, Añadiremos
á tantos testimonios, uno más. Charlo-n, en ima nota á la « Jlclación
de Viaje» de Antonio Pigafeita, hablando de los chairúas á quknes él
llama ó su traductor hace llamar •■charmas», pi atesta contra la injus-
ticia de la acusación, y observa que ios últimos charrúas, según el,
muriomi en Funda, acerca de lo cual remite, al lector á un curioso
folleto titidado * Arrivée en F'uncc de qualre .saurages charmas par le
bi'ik franjáis ‘iPhaótom^ de Saint - Malo, París, iu gran 8.“ (Viajeros
antiguos y modernos, tomo i ).
Dom. Esi*.— i. lli.
172 LTBRO I. — HABITANTES PIUMITIYOS DEI- URUGUAY
padre se ocultaban por algunos días, librándose á mortifi-
caciones y ayunos.
Se casaban luego de sentir la necesidad de esta unión,
mas los casamientos entre lierniauos y parientes eran re-
chazados como indignos, hn poligamia era permitida, pero
ima mujer no tenía nunca dos maiádos, y aim cuando el
hombre tuviera varias mujeres, éstas le abandonaban al
hallar quien las hiciese esposas únicas. El divorcio era li-
bre en los dos sexos, aunque muy raras las sei^araciones
teniendo hijos los matrimonios ; el adulterio no tenía otras
consecuencias que algunos puíleta/.os descaí-gados por la
paj'te ofendidá sobre los cómplices, si les sorpi-endía en
flagrante delito. Ko enseñaban ni prohibían nada á sus hi-
jos, pudiendo éstos guiarse de propia, voluntad. Sin em-
bargo, demostraban singular afecto por los suyos, en de-
terminados trances de la vida. Los huérfanos eran recogi-
dos por sus parientes, y oii cuanto al celo por la familia
propia, el primer cuidado de estos despreocupados gueiTC'
ros, era esconderla cu lo más impenetrable de los bosques
al emprender cualquier expedición belicosa.
Su táctica militar correspondía á la sencillez de sus cos-
tumbres. A la entrada de la noche, se reunían en consejo
todos los jefes do famihas, pai-a designar los puestos que
habííui de ser ociq:)ados y arreglar el servicio de los centi-
nelas. Eran sumamente vigilantes y precavidos, enviando
descubridores á largas dist.an(!Ías á fin de averiguar la si-
tuación del enemigo. Para dirigir sus movimientos en el
combate, usaban trompas y bocinas. Al embestir á los
contrarios, lanzaban un formidable grito de guerra. Con-
tentábanse con una sola victoria sin aprovechar las venta-
jas conseguidas, lo cual influía para híicur bi-evcs sus cam-
LTBRO L — irARITANTES rKIMITIVÜS DEL üHüOüAY 173
pañas militares, pero dejaba al advei*sario en aptitud de
recübrai’se y emprender nueva agresión.
Tenían ordinai’iamente guerra con los Arackanes, indios
situados en las vecindades de Río -grande, que llegaban en
número á unos veinte mil individuos. Alternativamente
tuvieron también guerra ó paz, alianza ó tregua, con otras
tribus de las millas del alto Uniguay y del Paraná, por
donde se deiTamaban para satisfacer sus escasas necesida-
des comerciales é industriales. Esta condición belicosa y
andariega, les dió fama en todas partes, pronunciándose
su nombre con insistencia en los relatos tradicionales y
más tarde en las relaciones escritas de los conquistadores,
cuyo encono demuestra la preociqjación constante hacia
las ati'evidas hordas que llevaban doquiera el eco de un
prestigio legendario ( 1 ).
Después de los charrúas, la tribu conocida con asiento
fíjo cu el país, era la de los Chañas. Residían en las islas
del Vizcaino, sobre el río Negro, que entoJiccs se Uamaba
Hum, del color de sus aguas. El espacio ocupado deja
presumir que el número de estos isleños no fuera grande.
A.segúi’ase que después de i’educidos á la civilización, no
ponían en línea arriba de un ceJitcnar de guerreros. Ei’an de
hermoso aspecto y vivían hwgos íiños. Habían combatido
contra los demás indios de la tierra en otros tiempos, pero
al iniciarse la Conquista, comparecieron con todos á tomar
parte en la defeiLsa nacional. El episodio interesante de la
compra de un niño cristiano, á quien hoimaron más tarde
(1) Boy (u¡iá, mañana a//í,— dice Lozano rofirióndosc á los chainias,—
siempre pereyiinos y smnjn-e m .■?!« paima, halhhulo.se en todas partes
para sxi útil, y gozando de los frutos del j>aís según las elaciones deX
año (Hist de In Conq, tomo í, libro i, cnp xviii).
174 LIBPO T.— HABITANTKS PEIMITIV08 DKT. URUGUAY
como consejero y macsti’o, decidió su simpatía al dominio
esjmñol, que al fm acejitaron en el siglo xvii.
Las demás tribus no tenían ubicación fija que pueda
determinarse con precisión. Din-ante los primeros tiempos
de la Conquista, se encontraron accidentalmente en el local
que fué teatro de algún suceso cxtraorilinario, y después
desaparecieron, incorporándose á la masa. De este número
fueron los Yavos, á quienes ba querido señalárseles para-
dero estable hacia San Salvador, sobre las orillas del río
Uruguay, porque en unión de los charrúas aparecieron allí
jmra ultimar al infortunado descubridor de dicho río. I^a-
rece que el total constituido por esta parcialidad no fué
en lo antiguo muy pequeño, pues al finalizar el siglo pa-
sado, después de continuadas y sangrientas guerras secu-
lares, todavía presentaba un centenal- de combatientes en
línea.
Los yarofi debían justifican- su noml)rc ( Ro, trabucadoj-,
revoltoso) por medio de un acto típico. A fines del siglo
xvn, redujeron los jesuítas una agrupaiión de ellos, con-
duciéndola al pueblo de San An(ln% donde (juedó insta-
lada. Poco tiemiio más tarde, y sin que mediara aconte-
cimiento extraordinario, huyeron todos, ganando el campo.
Encontrados por los jesuítas (pie habían salido en su
busca, fueron interrogados sobre la (íausa de aquella i-eso-
lución; á lo que contestaron: «estamos resueltos á gozar
de nuestra antigua libertad de hacer y pensar lo que se
nos antoje: no queremos un Dios como el vuestro, que
sabe cuanto hacemos en secreto» (1). Semejante res-
puesta, dando la medida de la libertad que ambicionaban,
(1) Roberto Southey, Historia do Braiil, tomo v, capítulo xxxviu.
JJRRO L — HABITA.NTliS rRIMJTTVaS DEJ. URIJOUAY 175
supone alguna idea de la J^iviiiidad, desde que haííían un
juicio por comparuciói).
Otras dos tribus, los 31hohmcs ó Bohanes y los Cha-
yos, ocupaban también el territorio. Muy poco se sabe de
ellos, pai’a que sea permitido abrigar la pretcnsión de cono-
cerlos con mayores detalles que al resto. Á lo sumo, es
permitido creer (]ue constituían las dos agrupficiones más
pequeña.s del país, por el escaso papel representjido en sus
anales. Se lia asegurado respecto de los ]}lbohancs,quc una
parte de la tiibu fué incorporada á la población de San
Salvador, y luego después conducida al Pai’aguay, junto
con los colonos españoles (pie abandonaron dicho pue-
blo ( 1 ). Sin embargo, enti-e los vencidos de la batalla del
Yi, librada iior Alejandro de Aguirre cu 1702, aparecen
los Mboliaiies, que él llama Moxanes. En cuanto á los
Chayos, no lian dejado otro rastro que el de su nombre,
confundiéndose en tocio lo demás con sus compañeros de
civilización y causa.
Nótase entre las tiibus nombradas, que solamente dos
— cliaiTÓas y cbanás — se distinguen ocupando de prefe-
rencia locales fijos, pue.s la residencia habitual de las oti-as
tres — yaros, cJiayos y bobanes — no puede scñalai’se con
acierto. Mas si esto es así en cuanto á la ubicación, no
sucede lo mismo respecto á la certidumbre de la existencia.
Los yaros, cliayos y boliane.s, niieuibro.s de la familia sal-
vaje que poblaba el Uruguay al tiempo de la Conquista,
tomaron pai*te qn la resistencia comiin contra el extran-
jero, y conservaron su nombre y su puesto en la tradición
(1) Félix de Azara, Descripción á Historia del Paratjuay y del Rio
de la ríala, tomo i, cap x (edic de Madrid).
176 I.IRKÜ I. — HABITANTES PRTMPl’IVOS DEL UIllTGUAY
escrita. Como entidad viviente, tiene cada una de estas
íigmpaciones existencia real, por confusos que resulten los
rasgos particulares destinados á confirmarla.
En cambio, la tribu Gucnoa, aparecida á última hora
sobro el territorio uruguayo, no presenta idénticas señales de
autenticidad. Su procedencia de las orillas del Paraná, la
ubicación que cu seguida adoptó, situándose sobre el triple
litoral comprendido entre los ríos Plata y Uruguay, y la
variedad de nombres con que los españoles la designaban,
llamando á sus afiliados alternativamente ¡juenoccs 6 mi~
nuanes y en los documentos oficiales cluirriias de Sarita-
Fe, inducen á sospechar que los tales gucnoan eran los
mismos charrúas confundidos y designados con otj’os nom-
bres. Si hay algo bien averiguado desde los comienzos de
la Conquista, es que los charrúas acostumbraban á situarse
sobre las orillas del Paraná en el correr de sus excursiones,
dividiéndose muchas veces en dos parcialidades, ima de las
cuales se establecía por algún tiempo cu aquellas alturas, y
otra quedaba sobre el litoral del Plata ( 1 ). Admitido este
hecho incontestable, no es de admirar que siguiera produ-
ciéndose, hasta que el vigor de la colonización española en
el Paraná, arrojando á los charrúas de aquellas alturas, les
obligara á reconcentrarse á su antiguo locsl de preferencia.
Así se explica que con el nombre de guenoas ó minuanes,
vocablos corrompidos ambos, retrocedieran desde las ve-
cindades de Santa- Fe hasta el litoral comprendido entre
Martín García y el mar.
La intci’pretición á que se prestan los dos vocablos enun-
(1) Centenera, La ArgenUna, Canto xxvii. — Guevara, Hist del Pa-
rag, libro ir, § i.
TJBRO I. — HABH'ANTES TEIMITrVOS DEL URUOUAY 177
ciados, no proyecta gran luz sobre el oiigeii atribuíble al
gentío que ellos designan. Guenoa tiene similitud con
guana, idioma de los chaíiás del Paraguay, á quienes
también han llamado los lingüistas guaniU, por razón de
hablar dicho idioma. Ahora bien: aplicando un criterio
aceptado en los dominios de la glótica, guana pudo trans-
formarse por efecto del tiempo y corrupción del término
cu guenoa, y entonces resultaría explicada la procedencia
de los gueiioas uruguayos, que serían descendientes de los
chanás ó guauiís paraguayos. Pero la cronología y la geo-
giafía se oponen ¿í la sanción de este raciocinio. Los cha-
nds ó guanas dcl Paraguay, vivían perseguidos y esclaviza-
dos desde antea de la Conquista., por cuya razóji se refugia-
ron entre los bosques del Chaco, permaneciendo tan ocultos,
que se atribuyó li descubrimiento de los jesuítas el haber-
les vuelto á encontrar en 1761. Entre tanto, los gnenoas
del Uruguay habían sufrido la influencia catequística de
los jesuítas desde 1628 y ti-atabaji y comerciaban con los
iwrtugueses de la Colonia desde 1680. Luego, pues, para
que los guenoas uruguayos procediesen de los guanas dcl
Paraguay, debieron haber venido al país antes de la Con-
quista, y se ve por las narraciones de los cronistas primiti-
vos, que tal no sucedió. No puede tulmitirse entonces, la pro-
cedencia paraguaya de los guenoas, sin caer en anacronis-
mos inconciliables, á. más de la dificultad de salvar* distan-
cias que los escla'sdzados y tímidos guanas no se atreverían
á poner entre sus bosques impenetrables y la hostilidad de
las tribus del tránsito, todas ellas belicosas, y muchas feroces.
Cierto que los guenoas presentan alguna divei’gencia de
costumbres con los charrúas. Tenían hechiceros, que si
bien carecían de prestigio eiiti'c ellos, no por eso dejaban
3.78 I.IBRO I. — 1IAB1TANTK8 PRIMITIVOS DI3L URUGUAY
de trabajar para obtenerlo. Muy posible sería atribuir la
constancia del hecbo, á una observación más cabal de las
costumbres de los gueiioas que la que pudo hacvj’se entre
los charrúas, pues la profesión de hechicero, forma em-
brionaria de la de módico, existe en toda sociedad primitiva,
y aunque poco consideimk, no fiió desconocida á las tri-
bus uruguayíis. Mas si la disposición de los guenoas á
darle mayor crédito, puede hermanar su origen con algunas
ti’ibus del Paragna}’’ que tenían alto concepto de la hechl-
ccHa, fundamentos de valor más jjositivo anulan la proba-
bilidad de semejante origen. Efectuado un cotejo cientílico
entre el idioma de los guenoas y los idiomas de las tribus
del Paragua}’^, se ha hallado no tener aquél, afinidad alguna
con é.stos (3 ). Por lo contrario, la índole del idioma guenoa
y sus analogíius generales, concuerdan con el de los primi-
tivos halútautes del Uruguay, deduciendo de ello algunos
lingüistas, que los charrúas, bohaues y yaros eran tribus
de la nación guenoa. Esto último, si bien invierte los tér-
minos de la c.uestión, propende á resolverla en favor nuestro.
El calificativo de minuanes, que también se aplicaba á
los guenoas, tendría origen guaranítico positivo, si provi-
niera de un accidente físico en los individuos. Mini quiere
decir chico, y como no ha faltado quien atribuyei’a á los
minuanes estatura, menor de una pulgada que los charrúas,
estaría justificada la transformación del vocablo mini en
minudn por córi-uptela. Pero no parece haber sido éste el
origen del calificativo con que se debía alteniai’ su desig-
nación. El nombre mimtdn se hizo célebre después de la
muerte de Gamy y sus compañcro.s, efectuada por gente.s
(1) Hervás, Catálogo de las lenguas, tomo i, trnt i, cap ii.
UBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 179
que encabezaba el cacique Magnúa. Llamaron los prime-
ros cronistas magnuanes á. los afiliados de aquella pai’cia-
lidad, y el tiempo se encargó de transformar íí estos mag-
nuanes en los minuanes establecidos más tarde sobre el
suelo uruguayo. Así resulta, pues, que tan despiovistos de
autoridad pai’a fijar un parentesco originario, son el nombre
de giienoa como el de minucin.
Las presunciones mis fuertes ad-editan que eran es-
tos guenoas ó minuanes los charrúas mismos, batidos y
desalojados de las orillas del Paraná en el segundo siglo de
la Conquista, y obligados á i-eplegarse al lugar de prefe-
rencia que ocupó siempre la tribu. La facilidad con que se
juntaron y confundieron todos desde entonces, la identidad
de sus rasgos fisonómicos y sociológicos, y la persistencia
de los gobernantes españoles en llamarles charrúas á unos
y otros, son datos que producen convicción. Estrechados
por la colonización cristiana, que en foi’uia de ciudades es-
pañolas ó reducciones indígenas iba adueñándose del suelo,
dieron otro giro á sus empresas bólicas, inclinándose nuís
á combatir sobre los tcnitorios limitados por el río Uru-
guay, que no sobre los avecindados con el Paraná, lo cual
ha inducido á algún historiador á suponer que el ciimbio
de táctica implicaba mi cambio de patria (1). Sin embargo
las costas del Paraná no se libeiiiaron de sus invasiones,
cuando lo requirió la necesidad ó el caso.
Con lo dicho, quedan indiciados el carácter, (tostumbres
y divisiones parciales que distinguían á los habitantes sal-
(1.) Desde, d Umguay hasla d imr~áice Lozano — dym’on los clui-
rrúas la litnra á ¡u nación de los guenoas, que los españoles de Sania-
Fe y Dueños Aires, suden llamar, cenrompido el vocablo, Minuanes
(Hist de la Conq, tomo i, libro i, cap i).
J.80 IIBRO í.— HA.BITANTE.S PIUMÜTIVOS DJ5L URUGUAY
vajes del Uruguay, pero no estó resuelto el problema de su
procedencia originaria, ¿Do dónde vinieron estos indíge-
nas? lie aquí una interrogación que cae de sorpresa, ¡Jara
los mismos que han apurado el cuso, liasta donde la ti*adi-
ción y las conjeturas se confunden. De las pruebas visibles
rc.sulta, que los indígenas uruguayos haljlaban un idioma
común con el de las princijjales tiibus de hi cuenca del
Plabi y sus adyacencias, ichoma tambión hablado por las
ti’ibus bi’asileras de las costa.s, lo que induce á la presun-
ción racional do un origen idóiitico. Peio no menos in-
contestables son las pruebas que demuestran la divergencia
profunda en los usos, costumbres, tradiciones y carácter
de los propietarios comune^s de e.se idioma^ lo que aleja
cuahpiier posibilidad de jmrentesco entre ellos.
Los indígenas ui*ugnayos, á la ópoca do la Conquist}i, eran
de costumbres relativamente buenas, de carácter leal, de usos
sencillos. Ij 0 .s indígenas brasilei’os, á la misma ópo.cíí, eran
ant.roj)ófagos, geófagos y pederastas. Tenían el culto de la
fealdad. Se depilaban las barbas y el vello. Se agujerea-
ban el rostro y los labios, en varia.s paites, para ornamen-
tarlos con huesos y zoquetes de madera, y cuando desta-
¡mban los agujeros, escupían por entre ellos ó sacaban la
lengua en son de gracia. Se ¡jintaban el cuerpo de negro y
rojo. Muclios andaban con el cabello largo, otros usaban
cerquillo y los había también que se disfrazaban con pie-
les de fieras, sirviéndoles de capuchón y mascarilla el forro
de la cabeza de las mismas. Eran falsos, hipócritas, ti*ai-
dores y desleales ( 1 ). La enimciación de estas dispaiida-
(1) Hans Stadeii, Véritahh Histoire d Descrípiivn, ote (col Ternnux).—
Pcfiro Magalhaons de Gaudiivo, Histoire de la Hrovince de Sania 0)~uz,
caps X y XI (id).— Porto Segui-o, Histoi-ia gcral, tomo r, secs ii y ul
IJBRO I. — HAKITAXTES PliDIITlVOS DEL URUGUAY 181
des entre unos y otros, explica sus odios y guerras, prove-
nientes no sólo del despecho recíproco, sino del critcño
con que cada cual apreciaba el cumplimiento de las lej^es
de la iiatuvaleza. Y sin embargo, siempre queda en pie la
cuestión del idioma: unos y otros hablaban ¡juarani.
No eran tan generales, aunque k veces sí tan ¡profundas,
las disconformidades entre los indígenas uruguayos y los de-
más de la cuenca del Plato y sus adyacencias. Donde quiera
que existiesen el antropófago ó el tatuado, allí prevalecía
la rejmLsióu y era constante la guerra contra ellos; pero á
no mediar tales diferencias, las tribus de una y otra orilla
del Platíi y sus afluentes, solían concertar trueques y hasta
aliarse para combatir á lui tercero. Es de advertir, sin em-
bargo, que los antropófagos y tatuados eran quienes ha-
blaban correctamente (juarani, á ¡junto de confundirse en
muchos de ellos por antonomasia, el nombre del idioma
con el de la nacionalidad. Volvía, pues, á prodiuárse en las
vecindades del Plata, el mismo fenómeno que en las costas
brasileras. Una vinculación comíin aproximaba á sus ha-
bitantes por medio del lenguaje, y una enemistad irrecon-
ciliable les divoi’oiaba ¡Jor efecto de las coslimibrcs.
Quisiéramos explicar el hecho atribuyéndolo á diston-
ciamientos cronológicos entoe el idioma, general hablado
poJ* todas estos tribus, y la en toada posterior al Continente
de algimas de las que lo hablaron después. La palabra
{juarani, que es nombre geiiéiico y quiere decir ijuenero,
80 aplicó indistintamente á los gentíos que lo hablaban y
al idioma que señalaba, su procedencia. Idioma de loa gue-
ireros situados desde el Amazonas hasta el Plata, fué, pues,
el guaraní, y si la magnificencia de sus giros y locuciones
denuncian su larga elaboración en el seno de ima naturaleza
182 LIJJRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEJ. URUQUAV
admirable, lu universalidad de su dominio, venciendo enor-
mes dificultades de tiempo y lugar, atestigua su antigüe-
dad. Hablado por una raza, cuyas variedades eran tantas
como diversas las condiciones biológicius de la inmensa
zona que ocupaba, sirvió de medio de cnmunicación á otilas
razas iuvasoras, que bajo los nombres de «Tupís» y «Ga-
mos » conquistaron el suelo, sometiéndose al idioma gene-
ral imperante doquiera.
Vinieron dichas razas de parajes en ciciin modo cerca-
no.s. El archipiélago de las Anlillas 6 islas del mar Caribe,
estaba habitado en grande extensión y desde tiempos cuya
feiíba se ha perdido, por tribus marinas de condición beli-
cosa y costumbres abominables. Avecindados estos isleños
(íon el Norte, Centr-o y Sur de América, emprendieron cx-
cui’siones guerrera^s á los puntos más próximos, basta que
precipitándose al Sur, invadieron el Brasil, cuyos hidñtan-
tes iro pudieroir resistirles (1). El éxito de las primeras
invasiones estimuló las subsiguientes. Venían por grupos,
que al hacerse dueños de la tierra, ar*rancabmr á sus pro-
pietarios cuanto tenían, incluso las mujeres, de quienes
aprendieron el idioma, ellos, y los Irijos que do ellas les
nacieron. Su rnarcJra victoriosa y progresiva al través de
tan vasto territorio, encontró al fin un línrite desde el cabo
de Santa María hasta el delta dcl Paraná, donde fueron
rechazados sus desembarcos por los habitantes de aquella
zona, quienes les obligaron á cambiar de rumbo y refu-
giarse en las islas del Paraná, Paraguay, y sus tcnitoiios
cobirdantes. Dcsxlc entonce.s data la existencia de los air-
tropófagos tatuados de estas regiones, y ésa es tambi6i la
(1) Porto Seguro, Histoi'ia Geval, tomo i, scc u.
LIBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 183
fecha hlicial de la guerra de raaa entre ellos y nuestros
indígenas que hablaban la misma lengua.
Imposible que los ascendientes de estas hordas seini-
aniinales, despro vistsus no solamente de todo sentido moral,
sinó hasta del instinto de propia conservación, pues cuando
sus afiliados no se dcvorabim unos á otros, atracábanse
con bolas de buiT’o para sadai’ la gida; inqiosible que hu-
bieran ilusti*ado un idioma en cuyo vocabubuno tenían
sanción expresa y con'ecta las palabras amor, amistad, digv
nidad, y en cuyos tonos derramábanse profusos los rauda-
les de la armonía por entre sus seis vocÁÜes de siete sonidos
caria una, rcmetlíuiclo alternativamente desde el dulce canto
del sabiá, hasta el ronco sonido del trueno prccui’sor de las
tempestades. Ko, no erim suyas las palabras humanas,
cuya evocación nos enternece todavía á nosoü-os, dueños
del más nuisirad de los idiomas; suyeos eran .solamente las
locuciones feroces de la antiopofagía, ó los términos des-
preciables de una prostitución, tanto más j*cpugnante cuanto
más brutal.
El idioma guaraní, rico y sonoro, hasta porler traducir
las oraciones de la Iglesia con toda la propiedad de sus
delicados afectos, las disposiciones jmádicas de la legisla-
ción española en toda la integridad de su expresión sutil,
no ix)día haberse elaborado en aquellos cerebros embrute-
cidos por la animalidad y la lujuria, ni aciisoládose en
aquellos labios ginetados é insensibles al roce del beso,
cuyo misteiioso influjo no sintieron nunca. A la raza ven-
cida con-esponde la gloria de haber pulido y perfeccionado
el idioma, extendiéndolo desde el Amazonas hasta el Plata,
y por oso fué que uno de los jmeblos emparentados con
esa raza, el pueblo salvaje del Uruguay, después de re-
184 TJBRO r. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL IfRUQUAY
sistir ¿í los invasores, ijuclo dictíirlcs la ley en su propia
lengua.
Cuando los españole.s llegaron á estas playas, todavía
se notaban las liucllas de la gran lucha ocurrida. K1 ene-
migo había sido an/ojado por el S. E. más allá de la La-
guna Merín, y por el O. había dejado libres las riberas del
Paraná, pero no estaban apagadas entre los contendores
las desconfianzas recíprocas, ni el celoso instinto de la de-
fensa se había aplawido entre los indígenas uruguayos, á
pesar de la extenuación á que les había reducido su grande
esfuerzo. 1 jOs nuevos sacrificios que se impusieron las tri-
bus pitra resistir al poder español, demuestra que (íonser-
vaban íntegra toda su entereza.
I)esj)uás de haber recopilado cuanto se sabe y se ha es-
crito sobre los indígenas del Uruguay, resultan ciertos pun-
tos oscuros aún, gracias á los juicios erróneos de algunos
escritores del jiasado siglo. Y aunque la rectificación de esos
juicios pudiera atribuu’sc á celo destemplado y anacróniou
por el honor de umi sociedad extinta, cuando el críteiio
dominante se esmera en retargai* las sombras del cuadro
pi’esentado por las naciones bárbaras de América, ya para
enorgullecerse (!on la comparación, ya para repugnar toda
solidaridad entre aquellos gentíos y las sociedades pre-
sentes, nada más ajeno á la verdíidcra imparcialidad,
que capitular con semejantes ¡^rcconc.cptos. Los indígenas
uruguayos, al igual de toda sociedad huimma, tienen de-
recho á ser juzgados dentro del criterio morid impue.sto
á los hombres por su específica solidaridad á través del
tiempo.
Invadidos en su infancia por mía ci vilización extraña,
no resistieron la. violenta transición á que iieecsarianiente
LTBHO I. — IIABITANI'ES PRIMITrN^OS BEL URUGUAY 185
debía condemu-les ese eambio repentino y prematuro, te-
niendo que replegarse en si mismos, antes que Jes fuera
dado desarrollar con amplitud las dotes que parecían enun-
ciarse en los rasgos más salientes de su altivo carácter.
Pusiéronse de frente, dos civil iy.acioncs : la una completa-
mente prímitiva, con sentimientos y nociones muy confu-
sas sobre los hechos jnás vulgares, y vegetando en una
escasez de elementos orgánicos tan grande como cuadraba
á su impericia, social ; mientras que la otra había llegado
á una gradación superior, conquistando ideales pci’miuien-
tcs y progi’esoB reales (jue la ponían en aptitud de abarcar,
como acababa de hacerlo, toda.s laa manifestaciones del
pensamiento y de la industria humana en la expresión que
tenían al lucir el siglo xvi. Ha sido aventurada, pues, la
conducta de los escrití)res que trazaron la fisonomía histó-
rica de los habitantes bái‘bai-os del Urugua}', ¡jor el juicio
conij)arativo con la sociedad europea; sin fijai-se que cu
esas condiciones, ni la piimera resiste el paralelo, ni la se-
gunda puede gloríarse de sus conquisfiis.
Los indígenas uruguayos al chocar con la civilización
ciu’opea que se propuso dominarles, hallábanse en la época
que la geología denomina Neolülca, 6 sea de la lúedra ¡m-
lida. Todos los datos concurren á confii’inar esta asevera-
ción; las anuas de que se servían, los utensilios con que
las trabajaban, los talleres donde esos ti-abajos se llevaban
á cabo, son indicios seguros de que habían enti’ado ya al
segundo período de la Edad de piedra, en la cual los rudi-
mentos de una industria menos grosei'a, comenzó á abrir
horizontes más vastos al espíritu humano. Sin embmgo,
sea por el aumento de las necesidades, sea por el hecho
fatal de que hi civlli'zacúon se cimenta, con sangre, la época
186 LIBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
en que entraban los indígenas es la verdadera época de la
gueiTH universal: así la han designado con muclia piupie-
dad algunos maestros de la ciencia geológica ( l ). No debe
extrañiu’se entonces, que la guerra fuese la ocupación pri-
mordial de estos gentíos. Aquellos que los han acusado de
ferocidad porque gastaban la actividad de sus esfuerzas
en las contiendas armadas, no hacen un argumento sen-
sato, sinó una excepción. Todos los pueblos han cruzado por
un penodo idéntico, en las épocas análogas á ésta; el período
neolítico ha sido una comlición iinpre.scindible de la orga-
nización social de la humanidad, im precedente necesai-io
al desaiTollo del progreso. Los uruguayos pninitivos, púas,
no podían eludir el cumplimiento de la ley misteriosa, que
les llevaba á un estado pennanente de accdóii armada, para
hacerles conquistai’ á su término las ventajas de la civili-
zación. Sirva cuando menos esta verdad, para restituirles
el derecho de ser juzgados ai nivel de los demás pueblos
de la tierra.
Dos acusaciones de otro orden se les han hecho : la una
afirmando que ei*au antropófagos ; la otra, asegurando que
hacían comunes á sus mujeras, y hasta que llegaban á ti’o-
caiias por objetos con los españoles. Los testimonios más
verídicos, sin embíU’go, se apresuran á desmentir cai’gos tan
abrumadoi’es, y nada hay que los confirme, ni por datos pre-
téritos, ni por piTiebas \úsibles en la larga y azarosa ludia
de los indígenas uruguayos contra el poder español.
El dictado de antropófagos les vino por la muerte do
Solís, que Francisco Ton*es contó en España como lo tuvo
(1) Junu Vilíuiova y Piem, Origcuy Naturaleza y Antigüedad del
Hombre (Ép Neolítica).
LIDRO I. — IIABITAXTE6 PRTMmvOS DEL URUGUAY 187
por conveniente. Hoy sabemos que Solís lii/o dos viajes
al Río de la Plata, y la seguridad con que abordó á sus
costas por segunda vez, pj’ueba que no le bnbííi ido mal en
la primeru. ¿Quó motivos le indujeron cu nípicl segundo
viaje á librar un combate ii la altura de la Colonia, donde
fué derrotado y sucumbió él mismo? Fran cisco del Puerto,
uno de los prisioneros sobrevivientes al lance, y cuya exis-
tencia es prueba mayor de toda excepcíión contra la su-
puesta antropofagia de los indígenas lu’uguayos, parece no
haber suministrado al respecto dato alguno, cuando doce
años después habló con Gabotto y Rt\mírez, que le en-
contraron libre y propietario en el Paraná de una isla (pie
bautizaron con su nombre (1). Diego García, que formó
parte de la primera ex^xídición de Solís, se contcmta con afii*-
raar, quince años nuís tarde, (pie los charrúas no comían
eao'ne humana. Juntando la declaración de Garría con el
testimonio viviente de Francisco dcl Puerto, resultan dos
• testigos de vista, uno de los cuales afiiina con sus palabras
y el otro con su existencia, que los indígenas uruguayos no
eran antropófagos.
Las expediciones de Gabotto y Ztírate proyectan míís
luz todaría sobre el caso. Una y otra toman tierra en el
país, siendo liberahnentc socorridos sus individuos mien-
tras no atiopellan ú los natiu’ale.s. Gabotto deja cantidad
de enfermos é impedidos en San Salvador, que son auxi-
liados por las indígenas, y manda al capitán Ramón á
reconocer el río Uruguay, mientras él mismo descubre
otros ríos. Se produco entre tanto un rompimiento: los
iiidígcnjis atacan á Ramiin y le ultiman, /isalta.n el fiieilc
(1) Oviedo, Hiiít (jen y nat, lib xxrn, cnp m.
Dov, Esp.— I.
17 .
188 LUiRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY
San Salvador y lo destruyen, pero no hay relación vci’bal
6 escrita que refiera haber sido devorado ninguno de los
muchos muertos, heridos ó prisioneros de estas jornadas.
Igual cosa sucede eon la expedición de Zárate: por todas
partes se recibe bien á sus miembros, hasta que son injus-
tamente vejados los indígenas. Entonces comienza la gue-
n*a, y jí raíz de cada, victoria contra los españoles, devuel-
ven los indígenas íl sus vencidos, los prisioneros tomados
en la lucha. Constan estos hechos de relatos escritos por
testigos de vista, cuya confabulación se hace inijiosible, ya
porque fueran dos de eUos, García y Ramíi-ez, miembros
de expediciones rivales, ya porque el tiempo transcuiTido
excluye.se toda confidencia ¡cosible, como aconteció entre
Centenera y los nombrados.
Por otra, parte, no se explica racionalmente la existencia
de ningún interés que infiuyese en Gai’cía, Ramírez ó
Centenera, para ocultar los vicios de los indígenas m’ugua-
yos. Dos de estos ci’onistas (García y Ramíi’ez) escri-
bieron relaciones destinadas á exhibir sus jiropios sufri-
mientos, de modo que cuanto Contribuyese á mitigmlos
les era perjudicial, y no habían de prohijar por una gene-
rosidad incomprensible, inexactitudes que concurriesen á
ese fin. En tal concepto, es indudable que mitigaba dichos
sinsabores, la circunstancia de haber arribado el uno íí
costas hospitalai’ias, después de navegar por entre traidores
y antropófagos, y haber vivido el oti*o mucho tiempo en las
mismas costas, alojado y servido por sus habitantes y
hasta conducido por ellos en expediciones marítimas á
lejanos parajes. En cuanto á Centenera, mal poeta, pero
poeta al fin, sería inexplicable que hubiese rehusado sa-
car partido de cualquier acontecimiento ti-ágico, cuando
LIBRO I. — HABITAKTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 189
tan minucioso fué en otros detalles del género y tan des-
afecto se moati’ó á los indígenas. Y entre tanto, García
declara que los indígenas nrug-uayos no comían carne
humana, Ramírez da cuenta de los antiguos compañeros
de Sülís y Loaiza que encíontró vivos y libres en aquellas
costas, enumerando luego los servicios de que él mismo
era deudor íl sus habitantes, sin aludir una sola vez á
crueldad alguna, y el arcediano Centenera, da no una, sino
muchas veces, nombres de náufragos^ o prisioneros espa-
ñoles restituidos por los charrúas, de quienes afirma no
ser costumbre matar al vencido, contando, además, la vida
y hechos de Juan de Barros, antiguo prisionero de los
chanás á quien él casó eclesiásticamente.
Así, pues, todo concurre á desmentir la infundada aser-
ción de que los indígenas del Uruguay fuesen anti’opófa-
gos. En cuanto al cargo de que hiciesen c-omimes á sus
mujeres, llegando hasta trocarlas con los españoles por
objetos, es tan infundado como el primero. Tndividuos
que se casaban, y mujeres que preferían la vida, conyu-
gal á cualquiera otra, no podían prestarse á hacer un co-
mercio ilícito de lo que más estima el pudor. En (manto
á ellos, las repetidas pruebas de amor á sus familias que
llegaban á convertirse en preceptos de táctica militar, obli-
gándoles á tomar la precaución de esconderlas cu los bos-
ques luego que se preparaban para la guerra, demuestran
que aun cuando no lo hicieran ostensible, profesaban á sus
mujeres é hijos, aquel cariño sincero que forma el núcleo
de toda sociedad doméstica.
No quiere esto decir, que al promediar el siglo xvm,
cuando revueltos con los fugitivos cspafíolcB y poi'tugueses
que les enviciaron en la borrachera y el juego, mantu-
190 LIKRO I. — IIABITANTKS riUMITIVOR DEL URUGUAY
viesen su antigua sencillez ele costumbres; pero de tal
condición, íl la de rufianería, que siqwne el comercio enun-
ciado, va una difei’cncia que pide pruebas no exhibidas
hasta hoy. Es, pues, insostenible ante los hechos, la acu-
sación de trófico comercial con sus mujeres, que algunos
escritores lian formulado ; como lo es asimismo la de an-
tropofagia, que no resulta coni])r obada jamás.
El amor de la familia y la generosidad con los ven-
cidos son dos sciitiini entos que debían naturalmente her-
manai’se para formar las ealidades esenciales de su carác-
ter, porque cu una sociedad ¡primitiva no se comprende
que pudip4‘a existir la pasión de la libertad individual, el
valor indómito de las batallas y el espíritu de altiva
resistencia á toda imposición, si esos sentimientos no tu-
viesen mi ideal permanente que los modelase en el alma
de sus ¡loseedores. El hombre bajo cualquiera de las con-
diciones sociales en que la suerte le halle, no ama ó
aborrece sin razón, poi’ más que esa razón está oscurecida
á veces por los sombríos tintes del salvajismo. En la edad
infantil de los imcblos, cncuónt)*anse predisposiciones muy
marcadas hacia la conquista de los destinos que el pre-
sentimiento de un jioi'venir todavía lejano hace entrever
á un presente demasiado sencillo. Los indígenas urugua-
yos obedecían en todo, á esc instinto superior de las razas
destinadas por la fuerza de su viiálidad, á las grandes ejio-
peyas que marcan en la liistoria el lugar de las conquis-
tas estrepitosas ó de las desgracias heroicas.
Por muy somero examen que se haga de esta incipiente
nacáonalidad, ha de encontrarse en ella un carácter verda-
deramente origintil, y luudiaa vecxBs superior al de jügimas
del Continente americano, sin descontar las que alcanzaban
I.IBHO I. — HABITAírrKS PUDílTIVOS DEL URUGUAY 191
grado mayor de civilización, y condiciones sociales atesti-
guadas por un complicado mecanismo industiial, religioso
y político. Amaban estos indígenas una independencia que
no les proporcionaba gi’Hudcs placxjres, y supiei’on defen-
derla con más tesón y ardor que otras naciones de América
realmente apegadas á su suelo por atractivos influyentes.
Tan soberbia altivez mezclada con tanta constancia, indican
que este pueblo se hubiera abierto á las expansiones del
progreso, si la fuerza de las cosas no le hubiese obligado
á detenerse en su marcha, para oponer el pecho por ba-
luarte á sus implacables perseguidores.
LIBRO SEGUNDO
El. DESCUBRIMIENTO
Estado de Ins relaciones entro Espaíla y Portuftal. — Proyectas de D;
í'ernnndo do Ar«g6n. — JuanDúu de Solís. — Su exploración oc'
nica de 1508. — Pci'secnciouos 3 ' disgustos que lo origina. — Es nou,
brado Piloto Mayor del Reino.— Su primer viaje al Río d(¡ la
Plata. Conti’ai'iedades del retorno. — Segundo viaje. — Muerte dt
Solís y regre.so de la expedición.— Ascenso de Carlos V al poder.-'
Magalliuies eji España.— Se hace á la vela.— Explora el Plata. -f
Signe viaje al Estrecho. — Junta do Badajoz. — Los portugueses r
chazan la oferta de ensanchar sus límites americanos.- Primen
incursiono.s portugne.sas en el Plattu — Expedición comercial (,
Diego García.— Expedición de Gabotto.- Fundación del fuerte Su.
Salvador. Reconoeimiojito del río Urugua}’. — Expedición poiln
guesfi de Martín Alfonso de Sousa. — Expedición de D. Pedro de
Mendoza, — Su inflnencia negativa en los progresos de la Con-
qui.sta. Expedición do Álvai’ Núttez. — Medida.s coincideute.s de
Carlos V y La Gasea. — ]íx pedición de Juan de Sanabria, — Nombra-
miento y muerto de Centeno. —Fundación do la ciudad de San
Juan. — A bandono del nuevo eslablecin)ienta. —Expedición de Jaime
Resquín. — Su fraca.so fija la suerte de la colonia uruguaya.
* ( 1500 - 1572 )
Al comenzar el siglo xvr, las relaciones políticas ei*
España y Portugal estaban muy tirantes. El tratado;
Tordesillas (7 de Junio 1494), celebrado á raíz del des
brimiento de América, limitíuido la acción marítima^
ambo.s rivale,s por una línea ideal qne pretendía repartí
196
IJBRO II. — EJ. DESCÜBIIIMIEXTO
matemáticamente ol mundo desconocido, no había hecho
más que alejar las dificultades de una lucha en que las
leyes del mar estsiban destinadas á desmentir la provisión
de los hombres. I^rcsinticndo esta emergencia, los nautas
' geógrafos (Juya opinión prevalecía rcsjjectivamente en
os consejos de D. Fernando de Aragón y D. Manuel
e Portugal, obtuvieron que micnti-as luia demarcaciÓJi
íacta no fijara el camino, se interpretare la aplicación de
s cláusulas del pacto por un procedimiento convencional,
•stinado á conservar en absoluto, para cada una de las
s naciones navegantes, los rumbos usuales (pie hasta allí
acostumbraban á llevar sus expediciones descubridoras.
Sajo la fe de este convenio, navegaba Cabra! por min-
os portugueses, cuando arribó casualmente en 1500 al
’rasil, ya descubierto por Hojéela y cxjáorado por Pinzón
Lepe; y se posesionó del país á nombre de Portugal.
Imposibilitados los (íspaíioles para i'cíparar un (jontra-
ieinpo á que habíim coiiciutícIo, en su doble condición de
firmantes del tratado de Tordesillas y consentidoies del
moduH vivendi posterior al ajuste, cedieron, reconociendo
que los territorios del Brasil caían en su mayor parte del
lado portugués en la Líiicía establecida, y cpic no iba Ca-
bral fuera de los rumbos habituales á sus, compatriotas
cuando el viento lo llevó á Porto -sey uro. Pero si al acep-
tai* esta solución forzosa, el amor propio uacíion’al pudo
sentirse herido, mayores fueron las torturas del interés
lítico, perjudicado por una eventualidad cpie encaminaba
:)S portugueses á realizar la circunnavegación dcl mundo,
rque no eran las tierras del Brasil y sus alrededores
sumibles, momentáneamente menospreciadas, lo que cri-
aba ia displicencia de España, y el contento de Por-
LIBRO n. — EL DESCUBRIMFENTO
197
tugal, sinó la jiosibiliclad abiei’ta á los portugueses de lle-
gar aliora sin ningún tropiezo al Oriente por el Occi-
dente, según la frase consagrada en el tecnicismo náutico
de la ápoca.
El Oriente, con sus riquezas If^endaiias y la promesa
de un comercio sin límites, constituía todo el afán de am-
bos gobiernos rivales. Dos tendencias iguabneute fecundas
— el sentimiento religioso y el espíritu industrial — alimen-
taban ese afán, presentando por un lado la pei-spcctiya de
llevar el cristianismo más allá de las regiones donde no
pudieron incubarlo bis Cruzadas, y lisonjeando á la vez
las asiii raciones de lucro anexas á tan vasta empresa. Pa-
recía inclinarse la fortuna del lado de Portugal, pai’a darle
la primacía en la realización de aquel plan grandioso. Vasco
de Gama había arribado en 1498 á Calicut, cncontnindo
el verdadero camino de la India, y la casualidad llevó á
Cabral en 1500 al Brasil, cuya posesión geográfica facili-
taba la navegación hasta aquel hemisferio. Alentados por
su venturosa estrella, jirón to invadieron los portugueses la
península de Malaca ó antiguo Quersoneso de Oro, desde
donde establecieron una coiTiente comercial, cuyo centi-o
filó Lisboa, aniquilando la prosperidad de Venecia y oti-as
ciudades italianas, nacida del monopolio de aquel ti’áíico.
Comprendieron los españoleas que el tiemjx) les apremiaba,
si no habían de quedar retrasados en la paiticipación de
tan colosales beneficios. Con este propósito, diversa.s expe-
diciones descubridoras salieron de los jniertos de España,
estimuladas por la livalidad nacional ó el interés privado,
pero el éxito no coronó sus pretensiones. El Bey católico,
entonces, se propuso adoptar algimas medidas que contu-
vieran á los portugueses, sospechados no solamente de
198
LIDBO n.— Kr. DESCUBttIMIEXTO
jDretencler sin justu cansa el monopolio exclusivo del co-
mercio asiático, sino de proyectar una incui’sión en los do-
minios gentílico -españoles de Tierra-firmo, donde se dec;ía
que intentaban ostablecei-se. Para impedir esto último, des-
pachó secretamente á Juan de la Cosa con destino á IjÍs-
boa, y mientras dicho geógi’afo cumplía su comisión, pro-
videnció que se annase una flota destinada á ex^florar el
ai’dúpielago de la Esj^cceria, cuya posicióji marítima, ade-
más de facihtar el tránsito á la Malaca, dejaba presumir, y
después resultó cierto, que asentaba en gran j>arte sobre lí-
mites csjjañolcs.
Durante los preparativos de este armamento, fuertes
turbulencias políticiis agitaron el reino. Felipe el Hermoso,
casado con la segunda de las hijas de D. Fernando, y he-
redero conjunto clcl timio de Castilla por muerte de Doña
Isabel (1504), redamó y obtuvo el mando, entorpeciendo
esa novedad el trámite de los asuntos pendientes. Dos
años después, el flamante soberano cuyo reinado debía, ser
tan breve, se dii-igió á los oficiales de la Contratación en
Sevilla, pidiendo informes (Agosto 1500), sobre la condi-
ción en que se hallaban las naves destinadas á la Espece-
ría., y urgiendo para (pie se consultase á Vicente Yáñez
Pinzón y Américo Vespucio, respecto de su más pronta
pailida. Cojitestaron los oficiales en Septiembre, que el ar-
mamento no estaría listo hasta Febrero del siguiente año,
y de paso, hicieron sentir su perplejidad sobre la forma en
que debían dividir los gastos y beneficios de esta clase de
expedieiones, entre el Kcy católico y su yerno ( 1 ). Tan
iue.siíerado escrúpulo enfrió los ánimos, frustrando al fin la
(1) NavfUTcte, Colección ele Viajcíi, tom n, Doc clx, tom iii, Secc ii.
LIBRO II. — EL DE.SCUBRIMIENTO
109
expedición. Un nuevo de.stino, pui-amente de servicio in-
terno, se dio á las naves, luego que estuvieron en aptitud
de hacerse á la vela.
Muerto Felipe I, ocupo I). .Fcrjiando la regencia de Cas-
tilla en 1507, por incapacidad mental de su hija viuda. La
presencia del Ilcy católico cu el Gíjhienio, devolvió su ac-
tividad á todos los resortes de la administración, particu-
larmente en lo relativo á Améiiea, donde hi/.o que se cum-
plieran muchas providencias pendientes desde el tiempo de
Dofia Isabel, y adoptó por sí, otras de no menor impoi-
tancia. La afinidad mediante entre los negocios ultramari-
nos y los descubrimientos, le enteró del abandono en que
habían caído las empresas de mar, causándole imprc.sión
penosísima aquella desidia. No siendo ajeno á la opinión
prestigiada por los hombres científicos, sobre que se impo-
nía un examen escrupuloso y definitivo de los óltimos
rumbos indicados por Colón pai’a conseguir el pasaje á
Oriente, creyó llegada la oportimidad de realizar ílicho em-
peño. Futre el pei’sonal cuyo dictamen era indispensable,
tenía ti’es hombres de reputación europea, Amóricto Ves-
pu(áo, Vicente Yánez Pinzón y Juan de la Cosa, á quienes
se projmso consultar en aquel mismo año de 1507. líh-a
V espucio itahano y había navegado con portugueses y es-
pañoles, radicándose al fin en España, CU 3 U 1 nacionalidad
adoptó. Pinzóji y la Cosa eran españoles, con gi’andes ser-
vicios á su patria y á la ciencia. Tal vez poj* indicación de
todos ellos, fué agregado á líi comisión asesora Juan Díaz
de Solís, cosmógi'afo natural de Lebrija, cuya reputación
no había traspuesto aún los límites de la península ibérica.
Esta junta de hombres exj)erimentados ti’azó un vasto
plan i)ara enen minar científicamente los descubrimientos
200
LIBRO IT. — EL DESCUBRIMIENTO
futuros. J^escle luego, propuso la creación del empico per-
manente de Piloto Mayor, cíon incumbencia de trazar las
cartas geogritficsus, examinar los pilotos que hacían la ca-
rrera de I ndias y atender la fabrícacion de los instrumen-
tos de náutica, aiTaucando de este modo al azar ó la ru-
tina las grandes empresas mai’í timas. Aiíordó en seguida,
que .se piDcm’ase poblai' lo descubierto eii la costa de Tie-
rra-firme, y se prosiguiesen los descubrimientos occideutíi-
les siempre buscando el estrecho ó mar que Colón presu-
mía necesariamente ubicado ciiti’e los dos hemisferios. En
atención á su pericia reconocida, fuó designado Américo
Vcspucio para Piloto Mayor, con facultades que más tarde
se le ampliaron, sueldo de 50,000 maravedís y sobresueldo
de 25,000, recibiendo el nombramiento desde Burgos á 22
de Marzo de 1508. Las cartas geográficas trazadas de allí
en adelante por él, y que de su nombre tomai’on el de
Américas, dándoselo al Nuevo -mundo, lian sido una de
hi.s causas princápales para concitarle el calificativo de usur-
pador de la gloria de Colón.
Al mismo tiempo que Vespiuáo recibía su título, Solís
y Pinzón eran nombrados iiilotos Kcriles, y se les enco-
mendaba el majido de la expedición descubridora proyec-
tada por la junta consultiva, llevando Solís su tlii-eccióu
científica y Pinzón la administrativa y militar. El viaje
debía hacei’se «á la parte del Norte hacia el Occidente»,
con la recomendación de no detenerse en puerto alguno más
tiempo que el imprescindible, encareciéndoles la breve nave-
gación pai’a descubrir « aquel canal ó mar abierto que prin-
cipalmente debían descubrir, y el Rey quería que se bus-
case». Se les prohibía tocar en posesiones portuguesas,
salvo caso fortuito que les obligara á ello, entendiéndose
UBUO II. — KL DESCUBRIMIENTO
201
por txil, tormentas 6 falta de víveres ó aparejos. Pasada la
Linca, se les facultaba para apresar y conducir á la Penín-
sula, toda nave intrusa ó grupo de individuos de igual con-
dición que cncontranui en dominios españoles. Recomen-
dilbaseles el mejor trato á los indígenas, bajo penas sevei’as,
y á la vuelta se les permitía proveerse en Cuba de lo que
les fuera necesario, dando cuenta íl su Golieniador de lo
lieelio y descubierto, así como de lo que llevasen consigo.
De allí debían navegar directamente al imerto de Cádiz,
donde ninguno porMa saltar en tierra antes de haber sufrido»
los buques una rigorosa ins[)ección oficial.
Con estas instrucciones partieron á su destino. Kave-
garon en dirección á la isla de (juanaja, y de allí fueron
descubriendo por la vía del Norte, hasta los 23" y b'o-
En toda esa costa, pusieron emees 6 hiíáeron actos poscvso-
rios, tomando algunos indígenas para que les sirviesen de
intérpretes, y ciertos productos de la tierra como mues-
tra (1). Disentidos por motivos que debían relacionarse con
la prosecución del viaje, se volvieron á España, tocando en
Cuba, donde el comendador Ovando les obligó á dejar los
indígenas que traían. Llegados á la Península en 1509, la
Casa de la Contratación les formó causa en Sevilla, reca-
yendo sobre Solís cargos é inculpaciones de toda clase,
mientras Pinzón quedaba libre. Gravísimos debían ser esos
cargos, cuando el Rey católico, más severo que los oficiales
de la Contratación, mandó redoblar el secuestro de Solís,
proveyendo que si la (íái’cel de Sevilla no obTiCÍa segui-ida-
(1) DominenloH hmlüos del Archivo de Indias, toms xxir, xxxr,
y V lie la 2.'' Seiln. — Navairete, CoWrión de Viajes, toin iir, Doc
i.xix, § 10.
202
UKRO II. — EL I)R.SCüBIUMIENTO
des bíistante,9, se le trasladase á la de la Corte, donde efec-
tivamente fu6 conducido.
Solución tan im])revista, paralizó en mucha parte los
cfecto.s dcl plan adoptado por la junta consultiva de 1507.
Solís, después de un proceso cuya duración debió ser breve,
dado el rigor con que se apremiaron los procedimientos,
resultó libi’e y absuelto de cargos, mandándosele pagar
34,000 maravedís en recompensa del tiempo de su prisión
y pleito. No pudiendo hacer efectivo por entonces el cobro
de aquella suma, quedó acreedor del Gobierno español como
lo era ya de Portugal, donde tenía también algunos ati’asos,
jDro venientes de anteriores servicios ( 1 ). El Key católico,
indiferente á la suerte del marino, estimulaba entro tanto
la iRiblación de las costas de XiciTa-firjne, pero sin dar
^alclo á los descubrimientos, conti-astando aquella pasividad
suya, con los progresos de los portugueses en Asia, cuya
relación exaltaba los ánimos.
No solamente la codicia, sino el interés político, influían
para mantener semejante excitación. Nada era conqiaridilc
á los rendimientos de la Malaca, donde el clavo y la nuez
moscada constituían para Portugal im monopolio pingüe.
Así es que en su defensa, conservación y acrecentamiento,
se disponían los portugueses á extremar todos loa rcciu’sos,
y la sospecha de vulnerar el tratado de Tordesillas, lla-
mándose á dueños absolutos en Oliente de islas y ríos que
las cláusulas de dicho tratado les obligaban á dividir en co-
mún con España, empecinaba más su propósito de excluir
toda coparticipación. El caso, sin embargo, era difícil, pues
(1) NnvniTCte, Col dr Viajes, tomoiii, Not Hiat § 44 y Do&s xxxm
IJHRO ir. —EL DEflCCnniMíENTO
20.3
habiéndose acogido al tratado en cuanto les permitía la
adquisición del BríLsil, no podían rehuir .su validez para
negarlo á la otra potencia signataria el derecho de recla-
mar aquello de que .se creyese despo.seída.
'J''enían los portugueses en conti’a de tales iiretcn.sioiies,
lo.s progresos gcogTaficos producidos por sus propia,s con-
qui.stas. A medida que fijaban el emplazamiento matemá-
tico de los países de Oriente, más claro resultalja el tra-
yecto de la Línea, divisoria por aquel lado. Aprovechando
'esas demostraciones prácticas, los geógrafos españoles re-
hacían sus cálculos, é iban estableciendo con seguridad la
división que el tratado de Tordesillas haliía intentado rea-
lizar arbiti’ariamcnte. Poco tiempo duraron entre ellos las
vacilaciones sobre el derecho de España á compartir los
beneficios de la conquistii asiática, y el Uey católico supo
de un modo positivo, que podía extenderse hasta allí, .sin
agredir dei’ccho alguno. No era éste para hacerse de rogar en
asunto que interesaba tan do cerca al csplendoi' de su co-
rona, así filé que se aprestó á ejercer los actos de dominio
que en buena ley le correspondían, autorizando un i’econo-
cimiento hacia el lado del Océano índico.
La noticia llegó á ^Portugal á raíz de haberse propalado,
y el embajador portugués en España recibió órdenes pe-
rentorias de averiguar lo que hubiera de cierto en el asunto.
Ocupaba dicho ciirgo desde 1811, Alendes de Vasconce-
llos, en recipi’ocidad de igual empleo que Lope Hui’tado de
Mendoza desempeñaba desde la misma feclivi en Li,sboa
representando al Rey católico (1). El embajador portu-
(1.) DaniiAu de Goes, (Thronica dd Rey Doni Emannd; Parí iii,
cap XX m.
Don. Ksr. — [.
18 .
204
LIBRO n. — EL DESI UDRIMIENTO
giKÍs, á jDretexto de estar casado su soberano con una hija
de D. Fernando, simulaba tratar los negocios de ambas
cortes como asuntos entre yerno y suegro. Por seincjantc
táctica, Vasconeollos se introducía diariaiucnto á presencia
del Rey, ya para leerle cartas que le venían de Portugal,
ya para preguntarle inuehas cosas á Hn de sondear su
ánimo. Claro está que el soberano español aquilataba en
lo que valían e.sas confidencias y admitía hasta donde lo
creía oportuno aquella forma de sondaje, reidieando siem-
pre « que su iiropósito era conservar la mayor armonía
con su hijo el de Portugal; (|ue su mayor deseo era no de-
jar ninguna manera de conflictos á sus nietos; y que si
ahora era viejo y no e.staba para reyertas en los escasos
días que le quedaban á vivir, mucho sería su contento si al
ir.se del mundo dejase asegurada de un modo firme la paz
de .su casa >. \'asconcellos se dalja j)or edificado á cada de-
claración de éstas, lo tpie no le impedía escribir luego á su
soberano < que todo no pasaba de muy buenas palabras ».
Urgido i)or las instrucciones de su corte, abordó el
asmito de la pioyectada expedición, encontrando al Rey
católico decidido á (pie se efectuara. Opuso el emisario lu-
sitano todas las razones de congruencia que estimaba efica-
ces para cambiar aquella resolución, recalcando sobre la
necesidad de alejar dificailtades perturbadoras de la paz
entre ambos reinos. Insinuó, á lo que parece, que era con-
testable el derecho de España á explorar una navegación
hasta entonces reconocida como exclusiva de Portugal,
pues si la Línea no estaba bien definida en su totalidad,
era presumible que allí lo estuviera mejor que en ninguna
parte, y de no estarlo, debía encargarse la rectificación
al tiempo y no á los celos de predominio colonial. Pero
LIBRO H. — EL DESCUimiMIENTO
205
D. Fernando pernmnecio inflexible, despidiéndose ^’'ascon-
cellos seguro de que perdía la partida.
Sancionada la expedición, designó el Iley católico la
persona que debía conducirla, recayendo el nombramiento
en Juan Díaz de Solís, quien ])or motivos jirofesionales
tenía contra Portugal justos resentimientos destinados á
promoverle allí la intriga aún no destruida, contra su re-
putación y origen nativo. Estando al servicio de aquel país
le habían quedado á deber el ñuto de su trabajo, y por
mucho que el Rey de Portugal le firmase órdenes contra la
Casa de la India, ni él, ni un hermano que le acompa-
ñaba lograron cobrar sus créihtos. Empleado á sueldo, So-
lís no andaba tan miuiido de fondos que pudiera soportar
con desahogo esa falta de pago, así es que al3andonó el
sel-vicio de Portugal muy quejoso, y sin recatarse de ma-
nifestarlo ( 1 ). Vuelto lí España, sus quejas se hicieron
públicas, llegando á saberlas el emliajador [lortugués cu
aquella corte, por medio de los hombres de mar con quie-
nes ambos mantenían trato frecuente, originado por las
tendencias y necesidades de la época. Aprovechando esta
coyuntura, luego que empezó ii hablarse de la nueva ex-
cursión marítima, mandó Vasconcellos llamar tí Bolís re-
petidas veces, con la mmi ostensible de repararle en sus
agravios contra Portugal, pero deseoso en el fondo de ave-
riguar lo que hubiera de cierto en la expedición tí la Malaca.
La insistencia de Vasconcellos bastaría para demostrar
el estado de ánimo en que se hallaba la corte de Lisboa, si
otros datos no confirmasen que el monarca lusitano hacía
de la excursión marítima en litigio, una cuestión capitalí-
( 1 ) Reseña Preliminar, § 9 .
206
LIBRO II. — KL DESCUBRIMIENTO
sima. Efectivamente, la eonciuTencia de Esjiaña en la Ma-
laca iba á disminuir la.s utilidades del comercio portiigu^‘s,
quitando de paso á Lisboa su carácter recián conquistado
de emporio occidental. La marina ulereante española, nume-
rosa intrépida, ávida de lu(*ros y eoiidueida jior aventure-
ros audaces, monoiiolizaría fatalmente en pocos años a<|uel
gi’an comercio asiático, fuente de los más venturosos aui^u-
rioB, y Portugal, reducido á la condición de tributario, di.s-
putaría en vano una sujierioridad (pie los recursos materia-
les le negaban. Disimulando tan peno.sas ini])resiones, pero
aiTastrado jior ellas, escribió el monarca portugiu'^s á Don
Fernando, para influir en que la expedición no se realizasí'.
Al mismo tiempo, apremió á Vasconcellos que r(*dujese á
Solís á no avi'iiturarse (*n la expedición por el momento.
Cumplió el ^finistro sus órdenes, entregando la carta á
D. Fernando, é insistiendo con Solís para cambiar ideas.
No obtuvo del uno sino acpiellas ^ buenas jialabras» que
lo desesperaban, y menos aún consiguió del otro. Solís fuó
por el momento sordo á toda insimiacitai, pues ya había
entrado de lleno (‘ii (d gran proyecto que lo absorbía por
completo. Los preiiarativos del viaje se llevaban á efecto,
y la recluta del personal encargado de acompañarbí, había
sido confiada á sus cuidados. Ni siquiera tenía agravios
que vengar, desde (pie el Rey católico acababa de ivsa reirle
con honor, de todos sus auteriores disgustos. Una Real
Códula fechada en Burgos á 2o de Marzo de 1512, nom-
braba á Juan Díaz de Solís Piloto Mayor del Peino, en
reemplazo de Amórico Vespucio, cuya muerte había jiro-
ducido la vacante del cargo ( 1 ).
(1) Juiui Bautista Muñoz, IJittlonn del Nucvo-nntndo; Prúlogo.
LIBRO II. — FX DF^SCrnRI.MIKNTO
207
La noticia del nombramiento acrecentó los temores de
Vasconcellos, quien insistió con el nuevo Piloto Mayor
para conferenciar sobre asuntos de urgencia. Se vieron
ambos jior fin en Logioño, á 30 de Agosto, en casa del
Ministro, abriéndose la conferencia con el recuerdo de lo
pasado, que indujo á Solís á reproducir sus quejas, mien-
tras Vasconcellos procuraba consolarle con ofertas. Co-
rriendo la conver.sación, vinieron al asunto del día, y Solís
contó cómo estaba en disjMisición de hacerse ii la mar en
Abril del próximo ano con tres barcos, de 170 toneles el
lino, y de 80 y 40 resiiectivamente los otros dos, sí objeto
de ir á ver y demarcar los verdaderos límites de las pose-
siones ca.stellanas <pie por las alturas de la Malaca, debían
caer en dominio e.spaiíol. (’ontentáudose por el momento
con lo averiguado, Vasconcellos no (jniso ir más adelante.
De su coriespondencia con el Rey 1). jMiuuiel, se deduce,
sin embargo, que Vasconcellos y Solís tuvieron nuevas con-
ferencia.s, en una de las cuale.‘<, aquél insinuó á éste liLS más
li.sonjeras ofertas con ánimo de atraérs(*lo ; pero Solís se
mostró tan convencido del éxito y tan seguro de sus pros-
pectivas ventajas jicrsoiiales, que el Ministro creyó tiempo
]>ordido disuadirle.
(Vmuinicadas á Lisboa estas noticias, volvió inflexible-
mente la orden de insistir ante las mismas jieisonas y
con idéntico propósito. Vasconcellos se dirigió otra vez á
D. Fernando, (juien le respondió evasivamente, dándole á
entender (jue, en totlo caso, Bolís no iría solo, como si pro-
metiera de ese modo hacer la nueva demarcación de acuerdo
con los portugueses. En cuanta á Solís, no quiso verlo
Vasconcellos: tan mala impresión le dejara en su última
enteevista. Mediando tales apiu-os, recibió encargo el em-
208
LIBRO ir. — EL DESCUBRIMIENTO
bajador portugués de cambiar la entonación de sus reclamos,
y en consecuencia, pidió formalmente la detención de Solía,
como perturbador jiosible de la paz entre las dos coronas.
Ni con esto consiguió ventaja alguna; por lo cual, desespe-
rado, escribió á Lisboa que todo esfuerzo era inútil, couao-
hlndose de su impotencia con descargar sobre el Piloto Ma-
yor los dicterios de «hinchado» y «niiii».
Pi-osiguieron los ])i’eparativos de la expedición, acen-
tuándose de un modo público la noticia de su destino.
Mostróse altamente ofendida la corte de Lisboa de no ha-
ber logi-ado impedirla, á pesar de sus repetidos oficios, de-
jando sentir como una manera de recnininación por la
esca.sa cuenta en que se tenían los vínculos de familia, pos-
puestos en esta emei'gencia á las ambiciones de conquista
y lucro. Kepentinamente cambió entonces el aspecto de las
cosas. El Rey católico, tomando en con.sideración las quejas
y sospechas de su yerno, se propuso satisfacerle. Escribió
al efecto a Hurtado de Mendoza jiara que an’eglara el
asunto, asegurándole á D. Manuel que la disposición del
viaje había sido cambiada.
Mientras su embajador aípiictaba ;í la corte de Lis-
boa, avisó el Rey á los oficiales de la Ca.sa de Contrata-
ción, que había suspendido el viaje ii la Especería, pues
deseaba comunicar prc\iamente con el de Portugal, «lo
tocante lí aquella navegación». Al mismo tiempo orde-
naba, que los aprestos hechos hasta entonces para la indi-
cada empresa, se destüiasen ii la Tierra -finne, con lo cual
vino á quedar en disponibilidad la única nave que Solís
tenía aparejada hasta el momento. De esta manera, resultó
oficialmente suspendido el viaje cuya realización hubo de
originar un confiieto de familia, al mismo tiempo que ama-
gaba la ruptiua entre las dos coronas.
LIBRO II. --KL DESCrBRIMIKNTO
209
Loh motivos de esta resolución han constituido hasta
lioy un proldeina liistórico, ¿Fue el amor paterno ó la
ciencia quienes influyeron en D. Fernando para modificar
sus planes? Estuvo casado D. ^lanuel de Portugal en pri-
meras nupcias, con la hija predilecta del Rey católico, la
cual había sacrificado una inconsolable viudez, para satis-
facer las ambiciones políticas de su iiaih’c. De aipiel ma-
trimonio nació lui príncipe, futuro heredero (té ambas co-
ronas, que solamente sobrevivió veintidíís meses á la muerte
de la Reina, originada por las consecuencias del parto.
Contrajo el viudo segundas mq)cias en 1500, con otra
hija de los soberanos españoles, de la (pie tuvo numerosa
descendencia, y (.'stos eran los nietos ;í quienes se refería
D. Fernando al hablar con Vasconcellos sobre la paz de
su casa. Sería, pues, necesario suponerle destituido de todo
sentimiento natural, para asegurar que el Rey católico, en-
sordeciendo á los ruegos de su hija, rpie no permanecería
ociosa en defensa de los interes(^'; del marido, menospreció
en absoluto los vínculos de familia, al cambiar la disposi-
ción del viaje de Solís.
Pero al mismo tiempo, las doctrinas admitidas en Es-
[>aña sobre la posibilidad de un viaje de circuimavegación
del mundo, quitan lí sn arranque paternal, el inéiito de la
abuegaei()ii. Era indiscutible el asenso científico prestado
desde 1507 á la existencia de una corriente transveisal
entre los hemisferios americano y asiático; hipótesis que
remontándose á las últimas presunciones de Colón, había
concluido por ganar el ánimo de todos los cosmiigrafos es-
pañoles. El Rey católico compartía aquel dictamen, y el
enojo demostrado contra Solís en 1509, más bien arguye
despecho de no haber realizado sus proyectos, que escar-
210
LlUnO ir. — EL DESCUBRIMIENTO
miento de ilusiones propias. Así, pues, la sustitiición del
viaje 51 Isi Especería por una exploración de las costas de
Tierra -íirine, era (*1 retorno sí his ideas de la junta consul-
tiva de lilO?, Imscando por supiel lado el pasaje al hemis-
ferio sisisííicío ( 1 ). Inducen si confirmarlo, las mismas pa-
labras de I). Fcrnsmdo it su yerno, anuneisíndole haber
sido csimbiado, no el visije, sino su disposición. Cambiar la
disposición dcl viaje, es decir, su derrotero, no importaba
cambisii’ sn objelo, y así podía buscarse cómodsi salida al
Oriente, desvisíndose del trayecto conocido por los portu-
gueses, como Isi cncontrsiron ellos internsíndose por casusi-
lidad en (*1 (pie los ('spsinoles l’rccuentsiban. Tales circunstan-
cias explican Isi modificación de plsin (pie piTinitió al mo-
narca hispano, cumjtlir si un mismo tiiMupo y sin violencia
sus deberes de [ladre y de rey.
Que la inicisitivsi d(* esta modificación partió del mismo
Solís, [Kiivce indicarlo el relato de uno de sus contcmporá-
iKíos y amigos, (piien di(;e, resumiendo los antecedenti^s del
visije d(( ir)12, (pie el Piloto Mayor «.se ofreció sí mostrar
poi‘ su industria y navegación, supicllas partes (jue de los
antiguos fueron ignoradas en el snitsírtico polo»; palabras
cuyo siíulido (íonfirmsi otro historiador siiitiguo, declarando
«que las s(íteci(mtas leguas comprendidas entre el cabo de
San Agustín y el Río de la Plata, las costeó Juan Díaz de
(1) Y niiiKinc es ccnlail que cii este aña (1~>I2) —ówv Aiilonio do
HcMTCra — niandó el fícy que sr ajiarcjasc iin unció, ¡men que Junu I)iax
róldese ú unvcynr, cou deseo de hnllnr este Eslreclio, ¡mceviú ni Jíei/
de suspenderlo, por edeuder d Ins rosos de la Tierra- firiuc // prorccrlns
eoiuo coureiiin, por donde teuin esperninn, couforiue d lo que el Aluii-
rnute I). Grislóhal Itabin dicho, que se halda iauddéu de hallar Estre-
cho (Dec I, lihro ix, cnp xiii).
LIBRO II. — El, DESrUHRIMIEXTO 211
Solís el año 12, d su propia costa (1). Tenía Solís hasta
motivos de amor propio guiara proceder de esta manera. Su
injusta prisión de 1509, si le restableció en concepto de hom-
bre honesto, no dejaba de argüir contra su reputación cien-
tífica. Había.se frustrado im descubrimiento cometido it su
experiencia náutica, tenic'iido jwjr compañero á Pmzón, de
cu}"a idoneidad nadie dudaba. Era entonces Solís, ante la
opinión vulgai-, el causante del fracaso, y esto debía mortifi-
carle grandemente, como (jue vulneraba su crédito profesio-
nal. j:\iortunadamente para él, ó mejor ilicho, j)ara la gloria
de su nombre, sus opiniones anteriores se habían hecho
carne entre los cosmógrafos del reino, y formaban parte del
tesoro mental de D. Fernando, inlluyendo sus iniciativas
posibles. El Rey católico no bal)ía desespeiiido nunca, de
que se hallase, navegando hacia occidente, t im e.strecho ó
mar abierto <> que conuniii’ara ambos hemisferios, y esta
-idea, recogida de los labios de Colón, no tenía [5or (jiió me-
nospreciarla saliiMido de los de Solís, en momentos de con-
trariedad como aquellos. Encontraba, pues, el Piloto. INIayor,
la opinión jiropicia á sus intentos, en el orden científico, y
vinculada en el orden j)olílico á un antiguo designio del
monarea. Sumando estos antecedentes al motivo personal
enunciado, nace la convicción de que fué propuesta por él,
é inmethatamente aceptada por I). Fernando, la excursión
occidental de 1512.
Hasta al tiiivés de las insinuacione.s de la calumnia, se
trasluce esta misma idea. Los fundamentos en que más
tarde basó la corte de Lisboa su§^‘eclamos al Gobierno es-
(1) Oviedo, Historia f/eiicral ij natural, libro xxiii, cap i. — Gomara,
Ilispania Vidrix, Pai*t l.
212
UBHO ir. — KL DE.SC rnmM TENTO
pañol contra Solís, fueron que habiendo liuido de Portugal
para Ca.stilla, « ])crsuadió allí á alguno.s mereadere.‘<, que le
armasen dos naves con <lestino al Brasil» (l). Eliminando
falsedades y errores, queda en pie con la denuncia, el su-
puesto de haber sido costeada particularmente la flota que
condujo Solís en la exploración originaria del reclamo. Ad-
quirida subrepticiamente la noticia, sus detalles resultaron
adulterados, como acontece con toda información de pro-
cedencia anííloga, pero es notable que el fundamento de la
denuncia se armonice con la versión española, sobre la ini-
ciativa particular (pie intervino en el ajiresto de la flota.
Esta coincidencia entre opiniones (pie no podían haberse
concordado y cuyos propaladores obraban por inotis^os dis-
tintos, refuerza la afu’iuaeión de que el primer armamento
de Solís se hizo por concurso particular.
Militan otras circunstancias confirmatorias del ca.so. El
armamento proyectado para emprender viaje á la Especería,
debió constar de tres naves que se presumían listas para
darse it la vela en Abril de 1013. Cuando el Rey mandó
suspender aquel viaje, no había más que un barco apare-
jado. Sin embargo, dedúcese por datos de innegable evi-
dencia, que Solís llevó en 1512, cuando menos, dos naves
á sus órdenes, una de las cuales naufragó en el gran tem-
poral que, arrojándole aguas afuera, le obligó á abandonar
las costas platenses. Ninguno de esos biupies, á lo que pa-
rece, ora el navio aparejado pura la Especería, y de haberlo
sido, siempre resultaría que se le agregó otro ú otros cuyo
alistamiento por cuenta del Estado no consta en los anales
de la ópoca.
(1) Goiís, Chronica (Id Rcij Dom Kmanud, Part iv, cap xx.
IJBRO IT. — FJ. DESriTBRmiEXTO
213
El secreto que hasta hoy encubre todos los detalles re-
lativos á este primer viaje de Solís, hace que apenas se en-
cuentre el rastro de sus huellas. Testimonios irrecusables
suministrados casualmente, confírman la aserción de los
primeros historiadores en cuanto á que el viaje se liizo, y
documentos oficiales cuya enunciación promete plena luz
para algún (lía, establecen que se comprobó formalmente.
Esta reserva, que desorientó al cronista oficial de Felijie II,
obligándole á rectificarse en el cimso de sus Décadas, de-
muestra la importancia de aquella exploración, cuyos re-
sultados no se querían ex|X)ner á nuevos reclamos que en-
torpeciesen la sanción irrevocable de los hechos. No de
otro modo se explica la concordancia de testimonios posi-
tivos para comprobar la realización del viaje, y al mismo
tiemiK), la ausencia de documentos oficiales que surtan
igual efecto (1).
De esta anomalía no se sigue que el viaje de 1512 en-
cubriese una estratagema de mala ley, destinada á favorecer
torcidos propósitos. El carácter suspicaz y desconfiado del
( 1 ) El señor Madero, en su Historia del Puerto de Buenos Aires,
refiriéndose á doeumentos rui/a copia auténtica afirma poseer, establece
que en 27 de Mayo de 1513, contestando ú los oficiales de la Contra-
tación que le avisaban tener malos informes dé Solis, replicaba el Itey,
que los adelantasen secretamente, y <si hallaran culpable á Solis, le
prendieran*; ayreyando que aprovecharan el nqjjto que decían tener para
el viaje de Solis, aporque, aunque el haya de hacer el viaje, no será tan
breve*. Para que esta refereneia lurie.rn el valor que se le atribuye, se-
ria necesario probar que Solis se hallaba en la Península hacia esa
fecha, pues en cuanto al viaje aludido, sabemos por el mismo señor
Madero, que era el viaje oficial á la Especería recién ¡lostergndo. Y uun
cuando se llegara á confirmar la presencia de Solis en España hacia
1513, ello no probaría que desde la suspensión del viaje ú la Especería
hasta 1516, no hiciera el Piloto Mayor dos viajes al Rio de la Plata.
214
LIBRO n. - F,L DE.SCrURIMIENTü
Rey católico, se presta á rodear sus actos de uua segunda
iutencióii, explotada con exceso. Partiendo de semejante
criterio, no ha faltado quién le atribuya mii’as inconfc.sa-
bles al despachar .secretamente tí Solís en aquella data.
Pero el testimonio de los hechos demuestra que a.sí como
el viaje íi la Especería fué leal y efectivamente su.spendido,
no militaha razón alguna pai’a (pie la exploración del he-
misferio opuesto, dejase de emprenderse en cualquier mo-
mento. 8i era un acto de [irudencia buscar el pasaje á
Oriente por aquel lado, lo era li la vez de tal licitud, que
cuando .s«í encontró al lin, los portugueses no tuvieron ob-
jeción que hacer, l^a estratagema hubiera consistido en
despachar .secretamente á 8olís con destino á la Especería,
de.spués de haber su.sjiciulido olieialmentc el viaje; iiero no
la había en que D. Fernando realizase un designio hasta
entonces acariciado y sicmiae frustrado por eircun.staneias
ajenas á su voluntad, (ívitando al mismo tiempo (pierellas
de familia.
(filien ai’inó las carabelas que constiluyei’on la Ilota des-
cubridora, es dato ignorado hasta hoy. El proce.so abierto
por ^Mllalobos y remitido al Con.sejo de Indias por inter-
medio d(; Juárez de Carbajal, diFe contener éstos y otros
detallc.s, (;omo que fueron llamadas á declarar en él, todas
las personas provenientes del Plata, que á la .sazón .se ha-
llaban en la Península por cualquier motivo. De ese docu-
mento importantísimo, ipie impuso silc^ncio á las prden-
siones de los portugueses sobre la prioridad del descubri-
miento del Río de la Plata, han de constar también, los
nombres de los capitanes de los barcos, y el día exacto
de su arribo á. uue.stras costas. Pero mientras el jiroceso
duerma hacinado entre los estantes del Archivo de ludias.
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
215
es necesario atenerse á las r(*ferencias truncas que la ca-
sualidad siirainisti-a.
Ultimados los preparativos del viaje, Solís se hizo á la
vela en aquel mismo año de 1512, sin que se tenga cer-
teza del día ( 1 ). Su navegación hasta el calió de San
Agustín, jiarece no halier ofrecido novedad. Adelantando
camino, encontró entre los 35 y 3ü" una grande ahni, de-
lant(; de la cual jiasó sin detenerse. A la altura de 40“ cam-
bió de ¡lian, retrocediendo en procura del abra indicada,
euyíi existencia dejaba suponer una corriente transversal.
Confirmóse, en efecto, e.sta siqiósición, apenas entró en el
vasto caudal de aguas que se remonta hacia el N. O. Es-
timulado del hallazgo, siguió intei’iuíndose ¿i lo lai’go del
río, en cuya costa septentrional dio fondo.
tiran aquellos parajes, tierras del actual Departamento
de Maldonado, habitadas entonces por los charnias, quie-
nes recibieron de jiaz á los expedicionarios. Solís, por su
parte, apenas desembarcado, se dió jirisa it ejercer en la
jilaya, actos de oficial dominio. 1 )es}més de las ceremonias
del caso, colocó niuclias cruces en tierra, para seDalar la
incorporación de esta á las posesiones del Rey eatólico.
Aquel trjímite sencillo en la ajiai'iencia, ú que los indígenas
asistían estupefactos de admiración, era precursor de gran-
des acontecimi^jitos. ICspaña acababa de marcar la huella
de una nueva conquista, y las tierras del Uruguay, hasta
entonces amuralladas i)or la barrera del Océano, descubrían
su punto vulnerable en esa misma barrera. Por aquellas
(1) Herrern, Jlisloria dr. laa Indias Occidentales, Dec IV, libro viu,
cap XI.— Oviedo, Tlistona ycneral y natural, libro xxiii, cnp i.— Go-
mara, llisjtaniu Viclrix, Piule I.
216
L1BHO II. — EL DESCUBRIMIENTO
costas debían entrar en el futuro, las expediciones milita-
res españolas, que, ora vencedoras, ora vencidas, concluii'ían
por hacerse dueñas del país.
Quedo muy contento Solís con el resultado obtenido.
Deseaba prolongar su permanencia en el río, para adelan-
tar informes sobre la condición topográfica de la tierra y
BU extensión, pero una violenta tempestad sobrevenida de
improviso, le obligó á alejarse de la costa, donde no había
acertado á tomar buen puerto. La tempestad fué creciendo
hasta poner en peligro la suerte de los expedickmanos.
Uno de los buques de la ilota, no pudiéndola resistir, su-
cumbió, perdiéndose toíalnuMite. Quince años más tarde,
recordaban el hecho por distintos motivos, dos de los tes-
tigos presenciales de aquella catástrofe ( 1 ).
Corrida la tempestad, prosiguieron los expedicionarios
su viaje de retorno encaminándose á la Península, donde
arribaron en fecha que también se ignora. Solís había
cumplido la promesa de mostrar por su industria y nave-
gación, aquellas paites desconocidas á los antiguos, y pre-
sentidas por el Rey católico como el hallazgo de una solu-
ción á los conflictos con su yerno. La acogida debía ser de
las más favorables para el descubridor, que afirmando su
reputación propia, concurría al logro de las miras acari-
ciadas iior el monarca. Y en efecto, ya no volvió á ha-
blarse por el momento del suspendido viaje á la Espece-
ría, sinó que ocupó la atención de D. Fernando, este des-
cubrimiento feliz que adelantaba sus gi’audes proyectos.
Animado por tan halagadoras resultancias, convino en
(1) N.° I en los Doc de Prueba.— '¡^avfíxvele. Colección de Viajes,
tomo V, § IX y Doc x.
Lllino II. — EL DESCUBRIMIENTO
217
despachar lí Solís nuevaiiiente al teatro de su fortuna. En
24 de Noviembre de 1514, Iiizo asiento con él, comprome-
tiéndose á cnti'egarle 4000 escudos de oro en tres datas,
d«sde Enero á Marzo del año pró.ximo siguiente, con cargo
de re(!ÍI)ir el tercio en los beneficios de la expedición, y no
pagar sueldos ni otra cosa alguna ú los expedicionarios de
clase subalterna. Por su parte Solís se convenía en alistar
3 naves, de CO toneles, ó sean 72 toneladas la una, y de 30,
o sean 30 toneladas las otras dos, tripulándolas con 60
personas y bastimentos para dos años y medio; bajo la
obligación de admitir un factor y un contador, (pie el Rey
nombraría para la mejor tutela de su parte de beneficios y
entrega eabal de lo restante al Piloto ( 1 ). En los diversos
capítulos del asiento, así como en el pliego de instruccio-
nes, se marcaba con seguridad el rumbo de su viaje actual.
« Que vos — decía el Rey á. Solís — seáis obligado á ir á
las espaldas de la tierra donde agora está Pedro Arias, mi
Capitán General é Gobernador de Castilla del oro, y de allí
adelante ir descubriiaido por las dichas espaldas de Castilla
del oro mil c selccicnfciíi Ic^um é más si jmdicrdes, con-
tando desde la raya é demarcación que va por la punta de
la dicha CastiUfí del oro adelante», etc. Esta precisión para
señalar las distancias, desde el punto de salida al de arribo,
indica que se iba .4 paraje conocido.
Había cu el asiento efectuado cutre el Rey y Solía un
párrafo muy honroso para este último. Era costumbre de
los descubridores pactar de antemano algunas mercedes
para sí, que aceptadas por el monarca, les gai’antía buenas
(1) NavaiTetc, Cokcciún de r ¡ajes y descubrimientos, tomo iir, Docs
XXXV -XLU.
218
I.IBRO II. — KL DESCURIMMIENTO
recompensas de futuro en lo.s sitios á (pn; por ventura lle-
gasen. Invitado Solís ¿í que hiciese igual pedimento, se
negó á ello, diciendo que dejaba jí la voluntad del monarca
el premio de sus servicios, ca.'^o de resultar meritorios des-
pués de efectuados. A lo cual contestó el Rey con sencilla
nobleza: «Porque vos, el dicho Juan Díaz de Solí.s, no
queréis al presento suplicarme que vos liaga ninguna mer-
ced, ni asentar, ni capitular .sobre ello cosa alguna, sino
dejaislo para que vistos los servicios que vos hicieredes,
que así seáis remunerado: Yo digo que lo miraré é haré
con vos de manera que seáis satisfecho, é recibáis merce-
des por vuestros servicios». Tal era el hombre á quien
Va.sconcellos pinlal»a ruin é hinchado.
Mediando estas circunstancias, daba Solís de mano á
sus apronte.s, cuando le detuvo el inesperado aconteci-
miento de abrírsele una de las tres carab(‘las qiu* apre.staba
en Sevilla, á causa d(í hab(‘rla varado con carga (jueriendo
limpiai’ sus fondos. Pai’a sulisanar este contratiempo, el
Rey le dió 75.000 maravetlís, con lo cual pudo comprar
otro barco. Deseando siempre estimularle, le concedió para
BU hermano Francisco de Soto el nombramiento de Piloto
Mayor, mientras durase su ausencia, y el de segundo piloto
de la exi)cdición á su cuñado Francisco de Torres, quien
debía embarcarse con Solís, recibiendo anticipadamente un
año de salarios, para dejar suplidas las necesidades de su
casa. Lista ya la flota, embarcáronse los oflciales del Rey,
contándose entre éstos, Francisco de Marquina, factor, y
Pedro de Alarcón, contador y escribano. Solís se hizo á la
vela del puerto de Lepe en 8 de Octubre de 1515, enca-
minándose á Santa Cruz de Tenerife.
En el curso de la navegación, pasó algunas de.sazones.
LIBUO ir. — EL DESrUBniMIKNTO
219
Desde la salida de Toiierife hasta avistar la costa de San
Roque, se acentuó la fuerza de las em ricntes, que ya en
este último punto, pugnaban por desviarlo. Luchando con
c.sa tliíiciiltad, llegó al cabo tle San Agustín, y de ahí se
dirigió ú Río Janeiro, anclando en tlicho puerto el 1 ." de
Enero de 1510, según se presume. De Río Janeiro, corrió
la co.sta siempre al Sur hasta el cabo de Santa María, fon-
deando en varios parajíís de (*lla y reconociéndola con mi-
nuciosidad. A falta de un diario de navegación, desdi' que
dobló el cabo de Santa María en adelante, piu'de snjilirse
la deficiencia consultando el almanaque, cuyo santoral ha-
bilitaba ú los marinos cristianos de aquellos tiiaiquis con
nombres para los parajes (pie de.scnl irían. Pasadas las islas
de Lobos, entró cu un puerto situado en 35", al cual puso
por nombre Nucslm Señora de La Candelaria, altura
geográfica y denominación que indican haber llegado á
Maldonado el 2 db Fi^brero de aquel aOo.
Semejante travesía de ICspaña al JMata, verificada en
cuatro meses, era un viaje rá})ido pai’a aquellos tiempos;
pue.sto que, en adelante, fue })lazo común el de seis meses
para hacer igual camino; y perfeccionada la navi'gación á.
últimos del siglo xviii, empleábanse noventa (has de Mon-
tevideo á Cádiz ( 1 ). Agregúese que la minuciosidad de loa
reconocimientos, para dejar exjiedita á los [úlotos del Rey
una navegación tan nueva, hizo más prolija la marcha de
lo que pudiera haber sido. Bajo auspicios basta entonces
sonrientes, ancló Solís en la Candelaria ó Maldonado,
(1) Detiinrración y IhiiUes dr las Indias (np Ardiiro de Indias,
tom xv). — Francisco Javier do Viaiia, Diario dr riajr de las eorhe-
las « iJesrahiriia - y ■ Ah crida , Fpoca F‘.
i«j.
Don. Ebp.— 1.
220 LIBRO II. — EL DE.SCUBUI MIENTO
tomando solemne posesión por la corona de Castilla, con
los trámites usuales. Después siguió viaje, remontando
el curso del río hacia el N O. ^ /^N., camino indicado por
su natural trayecto.
Sabiéndole poco salada el agua desde los 85“ hasta los
34 y Ya en que ahora le colocaba su incursión hacia el
N O., llamó á la corriente transversal comprendida entre
esas dos latitudes Rio de loa Patos, nombre que aceptó
más tarde otro descubridor, tan ilustre é infortunado como
él. De allí adelante, franqueando el abra cuyas aguas son
verdaderamente dulces, llamó Mar Dulce (\ su caudal.
Animado á completar esta vez el descubrimiento, se ade-
lantó aguas arrilia con la menor de sus carabelas, y des-
pués de haber dejado atrás una i.sla que bautizó con el
nombre de Martín García en recuerdo de uno de sus
despeaseros ó pilotos muerto allí, dió fondo en las costas de
la Colonia, desembarcando seguidamente. Confiado en la
buena hospitalidad que le esperaba, á juzgar por la que
tuvo en su primer arribo al país, se internó al frente de un
gi’upo armado de 50 marineros, y acompañado del factor
Marquina, el contador Alarcón y el grumete Francisco del
Puerto.
Los chaiTÚas observaban á los expedicionarios, sin ha-
cer ningima mención agresiva. ¿ Hubo de parte de Solís ó
los suyos, provocación que justificase la actitud subsi-
guiente de los indígenas? No existen datos sobre ello, aun
cuando sea presumible, atentas las repetidas pruebas .sumi-
nisti'adas por su conducta posterior, que esta voz, cual to-
das, los indígenas se preparaban á vengar un agi'avio reci-
bido. Como quiera que fuese, mientras la actitud pacífica
de los únicos visible.s, alejaba toda sospeclia, un fuerte
LIBRO II. — EL DE.SCÜBIlIMIEVrO 221
gi’upo emboscado en las proximidades donde se iiaeía el
desembarco, premeditaba acojiieter á los españoles. Solís,
que no había advertido la treta, adelantóse basta el lu-
gar de la emboscada, y apenas estuvo á tiro, llovió sobre
él y su comitiva una nube de flccba.s. Dándose cuenta
entonces de su situación, trataron los españoles de hacer
rosti’o al enemigo, que les esti’cchaba jior todos lados, y aco-
metiendo bravamente, quisieron abrirse paso por (‘iitre los
indígenas (1).
Recia filé la pelea. Abrumados á flecbazos y pedradas,
los españoles vieron caer á Juan Díaz de Solís, al factor
Marquina, al contador Alarcón y á muchos de los marine-
ros. Francisco del Puerto fué herido gi’avementc y captu-
rado prisionero. Los pocos solirevrvientes de la comitiva,
heridos y estiopeados, hicieron gi’andes esfuerzos para lle-
gar á la costa, á fin de tomar segiu-o entre sus compañeros
del barco mayor. Precipitáronse á los botes, y como mejor
pudieron, comenzaron á remar hasta aproximarse á la cara-
bela, cuyos tripulantes les aguardaban sin darse cuenta de
lo acontecido, pues parece que el combate tuvo lugar en
im terreno sinuoso que impedía presenciarlo á los del río.
Apenas subieron á bordo los fugitivos, aparecieron en la
costa los chaiTÓas atronando el aire con sus acostumbrados
gritos de guerra, y tomando pose.sión de uno de los botes,
olvidado en la precipitación de la fuga, lo quebraron y que-
mar«n. Inmediatamente jugó la artillería de la carabela
contra ellos, pero fué inútil su auxilio, porque las balas no
(1) Herrern, Historia (Je Jas ItxJins, T)ec ii, libro i, cap vii.— Oviedo,
Historia (jRumtJ // mturaJ, libro xxiii, cap i.— Gomara, IJis/innia Vir-
trix, Part l.— Lobo y Riiulavcts, Mmiiint (Jr Ja namjación <Jd Jíin tJr
la PJata, cap i (2“ edición).
222
LIBRO n.— EL DESCUBRIMIENTO
alcanziiban hasta oí sitio oii que so veía á los indígenas.
Añadido esto á las ineparahles jxTdidas sufridas, completó
la desazón y el abatimiento de los españoles, que no sabían
cuál partido adoi>tar en trance tan desesj)erado. Bajar á
tierra era exponerse sin probaliilidad de éxito, contra aque-
llos indígenas entusiasmados por su reciente triunfo, y per-
manecer inactivos importaba dejar sin venganza la muerte
de sus jefes.
Elntre tantas inquietudes é incertidumbres, liízose oir la
voz de la prudencia. Oi)inaron los más sensatos que no se
comprometiera nueva aeeióu, basta no bailarse j)or lo me-
nos todas las fuerzas de los descubridores juntas. Se
acordó entóneos jiartir en busca de los compañeros que es-
taban por orden de Solís aguas abajo, yendo inmediata-
mente á su encuentro. Luego de saber lo acontecido, opta-
ron aquéllos por la r(>tirada, uniformándose todas las opi-
niones en igual concepto. Con ese designio, tomó Francisco
Toitcs el mando de la flota según le correspondía, y se
dieron á la vela.
El Océano les recibió con traidora braveza, desde que
franquearon el cabo de Santa María, en cuya altura se des-
ató un fuerte temjioral. Corriéndolo, naufragó una de las
carabelas. Gran parte de sus tripulantes se pcnlieron, y el
resto desertó, ganando la costa, j)or donde se internó á la
ventui'a, para agregarse más tarde al núcleo de los pobla-
dores de Santa Catalina, formado por otros náufragos so-
brevivientes de la primera expedición. Tan repetidos que-
brantos, culminaron la desmoi’alización de los expedicio-
narios. Con todo, siguieron viaje al arrimo de la costa,
ansiosos de reponer, cuando menos, una parte de las pér-
(bdas pecuniaria.s, obteniendo j)or trueque efectos de la
I.roRO II: — KI> DEPCrnRIMIKXTO
223
tieiTM. En el trilnsito híí les tlesertaron INIelclior Ramírez y
Enrique Montes, cuya futura influencia en el rumbo de los
descubrimientos, nadie podía suponer.
Llegados á la bahía de los //mrí’/í/c.?, hicieron provisión
de madera brasil, y no .se .sabe si de algunas docenas de
cueros de lobo, pues hay quien sostiene <[ue fueron obteni-
da.s en nuestras islas de este nombre, las jiieles de e.sa pro-
cedencia que constituyeron partí; del cargamento de retorno.
También obtuvieron por rescate, una pequeña esclava. Sa-
lidos de allí, navegaron con rumbo á la Península, cuyas
costas avistaron en Agosto de 1510. C’inco mc.ses de.spués,
instauro Portugal una violenta reclamación contra los ex-
pedicionarios, pidiendo sii inmediato castigo, como viola-
dores de los dominios pertenecientes sí su corona. Y así
concluyó este segundo viaje, emprendido bajo tan sonrien-
tes auspicio.s.
Luego (jue se supo la triste suerte de Solís, loa descu-
brimientos efectuados en el Plata dejaron de llamar la
atención pública; y así los particulares interesados en la
conquista de establecimientos coloniales, como el Gobierno
siempre dispuesto á favorecerlo.s, dieron al olvido nuestro
suelo. Nuevos acontecimientos producidos en Europa y
pingües ventajas obtenidas en el Norte del continente ame-
ricano, dirigían la actividad política y guerrera de los espa-
ñoles hacia latitudes distantes de las nuestras. El Río de
la Plata no había recibido aún su pomposo nombre, pues
apenas si era conocido entoiuies por el de su descubridor,
justifleándose así el olvido de que era objeto. Agi*egábase
á esto, la muerte de 1). Fernando de Ai-agóii (1516), piin-
cipal instigador de los descubrimientos hacia el Atlán-
tico austral, por donde buscaba el pasaje á Oriente.
224
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO
Carlos V, sucesor del Rey católico, no alimentaba por
entonces ideas que le determinasen sí imbuirse en la con-
quista de estas tierras. Preocupado con la influencia que
le disjuitaban las altivas noblezas de Castilla y Aragón, y
muy deseoso de colocar en los primeros puestos á los fla-
mencos que le acompafíaban, tenía ya en su mente, acen-
tuada predisposición hacia aquella política que originó tan-
tos disturbios. Por su parte, los validos flamencos, como
ignorantes que estaban de los negocios cuya dirección se
ponía en sus manos, vagaban en la mayor incertidumbre
respecto al sesgo que debían darles, y si era extremada su
vacilación en resolver por el momento los asuntos de Eu-
ropa, completa era la repugnancia que mostraban para ocu-
parse de los de America (1). Las guerras europeas, las
disensiones domesticas y todo el dimiilo de suce.sos que
acompañó los primeros tiempos del reinado de Carlos V,
hubieran sido óbice para que su gobierno se ocupase de
nosotros, á no mediar un incidente casual que de.spertó la
sinqiatía á favor de los grandes viajes de exploración.
Hernando de Magallaneís, hidalgo portugués á quien su
soberano había ofendido, negándole un pequeño aumento
(l) En lodos rslos rZ/V/.s- — dico Iviis Casa.s — co»//o el lien era tan
narro, no solo ra sa reñida, ¡irro landiién en sa edad, itcni, asiinisnio
en lo narión, y ladna roinelido lodo el yohirrno de aqnellos reinos d
los flainrnros sasodicitos, y ellos no coynosciesen las personas grandes
y ehieas, y oyesen y entendiesen los nrgoeios con macho tiento y lar-
dasen en los despachos, y no se confiaban de ninynna persona te-
miendo ser engañados con falsas informaciones (y tenían mucha ra-
xún, ¡strqae las relaciones tjae oían de machos eran dirersasj, por
todas estas ra\(mes estaban todos los oficios y las cosas de aquellos
reinos suspensos, y macho más las cosas locantes ü estas Indias como
más distantes y menos coynoseidas* (Fray Bartolomé de Las Casa?,
Historia de las Indias; tomo xv, libro lu, cap c).
LLBHO II. — F:I> DESCUHRIMIKN'rO
225
(Icí Hiieldo (Icstiniulo ú darle inái^ lionra (juc provecho, se
desobligó píUilieaniente de todo vínculo de obediencia con
el monarca, y presentándose en 1517 á la Casa de la
Contratación de Sevilla, ofreció á sus oficiales descubrii- un
nuevo camino á las islas Molueas, (pie asegiu’aba pertene-
cían á España, á jiesar de todo lo dicho en contrario. No
teniendo la Casa facultades pira abordar el asunto, resol-
vió Magallanes tratarlo directamente’ en la Corte, pero
entre tíuito (pie llegaba la oportunidad, por hallarse au-
sente el Emperador, contrajo buenas amistades en Sevilla,
donde más tarde debía casarse. A poco de estar allí, se le
unió el bachiller Rui Falero, también portugués, coaso-
ciado á sus proyectos, matemático de profesión^’^ dado á la
astrología, locuaz para expresarse, aunque de juicio no muy
cabal. Sabiendo que Magallanes había revelado á ciertas
IK'i-sonas el secreto de ambos, estuvo á punto de romper
con él, pero avenidos al fin, se concertaron de nuevo, in-
corporando á sus planes á Juan de Ai’anda, factor de la
Conti’atación, y Cristóbal de Haro, poderoso comerciante
de Amberes, que había venido á ICspaña disgustado con
el Rey de Portugal, y meditaba vengarse armando á costa
propia las naves necesarias para emprender el viaje á las
Molueas.
Llegó el Emperador á Valladolid, y para allá se dirigie-
ron Magallanes y Falero en los primeros días del año
1518. Les esperaba i\j*anda, á fin de presentarles á los
principales magnates de la Corte priqiarados de antemano
por él mismo, con cartas y noticia.^. Sin embargo, |a pri-
mera impresión fué desfavorable á los postulantes. Falero,
cuya ideahdad rayaba en el charlatanismo, no era para
seducu’ á hombres instruidos por los (pie se habían for-
220
LIHKO II. — EL DESCUnRLMIEX’l'O
mado niidicmlo si c*ompji8 ol Oc^ino, y Magidlanes, con su
extcrioridail liiunilde y la sospecha de que buscaba reali-
zar una venganza antes que rendir lui servicio, se enaje-
naba ])reviainente toda simpatía. Ambos poseían, empero,
aquella fu(*rza oculta, (pie puesta j1 disqiosición de los gran-
di‘s designios, es su mejor auxiliar, porque resiste y vence
las contrariedades. Falero representaba la fe y Magallanes
la certidumbre en el logi-o de la empresa. Rebatieron to-
dos los argumentos que se les oponían, captándose el
ánimo de algimos de sus oyentes, entre ellos el obispo de
Burgos, que desde luego se les declaró protector decidido.
^las el escepticismo de la mayoría era tan gi’ande, que
aquella vislumbie de espiíranza se apagó pronto. Magalla-
nes, tenido en cuenta de visionario, empezó á correr las
angustias de cualquier pretendiente Milgar, asediando las
ante.salas de los poderosos. En una de esas estaciones in-
terminables, se encontró con Las Casa.s, que llegado de
Amenca, cruzaba los salones de la Griui Cancillería, donde
el futuro d(\scubridor del Estrecho había ido á explicar sus
proyectos. La franca rudeza del apóstol de las Indias, se
manifestó luego que supo (piión era aquel hombre, y abor-
dándole sin rodeos, le interrogó quó camino jiensaba llevar
para conseguir sus intentos. <• h'é á tomar el cabo de Santa
María — dijo el interpelado — y de ahí .segiiin'* por la costa
arriba basta topar con el estrecho». — «¿Y .si no encontráis
estrecho jiara pasar por la otra mar? » insistió fray Barto-
lomé. — «Iivporel camino que los portugueses llevan»,
replicó Magallanes cortando la conversación ( 1 ).
Pasado por el tamiz de tantas opiniones y reipiiriendo
(1) Las Casas, ílisloria dr, /ax Indias; tomo iv, cap ci.
LIBRO II. — EL DERrUBRIMIENTO
227
el coiicurrto de tjintos peisoiuije.s, el proyeetíido (lLw;iibri-
luiento !<e hizo pfihlieo. Luego de tnislueirse eii Ijisboa,
emiiezaron los ardi(]i*s para dificultarlo. Volvía á plan-
tearse para lo.s portugu(íse.s la cuestión de Solía, agravada
ahora con todos los síntomas de un ó.xito posible. Portu-
gal iba SI ser herido en el corazón de su preponderancia
mercantil, si España frampieaba al fin el Oriente por el
Occidente, apsireciendo en el Océano Indico ])ara empren-
der el comercio dt> la especería. Y todo hacía presentir ii
la corte de J./i.sboa (jue el ¡iroyecto debía realizarse, luego
(|ue el Emperador se die.se cuenta de su practiesdiilidad, pues
no su.scitsindo confiietx) alguno entre los derechos de ambas
coronas, prevenía cusdquier oposición racional, mientras
concluiría por halagar las aspiraciones pecimiarisis de Car-
los V, urgido por mil necesidades. Así es que, á la inversa
de lo opinado en Valladolid, donde Magallanes era tenido
por ilu.so, se reputaba factible y abrumador su proyecto en
Lisboa, poniéndose en jiu'go para imposibilitarlo, todo me-
dio, sin excluir los más reprobados.
Alvaro da Costa, embajador jiortugués que negociaba el
tercer ca.samiento de su Iley con u|ia princesa de la casa de
Esiiaña, pu.so por obra disuadii- al Enqierador de toda pro-
tección á Magallane.s, y para el efecto, empleó iguales ra-
zonamientos que Vasconccllos para impedir el viaje de
Solís al hemisferio asiático. Apeló al socorrido recui’so de
los lazos de familia y los beneficios de la paz entre ambas
coronas, afeando con audacia el disgusto jirovocado por la
admisión de un portugués descontento al servicio español,
cuando se trataba de esti’echar el deudo entre ambos mo-
narcas. Mientras procedía así con el Emperador, tenía con-
ferencias con Magallane.s, á quien acriminaba de ser mal
228 UBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
cilulaflaiio, desdo que concurna á turbar la i)az do su jiaís,
provocando la onoiuistad entro ambos royos. Magallanes se
desentendió de Costa, alegando el compromiso de su pala-
bra empeñada, pero el Emperador estuvo á i'unto de ceder,
si el obispo de Jíurgos no lo luibiera traído sí partido, de-
mostriíndolo que aquella, teripiedad comprobaba la sensa-
tez de los iiroyectos de Magallanes, con lo cual restableció
la jiosición de óste, poniendo sí Carlos V de su parte.
No obstante, la corte de Lisboa, sin darse por vencida,
proseguía activos trabajos á fin de frustrar la empresa. Era
opinión* de algunos de sus dignatarios que se mandase lla-
mar á Magallanes, para premiarle si desistía, ó hacerle ma-
tar en caso negativo. Otros señores que rodealian á Don
Manuel manifestaron opinión diferente, lo (pie no obstó para
que el marino fuese contrariado y perseguido dentro de la
misma España, donde el Gobieiaio portugués supo crearle
enemistades que pusieron á prueba hasta su dignidad per-
sonal ( l). Pero aquella persecución sin tregua, e.stimuló la
energía del futuro descubridor. Queriendo vencer los ar-
gumentos que provocaba el costo de la exiiedición, ofreció
el contingente de Cristóbal de llaro, quien se comprome-
tía á armar de su peculio y el de sus amigos, las naves que
fuesen necesarias. Semejante muestra de confianza, le
atrajo totalmente la simpatía del Emperador, que sancionó
por fin la empresa, resolviendo se hiciera el armamento y
apre.sto de la flota á expen.sas del Estado.
Presentaron entonces Magallanes y Palero (Marzo 1518),
un memorial que definía sus pretensiones como futuros
(1) Goes, CIt iónica (M líri/ Doin Eiminiiel; Piirlí* iv, cap xxxvii.—
Lu 8 Ca-sH», llisloria de las Indias; tomo v, cap cuv.
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 229
(lesculiriclores y liantes de la parte que les cupiese
«en la.s muchas islas y tierras que se proponían colocar
bajo el dominio español ». La tramitación de ese docu-
mento, cuyos márgenes se llenaron de observaciones y no-
tas, entorpeció durante un año los planes de sus firmantes.
Objetábanse por la cancillería española casi todas las cláu-
sulas principales, reputándolas oscuras, c.xcesivas ó inoixir-
timas. El compromiso del Emperador, sobre tomar á su
cargo los gastos de la empresa, era omitido, y la determi-
nación del derrotero que había de seguir la expedición se
exigía indispensablemente. La mano de los validos flamen-
cos que rodeaban á Carlos V y eran hostiles á Magallanes,
andaba en todo c.sto, y Alvaio da Costa pudo siqxmer du-
rante algóu tiempo, segóm lo escribió á su soberano, que la
empresa iba en vía de fracaso.
El efecto de estas contrariedades refluyó notablemente
sobre Falcro, quien empezó desde entonces á dar muestras
positivas de aquel desequihbrio que debía conducirle á la
enajenación mental. Magallanes, más entero y firme, crecía
en ánimo á compás de las dificultades. Siguiendo al Em-
perador en su rápida gira al través de vanas provincias
españolas, activaba el despacho de sus asuitfbs con una pa-
ciencia que debía aplastar á sus perseguidores. Vuelta la
Corte á Valladolid, se formalizó al fin por escrito lo que
tantas veces había sido prometido y postergado. Carlos V
firmó con Magallanes y Falero en aquella ciudad, á 21
de Marzo de 1519, un convenio por cuyas principales
cláusulas les concedía: l.“ navegación exclusiva durante
diez años á los países que descubne.sen ; — 2." concesión
perpetua pai-a sí, sus hijos y herederos de juro, del título de
gobernadores y adelantados de dichos países, con el 20
230
I.roRO II. — ET. DESCUBRIMIENTO
de los beneficios netos que produjesen; — li." liabilitación
de recursos materiales para acometer el primer viaje, por
medio de un armamento que constaría de cinco naves, dos
de ellas de 130 toneles, otras dos de 90 y una de 70, ar-
tilladas y abastecidas convenientem(*nte, y con una tripula-
ción de 234 personas ( l ). Como era de práctica, el Empe-
rador se rc*servaba nombrar factor, tesorero y contador para
la buena cuenta y razón de la hacienda pnldica.
La Casa de la Contratación de Sevilla, obligada por sus
funciones á conocer desde lue»;o en el asunto, empleó todo
rcnirso hábil para trastornarlo. Profesando los oficiales de
la Casa honda y «‘Tatuita antipatía lí Map;allanes, llevaron
ese mezquino sentimiento basta concordarse con los agen-
tes secretos de Portu<;al á fin de perder al marino, suscitán-
dole rencillas que le indis[nisieron con su asociado Palero,
y neniándole auxilios pecuniarios que le estaban concedidos
por su reciente contrata. Ésta era la óltima y más jiorfiada
batalla que le esperaba, pero ya tt*nía de su lado al Empe-
rador, (piien le (lió muestra ostensibbí de ])rotccción, reei-
bií'ndole junto con Palero (ui audiencia póblica, donde
confirmó á uno y otro sus títulos de capitanes de armada
y les hizo caballeros de Santiago, ordenando t*n si^guida
(pie se cumpliesen sin demora las [irovidencias para el des-
liadlo de la ilota. Por fin, allanado todo, se proveyeron
las jefaturas de las cinco naves expcdicionaria.s, cabiendo
á Gaspar de Quesada el mando de la Concepción, en la
cual iba por maestre ó segundo jefe Juan Sebastián del
Cano, tan ci4clire despuós. Cupo el mando do la San A?i~
tonio á Juan de Cartagena, que al mismo tiempo era vee-
(1) Documentos iuedifos del Archivo de Indias, tomo xxii.
IJBRO II. — EL DEaClIBRIMÍENTO
231
(lor de la armada y suplía i1 Rui Falero, excluido del viaje
por niimdato iiuix^nal i1 pretexto de que fomentase otro
armamento destinado a seguir el que se daba á la vela. La
Victoria fue ¡luesta tí ordenes de Luis de Mendoza, teso-
rero de la armada. Juan Serrano obtuvo el mando de la
Santiago, entre cuyo rol iba de paje, es decir, aprendiz de
marinero, un Uú Diego García, natural de Palo.s, tí quien
se ha confundido con el piloto del mismo nombre. Maga-
llanes izo su insignia de Ciqtitáu Alayor cu la Trinidad.
Hecbo testamento, y despuí^s de legitr su patrimonio de
caballero de Santiago al convento de monjes pobres de
Santa María de bi Vietoriti (*u '^rriana, donde babía reci-
bido solemnemente el estandarte Resil, envió Mtigallancs
al Emperador una mcmoriti cirennstaneiada de la navega-
ción tí la Es])ccería, seíltdando Itis costas y etdtos principales
(pie etiían en el dominio cspabol. El objeto de este docu-
mento erti itrevenir que el Rey de Portugal, caso d(* fallecer
el de.scnbridor dnrtinte el vitijc, reeltimasc como projtitis
las islas de la Espcceríti, ftdsifieando el derrotero hasta
ella.s, scgóii erti presumible que aconteciese. Adoptadas así,
con admirable serenidad de ánimo, todas Itis precauciones
que asegurasen el logro de la cnqtresa, Mtigttllanes se dió
tí la vela del puerto de San Lííetir do Barrtimedti, cu 20
de Septiembre de 1 5 1 9.
Iba el personal expedicionario trabajado ¡xtr disensiones
que sólo espertiban ocasión propicia para estallar. Los ca-
pitanes españoles que obedecítin al futuro descubridor del
Estrecho, tenían celos de nacionalidad, sin que hieran ex-
traños tí rencores de otrti procedencia, algunos de los pilo-
tos portugueses alisttidos en el armamento. El segundo
jefe de \íí escuadra, Juan de CJarttigentq mostró desde sus
232
LIBRO U. — EL DESCUBRIMIENTO
primeros actos, señalatla tendencia á insurreccionarse, hasta
que ú, la altura de las costas de Guinea, un altercado sobre
el deiTOtero, puso fin á la ])aciencia de Magallanes, quien
aprehendió y destituyó a Cartagena, siendo dicho castigo el
preliminar de otro mayor que debía darle más adelante.
En medio de estas dificultíides, y excedidos tres meses de
viaje, llegó en 7 de Enero de 1520, al paralelo 32" 56 , na-
vegando al S O., lejos de la costa. En la noche del 8, dán-
dole el sondaje 50 brazas, modificó su derrotero, inclinán-
dolo al O S O. Adoptado con firmeza este nuevo rumbo,
siguió por él sin alterarlo, hasta que el lunes 9, siendo me-
dio día, avistó tierra, y en la noche dió fondo en 1 2 brazas.
Tomada la altura al día siguiente, que era martes 10,
re.sultó hallarse en 35", recto al cabo de Santa María.
Divisábanse en la costn, grupos de charrúas, <pi(‘ movidos
de la desconfianza se retiraban con todos sus efectos. Pro-
yectando ajiodcrarse de algunos, hizo INIagallanes que sal-
taran en tierra hasta cien hombres, pei'o los naturales
se pusieron en fuga con tal velocidad que resultó inútil
todo e.sfucrzo para alcanzarles. A la noche, sin embargo,
apareció luio de ellos, solo en su canoa, entrando resuelta-
mente en la nave capitana. Magallanes le hizo dar ropa y
comida, mostrándole á la vez una taza de plata, con ánimo
de averiguarle si dicho metal le era conocido. De las se-
ñas que hizo el indígena al oprimir la taza contra el pecho,
dedujeron los españoles que afirmaba haber abiuidancia de
plata entre los suyos, y se despidieron de él, esperando
nuevos informes, pero iiiuica más volvió á presentarse (1).
(1) Nnvanete, Colección de Vinjes, tomo iv. — Antonio Pigafetta,
Viaje de Mmjtdhniest ( np C’hnrton, tomo l ). — íleircrn, Jlixtoria de las
Indias; Dec u, libro LX, cap x.
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO
233
Perdida la esperanza de ampliar sus informaciones por
aquel medio, tenía, empero, Magallanes, certidumbre de
estar dentro del último descubrimiento de Solís, ó sea á
la entrada del caudal de agua semi- dulce que el Piloto Ma-
yor había designado con el nombre de Río de los Patos;
y en consecuencia, levó anclas, corriendo la costa hasta po-
nerse en 34" y ‘/g, donde fondeó.
El sitio, brindándole un, puerto inmediato de refugio,
estaba naturalmente indicado para precaverle contra cual-
quier eventualidad. Tenía ú la vista « una montaña hecha
como un sombrero», ii la cual puso por nombre monle
Vidi, de donde provino el de la capital luuguaya. Adop-
tando por fondeadero jiroy^ional de la escuadra aquel pa-
raje, ponvino en no abandonarlo antes de haber explorado
sus alrededores. Desjiaehó entonces hacia el N. la cara-
bela Santiago, para que reconociendo prolijamente el río,
averiguara si daba paso por algún canal ó estrecho. Entre
tanto, él mismo, con otras dos naves se dirigía al S E., ob-
servíindo con minuciosidad las particularidades que ofrecía
la. costa.
Cuatro días empleó Magallanes en esta excursión, du-
rante la cual auduvo 20 leguas, navegando con vientos
contrarios. En el tránsito se proveyó de agua y leña, tor-
nando en 2 de Febrero á ponerse á cinco leguas del cerro
de Monte Vidi. Más larga é interesante íii^ la excui*sión
de la Santiago, que duró (piince días y alcanzó á una dis-
tíincia apreciada entre 20 y 25 leguas. Volvieron sus tri-
pulantes con la noticia de (pie el río iba hacia el N., sin
presentar aspecto de que desaguase ningún otro en él. Al
internarse aguas adentro, habían divisado en la costa tres
hombres desnudos, cuya estatura se les antojó .superior en
234
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
dos pjilmos lí la ordinaria, y como el bote de la carabela
se les aproximase hasta ponérseles al habla, uno de ellos
consintió en dejarse conducir ii la Santiayo, donde le re-
galaron comida y ropa, esperando que la demosti’ación se-
dujese á sus compañeros; pero una vez despachado, ni él
ni ellos so dejaron ver más. E)n el ciu'so de la exploración,
encontraron también, entre los árboles de la (rosta, algunos
cuyas lesiones denunciaban el empleo de instrumentos de
hierro, y una cruz sobre la copa de uno de los más visi-
bles. Tndudal)l(*m(*nte que dichas señales debían prov(‘nir
de Solís y sus compañeros de la segunda expedición.
Rininida toda la escuadra frente al fond(‘ad(íro de Monte
V¡d¡, p(‘iisó Magallanes (pie era inútil adelantar mayores
explora(riones hacia (‘1 N., (ronv(iiici(lo de (pie por allí no se
encontraba (*strccho alguno ( 1 ). Con esta seguridad, en la
mañana siguiente, d de Febrero, se hizo á la V(‘la de viu'lta
al S. sondeando con prolijidad (4 trayecto hasta df)". El
día 4 (lió fondo (*n 7 brazas para pi’oveer de agua á la San
Antonio, demorándole la operación hasta (4 G, en (pie em-
prendió marcha, bordeando á íin de reconocer mejor la
costa. El día 7 se convenció de que la tierra salía al S.
(1(4 S E., y filé á fond(!ar en 8 brazas, á la altura de do” ■*/.,.
De ahí tomó la dirección del cabo de San Antonio, ale-
jándose para sienqire de nuestras costas.
No incumbe á esta narración seguir á los expedicionarios
más allá de los límites del Plata, desde donde se encaminó
Magallanes cu procura del Eatrccho, cuyo descubrimiento
(1) Podro Mártir do Anghiorn, Ikhnx Oirán iris d Novo Orbe;
Doc V, libro vil, ci\\* \.— Udnciún (M lili i lili) Vinjr al Eshrdio ilr Mn-
yalhtiies ¡)ur la frnijiilii ■ ¡Siiiilu Min ia ■, elo, Parí ii.
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO
235
debía verificar dm-antc el mes de Noviembie de 1520, en-
contraudo jxicos meses después la muerte (27 Abril 1521)
en Mactan, isla de aquel Océano que él mismo bautizara
con el nombre de Pacífico. El primer naje de cú’cunnave-
gación del mundo, no tiene otro interés directo para el Uru-
guay que sus comienzos y sus resultados. Con la explo-
ración del Plata efectuada por !Magal lañes, concluye su
ingerencia en nuestros anales geográficos. Fué la discusión
política entablada por los gobiernos de Portugal y España
sobre mejor derecho á ocupar ias Mohiras, cuyos límites
exactos había revelado el descubrimiento del Estrecho, la
que puso en litigio el trayecto de la Línea divisoria entre
las jxisesiones de ambas coronas.
Pasadas muchas penalidade.s, llegaron los compañeros
de Magallanes en Septiembre de 1522'á la Península, capi-
taneados por Juan Sebastián del Cano,|SÍn traer del anti-
guo armamento otra nave que la Victoria en que venían.
Corrió por Europa la noticia de sus jiroezas, suscitando en-
tusiasmo comparable al que produjera el primer viaje de
Colón, y la corte de Lisboa devoró en silencio la humilla-
ción de este gran fracaso* de su jiolítica. Entre las expan-
sionas del entusiasmo, lo que mayormente preocupó la
atención en España, fué armar otra flota con destino á la
Especería, para cuyo tráfico se acababa de fundar una
Casa esjiecial de Contratación en la Coruña, nombrándose
á Cristóbal de Haro factor de ella ( 1 ). Señalóse el puerto
de Laredo para que aparejasen las naves, y el de la Co-
ruña para que se proveyesen de víveres y municiones.
(1) Herrera, Historia de Uis Indias, Déc iii, libro iv, caps xiv y
XX ; libro vr, cap i.
Don. EüP. — i.
20.
236
LIBRO ir. — EL DESCUBRIMIENTO
Todo lo cual, sabido que fue en Lisboa, redobló la mala
inqiresióu de (jue aiíu iio se había repuesto el Gobierno
poituguós.
Estaba por entonces en Sevilla Rui Falero, el antiguo so-
cio de Magallanes, quien recobrado de sus cuitas con la noti-
cia del óxito de su infortunado amigo, escribió á Carlos V
urgióndole para que aprestase la armada. Pedía, al mismo
tiempo, permiso para ali.star de su cuenta una nave ó dos,
con igual destino al de la nueva flota expedicionaria, obli-
gándose á pagar el tercio de la ganancia, libre de toda
costa, y con ese motivo, recalcaba sobre la conveniencia de
promover un tráfico permanente con la Eajieccría, en-
viando cada abo flotas (pie se turnasen en el intercambio
comercial. Decía sabor que era tan grande la pena del Rey
de Portugal por el reciente descubrimiento de los castella-
nos, que se proponía ajiartar á España de aquel comercio,
ind(unin/.ándola con 400.000 ducados. Por (iltimo, daba
cuenta de las ofertas (pie se le habían hecho á (íl mismo y
que había r(ícha/.ado, para que tornase al servicio de Por-
tugal.
Las noticias de Falero eran exactas, y luego tuvieron
confirmación píiblica. No pudo la (rorte de Lisboa hacer
misterio de sus inquietudes; mucho más, teniendo frente á
sí en la persona de Cristóbal de Ilaro, factor especial del
comercio de la Especería, un enemigo de mayor cuenta que
el desequilibrado matemático. Bajo la activa impulsión de
aqiuíl, no debía reconociu’ inconvenientes el apresto de arma-
mentos considerables, y sabiéndolo el Gobierno portugués,
optó por el abandono de toda maniobra secreta, iniciando
francas negociaciones oficiales. Como ya hubiera intentado
sin éxito, paralizar la salida de la flota que .s(» aparejaba en
LTBBO II. — EL DESCUBRniIEXTO
237
Laredo, proixiiiía.se lograrlo ahora, suscitando incidentes
diplomáticos que requerían solución previa á toda nueva
iiiciu’sión do los españoles en los territorios descubiertos.
Con ese fin, nombró embajadores ante el Enqierador, fa-
cultándoles para que reclamasen la entrega inmediata de
las islas Molucas, á condición de que si en pos de la en-
trega se justificase caer dichas islas cu dominio español,
las pidiese el monarca hispano para serle de^^.leltas. Dene-
gada esta pretensión y despuós de larguísimos debates, se
convino por ambas parte.s, en nombrar igual número de ju-
risperitos, astrónomos y nautas, quienes reuniéndose en los
límites rayanos de Portugal y Castilla, entre las ciudades
de Badajoz y Yelves, fijasen definitivamente la Línea de
demarcación, en un plazo perentorio.
Ileunida la Junta (1524), su primera sesión tuvo lugar
en el puente de la ribera de Caya, instaimíndose paralela-
mente dos procesos, el uno para averiguar quién tenía más
antigua posesión de las Molucas, y el otro para determinar
á quién correspomlía su propiedad. Dcsjmés de prelimina-
res y recusaciones que modificaron el personal de la asam-
blea deliberante, empezó á litigarse el caso de la posesión.
Empenábanse los jurisconsultos portugueses, en que el Rey
de Es 2 >aña era actor en el asunto, y por consecuencia, debía
entablar la demanda. Rc.spondieron los españoles que co-
n-espondía todo lo contrario, pues naciendo del Rey de
Portugal la iniciativa que les congregaba, suya era la obli-
gación de alegar primero, motivando las causales que le
tuvieran agraviado en cuanto á infracciones cometidas por
España del tintado de Tordesillas y pactos subsiguientes.
Resistida ix»r los portugueses esta fonna inicial, propusie-
ron sus contendores que ambas partes alegasen á un
238
UBRO II. — EL PESCUBRIMIENTO
mismo tiempo. Tampoco liubo avenimiento sobre esto, y
así llegaron al 31 de ^íayo, termino fatal para resolver el
asunto.
En el proceso do piopicdad, aconteció idóntica cosa.
Reunidos los comisarios en lladajoz, absorbieron .sus pri-
meras sesiones, preliminares de poca importancia. Por fin,
el día 23 de Abril, planteóse la cuestión dentro de los si-
guientes términos: l.” ¿en rpié sujeto había de hacerse la
demarcación? — 2.° ¿cómo situarían y colocarían en su
propio lugar las islas de Cal)o Verde? — 3." ¿de cuál de
dichas islas habían de comcnzar.se á medir las 370 leguas,
establecidas como distancia máxima entre ellas y el punto
de aiTanquc de la Línea divisoria?
Los comisarios portugueses empezaron desde luego á
oponer dilatonas. Su j)iimcra olqeción ñié, que debía ser
inverso el orden en que se plant(‘asen los términos pro-
puestos. Replicaron los e.<])aholcs, por vía de transacción,
que debiéndose presuponer sujeto para colocar las islas y
tirar el meridiano á 370 leguas, el punto era fácil y de
pura razón, así es que no obstal>a á que se examinasen los
otros dos. Convenidos en esto, se trajeron á la se.sión del 6
de Mayo, cartas de marear y esferas ó jxnnas jwra proce-
der al examen geogi-áfico imprescindible, pero en la sesión
del día siguiente, los portugueses objetaron que las cartas
eran inferiores á las pomas como elemento de investiga-
ción, conviniendo los españoles en que se usaran las poma.s,
sin prescindir totalmente de las cartas. En 13 de Mayo,
acordó la Junta determinar la isla desde donde se medi-
rían las 370 leguas. Propusieron los españoles que fuera
la de San Antonio, íiltima al occidente. Los porfugueses
dijeron que babía de ser la de la Sal ó Buena Vista.
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
239
Kazonabaii los españoles de este modo, para defender
su proposición : si sometida ó arbitraje una cuestión de lí-
mites entre dos vecinos, alega imo de ellos que desde el
predio del otro tiene cien pasos de propiedad, no puede
dudarse que el árbitro deberá emjiezai* á medir desde el
último límite del predio aludido en adelante, porque si
mide desde el iirincipio del jircdio, por fuerza hará perder
los cien pasos á su legítimo poseedor. Por su parte alega-
ban los portugueses, que estableciendo la capitulación de
Tordesillas se empezase á medir desde las islas de Cabo
Verde, no había esto de entenderse de modo que signifi-
case todas, smó que debía ser desde un meridiano donde
se verificasen islas en plural, lo que resultaba con las de la
Sal y Buena Vista propuestas por ellos. Mas no obstante
haber afirmado ser este dictamen « muy jurídico », el des-
dén con que fueron recibidos sus fimdaiucntos, les sugirió
una nueva dilatoria, proponiendo que se tomasen las lon-
gitudes por estudio comparativo de la posición de ciertos
astros con relación á la Tierra ( 1 ).
El resumen de todo fué, que llegado el 31 de Mayo,
estaba el proceso de propiedad á la misma altura que el de
posesión. Pero quedó vigente un hecho de la mayor im-
portancia. Los españoles habían ofrecido establecer el pri-
mer meridiano de la Línea en la isla de San Antonio, la
más occidental del archipiélago. De haberse aceptado la
indicación, los portugueses no sólo habrían quedado dueños
de una gran parte de Oceanía, sinó ensanchado sus límites
americanos por el aumento de territorio adquirido en el
(1) Niivnrreto, Colección de viajes, tom iv, «loe xxxvill.— Mártir,
De Itebus Occanicis, Dec vi, caps i.x j' x.
240 IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
hemisferio brasílico. Entre tanto, rechazaron la propuesta,
fundándose en razones jurídicas, cosmográficas y náuticas,
de las cuales suministraron enorme acopio á la Junta de
Badajoz, declinando así todo derecho á futuros reclamos
sobre la interpretación auténtica del tratado de Tordesillas
f|ue viotu proprio acababan de hacer.
Mientras esto acontecía en Europa, introducíanse furti-
vamente los portugueses más allá de los límites americanos
que acababan de repudiar. Martín Alfonso de Sonsa ( 1 ),
Gobernador de San Vicente, autorizaba en 1525 á un
aventurero compatriota suyo, de nombre Alejo García,
para que se internase en dirección al Plata, con el fin de
averiguar de si eran positivas las noticias corrientes entre
los indígenas, sobre la existencia de pueblos donde abun-
daban metales preciosos. Partió García, acompañado de un
hijo suyo y tres compañeros más, encontrando en el ca-
mino á Melchor Ramírez y Enrique Montes, portugués
también este (iltimo, y desertores ambos de la armada de
Solís, á quienes invitó á seguirle; pero ellos se negaron,
alegando la distancia y el peligro. Prosiguió viaje el aven-
turero, hasta avistar las orillas del río Paraguay, en cuya
altura sedujo á unos mil indios guaranís para que le acom-
pañaran. Atravesaron todos el río, y penetrando hasta las
fronteras del Períi, obtuvieron por la razón ó la fuerza al-
gtín oro y bastante plata.
Al regreso, pensó García que era conveniente formar un
establecimiento á orillas del río Paraguay, para servir de
punto intermediario de comercio. Con ese designio detíí-
( 1 ) Escribimos este apellido con la ortorjrafia porlinjncsa de (loes y
Pinheiro Chayas.
MHRÍ) ÍI. --EL I)K.srunillMlENTO
241
vose allí, despacha lulo á dos de los suyos, numidos de car-
tas y regalos para Bousa, mientras él permanecía á la es-
pera de la aprobación oficial y los auxilios. Pero esa
esperanza no debía él confii’marla personalmente. Luego
que los guaranís le vieron reducido á un solo compañero de
armas, pues su hijo era niño, asesinaron á los dos hombres,
llevándose cautivo al muchacho. En seguida dieron la voz
de alarma entre los suyos, previendo que la misión de los
mensajeros enviados jx>r García se tradujese en la venida
de algün refuerzo considerable, y a.sí quedó todo el país
preparado á rechazarlo.
En efecto, el Gobernador de San Vicente recibió albo-
rozado las cai’tas y obsequios de su compatriota, despa-
chando en el acto un destacamento de ochenta hombres, á
órdenes de Jorge Sedeño, con instrucciones de socorrer y
ayudar al infortunado aventurero. Entró Sedeño al Para-
guay siguiendo las huellas de García, pero adviitió bien
pronto que transitaba por país enemigo. Lesde luego,
le escasearon por todas partes los víveres, mostrándosele
los indígenas tan prevenidos como sospechosos. Pensó en-
tonces que debía reducirlos por la fuerza, y ya se prepa-
raba á hacerlo, cuando repentinamente fué sorprendido y
exterminado con todos los suyos ( 1 ). IJegada la noticia
al Brasil, produjo fuerte impresión, i)cro no escarmentó
otras tentativas por el lado del mar, que bien pronto de-
bían haceree.
El pretexto para acometerlas fué especioso. Infestaban
las costas portuguesas de América muchos corsarios fran-
(1) N." 2 m los Documentos de Pn/ctc. — Pien-c F. X. de Cliar-
levoix, Hisioire du Paragtiay; tomo i, libro i.
242
IJBRO n. — EL DESCUBRIJIIENTO
ceses, contra los cuales había sido inútil todo medio con-
ciliatorio 6 persuasivo. Resolvió entonces el Gobierno por-
tugués enviar al Rrasil pna escuadrilla compuesta de seis
naves á órdenes de Cristól)al Jaques, para hacer la policía
de los ríos. Habiendo arribado tí fines de 1520 ú su des-
tino, Jaques fuiuló una factoríii en Peruambuco, y de ahí
se liizo tí la velti partí el Río de la Pltita, recoiTicndo sus
costas. Para mejor orientarse de los indígenas, tomó por
leníjua ó intérprete tí Melchor Ramírez, quien le acom-
pañó en toda aquella exploración. Después de internarse
hasta donde lo juzgó prudente, retrocedió muy satisfecho
de lo que había visto, despidiéndose de Ramírez con pro-
mesa de volver en breve.
Nada de esto se sabía en la lOspaña oficial, donde preo-
cupaciones gigantescas tenían absorbidos los tíniino.s. Por
oti-a j)arte, el deseo de no reñir (;on la parentela portu-
guesa, siempre tan consentidti como exigente, aflojttbti toda
inspección y vigilancia hacia aquellos puntos donde no
asomasen motivos de querella. Y como quiera que se hu-
biesen tranzado amigablemente las dificultades originadas
por el último viaje de Solís, desde entonces no había
vuelto á hablarse más de ello. Pero el interés privado, que
tenía expertos representantes en la Península, no debía
abandonar la compiista del Plata, sobre cuyas supuestas
riquezas hacían los más seductores cálculos, Diego García,
piloto que acompañara á Solís en su primer \iaje, y Cris-
tóbal de Haro, dominado por un cspíiitii comercial que no
era ajeno á propósitos de venganza.
Mientras zarpaba la segunda expedición á las Molucas,
detenida hasta entonces con motivo de la Junta de Bada-
joz, proyectó Cristóbal de Haro enviar de propia iniciativa,
LIBRO II. — EL DESCUBRISUEN'rO
243
otra al Río de la Plata, asociándose para el efecto con el
conde de Ambada y Alonso de Salamanca, sobre la base
del pago en comini de los gasto.s. La flota debía constar de
una carabela de porte de 50 á 100 toneladas y im pata-
cho de 25 á 30, agiegándosele suficiente cantidad de ma-
dera labrada para armar oportunamente una justa ó ber-
gantín. Filé designado para mandar la expedición Diego
García, cuya iicricia en aquella navegación tan poco fre-
cuentada, se apresuraba á reconocer el contrato, y se le
marcó ¡lor objetivo, lá prosecución de los descubrimientos
á la parte del mar Océano meridional. Los detalles de este
contrato particular, destinado al fomento de los intereses
de España en nuestros territorios, merecen ser conocidos.
Preceptuaba la capitulación, que los derechos coiTespon-
dicntcs á la Corona y el costo de la armada, serían atendi-
dos de preferencia con lo que produjese aquel viaje. Hecha
esa deducción, quedaba para García el 10 de lo que
nndiese la empresa, y mientras tanto, se le daba real y
medio diario, hasta que levase anclas. Obligábase García
á enqirender segundo viaje á cualquier punto que descu-
briese, y enseñar el camino á los pilotos que con él fuesen
en representación de los armadores. Ninguno de los expe-
dicionarios j) 0 (h-ía llevar consigo rcxcatrs ó pacotiUas, sin
consentimiento de los armadores, y obligación de dai'les la
mitad del producto, previo pago de los derechos reales y
demás gastos. Excepción hecha de los representantes de
los armadores, ninguno podría traer papagayos y esclavos.
Comisionábase á los expedicionarios para buscar el pai*a-
dero de Juan de Cartagena y un clérigo, á quienes Maga-
llanes había abandonado en su viaje al Estrecho.
Aprobó el Emperador este contiato en Noviembre de
244
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
1525, y lo amplió después, añadiendo la caritativa cláusula
de que la vigésima parte del producto neto de la empresa
se adjudicase á redeucio^n de cautivos (1). ¡Singular con-
tradicción, que demuestra el estado subversivo de las ideas
de entonces! ^lientras el contrato establecía que esclavos
americanos y papagayos eran términos sinónimos como
prodiudo mercantil, la ampliación autorizalia á redimir
cautivos con el producto de unos y otros. El concepto que
del indígena había tenido la grande Isabel, no era com-
partido [)or su nieto, y menos por las corporaciones encar-
gadas de tutelar los intereses de América.
La cxjiedición no pudo hacerse á la vela tan pronto
como se deseaba. Entre García y los armadores mediaron
algunas disputas, con motivo de la clase de barcos de que
debía componerse la armada y la fecha en que importaba
que estuvieran prontos para darse á la vela. Parece que el
Emperador mandó se atendiese al nuevo Capitán Gene-
ral segón sus reclamos; pero ni Andrada, ni los demás
individuos encargados de alistar el armamento, dieron
completa obediencia á la orden. Así se deduce cuando me-
nos de las siguientes palabras de García, refiriéndose á los
armadores: «Porque ellos no hicieron ni me dieron la ar-
mada que S. M. mandó que me diesen, é lo que con ellos
yo tenía capitulado, concertado é firmado de S. M.; mas an-
tes hicieron lo contrario que me dieron la nao grande é no
conforme á lo que S. M. mandava, é no me la dieron en
tiempo que fué mandado por S. M. que me la diesen ».
Sea cual fuere el grado de verdad que deba atribuirse á
estas aseveraciones de García, escritas bajo la presión del
(1) Documentos inéditos del Archivo de Indias; tomo xxii.
LIBRO II. — EL ÜliSCUBRIMIENTO
245
despecho que le produjo un descubrimiento fi-ustrado, lo
cierto es que los Oficiales reales le entregaron la armada
en la ciudad de la Coruna, hacia los primeros días del año
de ir)2G, agregilndole el bergantín en piezas, requerido con
la mira de utilizarlo en llegando Á paraje seguro ( 1 ). El 15
de Enero del mismo año se hizo tí la vela del Cabo de Fi-
nisterre con rumbo tí las islas Canaria.s, donde arribó y
tomó provisiones que le hacían falta. Partió de Canarias
en 1." de Septiembre para las islas de Cabo Verde, de allí
siguió al Cabo de San Agustín, luego pasó á la bahía de
Todos los Santos, parecióndolc descubrir en el tránsito
una grande isla nunca visittida de cristiano alguno, y por
fin dió fondo en San Vicente, donde permaneció hasta
el 15 de Enero de 1527. Aguijoneado jx)!* la necesidad de
adquirir pro^^siones frescas, y también con el deseo de en-
tregarse al fomento de sus intereses particulares, gastó en
diligencias subalternas un tiempo precioso. Era su obli-
gación adelantar camino para llegar cuanto antes al sitio
señalado como objetivo del viaje, pero su interesada len-
titud echó á perder las cosas.
Diga lo que quiera García en su descargo, la conducta
observada en San Vicente prueba que llevaba más ánimos
de juntar dinero que de hacer descubrimientos. Luego de
verse en local firme, trabó amistades con un portugués, ba-
chiller de título y avisado en especulaciones, que residía de
muchos años atrás en aquellos lugares, con quien pactó la
c-ompraventa de ochocientos esclavos, conviniéndose en-
viarlos á Europa en uno de los barcos españoles de la
fiota descubridora. En seguida y para reponer aqueUa falta
que enflaquecía sus elementos de acción, aumentó el arma-
( 1 ) K" 7 ni hs Documentos de prueba.
246
IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
mentó adquiriendo por compra, de uno de los yernos del ba-
chillei-, un bergantín que junto con el que traía en piezas,
fué agregado á la exj)edición, y abastecido de provisiones
frescas que el portugués le había proporcionado, dióse á la
vela en compañía de su nuevo socio. Siguió viaje hasta los
27® entrando al río de los Patos, en cuya banda septen-
trional, hacia los 28® encontró la isla que Gabotto acababa
de bautizar con el nombre de Santa Catalina. Allí recibió
víveres de los indios carriores, y con acuerdo de todos sus
oficiales, contadores y tesoreros, según él dice, determinó pro-
seguir camino, aviniéndose á desprenderse oportunamente
del barco mayor destinado á ti’ansporte de los 800 escla-
vos que se había comprometido á enviar á Europa, en virtud
del pacto de reciente data. Naturalmente se presume que
tan poca diligencia, entorpecida por tal cual ^dento contra-
rio que experimentó en la travesía y alguna escasez de ví-
veres, eran para ocasionarle una navegación harto prolija,
como efectivamente se la ocasionaron, contribuyendo esto á
que otro hombre de mar, más ambicioso y audaz, le ganara
el delantero, y arribase al Río de la Plata antes que él.
Es ésta la época en que empieza tí producirse una dis-
conformidad visible, entre la dirección asignada á las ex-
pediciones descubridoras de las costas platensesyelrumbo
posterior adoptado por ellas. Al mismo tiempo se nota
que los reveses subsiguientes á tal desconcierto, en vez de
acobarda!’, estimulan la codicia de propios y extraños, para
liacer del Río de la Plata el suspirado refugio de toda
clase de ambiciones. Aventureros portugueses y españoles se
lo disputan por un instante : aquéllos, fiándose del cansan-
cio de sus rivales, y éstos, cambiando el itinerario de las
empresas que les habían sido confiadas. La firmeza del
LIBRO II. — EL DESCUBRTOIENTO
247
Con.sejo de indias restablece el orden, poniendo á raya al
extranjero, y obligando st los españoles á cumplir las ins-
tmcciones dictadas ])ara el descubrimiento y población de
nuestras territorios; pero entonces una fortuna adversa i’cs-
ü’inge los resultados, ó hace fi-acasar los esfuerzos diiigidos
con ese intento.
En 3 de Abril de 1526, zarpaba de San Lúcanma ex-
pedición no sospechada de rivalizar con la de Di(^o Gíu*-
cía, ])ues si bien podían encontrarse á cierta altura de los
mares, no debía esto pasar de un accidente fugitivo, como
que ambas se dirigían á opuestas latitudes. Comandaba
esta expedición Sebastian Cabot ó Gabotto, natural de
Vcnecia, y miembro de mía familia ilustre en los anales de
la náutica. (1). Llamado á España por el Rey católico en
J.512, se le reconoció en 1515 sueldo de capitán y empleo
de cosmógiafo, a.scendiendo tres años más tarde, por muerte
de Solís, al cargo de Piloto !Mayor, (]ue desde entonces
desempeñaba. El entusiasmo pioducido jior la llegada de la
Victoria (1522) con muestras y productos de las Molucas,
determinó á varios comerciantes de Senlla para proponer
á Gabotto que emprendiese por cuenta de ellos ^daje á
dichas islas, prometióndole organizarle una buena flota
naval.
Aceptado el ofrecimiento, capituló con el Empe-ador á
4 de Marzo de 1525, que iría con una escuadra de tres á
seis naves por el estrecho de Magallanes hasta las islas
Molucas, siguiendo de ahí al encuentro de las tierras bí-
blicas de Tarsis y Ofir, todo ello sin tocar límites portu-
(1) Mártir, De liebus ÜMiiicis; Dec m, libro vi, cnp l. — Hoiiry
Hnrisi»e, Jeau el Stiboalicn Cabot; cnp iv.
248
LIBRO ir.— EL DESCUBRIMIENTO
gueses. El Emperador se comprometía á adelantar 4000
ducados para la empresa, estableciendo que el 20 7o tic los
provechos de la expedición se de.stinaría á redimii’ cauti-
vos. Concedía, adeimls, que desembocada la flota eii el Es-
trecho, pudiese despachar desde allí, una carabela con el fin
de hacer comercio de rescate por la costa de Tierra-firme,
excepción tan inusitada como lucrativa. Provisto Gabotto
con el nombramiento de Capitán General, proimso para
su segundo á Miguel de !^ufis, pero inmediatamente pro-
te.staron los diputados de los armadores, quienes acumu-
lando á última hora quejas y cargos contra la pei*sona del
Capitán General, declararon creerse defraudados en sus
intereses á no representarlos un individuo de su particular
confianza y designación. Con tal motivo recavó el nombra-
miento de Teniente General en Martín ^líf^oz, aquietán-
dose la exaltación de los ánimos. Bin embargo, aipiellos
disturbios impidieron que la flota fuese avituallada conve-
nientemente, lo que después influyó en su destino.
Cuatro eran las naves alistadas, tves de ellas por co-
merciantes sevillanos, y la cuarta por Miguel de Ruíis,
causa ocasional de la última querella. Formaban éntre loa
expedicionarios algunas ])ersonas distinguidas, tres herma-
nos de Va.sco Núñez de Balboa, Miguel de Bodas, espe-
cialmente recomendado por el Emperador, Gaspar de Bi-
vas. Alguacil Mayor de la Armada, y un sujeto de nom-
bre Luis Bamírez, entonces oscuro, pero que por ser inci-
dentalmente luio de los primeros cronistas del Bío de la
Plata, estaba destinado á la celebridad que hoy goza. La
segunda nave, que se llamaba Santa María del Espinar,
iba mandada por (Gregorio Caro; la tercera, de nombre
Trinidad, por Framásco de Bojas, á las que se agi-cgaban
IJBKO II. — EL DESCUBRIMIENTO 249
la Capitana que montaba Gabotto, y aquella (pie Miguel
de Rufis había aprestado á su costa. Comiionían la tripu-
lación de la escuacba unos 250 hombres (1). Se tomai-on
muchas precauciones para asegurar la sucesión regular del
mando en caso que el Capitán General muriera, cii’culán-
dosc al efecto instrucción cerrada y secreta á cada coman-
dante de buque, por la cual se ordenaba que, muerto Ga-
botto, le sucetliera en primer término Francisco de Rojas,
en segundo Miguel de Rodas, en tercero Martín ^léndez, y
así sucesivamente, hasta que agotados los oficiales de más
viso, se procediera á la elección por suerte.
El numeroso séquito de per.sonas que Gabotto llevaba,
y las rivalidades que su nombramienío de Almirante
anexo á su condición de extranjero habían producido, intro-
dujeron discordias entre los expedicionarios. Se ha dicho
que ]a flota partió de San Lúcar á 3 de Abril de 152G.
Navegando con próspero viento, llegó á la isla de la Palma
en 10 del mismo mes, donde tomó tiemi el Almirante
con todos los suyos. Bien recibido y provisto de víveres
frescos, (lióse á la vela en 28 de Abril con rumbo á la Línea
equinoccial. Siguió ese derrotero con vientos diversos du-
rante todo Mayo, avistando las costas del Brasil en 3 de
Junio á la altura del Cabo de San Agustín, cuyas corríen-
tes le hicieron retroceder unas 12 leguas hacia Pernam-
buco, donde hizo provisión de agua que le escaseaba mu-
cho y de víveres frescos que le facilitaron algunos cristia-
nos de la factoría portuguesa de aquel local.
Mejorado el tiempo, levó anclas el 29 del mes de Sep-
(1) Ilenern, Historia de las Indias, Déc lif, libro i.K, cap lli. —
Oviedo, Historia yrneral y natural, libro Jjxiil, cap ll.
250 uniio ir. — kl DKscuBmMreNTO
tieml)ro, y cnmiiiíiiulo con inedijuio ('xito, el í;í11)ju1o 13 tle
Octubre se produjo umi p-au calma; c'u scouida nublóse
la atmósfera y luej^o so levanló una tcmiiostad cpie puso á
la armada á pique de zozobrar. Fue necesario romperlas
obras muertas de los barcos para aliviarles, y la nave capi-
tana perdió el batel. Duró la teinpcstad toda la noche, pero
afortunadamente la mañana amaneció clara y con buen sol.
Prosiguió la navegación ha.sta el día 10 del mismo me.s, en
que fondearon frente li una Lsla (Santa Catalina), tras una
gran montaña, cuya isla pareció ser rica en madera que
hacía falta para reponer los destrozos de los barcos. A poco
de estar fondeados allí, vieron venir hacia ellos una canoa
con indios, los cuales se aproximaron á la capitana, dando
á entender por señas que había cristianos en aquellas al-
tiu'as. Lea regaló Gabotto algunas chucherías, y ellos se
fueron, con ame de dar aviso de la llegada del Capitán Ge-
neral (1). Al día siguiente apareció otra canoa con indios,
y entre ellos un cristiano; aproximáronse, y notició este,
de cómo estaban allí hasta quince compañeros, restos de la
ti’ipulación de una armada del Comendador Loaysa, que se
desbarató en el Estrecho; agregando tanibión, que Melchor
Ramírez y Enrique Montes andaban j)or aquellos lugares.
Luego de saberse el arribo de Gabotto, comenzaron á
aparecer los cristianos mencionados, especialmente Ramírez
y Montes, que fueron de los primeros en llegar. Interro-
gados sobre la condición de la tierra y sus habitantes,
dieron noticia de la incursión de García y Sedeño al inte-
rior, ponderando á la vez las grandes riquezas que podían
obtenerse por ose camino. Con esta novedad y habida
( 1 ) N.° 2 cu los Düc (le prueba.
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
251
cuentii ele lo maltratada que venía la flota, nació la opi-
nión de que se suspendiese el viaje á las Molucas, cam-
biándolo por una entrada al Plata, que prometía resarcir
todas las pórdida.s. Uniformándose la mayoría en este dic-
tamen, Gabotto so plegó á ól sin resistencia. No fueron de
igual parecer Martín Méndez, Francisco de Rojas y Mi-
guel de Rodas, opuestos i1 que se cambiase el derrotero
convenido por esta nueva y aventurada excursión, que no
sabían hasta dónde debía conducirles. Pero Gabotto no era
hombre de intimidarse cuando existían de j)or medio espe-
ranzas tan li.sonjeras de hallar oro. Preparó sus naves,
perdiendo en la operación la capitana, que encalló al apa-
rejar, y echó á tierra á Méndez, Rojas y Rodas, abando-
nándoles á su fortuna. Pagó la buena acogida de los indios
apoderándose de cuatro de ellos, que retuvo á bordo pai’a
regalarlos en España, y con todo pronto partió de "Santa
Catalina en 15 de Febrero de 1527.
El 21 del mismo mes llegó al Cabo de Santa María,
con pérdida de algunos hombres de su tripulación que
murieron de enfermedades vanas. Enconti'ó, siguiendo el
viaje, im giTipo de islas, á las cuales denominó de los Lo-
bos por la mucha clase de estos animales que por allí ha-
bía. Siéndole el tiempo contrario y la navegación del río
desconocida, le originaron muchas desazones, por lo cual
hubo de avanzar con tiento, recatándose de los bajíos y te-
miendo pei’der el rumbo del canal. Parece que esta jornada
marítima fué la más penosa que hicieron los exi)ediciona-
rios, seg(in lo afirma testigo presencial. Concluyeron por
fin los contratiempos do la navegación, y el día C de Abril
ancló la armada irente al puerto de San Gabriel, que
llamó Gabotto de San Lázaro, por ser aniversario de aquel
Don. Esp.— I.
21 .
262
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIEXTO
santo. Allí supo que Francisco del Puerto, el antiguo gru-
mete de Solís, habitaba una de las islas del Paraníí, noti-
cia que ratificó personalmente el aludido, compareciendo
muy luego.
Un mes se detuvo Gabotto en San Gabriel, para des-
cansar de las fatigas de tan prolija navegación, y orientarse
con exactitud de los parajes que pisaba y las promesas que
en ellos pudiera hacerse á sí mismo. Francisco del Puerto
fué quien le indicó cuanto podía satisfacerle sobre el
curso de los ríos interiores del ¡laís, y la posición de las
tierras donde se presumía encontrar oro. Determinado á
partir, instaló en San Gabriel una guardia de 1 0 ó 1 2 hom-
bres, encargada de cuidar el equipaje que allí quedaba, y
en 8 de Mayo se dió á la vela con los buques menores de-
jando los dos más gTandes al mando de Antonio de Gra-
geda con treinta hombres de guarnición. Avanzó entonces
Uruguay arriba, y siguiendo el curso de óste, descubrió im
río, que llamó «Síui Salvador», en cu 3 ’^o abr’go anclaron
los barcos. Para prevenir cualquier asechanza de los natu-
rales, de quienes desconfiaba, fabricó allí una fortaleza, pri-
mer monumento de la conquista española en el Plata, de-
nominándola fuerte de iSaii Salvador. Los naturales del
píiís, \iendo aquella fortaleza construida cu sus tierras,
retiraron á Gabotto todo auxilio, y se le apartaron desde
entonces con visible antipatía (1).
Precisado á reconocer los grandes ríos que tenía á la
vista, quiso hacerlo Gabotto á la mayor brevedad. Reser-
vóse para sí mismo el que los naturales llamaban Paraná,
fl) Loznno, Hinioria de la Conquista, etc; tomo n, libro ii, cnp l.
— Giicvar», Historia del I'aranuajj, etc; libro li, enp.s i y il.
LIBHO II. — El. DESCUBUIMIEXTO
253
pues siendo de mayor fondo permitía el pasaje de naves
gi’uesas; y confió el reconocimiento del río Uniguay á uno
de sus tenientes. El oficial designado para esta última em-
presa era el capitán Juan Alvarez llamón, á cuyo mando
puso el Almirante dos botes y una carabela rasa. Ramón
se apresuró á partir con buen número de marineros y sol-
dados, y costeando el río Uruguay lo remontó hasta donde
le permitieron las cii’cunstancias. Sobrevínole á pocas jor-
nadas una gran tormenta, y la carabela encalló en míos
bajíos, siendo vanos cuantos esfuerzos se hicieron ¡mra sa-
carla de aquella deplorable situación. En tal aprieto, re-
solvió abandonarla, y haciendo recoger una parte de la
gente á los botes, púsose con el resto en marcha por tie-
rra, hacia San Salvador. Esta operación no se hizo sin
que los indios yaros de aquellas vecindades la sintiesen,
avisados por los charrúas.
Decididos á hostilizarle, pusiéronse en marcha, á fin de
interponerse entre Ramón y los ti-ipulantes de los dos botes.
Desgraciadamente, las precauciones iniUtares observadas
por los expedicionarios en su tránsito eran de poco valer.
Luego que los indígenas se dieron cuenta de ello, no quisie-
ron perder más tiempo, y aprestados al ataque, se presenta-
ron de frente á los españoles. Remiió el capitán Ramón á
los suyos, les proclamó al combate y comenzó este con brío,
tanto de parte de los españoles, que llevaban armaduras,
picas y mosquetes, como de los naturales que acometían
con serenidad y bra^'ura, sin más coraza que el pecho des-
nudo, ni más armas que la flecha y algunas boleadoras de
piedra. Al cabo, se prommeió la victoria [)or los indios,
quedando los españoles vencidos con pérdida de su jefe, y
bastantes soldados muertos y heridos. Sea (]uo la gritería
254
LroRO n.— EL DESCUBRIMIENTO
peculiar de los naturales cuando enti*abíui en combate lle-
gase á oídas de los españoles que navegaban por el río y
que ningún auxilio prestaron (i los de tierra mieuti-as pe-
leaban, sea que una proximidad casual les llevase jimto tí
sus compañeros, lo cierto es que los vencidos se libraron
de su total exterminio ganando los botes, y todos juntos
emprendieron camino llenos de zozobra para noticiai’ á Ga-
botto el desastre subido, y las dificultades que el río pre-
sentaba en su navegación ¿l larga distancia.
Á raíz de este suceso, se produjo otro que hubo de ser
causa de mayores disturbios. En tanto que Gabotto se
internaba al interior de nuestros terrítorios fluríale,s, sedu-
cido por la esperanza de encontrar grandes cantidades de
oro, Diego García daba la vela hacia las costas plateuses.
Sin sospechar luillazgo de cristianos, pues suponía que la
exj^dición de (iabotto, de la cual haliía oído lifiblar, se en-
coíitmba á la fecha en las Molucas, fuó grande su sorpresa
cuando divisó las naves de Antonio de Grageda, fondeadas
río adentro. Despuós de algunas explicaciones que Grageda
dió á Gai’cía sobre su permanencia en aquellas alturas, y
que óste creyó míís propio escuchar ceñudo que responder
altivo, pues no había tanteado aún el terreno que pisaba
su rival, se despidieron ambos oficiales, efirigiendo García
rumbos al puerto donde tenía noticias que anclaba Gabotto,
con ánimo basta de apresarlo, no sin antes haber caído en
el error de despachar su nave capitana dentro de la cual
iba el bachiller portugiiós su asociado, para cerciorarse del
sesgo que había toimulo en el Brasil el negocio de los 800
esclavos. Satisfechos así sus compromisos particulares,
quiso atender á los que su posición y la política le impo-
nían: habló á los oficiales de la armada de su rival, visitó
LIBRO II. —EL LESCUnitlMIKNTO
255
la guarnición de un fuerte lliumulo Sanrti SpirihiH, que
Gabotto había fundado sobre una ile las nulrgenes del río
Paraná, y últimanicnte se encaró con el misino Gabotto,
demosti'ándole que ól (García) tenía dcrccbo al mando su-
perior, y por consiguiente lo correspondía tomarlo; pero ni
los soldados, que le tenían poco aprecio, ni sus jefes, que
apenas le conocían, ni el Almirante, (pie le vio tan mer-
mado de gente y de bai-cos como descoso de sostener pre-
tensiones, en aquellos tiempos inadmisildes, á no ir acom-
pañadas de fuerza, le hicieron el mínimo caso. Y de esto
resultó que después de tanto gasto de jia la liras y de tantos
plane.s como había urdido García, no encontró cosa más
conveniente que someterse á Galiotto.
Esta sumisión de García, oi'asionada más bien por un
cómulo de sucesos ajenos al asunto princijial de la con-
tienda, que á causa de la habilidad desplegada jior su con-
trario, era prueba evidente de que á Gabotto le sonreía
por entonces la fortuna. Desviado del camino á que le
obligaban sus capitulaciones preexistentes, podía jiLstifi-
V^rse con la actividad desplegada. En la excursión al Pa-
raná había vencido á los indios abasen, librándoles batalla
á inmediaciones de La Angostura; más adelante se ha-
bía apoderado de «na gruesa cantidad de plata an-eba-
tada á los asesinos de Alejo García y Jorge Sedeño; ha-
bía reducido á obediencia la expedición de Diego Gai’cía,
cuyo jefe tenía sobre ól superiores derechos al gobierno de
aquellas tierras; y por último había fabricado dos fortale-
zas, una á orillas del San Salvador, y la otra sobre las eos-
tas del Paraná, asegurando momentáneamente el dominio
del país conquistado ; así es que muy satisfecho de sus tra-
bajos, determinó enviar á España una exacta noticia de
256
LIBRO II. — EL DE.SCUBRIMIENTO
ellos, acompañada de la plata obtenida y de algibios natu-
rales de la tierra, ((iie {\ guisa de muestra, pasearan su pri-
mitiva desnudez, ajwuas disfrazada i>or humildes guiñapos,
en los regios salones de la corte española.
Erau miembros de la embajada, Hernando Calderón y
Jorge Barloque ( 1 ). Tenían encargo de entregar al monarca
aquellos presentes, y junto con las cartas do que ei*an^
portadores, recibieron orden de repetirle cuanto en ellas
se decía, circunstanciando al pormenor las causas que
habían influido en el nuevo itinemrio de la expedición. Co-
nocía de sobra (rabotto los apiu’os del Emperador y el
ánimo codicioso de los aventureros en boga, para no lison-
jeai’se de seducir sí todos con los despojos metálicos que
enviaba, y tan fuá así, que merced á ellos tomó desde en-
tonces la corriente acuosa descubierta por SolíJ el nombre
de Hío de la Plata. La verdadera riqueza de la tierra, no
consistía, sin embargo, en aquellas muestras de metal, ad-
quiridas por casualidad, y provenientes de países vecinos.
Esa riqueza estaba en su aptitud para connatimalizar los
mejores cultivos, segíin acababa de verse en San Salvador,
donde una siembra de 50 granos de trigo, había producido
á los tres meses 550 granos, admirando á los autores de
aquel primer ensayo agrícola en el Uruguay.
Muy cordialmente fueron recibidos los emisarios de Ga-
botto, en la Corte; pero iiitercurrencias no previstas, perju-
dicaron el asunto. Mientras los armadores de la expedi-
ción consultados por el Emperador, se tomaron casi un año
( 1 ) Sir Woodhinc Pnrish, en la Parle. /, cap i de mi libro •Bnctios
Aires y las Provincias aseyura que este oficial era inglés y se lla-
maba Jorge Darlow.
LIBRO n. — KL DESCUBRIMIENTO
2n7
pam contestar si flcseaban ingerirse de nuevo en la parti-
cipación de aventui*as cuyo primer ensayo había fallado,
llegaron quejas de los tres individuos á quienes abandonó
en Santa Catalina el Almirante, y pusieron remate ú la
confusión las complicaciones políticas que estallaron entre
Francia, Inglaterra y España, oscureciendo más si cabe la
cargada atmósfera oficial. Tomó cartas el Consejo de In-
dias en lo que se relacioualia con el abandono de los tres
españoles; tomólas el Emperador en lo que eori’espondía
á la política europea, y Gabotto quedó sin respuesta á sus
peticiones y perplejo entre la ansiedad de la espera y las
dudas de una repulsa, que todo podía caber en la inter-
pretación del silencio que guardaban sus agentes desde
España.
En el ínterin que las gestiones entre los expedicionarios
y la Metrópoli seguían el cm-so de los sueesos, ora tran-
quilos, ora turbulentos de aquella época, las relaciones de
los españoles con los cbaiTÍías tornábanse cada vez más
tirantes. Los soldados traídos j)or Diego García, mal dis-
puestos á obedecer á Gabotto, dieron rienda á esta animo-
sidad, y por contrariar al Almirante llevaron sus excesos,
hasta molestar en todo momento á los naturales de la tie-
rra, cuya condición poco suftida para soportar ofensas, se
agrió grandemente. Si eon disgusto veían á los extranjeros
mandarles como gobernantes, con indignación sintieron
que les vejaban como dueños. Madimando entonces el pro-
yecto que se las sospechaba de.sde los primeros días conti’a
el fuerte San Salvador, se reunieron para llevarlo á la
práctica. Una mañana, al rayar el alba, con todo el aparato
de su belicoso aspecto, presentái'onse delante del fuerte y
ejecutaron el asalto con decisión. Aterrados los españoles
258
I.ronO II. — EL DESCUBRIMIENTO
en un iirincipio, se recoliraron después, batiéndose bizarra-
mente. Pero los indígenas insistieron en sus ataques, las
fuerzas de los sitiados menguaron, y no sin dejar el campo
sembrado de cadáveres, retiráronse los españoles, ganando
sus buques.
Noticióse Gabotto del hecho en momentos en que vol-
vía de una de sus ordinarias excursiones, y encontró á los
vencidos de San Salvador tan apocados de ánimo, que no
ci’eyó prudente someterles á la ruda pi;ueba de reconquis-
tar lo perthdo. Examinada la situación con mesura, hf*lló
el Almirante que su estadía en las aguas lu’uguayas se
volvía muy peligrosa. Había ¡lerdido uno de sus mejores
tenientes, el capitán Ramón, en el primer reconocimiento
hacia el interior del país; acababa de perder ahora el
fuerte San Salvador, asaltado y arrasado por unos cuan-
tos centenares de indios, contra los cuales resultaban im-
potentes la industria de una sólida fabrieación como ellos
no la conocieran nunca, y el estrago de las armas de
fuego á que se habían .sometido todas las demás naciones
indígenas. Y si esto acontecía en el teatro de la Conquista,
en el teatro del poder y los honores, en la Corte, no sabía
Gabotto cómo andaban los negocios. Sin comunicación con
sus agentes del exterior, y hostigado en el Plata por enemi-
gos de poca fama, no era el caso de entregarse á venturo-
sas esperanzas, i)orque el tiempo urgía (!on la solución de
cuestiones'que ya no admitían espera. Venció por último
la necesidad que se despierta en los hombres enérgicos de
salii' al encuentro de su suerte, y quiso saber personal-
mente lo que* pasaba en la Península.
Luego de concebir su plan de marcha, trató de ponerlo
en ejecución. Expidió órdenes para el gobierno militar de
LIBRO II. — EL DESCLTBRl MIENTO
259
la fortaleza que dejaba en los territorios de la actual Re-
pública Ai’gentina, y escogió de entre sus mejores oficiales
los que debían quedar haciendo su guardia. En seguida
partió para España á los primeros días del año de 1530.
Los charrúas, empinados en las barrancas de las costas
ui’uguayas, pudieron ver cómo se alejaba de sus lares
aquella otra armada española, que dcspuós de tres años
de combates y esfuerzos, de exploraciones y reconocimien-
tos, se retiraba vencida y desesperanzada, cual se rcth-ara
la anterío)*, impotente como ella para debelar la bravura
de los indígenas del Uruguay, y habiendo como ella dado
á estos niayores bi*íos para entrar á la posesión consciente
de su fuerza, hasta entonces ejercitada con sus iguales, pero
ahora medida con la de sus superiores, ú qmenes aprendía
á vencei*.
Llegó Gabotto á Castilla ii fines de Julio de 1580, y
comenzó en seguida de su ari-ibo ii hacer muchas diligen-
cias para quedai* l)ien parado. Si sus embajadores habían
exagerado el nuevo descubrimiento, ól no hesitó en supe-
rarles, ti’atando de seducii* los ánimos con cuantos incen-
tivos le sugería su fórtil imaginación. Pero como había fal-
seado sus instrucciones en el viaje al Río de la Plata, y
ejei’cido violencias con algunos de sus subordinados, á pe-
dimento de los parientes de estos y con aprobación fiscal,
fuó preso y comenzó á mstruírsele causa en forma ( 1 ).
(11 i?/ Coiispjo Jfí Indias escribía al Emperador desde Ocaña á 16
de Mai/o de 1531; • Manda V. M. que le huyamos saber la cabsa de la
prisión de iSebaslidn Cabolo. Él fué preso á pedimento de aiyunos pa-
rientes de algunas personas, que dicen que es culpado, y por otros que des-
terró, y también d pedimento de! fiscal, por tío haber guardado las ins-
trucciones que lleró: y así fué preso, y dada la corte por cárcel con
fiamas (Navarrete, Colección de Viajes, etc; tomo v, Doc xvu).
260
UnnO lí.— EL DESCUnniMIENTO
Desprestigiado al fin, hubo de conformarse con la melta
al empleo de Piloto Mayor, y es fama que míís tarde reci-
bió en títulos la Capitanía General del Río de la Plata,
empleo á que no le mandaron nunca; hasta que por último,
disgustado de la indiferencia con que le miraban los espa-
ñoles, volvió Íí tomar servicio en Inglaterra.
El ft-acaso sucesivo de las expediciones de García y Ga-
botto, alentó á tos portugueses para hacer una nueva incur-
sión en el Plata, suponiendo que España abandonaba para
siempre tan alejadas regiones. Sin ningún miramiento ó
reserva empezaron ti preparar una ílotti naval, que condu-
jese soldados y colonos, reclutando familias enteras, cuyo
entusiasmo hizo popular la expedición en todo el reino.
Al mismo tiempo, el embajador portugués Yasconcellos,
importunaba á la corte de Madrid para que decidiese si era
Solís ó D. Ñuño Manuel quienes habían descubierto el Río
de la Plata, mistificando de ese modo el asunto, pues la
expedición de D. Ñuño Manuel era una patraña. En previ-
sión de ultcrioridadcs, sin embargo, el Consejo de Indias
mandó levantar información de las personas venidas del
Plata, «como aquellas provincias, desde que Juan Díaz de
Solís las descubrió en 1512 y 1515, estaban en poder de
la corona de Castilla; habiendo Gabotto ejercido en ellas
justicia cínúI y criminal, cdifictido fortalezas, y traído á la
obediencia retd á todos sus habitantes». La información
filé enviada al licenciado Juíírez de Carvajal del mismo
Consejo, por el fiscal Villalobos, precaviendo cualquier acto
posesorio de los portugueses; y se dió aviso al Emperador,
entonces ausente, de lo que tramaba la corte de Lisboa.
No se descuidó el monarca en replicar á los del Con-
sejo, aprovechando la cü’cimstancia de que la Emperatriz y
LIBRO II.-— EL DESCUBRIMIENTO
261
el Rey D. Juan III de Portugal eran lierinanos, para insi-
nuar una iniciativa amigable. A 10 de Abril de 1531 les
recomendó dijeran á la Emperatriz «que como cosa de
ella escribiera al embajador español en Portugal, indicán-
dole que liabla.se ul Rey fidelísimo, para impedir cualquier
expedicióu^iortuguesa al Río de la Plata, descubierto por
marinos españoles desde años atrás»; advirtiéndoles al
propio tiempo, que en caso de no surtir efecto ese tempe-
ramento amigable, se interpusiese reclamo formal para evi-
tar el abuso temido. Escribió la Emperatriz, pero no se
adelantó cosa mayor con la carta, ^^niéndose á saber luego,
que una escuadra portuguesa, cuyo nimbo era el Plata,
acababa de hacerse á la vela. El embajador español en
Lisboa habló sobre esto al Rey fidelísimo, no debiendo ser
muy .satisfactorias las explicaciones obtenidas, porque al sa-
berlas el Con.sejo de Indias, formuló una protesta para sal-
var los derechos de la corona de Castilla, comprometidos en
el asunto. Consultada la Emperatriz, .suspendió el envío del
documento á Lisboa, pareciéndole precipitada la resolución,
y con ánimo de traer las cosas á partido, escribió á su her-
mano el Rey de Portugal, confiando reducirle (1^. Dicha
carta, absolutamente re.servada, pues la hizo « de su pro-
pia mano », debía contener sin duda, los detalles principa-
les del proceso levantado por Villalobos y las conclusiones
del Consejo de Indias.
Entre tanto, la expedición había partido. Componíase
de cinco naves de todo porte, tripuladas por cuatrocientas
personas, entre soldados y colonos. Iba por jefe de ella
(1) Herrera, Ilistoría fie las Indias: Déc iv, libro vni, cap xi.—
Navarrete, Colección de Viajes; tomo v, Doc xvu.
262 r.TBRO II. — f.Ij DESfiunimiiENTo
Martín Alfonso de Sonsa, el mismo que patrocinara las
coiTerías de Alejo García y Jorge Sedeño, y le acompa-
ñaba Enrique JNIontes, venido á Portugal, y transformado
en caballero y proveedor general de los expedicionarios.
Presentóse la escuadra frente al cabo de San Agustín en
31 de Enero de 1531, y de ahí siguió por las costas de
Pernambuco, donde apresó varios corsarios franceses. Tocó
despuós en Bahía, haciendo allí provisión de víveres, y íl
30 de Abril anclaba en Río Janeiro, para descansar y de-
tenerse duninte tres meses. Edificó Martín Alfonso en ese
punto una fortaleza, construyó dos liergantines, se avitua-
lló de jirovisiones para un año, y mientras esto hacía, des-
pachó cuatro hombres tierra adentro, para recoger informes.
Caminaron los mensajeros ciento diez leguas, volviendo
dos meses despuós, acompañados de un jefe indígena, (piien
aseguró haber en el río Paraguay mucho oro y plata.
Abandonando íí Río Janeiro, partió la escuadra en di-
rección tí la Can anca. Allí compareció Francisco de Cha-
ves, bachiller portuguós, antiguo residente en dichas costas,
quien prometió traer en el plazo do diez meses, cuatro-
cientos esclavos cargados de oro y plata, siempre que se
le hiciese acompañar por un destacamento de tropas. Admi-
tida la oferta, pai’tió Chaves escoltado por ochenta hom-
bres, previo convenio de que se encontrarían con Martín
Alfonso H la altura de 26”, donde la escuadra había de
alcanzarle navegando río adentro. Con tal propósito, se
hizo ésta á la vela, dirigióndose al Río de la Plata pai’a
tomar el camino convenido ( 1 ). A la altura del Chuy expe-
(1) Oviedo, Tlisioria general g na f tira! ; libro xxiil, cnp x. — Porto
Seguro, Historia do Braxil; Seces vii-ix.
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
263
riliieiitó Martín Alfonso contratiempos de mar que le lii-
cieron jierder la capitRna y un bergantín. Tratando de
reponerse, desembarcó en aquellos parajes, pero la escasez
de víveres y las enfermedades subsiguientes, diezmaron
mucha parte de su tripulación. Decic^ó entonces, que su
hermano Pedi'o, con una nave, remontase los ríos Uruguay
y Pai'aná en busca de Chaves, mienti-as ól se dirigía á San
Vicente, en cuyo puerto ñmdó un establecimiento regular.
No había sido más feliz el bachiller. Caminó tierra
adentro, siguiendo las huellas de un rey blanco que se de-
cía existir hacia las fronteras peruanas, y no era oti’o que
el Inca, naturalmente famoso entre las tribus avecindadas
en sus dominios. Pero la hostilidad á toda expedición in-
trusa, estaba en pie desde las últimas excursiones de Gar-
cía y Sedeño; así es que Chaves debía marchar jx)!* campo
enemigo, apenas se internase en la misma dirección se-
guida por aquéllos. Cuáles hieran los pormenores de la
marcha de este desgraciado, se ignoran hasta hoy, y no
queda probabilidad de averiguarlos. Sábese solamente que
llegó ha.sta el Iguassú, don!le él y sus compañeros sucum-
bieron asesinados por los indígenas. Y con esta lección
doblemente cruel, quedó Martín Alfonso castigado en su
codicia, y el Rey de Portugal en sus ambiciones.
La protesta del Consejo de Indias contra todo acto po-
sesorio de los portugueses en el Plata, conteniendo por sí
misma fimdamentos irrecusables, venía á recibir una san-
ción positiva. El derecho y la adversidad arrojaban á Por-
tugal de las zonas pía tenses. Ni la prioridad del descubri-
miento, alegada como último recurso, tenía ya valor al-
guno, desde que la siqniesta expedición de D. Ñuño Ma-
nuel era testimonio abandonado por sus propios inventores.
264
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
Las cosas volvían al primitivo estado en que las dejara la
Junta de Badajoz pocos años atrás. Portugal había confir-
mado dicha situación en 1529, comprando al Emperador
los derechos de España á las Molucas, y ahora la ratifi-
caba, desalojando de.spuós de un doble desastre y sin in-
tención de ocuparlos nuevamente, territorios americanos
que pretendió hacer materia de litigio. Quedaba, pues, Es-
paña dueña en propiedad como antes, de la zona com-
prendida desde más allá de Santa Catalina hasta el fondo
del Paraguay, mientras que yendo en sentido inverso y
del punto de vista del statu quo vigente, eran litigiosos
para los portugueses, aquellos ten-itorios que no cayesen
bajo el meridiano de la isla de la Sal en Cabo Verde, de-
signada por ellos como punto de partida de la Línea divi-
soria.
Cual si la suerte quisiera coadyuvar á estas sanciones,
un elemento ajeno al interés político coiicuitíó para aho-
rrarle cuidados á España re.specto de sus dominios platen-
ses. El reciente descubrimiento del Perú y la fama de sus
riquezas, enloquecía por aquel tiempo á los aventureros de
la Península, ansiosos de abrirse camino hasta dichas re-
giones. Era el llío de la Plata, punto indicado para con-
seguirlo, así es que su colonización y gobierno empezó á
ambicionarse como la más codiciada presea. Diversos pre-
tendientes se lo disputaron, haciendo todo género de ofer-
tas; y la corte de Madrid, que en circunstancias normales
se habria visto probablemente en tortura para organizar
una expedición al Plata, sintióse perpleja esta vez para
elegir entre tantos solicitante.s.
Había sonado la hora, en que el delirio de las riquezas
iba á tomar por teatro el descubrimiento de Solís, inten-
UBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 265
táñelo vincularlo al de PizaiTO, sin más norte ni guía que el
supuesto de una continuidad no intemimpida da criaderos
metálicos, donde aquel adusto conquistador Vio tuviera
tiempo ni fuerzas para llegar. Hidalgos ricos y mercaderes
codiciosos, á cuyo alrededor se agiTipaba una tropa famé-
lica, trabajados todos por la misma idea, se ofrecían á cru-
zar eí Océano, prometiendo á la Corte y prometiéndose á
sí mismos, ingentes tesoros en recompensa del viaje. Para
dominar este pugilato de hombres y ambiciones, era nece-
sario que alguno cuya superioridad fuese indiscutible, ha-
blase por todos, cuando se presentó un caballero natui’al de
Guadix, llamado D. Pedro de Mendoza, muy considerado
por su mayorazgo y parentela, oficial de las guen-as de
Italia, y gentilhombre de la casa del Emperador.
Su petición fue atendida. Á 21 de Mayo de 1534, se le
concedió licencia para entrar por el Río de la Plata 200
leguas adentro hacia el mar del Sur, conquistando y po-
blando las tieiTas y provincias que hubiese en la expre-
sada zona. Se le prometía el cargo de Gobernador y Ca-
pitán General á vida, con sueldo anual de 2000 ducados
de oro y 2000 de ayuda de costa, que empezarían á correr
desde que se lúdese á la vela para América, y merced del
título de Adelantado y Alguacil Mayor de las nuevas con-
qui.stas. Facultábaselc á erigii- tres fortalezas de piedi-a, á
su costa, donde mejor conviniera, para guarda y pacifica-
ción de la tieiTa, y en el deseo de fomentai- el ciütivo de
ésta, se le autorizaba á introducir 200 esclavos negros,
mitad de cada sexo. Por último, se le prometía el título de
Conde, con jm'isdicción sobre 10,000 vasallos (l). En re-
( 1 ) Ihcnntcnlus luáUtus ücl Airhiio de. Judian; tomo XXII.
26G
LIBPO II. — EL DESCUBRIMIEN'rO
tribución, obligábase el agraciado á llevar de inmediato
quiniento-s hombres, con los suficientes mantenimientos
para un añt), y 1 00 caballos y yeguas. Dos años más tarde,
debía doblar el níimero de individuos, ¡x)r medio de una
remesa igual á la primera. Obligábase también á llevar re-
ligiosos para la conversión de los indígenas, y médico, bo-
ticario y cirujano para los enfermos.
Imposible describir el entusiasmo que suscitó la noticia
de este convenio. Nobles y plebeyos corrieron á ofrecerse
á Mendoza, recibiendo como favor la autorización de acom-
pañarle. De puertos alemanes nnieron con igual designio,
comerciantes y aventureros que se agi’egaron á la expedi-
ción. Quintuplicóse por esta circunstancia el número de
los individuos alistados para marchar, pasando con exceso
de 2,500. Sucedió lo propio con las naves. Catoice apare-
jaron, y así mismo eran pocas, siendo verdaderamente
a.saltadas por las personas que se disputaban ocuparlas.
Para poner coto á semejante entusiasmo, y remediar al
mismo tiempo las necesidades de los expedicionarios po-
bres que gastaban sus últimos recursos en Sevilla, se or-
denó que la escuadra partiese á la mayor brevedad. Antes
de embarcarse los soldados, quiso el general pasarles reWsta,
provocando aquel acto la admiración de los que lo presen-
ciai‘ 011 , entre ellos el historiador Oviedo, testigo compe-
tente del hecho.
Don Pedro de Mendoza, enfermo ya de aquella dolen-
cia que futui'os disgustos hicieron mortal, fué á última
hora amistosamente aconsejado que no se aventurase al
viaje; pero los enqiefios pecuniarios que había contraído y
su amor propio, le mantuvieron en la resolución de pai’tir.
Distribuidos los mandos, correspondió á Juan de Osorio
267
UBRO II. — EL DESCUmmiIK^J^rO
el ele Maestre de campo, ¿í D. Diego de Mendoza, heiTnano
de D. Pedro, el de Almirante de la escuadra, ii Juan de
Ayolas el de Alguacil Mayor, y el de proveedor íi Fran-
cisco de Alvarado, ti (juicn se le dio un adjunto. Entre los
expedicionarios se contaban iJ2 mayorazgos, algunos co-
mendadores délas Ordenes de San Juan y Santiago, un
hermano de leche de Carlos V, un horimino de Santa Te-
resa de Jesús, el capitán Domingo Martínez de líala, na-
tiu-al de Vergara, y Ulderico Schmidel, soldado origina-
ritvdc Alemania y cronista apreciabilísimo de esta expe-
dición. Iban también varias mujeres, algunas de calidad y
rango (1). Este hacinamiento de gente colecticia, había
superado toda previsión, de nutdo que las methdas precau-
cionales para su futm’o abtistecimiento eran tan quiméri-
cas como sus esperanzas.
Otros augurios más funestos todavíti, despuntaban con
motivo de las ambiciones y celos del personal dirigente.
Don Pedro de Mendoza sufríti de mtd taliinte la superiori-
dad de su Maestre de campo, cuya jtericia soldadesca y
modales tifables, le dabtin crédito entre los expcilicionarios.
Parece que debido á ello, había evitado la deserción de mu-
chos, y vuelto á la obediencia de D. Pedro, á, no pocos que
empezaban á disgustai se de su desabrimiento. Explotaba las
susceptibilidades de Mendoza contra Osorio, Juan de Ayo-
las, hombro dispuesto á todo, y de cntei a confianza del pri-
mero, resultando de ahí, que antes de partir, estuvieran ya
profiuidamente divididos los ánimos, y sefialada una víc-
tima it la satisfacción de la en\idia.
(1) Carian de Indias, nrtm civ, — Nicolás dol Tedio, Historn of Ffa-
yuay, etc (np Clmrcbill, tomo iv ). -üuzmán, La Aryculiua; libro i, cnp x.
Dou. ElP.— i.
2i.
268
LÍBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
La expedición se hizo i\ la vela del puerto de San Líí-
car el 1." de Septiembre de 1534, con tiempo favorable, di-
rigiéndose ii las Canarias, donde fondeó para avituallarse.
Allí se detuvo durante un mes, sufriendo bastante deser-
ción las tripulaeionos. Habíanse distribuido las naves pro-
porcionalmente, anclando tres de ellas frente á la isla de la.
Palma, destinada ii ser teatro casual de un episodio eró-
tico. Hcíília provisión, i’ceibió la escuadra orden de mar-
cha, pero cierto pariente de D. Pedro de ^lendoza (pie tri-
pulaba imo de los buques surtos en la Palma, no quiso
partir sin traerse robada á bordo la hija de un isleño. Ape-
nas se hizo a la mar, una violenta tempestad obligó á toda
la escuadra- 5Í volverse á puerto, con pérdida de dos naves,
cuyo destino no se ])udo averiguar por el momento. Los
buques .salidos de la Palma, una vez que salvaron el con-
flicto, tuvieron otro con los habitantes de la isla, que los
recibieron á tiros poi- causa, de la muchacha robada. Vino
el Gobernador de la isla en busca de la prófuga, pero Don
Jorge de Mendoza, (jue así se llamaba el raptor, zanjó la
disputa casándose con ella, después de lo cual renunció á
las aventuras d(d viaje, yéndose á instalar en tierra.
Apaciguado el tiempo, siguió la expedición su camino.
Pero ni las dificultades pasadas, ni la esperanza de mejo-
res días, lograron endulzar el ánimo de su jefe. Mendoza,
á quien Osorio hacía observaciones amigables y trasmitía
con franqueza y lealtad las quejas de algunos de sus su-
bordinados, concluyó por cobrar un odio al Maestre de
campo, que sólo esperaba opoilunidad para traducirse en
hechos. Mientras D. Diego de Mendoza se adelantaba con
rumbo al Plata, los demás biujues con I). Pedro, llegaron á
Río Jamuro, entrado ya (d año de 1585. Saltó la gente en
LIBRO II. — EL DESCUBRDnEXTO
209
aquella hermosa playa, y se empezaron it hacer iirovisiones.
A los pocos días de estar allí, una mañana en que Osorio
se paseaba acompañado de otro caballero, recibió ordeu de
prisión por medio do Juan de Ayolas, y conducido á la tienda
del Capitán General, hizo óste que le dieran do puñala-
das (1). Pusieron después un rótulo sol)rc el cadáver, (pie
decía: por traidor y alevoso; y 1). Pedro sancionó el
hecho, exclamando que la soberbia de Osorio tenía su me-
recido.
Este asesinato brutal contristó y desmoralizó á los ex-
pedicionarios. De Río de Janeiro partió la escuadra en ch-
rección al Plata, yendo á encontrarse con D. Diego de Men-
doza, que anclaba frente á S. Gabriel, ocupado en construir
embarcaciones menores para pasar el río. Dieron la vela to-
dos juntos hacia la. margen opuesta, donde se alza hoy la
ciudad de Buenos Ah’cs, y allí desembarcó Mendoza sus
tropas, recibiendo buena acogida de los buhos q aeran dís,
quienes durante ciitorce días le socorrieron con j)rovisiones.
Pero habiendo dejado de hacerlo durante el decimoquinto,
mandó á luio de los suyos, llamado Ruiz Galán, para que
averiguase la causa que daba mérito á aquella conducta.
Por toda contestación los querandís malti ataron é Imicron
á Galán y algunos que le acompañaban. Decidió entonces
el Adelantado quí? su hermano D. Diego, con 300 infantes
y 30 hombres de caballería, pasase á las guaridas de los
mdígenas para castigarles de su desobediencia; pero éstos,
que presentían las resultas de su conducta osada, envia-
(1) Sclimidel, Diario de Viaje; cap v.— Oviedo, Ilititoria (/eneral y
natural; libro xxiií, cap.s vi j' viil.— Guziiiíln, La Anjentina; lib i,
cap X.
270
I.lBnO II. — El. DESCUBRI.VÍIEX’rO
ron iiimecliatamente y con antelación requerimientos á
las naciones vecinas para solicitai- su ayuda contra los
españoles.
Don Diego de Mendoza, que era de ánimo bien tem-
plado, se dio prisa en cumplir las ordenes de su hermano,
buscando á los querandís para presentarles l)atalla, y lo
consiguió encontrándoles reforzados por algunos destaca-
mentos de charróas, bai'tenes y timbós, que en níimero de
4000 individuos acababan de llegar á su campo. Mandó
D. Diego á sus soldados romper los escuadrones enemigos,
y se lanzó ól mismo á la carga, [>ero hallaron los españo-
les nna resistencia más intrópida (]ue la qne espt*raban.
Fueron matados en esta acción de guerra, D. Diego, 0 hi-
dalgos y 20 entre los .<!okhulos de á [áe y de á caballo; los
indios dejaron unos 1 000 individuos de los suyos en el
cam}) 0 . Sin embargo de todo, la jornada (picdó por los es-
pañoles, y loa indígenas fueron })ersegnidos, aunque sin
fruto, poi’(pie en sus guaridas no se encontraron individuos
ni cosa que valiera, á excepción de algunas pocas provi-
siones.
Conoció D. Pedro de Mendoza, por el desastroso lance
de su hermano, que era necesario estable(;erse con más so-
lidez sobre la tierra que ¡lisaba, y resolvió dar comienzo en
seguida á la fundación de la ciudad de Jhienos Aires, por
serle agradable el local y haberle jiariícido qiu* la bondad
del clima confirmaba la ojánión (pie al saltar en tierra for-
maran los primeros soldado.s expedicionanos. Impulsó con
actividad los trabajos; pero á pesar de todo, la escasez de
provisiones introdujo la desesperación, obligando al ejér-
cito á comer los gatos, peiTOs y caballos que había embar-
cado consigo, y cuando este recurso concluyó, animales as-
MURO ti. — F,L ni:.srmiimriExni 271
querosüs y cueros de zapatos ( l ). En vista de tantas cala-
midades y habiendo Mendoza agotado los castigos para po-
ner orden entre sus gentes famélicas, resolvió armar cuatro
bergantines para facilitar las excursiones por el río, y mien-
tras este annamento se aprestaba, despachó una expedi-
ción que costease aguas tirriba al mando de Jorge Luján,
quien encontró todos los lugarejos de los indios incendia-
dos, obteniendo, empero, algunas provisiones. La mitad de
la tro[>a de Luján murió de hambre.
Corriendo días tan angustiosos se pasó im mes, en
cuyo término la pobhición de Buenos Aires dismmuía en
iiómero de personas lo que aumental)a en acumulación de
miserias. Mientras tanto, los querandís auxiliados de nue-
vos refuerzos de chan-óas, bartenes y timbtis, en número
total de 23,000 individuos, pusieron sitio á la ciudad, divi-
diéndose las opiniones enti*e asaltarla ó incendiarla. Al fin,
lanzando sobre los edificios flechas con cañas encendidas en
la punta, incendiaron la itoblación, cuyas casas, excepto la
del Adelantado, .teníjm techos de paja; incendiaron tíimbién
por igutd lu’ocedimiento, cuatro navios grandes que ancla-
ban en el puerto. Tantas desventunis amontonadas en plazo
tan corto, modificaron las ideas de Mendoza sobre esta con-
quista. Tomó cuenta del número de sus gentes, y hallán-
dose con 560 españoles, restos de los que había tiaído
consigo, dió la vela Paraná arriba, dejando á Buenos
Aires librada á su tiúste suerte con un puñado de defenso-
res, y designando á Juan de Ay olas para representarle
allí. Destinado todavía á nuevas desventuras, vagó por al-
(1) Schmidel, Diario de Viaje, etc; caps ix y x.— Guzmán, Lo i4r-
genlina: lib i, cap xii.
272 LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
gííii tiempo entre contrastes repetidos, y al fin nombrando
sustituto suyo en el gobierno al mismo Ayolas, se embarcó
para España hacia el año 1537, sin alcanzar á divisarla,
pues murió en el camino ( 1 ).
Pero como antes de dai-se lí la vela para el Plata, hu-
biera D. Pedro formalizado contratos en la Península con
el fin de ser so(;orrido, empezaron á llegar refuerzos des-
pués (le su partida y muerte. El prímero de ellos, á órde-
nes del Veedor Alonso de Cabrera, se componía de cuatro
naves, y traía 200 soldados, con abundancia de provisio-
nes y víveres. Mandaba una de las naves, Álvai’O de Ca-
brera, sobrino del Veedor, que recaló en Santa Catalina,
abrumado }ior la carga. Para aliviarle, mandáronle sus
compañeros uno de los buques mayores; pero éste, al re-
greso, naufragó en el Río de la Plata, salvándose solamente
seis personas. Casi á la misma, fecha, muchos soldados y
colonos, así de la ex])edieión de Mendoza como de la de
Cabrera, que perseguidos por el hambre y las privaciones
huyeron de Buenos Aires, y cruzando el río en botes se
inbirnaron por San Gabriel á territorio uruguayo, sucum-
bieron á manos de los charróas.
Tal filó el resultado contraproducente de la expedición
de D. Pedro de Mendoza, que abriendo perspectivas erró-
neas á la codicia, motivó la ruina de considerables reclu-
sos y extravió (>1 giro de las futuras empresas militares.
Mendoza era un alucinado, con engreimientos que rayaban
en la ferocidad y sin propósitos serios en el orden político.
Comprometido á explorar una zona salvaje ó inmensa, nin-
guna de las precauciones elementales que sugiere el espíi’itu
(1) Archivo (le Indias, lomo x.
UnRO II. — EL DICSCUIIRI MIENTO
273
(le propia eouBervación, le inspiró el porvenir de su obra. En
hora buena pa.sase de largo por Santa Catalina, colonia
española y apo.stadero de gi'aiide importancia, ya que su
coutiT.to le llevaba á inteniar.se en el Río de la Plata, re-
montándolo basta 200 leguas. Pero igual indiferencia mos-
tró respecto de las costas uruguaya.s, ninguno de cuyos
puertos le mereció atención, á pesar de que su hermano
D. Diego, esperándole anclado en San Gabriel, parecía in-
dicarle la necesidad de fundar un estalilccimiento de refu-
gio allí. Cruzó el río, deteniéndose en la orilla opuesta,
donde echó los cimientos de Buenos Aire.s, piámer punto
ideado para conservar las comunicaciones con el Perú, y
desde luego recogió el fruto de su imprevisión.
Batido y enfermo, tomó el camino de la Peníu.sula, de-
jando por su lugarteniente á Juan de Ayolas, con orden de
seguir siempre aguas arriba, llevando el mayor número de
soldados, pues á su juicio, para cuidar de los pobladores de
Buenos Aires, ya que sólo Iiabían ih; entregarse al trabajo
y la siemjjra, bastaba con tiHÚnta hombres. La ausencia de
Ayolas, que al fin resultó ser ocasionada por su muerte,
promovió entre los (humís capitanes rivalidades y disputas
que originaron una larga contienda civil, artvada por el
arribo de nuevos oficiales al nuindo de refuerzos. Semejante
de.sconcierto debía influir en una determinación funesta,
que fué la despoblación de Buenos Aires, únic*o punto ocu-
pado en las costas del Plata, int(^niándose los conquista-
dores al Paraguay, donde fundaron la Asunción, con la
mira de abrirse paso á las regiones peruanas que produ-
cían el oro.
Pero como á, pesar de tan jiersistente designio, cada vez
se alejaban más las probabilidades de recoger beneficios
274
IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
metálicos, agotándose los recursos y los hombres, manda-
ron los conquistadores aviso de sus penurias á la Corte,
suplicando auxilios que los salvasen de luia párdida segiu’a.
Coincidió la llegada del mensaje con los empeños que hacía
Alvar Níiñez Cabeza de Vaca, para obtener un mando im-
portante en premio de largos y singulares servicios pres-
tados en Amórica, lo cual facilitó que se capitulase con el
á 18 de Marzo de 1.Ó40, el traspaso del contrato de Men-
doza, con ciertas limitaciones, y supuesta la muerte de
Ayolas, que era su legatario. Alvar Nííñez, á más de poner
de cuenta propia los cascos de las naves en que se trans-
portase, se ofrecía á gastar de su parte 8000 ducados, en
caballos, vestidos, inanlenimientos y armas para auxiliar á
los españoles residentes en el Plata, y proseguir la con-
quista y población de dichas provincias ( 1 ). El Gobierno,
Capitanía general y Adelantazgo, que por herencia coitcs-
pondíau á Juan de Ayolas, cuya muerte se presumía cierta,
pasai-ían á Alvar Ntiñez, pero en caso de ser vivo Ayolas,
BU presunto sustituto recibiría en ]iremio el Gobierno de
Santa Catalina, por termino de 12 años.
Partió el nuevo Adelantado en 2 de Noviembre de
1540, con destino á Canarias, donde esperaba incoiqiorar
una nave má.s, á las tres que componían su armamento.
Llevaba 400 soldados, 46 caballos y yeguas, y muchos ví-
vei’Gs y provisiones. De Canarias se encaminó á franquear
la Línea equinoccial, y de.spués de algunas (íontrariedades,
ancló en el puerto de la Cnnanca, tomando posesión por
España de aquella su pertcueucia. De Ciuianea pasó á San
(1) Archivo (le Indiox, lomo wiii. ~ Coincutariois de Alvar Náñct
(ap Rivadeiiejra).
LIBRO II. — EL DESCUBRIMTEXTO
275
Francisco, y tle ^sto (\ Santa Catalina, donde f^altó (i tierra
eon toda hii gente en 29 de ^[arzo de 1541. Allí supo la
muerte de Ayolas, y las penurias que pasaban los españo-
les de la Asunción, resolvicíiido marchar por tierra en so-
corro de estos (iltimos.
Fie aquí, pues, una seguida expedición que fuó á sot(v
rrarse en los desiertos del Paraguay, dando la e.spalda á
las costas d(íl Océano y del Plata, para proseguir el qui-
mérico encuentro del [laís del oro. Fracasó como la ante-
rior, desautorizando ii su jefe, destituido por una conjura-
ción que le. remitió preso á la Península, sin mejorar la
suerte ni las esperanzas de los subordinados.* Sustituido
por Domingo Martínez de líala (1544), capitán hasta en-
tonces oscuro, y que por osa misma razón obtuviera los
votos de loa que se engañaron jiensando dominarle, Alvar
Níiñez debía llevar ii España el ejemplo vivo de lo que
prometía la Conquista, siguiendo por el camino adoptado
hasta entonces.
La lección fue recogida, y enqiezaron á ponerse en práe-
tica los medios de hacerla fructífera. Por aquellos tiempos
po.seía Es[)aña, cuando menos entre los grados 24 y 35,
una jurisdicción no di.sputada de las costas atlánticas. Su
establecimiento principal en dicha latitud, era la isla de
Santa Catalina, poblada por náufragos y desertores espa-
ñolc.s, que habiéndose juntado con mujeres indígenas, die-
ron comienzo lí una colonización suí ¡/cncris en aquella isla
y sus adyacencia I. ICraii dichos colono.s, á la vez que culti-
vadores del suelo, pilotos de las escuadras que transitaban
de ida y vuelta al Plata, promoviendo de ese modo una irra-
diación de comunicaciones, (pie con el tiempo debía espa-
ñolizar, no solamente el sitio de su ubicación preferida,
276
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
sino los puertos de San Francisco y Cananea ( 1 ). Pero
entre tanto, careiaa España de represen tnción oficial per-
manente en aquellos dominios. El primer acto de.stinado á
establecerla, se trasluce del contrato (!on Alvar Nfiñez,
coucetli^ndole por 12 años el Gobierno de Santa Catalina,
caso de no jiodcrse recibu- del Adelantazgo prometido. Mas
como quiera que dicha concesión dcpcndie.se de una even-
tualidad que no se reabzó, las cosas quedaron cual estaban,
es decir, librados á sus ¡iropias fuerzas los colonos de la
costa oceánica.
Si esto era así por aquel lado, algo parecido sucedía en
las costas plateuses. Fiaistrados los esfuerzos hechos para
repoblar á Buenos Aire.s, ningón establecimiento biterme-
dio se alzaba desde el cabo de Santa María hasta la Asun-
ción, pues San Gabriel y San Salvador en el Uruguay,
eran puntos desiertos. La casualidad y la cotbeia, pues,
habían intervenido basta entonces cu la fundación de las
colonias existentes, aplicándose el primer caso á las del
Brasil, centro de náufragos, desertores y refugiados espa-
ñoles; y el segundo á las del Plata, saciáfieadas por el em-
peño de flanquear las regionas de El Dorado, supuestas
en el ^’^rreinato del Peró.
Por muy en claro que estuviera el derecho de España á
la propietlad de los dominios enunciados, ya se ha visto
que su esca.sa vigilancia oficial estimuló á los portugueses
para explorarlos, con la pretensión de extenderse sobre
ellos. Las circunstancias que militaron entonces para alar-
imu' á la corte de Madrid, se producían ahora bajo otra
(1) Nttvnrn'tc, Cokcción (h Viajes; tomo v, Doc.s x y xi. — Stnden,
VcrUftbIe Ilisloire el üesrription, etc; ciip ix.— Frny Vicente do Sal-
vador, Historia do Brax.il; lib n, cap ii.
LIBRO IT. — EL DESCUBRIMIENTO 277
forma, sino tan directa, cuando menos poco ti-anquilizadora
en cuanto íl futuras intenciones. Portugal, despiu5s de haber
aglomerado en sus provincias del Brasil poderosos elemen-
tos de colonización, acababa de enviar un cuerpo de tropas
de 1000 hombres, í 1 órdenes de Tome de Sonsa, nombrado
Gobernador general del país (Febrero 1549). Dos estadis-
tas, á quienes accidentalmente separaban largas distancias,
concibieron por distintos motivos, una medida precaucio-
na! destinada á neutralizar los efectos de aquel alarde de
fuerzas: Carlos V, apremiando á Juan de Sanabria para
que poblase desde San Francisco hasta la entrada del
Plata; y el Presidente La Gasea, nombrando Gobernador
del Río de la Plata á Diego Centeno, con jurisdicción
hasta los 23" 33' de la Línea equinoccial.
Iba para dos años, que Juan de Sanabria, provisto Go-
bernador de los dominios platense.s, había foi-malizado con-
trato, por el cual se obligaba á conducir consigo 100 ma-
trimonios pobladores y 250 soldados, comprometicndo.se á
fimdar dos pueblos, uno en el puerto de San Francisco y
otro á la entrada del Plata, en las partes más convenientes,
y previa consulta de personas idóneas. Urgido por el Em-
perador, daba fin á los últimos aprestos, cuando le sorpren-
dió la muerte. Su hijo Diego tomó entonces sobre sí la
continuación de la empresa, dándose á la vela en 1549
con tres barcos, entre cuyos tripidantes se contaban su
propia madre y hermanas, y el historiador Hans Staden, á
quien se debe una animada relación de esta desastrosa em-
presa ( l ). Desde que pasaron la Línea, fueron combatidos
(1) Archivo de Indias, tomo xxiri.— Staden, Vcrilable Histoire, etc;
caps V - XI. — Cartas de Lulias, N.® xcvii.
278
I,iniíO íí. — EL DESrtTBRIMIENTO
por vientos contrarios, desapareciendo uno de los buques,
y naufragando en las costas del Brasil los otros dos. La
madre y heiananas de Sanabria llegaron después de largos
trabajos á la Asunción, mientras él mismo, en pos de una
serio de aventuras de mar, desencantado y arruinado, de-
sistió del Adelanta/, go.
Mientras la adversa fortuna inutili/-aba st Sanabria, ha-
bía muerto Diego Centeno del modo mas inesperado. Ya
se ha dicho que el Presidente La Gasea, pacificador de las
turbulencias civiles del Peró, proveyó Gobernador del Río
de la Plata á aquel renombrado oficial, uno de sus coope-
radores más activos. Señalábale jior límites de su juri.sdic-
ción, toda la tierra contenida de E. á O. de.sde los confi-
nes de Cuzco y Charcas hasta los téi-minos del Brasil, en-
tre los jiaralelos 2,T lid de la Equinoccial hacia el Sur, y
14 N S. recto meridiano; con encargo de que si fundase
establecimiento.s, creyendo poblar dentro de su Goberna-
ción, los retuviese hasta que otra cosa se proveyera. Le
encomendaba especialmente la instrucción y conversión de
los naturales, el reparto equitativo de la tierra entre los
conquistadores, y la moderación para con todos.
Centeno, que habiendo sido el más activo y animoso de
los capitanes de La Gasea, estaba descontento por no haberle
tocado beneficio alguno en el reparto hecho á los vencedo-
res, resolvió trasladarse á la Península para formular re-
clamo de aquella injusticia. Ignoral)a que el Presidente
guardase á sus servicios la rccorai)ensa del Gobierno del
Plata, y deseaba, por otra parte, reponer su quebrantado
patrimonio, haciendo una previa excursión hasta Chuqui-
saca, donde esperaba adquirir recursos pecuniarios. Con
este designio, é instado por algunos que se decían sus ami-
UBRO II. — EL DESCrnRIMIENTO
279
gos, á uo emprender \daje á España antes de pasar- por
Chuqiiisaca, según lo tenía pensado, se dirigió en 1548 si
este último pimto, de.soyendo los consejos de propios y
extraños, que desconfiaban ocultase alguna celada aquella
invitación. Apenas puso el pie cu la ciudad, fue convidado
á un banquete, donde le envenenaron ( l ).
Así se malogi-ó la doble tentativa de reorganizar las
provincias del Plata bajo el mando de un Gobernador
propietario, pues hasta entonces prevalecía en ellas la au-
toridad intrusa de Domingo Martínez de Irala, tambidn
llamado Vergara, por razón del pueblo de su origen. Este
caudillo, que unas veces por la crueldad y otras por la as-
tucia, se había mantenido en posición tan cxpectable, im-
puso al fin la costumbre de que le obetlecieran, y concluyó
por domesticarse di mismo, en el ejercicio del poder. Afii--
mada su situación, desplegó dotes verdaderamente supe-
riores, sistematizando por una serie de medidas más ó
menos buenas, la marcha progresiva de la colonia.
No podía escapar á la perspicacia de Irala, la necesidad
de a.segurarsc una base de dominio en territorio uruguayo,
como punto de escala para sus comunicaciones marítimas,
y avanzada militar permanente. En tal concepto, designó
en 1552 al capitán Juan Romero con 120 soldados, para
que se embarcase en dos bergimtines y procurase fundar
una población en las costas charrúas. Partió Romero de la
Asunción, tocó en Buenos Aires, y tomando de ahí á, la
pai-te del Norte, pasó cerca de la isla de San Gabriel, en-
trando al río Uruguay, donde á dos leguas fondeó en im
(1) Herrorn, HiMoria de he Indias; Dec vni, libro n-, cap ii,—
Goi'cilaso (le la Vega, Comentarios Reales; Part ii, libro vi, cap vi.
280
LIBRO II.— EL DESCUBRI.AUENTO
río que denominó de San Juan, en honor al santo del día,
segini dicen unos, ó según otros para inmortalizar su pro-
pio nombre. Una vez allí, y tan pronto como tomaron
tierra los expedicionaríos, nombró los oficiales y regidores
de la nueva población que deseaba establecer, designó el
perímetro que ella debía ocupar, y después de los trabajos
de orden, (piedó fundada la ciudad de San Juan, con aplauso
de los soldados que elogiaban la disposición del terreno.
Los charrúas mu’aron con iínimo al parecer indiferente
el nuevo establecimiento, dejando que los conquistado-
res se instalasen en él con tanta comodidad como les
pluguiehi. Sediuádos los españoles por las perspectivas de
una tranquilidad tan halagadora, comenzaron á diqilicar
los atractivos del paraje, uniendo á los encantos de la na-
turaleza las ventajas de la industria, y pronto se vió el suelo
sembrado de plantaciones y sementeras, así como vió el
río reflejarse en sus aguas la silueta de los edifiíáos en que
se albergaban los noveles pobladores. Pero aquella tran-
quilidad era una simple tregua. Los charrúas dejaron pasar
los dos primeros meses de instalación, y cuando reputaron
á los españoles vinculados á la tierra, comenzaron sus hos-
tilidades con porfiada insistencia. (1). Á cada instante se
vieron los habitantes de San Juan acosados por la apari-
ción de fuerzas que en mayor ó menor número circunva-
laban el pueblo, destruían las sementeras y se retiraban
después del estrago. La situación de aquellos colonos se
hacía insoportable, á punto de estar siempre con las armas
en la mano, viéndose obligados íí abandonar el cuidado de
(1) Guzinán, La AnjenUna ; lib ii, cap xn. — Lozano, Historia de, la
Conquista, etc ; toin iii, lib ur, cap L
IJBRO II. —EL DESCUHRIM1ENTO 281
la labranza para atender á la conservación de la vida: de
aquí provino la ruina de las plantaciones, y los aprietos
del hambre pusieron el colmo á las desdichas.
Corriendo peligros tan gi-aves, los pobladores de San
Juan, que eran militares de profe.sión y conocían por expe-
riencia las desventajas de una guerra cuando se verifica en
las condiciones de ésta, acordaron participar il Irala el es-
tado en que se veían, y la necesidad de ser socorridos con
medios de transporte sí. fin de efectuar la desocupación del
establecimiento. Partió im mensajero hasta el campo del
Gobernador, y ftié recibido por éste con bastante sorpresa,
pues suponía Irala que 120 soldados españoles parapeta-
dos tras de los muros de ima población, se bastaban para
tener á raya á los chaiTÚas que osasen atacarles. Creyendo,
pues, que había algo de exageración en el mensaje, deter-
minó enviar á su yerno Alonso Riquelme de Guzmán con
algún socorro, y al mismo tiempo con la comisión de in-
vestigar el estado de las cosas é infiuh- para que no se
abandonase conquista tan recientemente adquirida. El
nuevo comisionado llegó en un bergantín desde la Asun-
ción, con ánimo de socorrer á los colonos, pero halló que
éstos tenían más deseos de abandonar el punto que de que-
dar en él socorridos. Por lo tanto, recogió á su bordo á los
extenuados pobladores y dió la vela para la Asunción, no
sin sufrir en el viaje algunos contratiempos ocasionados por
accidentes imprevistos, y ataqpes de las tribus que pobla-
ban las orillas del tránsito.
El fracaso de la fundación de San Juan, demosti’ó que
los conquistadores estaban esquilmados después de tantas
correrías, y sin ánimo para mantenerse donde no existiera
esperanza de obtener riquezas inmetliatas. Paralelamente
282 i.inRO II. — El. DEscunRi.MiEN'ro
ii e«ta demostración de impotencia, se hacía cada vez
más sensible la necesidad de aglonuTar recursos sobre las
costas del Océano hasta la entrada del Río de la Plata, y
en tal sentido, tanto Irala, (pie tres anos dcspiuís debía
recibir su nomlmimienlo de Gobernador efectivo (1550),
como otras personas inpmrtantes de la milicia y el clero,
escribieron á la Corte, solicitando que iiromoviese un mo-
vimiento de colonización no permitido con los reciu’sos
disponibles del jiaís. Acertó la casualidad, que cuando es-
tas ¡deas hacían camino, llegaran por distintos motivos á
la Península diez y ocho ó veinte de los turbulento» con-
(piistadorcs del Plata, entre ellos Jaime Resijuín, cuyas
ambiciones se combinaban con la jiosesión de un buen pa-
trimonio.
Estimulado á emprender nuevo viaje al teatro de sus
antiguas aventuras, se jiresentó Resquín solicitando la Go-
bernación de los territorios conqirendidos desde la costa
oceánica hasta Sanclí- SpirUuft. Ofrecía fundar cuatro pue-
blos, el primero en el puerto llamado San Francisco; el
segundo 30 leguas más arriba, hacia el Plata, (m el puerto
de Mbiaza ó de los Patos (Santa (Catalina); el tercero en
San Gabriel, y el cuarto en Sancti-Spiritus, llevando con-
sigo, para formalizar diídias fundaciones, üOO hombres en
su mayor parte casados. Se comprometía á establecer de
su peculio, tres ingenios de azúcar, dos de ellos en San
Francisco y el otro en Mbiaza, recibiendo por toda coope-
ración oficial 12,000 ducados, y obligándose á pagar 5,000
de multa, en caso de faltar á su contrato.
Aceptó la Corte aquella sensata y ventajosa proposición,
formalizando escritura con Resquín á 30 de Diciembre de
1557. Para ampliar facilidades al postulante, no solamente
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO
283
le concedía 200 leguas de costa, desde la boca del Río de
la Plata, á contar de 31" al Sur continuando hacia la
Equinoccial, sino que le autorizaba it ejercer jurisdicción
sobre el pueblo de Guayra, apartándolo de la Gobernación
del Paraguay si fuere necesario, para constituir este nuevo
y poderoso distrito ( 1 ). Como la ayuda de costa que Res-
quín pidiera no fuese bastante para completar el arma-
mento, se le habilitó con 1000 quintales de galleta, 8 pie-
zas de artillería y 4000 ducados de anticipo sobre su sueldo,
permitiéndole alzar bandera de enganche y tocar tambor,
cosa hasta entonces nunca vista para la recluta de expe-
dicionarios con destino it Indias.
Ayudado por tan amplias liberalidades, completó un ar-
mamento considerable. Hízose á la vela en 14 de Marzo
de 1559, con tres naves, tripuladas por més de GOO hom-
bres, entre ellos 200 veteranos y porción de hidalgos. Iba
por Maestre de Caraix), un joven caballero que no llegaba
á los 20 años, D. Juan Gómez de Yillandrando, sobrino
del conde de Ribagorze, y por Almirante de la escuadra
D. Juan Boyl, valenciano testarudo y malo, cuya conducta
contribuyó al ft’acaso de la expedición. Apiaias en marcha,
disensiones de todo género dividieron íí los expediciona-
rios. Resquín era opuesto á hacer escalas, pues confiaba en
que el avituallamiento de la escuadra le jiermitiría un
viaje directo; pero Boyl, que no había cuidado de nada, de-
jando aglomerar encima de las provisiones luia ciuga des-
medida, fué de los primeros en quejai-sc de que la mayor
parte de las pipas de agua se habían abierto y las provi-
siones de boca inutUizado. Llegaron de este modo á Cabo
(1) Archivo de Indias, tomos iv y xxni.
284
LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO
Verde en 16 de Abril, donde estuvieron seis ó siete días
proveyáidose de víveres frescos. De allí hicieron rumbo á
la Equinoccial, poni<?ndose en 1 2 días á 3 grados de ella.
Muy luego experimentaron grandes calmas en la Línea,
y despuds las aguas empezaron á declinar hacia Santo Do-
mingo, an-astrándoles en aquella dirección. A los diez y
siete ó diez y ocho días, sopló el viento en sentido favo-
rable á las corrientes, imponiéndoles una marcha de retro-
ceso que desorientó á todos. Redoblaron las quejas de Boyl,
quien con este motivo, insinuó el deseo de volverse atrás. Se
creyó en un principio, que aquella insinuación fuese un des-
ahogo de su ordinaria displicencia, pero las subsiguientes
y repetidas protestas que hizo en igual sentido, mostraron
que tenía re.solución de cumplir su amenaza. En efecto, al
caer la noche del 20 de jNIayo, después de algunas manio-
bras sospechosas, volvió la popa, abandonando á sus com-
pañeros. Escasas de víveres y trabajadas por tiempos con-
trarios, tuvieron también que volverse las otras naves, en-
trando al puerto de Santo Domingo, el 17 de Julio de 1559.
Esta abrumadora contrariedad fijó el porvenir del Uru-
guay bajo la domiuacióu española. Abandonado el propó-
sito de fundar establecimientos consistentes sobre las cos-
tas atlánticas, todas las iniciativas se concretaron á devorar
hombres y recursos para mantener e.xpedito el camino del
Perú, volviendo así á la antigua preocupación de la codi-
cia. La entrada al Río de la Plata, y mucho má.s, la zona
atlántica que la precedía, estaban demasiado lejos del sitio
ideal de los aventureros, para que éstos se comprometiesen
en su población. El genio emprendedor de Carlos V vis-
lumbró la necesidad de reaccionar contra ideas tan erró-
neas, y de allí provinieron las facilidades otorgadas á Sa-
LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO
285
uabria y las instrucciones dadas á Irala ; pero la suerte fué
contraria á sus disposiciones. Por último, el fracaso de
Resquín completó la obra de nuestra mala fortuna.
Si esto era así en lo tocante á la grande extensión que
arrancando desde las afueras del Cabo de Santa María, iba
hacia los 24®, sucedía lo propio en cuanto al tenitorio ubi-
cado en sentido opuesto. Los conquistadores se daban hasta
entonces por satisfechos con tener libre enti-ada á Ga-
briel, comprendiendo bajo tal denominación la isla de ese
nombre y el puerto de la Colonia, que les servía de punto
de escala y aun de apostadero en muchas ocasiones. Así
filó que los ti-es gobernantes sucesores de Irala nada hicie-
ron por secundar la tentativa de aquól en las costas uru-
guayas, bien sea porque su situación propia lo impidió, ó
bien porque temieran exponerse sin fruto á un nuevo con-
tratiempo. Solamente quince años despuós de la ruina de
San Juan, propuso Ortiz de Zárate un proyecto serio
para la conquista del Plata, obteniendo su aprobación de
la Audiencia del Perú ; pero como la sanción definitiva
dependía de la Corte, necesitó el postulante recabarla allí,
empleando en ese trámite y los aprestos consiguientes desde
1569 á 1572.
LIBRO TERCERO
LIBRO TERCERO
LA CONQUISTA
Lns clo8 tendencias de la Conquista.— Juan Ortiz de Zárate. — Su ambo
al Uruguaj\ — Buen recibimiento de los cban'úa.s. — Sapicán. — Aten-
tado contra Aba-aihubu. — Ruptura de hostilidades. — Batalla de
San Gabriel.— Generosidad de los vence<lores. — Alonso de Onti-
veros entre los cbarrúius. — Llegada de Melgarejo.- Retirada de los
españoles. — Invasión de Garaj'. — Batalla de San Salvador. — Fun-
dación del pueblo. — Efectos que produjo la victoria de Garay.—
Crueldades de los vencidos. — Juan de Bairos entre los chanás.—
Conducta de Zárate en San Salvador. — Suceso de Yamandú.-
Conspiración de Trejo. — Partida de Zárate. — Hostilidades de los
charrúas.- Abandono de San Salvador. — Períotlo de olvido en que
se deja al U'uguay. — Su influencia en la reorganización de los in-
dígenas. --Hernando Arias de Saavedra. — Entra con ejército.—
Pavoro-so desastre que sufre. — Plan de conquista pacífica.— Crea-
ción del Gobierno del Río de la Plata. — Política de Góngora con
los indígenas. — Política de Céspedes.— Residtados de esa política.
—Fundación de Santo Domingo de Soriano.- Riqueza pecuaria del
Uruguay. — Su origen. — Idea que ella despertó en los conquista-
dores.
(1572 — 1024 )
El capitán Juan Ortiz de Zárate, caballero de la Orden
de Santiago, á quien la Audiencia de Charcas había pro-
visto Adelantado del Río de la Plata, remitiéndole á la
Corte para la confirmación del empleo, era persona de ca-
290
LIBRO in. — LA CONQUISTA
lidad y nidritos ( 1 ). Decidido á ocupar un puesto que sa-
tisfacía sus ambiciones, se encaminó á la Península, afron-
tando bastantes contrai’iedades. En el trápsito de Panamá
á Cartagena, un corsario francés le apresó y despojó de
cuanto llevaba. Esto hizo que llegara á dicho punto en el
peor estado; pero como su posición y meilios pecimiarios
eran conocidos, obtuvo allí recuraos para seguir ^^ajc á la
Corte.
Los costosos csftiei’zos hechos hasta entonces para esta-
blecer el dominio español en el Plata y sus adyacencias,
eran el resultado de dos corrientes de opinión sobre la me-
jor forma de realizar ese empeño. Una de eUas, librando
todo designio á la fuerza de las armas, había buscado la
compensación inmediata de sus saciificios en la adquisición
de aqueUa parte del suelo donde se hallaran criaderos me-
tálicos, sin cuidarse de las dificultades de su hallazgo. La
otra, habiendo abandonado tan erróneas ideas, pensaba que
la solución del pioblema consistía en promover el cultivo
de la tierra, poblando y colonizando sus trozos más apro-
piados. Inoficioso sería decir, que la Corte prohijaba este
último dictamen, como podían atestiguarlo sus contratos
con Sanabria y Resquín, á quienes concedió cuantas facili-
dades hubieron menester.
Existiendo semejante disconformidad entre las aspii*a-
cionevS de la Corte y la mayoría de los aventureros, á lo más
que podía llegarse era á una transacción. Desde que el
Tesoro regio careiaa de medios pai'a costear las expedicio-
nes conquistadoras, toda imposición le estaba vedada. Un
(1) Ccfi tas de Indias, N.® h\xxvii. — Archu'o de Indias, lomos xviti
y XXIII.
UBHO m. — LA. CONQUISTA
291
título de autoridad y una ayuda de costa, era cuanto la
Corona podía ofrecer á los que exponían su propio caudal
y vida en cambio de beneficios eventuales. Esta posición
singular del Gobierno español frente á sus súbditos, ex-
plica el giro caprichoso, muchas veces insensato, que iu-
•forma las operaciones de loa conquistadores del Plata, y
pone de manifiesto las dos tendencias en pugna que encu-
brían sus capitulaciones con la Corte.
Juan Oiliz de Zárate rejirescntaba el termino medio en-
tre los dos extremos jiredichos. Sus aspiraciones de colo-
nizador iiQ le llevalian tan lejos como á Sanabria y Res-
quín, i>ero no le distanciaban como ii Mendoza y Alvar
Núñez del ciütivo metódico de la tierra. Ofrecíase á gas-
tar 20,000 ducados de oro en el sustento y población de las
provincias del Plata, sin perjuicio de conducm en 4 naves,
artilladas- .y provistas de su cuenta, 200 colonos poblado-
res, los mós de ellos casados, y 300 hombres de guerra
para proseguir la conquista. Obligábase asimismo á intro-
ducir al país 4000 vacas de Castilla, igual iiíimero de ove-
jas de la misma procedencia, 500 cabras y 300 caballos y
yeguas. Se comprometía, por ultimo, á fundar dos pueblos,
el primero á la entrada del Plata, en San Gabriel ó Bue-
nos Aire.s, y el segundo entre la Asunción y la ciudad de
la Plata (Chuquisaca), para mantener por ese lado las co-
municaciones políticas y comerciales.
Fué aceptada la oferta en 10 de Julio de 1560, bajo
las sigideutes cláusulas remuneratorias: 1." se concedía á
Zarate la gobernación del Río de la Plata, con todo lo des-
cubierto y por descubrirse, durante su rida y la de im
hijo, ú otra persona que designase en caso de no tener lii-
jos á su muerte; 2." su casa y mayorazgo, así como la de
292
LIBRO lU. — LA CONQUISTA
SUS herederos y sucesores, go/aríaii jierpetua mente del tí-
tulo de Adelantado; .‘1." se Ies facultaba para repartir y
encomendar [>or sí d sus tenientes, todos los indígenas
y encomiendas vacantes 6 cjuc vacaren en el territorio de
su mando; 4." se le hacía merced jiara sí y su sucesor, del
Alguacilazgo Mayor del Río de la Plata, con cargo de nom-
hrar los alguaciles mayores de todos los j^ueblos y ciuda-
des fundados ó cpic cu adelante se fundasen, y removerlos
ó destituirlos cuando lo creyere conveniente'; 5." se le fa-
cultaba para construir 3 fortalezas de jiiedra, cu)'0 go-
bierno tendrían durante la vida, 6 \ y su heredero, con
sueldo de lo0,000 maravedís anuales cada una, desconta-
bles de los IVulos de la tierra; 0." s(> le autorizaba jiara se-
ííalarsc en jirojiiedad un repartimiento de indígenas, con
cargo de podíalo trasmitir igualmente á su legatario, y fa-
cultad de mejorarlo cambiándolo [)or otro repartimiento
más j)roduclivo; 7.' s(> le concedía autoridad para rejiartir
y dar tierras ó solai*(‘s, caballerías, estancias y otros sitios
á todos sus hijos legítimos y naturales, así en las zonas
pobladas como en las que pudieran poblarse de futuro; y
(]ue pudiera juntar á los indígenas ([ue se le daban en el
Plata los que ya tenía en el Perá, y rejmrt irlos cntiv^ sus
liijos naturales 6 legítimos ii tiempo de dejar la vida, dbm-
plementiibansc estas concesiones con algunas otras, tales
como excepción de derechos y contribuciones en ciertos
casos, importación para su servicio de 100 esclavos de
Portugal y jiroinesa de atenderle en el pedido de 20,000
indígenas tributarios y título de ^larquós luego que con-
cluyera la conquista.
Si el (ioutrato satisfacía las asjnraciones del Adelan-
tado, no dejaba de establecer las vistas del Gobierno, res-
LIBRO m. — LA CONQUISTA
293
pecto á la conquista y población de estos dominios. Decía
Felipe II en una de sus dáusulas: <' O.s hacemos merced
de la Gobernación dcl Río de la Plata, así de lo que al
presente estíí descubierto y poblado, como de todo lo demás
que de aquí adelante descu brieredes y poblaredes, ansí en las
Provincias del Paraguay y Panuiá, como en las demás Pro-
vincias comarcanas, ansí por la costa dcl mar del Korte
como por la del Sur, con el distrito y demarcación que
S. M. el Kmi>erador mi Señor, (pie haya gloria, la dió y
concedió hl Gobernador 1). IVdro do Mí'ndoza, y despuás
d(?l á Alvav Nóñ(‘z C'abcza de Yaca, y á Domingo de Irala >.
Y en coníirmación del deseo de ver poblada en su ma-
yor latitud, desde el Atlántico al Pacífico, la enorme zona
comprendida entonces bajo el nombre de provincias del
Plata, agregaba el Rey más adelante: « Fundarais y liareis
fundar en el dicho distrito otros cuatro pueblos do espafioh^s
en las partes y lugares que os parezca y vieredes más con-
venientes, con la gente necesaria en cada uno, así para que
los natimdes de la dicha tierra est(?n con más sujeción y
quietud, como para la sustentación y comercio de los espa-
fSoles, y que asimismo par(^ci(?ndoos ser necesario fundar
más pueblos para mayor tpiietud de la dicha tierra y que
Nos seamos mejor servido y nuestra Corona Real acrecen-
tada, los fundaróis, » etc.
Los jircparativos del armamento duraron casi tres años,
á contar del día en que se firmó el contrato hasta aquel
en que la expedición pudo hacerse á la vela. Záratc ex-
cedió su compromiso en el apresto del cuerpo expedicio-
nario. En vez de 500 hombres, aiiroutó 000, con los per-
ti’echos, artillería y ^^veres necesarios, siendo seis en vez
de cuatro las naves que formaban la flota. Llevaba consigo
294
LIBRO lU. — lA CONQUISTA
21 religiosos franciscanos, muchos matrimonios de colo-
nos y diversos peritos en varios oficios ( 1 ). El ai*cediano
Centenera, futuro autor de La Argentina, y muy des-
afecto al Adelantado, iba por capelhüi de esta expedición.
Partió Ziírate de San Líícar, en 17 de Octubre de 1572.
Experimentó vientos contrarios hasta llegar á la Línea, en
cuya altura ai-reció el tiempo, y se le murió alguna gente.
La menor de las naves fué desviada del resto do la flota,
tocaudo en San Vicente del Brasil, donde saltaron sus tri-
pulantes y comunicaron con Rui Díaz Melgarejo dándole
noticias de Zarate, sin presentir el serNÓcio que se presta-
ban á sí mismos y al Adelantado con motivo de este in-
cidente casual. Entre tanto Zárate, siguiendo su nave-
gación, a vistió tierra en 21 do Marzo de 1573, pero no
tomó puerto en su costa, antes prefirió seguir viaje,
liasta (pie en 3 de Abril ancló cu la playa y puerto lla-
mado de Don Rodrigo. Un furioso pampero desafeiTán-
dole de improviso, le impelió á la mar, para mantenerle
sin rumbo durante tres días, hasta dar en una bahía, donde
cierto anciano jefe do tribu se brindó á guiarle. Aceptada
la oferta, navegó con rumbo fijo hasta llegar á Santa Ca-
talina.
Desembarcada la gente en esta isla, hízose notable desde
luego la falta de nveres en que se hallaban. Quiso el Ade-
lantado remediar el mal, y reembarcándose con 80 hom-
bres escogidos, enderezó liacia el puerto de Mbiaza dejando
por su lugarteniente al eapitán Pablo de Santiago, que tan
(1) Viceafe G. Quesnda, La ralayonin y los ticnas australes;
cap I. — Fray Juan de Kivadeucyrn, lldación de las Provincias del
Rio de la Plata (Rev de la Bib <le B. A., tomo iii).
LIBRO m. — LA CONQUISTA 295
adversa suerte había de encontrai- más tarde eu tierras
uruguayas. Santiago era^ á lo que parece, un oficial intra-
table y duro, así es que apenas se pronunció alguna deser-
ción entre sus gentes con motivo del hambre, castigó con
la ííltima pena á aquellos desertores que se presentaban
aiTepentidos, ó se dejaban capturar acosados ix>r la nece-
sidad.
Por fin volvió el Adelantado con vívere.s, y dió órdenes
para aprestarse á partir. Hizo recuento de sus gentes, dejó
en la isla íí los qié no tenían armas, il los impedidos por
enfermedades y a las mujeres, y embarcándose con el resto,
dió la vela' para el Río de la Plata á jirincipios de Octubre
del mismo año. Perseguido siempre por tempestades y
y)«ntos contrarios, arribó al promediar Noviembre á San
(jabriel, en cuyo puerto una nueva borrasca le desmanteló
la nave capitana, arrojándola á la playa de la costa fii-me,
en donde sirvió de fortín provisorio á sus desvalidos sol-
dados. Pensó entonces que la tierra firme era el sitio más
conveniente para fundar una de las poblaciones á que le
obligaba su contrata, y dispuso se principiasen á hacer las
chozas ó casas de paja del nuevo establecimiento, al abrigo
del barco volcado y de un fuertecillo de estacas que cons-
tituían la úuica defensa de la naciente ciudad de San
Gabriel.
Luego que los chan*íias conocici’on el arribo de tantos
extranjeros al país, se aproximaron con el fin de aseso-
rai*se de su núineiD y hacerles la hospitalidad agi-adable.
Calcidando que la necesidad inmediata y más apremiante
en el campo español sería la escasez de víveres, dióronse
prísa á subvenirla, y obsequiaron á los recién llegados con
gi'ande cantidad de venados, avestruces y sábalos, que ei-a
296
UBRO lU. — LA CONQUISTA
lo que constituía su alimento ordinario ( 1 ). Esta obse-
quiosidad continuó sin alarde alguno, y como proveniente
del que dueño del país adonde llega el náufrago, atiende
ante todo á remediarle de lo que carece. Los e.spañoles se
mostraron sumamente agradecidos y contentos de la recep-
ción que se les hacía, y aun les pareció en los primeros
instantes (pie superalja á todo cuanto podían esperar, des-
pués de las repetidas calamidades á que se vieran exjiiics-
tos. Para})etados de noche tras de sus fortiíicaciones, sa-
lían de día á correr el canqio sin encontrar obstáculo ni
animadversión ostensible de parte de los natimdes.
Noticiáronse de allí á poco l(js conquistadores, que entre
los naturales había gi'ande acatamiento por Sapieán, caudillo
á quien se profesaba en todos los ámbitos del ]>aís verda-
dero y entusiasta afecto. Era 8a[»icán un anciano en quien
el peso de los años no había enfriado todavía la virilidad
del corazón: amado de los suyos, temido de los enemigos
y considerado de los aliados, extendía su dominio .sobre
cuanto le rodeaba, porque á par de valeroso y fuerte, era
orgulloso en cuanto sus sobresal iiMites calidades se lo jier-
mitían (2). Prestigiado por estos antecedentes, dependía
de él, hasta cierto limito, la dirección militar y política de
los negocios, y aunque más tarde le veremos consultar la
opinión pfiblica para el mejor acierto de las decisiones (pie
intentaba poner en práctica, es innegable que ellas eshiban
sancionadas de antemano por la voluntad de los suyos,
(1) Centenera, Ln AnjcnUnfi; enntoM ix y x.— Lozano, Historia de
la Cominislit, etc; tomo ni, eap vi.
(2) Centencm, La Anjmtimt; canto xi.-- Lozano, Historia de la
Conquista, ele; tomo iii, cap vn. — (i nevara, Historia dcl Paragnay,
etc; libro u, § xi.
LIBRO III. — I.A CONQUISTA
297
quienes veían en el ^^ejo caudillo su general invencible.
Lai’ganiente experimentado en los negocios de la Conquista,
con los cuales tuvo roce desde su primera mocedad, vin-
culaba íí las prendas personales de su caiiicter, la expe-
riencia de los sucesos cuyo desarrollo había presenciado
desde el comienzo de las primeras invasiones españolas.
Había aconsejado Sapicíín moderación y })rudencia para
con los extranjeros que posaban en territorio urugua}'0, pero
la susceptibilidad de Zarate y el tc'inperamento habitual-
mente p?v<^ativo tle los españoles, rompieron la cordia-
lidad existente. Un suceso insignifWíantc dio lugar á que
los ílninio^se exasperasen hasta el delirio. Valiéndose de
la ])ninera canoa que hubo á la mano, desertó un marinero
español, y atracando lí la costa }>enetró en campo charrúa.
Desde que existía buena relación entre ambas parcialida-
des, nada se le (hjo al nuevo huéspeil, porque también
era precepto de aquellos indígenas no oponerse nunca á
las gentes que iban de paz á sus tierras, según se ha dicho
ya y tendrá ocasión de coinprobarsí* muchas veces. Los es-
pañoles, sin embargo, elevaron el asunto á la categoría de
una ofensa: montó en cólera el Adiáantado y siguieron su
ejemplo los que le rodeaban, de suerte (jue ya no se pensó
en el campo de Zarate otra cosa (jue tomar la revancha.
Es evidente que á haber tenido mayor conocimiento de
los hombres y las circunstancias. Zarate y los suyos se
habrían dado cuenta de que los charrúas, en su condi-
ción Jiberal de vida, no formaban idea de lo que impor-
tase una deserción; ni podía creerse que fuesen capaces
de provocarla, cuando salía fuera del interés de su polí-
tica en aquellos momentos buscar disidencias con los es-
pañoles. Mas nada de esto fué ¡lensado, pues en el acto
298
LIBRO nr. — LA. CONQUISTA
se (lió orden de tomar la represalia aprehendiendo cual-
quiera de los muchos indígenas que vagaban por aquellas
vecindades.
Si la orden fuó dada con impremeditación, su cumpli-
miento se efectuó con rapidez. Ardían loa espafíoles en de-
seos de vengarse, y se echaron á buscar un individuo á
quien aprehender para convertirle en objeto de sus iras.
Quiso la suerte designar á Aba-aihuba, joven sobrino de Sa-
pican, el cual finí aprehendido cu una correría y conducido
al campo español con todo el aparato de un cautivo de
guemi. Así que el viejo caudillo de los chanmas supo la
aprehensión de su sobrino, á quien idolatraba con paternal
afecto, sintió la mayor angustia y lo participó á sus ami-
gos, sin que ellos pudieran darse cuenta del motivo que
originaba tan inusitado atropello. Difundióse la noticia de
esta prisión entre los demás hidígena.s, cuyo compañerismo
con Aba-aihuba era muy estrecho, y fueron muchos los
reclamos que se presentaron á Sapicán para inducirle á re-
cobrar la libertad del prisionero.
Veinte charríías comparecieron al camix) de Zárate para
pechrla; pero el Adelantado, menospreciando la sóplica, se
negó rotundamente á satisfacer tan justos deseos, rema-
tando las arbitrariedades con poner en prisión al indio gua-
raní, que, como más experto en la lengua española, ser-
^^a de intórprete á los comisionados. Consideróse entre los
charríías el hecho como una nueva ofensa añaiUda á las
anteriores, así es que les produjo gi’ande indignación. Con-
tuviéronse á pesar de todo, y aunque resueltos á vengai’se,
tantearon la vía de las negociaciones para rescatar á su
conciudadano. Pasó Sapicán jxírsonalmeiite al real del
Adelantado, y reprimiendo su cólera, expuso la injusticia
LIBRO III. — LuV CONQUISTA
299
qiio se hacía con sy sobrino y solicitó fuera puesto en
libertad, acoinpañaáclo la súplica con gran aditamento de
provisiones traídas consigo. P^strei'liado 'bntre lo.s inoti-
vos políticos y la necesidad del comestible, convocó Za-
rate junta de capitanes, y después de oir las ojiiiiioncs en
pro y cu contra de la libertad del indígena, resolvió díír-
sela á condición de que le devolvieran su castellano de.ser-
tor y la canoa ptítdida. Ilepugnaba lí los charrúas aquel
atentado contra la hospitalidad pacífica de ([uc eran tan
pródigos, pero al fin cedieron, enviando en busca del de-
sertor, que fue entregado ¿unto con la canoa, cuya perdida
lamentaba singularmente el jefe esi)aíiol. Cumpliila por
ambas partes la capitulación, marcháronse los parlamen-
tarios, contentos con tener entre los suyos á Aba-aihuba,
pero coléricos de la ofensa inferida y jurando vengai’se.
Inmediatamente se reimieron las habituales asambleas
de guen’eros, optando ixir romper hostilidades conti-a el
invasor. Fué designado Sapicán por generid en jefe, y á
sus órdenes se pusieron los caudillos de más brío, cuyos
nombres debían quedar vinculados á esta sangi’ienta epo-
peya. Investido con la efectividad de un mando que mo-
ralniente ejercía, Sapicán meditaba planes de mucho alcance.
Era su idea, cortar las comunicaciones de Záratc con los
c.spañoles déla Asunción y Santa-Fc utilizando á ese efecto
las fuei-zas de los demás indígenas vecinos, íl quienes de-
seaba proponer una alianza.
Para reidizar su bien meditado proyecto, tuvo vistas con
Yamandú, caudillo isleño del Paraná, quien comprendió
perfectamente la idea del charrúa y se prestó á secundarla.
Convinieron ambos, pues, (pie Yamandú se presentase á
los españoles de Zámte con la oferta de .servirles de co-
Dom. Eap. — l. 21.
300
LIBRO lU. — LA CONQUISTA
rreopani notiiíiai* cuanto sucediese it las gentes de Juan de
Garay, que poblaban la ciudad de Santa-Fe en esos mo-
mentos. Bajo el resguardo de esta comisión, Yamandíi de-
bía comunicar de paso lí Terú, caudillo de las islas del
Río de la Plata, las ideas de Hapicán, convidándole á al-
zarse contra Garay, para imposibilitarle de socorrer al
Adelantado ( l ). Corría de la discreiáón de Yainandii, el
detener ó entregar la correspondencia que Zi1rat(! le con-
fiase, segón la oportunidad le pareciese conveniente, agui-
joneando siempre lí Teríí para que pusiese en contusión
á los españoles de Garay con un rápido y atrevido al-
zamiento. La diligencia del enviado acreditó luego su dis-
creción así como la suspicacia del individuo á quien .se
dirigía: Teríi se alzó en armas contra los esj)anoles y Ga-
ray se encontró sitiado en Santa -Fe, reducido al espa-
cio que ocupaba, y obligado á poner en contribución las
dotes sobresalientes de un valor á prueba de contrarie-
dades.
l)e.sembarazado de las princii)ales atenciones, y habiendo
tomado aquellas medidas que la prudencia aconsejaba,
pudo Sapicán comenzar sus hostilidades en grande escala.
Preveía que la escasez de víveres obligaría á los espa-
ñoles á alejarse de su campamento fortificado, y esperaba
batirles entonces con ventaja. No se equivocó en sus cálcu-
los: 40 e.spañoles, empujados por la necesidad, abandona-
ron las trincheras de San Gabriel y se internaron á fo-
mijear tierra adentro. Sapicán, que les e.speraba, salió de
improviso al llano, y ordenando á los suyos una evolución
(1) Centenern, La Arycntiiia: cantos xi y xn. — Ix)zano, Historia
de la Coruja isla, etc; loe cit.
LIBRO III. — LA CONQUISTA 301
militar ;^iie cercó completamente al enemigo, comenzó la
batalla. Los españoles se defendieron cuanto les fue po.si-
ble, pero fueron exterminados á flechazos y pedradas. Sólo
escaparon con vida dos inibviduos, fiando su salvación á
la fuga en el comienzo do la pelea, y Cristóbal de Alta-
mirano, noble extremeño que resultó prisionero.
Avisado Zarate jior los dos fugitivos, ordenó jirouta-
mente que saliese en socorro de los que perecían el capi-
tón Pablo de Santiago con 12 soldados, mientras se pre-
imraba ii seguirle el sargento mayor ^lartín Pinedo con
50. Incorporados ambos destacamento.-?, apresuraron su
nnu’clia sobre los indígi'nas hasta llegar á ellos; [tero el ca-
pitón Santiago, ateiTiindose repentinamente al ver el camjx)
de batalla cubierto de cadáveres españoles, convidó á Pi-
nedo á desistú* del combate por no considerar las fuerzas
de ambos suficientes á resistir el eminije de los contnu*ios.
Enojado el primero, detractó á Stffitiago, llamándole co-
bai'de, y ya sacaban las espadas para desfogar la ira, cuando
el cjórcito charrúa avanzó sobre ellos, haciendo resonar
en el aire sus roncas trompas y bocinas, y su habitual
grito de guerra.
Abandonaron entonces los dos oficiales su pendencia
para atender á la salvación común: Pinedo corrió á los su-
yos que comenzaban á huir, pero le atropellaron, y per-
.seguido por Caytúa se arrojó al río, donde también se
arrojó el incbo, matándole. Santiago con seis camaradas
liizo rostro al enemigo y comenzó á batirse intréiiidamente.
Quedaba la batalla empeñada en todos los puntos que cu-
brían las fuerzas de ambos contendientes y era necesario
que Ids indígenas acudiesen á todas partes con el mismo
vigor, porque en todas partes al rehacerse los españoles á
302 LIBRO m. — LA CONQUISTA
la voz (le sus j(*fcs, combatían con el mismo abín. Taliolní
avanzó con su escuadrón sobre el «^rupo de Santiago, en
tanto que Sapicán, Aba-ailiulia y los deiniís caudillos da-
ban alcance á los otros grupos, que ora huyendo, ora ha-
ciendo frente, recibían y ocasionaban la muerte. Se vió
entonces hasta que punto eran inveterados los odios civi-
les entre los españoles, pues en el grupo que hacía ft’entc
á Tabobá, im soldado llamado Benito, después de haber pe-
leado denodadamente y creyendo que nada le restaba que
hacer antes de imirir sinó vengarse de las ofensas recibi-
das de sus conqiañeros, volvió sus armas contra el capitán
Santiago, y á nombre de un antiguo resiMiti miento (pie ha-
bía jurado vengar, le dió la muert(\ Indignado el charrúa
Yaci de aquella ac(áón innoble, atravesó á Benito de un
flechazo.
El combate prosiguió reñido como había comenzado:
los indígenas se apresuraban á saborear el placer de una
victoria largo tienqio esperada. Decidióse al fin la batalla
por ellos, perdiendo los españoles 100 soldados y varios
oficiales. Pero antes de concluirse la acción vieron con ex-
ti-añeza cpie, sañudo en medio de su silencio y con un brazo
de menos, combatía un español contra los enemigos que
tenía al frente. Llamábase aquel hombre Domingo Lares,
noble de nacimiento y muy amado de sus camaradas por
las prendas que adornaban su alma generosa. Sintieron
los indígenas á la vista de tan gloriosa desventura, la in-
fluencia que ejerce todo designio esforzado sobre los espí-
ritus que aquilatan igual temple, y se levantó por el campo
un grito de admiración, verdadero tributo de agasajo con
que el patriotismo vencedor saludaba á la intrepidez vencida.
Agrupái'onse en derredor del bravo que así sostenía el ho-
UHUO III. — CONQUISTA 303
ñor de las armas castellanas, y por un movimiento nminime
se arrojaron sobre él, llevándole en triimfo á sus chozas,
donde filé asistido y cuidado á par de los amigos más
fieles (1). ,
Concluida la batalla de San Gabriel, el ánimo de Zá-
rate cpiedó completamente quebrantado en presencia del
contraste (juc habían sufrido sus armas. Reunió los pocos
oficiales que sobrevivían, y después de cambiar ideas con
ellos, dcterniinó replegarse á la isla, de donde en mala hora
habían sahdo. Por su parte los veiieedores insistían para con
su general en la necesidad de concluir inmediatamente con
los castellanos antes ile que éstos pusiera^^río por medio;
pero Sapicán calmó el ardor de sus subalternos, especial-
mente Chelipó y Aletilión, intrépidos hermanos que se
ofrecían á borrar de la tierra en aquel día el nombre espa-
ñol. De mal. ojo vieron los indígenas, sin embargo, la reti-
rada de los españoles, y á no haber sido por la autoridad
de su caudillo, hubieran vuelto á emprender batalla luego.
Pero Sapicán les hizo presente en la junta de guerra, donde
los principales se habían reunido para inducirle al com-
bate, que las circunstancias uo eran favorables á una nueva
batalla, pues á más de la fatiga que agobiaba á las tropas
con motivo de la doble jornada á que habían conciu-rido,
tenía él por su parte nuevos planes en combinación, de
que les baria partícipes luego que los madurase. Retirá-
ronse los iKíticionarios confiando en la sagacidad de su ge-
neral, y ipiedó suspendida la acción armada para dar lugar
á los movimientos de la estrategia.
(1) Cenlcnern, La Aryenlina; loe dt,— Lozano, Historia de la Con-
quista, etc; loe cit.
301 LIBRO ni. — LA CONQUISTA
Muy (liferonte. ajiarecín por cierto el aspecto de cada uno
de loH campos rivales, pues mientras cu el de los indígenas
todo era animación y entusiasmo, en el de Zíírate todo se
volvían apuros y tío'roi'cs. La escasez de vívei’es y la per-
dida de cien soldados y algunos oficiales, unida ii la mala
opinión (]ue el Adelantado tenía entre los suyos, tornaban
tan oscuro el semblante de las cosas, que bien pronto co-
menzó entre los conquistadores á hacerse sentir la deses-
jieración. Aturdido entre tantas hístimas, no atinaba Zilrate
á ponerles remedio eficaz, y dejándose llevar por su na-
tural indolente, vacilaba entre el deseo de abandonar el te-
rreno y el de esperar auxilios que tal vez podrían propor-
cionársele de alguna parte. Como si Sapicián coligiese la
intención de su contrario, tra.sladó el campamento á las
proximidades de la isla, para estar más cerca de los espa-
ñoles e impedir cualquiera tentativa de fuga; meditaba al
mismo tiempo ima empresa marítima de consideración,
complemento del plan destinado á dar fin con los españo-
les. Esta noticia se supo por seis soldados expedicionarios
que se evadieron del campo vencedor, llevando á Zárate
relación de lo que allí pasaba, y anunciando que aun que-
daban otros treinta españoles prisioneros, á todos los cua-
les se les había ofrecido franco trato si seiTÍan bien, pues
no era costumbre de los indígenas matar hombres rendi-
dos ( 1 ).
Corríendo los sucesos á tan rápida solución, llegó en
este ínterin al campo esiiañol Yaniandó, que seguía el hilo
de la treta anticipadamente convenida con Sapicán, pre-
sentándose al Adelantado, para ofrecerle sus servicios y
(1) Centenern, La Jrgcnlina; canto xi.
UUKO III. — l.A CONíJUISTA
305
especialmente la coiulueta de cartas al real de Garay. Muy
alhorozado Zárate de esta oportunidad, que le parecía depa-
rada por la fortima para pouerle cu correspondencia con su
teniente, acogió afablemente it Yamandíi dtindose prísa en
comunicar íí Garay la angustiosa situación de que era víc-
tima y la posibilidad de que los indígenas uruguayos le
exterminasen á ól y á sus gentes, si un pronto socorro no
venía en salvación de todos. Acababa Zarate de confiar al
papel sus ansiedades, desiiaehando lí Yamandíi, cuando los
charrúas cubrieron la playa y comenzaron á insultar á los
españoles, arrojándoles piedras y mofándose de la mclin-
(b’osa circunspección conque ganaban sus naves (1). Un
indio más osado ó más presuroso de batirse, que sus com-
pañeros, adelantándose con el agua á la cintura hasta la
nave donde estaba el mismo Zárate, llegó á distancia sufi-
ciente para ser oído, y desalió con tono arrogante al e.spañol
que deseara combatir, añaiUendo no hacerle mella la cUfe-
rencia de las armas ni la ventaja de las ropas, siempre que
fuera el más valiente de lodos quien aceptase el reto. Los
e.spañoles, (pie por las señas y acíáones del perorante, en-
tendían bien lo que decía, no contestaron nada en el pri-
mer momento; mas al insistir aquel en su caballeres(ía pre-
tensión, le dieron por toda respuesta un balazo traidor, que
cortó la voz y la existencia del que pensando hallar igual
hidalguía á la suya en el corazón de los contrarios, sólo
encontró perfidia indigna de su pregonada gt^nerosidad.
Al ruido del incidente, algunos grupos de indios que an-
daban emboscados por los alrededores de la costa, salieron
(1) Centenorn, La Anje.nÜna; loe cil. — Lozano, Historia cíela Con-
quista, etc; loe cit.
306
LIBRO III. — LA CONQUISTA
á la playa para vengar á su compafíero. Pero como sus
armas aiTojadizas no alcanzaran hasta la nave del Adelan-
tado, acometieron el fuertecillo y las chozas de tierra for-
madas por los csi)anoles. Con saña persistente destruyeron
cuanto les fue [losihle, rompiendo las paredes del fuerte y
abatiéndolo todo entre grande vocerío. Después recorrían
la playa en tumulto, como provocando combate; y así estu-
vieron largo tieínpo á vista de los cristianos. Mas no era
el ánimo de éstos emprender batalla, y nada respondieron,
con lo cual concluyó por sosegarse el campo, yéndose los
indígenas para aparecer al siguiente día siempre en aire
de combate.
De esta manera transcurrió el tiempo, sin más novedad
de bulto (pie una muy singular. Alonso de Ontiveros es-
taba preso á bordo por orden de Zárate á causa de su ac-
tiva particijiaciiHi en uno de los muchos motines fragua-
dos en Santa Catalina por los expedicionarios. Habíanle
quitado los grillos en atención á la gravedad del ^leligi-o que
todos corrían y también por los muchos ruegos que se in-
terpusieron en su favor; pero él devoraba en silencio la
afrenta, ideando al mismo tiempo un plan de escapar á
otra nueva. Una noche, mientras los centinelas se entrega-
ban con mayor idiinco á la vigilancia exterior, deslizóse
Ontiveros del navio donde moraba, y se encaminó al campo
charrúa pidiendo ser acogido enti’e los indígenas. Recibié-
ronle éstos con muestras de benevolencia fraternal, ador-
nándole con las plumas y armas que usaban en la guerra (1).
Grande fué la soiqiresa de los españoles al enconti’arse
(1) CViiU'iiern, La Anjcnlina; loe dt. — I^ozano, Historia de la Con-
quista, etc; loe eit.
unuo m. — LA CONMJUI.STA
307
al siguiontc día con su conciudadano al frente, voceán-
dose con ellos, y ostentando la protección que le dispen-
saba el enemigo ; por manera que aquello sirvió de con-
goja á los que tristemente acosados por tantas miserias,
comenzaban á pi’csenciar la inaiulita deserción do los suyos.
Y ya que no ha de volverse á hablar más deOntiveros en
este relato, digamos para historiar por completo su singular
aventura, que militó entre los charrúas algún tiempo, y pa-
rece que al concluirse esta campaña volvió á los suyos,
arrepintiéndose tle un hecho á que le había forzado la
excesiva severidad de Zárate.
Mientras Sapicán a[)uraba de esta suerte á los españoles
pudiendo contar como segura una victoria decisiva, la es-
trella d(d Adelantado le preparaba trances que pronto iban
á sacarle airoso. Había arribado á San Vicente en el
Ih'asil, como ya queda dicho, el cai)itán Rui Díaz Mel-
garejo, andariego de costumbre, desobediente y porfiado,
que al frente de un grupo de aventureros corría la tierra,
fundando poblaciones donde mejor le parecía. Enbuiecido
en el duro oficio militar, era Melgarejo un soldado e.x-
perto, acostumbrado á todos los rigores de su profesión y
muy capaz de vencerlos con fortuna. Supo por las tristes
señales que encontró en el camino y de boca de los reza-
gados de Zái-ate, las desventuras de la expetlición, propo-
niéndose desde luego socorrerla. Con este designio, tomó
el camino del Uruguay, unas veces por tierra, y otras em-
barcado, llegando por fin al destino donde Zárate sopor-
taba las últimas amarguras de su .situación. El júbilo que
causó entre las tropas del Adelanta<lo este refuerzo en el
cual venían hasta mujeres y niños, fue inmenso: atribu-
yeron los sitiados lie San Gabriel designio providencial á
308
LIÜIIO III. — I.A CONQUISTA
aquel socorro, y desliaciiíiKlose en demostraciones y llan-
tos, recobraron el ánimo perdido y se consideraron salvos
de lina muerte á qne les entregaba sin réjilica sn situa-
ción calamitosa. Para Zarate fnó este refuerzo sn com-
pleta salvación, no sólo por las pronsiones de boca y gue-
rra con que se hacía sensible, sinó porque el talento mi-
litar de Melgarejo venía á dar á sus maniobras el ner-
^^o y la estrategia do qne habían menester.
Luego qne Alelgarejo jnido abarcar toda la extensión
del peligro, comprendió que había llegado el momento de
adoptar serias medidas para conjurarlo. Hubo junta de
oficiales, y el viejo capitán expuso en ella con claridad la
mala situación en que estaban los con(|UÍstadores. Bu pa-
labra llevó el coiivencimiento á todos los ánimos, convinién-
dos(í en la necesidad de una nueva retirada, que debía ha-
cerse á la isla de ^lartíii García, donde estarían menos
expuestas las tropas á la inquieta hostilidad de Sapicán :
pásose en ejecución lo acordado, y partieron las naves
para su destino. Llegailos allí. Melgarejo tripuló la cara-
bela y el bergantín con algunos soldados, y sirvióndose de
un indio que había traído prisionero, le llevó consigo como
baqueano para obtener provisiones en los buhíos ó chozas
de las islas cercanas. Las recorrieron con felicidad, encon-
trando en ellas no sólo víveres, sinó también algunos es-
pañoles prisioneros que se curaban de sus heridas, á los
cuales rescataron, contándose entre los recuperados el cé-
lebre Domingo Lares, ijue tan bravamente se había batido
en la óltiina campaña.
Entreteniéndose Melgarejo’ el menor tiempo que le fué
dable en esta exjicdición, trató de volverse á Martín Gar-
cía, donde calculaba que la necesidad debía hacerse sentir.
LIBRO m. — LA CONQUISTA
309
y lio anduvo desacertado al presumirlo, porque las gentes
de Zarate sin poder abrirse campo á ningún viento, esta-
llan reducidas á los dos liarquieliuelos en que moialian,
sirviéndolas más bien de cárcel que de refugio aquellas
malas viviendas. Nuevo regocijo causo esta segunda incor-
poración de Melgarejo, trayendo el alimento material (pie
faltaba y el concurso moral de tan bravos compañeros res-
catados, que, aunque dolientes, é inútiles por el momento
para entrar en acción, eran ajitos para levantar el animo
de los esjiafioli's á causa de lo ines[)(*rado del hallazgo y
del contingente moral de su ruidosa fama.
Sin embargo, la situación del Acbdantado no presen-
taba el aspecto favorable que habían beebo concebh* las
primeras esjieranzus. Yamandú, aprovechando la ausen-
cia de Melgarejo, había intinitado realizar una empresa ma-
rítima convenida con los charrúas, causándole á Zarate
no ¡loca iiKpiietud. Á pi’ctexto de proveerle de víveres, se
ajiroximó á las naves con once canoas, colocándose en
posición, que denunciaba claramente propósitos de hos-
tilidad. Tomadas las precauciones del caso contra el in-
dio, óste, que pronto las advirtió, hizo como que no las
notaba, empezando á regalar las provisiones que tenía
y retirándose despuós con promesa de traer más. Rídatado
el hecho á Melgarejo, fiu!^ de parecer que era de mal au-
gurio, porque coligado contra ellos Yamandú, no tenían
probabilidades de salvación á no venirles socorro del ex-
terior. Para conseguirlo, propuso ir en busca de Garay,
único capitán que podía ayudarles á salir con bien del
apuro. Partió, pues, y explorando las costas vecinas con
la acti\údad que le era ingénita, obtuvo noticias de aquel
capitán y de los inconvenientes con que luchaba.
310
LIBRO 111. — LA CONQUISTA
Ganiy venía en camino con nna flotilla naval y iin re-
fuerzo (le soldados, para socorrer á Zarate, de cuyas penali-
dades tenía noticia. No fueron menores las suyas, por cierto,
habiendo estado á punto de sucumbir ii los contratiemiios
(pie los hombros y la naturaleza le suscitaban de (ronsuno.
Estrechado en Santa-Fe j)or respetables fuerzas cpic '1 \tíí
llevó sobre (H, consiguió vencerlas, dispei sándolas con tanto
vigor, (pie las dejó imposibilitadas de juntarse })or miuiho
tiempo. Libre de esta liostilidad, aprestó sn gente disponi-
ble, embarcándo.se con ella en dirección á Martín García,
para donde iba tambii'n desde la Asunción, en socorro de
Zarate, un bergantín ejue se le incorporó en el camino. Con
el coiLsiielo de este refuerzo venía Caray muy satisfecho,
cuando nn fuerte temporal dispersó sus naves, arrojándolas
al aca.so por el río. Pa.sada la tem}H‘stad, procuró juntarse
de nuevo con los suyos, y navegando jiara conseguirlo, dió
con Melgarejo (pie lo buscaba. Aniupie Caray estuviera
más para s(t socorrido (pie para socorría’ lai aipiellos mo-
mentos, no besito en donar todos sus víveres de reinuísto á
Melgarejo, recomendándole (pie volviera al lado de Zárate
para animarle 6 instruirle de cómo venía resuelto ii com-
batir ii los ehari'óas.
Con esta novedad, separáronse los dos capitane.s, si-
guiendo Caray su camino para la costa de San Salvador,
y dando la vela Melgarejo para donde estaban el Adelan-
tado y sus gente.s, á (juicnes encontró cada vez más alin-
eados de ánimo. Habían sido víctimas del mismo temporal
que dispersó á Caray, con la circunstancia de haber per-
dido sus naves naufragadas junto á la isla. Melgarejo, sin
hacer alto en los detalles de lo que había pasado, evacuó
la comisión que ti'aía, coucertaudo luego un nuevo plan de
LIBRO III. — LA CONQUISTA
311
oixíracionos. Se convino en junta de oficiales abandonar
Martín García, yendo lí establecer una población en las
riberas del río San Salvador, punto seguro y de fácil de-
fensa. Al efecto, fabricaron ima embarcación con las tablas
de los buques naufragados, y cinbai'cando Melgarejo en
este barqmchuelo y su bergantín á las mujeres y los en-
fermos, dió la vela para el local convenido, donde les dejó
con buena escolta. Y mientras Zarate y los suyos queda-
ban en IMartín García, y las mujeres y enfermos en las ri-
beras de San Salvador, marchó Míílgarejo en busca de Ga-
ray, al cual no se incorporó en (*1 momcnlo más necesario,
[)or causa de un nuevo temporal que le tuvo á punto de
perderse con todos los suyos.
Entre tanto, saltaba Garay en tierra uruguaya, medio
abogado y transido de frío, habiéndole sacado del agua al-
gunos indios de su escuadrilla, que le vieron caer en mo-
nu‘ntos de poner pie .sobre las rib(‘ras de San Salvador,
donde ai)ortaba lleno de ansiedades. Traía 30 arcabuceros
y 1 2 soldados de caballería, (pie desembarcó con pérdida
de un caballo, á más de los hombres de mar, milicia brava
toda ella, elegida de entre los soldados con que se aco-
metió la fundación de Santa-Fe, y contra los cuales aca-
baba de estrellarse el valor de Terú y sus compañeros re-
cientemente vencidos. Aunque era malo el campo donde
colocó su gente y poco lucida la situación de todos, su
ánimo se templó al verse libre de los jieligi-os del río en
que estuvo amenazado de sucumbir sin brillo, y ti*ató de
consolar á los suyos haciéndoles presente la proximidad en
que estaban del puerto donde ya había una guardia espa-
ñola y la posibilidad de llegar á aquel destino luego de
reponerse un poco.
312 UBRO III. —LA CONQUISTA
La noche .se pa.só tristemente. Escasos de provisiones,
reposando sohrc un teiTcno empaliado por las lluvias, sin
defensa conka el viento que soplahu de continuo, verde y
mojada la leña del bosque cercano, los soldados se recos-
taban unos contra otros tiritando, sin atreverse á dormir
por el sobresalto de ser sorprendidos. La llamarada capri-
chosa de alguno que otro fogón mantenido a rigor de
constancia, hacía imís sombrío el aspecto del campo, y el
piafar de los caballos juntándose á los mil ruidos siniestros
que la soledad produce, acentuaban el tono fantástico de
aquel cuadro viviente. Los soldados españoles y su jefe, po-
seídos de la ansiedad (pie precede al último jDeligro, sen-
tían aproximarse la hora decisiva de su vida.
Así transciuTió aquella noche prccmxora de gi-aiides su-
cesos. Apenas alumbró el alba, comenzó á sentii’se el ruido
lejano de multitudes que avanzan; después se hizo más
perceptible el rumor, y por último apareció im ejército en
aire resuelto do combate. Ei*an los indígenas, al mando de
Sapicán, formados en siete grupos, cuyo número pasaba de
1000 hombres. Emoción desagradable causó entre los e.s-
pañoles aquella súbita acometida; ¡lero Garay, mandándo-
les tomar arma.s, les dijo con tranquilo continente, mien-
ti*as formaban: «¡ Amigos I no resta otra cosa que morir
ó vencer: e.speremos, juies, con valor al enemigo!»
Emboscó el caudillo español su caballería con designio
de lanzarla sobre los contrarios en lo más duro de la re-
friega, y colocándose él mismo al frente de los soldados
restantes, que eran arcabuceros y ballesteros, se adelantó
con miras de hacer una retirada falsa que atrajera el ene-
migo al lugar de la emboscada. Pero Sapicán no avan-
zó, según lo suponía Garay, biuLindo así el ardid de su
IJBRO m. — Ul conqüista
313
adversario. Llevados cntouces los españoles de su natu-
ral ardimiento, embistieron al grito de ¡Santiago! íl un
cuerpo de 700 indios, desbaratándolo. Acudieron en so-
corro de este cuerpo 100 flecheros que eran la flor de la
reserva indígena, )iero cortados ix)r la caballería que se
echó á gran golpe sobre ellos, fueron deshecho.s, malo-
grándose el movimiento envolvente que d(íseaban ejecutar.
Se hizo general entonces la batalla, porque cargaron to-
das las fuerzas indígenas sobre los españoles, poniéndoles
en terrible trance. Descompuesto el orden de las línea.s,
choemon y se confuiuhcron los combatientes, sustituyendo
el csti’ago de los proyectiles y de las armas arrojadizas,
por el blandu- de las espadas, lanzas y mazas, con que
se batían en el ardor del entrevero. Tabobá y Aba-aihuba
coiTieron hacia Antonio Leiva, que á caballo, ase.stó un
lanzazo al primero en el [)echo, pero el herido se aferró á
la lanza con tal*"^petu, que hubiera volcado á Leiva,
si á esta sazón Juan Menialvo, acometiendo por la es-
palda no hubiese hacheado al indio, cortándole una mano,
mientras se reponía Leiva, y le ultimaba. Furioso Aba-
aihuba de la muerte de su amigo, se abalanzó sobre Leiva,
mas éste le ati’avesó el vientre de una lanzada, y que-
riendo él charrúa pelear aún, se asió á la rienda del ca-
ballo del castellano sin soltarla hasta morir.
Por todos lados igual exa.speración. Sucedíanse los gol-
pes á los golpes que ..ada uno iniciaba ó devolvía sin cui-
darse del número ó la calidad. Era una lucha afanosa y
sañuda, donde todos se batían por igual. Tocó el turno á
Sapicán, que al ver tendidos sus dos más fuertes guerre-
ros, intentó vengarles, pero chocando contra aquel Me-
nialvo cuya espada mutilara á Tabobá, fué víctima á su vez
314
LIBRO III. — LA CONQUISTA
del matador de su amigo. Igual suerte corrieron Auagualpo
y Yaiiflinoca, muertos á manos de Juan Vizcaíno, oti o sol-
dado de caballería. jNIagalona, desiiués de haber arrancado
la pica íl un enemigo, murió luchando conti'a sei.s españo-
les, uno de los cuales, llamado Osuna, le apuñaleó desde
arriba del caballo, cuyas riendas pretendía coi’tar el indio
con los dientes.
Viendo Garay (pie la lucha no c(?saha á pesar del des-
trozo que su caballería había hecho (^n las lilas indígenas,
cargó personalmente sobre un (íuerpo d(‘ reserva qiuí aun
permanecía entero; pero al embestir, fue herido en (*1 pe-
cho y le mataron el (‘aballo. Acudieron sus soldados de
prisa á socorrerle iiroporciomuidole otro caballo, con lo cual
se restableció la moral de las fuerzas españolas. Entonce.^,
comprendieron los charrúas que la batalla no se decidía al
quedar vivo Garay, y habiendo ellos perdido sus mejores
jefes y 200 .soldado.s, tocaron r(*tirada, al(*jándose de aquel
funesto campo (m el cual celebraban los españoles la más
insigne victoria que en su coiu'eiito habían obtenido en es-
tos países. Retiráronse ordenadamente los indígenas, y los
españoles, por su parto, á pesar de las ventajas de movili-
dad que les daba su caballería, no les persiguieron.
Pasó la noche Garay ocupado en reparar el cansan-
cio de sus tropas y curar los heridos que eran muchos;
irtts encontrándose al día siguiente con la (íscasa como-
didad que ofrecía aquel campo para alojar sus solda-
dos, determinó trasladarse al fondeadero de San Salvador,
donde hacía miras de hallar á Melgarejo. Púsose en mar-
cha, por lo tanto, y arribó á su destino, iiero no encontró
á Melgarejo en ól, pues este capitán había preferido vagar
por el río en vez de dar fondo en una costa donde veía
LIBRO III. LA CONQUISTA
315
discuiTÍr numerosos grupos de indios. Desembarcó Garay
sus heridos, dejándolos á cargo de mía guardia eu San Sal-
vador, donde apenas se detuvo. Urgiendole comunicar á
Zárate los prósperos acontecimientos de la campaña, na-
vegó inmediatamente la vueltíi de ^lartíu García, á cuyo
punto U^ó en breve y pudo ver el alborozo (pie causaban
sus noticias á los apiu’ados moradores de la isla. Zárate,
destinado una vez más á que le salva.sen los suyos, aunque
después del pcligi’O se figurara (pie todo se lo debía á sí
mismo, dió rienda al entusiasmo y comenzó á forjar pla-
nes que el tiempo no iba á dejaile llevar á cabo. Vence-
dor por trabajo ajeno, su vanidad ci’eció en razón dii’ecta
del acatamiento á que se ¡lersuadía acreedor, empezando á
demosti’ar por sus subalternos un menosprecio (jue no de-
bían perdonarle.
Quiso el Adelantado que se apresurase la marcha al lo-
cal donde meditaba fundar una población fija, y todos jun-
tos dieron la vela ptu-a San Salvador, encontrando allí va-
rias barracas fabricadas y un alojamiento especial para
Zárate, á cuyas obras habían contribuido los imbos de Ya-
mandó por consejo de su astuto caudillo (1). Deseoso de
fortalecer aquel establecimiento, le dió título y forma de
ciudad, nombrando las autoridades que debían regirla y
acordando las exenciones y prerrogativas para que tenía
facultades según el espíritu de las credenciales que la Corte
le había otorgado. Disjiuso también que esta Gobernación
del Río de la Plata cambiase su nombre por el de Nueva
Vizcaya, modilicación que disgustó á los que uo ei’an vas-
(1) Centenera, La Argeniina; loe cit.-
quista, etc; loe cit.
-Lozano, Historia de la Con-
Dom. Esp.— i.
314
LTORO III. — LA CONQUISTA
del matador de .su amigo. Igual suerte corrieron Anagiialpo
y Yandinoca, muertos á manos de Juan Vizcaíno, otro sol-
dado de caballería. INIagalona, despiuís de haber arrancado
la pica á un enemigo, murió liuíliando contra seis e-spafio-
los, uno de lo.s cuales, llamado Osuna, le apuñaleó desde
íU’riba del caballo, cuyas riendas pretendía cortar el indio
con los dientes.
Viendo Garay que la ludia no cesaba íl pesar del des-
trozo que su caballería había hecho en las filas indígenas,
cargó personalmente sobre un (aierix) de reserva que aun
permanecía entero; pero al embe.stir, fue herido en el pe-
cho y le mataron el ealiallo. Aiaidieron sus soldados de
prisa á so(*orrerle proporcionándole otro caballo, con lo cual
se restableció la moral de las fuerzas españolas. Entonces,
comprendieron los charrúas que la batalla no se decidía al
quedar vivo Garay, y habiendo ellos perdido sus mejores
jefes y 200 soldados, tocaron retirada, alejándo.se de aquel
funesto eanqio en el cual celebraban los españoles la más
insigne detoria que en su concepto habían obtenido en es-
tos países. Retiráronse ordenadamente los indígenas, y los
españoles, por su parte, íl jicsar de las ventajas de movili-
dad que les daba su caballería, no les persiguieron.
Pasó la noche Garay ocupado en reparar el cansan-
cio de sus tropas y curar los heridos que eran muchos;
mp encontrándose al día siguiente con la escasa como-
didad que ofrecía aquel campo para alojar sus solda-
dos, determinó trasladarse al fondeadero de San Salvador,
donde hacía miras de hallar á Melgarejo. Púsose en mar-
cha, por lo tanto, y arribó á su destino, pero no encontró
á Melgarejo en ól, pues este capitán había preferido vagar
jx)r el río en vez de dar fondo en una costa donde veía
LIBRO III. -- LA CONQUISTA
315
discuiTÍr numerosos grupos de ¡ndios. Deseiulijircó Garay
sus lieridos, dejándolos á cargo de una guardia en San Sal-
vador, donde apenas se detuvo. Urgicndolc comunicar á
Zárate los prósperos acontecimientos de la campaña, na-
vego inmediatamente la vuelta de Martín García, á cuyo
punto llegó en breve y jiudo ver el alborozo <1110 causaban
sus noticias á los apurados moradores de la isla. Zarate,
destinado una vez más á que le salvasen los suyos, aunque
de.s})ues del peligro se figurara que todo se lo debía á sí
mismo, dio rienda al entusiasmo y comenzó á forjai- pla-
nes que el tiempo no iba á dejarle llevar á cabo. Vence-
dor por trabajo ajeno, su vanidad ci’cció en razón directa
del acatamiento á que se persuadía acreedor, empezando á
demostrar por sus subalternos un menosprecio (pie no de-
bían perdonarle.
Quiso el Adelantado que se apresurase la ma relia al lo-
cal donde meditaba fundar una polilación fija, y todos jun-
tos dieron la vela para San Salvador, encontrando allí va-
rias barracas fabricadas y un alojamiento especial para
Zárate, á cuyas obras habían contribuido los indios de Ya-
mandú por consejo de su astuto caudillo ( 1 ). ])cseoso de
fortalecer aquel establecimiento, le dió título y forma de
ciudad, nombrando las autoridades que debían regirla y
acordando las exenciones y prerrogativas para que tenía
facultades según el espírítu de las credenciales que la Corte
le había otorgado. Dispuso tambión que esta Gobernación
del Río de la Plata cambiase su nombre por el de Ntteva
Vizcaya, modificación que disgustó á los que no eran vas-
(1) Centenera, La Argentina ; loe cit.— Lozano, Historia de la Con-
quista, etc; loe c¡t.
2ü.
POM. EBP.— I.
316
LIBRO UL — LA CONQUISTA
eos, y por último envió tí Garny y Melgarejo en busca de
bastimentos pai-a asegurar la subsistencia de la nueva po-
blación.
La energía de los indígenas, en vez de sentirse quebran-
tada por el último contraste, encontró nuevo temple en su
misma desgracia. Habían sucumbido en el canqw de ba-
talla sus más expertos caudill^ís, pero ardía vivo el fuego
que las grandes pasiones de independencia y libertad man-
tenían en el pecho de los primitivos uruguayos. No eran
su valor y constancia dotes ficticias de un carácter reción
formado, ó consecuencia transitoria de la vanidad que sus
anteriores triunfos militares hubiesen de.spertado al acaso
para hacerlas desaparecer en la primera prueba, sino que
dichas condiciones entr^^ban su natural modo de ser, y
constituían la más temible de las fuerzas con que de-
bían exhibirse en las jornadas posteriores de su luctuosa
decadencia. Los españoles, que les conocían mal, juzgaron
concluida la guerra y dominada la situación por efecto de
la última batalla, pues estableciendo comparaciones y bus-
cando analogías con otros países que habían cedido al em-
puje de sus armas, no podían convencerse de que el más
pequeño de todos fuese el más rebelde. Pero estos juicios
aventm’ados y estas analogías sin base, no debían resistir
en el futuro á las duras enseñanzas del tiempo: muchas
lecciones estaban aún reservadas á la inexperiencia de los
conquistadores sobre materia tan esencial.
Los indígenas, y pai’ticularmcnte los charrúas, tenían la
pasión de la independencia y el anhelo de conservarla so-
bre una tieiTa que sabían pcrtenecerlcs jior derecho d^a-
talicio. Les era doloroso, desde luego, abandonai* al extian-
jero la patria que tanto amaban, y aun cuando momen-
IJBRO m. — LA CONQUISTA
317
tiincamentc se encontrasen sin dirección en la India, no
era óse el más sensible de los inconvenientes, acostumbra-
dos como estaban á gobernarse cada uno de por sí en los
negocios relativos á su individuo y al conjunto. Repuestos
apenas de la impresión causada por el último contratiemix),
se adunaron compactos en la idea de resistir á todo trance
al extninjero, y animados de tanto oflio como valor mar-
cial, juraron extinguir de su tierra nativa cualquier vesti-
gio de mía dominación que mostralía pretensiones á peiqie-
tuarse. A.sí, mientras los conquistadores se entregaban á
las ilusiones producidas por la detoria, los indígenas reac-
cionaban en silencio, preparándose á asestar rudos golpes
sobre el poder español en el Río de la Plata.
Mas no pudieron sustraerse los charrúas, especialmente,
á la influencia que las malas pasiones ejercen sobre el ánimo
susceptible de las multitudes aconsejándolas vengar el in-
fortunio común, en aquellos que no ofrecen resistencia á
sus iracundos desmanes. La reacción apuntó en el campo
charrúa, entregándose á \iolentas crueldades con los pri-
sioneros españoles, cuyo lastimero estado convidaba más
bien á la compasión (jue á la saña. A Juan Gago, joven
virtuoso, le cortai'on los pies y las manos y le sacaron
los ojos; al licenciado Chavarría le vendieron á los chanás,
quienes ejecutaron en ól grandes crueldades; y i>or último,
en otros cautivos cometieron inauditas violencias, empa-
lando á unos, flechando á otros, y hasta cnteri’ando vivos
á muchos (1).
Bien que esta conducta atroz tuviese por auxiliar el primer
(1) Centencm, La Argentina; canto xv. — Tjoznno, Historia de la
Conquista, etc; tomo ui, iib iii, cap VUL
318 LIBRO m. — LA CONQUISTA
momento en que el populadlo tlesenfrenado aprovedia siem-
pre la carencia de toda disciplina para entregarse á sus furo-
res, ella no puede ser disculpada en ningún caso: la ferocidad
que pi’oviene del dolor de im gran contraste sufrido, es tan
condenable como la que se ejercita á sangre fría, lín hora
buena fueran dignas de haber causado profundo pesar las
muertes de Sapicán, Aba-aihuba, Magalona, Tabolai y de-
más intrépidos caudillos que encontraron su tiunba com-
batiendo por la patría; en hora buena también suscitase
amarga reconvención de los espíritus nobles, aquella des-
proporcionada lid en que los conquistadores se presentabsui
con elementos de guerra desconocidos al indígena, desde la
armadura luista el caballo, mientras que los charrúas no
podían oponer más (jue sus toscas armas y su desnudo pe-
cho al ataque de sus enemigos: todo esto y aun la ingrati-
tud con que se pagaba una hos[)italidad sincera, no justi-
fica el asesinato de hombres indefensos que nada signi-
ficaban ni nada valían en el momento de ser víctimas.
Mm-ieron los prisioneros c.spañoles con valor, muchos de
ellos encomendándose al Dios de los cristianos, otros pro-
testando su lealtad á la causa que habían abrazado y en la
cual se empeñaron con pertinaz insistencia.
Un espectáculo de otro género distrajo agradablemente la
atención de los coiujuistadores. Juan de Barros, individuo
de la expedición de D. Pedro de Mendoza, se presentó con
su familia al campo de Zárate, jiara ofrecer en beneficio de
los españoles, una verdadera influencia moral, destinada á
suavizar las asperezas de la guerra. Ti-einta años de resi-
dencia en estas regiones, habían hecho de su vida un epi-
sodio lleno de interés. Niño aún, fué cautivado por los
mheguas, indios del Río de la Plata, que le vendieron á
LIBRO III. — LA CONQUISTA
319
los chanás, entre los cuales se crió. Llamado á compar-
tir las aventuras marciales impuestas á sus protectores, ya
hombre, le cautivaron los chiriyuanos, reteniéndole bas-
tante tiempo. Vuelto it los chanás, donde tenía mujer é
hijos, su habilidad y entereza demostradas, le granjearon
un crédito sin límites, y desde entonces fué consejero y
guía de la tribu.
El arcediano Centenera le jiropuso, ante todo, que regu-
larizase su propia situación, casándose eclesiásticamente, y
haciendo bautizar sus hijos. Bairos aceptó, recibiendo él y
los suyos, de manos del mismo Centenera, la bendición
que incorporaba su hogar al gremio cristiano ( 1 ). En se-
guida fué despachado para ejercer la misión pacificadora á
que se brindaba con tanta espontaneidad. El éxito coronó
amjiliaraentc sus esperanzas. Movidos los chanás de sus
palabras y ruegos, se contuvieion. Y esta primera semilla
de paz, arrojada entre surcos de sangre por el improvisado
emisario de la cLdlizav ión, debía surtir con el tiempo efec-
tos decisivos en el destino de la tribu entera.
Proseguían, entre tanto, las operaciones militares de los
conquistadores. Melgarejo y Garay, cumpliendo la comi-
sión recibida, después de una escaramuza con los chanás, á
quienes liiéíferon tres prisioneros, entraron por las islas del
Paraná, capturando al liijo de Cayó, arrcbattindo víveres ó
incendiando las chozas de los isleños. En seguida tomó
cada uno rumbo opuesto, subiendo Gm*ay hasta la Asun-
ción y bajando Melgarejo á San Salvador con los víveres
y el prisionero.
(1) Centenera, La Argentina; canto xv. -Lozano, Historia de la
Conquista; loe cit.
320 LIBRO in. — LA CONQUISTA
No lo pasaljan muy bien los habitantes de la nueva
población, porque il nnís de las escaseces á. que se veían
continuamente expuestos, tuvieron un incendio que al
devorar la casa del Adelantado, se extendió ó muchas de
sus modernas viviendas. Añadióse íí esto, el susto que
á raíz del suceso, causó la inesperada aparición del piloto
mayor y la gente de una de las naves que Zórate había
dejado encallada en Ban Gabriel, ii cuyos individuos se
les tomó por charrúas que venían al asalto. Desengañán-
dose. despuós, el miedo se tornó en alegría para los salva-
doreños, aunque produjo un efecto contrario en Zárate, que
ordenó la prisión del piloto, en vano alegara óste, que su
venida tí'iiía por motivo el asalto que [U'oyectaban los
charrúas sobre la nave, cuya csca.sa guarnición imposibi-
litaba su defensa. La excusa era pasable, así es que la
severidad del Adt'lantado para con el piloto cu aquellas
circunstancias, agrió los ánimos extremando el descontento;
pero Zarate seguía el consejo de su adusto carácter, que
tan lejos debía llevarle en el (íamino de las arbitrariedades.
Afectaba una superioridad injuriosa para sus subalternos,
acostumbrados á ese compañerismo militar que si bien
exige ('1 respeto á las jerarquías en actos de servicio y
momentos de combate, se tran.sforma en sentimiento pater-
nal del jefe al inferior en el curso ordinario de la vida sol-
dadesca. Lejos de proceder así, Zárate se presentaba reser-
vsido ó imperativo ante los suyos, sin abrirse á ninguna de
las exjinnslones tan naturales éntrelos que han corrido gran-
des aventuras jmitos, y pueden reunirse á salvo piu’a
recordarlas tlespués. Desde que se incendió su casa en la
ciudad, habíase trasladado al bergantín, absteniéndose
de comiuiicar con sus soldados; por manera que éstos,
LIBRO m. — CONQUISTA 321
habitándole visto tan inepto para conjurar los peligi*os, se
admiraban que fuese tan desabrido después que no había
ningimo.
Las inquietudes internas comenzaron lí complicarse
con inconvenientes que emanaban del exterior. Ija prisión
del hijo de Cayó, efectuada en común por Garay y Melga-
rejo diu'ante su devastadora excursión en las islas urugua-
yas y paranaenses, produjo honda sensación entre las par-
cialidades de guaranís que seguían las banderas de aquel
caudillo. El prisionero estaba muy vinculado á los perso-
najes de su tribu, y era además sobrino del célebre Ya-
mandú, tan mal mii'ado de los españoles por causa de sus
astutos procederes. Como que la pérdida de la libertad
j)odía en aquellos momentos originar la de la rida, convi-
nieron los parientes del prisionero en hacer lui esfuerzo
para sacarle del cautiverio. Cayó, seguido de ellos, fué á so-
licitar personalmente de Zárate la libertad de su hijo, ofre-
ciendo en cambio gi’andes partidos, pero se le dió repulsa.
Acudió entonces á Yamandú, su primo hermano, quien
le aconsejó se trasladasen juntos en busca de Garay para
rogarle escribiese al Adelantado intercediendo por la liber-
tad del prisionero. Hiciéronlo así, y accedió Garay á la
demanda, con lo cual volvieron muy gozosos á San Sal-
vador; pero Zárate, en vez de condescender á la súplica
de su teniente, intentó apoderarse de los dos indios á fin
de arreglarle cuentas á Yamandú, que en tantos apuros
le había puesto. No pasó inadvertida á este último la
trama que -se urdía contra su persona, y viendo impo-
sible la fuga, adoptó el temperamento de salvaree fingién-
dose movido á abrazar el cristianismo y resuelto á que-
darse entre los españoles á fin de ser insü’uído en loa mis-
322
LIBRO m. — LA CONQUISTA
terios de su religión. Tan sospechoso acceso de piedad,
reforzó sus cadenas, niicntras romiiía las de Caj^, á quien
se dejó Lr libre.
Entonces, Yamandíí, viéndose prisionero y solo, encargó
de un modo público y por medio de Cayú, ú sus indios
que no hicieran hostilidad alguna contra los castellanos,
pues corría peligro su vida y la del hijo de Cayú si se pro-
ducía cualquiera desavenencia con los conquistadores; aña-
dió estar convencido de que los cristianos eran gentes predes-
tinadas por los oráculos para conquistar estas tierras, y que
no debía aft’ontárseles más. Aparentó con esto habei-se des-
embarazado de un caso de conciencia, pero otra cosa me-
ditaba cu sus adentros. ^Estuviéronse tranquilos los gua-
ranís más pró.ximos á Zárato mientras su cauthllo perma-
neció prisionero; pero luego (pie se hizo sentir el hambre
en San Salvador, la oportunidad de uu so(!orro llegado de
la Asmición causó tanta alegría entre los españolea, que
aflojaron la vigilancia del indio, y éste se escapó para vol-
ver á ocasionarles mayores contratiempos y trabajos ( 1 ).
El Adelantado, que se veía envuelto en nuevos eiu’edos
después de había’ salido á tanto costo de los antiguos, re-
dobló la severidad, y hasta dió en mofarse de los sufri-
mientos (pie agobiaban á los suyos, apostrofándoles de inú-
tiles, golosos y avarientos. Con estos procíaleres concluyó
por granjearse el odio de todos, á punto que se deseó pú-
blicamente su muerte. Pasándose de las palabras á los
hechos, el licenciado Trejo, cura vicario de San Salvador,
encabezó una conjuración para apoderarse de Zárate y
(1) Centonern, La Aiyenllm; canto xvui. — Lozano, Ilistoria déla
Conquista, etc; tom ui, cap viri.
LIBRO m. — LA CONQUISTA
323
remitirle á España piisionero. Estaban los ánimos muy
bien preparados para entrar en los planes de Trejo, por-
que la odiosidad contra el Adelantado, que al principio
se había detenido en límites de pacífico descontento, ahora
osaba manifestarae de una manera pública, lo que hacía
presentir la proximidad de la acción. Aceptóse el plan del
consjúrador de sotana, á cuya dirección se fiaron por esas
anomalías contingentes á las revoluciones, los hombres de
espada que obedecían malqueriendo la autoridad de un
jefe sin prestigio. Corrió el tiempo, aumentóse el número
de los adherentes al proyecto, y la conjuración se hizo
popular; pero aquí comenzó su verdadero peligro, como que
todo plan subversivo caído bajo el dominio de muchos,
está expuesto á la iiuliscreción ó la infamia de alguno.
Ambas cosas parece que perdieron á óste, j>ues Zárate, aun-
que vina aislado en el bergantín, no dejó de traslucir las
novedades corrientes, y descubriendo los planes de Trejo
con astuta maña, le aprehendió, llevándole para más segu-
ridad á su residencia de á bordo, lo cual mató la conspi-
ración.
Fastidiado ya de tan larga estadía en suelo uruguayo,
y viendo su autoridad en j)cligro por la mahpierencia ge-
neral, determinó trasladarse á la Asunción, llevándose con-
sigo al licenciado Tipejo, para entregarle á la jiu’isdicción
eclesiástica que podía castigar sus desmanes. Hízose á la
vela con ese fin. Visitó en el ti'ánsito la ciudad de Santa-
Fe, cuyas condiciones generales de vida y gobiemo le sa-
tisficieron mucho; lo que redundaba en elogio do Juan de
Garay, su fundador. Anábado á la Asunción ix>r el mes
de Diciembre (1575), envió inmediatamente socorro á San
Salvador, cuya seguridad le tenía en cuidado, pues Ya-
324
LIBRO in. — I.A CONQUISTA
mandú con crecido número de giiaranís intentaba por
entonces alguna novedad sobre aquel estableciinieuto;
aunque despuús cambió de plan, yendo ú asaltar a Buenos
Aires.
Luego de adoptadas estas providencias, se dedicó Ztl-
ratc ít efectuar varias reformas en su CJobernación ; pero la
muerte le sorprendió al poco tiempo, despuós de haber
bebido cierto brebaje con que un curandero pretendía de-
volverle la salud quebrantada (i). Y así pasó de esta AÚda
el Adelantado Zárate, cuarto de los (]ue con el mismo título
invistió Eajiaña para el Río de la Plata: su mala estrella
le trajo a tierras uruguayas, donde ensayó lí medirse con
los charrúas, mas por atolondramiento que otra cosa; y
es necesario confesar que, si estando en la brecha, desplegó
una constancia p(;rtinaz contra la adversidad, el óxito final
no correspondió lí los sacrificios exigidos por tan sangrienta
campaña. Tras de ól desai)arecieron por entonces hasta los
últimos vestigios de la dominación española en el Uruguay,
como se vera luego.
A poco de marcharse Zárate, comenzaron los vecinos de
San Salvador á sentir cómo iban formalizándose las hos-
tilidades armadas de los indígenas. El odio que fermentaba
en el ánimo de óstos, les impulsó á sustituir el combate, por
la resistencia pasiva que hasta aquel momento hacían á,
los españoles, negándoles todo auxilio de víveres y dificul-
tando su tránsito por la tierra. Quisieron extremar su hos-
tilidad, haciéndola tan eficaz que se resolvic.se en ruina
de sus opresores. Juntáronse, pues, y comenzaron á, fati-
(l) Contenern, La Ar(jciitina: loe eit. — Loznao, Historia de la Con-
(juisla, ele; loe c¡t.
UBRO irr. — LA. CONQUISTA
325
gtu- (lía á día á la ciudad con escaramuzas militares, asal-
tos y bloqueos, que concluyeron por reducir sus habitan-
tes á una situación de perpetua zozobra ( 1 ). Los españo-
les se defendieron bien, confiando en que su actitud pro-
duciría el cansancio de los indígenas. Mas era difícil que
éstos se cansasen, pues lí la tenacidad de su carácter unían
ahora los j)ersonal(ís resentimientos de cada uno, así es que
cuanto mayor tiempo pasaba, más insistente se hacía su
hostilidad. Si en el comienzo era periódico y sistemado
el ataque, después fué cotidiano y arbitrario, á punto de
no dar hora de reposo á los de San Salvador, estrechados
entre el hambre y las fatigas de la guerra. Para desgi*acia
de éstos, nuevas turbulencias acontecidas enti-e los con-
qiiistiidores por la muerte de Záratc, dieron el (lobierno á
Diego de MemUeta, quien más se ocupó de .sostener su au-
toridad con atropellos, que de hacerla benéfica á la con-
quista. Quedaron, pues, abandonados á su triste suerte los
colonos de San Salvador.
Estaban aquellos españoles .sometidos al triple impe-
rio de la hostilidad enemiga, de las necesidades ocasiona-
das por la esca.sez, y de la (hísmoralización producida por
el abandono en que les dejaban sus paisanos. Perdidos en
la confluencia de un riacho, no podían los salvadoreños
jactíirse de conseguir ni aun aquellos auxilios exigidos por
las conveniencias de una comunicación frecuente. Se reu-
nieroH<cn varias ocasiones para tratar de lo que mayor-
mente convenía á su seguridad, pero ni las autoiidades
ni los vecinos encontraron medios eficaces para conjurar
(1) Centcnern, La Anjoitina; loe cit. — Loznno, ///.s/orio rfc /« Coa-
quista, etc; loe cit.
326
LIBItO IH. — LA CONQUISTA
los peligros á que diariamente se veían expuestos. No era
posible hacer reserva de víveres porque la guen-a destruía
las sementeras, y tampoco había facilidades para conseguii’
promisión del exterior porque faltaban elementos de comu-
nicación fluvial, ya que la terrestre no podía sostenerse sin
gran peligro. Esta situación, diseíiada desde los primeros
tiempos de la fundación de la ciudad, se determinó en toda
su angustia luego de arreciar la guerra.
Las ansias crecieron, en presencia de aquella calamidad
pública. Entonces se juntaron las autoridades y vecinos
por última vez, no teniendo mucho que dccu’se, ¡íues era
evidente que del primero al último de los moradores pade-
cían iguales miserias por idéntica causa. Si el deseo de obe-
decer al Adelantado más bien que la esperanza de un lu-
cro problemático, les había detenido un año sobre el trozo
de tierra donde malamente se albergaban, ahora estaba
agotada su energía por la falta de recursos con que sub-
venir á, las más perentorias exigencias de la vida. Acor-
daron por íin abandonar la ingrata morada donde tantos
peligros habían corrido, retirándose á, la Asunción, en cuya
cruzada, si bien arriesgaban desventuras nuevas, cuando
menos, serían las últimas que hubieran de soportar. El cé-
lebre Melgarejo, que andaba en comisión poi‘ aquellas al-
turas con 40 soldados, les ayudó en su propósito, y así dis-
puesta, se llevó á, cabo en 157C, la despoblación de la ciu-
dad de San Sidvudor, tan orgullosamente erigida por Zá-
rate ( 1 ).
(1) Giievnrn, lUstona drl Paraguay, etc; libro ii, § xi. -Lozano,
Hisloria de la Conquista, etc; tomo iii, libro rii, cap ix. — {Axara
opina que este suceso aconteció en lóS4, pero no presenta pruebas que
acrediten su opinión.)
UBRO UI. — LA CONQUISTA
327
La despoblación de San Salvador fué precui-sora de un
nuevo abandono del Uruguay, que duró 24 años, ó sea
el tiempo preciso para concluirse el siglo xvr, siendo in-
ten’umpida en los albores del siglo xvu por la fecunda ac-
tividad de un gobernante americano de nacimiento, noble
de condición y esforzado de caríícter. Pero el lapso de
tiempo mediante entre el último cuarto de siglo que con-
cluía y los primeros años del que atestiguó acontecimien-
tos decisivos para estas tierras, no j)resenta cosa tligna de
ocupar la atención de su historia. Sucediéronse en el Plata,
por orden cronológico, siete gobernadores esjiañoles. Obli-
gados algunas veces á sostener su autoridad contra el es-
píritu turbulento de los colonos, ó contra la osadía de los
indios que ocupaban las provincias del Guayiií y Buenos
Aire.s, no encontraron ocasión que les pareciera buena
para ensayai* sólidamente la conquista de la tierra m*u-
guaya, que tantos sacriHcios había costado á España sin
rendir hasta entonces ningún resultado capaz de com-
pensai’los. La Gobernación del Plata tuvo sus días aciagos,
cuyos disturbios fomentaron punibles ambiciones de indi-
vidualidades oscuras durante el último cuarto del siglo
xvi; pero al fin la necesidad, la convicción y el cansancio
trajeron al poder á Hernando Arias de Saavedra, por
muerte de D. Diego Valdez de la Banda, que nada hizo
de notable bajo su efímero gobierno. Aun cuando la cédula
en que se confirió á Saavedra el mando en propiedad, data
de 18 de Septiembre de 1601, comenzó éste á gobernar
desde Agosto de 1600, en que sueetlió á Valdez (1).
d) Lozano, IJistoriade la Conquista, etc; tomo iii, cap xni. — Gue-
vwa, Historia del Paraguay, libro ii, § xiv.
328 LIBRO III. — LA CONQUISTA
Los antecedentes del nuevo Gobernador abonaban poi-
su futiu-a conducta. Era Heniando Arias natural de la
Asunción, 6 hijo de Martín Suárez de Toledo y de Doña
Juana de Sanabria, siendo notable que no llevase el ajje-
llido de ninguno de los dos. Se babía distinguido en su
primera juventud por un valor intrépido unido á una mag-
nanimidad señalada, mereciendo que con el tiempo se lu-
ciese justicia á estas dotes por la Casa de la Contratación
de Sevilla, que colocó su retrato en la colección de los de
otros varones ilustres del Nuevo -mundo. Generoso y ca-
balleresco, filó protector de los intbos indefensos, pero supo
afrontarles cuando se presentaron en aire de hostilidad.
Se cuenta de el, que cu una de las batallas á que asistió
durante su primer gobierno (1592-94), fuó desafiado por
un cacique d(! e.vtraordinario valor, y accj)tando el duelo,
peleó cuerpo á cuerpo hasta ultimar al bárbaro. Todos los
hechos de su primera época de gobierno se rei)artieron en-
ti*e las atenciones de la administración y los peligros de la
guerra. No quiso, á semejanza de la mayoría de sus ante-
cesores, cortar á sablazos el nudo de las resistencias de los
indios para entregarse en seguida á la sensualidad del po-
der, sinó que guerreando y administrando á la vez, trató
de asegurar sólidamente por la fundación de estableci-
mientos religiosos y reducciones de indígenas, el dominio
español que estaba confiado á sus cuidados. V enía, pues,
el nuevo gobernante provisto de Ti.\ fama que necesitaba
para obtener un ascendiente respetáble sobre sus turbu-
lentos síibditos, y tenía la ventaja de unir á estas prendas
de personal brillo, la cualidad de ser conocido ya en el ejer-
cicio del mando, que anteriormente babía desempeñado con
prudente energía.
I.TBRO III. — I.A CONQUISTA
329
El estado ^dctorioso de los indígenas uruguayos, y la
repugnancia que muchos de los antecesores de Saavedi’a
habían mostrado pam empeñarse en su conquista, llama-
ron la atención de éste. Con el designio de someterles,
hizo jimta de los oficiales de mayor confianza, á quienes
propuso el caso, obteniendo completa aprobación. Acome-
tió entonces los preparativos militares indispensable.s, reu-
niendo un cuei'po exjiedicionario de 500 soldados, y con
ellos se puso en marcha al comenzar el año 1G03.
Partió el ejército caminando el largo trecho que media
entre la Asunción y nuestro territorio, sin que le aconte-
ciera en su itinerario ninguna novedad de bulto. Los ríos
y cañadas que debía atravesar, los pasos difíciles y la es-
casez de víveres con que debía encontrarse en su camino,
era caso previsto entre ellos. Pero no la naturaleza, siuó
los hombres, iban á poner á raya su osadía. Á medida que
filé acercándose el ejército á las tierras uruguayas, comen-
zaron sus habitantes á presentir la operación militar que
se desarrollaba. Tomaron inmediatamente aquellas dispo-
siciones que su sencilla organización les permitía adoptar
con tanta brevedad, y aprestándose á la pelea, marchai'on
á encontrai’ al enemigo, resueltos á defender la entrada al
territorio patrio con obstinada porfía (1). Por sopártelos
españoles prosiguieron el camino sin detenerse ante los pre-
parativos que también sentían hacer á sus contrarios. El
momento supremo se aproximaba : la decisión de la con-
tienda iba á librarse á la suerte de' las armas.
Avistáronse por fiu los dos ejércitos. Los liistoriadores
(1) Lozano, Historia de la Conquista, etc; tomo ni, cap xvin.
Guevara, Historia del Paraguay, etc; libro n, § xviii.
330
LIBKO m. — IxA CONQUISTA
españoles, hoiTorizados ante el espectáculo de esta san-
grienta jornada, han renunciado á describirla: quinientos
cadáveres de sus paisanos tendidos en el campo de batalla
les ha parecido un cuadro harto triste para recargarlo con
detallas sombríos. Pero el ánimo familiarizado con la tác-
tica y las armas de los naturale.s, forma idea de lo que fué
aquel campo durante las hoi’as en que se batieron con de-
sesperación los dos ejércitos contendientes. Pagaban los
españoles ahora el error de haber dejado qiu; los indígenas
uruguayos se rehiciesen durante un cuarto de siglo, y se
resarcían éstos con creces de las pérdidas que Záratc y
Garay les habían ocasionado en las batallas donde perdie-
ron sus caudillos más famosos. Ki la caballería, ni las ar-
mas de fuego, ni la habilidad del general, ni la superiori-
dad de la táctica, pudieron contrarrestar el desesperado
arrojo con que los conquistadores fueron acometidos. Per-
dieron los españoles en esta batalla los quinientos hombres
de su ejército, y sólo pudo escapar Saavedra para ser por-
tador de la noticia de tan formidable desastre ( 1 ).
El Gobernador quedó profundamente abatido por la
derrota que oscurecía el brillo de sus armas, pues no ha-
bía contado racionalmente cou un revés de aquel tamaño.
Subyugado por la influencia de uno de esos momentos
aciagos en que la desgi’acia rasga el velo de las ilusiones,
escribió á la Corte declarando su impotencia para dominai*
el Uruguay, y recomendando se le asistiera con auxilios
religiosos á fin de suavizar por las dulzuras de la fe, la
condición áspera de aquellos indígenas. Examinó el Con-
(1) GuevfU'a, Bisloria del Paraguay, etc; loe cít. — Lozano, Histo-
ria de la Conquista, etc; loe cit.
LIRRO III. — LA CONQUISTA 3.31
sejo tle Inc\ia.s la proposición, y cncontrámlola acertada,
hizo al Rey las advertencias del ca.so. Entonces Felipe III
replicó á Saavedra en 5 de Julio de 1G08, aprobando su
plan de conquista pacífica, y de este modo tomaron nuevo
sesgo los proyectos de ocupación del Uruguay.
Pero la proverbial lentitud de la administración espa-
ñola, las intrigas de los émulos del Gobernador y las malas
pasiones de la gente á sus órdenes, no le dejaron adelantar
su plan más allá de los pii meros pasos. El Rey había es-
crito al Superior de los jesuítas del Perú, que destinase C
de sus religiosos piu*a cooperar al nuevo plan. Mientras és-
tos llegaban, mediaron circunstancias poco propicias para
anticipare á su caritativa labor.
Un acontecimiento político de trascendencia general, iba
entre tanto á realizar.se. Desde el año de lül2 habíase
enviado de estos países á la Corte un Procurador general,
para tratar diver-sos asuntos concernientes al bien público,
y entre ello.s, muy especialmente, la conveniencia de divi-
dir en dos gobiernos las vastas provincias que formaban
el del Paraguay y Río de la Plata. La persona á quien se
cometiera este delicado encargo era el capitán Manuel de
Frías, que desde la época citada andaba en diligencias ten-
dentes á conseguir tan importante fin. Escribió un largo
memorial para demostrar la conveniencia de su propuesta,
consiguiendo que en 15 de Octubre de 1G15 se diese trá-
mite á la petición, y que informase favorablemente el Con-
sejo de Indias en 14 de Septiembre de 1G17. Aprobó el
Rey este dictamen en cuanto á la creación del Gobierno
del Río de la Plata, y por lo que respecta á la provisión
de persona que lo desempeñara, eligió entre los tres candi-
datos propuestos por el Consejo, al primero de ellos en or-
DoJi. EsP. — I.
20.
332
LIBRO 111. — LA CONQUISTA
den de lista, que era D. Diego de Góngorn, natural de Na-
varra, caballero del hábito de Santiago, y descendiente de
la casa condal de Benavente.
Góngora se recibió de su empleo en Noviembre de 1618.
Desde luego, aceptando llanamente el plan de Saavedra,
quiso poner en práctica la sumisión de los indígenas
uruguayos por medio de la conquista espiritual. Con ese
propósito, invitó al P. Roque González, natural de la
Asunción, hombre de ilustre cuna y grandes virtudes,
futuro mártir de la fe, para que se encargase de jiredi-
car la palabra evangélica. La misión era delicada, pero
no arredró al buen sacerdote, que penetró en 1619 por
estos campos, explicando á sus moradores en lengua gua-
raní los misterios de la religión. Los charróas, que no se
oponían nunca á las gentes de }>az, dejaron al P. Gonzá-
lez seguir tranquilamente su camino, las demás parciali-
dades de indios no le trataron mal, y aun parece que re-
dujo á alguna, fundando el pueblecillo de la Concepción
en la banda occidental. Seducidos por la bondad del mi-
sionero, algunos caudillos indígenas se trasladaron á Bue-
nos Aires, siendo recibidos por Góngora con extraordina-
rio agasajo, y ofrecimientos de todo género.
Mas no le fué dado ad(*lantar sus ofertas hasta la rea-
lidad. Envuelto en un litigio ante la Corte, le sorprendió
la muerte el año de 1623. Sucedióle interinamente Don
Alonso Pérez de Salazar, natural de Saiita-Fe de Bogotií,
Oidor de la Real Audiencia del Plata, que había venido
á Buenos Aires con el fin de fundar las aduanas de esa
provincia y de Tucumán; y como fuese persona de cate-
goría, se le cometió la función del gobierno hasta tanto
se proveyera la efectividad de su ejercicio. Tal contra-
LTBRCí III. — I.A CONQUI.STA
.333
tiempo pai’alizaba todo esfuerzo tendente ú proseguir el
proyecto adoptado, puesto que el sustituto de Góngora no
podía considerarse apto para emprender nada que saliese
de las atiibuciones vulgares de una autoridad interina.
Afortunadamente, el Rey nombró muy luego por su Go-
bernador en el Plata it D. Francisco de Céspedes, natural
de Sevilla y Veinticuatro de ella; quien se recibió del
mando en Septiembre de 1024.
Luego de poner en pie de guerra il Buenos Aire.s, que
se temía fue.se acometiila por lo.s onemigo.s de España na-
vegantes de estos mares, una de las primeras co.sas en que
el Gobernador mostró particular empeño fué en ajti’aerse á
los habitantes del Uruguay, que deseaba someter pacífica-
mente. Después de conseguir amistoso comercio con varios
de ellos, les llenó de atenciones y regalos, pidiéndoles que le
tmjesen algunos de los caudillos de aquella región, tt fin de
estrechar amistades; accedió el más próximo al deseo del
, Gobernador, y éste le recibió muy cumplidamente. Parece
que tan buenos tratamientos sedujeron el ánimo de los
charríias, cuyos caudillos visitaron más de una vez al Go-
bernador, en su residencia. Cés])odes, por su pai’te, apro-
vechó toda ocasión en que se avistaba con ellos, para tri-
butar profundas demostraciones de respeto á los sacerdo-
tes destinados á las misiones evangélicas y con los cuales
se hacía acompañar, inculcando de este modo en loa natu-
rales la reverencia debida á aquellos ministros. Parccién-
dole asimismo que después de estos trámites indispensa-
bles, era necesario entrar en la labor sobre el terreno que
debía conquistarse, apeló á los religiosos de la Orden de
San Francisco para que le asistieran con su predicación.
Fray Bernardo de Guzmán y dos compañeros más, se
3.J4 LIBRO III. — LA CONQUISTA
aprestaron á ponerse en marcha, y partieron con destino
á los dominios uruguayos, por entre los cuales se interna-
ron predicando. Entonces el Gobernador excitó el celo de
los jesuítas para que siguiendo las huellas de los francis-
canos, plantasen el primer jalón de las futuras reduccio-
nes ( 1 ).
Los chaiTÍias, que nimca se habían visto tratados de
esta suerte por los españoles, comenzaron á ponerles me-
jor rostro del que tenían por costumbre. El Gobernador
Céspedes les agasajó tanto, los misioneros eclesiásticos les
trataron con tanta dulzura, y las órdenes de respetarles
fueron tan severas, que su carácter tenaz contra la hostili-
dad filé cediendo á los halagos de la benevolencia. Se les
vió, con admiración de los conquistadores, ayudarles en al-
gunas faenas de salvatajc, re.spctando los náufragos y las
mercaderías, y aun se agrega que muchos se convirtieron
al ci'istiaiiismo. Seducidos por el ejemplo, los yaros y las
tribus de la sierra de Maldonado también quisieron ser par-
tícipes de los buenos tratamientos del conquistador, y no
opusieron resistencias á su pase tranquilo por el país, cre-
yendo sin duda que si los obstinados chaiTÚas hallaban
una razón para ceder cuando corría de su cuenta dar el
tono á la resistencia nacional, las demás parcialidades po-
dían seguir las trazas de aquella que llevaba en sus manos
los destinos uruguayos. Era todo esto para Céspedes una
buena victoria que le daba sólidas ventajas sin efusión de
sangre.
( 1 ) Ésta fue, según confesión de los historiadores jesuítas, la pri-
mera aplicación que se hiio á la Cumpañia por los Gobernadores del
Rio de la Plata, resaltando el rruyaai/ la primera de las provincias
plateases donde ejercieron oftcialinenle su doiniuacióu.
LIURO III. —T^A CONQUISTA 3:^.5
Fiu!* más feliz aun con los cliaml.s. Iii.stados dstos pol-
los niisioiiero.s, abandonaron sus guaridas dcl Río Negro
bajando á la tierra firme, en la cual comenzaron la fabri-
cación dcl pueblo de Santo Domingo de Soriano, á la
misma altura más o menos de donde hoy se halla. Ele-
vóse la iglesia de acuerdo con lo que sobre el partiínilar
prevenían las leyes de Indias, y hecho q\ic fuá el repar-
timiento de solares, tomó aire de población el moderno
establecimiento fundado por la civilización eiu’opea con
elementos de la raza primitiva. Fueron, pues, habitantes
del actual Departamento de Soriano, los miembros de la
primera tribu lu-uguaya que se incorporó al dominio espa-
ñol, sustituyendo los pueblos edificados tí las tolderías, y
recibiendo la unción del cristianismo en la pila bautismal
de una iglesia levantada por sus propios esfuerzos. Acon-
teció este hecho en el año de 1624.
Comenzóse ii notar hacia estos tiempos, que el país
era dueño de un elemento de riqueza muy considerable.
Los primitivos vecinos de Buenos Aires habían destinado
la bamla septentrional del Plata para proveerse de leña,
carbón y maderas gruesas de (jue carecían en su ribera; y
it fin de no privarse de tan lucrativo comercio, se opusie-
ron siempre al establecimiento de población alguna en tie-
rras uruguayas ( 1 ). Este deseo elevado á la categoría de
medida administrativa y hasta de razón política, fomentó
el ánimo de sucesivos gobernadores á no poblar nuestras
costas, permitiendo solamente la entrada á leñadores y car-
boneros que procuraban el aprovisionamiento de la capi-
(1) fícs'puesífi del Manjués de drimaldi á la Memoria que cu 177 (i
j/reseufarou los poriwjucscs ( Bib del «Comercio del Platii •).
336 LIBRO m. — LA CONQUISTA
tal piálense. Pero la experiencia ele un lucro seguro hizo
mayor cada día el número de los concurrentes, y el vecin-
dario de Buenos Aires contó im abasto que llegó á de-
jarle sobrantes para exportar. El óxito de tan cómoda ex-
plotación industrial, estimuló otras que deliían basarse en
la riqueza ganadera del suelo uruguayo, superando los ren-
dimientos del carbón y leña. La matanza de reses, salazón
de carnes, recolección de sebo y grasa, y aprovechamiento
de los cueros al pelo, constituyó un nuevo ramo en que es-
tribaba el principal comercio de la capital del gobierno del
Plata; y á la adquisición de tídes productos salidos de
nuestro territorio, destinó ella numerosa parte de sus hijos.
El origen de la riqueza pecuaria del Uruguay provenía
en mucho de la casualidad. Cuarenta y cuatro caballos y
yeguas, dejados por D. Pedro de Mendoza de.sde la costa
de Buenos Aires hasta el mar, reproduciéndose extraordi-
nariamente, formaron el núcleo que debía constituir la fu-
tura riqueza caballar de estos países. En cuanto al vacuno,
los hermanos Goes, portugueses, introdujeron en 1555 al
Paraguay, por vía de San Vicente, siete vacas y un toro,
comisionando para conduch' la tropilla á un tal Gaete, que
obtuvo una vaca por premio de su trabajo, de donde vino
el refrán : más caro que la vaca de Gaete ( 1 ). Reunié-
ronse á dichos núcleos, los caballos que trajo Alvar Núñez
y las vacas que importó Juan Torres de Vera y Ai’agón,
yerno de Zárate, en cumplimiento de sus respectivas capi-
tulaciones. La rápida multiplicación de estos ganados, des-
parramándolos por el campo, propendió á hacerlos en gran
(1) Rivacleneyrn, Relación de las Provincias del P/ato. — Guzmán,
La Argentina; lib ii, cap xv.
LIBRO ni. — L.V COXQÜÍSTA
337
parte cerriles, y algunos trozos alzados cruzaron el Uru-
guay, refugiándose en nuestro territorio. Los naturales del
país, (pie ignoraban hasta entonces su importancia positiva,
dejaron que se reprodujeran, sin oixiuerles aquellas limi-
taciones con que la civilizaiáón, á par de utilizar sus ser-
vicios, merma la potencia de su acción fisiológica. Por su
parte los es])añoles, poseyendo enorme cantidad desde Bue-
nos Aires hasta \á Cordillera y el Estrecho, tampoco ne-
cesitaron efectuar sacas, cuyo resultado habría contribuido
á la minoración de los cuadril pedos; de modo que los ga-
nados aumentaron con vigor sin ninguna de las contrarie-
dades á que están sujetos por la misma naturaleza de su
condición.
Entre tanto, el ingreso al país de estos gi-upos de ani-
males, debía cambiar sensiblemente las condiciones del
suelo. Livianas de cuerpo, las especies nativas, sin excluir
las depredadoras, no aplanaban la superficie, ni dañaban
la germinación de cuantiosos vegetales hoy extinguidos,
que servían de alimento ó apagaban la sed. Pero los ca-
ballos y vaca*\ de estructura pesada y casco ó pezuña
recia, trillando y quemando el piso con sus correrías y
deyecciones, fomentaron una vegetación nueva, de pasti-
zales tupidos y cai’dales ásperos, destinada á facilitar só-
lidos engordes. Modificación tan radical en los productos
de la tierra, alteró forzosamente los usos y costumbres de
sus habitantes. El indígena se hizo carnívoro por necesi-
dad, y ecuesti*e por imitación. La ignorancia en que hasta
entonces había vivido sobre el aite de reducir los ganados,
se transformó en singulai* destreza para usufructuarlos
como elemento comestible y medio de transporte. Así,
cuando los vaqueros y leñadores de Buenos Ah*es empe-
388 UnRO lli. — LA CONQUISTA
zaron á frecuentar nuestras (!Ostas, se encontraron con este
nuevo concurrente, que fue inuchas veces un aliado, según
se prestase á coadyuvar al trabajo de sus peonadas.
Luego de conocerse el rendimiento que daba un co-
mercio tan importante, vinieron los estatutos y tarifas que
reglamentaban su forma y determinaban su alcaiuíe. Las
personas que jn-etendían hacer el negocio de cueros, grasen'a
y salazón de carnes, sacaban licencia del Ayuntamiento
de Buenos Aires para recoger precisa cantidad de anima-
les, con obligación de ceder la tercera parte de su producto
á beneficio del fisco. Obtenido el permiso, ponian.se en
marcha muchos peones y ojierarios destinados á la faena,
componiendo gruesas partidas de gente que .se designaban
con el nombre del individuo favorecido por la concesión de
faenar. Para mayor comodidad de sus mismas maniobras,
establecían su asiento á la orilla de un río ó arroyo, de lo
cual vinieron esos arroyos y ríos á tomar los nombres de
los sujetos á quienes se había concedido permiso para la
matanza; así es que, desde la salida de IMontevideo hasta
la costa del mar y ensenada de Castillos, se encuentran
y oyen nombrar, el arroyo de Pando, el de Solis grande,
el de Maldonado grande y el de Maldonado chico, la la-
guna de Rocha, el arroyo Chafalote, así llamado de un dra-
gón español á quien pusieron este apodo, y los cerros de
Don Carlos Narrdvz y de Navarro. Tal fue el origen de
la riqueza pecuaria del Uruguay, cuyos primeros explota-
dores, á la manera de los hombres ilustres de épocas gran-
des, fueron dejando vinculados sus nombres it los ríos, ce-
rros y ciudades que hasta hoy los llevan.
Pero el descubrimiento de tan preciada riqueza no pro-
dujo los bienes que debían esperarse de su fausto ha-
UBRO Ilt. - LA CONQUISTA 3'{9
Ihizgo. Aparte de los atentados (pie provocó y de los cua-
les se liará mención á debido tiempo, ella sedujo el ánimo
de los españoles con las perspectivas de una explotación
ganadera en grande escala. Los campos del Uruguay, ricos
por su condición propia, dóciles á la acogida de todo ele-
mento vegetal que se deposite en su seno, favorecidos j)or
aguadas abundantes, refrescados por brisas continuas, no
merecieron del conquistador y del vecindario de Buenos
Air(*s oti’o destino que el de ser dedicados á la cría de
animales. Se consideró un atentado á la riipieza publica el
poblarles de gentes entendidas en el laboreo de la tierra, y
exceptuando los esfuerzos de los jesuítas, todos los conatos
de los e.spañoles dados al comercio .se encaminaron desde
entonces á formar una gran estancia de la pro\incia que
era dueña de los mejores campos y estaba bañada por los
mejores ríos. Si ha sido funesta esta conducta, pueden res-
ponder por nosotros los males que aún nos aquejan, la
despoblación que neutraliza nuestros más vigorosos es-
fuerzos de sociabilidad, la explotación rudimentaria de las
grandes zonas de tierra, que alimentan á cincuenta jierso-
nas, donde debieran vivir dos mil ! Afortunadamente, otra
civilización más fuerte y entendida riuo á dar á luia parte
de nuestras tierras la importancia que merecían, creando
pueblos regidos poi- sacerdotes que transformaron en agri-
cultor&s á los más indómitos guerreros. Llegamos al mo-
mento en que va á presenciarse la creación, desaiTollo y
triunfo de la sociabilidad jesuítica.
LIBRO CUARTO
LIBRO CUARTO
LOS JESUÍTAS
Las Misiones jesuíticas. — Primitiva forma legal de las reducciones.—
Su aceptación condicional por los jesuítas. — Habitabilidad de los
pueblos. — Gobierno religioso y político. — Gobierno económico.—
Fundación de San Francisco de Borja, San Nicolás, San Miguel,
San Luis Gonzaga, San Lorenzo, San Juan Bautista y San
Ángel. — Los mamelucos de San Pablo.— Sus correrías contra las
i-educciones. — Re.sistencias levantadas por los jesuítas. — Cómo las
conjuraron. — Los misioneros merce<larios. — Ataque y destrucción
de Itazurubí.
(1625 -167«i)
Para formar idea de las Misiones jesuíticas, conviene
remontarse á su filiación histórica; porque lejos de haber
sido invento de los misioneros, no fueron ellas más que la
resurrección de un sistema catequístico aplicado á las na-
cientes cristiandades de aborígenes americanos, bajo el
mismo régimen adoptado por la Iglesia con las naciones
gentiles del antiguo hemisferio. La comprobación del
hecho es tan sencilla, que se impondría con sólo enunciarlo,
si la Historia, en cuanto ciencia, no fuera maestra, teniendo
entre el primero de sus deberes la obligación de evidenciar
las verdades que enseña.
344
LIBRO IV. — 1.08 JESUÍTAS
Presunciones erróneas, nacidas en nnos de la aduiii-ación
y en otros de la mala volnntad, han atribuido á los jesuítas
el plan original de las reducciones, así como el resultado
de los armamentos militares y las guemis de conquista ó
defensa, que no ellos, sinó los españoles, prepararon y sos-
tuvieron provocados por rivalidades políticas. Pero si
esto complica el juicio definitivo sobre los misioneros, ma-
nifiesta la eficacia de su obra, patrocinada en Ainórica })or
loa mismos gobiernos europeos, quienes, antes ó des-
puós de la guerra, favorecidos ó no por la victoria, nunca
removieron á los jesuítas hasta la gran conjuración de
1757 -Ü7, donde compromisos de familia, más bien que
razones de Estado, pusieron de acuerdo á los reyes de
la casa de Borbón para proceder contra la Compañía en
todas partes.
La estructura social de las reducciones reposaba sobre
el modelo de las primitivas cristiandades. El gobierno civil
en manos de magisti’ados populares, el gobierno eclesiástico
en manos del clero, la comunidad de bienes como vínculo
fraternal, y las penitencias públicas como castiga de las fal-
tas cometidas, tales eran los resortes esenciales de aquel me-
canismo que se remontaba á la organización apostólica (1).
En las páginas-^e la Biblia, mejor que en las disquisicio-
nes de los viajerOÍV se encuentra el cuño de la dominación
jesuítica, como se éftcucntra en las descripciones de los
primitivos germanos hechas por Tácito, la filiación pagana
y agreste de los charrúas.
Respondiendo á este plan bíblico, los jesuítas tenían una
forma peculiar y reglamentada de catequística. El funda-
(1) Actor, II, 45; iv, 32-37.
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
345
dor de la Orden, en sus constituciones, para siijetm* más
el Instituto á la Sede Apostólica, tlispuso que los profesos
de cuati’o votos añadiesen á los tres sustanciales de la re-
ligión un cuarto de obediencia al Sumo Pontífice en lo con-
cerniente á las misiones; proponiéndose con ello ya robus-
tecer el Pontificado, que los protestantes intentaban soca-
var, ya dedicar á tan arduo ministerio á los jesuítas más
conspicuos, y de esta manera convertir en título de honor
el de3em]ieño de los más difíciles y peligrosos trabajos.
Las constituciones y reglamentos jesuíticos, considera-
ban las misiones «Servicio de Dios»; de manera que todo
acto de los misioneros debía conducir á ese fin. Para lle-
narle con éxito, ordenaban sembrar la palabra evangélica
en las regiones más necesitadas, aun siendo las menos
agradables; que no se descuidasen las ciudades capitales,
por ser ellas las que dan el tono del vicio ó la virtud á los
imperios; que se influyese sobre los sabios y persoims
constituidas en dignidad, por ser su ejemplo y crédito de
gi’ande importancia cuando está al servicio del bien. Se
mandaba tener en cuenta las condiciones físicas y morales
de los misioneros, enviando los más fuertes donde se re-
quiriesen mayores trabajos, y los más virtuosos á los si-
tios que ofrecieran mayores peligros espirituales. Donde
fuera necesario combatir las luces y la corrupción, hom-
bres que juntasen las luces á la santidad, y donde la
preocupación y la ignorancia, hombres capaces de disi-
par ambas con su ejemplo y doctrina. Recomendábase,
siempre que fuera posible, juntar un misionero á otro, ya
para ayudarle en sus tarcas, ya para templar su celo si
fuere muy ardiente, procurándose por este medio la'com-
plementación de los caracteres y virtudes. Se prohibía ex-
310 UHRO IV.— U)S JKSUÍTAS
citar el ontiisiiiHino o el fanatismo con la preiliciición; se
mondaba ceder en lo indiferente pañi lograr lo esencial, que
era atraer los gentiles sí C’risto, nícomciuhindosc para ello
acomodarse en sus principios al carácter y usos de los in-
dígenas, en cuanto la razón y la moralidad lo permitie-
sen ( 1 ).
Todo comercio, y aun sus apariencia.s, estaba formal-
mente vedado al misionero. Advertíasele además, qiu* no
diese el menor motivo de disgusto á los gobiernos, y (jue
inculcase entre el pueblo el respeto debido á los obispos.
Munido de estas instrucciones, que había juratlo cumplir
ligándose á ellas por la solemnidad de un voto, partí^ á
convertir infieles, derramando su actividad por todos/los
hemisferios, y clavando en ellos, bajo la acción rigorosa de
un vasto plan, los jalones de la civilización cristiana.
Agotada España en hombres y recursos, buscaba de
tiempo atrás el medio de resolver la conquista definitiva
de estos países, sometiendo sus poblaciones nómadas y be-
licosas á una obediencia regular. En tal concepto, el Go-
bierno español comenzó á empeñarse para que los natu-
rales americanos fuesen reducidos á vivir en poblaciones
donde se les enseñase la doctrina evangélica y las prácti-
cas sociales del mecanismo europeo. Diveilas vecas se dis-
cutió este punto por el Consejo de Indias con personas re-
ligiosas, y también lo hicieron los prelados de Méjico á.
pedido de Carlos V en 1540, estableciendo bases y reglas
de conducta, pero no con*espondió el é.xito á sus miras. La
América del Norte, laboratorio de los primeros ensayos
(\) Cntisliliirioiirs JcsiiHiríis, fi\ \n ' .\p<)lo«jía dül Iiisliinto ; lomo I,
cap XII (odie Aviíión, 170;')).
LIBRO IV.— LOS JE.su ÍTAS
347
del plan indicado, fnó ob.stócnlo y nuu-has veces tumba de
los misioneros franciscano.*^, dominicos y agustinos que lo
pusieron por obra, soportando con el inurtii’io la périlida
de sus trabajos ( 1 ). Y cuando el fiu'or de los indígenas
cedió á la iiersuasión, la codicia de los encomenderos
rea\dvó el fuego do la resistencia, llegando hasta encen-
derlo en el itniino de loa mismos propagandistas religioso.s,
quienes les increparon con rnde/a sus vicios, transformán-
doles en declarados enemigos.
Ante complicaciones tan graves se jkíiisó en los jesuítas,
cuya reputación abonaba el óxito de sus conquistas espiri-
tuales. Las experiencias realizadas por ellos en Europa y
Asia, como controversistas y sabios, directores y misione-
ros, ^^viendo entre toda laya de gentes y adaptándose con
prontitud á su lenguaje y usos, pai-ecía un pronóstico de
triunfo. Invitados á la^nquista religiosa de Amórica, to-
mai*on de buena gana lo que se les daba, y comenzaron á
extenderse por las regiones del Perú y Brasil, convirtiendo
infieles y civilizando naciones andariegas, que concluían
por fijarse en una zona detenninada. La fama de estas
victorias encontró admiradores que la difundieran, con-
tándose entre su número los mismos tenientes del Rey de
España, que ¡jedían el auxilio de los PP. para diu’ cima á
sus empresas.
Se ha visto ya cómo Hernando Arias de Saavecba fue
de este número, solicitando de Felipe III la asistencia de
los jesuítas, después de aquel desastre que abatió sus
(1) Miguel de Venegns, Nolicia dr. la Cali furnia ij de nu cúnquisln;
tomo I, onp \\\. — Chuir dr Lctirrs édiflanirs de r.Vniérique),
tomo I.
DOM. Eip.— I.
348
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
armas en los dominios uruguayos; sclia visto también cómo
algunos de los citados misioneros se trasladaron á estas
regiones, requeridos por el Superior del Perú, que obedecía
ordíiii expresa de Felipe para el caso. Eran estos primeros
recién llegados los que debían fundar aquella sólida arma-
zón que con el nombre de Jfisloncit jemiiieas resistió
los ataípies del extranjero y salvó incólume, durante easi
dos centurias, nuestro legítimo dominio sobre las tierras
poseídas.
Las reducciones jesuíticas ubicadas en nuestro territo-
rio se establecieron sobre la. margen izquierda del río
Uruguay, en la extensión de unas 40 leguas de anchura
por nuis de cien de longitud. El Piratiní, con multitud
de arterias y riachos, formaba su sistema hidrográfico,
acumulando á estas ventajas naturales la comunicación
fácil con el resto de los Cíentros poblados de la ProUncia
jesuítica. Siete fueron los pueblos que en diversas fechas
fundaron los misioneros del Uruguay; á s>^t: San Fran-
cisco de Borja, San Nicolás, San IjUÍs (ionzaga, San jNIí-
guel, San Lorenzo, San Juan bautista y San Angel;
concurriendo á la formac^n de estos centros di; actividad
civilizadora, elementos ^^divei’sas jirocedencias, Jie la
educación y la disciplina transforma roi^ en una totalidad
compacta. El acici’to en la elección del terreno, facilitó el
progreso de las reducciones uruguayas, llegando San Luis
Gonzaga á ser la capital del Gobierno de Misiones, cuando
Es[)aña colocó todos los pueblos arrebatados á los misio-
neros bajo el mando de un Gobernador de su dependencia
directa.
La primera dificultad con que los jesuítas chocaron al
hacerse cargo de la reducción de indígenas en el Río de la
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
349
Plata y Paraguay, filé la (lispaiiflail ilc vistas resultante
entre su plan de organización y el que mantenía la adini-
nisb-ación española. Desde luego, pue.s, reclamaron contra
él, negándose á admitir que los pueblos colocados bajo su
dependencia se dieran á nadie en forma de encomienda.
Pidieron, asimismo, que las autorídades civiles se eligieran
de entre los naturales de los pueblos, y anunciaron que se
disponían á hacer una repartición equitativa de los bienes
adquiridos por el trabajo, señalando un límite prudente á
las fatigas de los indígenas. Felipe IV, en presencia de es-
tos reclamos y de la repugnancia de los naturales á ser
empadronados y sujetos al opresivo servicio de las enco-
miendas, hizo particular gracia á los del Paraná y Uru-
guay, concediéndoles, además de la incorporación ilirecta á
la Corona, que les libraba de la tutela de los encomende-
ros, la exención de todo tributo durante los primeros diez
años de su reiuiión al gremio de la Iglesia.
Dicho se está que la conquista de estas liberalidades,
obtenidas muchas de ellas por el a[)oyo de algunos gober-
nadores y personas influyentes que les eran afectas, traje-
ron sobre los jesuíta.s, á la vez que el aplauso de los natu-
rales, el odio de los encomenderos y demás aspii’antes
desposeídos. Como quiera que la amplitud de sus faculta-
des les diera pleno dominio en la organización de los pue-
blos, se aislaron de las autoridades españolas, evitando su
acceso por mecUo de fosos guarnecidos de fuertes palizadas.
Aquella independencia inviolable exasperó el ánimo de los
codiciosos y las susceptibilidades de la autoridad política,
combinándose todos los resentimientos para denunciar á
los jesuítas como ocultadores de gi-andes tesoros y promo-
tores de un plan de independencia. Con este motivo, fue-
LIBRO IV.— LOS JKSUÍTAS
:{;")()
ron invadidos más de nna vez en sns j)osesiones ¡)or los
gobernadores es[)afioles aeonijianados di* fuerzas res})eta-
bles, no resullando otra eosa de la investigaeión, ([lie la gran
moralidad personal de los misioneros y el respeto (pie sus
síibditos espirituales les profesaban (1).
En el eorrer de (^stos trabajos, se unifonm') y eomple-
ment(') el régimen legislativo de aípiella organizaei(ni eomn-
nista. Ví'amos sns |)rinei|)al(.‘s ])reeej)tos: 1." Se mandaba
(pui los indios fnes(‘n redneidos á j)ueblos, y no viviesen
divididos y s(í])arados })or sierras y montes, cometiéndose á.
los virreyes y gobernadores la ejecución de las reducciones
con la mayor suavidad y temjdanza. 2." (¿ue los ))rel^i^!^5^
eclesiásticos ayudaran y facilitaran las ri'ducciones. ib" ^ikí
para hacer las reducciones se nombraran ministros y per-
sonas de muy enü^ra satisfacción, castigándose cualquier
clase de compulsión ó apremio efectuado con los naturales
por quien quiera que fuese. 4." Que los sitios destinados
piu-a constituir pueblos y reducciones habían de tener co-
modidad de aguas, tierras y montes, entradas y salidas, y un
ejido de una legua de largo, donde los iiulios tuvieran sus
ganados siii mezclarlos con otros de espaiíolcs. 5.'’ Que no
pu<Herail quitarse á los indios reducidos las tierras y gran-
jerias que anteriormente hubieran jioseído. O." (¿ue si- jiro-
curara fimdai’ pueblos de indios ceriía de doiuU* hulncse
minas. 7.“ Que las reducciones se hicieran á costa do los
tributos que los indios dejasen de i>agar jior título de re-
cién poblados. 8." Que si los indios deseasen [lermaiuícer
en las chacras y estancias donde ivsidían al tiempo de
(1) (luillí'i’mo 'P. Riiyiiiil, lUsloirr , He; lomo iv,
lib VIII.
LIBRO IV. — LOS .IF,.SUÍT.\S
351
rcdiiciilvs, piulier.in (*leu;¡i' entre lo j)iiiiiero ó innreliíirse al
sillo donde ubicase la primera redneeión ó pueblo; pero si
en el término de dos anos no hiciesen lo segundo, había
de asignárseles por ri'dueeión la hacienda donde hubieran
asistido, sin (pie por esto se entendiera dejárseles en
eondici(ui de i/aiiaroiias ó criados de los chacareros ó
(‘staneieros. 9." (¿ue las redueeiones no pudieran mudarse
de un sitio á otro sin orden del Rey, Virivy ó Audiencia.
10. (^ue las (piei’ídlas suscitadas con motivo de la eje-
cucicai de redueeiones, t(índrían apelaciihi iniieaniente ante
el Consejo de Indias, comjiensándosc á los (‘spañcdes las
tierras (pie se les (piitaran para repartirlas entre los indios
reducidos. 1 1. Que ningnn indio d(‘ un pueblo .se tra.sla-
dara á otro; (pie no se diera licencia á los indios para vi-
vir fuera d(“ sus reducciones. 1 2. C^uc c(*rca de las reduc-
ciones no hubiera estancias de ganado-s y se prohibiera á
los esjiañoles y á los negros, nu'sti/.os y mulatos vivir en
las riídiiecioiu's, aun cuando poseyeran tierras de su propie-
dad (!ii ellas. Id. Que ningini e.spafiol transeúnte e.stu-
viese más de dos días en una redueciini, y (]ue los merca-
deres no estuviesen más di; tres. 14. C^iie donde hubiera
iiKísini ú Jecuta, nadie posase (íii casa de indio o mazegual,
y (}ue los caminantes no tomasen á. los indios ninguna
cosa por fuerza.
Estas particularidades dejaban fuera de cuestión la
forma en que podía ivducirse á los indígenas, y les sus-
traía á los vejámeiK's posibles de la codicia, ya con rcla-|
eión á las tierras adquiridas, ya (‘ii lo relativo á los scr-
vicl'^tj (pie se les impusiera como ocupantes ó colonos.
Seguidamente, .se les garantía la .satisfacción de sus nece-
sidades religiosas en estos términos: i." Que en cada re-
352
Lirmo IV. — i-os jesitítas
(lueción se fabrieara iglesia eon puerta y llave. 2." Que el
e.stipeudio de lo.s euras doetnnei’os se costease del producto
de los tributos pagados por los indios. 8." Que en cada
población mayor de lüO indios hubiese dos ó tres can-
tores y su sacristán. 4.° Que llegando á 100 indios hu-
bies(! un fiscal, y pasando de ese níimcro hubiese dos,
para convocar los pueblos á la doctrina.
Por último, se })rovcía á las exigencias del gobierno,
concretando su satisfacción en esta forma: 1." Que en las
reducciones se nombras(*n alcaldes y regidores imlios, cuya
jurisdicción alcanzaría solamente para inquirir, aprehender
y traer los delinciuaites á la cárcel del })ueblo de e.s]>a-
ñoles de a(juel distrito; ])cro que se les cometía castigar
con un día de prisión ó seis ú ocho azotes al indio que
faltase ii la mi.-sa en día de tiesta, ó se embriagase ó hi-
ciese otra falta scanejante, y si fuera embriaguez de mu-
ebos, pudiera castigarse con más rigor. Exec})eión hecha de
los rej)artimientos de las mifas (pie corrían á cargo de los
eaeicpies, el gobierno de los pueblos reducidos, en cuanto ái
lo universal, se d(‘jaba á cargo de los dichos alcaldes y n\-
gidores indios, quienes podían tambitai iirender á negros y
mestizos en ausencia de la justicia ordinaria. no se
pusiesen en las redueeioiuís mayordomos ó calpizques sin
aprobación d(‘l Gobernador ó Audiencia del distrito y fian-
zas, y que los calpizques no llevasen vara de justicia.
Que en los pueblos de indios no se vendieran los ofi-
cios ni los hubiera propietarios ( 1 ).
Así (piedó incorporado á la legislación vigente, el plan
catequístico de los jesuítas. Por este mecho cuando menos,
(1) Leijes de liidktí!, lomo ii, l¡b vi, lít ni.
LIBRO IV. — IX)S JESUÍTAS
353
lii iluleiiendencia ele las operaciones ele los misioneros re-
cibía sancieín ele la ley, suministróneloles esa fuerza mo-
ra] que constituye el elerecho positivo. Los indígenas, por
su parte, conquistaban el gobierno propio, consiguiendo
regirse por autoridades populares elegidas entre ellos, y
unos y otros poelíau marcliai* unidos á la consecución del
fin cuyas miras eran tan amplias. Por primera vez se ha-
cía en los dominios americanos de España, el ensayo leal
de la civilización cristiana en toda su pureza, sin que fue-
ran parte á perturbarlo las intercurrencias maléficas que
disolvieron los esfuerzos de Las Casas y desacreditaron los
trabajos similares de tantos otros cooperadores suyos. Por
primera vez también, desde que el Cristianismo era doc-
trina y ley aceptada por el mimdo, se producía en un rin-
cón del universo la lucha (fe la idea solitaria é inerme, con-
tra los inconvenientes de la fuerza material y las conti’a-
riedades de la barbaiie.
Las primeras entradas de los misioneros á tierra de
infieles fueron penosas. Muchos soportaron el martirio y
la muerte en pago de su predicación, y otros tuvieron
un éxito mediocre. La indiferencia era uno de los obs-
táculos que les contrariaba con más vigor en su empresa,
porque los indígenas, refractarios á la palabra evangélica,
la oían sin entusiasmo y la olvidaban apenas desaparecía
el predicador. Aquellas naturalezas rudas no podían expli-
carse la doctrina de la caridad y el amor al prójimo
como provechosas en la tierra, así es que sólo cuando
empezaron á tener idea de una compensación extra-
terrestre proveniente de castigos y premios futuros, fué
que prestaron atención á lo que se deseaba enseñarles. Los
jesuítas daban como hecho averiguado, ser los indios més
354
LIBRO — LOS JESUÍTAS
sensibles á j^ercibir las ideas por los ojos que por los oídos,
así es que acompañaban su jirecbcación con deinostracio-
ues prácticas: llevaiian consigo pinturas del cielo y el in-
fierno, cuya visión siqieraba con éxito el efecto de los dis-
cursos. También solían emplear otros medios ingeniosos
para toair el corazón de los infieles: tomaban nota, con
gran cuidado, de las razones que individualmente les daba
cada indígena para no quererse convertir, y luego en la
plática que hacían al conjunto, aplicaban esos raciocinios
á los pecadores empedernidos y los rebatían como una
doctrina sugerida por el demonio. Los indígenas, escu-
chando sus propias palabras prohijadas por Sabinas, que-
daban aterrados. Sin embargo, la dificultad de expresar.se
en los idiomas de ellos, no era pequeña en los primeros
tiempos. Bien que el Padre (ionzález, á quien llamaban
sus compañeros v\ Demóstenes guaraní por la mae.stría
con (pie lo hablaba, y alguno (pie otro misionero gozasen
ese privilegio, no era comíín á todos tal facultad. Para
subsanar el mal, se establecieron escuelas á fin de en-
señar á los curas doctrineros las lenguas indígenas, con
lo cual se adelantó mucho; fundándose igualmente en las
reducciones, escuelas para la enseñanza castellana de los
catecíímenos ( 1 ).
La exiieiiencia de los hechos fué sugiriendo á los jesuí-
( 1 ) En 7 (le Junio de IñDd ludúa expedido el fíep una cédula al
Gobernador de las proriucias del líio de la Piala, para que se eme-
ña4C la Iriujua castellana á los indújs <pie rol untar unnente (¡uisicran
aprenderla, sin costo suyo y por medio de. maestros contratados al
efecto: haciendo presente (pie aunque estaban fundadas crítedras para
la enseñanza de las le.nyuas indiyenas d los sacerdotes doctrineros,
eran tan pobres esos idiomas, que la instrucción rcliyiosa no podía ade-
lantarse por medio de ellos ( liad Cedida de Toledo ).
r.IBRO IV. — LOS JESUÍTAS
355
tus eoinbiiiuc’ioiies ingeniosas para herir de todos modos la
sensibilidad de los naturales. Estudiaban con persistencia
su índole, y no escapaba á esa investigaiáón constante, el
menor detalle, el más leve gesto. Simpatías y odios, gus-
tos é indiferencias, todo era materia aprovechable para los
misioneros, que hábilmente tornaban en servicio de sus
propósitos esas propensiones geniales de sus futuros sób-
ditos. Conociendo cuanto predominaba en ellos la descon-
fianza, siempre se les mostraban confiados hasta la exage-
ración, de modo que á la menor .solicitud de un indígena
para que viera enfermos, consolara moribundos ó bauti-
zase pueblos lejanos, allá iba el misionero sin aparentar
inquietud, aunque conociese que le armaban una celada.
Muchas veces esa tranquilidad de porte desarmó á tribus
enteras que tenían designio de ultimar al sacerdote; y
otras se impuso al mismo guía, cpie á mitad de camino con-
fesó la trama, rogando á su víctima que desandará la hue-
lla emprendida. Solía acontecer tambión, que llegado un
misionero á. dominio de infieles, se snscita.sen entre la
tribu divisiones de opinión de.spuós de haberle escuchado,
y que unos toniiu'an las armas para matarle y otros co-
rrieran á su defensa. No sin grande admiración de todos,
se veía al jesuíhi, despuós del combate, iicdir al vencedor
gracia para los prisioneros.
Entre los recursos de (luc los jesuítas echaron mano
para sus conversiones, llegó á hacerse proficua la influen-
cia de la mósicíi, cuyo conocimiento era común á la ma-
yor parte de ellos. Luego de advertir el gusto marcado
que demostraban los indígenas hacia la armonía, empren-
dieron atraórselos por ese medio. El misionero errante en
los campos, apenas sentía estar próximo á guaridas de
356
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
infieles, se ilelenía y entonalia cánticos sagrados, cuya re-
percusión atraía á su al rededor los indígeuas que eaute-
losainente se ajiroxiinaban á escucharle (1). ¡Singular as-
pecto debía ofrecer aquel cuadro, en que un sacerdote evo-
caba en el desierto la protección divina, contrastando su
vo/, su ademán y sus vestiduras, con la actitud retraída de
salvajes apenas divisables por el inquieto balanceo de sus
cabezas coronadas de plumas, asomando entre las ramas del
bosque ó los intersticios de los altos pajonales! Y sin em-
bargo, lo inusitado del procedimiento le daba misteriosa
eficacia, domando aquellas naturalezas fieras que cedían á
los encantos del ritmo, emocionadas ante un placer tan es-
piritual como nuevo para ellas.
Constituidas las primeras reducciones, el plan catequís-
tico asumió formas de carácter más mundano que en los
comienzos. Las entradas de los misioneros entre salvajes
se hacían , con escolta armada de indios cristianos, para
impedir el atropello de sus personas, que había sido tan
comón, produciendo tantos mártires al principio de la
propaganda. El misionero jesuíta, ya no sólo se valió de
la predicación al aire libre, confiando el éxito de sus ta-
reas á la semilla evangélica, sinó que empleó las artes
diplomáticas y sedujo con los donativos. Cuando quería
atraer una tribu, s(í dirigía escoltado al paraje de su resi-
dencia habitual, procurando hablar con el jefe á quien
decía que las mentas de su valor y poderío, pregonadas por
la fama, le traían allí para conocerle y admii-arle de cerca.
Seducido el bárbaro por la alabanza, trataba de coiTes-
ponderla mosti’ándose accesible, y bajo ese pie de recíjiro-
(1) Muratori, Rclolion des Missions dti Paraíjuay; cap ix.
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
357
cas atencioues, comenzaba, sin que él lo notase, su ca-
tequización. Empleábase otras veces, en clase de catequis-
tas, á ciertos caudillos ya convertidos, á quienes se enviaba
entre los injBeles como al acaso, y rai’a era la excuisión en
que no lograban buen número de conversiones, aunque al
decir de algunos, no siempre eran ellas voluntarias, pues
hubo caso en que, á pretexto de hospedarse entre tribus
contumaces, entraron fuertes grupos de esos catequistas
laicos, y cayendo de sorpresa sobre los jefes principales
durante el sueño, les aprisionaron, haciéndose seguir luego
del pueblo, sometido en la perjdejidad de su desamparo.
Por último, aumentábanse también los convertidos con el
rescate por compra de los prisioneros que los infieles se
hacían en sus guerras. El veu(;edor ofrecía á los curas
doctrineros, en trueque de algodón, trigo, tabaco ú otros
productos, las mujeres y muchachos tomados á los enemi-
gos; y esos rescatados sentaban arraigo en la reducción,
donde, después de instruidos, recibían el bautismo ( 1 ).
Mucho favoreció á los jesuítas, en concepto de la corto
de Mach’id, el martirio soportado por algunos de los suyos.
Á pesar de la guerra de los encomenderos y de los recla-
mos de las autoridades e.spañolas, el Rey coligió algo
más que un interés sórdido en la conducta de aquellos
sacerdotes que sacrificaban la ti-anquilidad y la vida en
aras de la conversión de los infieles. Por otra parte, la
educación que daban á los indígenas reducidos, á quienes
llamaban niños de barba, no ¡x)día ser más satisfactoria á
(1) Joao Pedro Gay, Historia da República jesuítica do Paraguay,
cap IX. — Azara, Descripción é Historia dcl Paraguay, etc; tomo i,
cap xm.
358
LIBRO IV. — IX)S JEHUfTAS
los ojos (U*l inoimrcii. Siiavoniontc les ¡han apartando de
sus costumbres antiguas: la poligamia, el latrocinio, las re-
yertas; les estimulaban al trabajo y al ahorro, les digniíi-
caban, y cuando veían que había cambiado su modo de
ser íntimo, entonces les hacían cristianos y síibditos espa-
ñoles.
iVsegurado el dominio de los indígena.s, trataron de
promover su bienestar. Les enseñaron á edificar casas para
recoger.se con los suyos, bajo un plan igual en todos los
pueblos. La figura de estas casas era la de un galpón de
50 á GO varas de largo por 10 de ancho, inclusos los co-
rredores que tenían en contorno, siendo las más de ellas de
tapia, otras de adobes y algunas de j)iedra, pero todas te-
chadas de teja. Cada pueblo tenía su templo, de construc-
ción irregular y materiales débiles, pero ricamente dotado
de ornamentos, vasos sagrados y alhajas. También tenían
armería y fábrica de pólvora, aunque no sieuqire provistas
para atender á las contingencias requeridas jior el ser\icio
del soberano y su propia defensa. Las casas principales,
llamadas colegios, servían de residencia habitual de los cu-
ras, y estaban situadas en parajes bellísimos, ofreciendo
amplia comodidad en su interior para los menesteres de la
enseñanza. Había en todos los pueblos escuelas de prime-
ras letras, latinidad, música y baile; como diferentes talle-
res de impresores, escultores, carpinteros, relojero.s, torneros,
sastres, bordadores y otros, de donde salían buenos profe-
sores de todas estas artes, y excelentes ejemplares de su
aplicación, según se ve todavía en las escultimas y artefac-
tos que el tiempo ha preservado, y en las ediciones de los
libros de ciencia y arte que forman la riqueza de ciertas
bibliotecas. La demás gente era dedicada á la agricultura
LIBRO IV. — LOS .(E8UÍTAS
359
y guarda de ganado.s, omplcándosc las imijeres en hilar al-
godón y lana para la fabi ieación de lienzos y ponclios.
Guaidiíbanse con escrúpulo las festi\idades, cuya santi-
ficación en los templos era motivo de útiles enseñanzas.
Aprendían allí los catecúmenos la doctiina cristiana, el co-
nocimiento de los números desde 1 hasta 1000, el nom-
hrc de los días de la semana y el de los meses del año; y
la definición de muchos objetos por el mismo sistema de
raciocinio tan preconizado hoy como novedoso, y tan co-
nocido, sin embargo, por los jesuítas, que lo aplicaban desde
entonces sm hacer de ello un mérito excepcional. El ati’ac-
tivo de esta enseñanza se duplicaba con la música, te-
niendo cada templo una orquesta numerosa y completa,
cuyo repertorio era vasto (1). En las procesiones públicas
lucían mucho la orquesta y cantores, llevando tras de sí
un séquito numeroso de acompañantes, en el cual se des-
tacaban las autoridades vestidas de sus mejores trajes.
Particularmente la fiesta de Corpus ponía á contribución
las dotes artísticas de los indígcna.s, ponpie en ella desple-
gaban todos sus recursos. Cou antelación distribuíanse en
cuadrillas de cazadores y pescadores, para apropiarse los
pájíu-os HUÍS AÚstosos y las fieras y acuáticos más temibles.
Construían grandes arcos triunfales en las calles y plazas
festonándolos de flores, ataban á ellos pájaros vivos que
producían un bello efecto con su continuo volar, y colo-
caban simétricamente las fieras retobadas á los pies de los
arcos, produciéndose con todo esto un e.spectáculo de los
más alegres.
íl) .Timn y Plloii, Tirhwión tic viaje á la América MrritlioaalAoino
III, lib I, cap XV.
360
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
Los indígenas se avenían sobremanera á esta educación
mixta, que armonizaba las prácticas religiosas con los
ejercicios manuales, y las expansiones del espíritu con el
trabajo industrial. Bastante cautos los jesuítas para no de-
jarles caer en los peligros del ocio, llenaban los intervalos
bbres con bailes, representaciones teatrales y simulacros
de guemi, hechos por los cunu7nis 6 muchachos, con des-
treza y compás, enti’e pocos ó muchos, según fuera la na-
turaleza del asunto escogido. Generalmente eran combates
entre moros y cristianos, disfrazados con sus ti’ajes de
guerra respectivos, lo que daba materia á la diversión;
otras veces eran baile.s de negros, tiznados y vestidos al
U.SO de ellos. Bailaban tambión contradanzas simbólicas,
en que describían el nombre del Rey, del Gobernador ó del
Santo tutelar del pueblo, cuando no era alguna figura enig-
mática la que remataba el baile, poniendo á prueba el in-
genio de los asistentes para descifrarla. Se ejercitaban en
comedias, loas y actos sacmmentalcs; pero lo que satisfacía
grandemente su sencillez eran los sainetes, cuya trama se
reducía por punto general al ft’acaso de algún ladronzuelo
desgraciado, que habiéndose hecho con una res ajena, le
tomaba el capaüiz en flagrante delito, azotándolo con gran
risa de los circunstantes. En las funciones serias, las auto-
ridades y eaudillos vestidos de traje militar, eonservaban
el porte grave que distinguía á su raza, pero en las diver-
siones y simulacros de guerra, gustaba la juventud de imi-
tar los monmientos ágiles, desenvueltos y elegantes de los
charrúas.
La Wgilancia de los misioneros sobre sus neófitos era
tan constante como eficaz. Se mostraban incansables en
someterles á las reglas de higiene, recomendándoles la lim-
MURO IV. — LOS .IKSUÍTAS
3G1
pieza iiulividiial y la d(* sus casas y familias, lo mismo (pie
la templanza en la alimentaeiini. J\to este último [uinto
era el míís difícil, [mes los indíj^enas unían á la inteni[)e-
rancia en las comidas, la costumbre de bariarse para resol-
ver las indigestiones, provocando así pestes, como la viruela
yJirebres malignas, que inficionaban localidades enteras,
í^ira morigerarle, s, apelaban los misioneros á ciertas [>rác-
ticas religiosas. Habían establecido en cada centro poblado
dos congregaciones: una bajo la advocación de >San Miguel
y otra bajo la de la Virgen, admitiendo en la [irimera á
los jóvenes de 12 años á 30, y en la segunda á la gente
de mayor edad; todo.s, em[)ero, á condición de tener una
conducta irreprochable y probada. Este señuelo ejemplar
servía para imponerse con el ejemplo, y ii nu'dida (|ue su
número aumentaba, iba verificándose la modificación de
las costumbres. El aspecto religioso de todas las ceremo-
nias, aun las más sencillas, pro[)endía, por otra [larte, á
desterrar los exce.sos. En los días de grandes fcstividad(‘s,
antes de sentar.se ii comer, las familias enviaban una pi*-
quena mesa á la puerta del templo, con una (‘slamjia y las
viandas comestibles, para que el cura las luaulijc.sc; despui'*s
de lo cual, los cantores entonaban una canción de gracias,
y las dueñas de las mesas, en retribución, brindaban á los
asistentes alguna [lequeñez de lo ([uc traían (1). Así (pie-
daban todos complacidos, y las comidas se inauguraban
con una previa introducción [liadosa ([ue inducía á [ireca-
verlas de intemperancias.
Uno de los actos más laboriosos y fatigantes, era el de
(1) Urlación (jroífnífira r liislúrirn de la prarliicla dr Mislnnrs, ¡lar
el hriíindier l). Dirijo de Airear (( 'olccciiai .Anadií^).
362
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
las eoiüesiones. Los embarazos y dudas propuestas, muchas
de ellas insolubles, jior lo mal explicadas de parte del pe-
nitente y peor comprendidas por el confesor, absorbían
lui tiempo inmenso. Dábanse á entender los indígenas con
mucha dificultad: para la aritmética, no tenían otra mani-
festación que levantar una mano si (juerían decir 5, ambas
manos si 10, los pies y las manos si 20, y después de eso
con un signo esiiecial manifestaban el etpiivalente de mu-
cho. No sabían concrettir divisiones de tiempo, ni cantidad
de jiersonas: indicaban lo incompi’cnsible remitiéndose con
señas á lo alto, así como lo pavoroso por gestos más ó
menos adecuados. Se conciben, pues, los apiiixis de un con-
fesor católico, poco instruido en los dialectos indígena.s,
para explicar á tales gentes cuestiones religiosas, ó resol-
ver consultas sobre materias que no estaba seguro de haber
comprendido con certeza. Cinco veces al año se repetía
esta acerba jirueba.
Tanta dedicación á los catecómenos, hizo nacer en ellos
una reciprocidad de afecto hacia los misioneros, que algu-
na.s veces llegó hasta la abnegación. Para no citar más
que un ejcnqilo, baste decir lo acontecido con el P. Ruiz
de Montoya, á quien se prepararon á devorar algunos sal-
vajes, suponiéndole especialmente sazonado por la sal que
empleaba en las comidas. Cuando trasjionían las iniertas
de la reducción, un neófito, advertido de sus designios, y
no teniendo tiempo de dar la voz do alarma, entró á
casa del misionero, se vistió con sus ropas talai’es de
repuesto, y presentándose en ese ti'aje á los asaltantes,
soportó una descarga de flechas, que afortunadamente no
le hicieron mal alguno. La alarma producida por la alga-
zara de voces é imiirecaeiones de los infieles, previno á los
Llano IV'. — LOS .iksuít.v.s
363
demás habitantes del jnieblo, quienes tomando las armas
dispersaron al grupo enemigo ( 1 ). Merced á este rasgo de
filial ternura, se salvó de una muerte miserable el docto
guaranista de la Compañía de Jesús, con cuyo malogi’o
habría perdido la ciencia uno de sus sabios más útiles.
Para la Gobernación del Río de la Plata tenía la Com-
pañía un Superior de todas las Misiones domiciliado en el
pueblo de Candelaria, cuya sitinudón le ponía en aptitud
de visitar frecuentemente su provincia. A este Superior se
agregaban dos vicesuperiores ó tenientes, que residían res-
pectivamente en el Uruguay y Paraná, y le ayudaban á
llevar el peso de los negocios, circunscribiéndose cada uno
á su departamento. Además de estos tres sujetos en quie-
nes reposaba la máquina del gobierno, tenía cada pueblo
un ciu-a particular asistido de otro sacerdote, á quien se
designaba con el nombre de coinpaíícro; á veces los com-
pañíiros eran dos, si la capacidad del vecindario así lo re-
quería. Entre el cura }' el compañero se repartía todo el
peso de la aldea en lo espiritual y temporal : el uno ejercía
las funciones propias de un pa.stor de almas, y el otro se
encargaba de la administración de los ganados y cultivo
de las haciendas de campo. El P. González tuv'o mucha
influencia en estas cosas, realizando notables reformas en
la vida práctica de las reducciones. Regularizó el sistema
de la edificación de los pueblos, hizo adoptar á los catecú-
menos nuevas costumbres, y les encaminó á gobernarse
por medios más adaptables á una existencia civilizada.
Para establecer entre ellos penitencias canónicas, comenzó
por dai* azotes al niño español que le servía, diciéndoles
(1) Miaatori, liclatioH, etc; cap xix.
2tl.
Dom. Esp. — I.
364
LIBRO IV. — LOS .JESUÍTAS
que dste era el modo que tenían los curáis ó blancos de
criar bien ¿í sus liijos. El ardid fue recibido satisfactoria-
mente, y se hizo extensivo el uso de azotes á los indios
mayores y aun á los constituidos en alguna dignidad ó
empleo, quienes después de recibir la pena debían agrade-
cer con humildad la corrección, diciendo: Ayuyebe, Che-
rubeí, cheniboard yuú, a feepr; Dios te lo pague, Pach'e,
que me has dado entendimiento o luz para conocer mis
yerros (1). Aunque rigorosamente canónica no deja de ser
ingeniosa la precaución de que se servían los jesuítas para
estimular el deseo de los indios á bautizai'se: acabado el
evangelio, hacían salir del templo ii los que no habían
recibido el bautismo, y como esto lo considerasen vejatorio
los expulsos, trataban de instruirse prontamente áí fin de
no sufrir aquel desaire y entrar al goce comíin de las pre-
rrogativas de los con vellidos.
El gobierno político constaba, por lo común, de un go-
bernador y un teniente, dos alcaldes oixlinarios de primero
y segundo voto, dos de la Santa Hermandad, un alcalde
provincial, diferentes capitanes, un alguacil y fiscales, elec-
tos genei’ahnente todos entre los mismos indígenas. Al
principio, sometíase por los misioneros la nómina de las
autoridades que intentaban nombrar, á la aprobación del
jefe laico que representaba el poder del Rey en la ca-
(1) Á imiiaciÓH de la priuiitim lylrsia—íWcc Vm\eii,—se introdujo el
vso de la.s penitencia.^ públicas. Alyiinos indios de los más irreprehen-
sibles, eran constituidos por tjuardianes del orden público. Quando és-
tos sorprehendian nhjún indio en alynna falta de consnpiencia, ves-
tían al culpwlo con el traje de penitente, el (pie conducido rd templo,
donde confesaba humildemente su crimen, era después azotado en la
plaza pública (Gregorio Fiiues, Eimaijo de la Historia Civil del Pa-
raguay, etc; tomo i, lib n, cap xv).
T-IRRO IV. — 1-08 .IESUÍTA8
365
pital (le la provincia ; i)Cio imis tarde cayó en olvido e.sta
costumbre y (juedaron sin participación en los nombra-
mientos los representantes de la autoridad espafiola. Para
defenderse de los Infieles y (íontra las invasione.s de los
piailistas, había en los pueblos milicia organizada en (;om-
pañías por sus comíspondientes oficiales, escogidos comun-
mente entre los de mejor conduetíi y valor. Estos discipli-
naban su tropa poi’ las tardes de los días de fiesta, ejer-
citándola con evoluciones de táctica y torneos muy vis-
toso.s, de infantería y caballería, y principalmente en el
manejo de ariiHJS blancas y de chisi)a, de (pie tenían cierta
provisión. Así los cabildantes como los oficiales de mili-
cias usaban todos de sus bastones y varas.
El gobierno económico de las reducciones reposaba so-
bre un rodaje completo. Los pueblos tenían sus estancias
bien pro\istas de ganados de todas cs})ecies, al cargo del
Cura que administraba los bienes del conjunto (1). Cada
uno de los indios tenía una chacra; jiero la elección del
terreno, ópoca del cultivo y consumo de los frutos se de-
terminaban de acuerdo con el párroco. En la semana sc-
fíaláibanse los tres primeros días de ella para emplearlos en
trabajos provechosos á la comunidad, entre los cuales se
reputaba el cultivo de una grande chacra, cuyos rendi-
mientos se repartían entre las viudas, huórfanos y ancia-
nos, tejedores y empleados en oficios ó faenas. A las mu-
jeres se las re})artían también los elementos de labor <pie
habían menester, y mientras eran adolescentes, así ellas
(l) Memoria histúrira, {iruyrá/ica, ¡mlifirn y cf-onómica sobre las Pro-
viudas (le Misio/ics, por D. Gonzalo de Dol)la.<, teniente de goberna-
dor (1785); Colección Angelis.
36G
LIBRO IV. — LOS .lESUÍTAS
como los mucliaclios corrían de cuenta del Cura y no de sus
familias para la alimentación y el vestido. Había casas de
trabajo para recoger los enfermos y ancianos, y las mu-
jeres de mal vivir, donde todos se aplicaban á la activi-
dad que su estado permitía. A los enfermos se les cuidaba
con mucha asiduidad, su.stituyendo la falta de médicos por
enfermeros vigilados por los curas. Todos los frutos de la co-
munidad se recogían y almacenaban en un Coi^io 6 casa
grande contigua á la iglesia; los que eran conierciables
se despachaban en su mayor parte á Buenos Aires, y con
su pi-oducto eran pagados los diezmos, tributos, ete. El so-
brante se devolvía en efectos para el consumo de'Hos })ue-
blos, adorno de las iglesias y demás cosas necesarias al
regimen de aquella vida.
Esmerábanse los misioneros por mantener una perfecta
igualdad entre todos los indios, así cu el traje como cu
la asistencia á los trabajos. Las autoridades debían sel-
las primeras en concurrir al sitio donde iban todos á tra-
bajar, sin exclusión de sexo ó calidad, y esta tendencia
igualitaria se llevaba á cabo con tanta energía, que los ca-
bildantes sólo se tbstinguían por sus varas, pues en el ves-
tido y la carencia de calzado andaban como los demás. Los
caudillos ó jefes, ii quienes daba en llamarse caciques,
eran los más ignorantes, tal vez jior un efecto de la previ-
sión jesuítica, (pie no quería juntar á. la e.stiinación que
ellos gozaban entre sus connaturales, la influencia que pu-
diera darles un talento cultivado. En los días de escasez la
comunidad proveía á. todas las necesidades, pues se esfor-
zaban los misioneros en que nadie pasase hambre ó inco-
modidad posible de evitarse. Cuando los gobernantes laicos
se sustituyeron á los jesuítas, cualquiera de estas reduccio-
LIBRO IV. — LOS .lESüITAS
367
nes teniendo 300 indios de trabajo y el correspondiente
número de muchachos de uno y otro sexo con im adminis-
ti’ador de cabal conducta al ft’ente, cosechaba en los años
buenos 800 arrobas de algodón, 800 arrobas de yerba-mate,
100 fanegas de trigo, 200 de todas las demás especies de
granos incluso el maíz, 50 arrobas de tabaco, 50 airobas
de miel y 1 5,000 varas de lienzo.
En presencia de estas cifras, admirará que el distrito
abarcado por Santo Domingo de Soriano fuera tan me-
diocre en su produ(;c¡ón propia; pero conviene c.xpresar
que ese pueblo y su ejido no eran una reducción propia-
mente dicha. Los misioneros franciscanos liicieron edificar
la iglesia y delinear el pueblo que en el año 1024 había
autorizado el Gobemador Céspedes á pedido de los indios
chanás; tras de los franciscanos vinieron los jesuítas que
libertaron á los indios de la organización de encomienda
en que se les quería establecer; pero después enq)ezó el
movimiento de población española, que paulatinamente fué
ocupando las vecindades del nuevo pueblo, en el cual no
pudo conservarse la cUsciplina que era ingénita al go-
bierno de las reducciones. Los jesuítas no insistieron en
permanecer dentro dcl distrito y le abandonaron á los
franciscanos nuevamente, los cuales no pudieron coartar las
expansiones de la vida hbre con todos sus azares é inter-
mitencias. De aquí resultó que los naturales chanás llega-
ron á mezclarse con los españoles, hasta olvidar las cos-
tumbres y aun el lenguaje de sus antepasados ( 1 ). Es indu-
dable que si el pueblo de Soriano, que ha dado su nombre
al Departamento actual, hubiera quedado bajo la jurisdic-
(1) Azarn, Dcscrijición i: historia, etc; tomo i, cap x.
368
LIBRO rv. --LOS JESUÍTAS
ción (le los jesuítas, sus costumbres de trabajo habrían to-
mado desde entonces una dirección ent^rgica ; pero tambión
es seguro que la estéril acción gubernativa que sucedió á
la disciplina jesuítica en las reduccioiuís, habría botado i1 la
desmoralización y al olvido los progresos efectuados y tal
vez no existiría ni el nombre de aquella localidad. Así,
pues, ha sido ventajoso quizá que Santo Domingo de So-
riano se emancijiara de caer en el comunismo jesuítico,
porque de este modo se libró de ser desüTiído por los su-
cesores de los jesuítas, quienes anularon, en su ignorancia,
todo lo que éstos habían fundado con ])acienzuda laborio-
sidad.
Estimulados por las exhortaciones de Céspedes y por el
propio celo en bi(m de los dominios cristianos de esta
zona, comenzaron los jesuítas su proiiaganda religiosa con
tesonero empefío. Recorrieron una parte del Paraguay y
todas las ti(‘rras del Paraná, convirtiendo indios y fun-
dando reducciones, unas veces en unión y]e los francisca-
nos y otras solos; pues parece que su actividad ó su ta-
lento les daba supeiáoridad sobre sus rivales, á punto que
muchos pueblos, cuya jirimera wííiicción se debe á los pa-
dres de la Orden Seráíica, pasaron después á manos de
los jesuítas, sin que se jiueda imicisar la fecha ni los
acontecimientos promotores de semejante transformación.
Sea de (?llo lo que fuen*, fundaron también entre los lí-
mites que hoy partimos (.‘on el Brasil por nuestra antigua
provincia de Río Grande, el piuOdo de San Franritico de
Borja, hacia el afío U)2r), según se sii|)()ne. A la misma fe-
cha fundó el P. Roque (González San Niroldn, siendo tras-
ladada dicha jioblación en 1 1>88 á la otra banda del río
Uruguay, y restituida cu Febrero de IC87 por el P. Pech’O
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
369
de Arce á su antiguo asiento. En 1632 fundó el P. Cris-
tóbal de Mendoza á San Miíjud, siendo trasladada dicha
población en 1638 por el P. Pedro Romero á cuatro le-
guas del sitio donde más tarde se fundó San Lorenzo.
Entre las postrimerías del siglo xvn y principios del xvin,
aumentáronse las Misiones del Uruguay con cuatro pue-
blos; y aun cuando no sea rigorosamente cronológico in-
cluir su noticia aquí, es imposible omitirla sin dislocar la
idea de conjunto que constituye el fondo de este cuadi’O.
Dichos pueblos empiezan con San Luia Gonzaya, esta-
blecido en Mayo de 1687. En Junio de I6í)l fundó el
P. Bernardo de la Vega á San Lorenzo. En Julio de 1698
fuó fundado San Juan La nf isla. En Agosto de 1706, el
P. Diego García fundó á Santo . \ntjd (1).
Los elementos con que se constituyeron estas reduc-
ciones, no pertenecían en su totalidad al país. Los je-
suítas y los franciscanos aprovecharon la buena impre-
sión que dejó entre los indios del Uruguay la política
de Céspedes, para convertir algunos naturales de esta tie-
rra; pero las irrupciones de los iitatne/nco.'< de San Pa-
blo dieron pie á (jue infinidad de ])iieblos de la actual
República Argentina y del Brasil se acogiesen con sus
herramientas y ganados, á las tierras del Uruguay, para
salvarse de la servidumbre que les imponían los semi-
bárbaros paulistas. Así, luies, los hijos de aquellos pue-
blos que un día nos pertenecieron, no venían radicados
á la tierra de abolengo, sinó que eran descendientes en
su mayor parte de los prófugos y perseguidos indíge-
nas que los países vecinos arrojaban á óste. Los traba-
(1) Loznno, TUxIoria de la Coiajnisfa, etc; tomo i, lib 1, cap ii.
370
IJBRO IV. -LOS JESUÍTAS
jos apostólicos ele los misioneros jesuítas siguieron con
éxito durante todo el gobierno de Céspedes (1C24-1632),
y también bajo el de su sucesor D. Pedro Esteban de Avila
y Enrícpiez (1082-1088). Sucedió á este óltimo Don
Mendo de la Cueva y Benavídez, quien conservó el mando
desde el año 1038 al de 104Ü, en que se marchó íi Oruro,
y fue en los tiempos de su gobierno que los misioneros
chocaron con un impedimento que hubo de reducirles ii la
nada.
Constituían dicho obstáculo, los mamelucos de San Pa-
blo, ó sean los mestizos de indígena y blanco que po-
blaban la planicie de Piratininga (1). El origen de es-
tas hordas se remontaba á tiempos lejanos: en el año
1542, Juan Ramalho, que había tomado por mujer á
una rapazuela de los (joyauazes, establecióse en la pla-
nicie de Piratininga, donde se agrupaba la población des-
tinada á ser ciudad y capital de la provincia actualyicnte
brasilera de San Pablo, y fué nombrado Alcalde mayor
en 1558 por Antonio de Olivera, lugarteniente del dis-
trito. Acrecentándose la población mestiza de aquellos lu-
gares, comenzó á .señalarse en el Brasil por el robo á
mano armada de naturales jiacíficos y de esclavos, á los
cuales hacía trabajar por su cuenta ó les vendía. Lo vasto
(l) Ihiu en la tierra llamada Hrasil—iWvo. Ruiz fie Montoya,— rs
comía isla de los portmjiicscs, ana ciudad Haba ó aldea f/rande) que se
llama San Pablo, la cnal está encima de la sierra Paraná -piababa, dis-
tante del mar apenas Ifí leonas. Alli liap gente de todas enalidades
venida de España, de Italia, de Portugal g de otras tierras, que se ocupa
en hacer cosas mines. La vida de ellos es matar gente, g si alguno pro-
cura librarse de ser su esclavo de balde, es maltratado como animal
(Conquista vspirilunl, § 21, ap .\naes ilu Riblioteca de Río Janeiro
tomo vi).
SOBRE
EL ATLÍNTICO austral
REFERENCIAS
1 — SANTA CATALINA — Puerto poblado por cape-
dieionaríoi da Solfa j Loayaa.
N.» 2 — SAN FRANCISCO — Puerto poblado por exiHMl-
cionarioB de Saaabria.
N.* 8 — CANANEA, donde plañid laa arniaa de CaatIMa.
Alvar NdOea Cabeaa de Vaca.
N.« 4— Juriadiccidn manUnlda deade 1017, por la Caaa de
ContraUeidn de Serilla contra loa rcelamoa del rey
de Portugal.
^/ra/iAT
]'amu,ico
‘7u¿(yn^¿ri\if1fí, 3./^)
BAUZA : — DOMlMACldV EaPAÜOLA
LinRO IV. -- T.OR JESUÍTAH
371
dol país, agregado (í la escasez de elementos de resistencia,
favoreció con usura las correrías de los mamelucos, y
como el tráfago era productivo, hicieron de él una heren-
cia que se trasmitió de padres á hijos. El ejercicio de la
profesión facilitó el ex|)ediente de los negocios, de modo
que los robos tuvieron su táctica y sus evoluciones, no
obstante lo cual produjeron alguna vez lances formales,
sea cuando las tropas portuguesas quisieron dificultarlos,
sea cuando los jesuítas obligaron á sus neófitos á resis-
tirse.
Visto por los mamelucos que la lucha armada no les
daba todo el resultado apetecido, acudieron al empleo de
un medio diabólico. Sabiendo que los jesuítas gozaban de
mucho crédito entre los indígenas, averiguaron la forma en
que hacían sus excursiones catequísticas y se pusieron á
imitarles. Salían en pequeñas partidas, vestido el coman-
dante de hábito sacerdotal, y en aire de conversos sus
compañeros, caminando por los lugares donde era presu-
mible que los jesuítas hubieran andado ó hicieran miras de
ir. Como dominaban el guaraní, les era fácil entenderse
con los indios que iban encontrando, y al punto les de-
tenían hablándoles con caiiño y mansedumbre. Plantaban
cruces en tierra, explicaban la doctrina cristiana, regala-
ban chucherías á las mujeres y los niños, remedios á los
enfermos y daban consejos y bendiciones á. todos ( 1 ). Por
tal sistema, llegaban á juntar numeroso concurso de indi-
viduos, y luego les proponían ir á establecerse en algún
punto donde les esperaba hogar cómodo y saludable. Acep-
tada la proposición, marchahan con destino á sus tierras,
(1) Chiirlcvoix, Histniic dn Pnniyuati, tomo li, libro VI.
372
LIBRO IV. — LOS JESUÍTA*
y al estar cerca, aprehendían y maniataban á los ilusos que
habían confiado en ellos, y les vendían para esclavos, de-
gollando lí los que intentaban resistir.
Esta oiieración se repitió varias veces y con buen óxito.
Algunos fugitivos, sin embargo, pudieron dar la voz de
alarma, cargando sobre los jesuítas aquel inicuo comercio
de airne humana, lo cual ocasionó á los misioneros no
escasa merma en su crétiito. Pero descubiertos al fin
los mavieluvos, y en todas partes odiados y resistidos,
buscaron nuevo campo á sus operaciones, concibiendo
el plan de invadir las reducciones uruguayas. La primera
facción que emprendieron con este objeto fuó en 1G39,
entrando por la parte del Paraguay, donde gobernaba Don
Pedro de Lugo y Navarra, 500 inainclvros y 2000 tupis.
Atacaron las reducciones del oriente y occidente del Uru-
guay; pero aun cuando el Gobernador I./Ugo sólo prestó ii
los natiu’ales un pequeño socorro, no desmayaron óstos, y
abandonados casi á sus solos asfuerzos, lograron completa
y exterminadora victoria sobre el enemigo. Retiráronse
vencidos, pero no desalentados, los pocos individuos super-
vivientes á esta facción, y comenzaron á urdir entre los
suyos nuevos phuies de ataque á las reducciones.
Había ascendido al gobierno <lel Plata I). Ventura
Mojica, y estaba al promediar el año 1041, cuando supo
la trama de los paulistas y se preparo á aleceionarlos ni-
damente. Presentáronse óstos en nániero de 400 viamc-
lucos y 2400 tupis, todos bien armados, junto al río Mbo-
roré en el alto Uruguay, donde se ti’abó una batalla de
dos días con las fuerzas del Gobernador, las cuales, aun-
que compuestas de indígenas guaranís rásticamente per-
trechados, vencieron al enemigo, matándole 100 mame-
LIBRO IV. — LOS .JESUÍTAS
373
lucos y casi todos los tupís ( 1 ). Poco escarmentados aún
con el desastre los 240 mamelucos restantes, encontra-
ron al tornar i1 sus tierras un socorro que de allí les ve-
nía, y determinando probar fortuna, caminaron la vuelta
del Uruguay, donde fundaron dos fuertes para establecerse
definitivamente en ellos. Pero los guaranís, que estaban so-
bre aviso, por ser sus reduccione.s las más abocadas al peli-
gro, marcharon sobre el invasor, asaltaron y destruyeron los
fuertes, imjmniendo tal teiTor á los paulistas con esta sú-
bita acometida, que los mestizos raptores huyeron para
no volver á infestar la provincia uruguaya. Libres de la
sangrienta pei-secución de los mamelucos, pudieron los jesuí-
tas entregarse con tranquila eficacia á la reducción de las
parcialidades de indios que estaban designadas á su cui-
dado. Durante algunos años estuvieron favorecidos por la
indiferencia de las autoridades españolas que no podían
investigar sus actos, y por consecuencia estoi'barles en la
prosecución de la obra que llevaban á cabo.
En 1040, D. Jacinto de Lariz, luego de tomar posesión
del mando en el Plata, encontróse con dos Reales Códulas,
la una de 24' de Mayo de 1084, y la otra de 25 de Sep-
tiembre de 1085, en que se mandaba ú D. Pedro Este-
ban Dávila, anterior gobernante, procediese lí hacer una
vi.'^ita oficial ii las reducciones que caían en su jiu’is-
diccióu, tomando nota de las reformas que debieran efec-
tuai’se en ellas, por motivo do ser muchas las erogaciones
que causaban al tesoro público. Al mismo tiempo se come-
tía á dicho Gobernador el desagi-avio de los indios en cuanto
(1) BnutisUi, Serie, «te; Paih! IP. — Lozano, Hist de la Conq, etc;
tomo III, cap XVI.
374
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
ellos pudieran estar opresos, y la mayor particularidad en
el examen del sistema bajo el cual eran atendidos y doc-
trinados. Pero ni Diívila ni sus sucesores habían cumplido
la prescripción oficial. Esto hizo crecer de punto los re-
clamos contra los jesuítas, que tenían á la cabeza de sus
adversarios al Obisi)o del Paraguay, fray Bernardino de
Cárdenas, irreconciliable enemigo, inventor y propalador
de la especie de que en las reducciones de la Compañía
se ocultaban grandes criaderos de oro y plata, lo cual era
sobrado para enardecer el ánimo de tanto codicioso como
abundaba. A fin de averiguar lo que hubiera de cierto en
el asunto, preparóse Lariz á hacer la visita oficial que por
repetida intimación se había cometido á sus antecesores, ó
liizo publicar viaje por principios de Agosto de 1G47.
Tomó las medidas más acertadas para el óxito de sus
pesquisas : escribió al Obisj )0 del Paraguay pidiéndole no-
ticia segura del local en que estuvieran los criaderos me-
talúrgicos que el decía conocer; convidó á cuantos se ha-
bían hecho eco de esas versiones para que le siguiesen en
su visita, con más un indio que pasaba por muy perito
en asuntos de minas; y agregando á esta comitiva 40 sol-
dados, púsose en marcha hasta la ciudad de Corrientes,
desde donde pasó embarcado el río Paraná arriba, co-
menzando su pesquisa en las reducciones de guaranís que
ubicaban hacia esos lados.
El itinerario del viaje al travós de 15 reducciones del
Paraná y Uruguay, y de 4 que caían hacia la frontera
del Paraguay, es demasiado largo para que no.s extenda-
mos en sus detalles: bastará reproducir aquí lo que con-
cierne á nuesü-a reducción de San Nicolás. Llegó el Go-
bernador á este pueblo el día 3 de Noviembre de 1647.
LIBRO IV. — LOS .lESUÍFAS
375
Después de informarse del estado de las cosas, y recibii- el
jui'ainento de fidelidad al Rey hecho por los indios, nom-
bró autoridades y las hizo reconocer de todos los poblado-
res, cpie se apresuraron ii acatarlas. Hallóse haber en esta
reducción 1854 personas, grandes y pequeñas, incluyendo
en el níimero citado 578 indios, casados, solteros y viudos,
de manejo de armas, y 32 armas de fuego, las 30 arcabu-
ces y 2 mosquetes. Habíase comenzado el edificio de la
iglesia, con retablo de cuadros y pinturas, y todo lo con-
veniente y ncce.sario (1). Ni en ésta ni en las demás re-
ducciones se encontró criadero de metales, y si alguna
duda pudiera haber quedado sobre la materia, fué desva-
necida por carta del Obispo del Paraguay, quien, respon-
diendo á la invitación de Lariz de venir personalmente ó
hacerse representar por persona idónea en la visita, se ex-
cusó respondiendo «ser las piedras que tenían tapado el
oro, los jiadres de la Compañía que asistían en aquellas
Misiones; y que hasta que salieran de ellas no podría siu'-
tir efecto su descubrimiento.» (>on lo cual vino á poner.se
en evidencia, segíin el mismo Lariz lo expresa, que todos
los dichos del Obispo no respondían á otra nornia que al
despecho de no haber puesto de su mano los clérigos
doctrineros en las reducciones de su jurisdicción.
Desengañado de cuanto se le había hecho creer sobre
estas cosas, el Gobernador, que en el comienzo pareció in-
clinarse á dar oídas á las calumnias inventadas por suje-
tos de todas las posiciones sociales, tuvo la noble energía
de publicar la verdad. Instituyó un proceso circunstanciado
de su visita á cada una de las reducciones, expresando lo
( 1 ) Acln de la visita d San Nicolás, en el tomo ii de la Jlev del Arch
de Buenos Aires.
376
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
que había AÚsto con presencia de toda sn comitiva, y agregó
á esa prueba ii-recusable luia información directa al mo-
narca. Decía entre otras cosas ese documento: «En todas
las diez y nueve reducciones halló los indios muy bien doc-
trinados y catequizados ¡xir dichos padre.-»; de la C-ompafiía,
cou particular desvelo y cuidado que lian puesto en su con-
vei-sión y reducción, y con muy gran lucimiento de iglesias,
ornamcutos y retablos. En todas halle mucha cristiandad
y doctrina de los indios, cómoda policía, a})artados de
riesgo, que en esto diiíhos padres ponen particular cui-
dado» (1). La verdad resplandecía disipando las nubes
que ambiciones sórdidas habían acumulado solirc los mi-
sioneros, porque si bien estos pipían ser tachados de al-
guna aspiración al predominio, no era justo que les acusa-
sen ni fray Bernardino de Cártlena.s (pie ansiaba por e.K-
tender la jurisdicción de su sede cpis(;opal, ni los aventu-
reros que andaban ó la descubierta de minas de oro y
plata para saciar su codicia.
Apenas destruida esta calumnia, se puso en boga otra
de consecuencias muy graves. Prohijábala el mismo Obispo
del Paraguay, y la escribió Agustín de (^annona, familiar
suyo, con título de humilde hijo de la Iglesia y servi-
dor de la dignidad episcopal. El objeto era demostrar
que los jesuítas, ignorando la lengua guaraní, enseñaban á
sus catecúmenos «cosas ridiculas, vergonzosas y sucias, y
otras dignas de gran sentimiento y lágrimas, por sus here-
jías gravísimas incluidas en los rezos y oraciones. » Se les
hacía cai’go de dar á Dios el nombre de Ttipá, que quiere
decir hecliicero, y á Cristo los de Tai/rd y Mnnbiri, que
(1) Revista del Archivo ynieral dr Buenos Aires, tomo l.
I.IBRO IV. — LOS JE.SUÍTAS
377
vale decir hijo nacido de la unión sexual de una pareja,
todo ello con palabras tan crudas, que desdecían del
asunto. Extendíase largamente el autor de estas referen-
cias en consideraciones odiosas, y su libelo circulado con
profusión, llegó á todas partes donde jiudiera conmover el
cródito de la Compañía.
Escandalizado el Obispo de Tucumón, fray Melchor
Maldouado, escribió al del Paraguay en Enero de 1G48,
haciéndole jiresente la indignidad c injusticia de los car-
gos que se imputaban á los jesuítas. « Yo no sé — le de-
cía — que la Compañía de Jesús haya dicho, escrito ni
sentido tales hediondeces de co.sa tan pura; argumento es
la pureza de su vida, que quienes la carne tratan como si
fueran angeles, ¿cómo tratarán, pecarán, creerán y discurri-
rán de Dios, de donde á ellos les viene el amor á la jm-
reza, el tenerla y el poderla tener? » Luego entraba á in-
quirir la base racional que tuvieran aquellas calumnias,
examinando el origen de los catecismos que utilizaban
los PP., y sobre los cuales se expresaba de esta manera:
« Lo que he averiguado del catecismo de aquel obispado
es, que el idioma vulgar en que se tradujo es la lengua de
allí; que el que lo tradujo fué fray Luis de Bolaños, de la
orden de San Francisco, varón venerabilísimo, santísimo y
ejemplarísimo, que su i’eligión trata de canonizarlo; vióse
en los sínodos de aquel obispado, aprobóse y corrió. ¿Qué
culpa tiene la Compañía de Jesús? Si es malo, ella no lo
hizo; si ha usado de él, un santo religioso lo hizo y los
sínodos lo aprobaron. Si esto no basta y se debe coiTegir,
¿por qué se imputa á la Compañía de Jesús la culpa, que
no hizo ni aprobó ese catecismo? Si es cidpa haber usado
de él, ¿por qué se carga á la Compañía sola y no á todos
378
LlUnO IV. — .IESUÍTA8
los que le han usado, á los tres obispos antecedentes que
lo han consentido? Y si.es culpa que .se debe corregir,
¿por qué uo se corrige corrigiendo y no infaniando, qui-
tando el escándalo y uo aumentándolo? » É-stas y otras
razones de mucho peso alegalja el Oliispo de Tucinnán,
pero ellas no fueron parte á contener los iracundos manejos
de fray Bernardino de Cárdenas.
Siguió circulando con gi’an crédito la calumnia, y su
fama llegó á oídas del Rey y del Papa, que pudieron sos-
pechar hubiese inducido en error á los jesuítas la ignoran-
cia .disculpable de los secretos de una lengua bárbara.
Bien que el catecismef guaraní ^le Montoya corrie.se ya
publicado en Europa desde nueve años atrás, sin einbai’go,
la nueva interpretación dada ahora al sentido de algunas
de sus expresiones, en vez de aípiictar, alarinalia los áni-
mos. Entonces el P. Franci.sco Díaz Taño, jesuíta resi-
dente en el Plata, tomó la pluma para defender á su Orden,
en un panfleto nutrido, verboso y hábilmente redactado,
que aplastó á sus enemigos. Con una claridad magistral
planteó la cuestión en el terreno de la historia, de la eti-
mología y de las tradiciones; desenvolvió luego su tesis
bajo la autoridad de los Padres de la Iglesia, de los sí-
nodos de diversos obispados americanos, y de los lin-
güistas más famosos; y por último, coronó su demostra-
ción con un certificado que el mismo fray l^ernardino de
Cárdenas 'había escrito algunos años antes visitando cier-
tas reducciones de su diócesis, y en el cual hacía grandes
elogios de la piedad, bi^ia doctrina y sabiduría con que
los misioneros instruían á sus neófitos (1). Depurados de
(1) lieriaia de Si lUbUoieca pÑhUea de Buenos Aires, tomo iv.
LIUKO IV. — LO.S JE.SUÍTAS :J79
toda sospecha, salieron triunfantes los catecismos y voca-
bularios jesuíticos de la prueba á que se les había some-
tido; y para demostrar una vez más cuán beneficiosa es
siempre k crítica en las investigaciones científicas, se rei-
vindicó para dos sabios hasta entonces oscurecidos, el
P. Koque González y fray Luis de Bolaños, la gloria de
haber iniciado la traducción á lengua guaraní del catecismo
castellano, atribuida basta entonces en exclusivo al P. Ruiz
de Montoya.
No pararon ahí los jesuítas. Interesado como estaba el
crédito de su Orden en una cuestión tan fundamental, pro-
curaron que se instaurase juicio con todos los requisitos
procesales, para biquirir de mi modo satisfactorio y pleno
la verdad de los cargos que se les habían hecho. Eligió y
nombró la Compañía un Juez conservador, perteneciente á
la religión de la Merced, quien, con aprobación de la Real
Audiencia, empezó á instruir el proce.so debido. De sus
conclusiones resultó, en lo tocante á la supuesta inmorali-
dad de la enseñanza dada á los catecúmenos, que el Obi.s|)o
del Paraguay fuese declarado « falso cjdmnniador, conde-
nado en las penas del derecho, y absueltos y libres de ellas
los jesuítas;» mandándose que en adelante «ninguna per-
sona se atreviese á suscitar ni levantar semejantes calum-
nias, pena de excomunión mayor, además de que sería cas-
tigado rigorosamente por levantador de errores en el dicho
catecismo y oraciones. »
Fray Bernardiiio, sin embargo, no era hombre de intimi-
darse. Dotado de un temperamento irascible y una tena-
cidad á prueba de contrariedades, celoso del ejercicio de su
autoridad, que creía cercenada en el hecho de no proveer
por sí mismo los curatos de las reducciones, y soñando
Don. Esr. — I.
380
LIBRO IV. — LOS JE8UÍTiV.S
siempre en tlar á las tm-bulencias de su ánimo un giro be-
licoso, despachó con poderes ante la Corte á fray Juan Vi-
Halón, para que reclamase de la sentencia recaída, contando
á su modo el origen del litigio y poniendo en duda la ho-
norabilidad de los actuantes en el proceso. Llegado á su
destino, el procurador gestionó ante el Rey y el Papa los
intereses de su cliente, en una serie de memoriales cuya
parcialidad salta á la vista. Aseguraba en ellos, que los
jesuítas pretendían ser dueños de los indígenas reducidos,
que no obedecían obispo ni rey, y que hasta los más sim-
ples tributos pecuniarios eran negados al erario público.
Agregaba ser falsa la facultadi^ue decían tener de la Au-
diencia del Plata para la instauración del proceso en que
tan mal había salido el Obispo del Paraguay, y hacía
mención de una serie de violencias imaginarias. El P. Pe-
draz/.a, procurador de los jesuítas en Madrid, contestó á
estos memoriales con otros, produciéndose un debate aca-
lorado ( 1 ). Entretanto fray Bernardino, que por ausen-
tarse inopinadamente de la capital del obispado, había
sido suspendido en el ejercicio de sus funciones por decreto
del Cabildo diocesano que declaró la sede vtj^nte, entró
de sorpresa en la Asunción, ceiTÓ los colegios do los je-
suítas y expulsó á sus moradores, siguiéndose de ahí el
largo conflicto que duró tantos años entre el Obispo y la
Compañía.
ISIienti’as esto sucedía en el Paraguay, concluía de go-
bernar en el PlattH D. Jacmto de Lariz á mediados de
1(553, sucediéndole D. Pech’o Luis Baygorri, bajo cuyo
(1) fíisfoire de la persécution de deux Saiiifs Éirt¡ues par les jésui-
tfís (etl unónima, lü91).
LIBRO IV. -- LOS JESUÍTAS
381
gobierno cesó en estas regiones toda hostilidad á los mi-
sioneros, por serles sumamente afecto el nuevo titular.
Aprovechando tan buena coyuntura, siguieron ellos sus
tareas, que eran vastas y considerables ya las que recla-
maba su creciente imperio. Sin embargo, la desconfianza
que inspiraban, argüía un mal precedente para su futm*a
tranquilidad; porque asumiendo cualquier carácter, era
una rivalidad de jurisdicción política y administrativa la
que habían inaugurado los gobernadores españoles bajo
la forma de fiscalización. Como que la vida independiente
de las reducciones ocultaba su mecanismo interno á las
miradas de la autoridad superior y laica, venía á consti-
tuir en último resultado un poder aparte, que resistía la
dominación legal del poder español tras del cual se salva-
guardaba; y por poco que se despertara el celo de los tenien-
tes del Rey, al fin habían de mirar con malos ojos aquella
tendencia constante á limitar su propia autoridad. Los je-
suítas conocían con harta lucidez que una parte de su pres-
tigio provenía del temor de los indios á los españoles, y por
eso es que en los casos apremiantes tranzaban con el con-
quistador (1). Pero ello no obstante, las inquietudes que
despertó su conducta les dejaron señalados á la animad-
( 1 ) El P. Hoque Qonxákx, en una caria csciñia desde el Uruguay en
15 de Noviembre 1527, al Padre Provincial Nicolás Duran, le hace
presente cuánto contribuía el temor á los españoles para facilitar la re-
dueción de. los indios, en las siguientes palabras : * Porque es cosa cierta
que Nuestro Señor ha tomado este medio del temor y miedo Jel espa-
ñol, jfor sus secreios juicios para que estos pobres vengan á su cono-
cimiento y se haga algo con ellos. No siento otra cosa, ni he experi-
mentado otra cosa en cuasi cuarenta años que los trato muy de cerca.
Y asi no puedo dejar de decir mi sentimiento á V. R. que es padre de
todos, para que romo tal, jirorea el remedio en todo^ (CarJ<>s Cnlvo,
Colección de tratados de la América latina: tomo xi).
382
LIBRO IV. — LOS JKSUÍTAS
versión unas veces oculta y otias ostensible, mas siempre
persistente de las autoridades españolas, y á pesar de los
bienes que habían hecho y siguieron haciendo, todavía no
han encontrado la justificación que merecen. La Historia
debe, por lo tanto, preparar el fallo de la posteridad, con
su juicio desinteresado y circunspecto.
Las Misiones jesuíticas, por los intereses que crearon y
las simpatías que supieron inspirar, han sido violentamente"
atacadas y lo son aún ; pero si las faltas de que adoleció
su organización justifican la crítica, en los resultados que
se obtuvieron hay ancha base ^lara una disculpa. Com-
parados los medios de exterminio que los conquistadores
emplearon jiara sujetar á los naturales de estos países, con
las medidas de piadoso celo dictadas por los jesuítas para
convertirles, no hay vacilación respecto al juicio resultante
de este paralelo: entre los que matan y los <[uc defienden
la vida de las víctimas, entre los que exterminan una raza
y los que tratan de conservarla, la religión, la filosofía y
la liistoria se decidirán por los últimos. IGn hora buena
digan algunos que los jesuítas aislai on sus reducciones pri-
vándolas del contacto de la civilización eurojiea; en hora
buena se declame contra el sistema comunista que prolongó
la infancia de los indígenas hasta después de la época en
que debieron regirse por sí mismos. Estos hechos que tie-
nen su exiihcación cuando se examinan las causas eficien-
tes que los provocaron, no serían bastante fuertes, aun
siendo inexcusables, para inclinar la balanza de la justicia
del lado contrario á aquel en que se hallan los calumniados
misioneros.
Creadas las reducciones por el Gobierno c.spañol como
medio de sojuzgar los naturales, es evidente que toda ten-
Llimo IV. — LOS JF.SUÍTAS
383
tativa de conversión debía anexarse á una mira política,
por lo cual queda fuera del debate el cargo de ambiciosos
hecho á los jesuítas exclusivamente, porque si ambición
hubo, al igual de ellos la tuvieron los franciscanos, los do-
minicos, los mercedarios y los encomenderos favorecidos
con donativos de indios. Tratábase de conquistar para la
causa de la civilización, grandes porciones territoriales po-
bladas de tribus salvajes, y cada uno empleó el medio que
le dictaban su talento y su conciencia. Los hombres de
gobierno, á imitación do lo pra(;ticado en Portugal, propu-
sieron poblar el Río de la Plata con presidarios, para fo-
mentar el idioma y la raza ( 1 ). Los conquistadores mili-
tares creyeron que los indios eran bestias de carga, y les
impusieron la organización de las encomiendas, el vejamen
de las malocas y el tributo de la mita. Los misioneros
franciscanos entendieron que se podía tranzar con las pre-
ocupaciones de la ópoca fusionando la piedad con la codicia,
y admitieron en sus reducciones las eiuíomiendas. Los je-
suítas, por caridad y por instinto políti (!0 protestaron con-
tra todo esto, y no admitieron entre sus indios, ni presi-
darios, ni mitas, ni encomiendas, ni malocas. Suponiendo
que la acción liberatoria de semejante conducta respontliera
á un interós particular de la (Compañía, es llano que con
igual interós y persiguiendo el mismo fin, emplearon una
política opuesta los que á par de los jesuítas pretendieron
conquistar estos dominios.
Pero ¿es cierto que los jesuítas prolongaron la infancia
de los pueblos reducidos, por el prurito de dominai’los inde-
finidamente, y que los apartaron del contacto de la civiliza-
( 1 ) Arrh (le Indias, toin XIX.
384
LIBRO IV. — IX)S JESUÍTAS
ción europea al solo efecto de retenerlos en la ignorancia?
Esta objeción se destruye por sí misma, en presencia de
los hechos visibles. Los jesuítas introdujeron en sus reduc-
ciones los elementos más avanzados de la civilización. To-
dos los oficios mecánicos, todas las artes útiles fueron en-
señadas á los indígenas. La imprenta vulgarizó entre ellos,
á par de los secretos de su propia lengua, estudiada y re-
ducida á principios científicos, las maravillas de la religión
y las concepciones del arte. No se trata de esta manera á
los pueblos que se quiere esclavizar.
Lo que determinaba el apartamiento sistemátíío de
todo contacto extraño con las reducciones, era, más que el
instinto político todavía, la guarda de las costumbres. Los
jesuítas, por su estado sacerdotal, tenían el compromiso
solemne de vigilai’, ante todo, la conducta de sus neófitos.
Siendo sus directores espirituales á la vez que sus gober-
nantes, no podían eximirse de imponerles en la vida civil
el ejercicio de las virtudes que les predicaban en el confe-
sonario y el púlpito. De aquí nacía, pues, la necesidad de
arrancarles al contacto de los oti’os indígenas y de los con-
quistadores, cuya vida no era ni con mucho un ejemplo edi-
ficante. Á no haber procedido de este modo, ¿ qué lecciones
de aprovechamiento habrían recogido los catecúmenos en-
tre, aquella turba desalmada, que libraba sus querellas al
imperio del más intrigante en las ciudades, del más fuerte
en los campos; que hacía la gueira por amor á la sen-
sualidad y las riquezas; que se escudaba de la religión
para profanarla con su vida licenciosa?
En la manera de organización social de las reducciones
y en el reparto equitativo de los tributos entre sus habi-
tantes, creen algunos ver el trasunto del sistema de los In-
Lumo IV. — LOS JESUÍTAS
385
cas ¡ruanos, cuyo gobiei’iio dicen haberse plagiado allí.
Tan infundada es esta objeción como la anterior. El meca-
nismo del gobierno de los misioneros nacía de las constitu-
ciones jesuíticas mismas, y nadie podrá aventurarse á de-
cir que Loyola al darlas, y Láinez y Aquaviva al perfeccio-
narlas, hubieran tenido ocasión de imitar la idolatría pe-
ruana. Lo que hay de cierto es, que estando eDas mode-
ladas en las instrucciones de los Apóstoles y reglas subsi-
guientes de los Packes de la Iglesia, vino á resultai’ de su
aplicación el establecimiento de una república cristiana, tal
como la habían soñado en el silencio de sus meditaciones
aquellos primitivos propagadores de la fe. Y como este tipo
ideal se hubiera perdido en Europa y Asia, sin dejar trazas
en la historia con motivo de las invasiones de los bárba-
ros, vino á creerse que fuera una novedad lo que de an-
tiguo estaba sancionado por la predicación y prácticas de
los primeros cristianos. Bien que el gobierno de los Incas
tuviera todos los tintes de un socialismo marcado, no ha-
bía de tenerlos más efectivos que los provenientes de una
doctrina destinada á equilibrar la capacidad intelectual en-
tre los hombres por el auxilio de la enseñanza y el con-
sejo, y su bienestar material por el socorro de las necesi-
dades y la dación de la limosna.
No puede negai-se, en vista de las pruebas exhibidas,
que los jesuítas resultai’on superiores á todos sus rivales
para vencer los inconvenientes que se les suscitaba á cada
instante. Fuera de las persecuciones afrontadas en el Bra-
sil, el Paraguay y Buenos Aires, en el Uruguay conserva-
ron sus reducciones combatiendo contra la triple hostili-
dad de los naturales, de los mamelucos de San Pablo y de
la aWrídad española. Cualquiera de estas tres oposiciones
UP.RO IV. - LOS JESUÍTAS
:{8G
era suficieute para derribar un edificio fundado sobre la
deleznable base de la palabra de unos pocos hombres que
cruzaban inermes el desierto, que no podían ofrecer per-
sonalmente resistencias armadas, y á quienes no les era
dado emplear otro elemento de acción individual que el
convencimiento ejercido sobre ánimos indomables, más
dispuestos á la agresión que inclinados á la paciencia.
Aprovechando todas las ocasiones, olvidados muchas veces
por las autoridades españolas, perseguidos otras, pero en
raras oportunidades ayudados eficazmente, [irosiguieron
ellos su obra. sin cuidar.se de los peligros á que se expo-
nían. El gran inconveniente que encontraron en su ca-
mino, no provenía de un erróneo conocimiento de las si-
tuaciones, ni (le falta de habilidad ¡)ara apreciar las ca-
lidades de los individuos: solo les fuó obstáculo la na-
turaleza de su institución, (jue á la vez de darles todas
las facultades concernientes al gobierno de los pueblos, les
quitaba la acción desembarazada de los conquistadores y
gobernantes civiles.
Ellos no podían hacer ostensible .su poderío sin dar en
cara á cuantos les rodeaban, por manera que sus dominios
necesitaban estar velados á la inspección de los laicos, na-
turalmente celosos de toda iniciativa tendente á establecer
teocracias. Y una vez que el rodaje de su dominación de-
bía jugar entre el misterio de la oscuridad para que nadie
fuese advei'tido de la condición de los directores, quitábase
á óstos la fuerza moral del gobierno que se impone pre-
cisamente por la calidad del gobernante, y se e.stablecía
una autoridad de doble juego, en que la cabeza debía es-
conderse siempre tras del brazo á que ella daba impulso.
Las condiciones superiores de los jesuítas, es decir, su va-
LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS
387
lor intrépido, su austeridad de costumbres, su talento es-
clarecido, si se hubieran personificado en hombres del es-
tado civil, habrían hecho la felicidad de la América del
Sur, conservando las razas primitivas qué gradualmente
habrían fusionado con el núcleo europeo, y fundando la
unidad y la educación republicana desde la infancia de
los pueblos. No aconteció nada de esto, porque ellos eran
sacerdotes, y el dominio del sacerdocio no se funda so-
bre los rudos vaivenes de la política mundana y del poder
ambicioso, sinó que se establece sobre la j>az de los espíri-
tus y la esperanza del cielo.
Mientras los españoles aglomeraban sus elementos de
fuerza militar y social sobre el Uruguay, ensayando unas
^'eces por la fuerza y otras por el convencimiento la suje-
ción de los naturales, los charrúas, por instinto de conser-
vación, procirraban estorbarlo. Dieron muestra positiva de
tales propósitos, combinando hacia 16G2 un ataque sobre
Itazurubí, pueblo de catecúmenos recientemente fundado
en el alto Uruguay por misioneros de la Orden de la Mer-
ced, bajo los auspicios de fray Francisco Rivas Gavilán,
provincial de ella. .( ese efecto, se reunieron en el mayor
número posible, pero no con tanto sigilo que el provincial
no sospechase una agresión y se trasladase á Buenos Ai-
res en busca de auxilios para repelerla. Pero mientras los
gestionaba, aparecieron los chan’úas sobre el nuevo pueblo,
destruyéndolo y poniendo en fuga á sus habitantes. Los
catecúmenos dispersos fueron recogidos por los jesuí-
tas, quienes pudieron recuperarles al dominio del cristia-
nismo ( 1 ). Parece que por un destino singidai’ y constante,
(1) Lozano, H¡sf de la^ponq; tomo iii, libro iir, cap xvi.
388
IJBRO IV. — LOS JESUÍTAS
sólo á los jesuítas estaba reservado fundar reducciones y
sostenerlas con brillo.
Diez y seis años de silenciosa vida debían seguirse á la
iiTupción sobre Itazurubí, como si los extraordinarios acon-
tecimientos que vinieron en pos, hubieran necesitado en-
contrar estas regiones sumergidas en la quietud.
LIBRO QUINTO
LIBRO QUINTO
LOS PORTUGUlíSES
Portugal ¡lulopencliente. — Hoetilidndcs contra España.— Fundación de
la Colonia. — Ataque presa de la ciudad. — Su devolución. — Paz
do Ryswick. — El Cabildo de Rueños Aires y los portugueses de la
Colonia.— Muerte de Carlos II.— Política de Felipe V.— Tratado de
Alfonza. — Los portugueses y los indígenas uruguayos. — Batalla del
Yí.— Comercio oficial de esclavo.s.— El Gobernador inelán.— Marcha
de Ros sobre la Colonia. — Ataque á la plaza. — Su abandono pol-
los portugueses. — Alzamiento de los indígenas. — Cabarí general en
jefe.— Combates de Yapeyú y el Paraná.- Cabarí vencido. — Nuevos
combates.— Anécdota de inelán.— Su muerte. — Paz de Utrecli. — El
Gobernador Ros. — Intervención del Cabildo de Santa-Fe á favor
de los indígenas uruguayos. — Felipe V y Ros. — Devolución de la
Colonia ú lo.s portugueses. — Zavala. — Sus instrucciones. — Su co-
rrespondencia con la Corte. — Contrabandistas franceses en Maído-
nado y Castillos.— Combate de Castillos. — Inquietudes de la Corte. —
Perplejidades de Zavala. — Los portugueses en Montevideo. — Za-
vala inarcbn(pontru ellos. — Abandonan el terreno. — Regreso de Za-
vala.— Su viajo á Maldonado. — Socorros y preemiueneias á los po-
bladores de Montevideo.- Nombramiento de sus primeras autoridades
(107N — 1730)
El período eu que entramos, impone una ojeada retros-
pectiva sobre acontecimientos cuyo relato es imprescindi-
ble, pues constituyen un episodio fundamental de la histo-
ria es[)añola, y son el punto de arranque de nuestra trans-
formación social.
392
IJBKO V. — LOS PORTUGUESES
En 1580 quedó vacante el trono portugués por muerte
del Cai’deual D. Enrique, sucesor del célebre euanto infor-
tunado 1). Sebastián, que tan vasta materia dió á la tradi-
ción y á la fábula para hablar de su persona. Presentá-
ronse, reclamando la herencia, enti-e diversos candidatos
nacionales y extranjeros, Felipe II Rey de España, nieto
por la rama materna del Rey D. Manuel; y la duquesa de
Bragauza, en favor de cuyos intereses hizo el Papa Grego-
rio XIII alguna gestión amistosa. Pero como la disputa
debía zanjarse violentamente porque la obstinación de las
partes era acentuada, Felipe II discurrió un doble medio de
hacer valederos sus derechos, y comisionando al duque de
Osuna y á D. Cristóbal de Mora para que gestionasen por
letras el negocio, mandó al mismo tiempo al duque de Alba
que con treinta mil soldados se posesionase del país ( 1 ).
De esta manera fué sujetado Portugal al dominio español,
que soportó por la fuerza bajo Felipe II, y toleró por la
apacibilidad del gobierno bajo Felipe III.
Reinando Felipe IV, el yugo se hizo insoportable con
motivo de las exacciones del conde- duque de Olivares, uno
de los más funestos ministros de la decadencia española.
Tanto la nobleza como el pueblo portugués fueron cons-
tiintemente oprimidos por contribuciones de oro y sangi’e
que la suspicacia del conde-duque les exigía, no solamente
para sostener guerras eiu’opeas, sinó con el fin de empo-
brecer y desangrar á Portugal, de quien temía veleidades
de alzamiento. Puso el colmo á los sufrimientos públicos
una leva de nobles y plebeyos que se ordenó en 1640 para
(1) Francisco Manuel de Meló, Tlistoria de los movimientos, sepa-
ración y ¡jucrra de Cataluña; libro iv.
LIBRO V. — LOS PORTUOUESKS
393
sofocar la rebelión de Cataluña, y ni la habilidad de la
enérgica mujer que regía por España los dominios portu-
gueses, ni la dureza de los ministros en cumplir las órde-
nes del soberano, pudieron aplacar la cólera del pueblo
cuyos resentimientos buscaron una víctima íi quien inmo-
lar y un caudillo nacional en quien depositar su fe.
Consignaban las cláusulas del pacto de incorporación, que
el Rey de España no debía tener en Portugal Virrey que
no fuese príncipe de la sangre ( 1 ). Felipe IV obedeciéndo-
las, había entregado la gobernación lusitana á Margaritíi de
Saboya, duíjuesa de Mantua y su próxima pariente, quien
con título de Virreina y dotes muy considerables para el ma-
nejo de los . negocios, no gobernaba sinó aparentemente á
Portugal, pues las verdaderas funciones de la autoridad
eran ejei’cidas por Miguel de Vascoucellos, portugués de
nación, secretario de estado y tínico gobernante á jiesar de
su título secundario. Sin perjuicio de las disidencias que
una rivalidad mal encubierta producía entre la Virreina,
altiva por carácter, y su secretario completamente devoto á
los intereses de Olivares, no escapaban á uua y otro los
peligros que su desunión ostensible traería á las conve-
niencias de España, mucho más cuando comenzaba á in-
quietarles la actitud equívoca del duque Juan de Bragauza,
hijo de Teodosio y pretendiente á la corona portuguesa.
Era este, príncipe por su posición y sus riquezas el más
temible de los magnates lusitanos, pues sus estados com-
ixmían casi la tercera parte del reino. Agiegábanse á tanta
espectabilidad positiva ciertas dotes con que la natui*aleza
(1) Gio, Isloria dclle guetre dcl líegno dcl Drasile e la lietniblica di
Olanda, parte ii, libro i.
39-1
LIDRO V. — LÜH POKTUÜUEKES
le había favorecido, para hacerle temible sin que él mismo
lo supiera. De carácter suave y agradable, aunque pere-
zoso, su talento más recto que vivo hería siempre la di-
ficultad principal de los negocios, penetrando claramente
las cosas á que se aplicaba, mas no le complacía aplicarse
mucho ( 1 ). Heredero del odio que su padre profesaba á
los españoles, había sabido modificarlo dentro de la par-
simonia que le era ingénita, así es que daba largas á la rea-
lización de sus ambiciones distrayendo el tiempo en que-
haceres placenteros, y contando más con los sucesos que
consigo mismo. Esta actitud tranquila había engañado por
mucho tiempo al suspicaz ministro de Felipe IV, hacién-
dole creer que fuera el duque más ai)to para gozar las osten-
taciones de una vida particular bien dotada, (pie para arries-
garse á las dificultades de la ambición política. Pero si las
calidades personales del pretendiente no alcanzaban á for-
mar un verdadero estadista, las de su esposa, dama de gran
talento, y las del mayordomo de su casa, Pinto Ril)eyro*,
hombre templado, persistente y leal, suplían toda falta.
Tres caracteres tan diversos, que sin embargo se completa-
ban uniéndose, formaron el designio de libertar á Portugal
del dominio español, y llevaron á efecto su plan el año
1640 .
La inquietud que habían producido las presumibles am-
biciones del duque de Braganza en el ánimo experto de la
Virreina, fué ti’asmitida á la Corte, que en el acto tomó
sus medidas á fin de poner en seguro aquella personalidad.
Fuéle ofrecido primeramente al duque el gobierno del Mi-
lancsado, que rehusó excusándose con su escaso couoci-
(1) Vertot, Revoluciones de rortugal.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESRS
39.")
niioiito del país. En seguida se le convidó ii acaudillar la
nobleza portuguesa destinada á la expedición contra Cn-
taluua, con orden de trasladarse iuniediatainente al teatro
de la.s operacioiio.s ; pero también supo hallar excusa it este
inconveniente, diciendo que su jerarquía y el brillo de su
casa le cinperiarían en gastos (!Ostosísúnos, por lo cual im-
peti’aba la reconsideración del noinbrainiento. Eutonces,
muy alarmado Olivares jior aquellas negativas, le expidió
nombramiento con facultades amplias de jefe de las tropas
y plazas fuertes que debían oponerse en las costas portugue-
sas á los progresos de Francia; y al mismo tiempo dió orden
secreta á los jefes de dichas plazas pai'a (pie le aprisionasen
en cnalípiier instante oportuno, asegurándole en una flota
naval que acababa de hacerse á la vela desde España para
transportar su persona. Pero (í 1 duque fue ayudado jx)!-
su talento y la suerte esta vez, pues la escuadra que debía
conducirle preso naufragó en la costa, y los jefcs de las
plazas fuertes que visitó no .se atrevieron á dar contra él,
atemorizados poj- el rcsjietablc cortejo de tropas con que
bacía su visita de revista.
Fracasaron, pnc.s, los ardides de Olivare.s, contribuyendo
con (‘líos á dar una posición oficial á su enemigo, que le
j)Uso en condiciones de levantar tropas y colocar á los su-
yos donde qui.so, sin reparos de ninguna e.specic; advirtién-
dole al mismo tiempo de la clase de intrigas con que de-
seaba perderle. El diupie y sus amigos notaron que ya no
luibía otra alternativa que el alzamiento ó la muerte, y des-
pués de convenirse rápidamente, estallo la revolución el
día sábado l.“ de Diciembre de 1040, siendo proclamado
el diKpie de Braganza Bey do Portugal, bajo nombre de
Juan IV.
396
[JURO V. — LOS PORTUOUESES
El resultado de este paso audaz de los portugueses fu(í
la conquista definitiva de su independencia, pues aun
cuando los españoles hicieron esfuerzos jior arrel [atársela
durante dos reinados, quedaron vencidos en varias accio-
nes de guerra que les ganaron el conde de Schoinbreg, ge-
neral francas al mando de las tropas lusitamis, y Albu-
querque y Abranches sus discípulos. Al íin, en l()(i8, rei-
nando ya el Infante D. Pedro, fue firmado, á 1 3 de ]^"'cbrcro,
por inteiqiosicion de Inglaterra, el tnitado definitivo en que
España reconoció la indcpeudenciji de Portugal, conser-
vando en su poder, sin embargo, la ciudad d(* Ceuta.
El título de Regcnle que 1). Pedro usjiba desde IGG7, en
que subió al trono^ provenía de vivii- aún su hermano Don
Alfonso, á quien él había arrebatado la eoroim y la mujer.
Enérgico mandatario é irreconciliable enemigo de España,
debía coronarse más tarde este j)ríneipc usurpjulor con el
nombre de Pedro II. Su política anti-e.sjiañola se acentuó
por grados á incdida que los disturbios de su nación con
Francia y Holanda y las sosj)cchosas oficiosidiidcs de In-
glaterra, desvaneciéndose ])or la acción del tiempo, le de-
jaron mayor libertad para realizar el ideal que constituía
su base de operaciones guberimtivas. Ti’ató de e.stiinul5ir
líi actividad comercial de Portugjd durante los diez prime-
ros años de su gobierno, y consiguió efectivamente que los
progi’esos industi-iales del país resareiersin en mucha parte
las pérdidas que una desastrosa guerra en favor de la in-
dependencia ptitna, había originado á su reino. Mas luego
que se vió en condiciones de asumir una a(ítitud ofensiva,
lio la retardó, y al nombrar Gobernador de ]lío Ja-
neiro al Maestre de Campo D. Manuel Lobo en 8 de Oc-
tubre de 1G7S, le expidió instrucciones para que fmidase
Mimo V. — LOS J'OUTUOUESIÍS
397
una colonia en la margen septentrional tlel Río de la
Plata.
La agi’esión no podía ser más directa y descarada á los
derechos de España; jiero tampoco la oportunidad fué
nunca mejor elegida. Reinaba entonces Carlos II, más
digno de compa sion que de crítica. Dominado desde la in-
fancia por enfermedades (jue lo incapacitaban, solía de-
mostrar en los momentos Pícidos una noción clara de sus
deberes, para caer de nuevo en el marasmo que iba consu-
miendo su triste vida. Coiiti-a aquel Rey decrepito á la
edad de treinta y siete años, se erguían enemigos formida-
bles, deseosos de succderle unos, ansiando despojarle otros,
y alentados de su mísera condición todos ellos; así es que
el Regente de Portugal contaba sobre seguro con la impu-
nidad, cuando expidió las órdenes que debía ejecutai*
Lobo.
Deseoso éste de cumplii-las, luego de haberse hecho
cargo del Gobierno de Río Janeiro, so trasladó en 1G79 á
la villa de Santos, para dar comienzo á los prejia ilativos de
la expedición colonizadora. Dos meses le absorbió el
apnisto de SOO soldados y varias familias de colonos, ha-
ciéndose á la vela en J )iciembre para su destino. Después
de mía navegación en que tuvo la desgracia de perder al-
guno de sus barcos, llegó á la margen septentrional del río
de la Plata en 1.” de Enero de 1G80, y habiendo escogido
lugar conveniente para la realización del objeto que le
traía, determinó fundar un establecimiento comercial y
militar frente á las islas de San Gabriel.
Como (pie venía bien provisto de tropas, artillería y
municiones, tomó las medidas necesarias para establecei*se
sólidamente. ^Después de abiir los cimientos de la ciudad.
398
IJBRO V. — I.OS rORTUGUESES
levantó el plano de sus fortifieaciones. Trabajó seis meses
con afán en la erección del nuevo establecimiento, teniendo
en vista el deseo de ganar im tiempo precioso que los es-
pañoles podían disputar á cada instante; y al cabo del se-
mestre felizmente no contrariado para los portugueses, se
levantó sobre la costa uruguaya la ciudad de la Colonia
del Sacramento, coronada de artillados bastiones y desa-
fiando el poder de España con su atrevida situación y sus
bien provistos arsenales. Para completar la nueva con-
quista, extendió I^obo sus comunicaciones hasta las islas
de San Gabriel y Martín García, fortificándolas militar-
mente ( 1 ).
• Había tenido D. José de Garro, que mandaba en Bue-
nos Aires, alguna noticia de los preijarativos de la expedi-
ción. Para orientarse mejor en el teatro mismo de los su-
cesos, despachó e.xploradorcs (pie recorriesen el país hasta
las cercanías de San Pablo, descuidando, empero, la vigi-
lancia de la mai-gen septentrional del Plata que estaba á su
frente. Por supuesto, que tan desconcertada pre\isión, burló
sus esperanzas. Mientras Lobo venía en camino, los ex-
ploradores españoles se internarou más de 200 leguas sin
encontrar oti’o rastro de intrusos que un oficial poituguésnon
24 hombres, los cuales se supo después ser tripulantes de
la embarcación de Lobo que había naufragado. Diu-ante
esta perplejidad aconteció, que pasando algunos vecinos de
Buenos Aires á cortar leña y hacer carbón en la banda
septentriomd, advirtieron la nueva población y fortaleza en
cuya cómoda ensenada subsistían todavía cuatro embarca-
o
(1) Informe del Virrey Ar redundo d su siircKor (Rovista de la Bib
de B. A., ttaiio III.)
[JORO V. — LOS PORTUGUESES
399
dones (le las mismas que líabíaii lU^vado vituallas de boca
y guci rn para la dudad. Regresaron presurosamente los in-
dicados vecinos á Buenos Aires, y dieron aviso al Gober-
nador de lo que pasaba.
Alarmado Garro, (lesi)aclu') correo al Virrey del Perti y
á la Corte, irapouididoles de la invasión de los portu-
guesíís. La Corte de Madrid se contentó con remitir el re-
clamo al abad de Maserati su Ministro en Lisboa, encar-
gándole manifestase al príncipe D. Pedro, que al invadir
los portugueses la margen septentrional del l^lata, violaban
la Línea establecida [)or el Pa])a Alejiuulro VT, y usurpa-
ban territorios que España poseía desde próximamente dos
siglos atrás. Pero en el ínterin que el ii(?gocio se debatía
en Eiu'opa, observó Garro que los portugueses acrecenta-
ban el nuevo establecimiento de la Colonia poblándolo con
familias traídas del Brasil, por lo cual les increpó directa-
mente; pero ellos respondieron que estaban dentro de su
derecho, pues ocupaban tierras l:>aldías, las cuales, por otra
parte, decían pei’tenecerlcs, según lo atestiguaba mi mapa
que presentaron, forjado en Insboa con data de 1678 por
Juan Tejeira Albornoz, á fin de extcaidcr los dominios por-
tugueses en iVmerica desde la embocadura del río de la
IMata hasta Tucumán, comprendiendo 300 leguas de
costa (1).
Semejante,s argucias demostral)an el d(*seo de ganar
tiempo, lo que advertido por Gairo, ordenó que .se reunie-
sen varios destacamentos españoles hasta el número de
260 hombres, y juntando á (íslos 3000 indios guaranís de
(1) Frmici.sco Solano Constancio, Historia do Dra-.il; tomo ll, cap
VII, — Funes, Ensayo; tomo ir, lib in, cap x.
•100
LIBRO Y. — LOS PORTUGUESKS
las reducciones jesuíticas, encomendó el mando del ejórcito
á su Maestre de Campo D. Antonio de Vera Mujica, con
instrucciones terminantes de tomar á viva fuerza el nuevo
establecimiento portnguós. La decisión era atrevida, te-
niendo en cuenta el personal encargado de acometerla. Por
nuts que los guaranís de las reducciones fuei’an soldados
valientes y bien disciplinados, nunca habían tenido ocasión
de asaltar una plaza fuerte; así es que componióndosc el
ejército expedicionario en su casi totalidad de guaranís, era
el caso de poner á prueba la habilidad de estos soldados
en una de las operaciones militares más difíciles.
Llegó Vera Mujica en Agosto de 1C80 hasta una legua
de la Colonia, é intimó rendición á la plaza. Negóse Lobo
con altanería á obedecer la intimación, y entonces se pre-
paró Mujica al ataque combinando su plan. Quería el ge-
neral español que una vanguardia d(! 4000 caballos suel-
tos fuese arrojada sobre la plaza á fin de frustrar su
primera descarga de artillería; pero los guaranís s(* opusie-
ron, haciendo presente que los caballos asustados por el
estrago, lejos de favorecerles, iban á caer sobre ellos mis-
mos arrollándoles é introduciendo en sus filas mayor des-
organización que la propia metralla del enemigo. Convino
Mujica cu In exactitud dcl razonamiento, sustituyendo su
plan primitivo por el de un asalto llevado de frente por
los indios y protegido por las tropas españolas. Como ese
plan se combinara en la noche dei 0, y las tropas .se hu-
biesen puesto en marcha entre la oscuridad, habíase de-
terminado que el ataque no comenzase hasta rayar el día ;
previniéndose que la .señal sería un tiro de fusil di.spa-
rado desde el cuartel general. Marchó, pues, el ejército
repartido en columnas que llegaron al frente de la plaza
LIBRO V. — LO.S l'OUTUGUKSES
401
ciuiiulo toilíiYÍii Iiis sombras de la iioelie no se liabíaii
disipado.
Tan impacientes venían los guaranís de señalai*se, que
uno de ellos, olvidado de la consigna, se arrojó sobre un
baluarte degollando al centinela, que en vez de guardarle,
se había rendido al sueño. Pero el centinela próximo ¿t
aquel, penetrado de líi gravedad del easo y más vigilante
(pie su compañero, disparó un (iro de alarma. Creyeron los
guaranís de la vanguardia (pie dicho tiro era la serial con-
venida, e inmediatamente se lanzaron al asalto en medio de
la oscuridad. Hízose entonces general el combate, peleando
asaltantes y asaltados con el mayor deiuuído. Rechazado
por dos veces un tercio de guaranís que obedecía las órde-
nes del indígena D. Ignacio Amandán, se dispersó en de-
rrota; pero el bravo caudillo mezclándose á sus soldados
que buían, hiriendo y matando á muchos de ello.s, les
obligó á rehacerse, y ordiíiiá mióles un tercer asalto, pudo
llevarlo á efeeto con tan vigoroso empuje, que decidió la vic-
toria. Coincidía con este Imcho la arrenietida del capitán
Juan de Aguilera, vecino de tíanta-Fe, quien arrebató
p(*rsonalmeute de la fortificación [irincipal la bandera por-
tuguesa, enarbolando la española. Los portugueses se ba-
tieron bien, distingui(índose entre todos el capitán Galván
y su esposa, cuyos dos encontraron una heroica muerte al
frente de las tropas que guiaron al combate hasta el óltimo
momento.
Como era de esperarse, los instantes que siguieron á la
victoria fueron origen de la mayor confusión para los ven-
cidos. Entrada la plaza por asalto, los soldados vencedores
se precipitaron á todos vientos en prosecución del com-
bate; lo que daba lugar á que las familias aterradas bus-
402
LIBRO y. — U^H PORTUGUESES
casen su salvación en la fuga. Pero la fuga misma era im-
posible en aquellos momentos, dentro de un ri'cinto amu-
rallado y en medio del pavor de un contraste sangriento.
Enardecidos los guaranís se presentaban tan temibles en
la victoria como intrépidos se condujeran para alcanzarla.
Afortunadamente los caudillos espafioles conservaron toda
su serenidad. Vera Mujica defendió espada en mano la
persona y la casa de Lobo, que los indios prettaulían insul-
tar, y pudo al fm CíUisegiiir que se apaciguaran un tanto
los espírítus de los vencidos, cuyas familias, en medio de
la consternación general, pugnaban por refugiarse en las
chalupas existentes, abogiíndose muebas de las (jue lo in-
tentaron, mientras otras se rendían prisioneras después de
haber perdido la esperanza de todo imnlio de salvación.
Garro .se había mostrado en la concepción de esta cam-
paña, (bligentc y enérgico, supliendo los inconvenientes del
número con la rápida concentración de sus fuerzas sobre
el enemigo, y eligiendo para comandarlas un oficial bien dis-
puesto; pero su victoria debía jnoducir más terror que jú-
bilo en el ánimo del Gobierno de Madrid, como efectiva-
mente sueeíUó. Estaba el abad do Mascrati procurando
congraciarse la Corte de Li.sboa, cuando se bizo púldico el
reciente triunfo español. El embajador trató en vano de
disculpar un becbo del cual podía baljerse gloriado, y en-
AÚó excusas al príncipe Rcginite diciéndole que Garro había
procedido sin órdenes de jMadrid ; agregando, para demos-
trarlo, que la fccba del asalto de la Colonia coincidía con
la de las instrucciones que el Rey de España lebabíadado
á él para tratar [)acífieanu‘nte el negocio. Pero el Regente
no quiso oir excusas y desairó al embajador negándole au-
diencia. En seguida, estimulado secretamente por Francia,
LIBRO V. — LOS PORTUGUESRS
403
ordenó que nimeluiso un liuen trozo de caballería con cua-
ti-o tercios de infantería ó Yelves, para invadir todos jun-
tos j)or la frontera de Castilla, caso de no efectuarse la
devolución de Colonia y el castigo de su asaltante; «1 cuya
exigencia debía contestar la Corte de ^Madrid denti’o de
veinte días perentorios.
iVpresuróse Masei'ati á dar cuenta de lo que pasaba. El
estado de la opinión jióblica en Lisboa, los iireparativos
bélicos que .se hacían y los términos pei’entorios que se
formulaban, parecían anunciar un designio formal de rom-
per toda consideración paeííiea. Ante aquella actitud, el
Ministro (í.spañol carecía de argumentos, pues la emergen-
cia t'xeluía to<la negociación .sobre la base de sus anti-
guas instrucciones. Cayó e.sta noticia como un rayo en el
gabinete de Carlos II, que se dió prisa en nombrar al du-
que de Jovenaso ])or embajador extraordinario en Lisboa,
ordenándole diera cuenta de las miras pacíficas del Rey de
España, y tratara de arreglar el asunto á la brevedad po-
sible, evitando la invasión portuguesa. En tan extenuadas
manos andaba el cetro de Fernando V y Feliiie II.
Llegó el duque de Jovenaso á Lisboa en momentos en
que los ])ortugueses se aprestaban á la guerra, empujados
por el iloble incentivo de su odio y de las iirome.sas que
Francia Ies bacía: así es (pie si el nuevo embajador lle-
vaba susto, aumentóse en presencia de tanto preparativo
marcial. Como (puí venía encargado de plañir muy al vivo
más bien que de negociar enérgica nu'nte, obtuvo audien-
cia inmediata, por manera (pie á pocos días de haber he-
cho el Regente su amenaza, ya tenía la eontestación como
llegada en volandas. Acto continuo ajustó Jovenaso en
Lisboa un tratado de diez y siete artículos (7 de Mayo de
•104
LIBRO V. — LOS rORTlJGUKSES
1G81), por el cual se desaprobaba y castigaba la conducta
de Garro y se devolvía la ciudad de Colonia á los portu-
gueses, con restitución de los prisioneros capturados ( 1 ).
Estatuíase, empero, que diputasen ambas partes una junta
encargada de ventilar los derechos controvertidos, a])eliín-
dose en caso de disidencia al Papa, arbitro siqiremo.
En virtud del Art. 1." del Tratado (pie obligaba al Key de
España lí hacer demostración con el Goliernador de Bue-
nos Aires, condigna al exceso en el modo d(; su operación, »
Jovenaso, fu(í á enseñar al llcgcnte el decreto de Carlos TI
ordenando que I). Josó de Garro abandonase su gcdiierno
y se retirase ii la ciudad de Córdova á csjierar nueva or-
den (cosa que en milicia significa un arresto); lo cual
dulcificando al portuguós, le indujo ;1 intereediu- jiara que
Garro, en vez de castigado, fuese favorecido. (Quedaron,
pues, los portugueses en posesión de Colonia, (pie era lo
(pie les interesaba, y enviaron algón tienqio después sus
comisarios á Ycives y Badajoz, donde nada se convino; y
aun cuando los españoles acudieron al Papa, segón estaba
previsto para el caso de disidencia, los comisarios lusi-
tanos no les acompañaron hasta ahí, permaneciendo las co-
sas como estaban antes de reunirse unos y otros en junta.
Á ruegos del Regente revocó Carlos II el decreto en
que se castigaba la enórgica conducta d(! Garro, y transfirió
ii este digno prócer á la presidencia de Chile; lo cual ha-
bría sido un premio si la petición (pie lo motivaba no vi-
niera de boca de quien había ocasionado su humillación.
Mostróse digno de su natural magnanimidad el Goberna-
dor, y aceptando el nuevo empleo, no interpuso (pieja ni se
(1) Calvo, Colección de Tratados; tomo i.
LIBRO V. — LOS I'ORTUGUKSES 405
(lió por agraviado de la forma inusitada en que se le ha-
bía reprendido, pensando tal vez que eonvenía callar en ho-
nor de la patria las ofensas personales de sus hijos.
Nombróse jior sucesor de Garro en el Kío de la Plata á
D. Josó de Herrera, natural de Madrid y bastante acredi-
tado en las armas. El estreno de su gobierno tenía forzosa-
mente que ser deslucido, pu(!S le incumbía devolver la Co-
lonia á los portugueses. Acatando sus instrucciones sobre
el particular, cumplió con (días, en Febrero de 1CS3. Des-
pués se dedicó á atenuar los defectos de que adolecía el
irgimen interno de la administración que se le había con-
fiado, tratando de hacer menos s(;nsible el cercenamiento
gxíogiáfico del país, por medio de resoluciones tendentes it
radicar el orden y el progreso.
Nuevamente dueno Portugal de Colonia, recayó el go-
bierno de la plaza en uno de los prisioneros de Garro,
D. Francisco Naper de Lencastro, quien recibió instruc-
ciones de fomentar su progreso militar y social. Para el
efecto, se le nombró al mismo tiempo Gobernador interino
de Ivío Janeiro, desde donde mandó ii Colonia, elementos
de guerra y familias pobladoras con sus corre.spondicntes
enseres. Acompabando la ultima remesa, se trasladó en
persona ii la ciudad, para activm' y completar su población
y defensa. Ahuyentó los indígenas (pie merodeabai^^r las
cercanías, repartió tierras entre los colonos y ensanchó las
fortificaciones bajo un plan miís conveniente (1). Siendo
el suelo fórtil y los portugueses buenos agricultores, muy
pronto se extendieron los cultivos, transformándose el
U ) Bobas! iao da Rocha Pitta, Historia da America Portuguesa; li-
bro vil, §§ 13-14.
406
JJBRO V. — IX)S PORTUGUESES
ejido de la ciudad en un vasto jardín cubierto de árlioles,
viñedos y paloinai'cs.
Los vecinos de Buenos Aires miraban con horror aquel
progi’eso, i^ero al mismo tiempo se consolaban pensando
que no rebasaría los estrechos límites de su alcance visi-
ble. Ya veremos como bien pronto iban tí desengañarse.
Msis la expectativa de mejores días, actdlando preveneio-
iie.s, dejaba ptira otra oiiortunidad los tu-ranques bclicoso.s,
jiroduei endose entre portugueses y e.sjiañoles de América,
una trc^uti. Aquel estado de trimquilidad relativa se con-
solidó muy luego en todos los dominios del imperio e.spa-
ñol. La guerra sostenida jtor Españti, Inglaterra y Holanda
contra Ertincia ticababa de cesar por el tratado de Iíi/sir¡ck.
Los fnuiceses abandonabtm, en virtud de eso tratado, Ctir-
tagena y Barcelona, con más todas las conquistjis lieclms
en Alsacia, Lorena y Holíinda ; y aun cuando esta solución
se debiese mejor á Isis previsiones ambiciosas de Luis
XIV, que á los mtiuejos diplomáticos de Esiiaña y sus
aliados, el hecho stiti.sfizo con justicia, td gabinete de
Madrid.
Despejado el horizonte político, se entregó el Cabildo de
Buenos Aires á reforzar la vigilaiiciti sobrt; los portugue-
ses, estrechándoles en Colonia bajo el rigor dt* un ver-
dadero asedio comercial; j)cro con su ordinaria diligencia
supieron aquéllos salvarse del ai)uro. Fiándose al interés
egoísta de unos cuantos individuos, (Misayaron el comer-
cio de contrabando con Buenos Aires, que les dió i)in-
gües ganancias. De Río Janeiro recibían negros escla-
vos, azócar, tabaco, vinos y licorc.s, cambiándolos con
Buenos Aires siibrei)ticiamente por harina, pan, carne seca
y salada, y sobre todo, plata inqiortada directamente del
LIBRO V. — LOS PORTUQUESES
407
Pei’íí (1). La suspicacia del Caliildo no. llegó á penetrarse
en los primeros tiempos, de la impoi*tancia de estos mane-
jos que herían en su base mas robusta al sistema prohi-
bitivo de España, así es que escribiendo en 10 de Abril de
1095 lí la Corte para pedir la reelección del Gobernador
Robles, alegaba como prin(ái)al título de los méritos de
éste, la guerra comercial que hacía lí los habitantes de Co-
lonia, (*U 3 ^^ situación apai‘cntemente desesperada describía
el Cabildo en estos términos: «De manera que sin faltar
(Robles) á ninguna cortesía de las que aprecia esta nación
( los portugueses ), insíaisiblemcnte los va gastando, de
modo (jiie los tiene despechados, por ver consumidos de la
polilla los almacenes de ropa que tenían ¡irevenida para
este efecto, sin míís operación que la de su firme constan-
cia en no permitirles su intento; conque si sobre este gra-
vísimo daño que han recibido en tan gran cantidad de ha-
cienda, experimenta á jiocos años más tan crecidos gastos
como los que hace en la manutención de la Colonia la
corona de Portugal, sin que consiga de ellos el logro pre-
tendido de su utilidad, parece imposible que deje de aban-
donar dicha Colonia ».
Poco tiempo ti-anscurrió desde la remisión de este oficio
liasta el conocimiento habido por el Cabildo del engaño en
que vivía, creyendo á los portugueses desesiierados. La mer-
ma de las rentas de Buenos Aires, la entrada de productos
especiales que no eran fiscalizados por las aduanas, y el
acrecentamiento de las fortunas particulares en cierta parte
de la población dada á un tráfico desconocido, puso en sos-
(1) Scherer, Tlistoria del comercio de todas las naciones; tomo ii,
cnp I.
408
'linno V. — ix)8 i'onTuauESKs
pecha al Cnhildo de que se hacía entre Colonia y Buenos
Aires el comercio de contrabando. Luego que se hubo (ícr-
ciorado de ello, su exa.speracion no tuvo límites, segíiii
lo demuestran los siguientes párrafos de un oficio al
Bey, datado en 11 de Diciembre de 1C99, en que decía:
«Postrada y rendida esta ciudad á los pies de, V. M., en
nombre de esta Provincia le suplica se sirva concederla li-
cencia para que, á su costa, á todo trance de armas, casti-
gue la osadía de los portugueses, dando las órdenes conve-
nientes á este Gobierno para que juntando las fuerzas de
ella con las auxiliareis de la provincia del Tucumán, exter-
minen la dicha Colonia de San Gabriel, llevándola á fuego
y sangre, supuesto el poco ain’ccio del tratado provisional ».
Y más adelante agregaba: «Crecerá de suerte la Colonia de
San Gabriel, que será en breve una de las mayores poblacio-
nes de la Europa, y de pcqueíía centella no apagada en los
principios, pasiu’á á rayo que encienda y devore toda la Amé-
rica; mayormente si, como tiene tratado aquella Corona (de
Portugal), fortifica y se apodera de la isla de Maldonado,
que está sita en la boca de este gran río ». Y concluía, por
último, diciendo: «Y si por nuestros pecados no la merece-
mos (la licencia de destruir la Colonia), por las superiores
razones que tuviera V. M. y sus consejos de Estado de In-
dias para no concederla, se servirá mandar coger el último
expediente sobre la precisa declaración de estos dominios,
sin permitm por ninguna razón quede en todos los de este
Río de la Plata la menor población ni rastro de portugue-
ses » (1). Era poco común semejante violencia de tono, en
la correspondencia de los súbditos con el Rey.
(1) Perisin (lr¡ Archivo de liucnox Aires; tomo ll.
LiniíO V. — LCVÍ l’OnTUCíPKSKS
409
]C1 móvil que. in.spiral)a la comlucta del Cabildo de Bue-
nos Aires estaba, lejos de ser un arran(|ue quijotesco, ni una
veleidad política. Había probado aquella ciudad en I GHO,
que apurando los recursos de sus vecinos, disponía de
fuerzas suficientes para medirse victoriosamente con los
portugueses; y acababa de explicar ahora en su oficio al Iley,
que la Colonia del Sacramento 6 San Gabriel, amena-
zaba sui)editar su influencia propia. Examinando el negocio
desde el punto de vista político de aquellos tiempos, la solu-
ción que el Cabildo i)ro})onía era la má.s conveniente para
el, puesto que la actitud de las dos ciudades rivales no per-
mitía adoptar términos medios. Ó Buenos Aires sacrifi-
caba su influencia militar y comercial al e.stableci miento
portugués, perdiendo al mismo tiempo su significación mo-
i’al cu los destinos de estos pueblos, ó la Colonia cedía el
campo á la capital del Plata, que lógicamente había de he-
redar su influencia. Por otra parte, la desigualdad de cier-
tos medios de acción en que ambas rivales se encontraban,
excluía toda conciu-rencia que permitiera recuperar en el
terreno de las contiendas pacíficas lo que se concediera
por la fuerza de las combinaciones políticas. Reducida la
ciudad de Colonia al escaso perímetro que .se la había
► dejado, necesariamente derramaba en sus contornos las
^nayores franquicias comerciale.s, atrayéndose todo el trá-
fico de las vecindades; mientras que Buenos Aires, oprimida
por la férula del sistema prohilútivo español, no podía lu-
char con su rival en este único canq)o que la suerte depa-
raba á su actividad, pero (pie la ^letrópoli cerraba á .sus
esfuerzos. Y para una población tan celosa de sus prorro-
gativas, que constantemente se había opuesto á eualquier
de.^ignio de fundar pueldos en territoiio uruguayo jior te-
410
LIBRO V. — LOS PORTUGÜKSKS
mor (le crearse rivales, era el colmo d(! la desesperación
verse condenada á mirar imj)asil)le los progresos de una
ciudad creada expresamcnle jiíiia matar su prejionde-
raiicia.
l*ero el oficio del Cabildo no podía surtir de inme-
diato los efectos que se proponían sus firmant(!s. Si la
intención que presidió á su envío resi)ondía al deseo de
obtener mayor apoyo para la prórroga de Robles á fin de
llevar adelante los planes de reconquista á los cuales pa-
recía adherir aquél, la comunicación llegaba tarde, porque
ya el sucesor de Robles venía en camino al salir el correo
portador de la propuesta de rcídceción. Si de otro modo,
jirevalccía exclusivamente el intento de arrebatarle la Co-
lonia ii los jiortuguescs con Robles ó sin él, se anticipaba
con mucho el Cabildo á los deseos de la t'orte, puesto
que estando por expirar Carlos II y apenas apto para ser
recibido en Esjiafía su sucesor, no había cabida jiara ve-
leidades de reconquistas tan lejanas. EspaíTia con la Eu-
ropa por enemiga, estaba más disjmesta á ganarse' alia-
dos ó indiferentes, que á aumentar el nómero de sus con-
trarios.
Las enfermedades físicas y morah's de Carlos II, no
habían hecho cre(u- en vano á sus rivales que una j)ie-
matura muerte pusiese término á. las impaciencias que les
devoraban. Alemania, Inglaterra y F rancia tenían i)arti-
cular interés eii rc.solvcr una situación (jue his dejaba en
gaje la más vasta monarquía del mundo. Al fin exjáró el
Rey en l.“ de Noviembre del año 1700, habiendo fii’-
mado antes con profunda repugnancia, un testamento por
el cual desheredaba á su familia, y nombraba sucesor suyo
al duque de Anjou, nieto de Luis XIV, destinado á (;oro-
LFBRO V. — LOS PORTÜOUESES
411
liarse con el nombre de Felipe V ( 1 ). Aquella elección fué
un golpe de estado que asombró á Europa, porque nadie
suponía, ni aun Francia misma, que pudiera haberse sen-
tado con tanta facilidad un Ibu’bón sobre el trono español.
Pero como tras do las grandes sorpresas que desconciertan
el ánimo, suele venir la reacción que lo ensoberbece y en-
tona, Europa reaccionó alzándose en armas contra el nuevo
monarca, ó iniciando la guci’ra de sucesión que por tantos
años debía desangrar á. España.
Éste era el estado de las cosas al finalizar el siglo xvii,
que .se despedía mal para el Uruguay y su Metrópoli: en
cuanto al primero, su territorio se encontraba cercenado
por los portugueses que habían fabricado y ocupaban la
ciudad de Colonia; en cuanto á la segunda, una coali-
ción europea amenazaba su independencia, y hervían ya
^ primeros rumores de la guerra universal que la muerte
de Carlos II debía producir contra ella. Pocos eran los
progresos hechos por la civilización en las tierras urugua-
yas, y así mismo la infiuencia española estaba contraba-
lanceada por la enemistad de los portugueses y el odio de
los naturales de la tierra, presentando probabilidades esca-
samente halagadoras para un futuro demasiado incierto.
El siglo de la revolución entraba por las puertas de la
monarquía esjiañola como envuelto entre las nubes de los
presagios tótricos. Pero aquella nación monstruosamente
colosal, que dejaba atrás á los más famosos impelios anti-
guos en extensión de territorio, había de hallar suficiente
energía para defender por un siglo aíin sus posesiones ame-
ricanas, imprimiendo la huella de la civilización en el Uru-
(1) Teófilo Lnvalíe, Ilvtloria de los franceses; tomo iv.
ai.
PoM. Ear. — 1.
412
LinilO V. — LOS FORTUOUKSES
giiay, ií vueltas de una rivalidad incesante con el extranjero.
Apenas se vio dncfío del trono español Felipe V, cuando
expidió circunstanciadas instrucciones sobre la manera
como debííi pi’ocederse en la jurisdicción platense. El Iley
estaba inquieto por estos sus dominios: sentado en el trono
contra los deseos de Austria y con la malquerencia de los
aliados de ella, Felipe V creía con razón que las jmtencias
marítimas vinculadas lí la iM>lític4i de aquel poderoso Es-
tado, intentarían algnna enérgica diversión militar sobre
estos países á fin de perjudicarle. Escribió, pues, al Gober-
nador Prado, re.sidcnte en Buenos Aires, encargándole pu-
siese aquel puerto en aptitud de i)recaver los reveses de la
guerra, y con la misma fecha lo hizo al Superior de los
jesuítas, ordenándole que remitiese al Gobernador cada
cuatro meses, cuando menos, 300 indios, á fin de propor-
cionarle por ese medio un numero conveniente de tropas
disponibles para atender á cualquier emergencia ( 1 ). Por
otra carta de igual data comunicaba el Rey, que entre las
personas con quienes contaba la Corte austnaca para sub-
vertii* el orden en estos países, estaban el secretario del
conde de Harrach, antiguo embajador de Alemania, y dos
religiosos trinitarios, el uno español y el otro alemán, resi-
dentes á la sazón en Ijondres, quienes debían pasar disfi-a-
zados á estas provincias, y luego, tomando el hábito de su
Orden y el título de misioneros apostólicos, tentar con
manifiestos la fidelidad de sus vasallos. En consecuen-
cia, y para reprimir con tiempo males que una vez pro-
ducidos pudieran dar re.sultados funestos, sugería la más
estricta vigilancia, y autorizaba al (johernador para que
(1) Fum*s, Knmuo, cto; lom n, líb iv, onp i.
LTimo V. — LOS i’onnuiUKHKs
•I I .*{
puri;iisc su provincia d(' (oda [u'rsona sos})ccIiosa, sin (‘x-
ccpcióii d(‘ estado, condición ni s('XO.
Mientras tanto, aproveelii1l)anse los ¡)ortngnese.s de la
situación. Conocían ellos qu(‘ no teniendo F(‘lipe V la eo-
nnia segura aún, estaba i>or el inoni(‘nto en ina^'or animo
de contemporizar (¡ue de })onerse en abierta hostilidad
con sus enemigos. Trabajado jior inquietudes sin tórmino,
á pesar de que dí'fendía esi)a<ln en mano sus dominios con-
tra casi toda la Europa coaligada, el novel monarca se vió
en la necesidad il(> cerrar los ojos resjiecto á ciertas pose-
siones de América, y á trne(pie de disminuir enemistades
vc'cinas y ])cligrosas, pasó por c'xigencias que no se avenían
con .sn carácter. Convino, desde luego, en negociar la })az
con Portugal, y á 18 de Junio de 1701 se firmó entre Es-
paña y aquella potencia el tratado de Alfonza, por cuyo ar-
tículo 5.” devolvíase la Colonia del Sacramento á los por-
tugueses, derogando el tratado provisorio de 1081, que
dejaba en dudas la legitimidad de sus derecbos al respecto.
Quedaron zanjadas las dificnltndes que obstaban de inme-
diato al reconocimiento de Felipe V por parte de Portugal,
y pareció (juc los portugueses, alcanzando el colmo de sus
deseos, debían replegar sus esfuerzos á un terreno ])acífico.
Pero mal contaban con esta resolución los ([ue, encegueci-
dos })or las ncccsidad(*s del momento, 'o atinaban á calcu-
lar que Portugal aspiraba al mayor en¡4ncbe de sus domi-
nios americanos. Id trozo de territorio en que ubicaba el
establecimiento que se le devolvía en propiedad por el tra-
tado de Alfonza, no era más que un paso adelantado en el
camino (pie meditaba reconx'r: así es (pie la nueva con-
vención diplomática, en vez de asegurar la paz, incitaba á la
guerra por la sanción de las ambiciones á (pablaba estímulo.
414
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
Un cíimbio ele política interna deinostró que los portu-
gueses persistían en el deseo de ganar terreno. Había sido
su ambición, desde los primeros tiempos, poseer una zona
considerable en el Uruguay que les permitiese ocupar to-
talmente las costas del Océano y la orilla septentríonal del
Plata, para el logro de cuyo propósito no sólo acudieron
al poder de las armas, sinó que hasta falsificaron cartas
geogi’áficas, como se ba visto. No les convenía, pues, que
su acción política y militar quedara circunscrita al corto
radio de Colonia y su ejido, evitando la consolidación de
un dominio que les uigía ensam-liar. Inspirados por tales
ideas, resolvieron valerse del concurso de los indígenas, ya
que no tenían otro elemento disponible. Se les brindaron
por amigos y protectores, los i)roveyci-on de armas y gé-
neros de vestir, (consiguiendo con dichas larguezas atraér-
selos por completo. En seguida les inspiraron la idea de
acometer las Mi.sioncs jesuíticas, temible antemural it sus
pretensiones sobre el Uruguay.
Aceptaron los yaros, charróas y mbohanes (d plan de sus
nuevos aliados, buscando la aquiescencia de bus demás
tribus vecinas, que entraron igualmente en el proyecto,
plegándose también algunos renegados y varios desertores
españoles. Accontecía esto finalizando el año 1701. La
primera hostilidad de los coaligados fué contra Yapeyú,
en cuyo asalto y opccraciones concurrentes mataron 140
guaranís cristiíinos, (piemaron y saquearon la iglesia, pro-
fanando las imágenes y objetos sagrados, y apoderándose
de la estancia de San Jone, redujeron á la mayor cs(?asez
el alimento de los pueblos comarcanos (1).
(1 ) Información siniuiria sobre la campaña de 1702 (M. S. eu N. A.).
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 416
Eli los primeros días de Enero de 1702, salió del Ibi-
cuí contra los sublevados el Maestre de Campo Alejandro
de Aguirre, ii cuyas órdenes iban 2000 guai-anís de las
Reducciones con sus respectivos capellanes y médicos. Con-
taba el ejército con 4000 caballos, é igual nómero de muías
y vacas, fuera de los víveres necesarios. Atravesó 150 le-
guas, cruzando á nado los ríos Ibirapitíl, Tacuarembotí,
Cai*aguataí, Yaguarí y Piraí, en cuya marcha empleó casi
dos meses. La vanguardia, que constaba de 900 hombres,
se adelantó al encuentro de los indígenas confeilerados,
pero fué batida en el Romrio con pérdiila de 22 iudivi-
duo.s. A este contratiempo .se unió el desarrollo de varias
enfermedatles entre los vencidos, provenientes, según dicen,
del envenenamiento de las aguas, tid vez por efecto de ani-
males putrefactos que la casualidad ó el intento arrojó cu
ellas; por lo cual se vió obligada la vanguardia á. replegarse
al grueso del ejército..
Reforzados los vencedores desde Colonia con 70 sol-
dados portugueses y tres piezas de cañón, volvieron á tomar
la ofensiva. No les fué posible, sin embargo, dar alcance á la
vanguardia, lo que desanimó á los portugueses, quienes se
volvieron en lo mejor de la marcha. Sin cuidarse de aquella
conti’ariedad, prosiguieron los confederados su movimiento,
de avance. Constituían un total de 700 hombres de pelea,
con sus familias compuestas de 500 mujeres y muchachos,
é iban en dirección al Yí, punto indicado para resistir al
ejército español, que it marchas forzadas y por el camino
opuesto se dirigía al mismo paraje. Más activos los indí-
genas, llegaron primero, tomando posiciones en las orillas
del río.
Al amanecer del día 6 de Febrero, se presentó Aguirre
416
J. IB lio V. — LOS PORTUGUESES
(leliiMtü lie los eonfeilerudos. Mandó el asalto de sus jiosi-
ciones, y después de un reñido combate, los desalojó, obli-
gíindoles éi retirarse al monte, donde se hicieron fuertes.
Una vez allí, empezó de nuevo la ijelea, que duró cinco
días consecutivos. Los indígenas perdieron 300 hombres
muertos, enti’c ellos un tal ]\Ionzón, español, que combatía
en sus filas. Tu^^cron también gran número de heridos, y
les filé necesario abandonar en plena derrota el campo,
dejando prisioneras sus familias. Los españoles compnu'on
esta extemiinadora victoria con la pérdida de bastantes
muertos y heridos, entre ellos varios jefes y oficiales gua-
ranís ( 1 ).
La influencia que el desastre tuvo en el ánimo de los
portugueses, fué grande. Contaban ellos con la alianza de
los indígenas para crear dificultades que llamasen la aten-
ción del Gobernador de Buenos Aires hacia puntos tlis-
tantes de la Colonia, lo cual les permitiría obrar con h-
bei-tad en las tierras que deseaban apropiarse. Pero la úl-
tima victoria de los esi)añoles, no sólo imposibilitaba la
realización del plan concebido, sino que entonaba el espí-
ritu de los indios de las Reducciones, enorgullceiéndoles con
detrimento de las conveniencias de Portugal.
Mientras el poder español en el Plata conseguía debe-
lar con grandes esfuerzos las intrigas de los portugueses,
la Corte de Madrid, cediendo á lUversos móviles, preparidia
la introducción en grande escala de un elemento extraño
á nuestras conveniencias de raza. El ardiente celo de fray
Bartolomé de las Casas le había llevado á proponer en
oti’os tiempos, que para equilibrar la resistencia física con
( 1 ) y." 3 cu los Documentos de Prueba.
LIIIRO V. LOS l'01irU(iUKSKS
117
las exigencias de la codicia, fueran suslitiiídos los natura-
les de Ani(5rica por negros de Africa cu los abruinadorcs
trabajos impuestos por el compiislador. De aquí tomaron
pie algunos para entregarse á especulaciones insensatas, y
la importación de esclavos limitada en su comienzo á la
satisfacción de las exigencias más perentorias, se hizo des-
puds un ramo de (íomercio que rebasó [ior sus rendimien-
tos la ganancia que dejaran las antiguas encomiendas.
Buenos Aires fué agraciada en ciertas ocasiones con el
permiso de importar varios cargamentos de esclavos, que
se vendían entre las personas pudientes de la ciudad y
l)rovincia, con prohibición, sin embargo, de satirios de
ella. Pero como se hiciera sentir en Europa cierta reac-
ción contra el fomejito de un comercio tan inmoral é ilí-
cito, y como el Gobierno español recibiera de subditos
desinteresados muy particulares informaciones sobre la ma-
teria, comenzó á restringir las liberalidades de este genero,
paralizándose naturalmente el tráfico á que ellas daban
vida.
Esta actitud disgustó mucho al Cabido de Buenos Aires,
(lue diversas veces había reclamado la introducción de escla-
vos como un beneficio de la mayor ti’ascendencia para los
intereses de la ciudad. Queriendo reintegrarse de semejante
péi-dida diputó ante el Consejo de Indias á varios individuos,
expidióndoles en 28 de Abril de 1093 mías instrucciones
cuyo primer capítulo decía así: «1." Primeramente, que
S. M. pei'inita que en los navios de registro, ó por cuenta
del asentista del comercio se traigan á este puerto negros,
200 á 300 en cada viaje, de los que se hallaren en Cádiz,
en cada ocasión; y, de no haberlos, permita que cada tres
años por lo menos, venga un navio de registro con ñOO
418 UBRO V. — LOS PORTUGUESES
negros, pam que unos y otros se vencían á trueque ele fru-
tos, por repartimiento á los vecinos de esta eiudad y pro-
vincia, con prohibición de no sacarlos de ellas, piíiia de
perdidos como así se acostumbraba en su antigüedad, y
alegar los cjemphu’es de haber dado S. M. permiso por
tiempos, para negros, de que tanto se necesita para las ha-
ciendas y crías de ganados, y que por falta de ellos están
estos vecinos destruidos y arruinados, ocasionando el que
valgan los bastimentos tan caros y haya la falta que se ha
experimentado estos años, de que lleva suficiente prueba ó
información » ( 1 ). La forma en que se encaraba el pedi-
mento no dejaba de presentar algunos visos de razón para
el espíritu estrecho que presidía las especulaciones comer-
ciales de aquellos tiempos: así es que viniendo la solicitud
de parte de una ciudad americana, parecía tener mayor
validez que la que pudiera darla cualquier razonamiento
elaborado en Europa.
Las cii’cuustancias en ,que se hallaba el Gobierno de
Carlos II, no le permitieron prestar una atención prefe-
rente á estos pedidos. En el siguiente reinado nuevas vis-
tas políticas dieron giro favorable al asunto. El Cabildo
tuvo aliados de su pretensión sin el trabajo de buscarlos.
Los compromisos de familia y el consejo de ^ avarientos
indujeron á Felipe V á otorgar á los franceses el derecho
de introducir esclavos negros en estas posesiones. Aquella
nación, al igual de muchas otras de Europa, había adop-
tado el vergonzoso tráfico de esclavos africanos, prote-
giéndolo oficialmente j)or el establecimiento de la « Com-
pañía de Guinea ».yJ¿Aprovcchándose del origen francés
(i) Itevista del Archivo (jencruf de Buenos Aires, tomo ii.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
419
del Rey y trayendo á memoria los proyectos de Las Ca-
sas, consiguieron los afiliados de la Compañía que se les
diese facAiltad de introducir al Plata esclavos africanos. Al
efecto expidió la Corte una Real Códula con fecha 12 de
Diciembre de 1701, permitiendo á los franceses la explota-
ción del tráfico de negros por el término de diez años, y fué
trasmitida la resolución al Gobierno de Buenos Aú’es, que
ratificó el asiento al año siguiente de 1702 (1). Bien que
las consideraciones aducidas por algunos de los sostenedo-
res de esta capitulación tuvieran mucho de humano en lo
(pie hace á los indios, no es menos cierto que ella era cruel
y funesta para los desgraciados ncgi-os, á quienes se ro-
baba de su país natal y se les conducía á lejanas tierras
para desempeñiu- pesados oficios en la peor de las condi-
ciones.
Éste fué el último suceso notable acaecido bajo el mando
del Gobernador Prado, quien lo entregó en 26 de Junio
de 1703 al Maestre de Campo D. Alonso de Valdez In-
cláu. El grado militar del sustituto de Prado, y sus an-
tecedentes personales, no desdecían de la elevación del
puesto que alcanzaba. Había guerreado ineláu con no-
torio valor en las campañas de Cataluña, donde sirvió bien.
Su carácter, sin embargo, era harto apasionado en cier-
tas ocasiones, según habrá lugar de verlo, principalmente
en asuntos relativos á la vida privada; y si debía seña-
larse gloriosamente contra los portugueses, no le esperaba
igual suerte para reprimirse á sí mismo en las cosas ín-
timas. Como quiera que sea, dió muestra luego de sus
buenas calidades militares, aplicándose con inteligente des-
(1) Funes, Ensayo, etc; tomo ii, libro iv, cnp i.
420
IJBRO V. -- LOS PORTUGUESES
velo il i’eforzar las fortificaciones del i)uerto de Buenos
Aires, temeroso y precavido de lo que pudieran inten-
tar las naciones coaligadas contra Esi)aña, para lo cual
se sirvió de 700 indios de las Reducciones jesuíticas,
que pusieron en excelente estado de defensa aquella plaza.
Esta resolución le ati-ajo simpatías, i)orque provocó en
el pueblo la confianza, con lo cual disiRiso inelán del
concurso moral y material que necesitaba en las apre-
tadas circunstancias á que los sucesos iban íí redu-
cirle.
Los aprestos que efectuaba el nuevo Gobernador de
Buenos Aires, coincidieron con la ruptura de hostilidades
entre las dos coronas peninsulares. Felipe V, que llevaba
de mal talante el yugo de los portugueses en sus posesio-
nes americanas, aprovechó la ocasión de sacudirlo. Con
tal objeto, el conde de Moncloa, Virrey de Lima, recibió
letras de la Corte, fechadas á 9 de Noviembre de 1708,
en las euales se le hacía saber el sesgo que habían tomado
los negocios, y se le comunicaba ti’asmitiera al Goberna-
dor de Buenos Aii’es la orden de expulsar á los portugue-
ses perentoriamente de la eiudad de la Colonia ( 1 ). Reci-
bió inelán, al comenzar el año 1704, estas instrucciones,
y se propuso empeñarse en la emi)resa con todas las fuer-
zas que pendían de su mano. Apeló lí las guarniciones de
Buenos Aires, Corrientes, Santa -Fe y Córdoba, para que
aprestasen contingentes de tropa; haciendo extensivos es-
tos requerimientos á las Reducciones jesuíticas, base mi-
litar indispensable.
(1) Constancio, líisloria do Braxil; toin it, cap vi r.— Funes, En-
sayo, etc; loe cit.
UURO V. — LOS ríJRTUQUESES
421
Filó (les¡j>;ii}ulo por punto de reiiiiióii el pueblo de So-
riano, para donde niarchó en 22 de Julio de 1704 el ea-
pitán de caballería D. Andrés Gómez de la Quintana, con
instrucciones precisas ( 1 ). Despachó éste inmediatamente
pliegos y chasipies lí los curas de las lleduccionee, quienes
se ai)resuraron á enviar por el río y por tierra, los contingen-
tes de hombres, gaiuulos y víveres que se pedían, aglome-
rando en poco tiempo sobre Soriano 4000 soldados de fu-
sil, Hecha y lanza, y buenos trozos de caballos y muías.
Dajaron al mismo tiempo de Buenos Aires, Santa-Fc y
Corrientes 2000 hombres, con lo cual se formó un lucido
ejército, que Inchhi i)USO á órdenes del Sargento Mayor
I). Baltasar García Kos.
I^a natural expectativa en que estaban los portugueses
lie Colonia por la ruptura entre España y su país, les iíi-
dueía á luiriu- con sobresalto cualquier síntoma que denun-
ciara una agresión posible. Con semejante disposición de
ánimo, Sebastián da Veiga. Cabral, que había sustituido en
el mando á D. Francisco Náper de Lencastro, luego de sen-
tir los primeros [)reparativos de Inelán, adoptó serias me-
didas jirecaucionales. Dirigióse á D. Rodrigo da Costa,
Gobernador del Brasil, dándole cuenta de todo, y pidiendo
con urgencia refuerzos de tropa y víveres (2). Inmediata-
mente fué atendido el reclamo, zarpando con destino á Co-
lonia 400 infantes, que llegaron en dos naves repletas de
provisiones. De este modo, ascendió la guarnición de la
ciudad á 700 soldados, con buen número de piezas do
artillería y las munición^ corre.spondientes. Cabral se
( 1 ) íY," / m los Documenlus de /‘rucha,
(2) Kochii Pilla, America purtiujucAa; lib vin, §§ 84-100.
422
UBRO V. — 1.08 PORTUGUESES
dedicó entonces á perfeccionar el circuito fortificado, que
se componía de altas murallas, cortaduras, terraplenes, pa-
rapetos dobles, fagina, un foso profundo, dos baluartes, dos
reductos, y otras muchas defensas por dentro y fuera.
Las tropas españolas, abandonando su acantonamiento
de Suriano, cruzaron los ríos Negro y Uruguay, y se pre-
sentaron frente á Colonia el 18 de Octubre de 1704. El
primer acto de Ros fuó notificar al portugués que venía
dispuesto al asalto, si la guarnición no se rendía y entre-
gaba la ciudad á sus verdaderos dueños. Cabra! respondió:
« que no era tiempo de gastar palabras para inducirle si ir
contra sus conveniencias: que se felicitaba de tener por com-
petidor ii un general tan bizarro como Ros, y dejaba la
palabra al cañón » ( I ). Aipiella respuesta fuó seguida de
actos confii-matorios. Mandó incendiar las casas de extra-
muros, lanzó fuera del recinto 280 caballos desjarretados,
y adoptó otras nietlidas similares que denunciaban la vo-
luntad de resistirse á todo trance.
Ros empezó los preparativos para el asalto, poniendo á
los guai’anís bajo la dirección del ingeniero español Don
Josó Bermúdez, que formaba parte del cuerpo científico
expedicionario. Trabajaron los indios con ahinco, abriendo
cortaduras y ramales y acopiando faginas. El trazado de
las líneas militares conducido por mano idónea, progresaba
merced á la robustez física y á la decisión de los guara-
nís, que acometían afanosos aquella ruda labor. Ros y Ber-
módez se proponían levantai* seis baterías, que dominando
los puntos más estratógicos de la plaza, permitieran un
cerco formal que pudiera facilitar el asalto: así es que se
(1) Funes, Etisayo, etc; toin ii, l¡b rv, cap i.
LIBRO V. — I.OS PORTUGUESES
423
mostrabíiu tan incansables en dirigir los trabajos, como sns
subordinados en realizarlos. Al fin coronó el éxito sus es-
fuerzos, levantando las seis proyectadas baterías que com-
pletaban el cerco apetecido.
Los otros soldados del ejército sitiador no perdían tam-
poco el tiempo: una pequeña flota, compuesta de mía zu-
niacá, una lancha y dos botes, era toda la armada de que
los españoles podían disponer; pero no les detenía la po-
breza del armamento y luchaban para lucirlo en operaciones
arriesgadas. Vigilando las costas unas veces, y sirviendo otras
de correo entre el campo sitiador y la ciudad de Buenos
Aires, concurría la escuadrilla española ii hacer más pe-
sada la situación de los sitiados. Píl Gobernador de la plaza,
que esperaba socorros del exterior, no podía mirar sin in-
quietud un armamento naval que era hasta cierto punto
centinela avanzado de los sitiadores: meditó, pues, la ma-
nera de oponerse á su enemigo por aquella parte, y quiso
poner en práctica su plan. Á poco tiempo de haberlo in-
tentado, ya hubo cabida para un incidente de guerra. Ocu-
rrió el caso de que dos lanchas portuguesas se presentaron
al combate favorecidas por los fuegos de la plaza: inme-
diatamente las acometieron dos de los barquichuelos es-
pañoles, y á pesar del peligi’o, las apresaron, conduciéndolas
en triunfo á Buenos Aires, donde inelán premió el ajj|j^
de los capitanes regalándoles al uno un eollar de oro y Jil
otro una prenda del mismo metal, mientras que gratificó á
los marineros con cincuenta pesos á cada uno.
Entre tanto, combinaba Ros una doble operación de in-
fluencia militar y moral contra la ciudad. Ordenó que la
flota española levase anclas á la media noche y abordara
en su fondeadero los buques portugueses que se protegían
424
LIBRO V. — IX)S PORTÜOUESES
de los fuegos de la plaza; y dispuso al mismo ticmiK) que
2000 guai-aiiís hicieran un entretenimiento sobre las forti-
ficaciones de tierra, á fin de comprometer al enemigo en
una enérgica diversión militar. Cumplió la flota satisfacto-
riamente el cometido: por entre un vivísimo fuego y íi pe-
sar de las sombras de la noche que aumentaban el peligro,
hízose dueña de uno de los buques enemigos, poniéndolo
seguidamente en franquía. No fueron tan felices los gua-
ranís como los marinos en su empresa: inducidos por un
soldado santafesino y otro andaluz á asaltar la plaza, pu-
sieron manos á la obra sin orden de sus oficiales. IjOs gri-
tos de los acometedores que se alentaban al combate y al-
gunos tiros de fusil imprudentemente descargados, avisaron
á los portugueses del peligro, y los guaranís fueron recha-
zados con pérdidas. Pero sentidos é iracundos de aquella
contrariedad, volvieron al asalto con mayor brío, logrando
algunos de ellos introducirse hasta la cindadela. Grande
fué el apuro en que se vieron los portugueses para recha-
zar aquel enjambre de indios furiosos, que á haber tenido
una dirección inteligente, habrían quedado dueños de la
jornada. Batiéronse los unos y los otros emi)eñosamente,
y al fin desistieron los guaranís de la pretensión, retirán-
dose á su campo con pérdida de treinta y tantos homl)res
mucitos y más de cien heridos. Los capellanes jesuítas
que acompañaban á los indios desplegaron mucho valor,
a.sÍ8tiendo á sus neófitos en medio de las balas con sereno
y tranquilo continente.
Llegaron á oídas de inelán las estruendosas nuevas de
tantos combates, lo cual hizo pesar en su ánimo las venta-
jas y las contrariedades que tenía su alejamiento del tea-
ti*o de la guerra. Trasladóse por lo tanto al campo de Ros,
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
425
haciéndose acompañar de D. Esteban de Urizar Arepaco-
cliega, electo Gobernador de Tucnmíín recientemente. Re-
cibido con júbilo por las tropas, se como en el acto que
su parecer era teruiinar la lid por ^iftivance rápido á la
plaza, lo cual duplicó el contentamiento de los soldados, que
veían abora la posibilidad de lucir sus dotes ante el repre-
sentante inmediato del Rc3l Pero si ínclán era de líquel
parecer, los demás jefes no lo eran: así es que fué necesa-
rio reunir consejo de guerra para miificar la opinión. Deci-
dió la mayoría (pie se continuase el cerco sin iniciar hos-
tilidad arriesgada, porque debiendo bailarse los sitiados
faltos de víveres después de tres meses y medio de resis-
tencia, era forzoso se rindiesen en breve y sin el sacrificio
de tantas vidas como iba á costar el asalto. Se resignó con
disgusto el Gobernador á un dictamen demasiado contrano
al suyo, pero hallando en su actividad medios para despicar
el enojo que sufría, estrechó el cerco de tal suerte, que los
ataques parciales se continuaron á tiro de pistola. _
No desmayó por esto el portugués. Tenía Veiga Cabral
la s("giiridad de que sus paisanos del Brasil no habían de
abandonarle en los malos tran(!es que soportaba, así es que
daba largas á la resistencia, á fin de salir con buen aire de
la plaza. Propúsole Iniáán una capitulación honrosa, pero
Veiga rehusó (d partido. Sospechó el español entonces que
los sitiados alimentaban esperanzas de verse nuevamente
socoiTulos, y no se engañaba en el cálculo: así es que dis-
puso, para atajar cualquiera evasión, que una escuadra
compuesta del barco apresado, de un navio de registro y de
un bndote, todo bajo el mando del capitán á guerra Don
José de IbtuTa Lazcano, vigilase escrupulosamente las cos-
tas. Esta nueva estrechez en que se colocaba á los sitiados
426 i.íBno V. — r.os ponTuouESES
no les desanimó: soportaron con brío las contrarieda-
des que ima hostilidad tan cercana y frecuente les oca-
sionaba.
Pero por más gi’andes que fueran los esfuerzos, el epi-
sodio tocaba á su fin. En Marzo de 1705 se dejó ver una
escuadra portuguesa compuesta de cuatro barcos, despa-
cliados desde el Brasil en .socorro de la plaza. El capitán
Lazcano salió al encuentro del enemigo á fin de evitarle el
pasaje. Trabáronse los barcos españoles en combate con
los portugueses, pe ro fuer on vanos sus esfuerzos, porque el
enemigo rompió la línea~y penetró en el puerto. Entonces
Veiga Cabral, obedeciendo instrucciones de sus superiores
del Brasil, acordó abandonar el punto donde había sopor-
tado un sitio de cinco meses. Incendió algunos edificios y
en seguida se embarcó, dejando á disposición de los espa-
ñoles la ciudad con todos sus fuertes, artillería y municio-
nes. Llevóse consigo los habitantes del establecimiento y
sus efectos, con los cuales tlió la vela para Río Janeiro.
Entre las gentes de su comitiva contábanse todavía 500
hombres en estado de combatir.
Dos años de paz interna, siguieron á esta hermosa
victoria militar. Libre el suelo uruguayo de portugueses,
no tenía España otros enemigos inmechatos que los indí-
genas refractarios á obedecer su autoridad. Vi^^an óstos
estrechamente confederados, desde su último desa.strc del
Yí, meditando siempre una revancha sobre los indios de las
Misiones cristianas. Con tal designio, resolvieron darse un
jefe para emprender la guerra contra sus enemigos. Recayó
la elección en C^^d)arí, caudillo principal y bien querido ( 1),
(1) Jx)znno, TJisioria de la Conquista, etc; tom nr, cnp xvn.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 427
aun cuando fuese al»o descuidaílo en el modo de exponer
su píirsona, como liahní ocasión de verlo.
Ko estaba dispuesto Cabarí íí presentar cu línea fuerzas
numerosas sobre las cuales podían hacer mucho estrago los
españoles, prefiriendo las hostilidades en detalle, á fin de
obtener ventajas seguras sobre pequeños trozos de gente,
cansando al enemigo y entonando el espíritu de los suyos
por la seguridad continua del éxito. Esta guerra de recur-
sos, que había de ser tan acosadora jiara el conquistador,
era la que más convenía á los indígenas uruguayos. Las fa-
cilidades que su ejecución presentaba y la dificultad con
que el enemigo podía dominarla, justificaron la previsión
de quien la puso en práctica.
Era el año de 1707 cuando los indígenas uruguayos
rompieron las hostilidades, apareciendo en distintos puntos
á la vez, de acuerdo con el nuevo i)lan de guerra. La re-
ducción de Yapeyú fue uno de los parajes elegidos. Tenía
aquel pueblo bastante importancia, pues le era dable mo-
vilizar algunos centenares de hombres armados á la euro-
pea; pero sus habitantt;s, lejos de pensaren la arremetida
que contra ellos se premeditaba, no mantenían ¡lor el mo-
mento vigilancia alguna. Aprovechando estas seguridades,
el cuerpo de.stacado a la embestida de Yapeyú, llegó á las
cercanías del pueblo y se precipitó luego en su interior.
Los vecinos hiciercfli lo que pudieron para defenderse de
aquella agresión, pero parece que ni los elementos que te-
nían á la. mano, ni el furor con que fueron arremetidos
dieron lugar á una seria defensa. Por nfsultado total que-
daron 19 yajieyuanos degollados en el campo.
Mientras se peleaba de esta suerte en Yapeyii, otras
operaciones del mismo genero tenían lugar cu las aguas
Don. ESP. — (.
33.
428
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
del Paraná y sobre sus costas. Segiii-os de la libertad que
gozíAau en aquellos lugares, los esi)añoles acostumbraban
á crfcarlos sin gi’au reparo. Haciendo uso de balsas y ca-
noas' franqueaban el río á toda hora, facilitando así la co-
municación fluvial de las poblaciones ribereñas; mientras
que algunas partidas de cristianos y de indios realizaban
el movimiento de comunicación por tierra yendo de unos
pueblos á otros. Había destacado Cabarí un fuerte grupo
sobre aquellas posesiones con el fin de atacar á sus pobla-
dores y viandantes. IMarchando con igual .sigilo y la misma
rapidez (|ue lo hicieran contra Yapeyó, llegaron hasta las
inmediaciones del teatro elegido para su devastador atro-
pello. Allí se dividieron en diver.sos pelotones y atacaron
cuanto pudieron encontrar á su frente. Un trozo se arrojó
sobre varias balsas que navegaban c;l río Paraná, y después
de combatir contra sus comhuáores, les venció, pasándoles
á cuchillo; caminaron otras partidas á lo largo de las costas
de aquel río, y doquiera que encontraron españoles, les
batieron y atca-raron, obligándoles á ponerse en seguro.
Grande enojo causó en el ánimo de Inclán aquella re-
pentina irrupción; así es que en el acto expidió órdenes para
que los guaranís de Ya})cyó .se pusieran en campaña á ob-
jeto de perseguir á los invasores. Partieron 200 indios
bien armados con el propósito de buscar al primer cueri)0
enemigo que vagase en las inmediaciones y batirle venta-
josamente. En el tránsito supieron (pie se encontraba por
aquellas alturas un grupo considerable de familias alber-
gadas en el monte más cercano, y que entre las abras de
ese monte y una laguna, estaban refugiados Cabarí y va-
rios otros caudillos. Las familias e.xpresadas j)ertenecían
á los dueños del campamento, y la detención do é.stos parece
LIBRO V. — LOS PORTIIOUESES
429
que obedecía al deseo de conservarse al lado de sus mujeres
é hijos, mientras las operaciones militares se desarrollaban
pai'cialmente. Al saberse esta novedad, el dictamen de los
guaianís fu6 unánime en mai’char sobre los descuidados
enemigos, teniendo certidumbre de efectuar en ellos impor-
tantísima presa. La captura del jefe adversario con su co-
mitiva militar y las familias de todos, era coronamiento
digno de la campaña. Marcharon, pues, sin demora sobre
las trazas de Cabarí, llegando hasta su campamento sin
que les sintiera. Entonces, vadearon la cañada, y formando
del modo mejor que les permitió la precipitación, acome-
tieron todos á la vez y repentinamente.
Aunque atacados de esta manera, los sorprendidos no
perdieron su serenidad, y dividiéndose en dos trozos, se
arrojó uno al agua y el otro se i’efugió en el monte. Una
vez puestos en seguro, consiguieron, con la presteza acos-
tumbrada, juntarse nuevamente los dispersos del agua con
los refugiados del monte, dejando á los atacantes sin la
ventaja de capturar á ninguno. Entonados con aquel su-
ceso y bien dispuestos á pelear al enemigo, comenzaron á
desafiar á los guaranís convidándoles á buscarles donde
estaban y burlándose de ellos. Esto puso el colmo á la in-
quietud de los yapeyuanos, porque habiendo dado un golpe
en falso, no se animaban á tomar jiartido decisivo. Las
condiciones en que se resolviese aquella operación de gue-
rra podían ser funestas: no tenían elementos con que esta-
blecer un cerco formal á Cabarí y sus gentes.
Midiendo por sus rejietidas biu’las la entereza de los
couti’aiios, les proiiusieron que se rindiesen, á condición de
entregar á los culiiables de las muerfes de Yapeyíi y el
Paraná, garantiendo al rosto la libertad y la vida; pero
430
LraRO V. — LOS PORTITGÜESES
los sitindos rochazaroii la proposición, niofílndosc de sus
enemigos. Cabarí, asomado á iiaraje visible, publicó á vo-
ces que ól era único culpable de todo, y poco le iba en el
enojo de los guaranís. Sintiéronse éstos muclio do tanta
audacia, y acordaron acometer con briosa disposición. Di-
vidiéronse en dos trozos : el uno destinado á llevar el ata-
que de frente, y el otro apercibido ú sostenerlo de reserva.
Acometieron los de vanguardia con bastante coraje, pero
recibidos con igual espírítu, se trabó un reñido combate en
que cada uno de los lidiadores sostuvo lucha a muerte con
el que tenía íí su frente. Completamente batidos los gua-
ranís por este lado, sufrieron exterminio total. El otro
cuerpo guaraní acometió con más cautela por el lado en
que estaban las mujeres y los nirios, en quienes hizo jiresa ;
luego atacó por un costado á los hombi’cs aun tlisi^ersos, y
luchando contra ellos, mató algunos haciendo prisionero al
resto. Decidióse entonces el triunfo por los yapeyuanos,
aunque con pérdidas considerables ( 1 ).
Pero el desastre de Cabarí no llegaba á. tiempo de
impedir que las demás fuerzas lanzadas á. la hostilidad
completasen sus operaciones militares. Si los principales
cuerpos de combate habían ya enqirendido su marcha, y
tenido ocasión de chocar con vai’ia fortuna sobre el ene-
migo, los que jior la posición de las tierras de donde eran
originarios ó por alguna otra causa no estaban en aptitud
( 1 ) Parece que la rula de Caltari ij /tus principales compañeros fué
resj)ctada, pues aunque nada dicen sohrr el ¡tarUcular los historiadores
de esta época, el nombre de Cabarí suena en las emj>resas militares
que veinte años después fueron llevadas ti cabo por los indiyenas uru-
guayos, )io habiendo pruebas de t¡uc fuese un distinto caudillo el que
llevaba este nombre.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
431
de entrar conjuntamente ti la acción, no podían conte-
nerse, sea por(]ue estuviesen demasiado comprometidos
para retroceder, sea jiorque ignorasen los sucesos que aca-
ban de narrarse. De este iiómero ertin los ytiros y mbobanes,
quienes cayeron sobre los pueljbjs de la Cruz y Yapeyú,
matando 38 indios y cautivando 20. Luego se desparra-
maron por los caminos, haciendo toda clase de estragos y
apoderándose de las víiqucrías, con lo cual redujeron al
hambre los poldados. Juntóse á esta ctdamidad una espan-
tosti jiltiga de tigres, que, invadiendo las reduccionc.s, com-
pletó las desdichas de sus mortidores.
Alarnnido de la intensidad del mal, reforzó Inclán á los
gnaranís, mientras el jesuíta Josó de Arce intentaba paci-
licar los ánimos con la predicación. Libráronse varios
combates en que salieron vencedores los inilígenas urugua-
yos. Por fin los gnaranís, rcforztulos continuamente, pudie-
ron presentarse con mejor fortuna en el campo, y libraron
una última acción en la cual dejaron nuestros indios 41
líombres muertos y muchos prisioneros. Hubo entonces
cabida para que la pala! ira evangólica fuese escuchada con
fruto; renació la paz entre los agitados naturales, y pudie-
ron los jesuítas librar á sus imeblos del azote que les ame-
nazaba.
Los inesperados contrastes que pusieron término á la
campaña iniciada por Cabarí, dejaron en manos de los es-
pañoles un numeroso grupo de prisioneros, entre ellos varios
caudillos y sus familias. Fueron llevados todos á las Misio-
nes jesuíticas, y afortunadamente parajos PP.,el refuerzo no
podía llegar en momento más oportuno, pues acababan de
fundar la Reducción de San Ángel, que era la séptima y
última población de indios establecida en nuestro territo-
432
LIBRO V. — LOS rORTUQUEHKS
rio. De esta niauera inezehihase la san«Te cliarríía st la de
los habitantes de nuestras tierras del Norte, inyectando en
aquellas poblaciones y extendiendo por la zona que de-
bían ocupar otras, el ardimiento varonil y la tenacidad
persistente que heredaron en el andar del tiempo.
Tocaba á su t(?rmino el gobierno de inelán. Muchas eran
las dificultades con que había luchado, venciéndolas todas.
Un suceso desagradable puso, sin embargo, en tela de juicio
los quilates de su mérito privado, y contribuyó il oscurecer
el crédito que su despotismo había comenzado á minar.
Amante de una mujer casada, persiguió al marido, colo-
cando guardias en la casa á fin de que no pudiera penetrar
en eUa.. Fué tan tenaz en el propósito de acosarle, que
aquél se vió en la necesidad de ausentarse y murió en tie-
rras extrañas, dejando para ante los tribunales una gestión
en que exin’esaba sus agravios y la imposibilidad de ven-
garlos en persona tan encumbrada como la que le perse-
guía. Tomó parte la justicia en el asunto, apresurándose
el Gobernador á contraer matrimonio con la viuda, á fin
de satisfacer de algón modo los reclamos de los tribunales,
cuya energía no quiso afrontar sin disculpa ( 1 ). Pero im
hecho tan sonado fué piedra de escándalo para todo el
país; resultando que los desafueros de Tnclán indignaran á
la generalidad. La Real Audiencia de estos pueblos le con-
minó á comparecer á sus estrados, y ya se preparaba á
obedecerla, cuando una grave enfermedad le postró en cama.
Los médicos ñieron de opinión que no escaparía á las
amenazas de la muerte, muy próxima á arrebatarle. Se
confirmó el pronóstico de la ciencia, y á pocos días falleció
(1) Lozano, Historia de la Conquista, etc; toin lii, lib ill, cap xvii.
J.limo V. - I.O.S l’OriTlJGlJKSKS
433
(*1 (j}()l)(‘i'nii<loi' prcsii (1(! ¡u-(tI)()s dolores, siendo el uño de
17()iS ii(|iiel en (jiie dio el ultimo sus|)iro. A pesnr de todos
sus defííetos, teníji linnes dotes de gol)icrno, dcniostnidas
por iiiiii eonstiineia ejemplar en la advei’sidad. Luehó eoii
gloria y éxito contra los portugueses: se previno contra los
demas enemigos exteriores (pie amenazaban su gobermi-
ci()ii; y en el interior añ-ontc) á los natiu-ales de la tierra,
concentrando rápidamente en cada caso elementos de ac-
ci(>n que le aseguraron la victoria. Su muerte dio cabida á,
que entrase al gobierno I). iMannel de Velasen, cuya con-
ducta pública y privada hizo olvidar bien pronto las faltas
de lucían.
En medio de todo esto, una larga y dispendiosa con-
tienda de armas que la historia ha llamado ¡/uerra de su-
cesión, había dividido á España en dos bandos desde los
primeros días del reinado de Felipe V, el uno formado por
los catalanes, aragoneses y valencianos que seguían las
banderas del archiduque Carlo.s, protegidos por Inglaterra,
Uolanda y Portugal; mientras que el otro se apoyaba en
el resto de las poljaciones de la Pcaiínsula, y tenía á
Francia por princiial aliada. Rompiijse inesperadamente
la armonía entre lol aliados del archiduque Carlos, repre-
sentante del partido atistriaco. Duguay-Trouin, almirante
francés, aportó ú Río Janeiro en 1711, incendió una es-
cuadra portuguesa, y se posesionó de la ciudad, exigién-
dola un rescate de nuís de ü 00,0 00 cruzados. Este hecho
consternó a los [)ortugucses, separiindoles de la guerra con-
tra Francia; con la cual íirmaron un tratado al año si-
guiente, dejando á los austríacos de España sin más apoyo
que las tropas alemanas y los insurgentes catalanes. Adhi-
rió entonces el Emperador de Alemania á un convenio
484 LIURO V. — LOS PORTUGUESES
para la evacuación de Cataluña y las Baleares, con más
una tregua general en España 6 Italia, á condición de que
Felipe V concediese cumplida amnistía á todos los parti-
darios de Austria en sus dominios. Holanda aceptó la tre-
gua, y F'elqie renunció pól)licanicnte sus derechos á la co-
rona francesa. Com’íno.se l)ajo estas cstii)ulíiciones en una
paz general, que se firmó en Utreclit de Abril á Julio de
1713, entre todas las potencias beligerantes, exceptuando el
Emperador, quien después de haber in-omovido la negocia-
ción, rehusó algunas de las cláusulas que con él rezaban.
Firmada la paz, pudo España descargarse de la hostilidad
europea que la había perseguido tau encarnizadamente,
aun cuando tuvo que afrontar nuevas exigencias de Por-
tugal respecto á sus posesiones americanas.
Merced á la intervención tic la Reina Ana de Inglaterra,
logró Portugal que le comprendieran en el tratado de
Utrecht y sus concordantes. De estas resultas obtuvo la
conservación de los ¡laíscs americanos situados entre el
Amazonas y el Oyapock, que Francia le disimtaba; consi-
guiendo á la vez que se le prometiese la devolución de la
Colonia, como efetítivamente se cumplió. Los inglese.s, á fuer
de protectores de un tercero, no olvidaron por su parte de
protegerse á sí mismos, procurando quedar favorecidos,
ya que no fuese en dominios territoriales, cuando menos
en ventajas comerciales para su país. Celebróse entre las
cortes de París y Londi-es un ajuste por el cual se conce-
día á Inglaterra el tráfico de negros esclavos, con cuyo
motivo establecieron los ingleses asiento en el puerto de
Buenos Aires ( 1 ), y comenzaron á efectuar el detestable
(1) Calvo, (Elección de Traludun, toiu n.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
435
comercio de que tan constantes enemigos debían mostrarse
más tarde. Así, la paz que permitía un respiro á España
desangrada, era perjudicial y funesta al Ilío de la Plata,
uo sólo porque desmembraba sus territorios, sinó porque
ensanchaba el vicioso y condenable comercio de carne liu-
maiia.
Coincidían estos sucesos con el nombramiento para Go-
bernador interino del Plata recaído en D. Baltasar García
Ros, quien gozaba ya de la jerarquía militar de coronel. Era
este Ros, aquel mismo que en la clase de sargento mayor
desplego dotes tan aprcciablcs en el íiltimo cerco de la Co-
lonia, y que habiendo sido promovido interinamente á la
Gobernación del Paraguay, acababa de ser trasladado de
allí en igual carácter. Algán tiempo despuós de haber asu-
mido la posesión de sn nuevo mando, y antes de que la
Corte comunicase de oficio á estas dependencias el resul-
tado de los tratos en que andaba con motivo de la paz de
Utrccht, tuvo Ros conocimiento de todo por una gaceta de
Inglaterra (pie le llegó á las manos, y lamentó en extremo
el sesgo inesperado que tomaban los negocios. Aquel tm-
tado de Utrecht que abría nuevos horizontes á las nego-
ciaciones con Portugal, adolecía de los mismos defectos de
los anteriores pactos asentidos con el lusitano : unas cuan-
tas ventajas ilusorias en Europa y el sacrificio positivo de
gran parte de las tierras del Uruguay, podía reputarse el
resumen de lo negociado en cuanto á los portugueses con-
cernía. Muy comprometida en verdad estaba la posición de
Felipe V frente á la coalición europea, pero no tanto para
que pudiera juzgarse indispensable dejar á Portugal dueño
de la Colonia otra vez, mucho más cuando óste había obte-
nido casi de favor las tierras situadas enti'e el Amazonas
436
MBRO V. — I.OS 1‘OKTUGUR.SES
y el Oyapock. Testigo había sido Ros de los sacrificios que
la reconquista de la Colonia originara en los últimos
tiempos, así es que decidió oponei’se en cuanto le fuera da-
ble á su devolución.
Mientras maduraba estas ideas, sucesos inesperados para
ól le sacaron de la esfera internacional para traerle á la
labor interna. Los indígenas uruguayos, que habían hecho
un alto á sus operaciones militares iniciadas bajo las órde-
nes de Cabarí, volvieron ahora á la lucha con grande es-
trépito. Bien que una parte de ellos permaneció neutral,
tal vez por causa de los compromisos contraídos en la úl-
tima paz con los españoles, ó quizá por algún otro motivo
que se ignora, los que se presentaron de guerra lo hicieron
con mucho ímpetu. Desparramáronse por los caminos y
las costas de los ríos, embistieron con las partidas sueltas
de soldados que cruzaban la tierra y con las embarcacio-
nes que hacían el tráfago marítimo, y alarmaron á todas
las vecindades donde llegó su irrupción. Los indios guara-
nís de las Misiones jesuíticas pagaron con creces los daños
que en la anterior campaña lea ocasionaran: sus reduccio-
nes fueron entradas y acuchillados muchos de sus indivi-
duos.
Afligidos los giuu-anís, dieron parte á Ros do sus cuitas.
En el acto publicó el Gobernador jornada contra los su-
blevados, ordenando el alistamiento de tropas. Tomadas las
demás disposiciones que el caso requería, fuá nombrado el
Maestre de Campo D. Francisco García de Piedrabuena
para el comando del ejército e.xpedicionario, y el P. Poli-
carpo Dufo para Capellán de las fuerzas. Reuniéronse éstas
en la juidsdicción de la doctrina de Nuestra Señora de los
Reyes de Yapeyú, acampando sobre las márgenes del
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
437
arroyo Giiabii’abí-yutí en níiinero de 1500 hombres, to-
dos gente escogida y bien provista de armamento y caba-
lladas (1). El 8 de Noviembre de 1715 se recibió Piedra-
buena de las fuerzas, y rompió su marcha en busca del
enemigo. El terreno era escaso de pastos y aguadas, pro-
duciendo la muerte de los caballos y el desánimo de los
guaranís, muy flojos para luchar contra la sed. Sin em-
bargo, Piedrabuena haciendo caso omiso de las penalida-
des de su tropa, apresuró las marchas, cruzando el Moco-
retá, despuós el Gualeguay, y por último el Mandiyubí
Guazú, donde halló buenos pastos y aguadas. Aquí se le
incorporó el Sargento Mayor Francisco Carballo, quien le
condujo al Palmar, en cuyo paraje encontraron una tolde-
ría de ciento y tantas chozas, que los naturales habían
abandonado desde ocho días atrás.
Hizo alto el ejército en este paraje á fin de reorganizarse
un poco. Se dejó á Carballo con algunos indios al cuidado
de las caballadas flacas, se repartieron provisiones á una
partida de 14 ó 15 guenoas que por allí discuiTÍan, pron-
tos á servir al que más diera, y al cabo de tres días vol-
vióse á empi’ender la marcha. En el camino encontraron
un vaquero español y éste les avisó que en Gena, á dos
leguas del río Gualeguaychó, y en Calá encontrarían tol-
derías de indígenas uruguayos. A efecto de hallarlas si-
guióse la huella indicada; y después de capturar dos pri-
sioneros, el uno chaná y el otro mbohán, al que dieron
muerte, llegaron á Gualeguaychú con muchos días de fa-
(1) Informe del P. Pol icarpo Diifo, sobre la entrada que se hixo el
año de 1713 al castigo de los infieles (Rev dcl Arch de Buenos Aires,
tomo II ).
438
LIBRO V. — LOS PORTUQUKSES
tiga. Allí se sujio que los indios habían levantado caiupa-
meiito, con cuyo motivo dividió Piedrabnena sn tropa en
tres cuerpos: el uno destinado á quedar en Giialegnaychíí
cuidando el bagaje; el otro al mando de sn Sargento Ma-
yor Martín Simón, con destino á la sorpresa de la toldería
que estaba en la laguna de la Centella; y el tercero á
cargo del mismo Piedrabnena, jiara opera)' en mayor es-
cala. Apoco andar ( l.° de Diciembre), tuvo ya este úl-
timo cuerpo una escaramuza sangrienta contra un gi'upo
de seis indios y un muchacho ci'istiano (pie apai'ecici'ou á
la mai'gen opuesta del i-ío Gualeguayehíi, y de los cuales
mataron cuati'o los españoles. Determinó entonces el Maes-
tre de Campo emprender ó niai'chas forzadas el camino de
Caló, llegando al día siguiente al punto (¡ue deseaba soi’-
prendei', pero lo encontró evacuado por los indios lu’ugua-
yos, (¡uienes, segíín se supo más tarde por cierto prisionero*
de ellos, habían tenido aviso de un español sobre los peli-
gros que cori-ían.
Quedó Piedrabnena desorientado con este contratiempo,
y luego tuvo que lamentarse de su mala suerte, porque los
indios que le habían hui'tado la vuelta se metieron en el
monte, y de retirada dieron sobre la caballada, matándole
ti’es hombres é hh'iéndole malamente á oti’o. Aparecieron
despuós en buen número, próximos al campamento de
los e.spañoles; mas éstos, aunque intentaron pei'scguü’les,
no pudieron logizarlo con éxito, á causa del cansancio de
sus caballos, en vista de lo cual cesó la persecución y pú-
sose á comer la ti'opa. Pei'o los guenoas, que ei'an avisa-
dos en la táctica de los oti'os naturales, comprendieron que
éstos acometían una opei'ación de gucri-a en su aparente
fuga, y dijeron á Piedrabnena que el punto objetivo de
IJOnO V. — LOS PORTUGUESES
439
nquellu 0 }>cración tlel)ía ser Gnsiltígiiaychfi, donde había
quedado el bagaje. Einprcndió.se, por lo tanto, luia con-
tramarcha hacia el sitio amenazado, y sin otro suceso de
imix)rtancia que la captura y muerte de un charríía por
varios guenoas, llegaron á Gena, donde se habían jun-
tado los otros dos cueiqjos expedicionarios. Descansado
que hubieron allí algunos día.s, convinieron los jefes en de-
jar la costa del río Uruguay, yendo al paso de Vera en busca
de buenos pastos. Ejecutóse el j)arecer, y todos jiuitos
marcharon al lugar indicado, donde permanecieron cinco
días. Moviéronse al sexto para Gualcguaychú, que avista-
ron el 18 de Diciembre.
Aquí les alcanzó D. Esteban Marcos de Mendoza, ve-
cino de Santa -Fe, cou un auto del Cabildo de aquella ciu-
dad coutra el Maestre de Campo García de Piedrabueua,
en que le mandaba, pena de GOOO pesos, no prosiguiese la
guerra. Alzóse Piedrabueua contra la pretcnsión, aduciendo
las facultades que Ros le había conferido, cou lo cual el
auto no tuvo obedecimiento y el Juez comisionado se vol-
vió lí su ciudad. Pero el Maestre de Campo (juedaba avi-
sado del obstáculo (jue se oponía á sus operaciones, así
es 'que se dió prisa en proseguirlas. Rompió nueva mar-
cha en dirección al antiguo pueblo de los chanás, mas lo
encontró abandonado ( 1 ). El día siguiente (23 de Diciem-
bre), llovió bastante y no se pudo caminar. El 24 desca-
bezó el río Aycán y durmió con sus gentes á la otra bauda.
El 25 prosiguió cauiiuando, y á poco trecho le salió al eu-
euentro el enemigo en námero de 215 individuos, según
( 1 ) Éste dehia ser el que bajo el nombre de * Concepción-», fundó el
P. líoqite Gon^dlex. en Wlf).
440
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
los que allí se mostraron en aire de guerra. Aproximóse
á ellos el ejército y se llamó á los jefes contrarios para
leerles por dos veces un requerimiento que era interpre-
tado por sus lenguaraces. Después de cambiadas algimas
explicaciones, pidieron los indios ciei*ta cantidad de yerba
y tabaco y el plazo de esa noche para resolver. Accedió
Piedi’abuena, y acogiéndose los unos y los otros á sus res-
pectivos campos, se pasó la noche con alguna alarma para
los españoles por la gritería de los indígenas.
Al día siguiente presentáronse éstos en son de combate,
y arremetieron á un grupo de indios cristianos, con el cual
se trabó lucha, saliendo heridos 3 infieles y por parte de
los españoles un indio. Retiráronse en seguida, y Piedra-
buena comenzó contra ellos la persecución. Á la tarde hi-
cieron alto: tomaron forma de combatir y echaron una
ti’opilla de toros sobre la línea española á fin de romperla;
pero ésta se sostuvo con firmeza haciendo algunos tiros
buenos. Prosiguió la marcha el día después, con la no-
vedad de que los perseguidos se dividieron en dos trozos
para desorientar á los españoles y batirles en detalle; pero
advertidos ellos del engaño, siguieron con toda la fuerza
el trozo mayor, no dejándole respiro. De este modo llegó
Piedrabueua á un río ancho y profundo, y después de va-
dearlo en balsas hechas de pelotas, prosiguió siempre ade-
lante. Al día siguiente destacó una división para atajar á los
indígenas los pasos del río Yaicán, mientras él operaba por
efectuar su pasaje tranquilamente; pero los agredidos en-
contrai’on medios de pasar á su vez el río antes que Pie-
di’abueua, y á las cuatro de la tardo ya estaban sobre los
españoles. Inmediatamente se trabó la lucha, que fué corta
y recia, perdiendo los indios 8 hombres heridos y 3 ó 4
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
441
muertos, mientras los españoles sólo tuvieron una baja en
sus filas, que fue el capitán de la gente de San Borja, he-
rido de una pecb-ada. Quiso entonces Piedrabuena que el
Sargento Mayor Martín Simón, segundo jefe del ejército,
avanzase con su división sobre la chusma y parque de loa
indígenas para concluir con ellos, pero el citado jefe negóse
á cumplir la orden, esterilizando la victoiia.
Enojado Piedrabuena por estas inobediencias, intentó
castigar á su segundo; pero sea que no se atreviera á, ha-
cerlo en definitiva ó que le aconsejasen que no lo hiciera,
se contuvo, y después de jdgunos trámites y juntas de gue-
n-a eon sus oficiales, determinó abstenerse de proseguü- la
canqiaña, ordenando la retirada. Extenuado el ejército por
la fatiga de sus rápidas marchas, escaso de elementos de
movilidad, y descontento por la desunión de sus jefes y el
exiguo provecho que sacaba de sus rudos trabajos, aceptó
con jííbilo una retirada (iiie le ofrecía cuando menos el
descanso. Negóse, sin embargo, á vadear el río Uruguay
en canoas y balsas que el P. Dufo le proporcionó del pue-
blo de Santo Domingo de Soriano, prefiriendo hacer la re-
tirada por el rumbo de Yapeyíi. Los indígenas uruguayos
aprovecharon esta ocasión para perseguir al español por
retaguardia, matándole é hiriéndole bastantes hombres.
Llegó el ejército de Piedrabuena á Yapeyú en 23 de
Enero de 171G.
Cuando la noticia de tan adversos sucesos fué trasmi-
tida íí Ros, su displicencia no tuvo límites. Se concibe sin
esfuerzo, que acostumbrado á vencer eu vasto teatro á
sus enemigos, le fuera duro contemplarse vencido en esta
ocasión. La inesperada conducta dcl Cabildo de Santa-Fe
amargó en mucho el dolor de su desastre. Una ciudad
442 LIBRO V. — LOS PORTUOUESE8
cristiana interviniendo en favoi- del enemigo coiníín, le pa-
reció síntoma de descoin|x>sieión social indudahlemente
funesto para el porvenir. Tal vez no se paraba íi conside-
rar que aquella interveiieion de los santafesinos era hija
de los celos que el predominio de Buenos Aires encendía
en los demíís centi’os poblados del Río de la Plata, y en
vez de una muestra de afecto á los chaiTÓas, la conducta
del Cabildo de Santa -Fe era una tentativa de rivalidad
enderezada á contrariar las tendencias absorbentes de la
capital. Escribió, pues, á los individuos de aquel Cabildo
reprendióndoles con agida vehemencia: les echaba en cara
las dificultades originadas por su conducta, que rompía la
unidad moral destinada hasta entonces ii presidir las de-
liberaciones de los conquistadores contra el indígena en
todas partes de Amórica; y últimamente, mezclando á las
ideas políticas el sentimiento de la religión, les hacía pre-
sente la responsabilidad en que incurrían ante el Juez de
vivos y muertos, protegiendo lí los enemigos del cristianismo
contra sus soldados (1). Pero este desahogo político y re-
ligioso del Gobernador venía en mala hora para reparar
el desastre de sus armas; así es que todo concluyó con
una suspensión de hostilidt^es.
Asuntos más importantes debían llamar la atención de
Ros hacia otras esferas. Ya se ha dicho de él, que tenía
ideas especiales sobre la situación política internacional. Si
su actividad permaneció ociosa en los primeros momentos
con respecto á aquella importante cuestión, fué por inci-
dentes ajenos á su voluntad. Noticiado de la paz de
(1) Ix)znno, Ilist de la Couq, etc; tomo ili, cnp xvii. — Funes, En-
sayo, etc; tomo ii, lib iv, cap t.
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
443
Utrecht, le trahajnba el deseo de oponerse á la sanción de
las cláusulas que rezaban con la devolución de Colonia
á los portugueses. Era opoiiimo el caso presente para en-
ti’egarse de lleno á su pensamiento, puesto que concluida
la guerra con los indígenas uruguayos, quedaba libre de
atenciones perentorias en el interior de sus dominios. Co-
lonia era para Ros como para todos los gobernadores del
Plata, el punto objetivo de sus disensiones con los por-
tugueses: eonservarla, era matar el crédito y las pretcnsio-
nes de Portugal en estas tierras; cederla, era entregai’les
el secreto del prestigio español y la base de sus operaciones
políticas, comerciales y militares en el Río de la Plata.
Llevado de estas ideas, había querido taíítear de ante-
mano el terreno para inducir á la Corte de Madrid á que
no cayera en el lazo que la tendía el lusitano, expidiendo
una comunicación á aquel destino (7 de Diciembre de
1715), en que hacía presentes los males que potlía ocasio-
nar el paso proyectado. Exponía el Gobernador al Rey con
claridad lo dañoso de la cesión, pues ella iba á priviu* de
muchos frutos necesarios á la ciudad de Buenos Aires,
cuyo abasto se resentiría inmediatamente: preveía también
la influencia política que estaba á punto de recuperar Por-
tugal con aquella ventaja y entraba en consideraciones le-
vantadas sobre todas estas cosas. Decía, además, que ha-
biéndose hecho interinamente la cesión de Colonia por el
tratado provisional de 1G81, con un territorio anexo que
comprendía el tiro de cañón de la fortaleza construida, los
portugueses usufructuaron á hui’to las campiñas, en lo cual
hubo necesidad de obligarles á contenerse, hasta que por fin
fueron desalojados en el año de 1705. Y siendo evidentes
las pretensiones de Portugal al mayor ensanche de sus do-
Dom. Esp. — I.
444
LIBRO V. — LOS POUTUaUESES
minios en el Plato, desde tiempos tan remotos, era presu-
mible pensar que reuaccrían sus antiguos deseos si se les
entregaba la ciudad, cuyas cam[)inas querrían utilizar ii pre-
texto de que ya las habían usufructuado en anteriores épo-
cas. De todo lo cual infería Ros que entrando la Corte en
tratos sobre aquel establecimiento, no sólo quedaba expuesta
á perder definitivamente la ciudad de Colonia, sino también
las islas de San Gabriel y ^Martin García y los territorios
y costas vecinas de aquéllas.
Por lo pronto no le fué dado obtener otras noticias de
la Corte, que un despacho fechado á 2G de Julio de
1715, y por consecuencia anteríor al anibo del suyo, en
el cual se le transcribía el artículo G.° del nuevo tratado
que daba á Portugal posesión de la ciudad litigada. Pero
luego que el Rey tuvo á la vista el oficio de su Goberna-
dor del Plata, cuyo resumen se ha mencionado, le escri-
bió desde Buen Retiro en 11 de Octubre de 17 IG, acusán-
dole recibo y entrando en consideraciones sobre los pun-
tos más importantes tocados por aquél. Ante todo, man-
daba el Rey que no se rehusase con ningún pretexto la
entrega de Colonia á los portugueses, añadiendo que no
había sido su ánimo, ni por el tratado de paz reciente-
mente celebrado, ni por el oficio en que ordenaba la en-
trega de ciudad, dar á aquéllos más territorio del que les
competía. Con este motivo agi’egaba: « No debéis permi-
tirles más extensión de territorio que el que comprenda
el tiro de cañón, y que si lo intentasen se lo procuraréis
embarazar, arreglándoos al expresado artículo G, cuya co-
pia he querido remitii’os con este despacho, finnada de mi
infrascrito secretario; observando para ello las órdenes que
tengo expedidas desde 1G80 á vuestros antecesores, y man-
LIBIIO V. — LOS PORTUGUESES
445
teniendo á este fin en los puestos de Santo Domingo de
Soi'iano, San Juan y los demás, las guardias que ellos han
tenido y mantenido por lo pasado, más ó menos fuertes se-
gún lo pidiere la necesidad ó precisión, respecto á las no-
ticias que adquirieseis del designio que puedan tener los
portugueses» (1). No era por cierto una contestación de
esta laya la que Ros iba buscando al dirigirse á la Corte,
puesto que, lejos de excitar el celo del monarca en mez-
quinarles á los portugueses las adyacencias de la ciudad,
él procuraba ser autorizado para no darles ni siquiera la
ciudad misma.
Como si se arrepintiera de haber cedido tanto, y qui-
siera demostrai- su celo en resarcirse de las pérdidas sufri-
das conservando lo que aun le quedaba en el Uruguay,
llevaba el Rey sus observaciones hacia otro lado. Presin-
tiendo la audacia con que los portugueses estrenarían su
reconquistada dominación en estas ticiTas, y haciendo, aun-
que sin decirlo, plena justicia á los temores patrióticos de
Ros, incitaba á éste contra lo que ellos pudieran inten-
tar sobre los puertos de Monterideo y Maldonado, que se
sabía codiciaban. «Os encargo — le decía — la mayor vigi-
lancia, sin permitirles que en las ensenadas ó puertos de
ese río, y con especialidad en los de Montevideo y Maído-
nado, puedan hacer fortificaciones ni otros actos de pose-
sión, oponiéndoos á ello como os mando lo hagáis en caso
necesario, según está ordenado y prevenido antes de ahora
á vuestros antecesores, y no concedido en este último tra-
tado; y fiualmente, he resuelto, en punto al comercio y co-
municación con esta ciudad y i)rovincia, celéis con tal ac-
( 1 ) Reftpueafa (Ir Orimaldi.
446
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
tivklacl y vigilancia, que aun ni para lo más preciso de
bastimentos se permita el comercio de unos y otros vasa-
llos; con declaiación de que no jx)r esto parece seles deba
impedir el curso de sus embarcaciones en el río, ni que,
denti'o de los límites del territorio del tii*o de cañón, pue-
dan hacer fortificaciones. » Demasiado sabía Ros lo que á
este respecto había de permitir á los portugueses, por ma-
nera que las recomendaciones del Rey estaban por demás.
Si no convenía en entregarles gustoso la Colonia, ¿cómo
dejaría de estorbarles, en cuanto le fuera posible, que se
poblasen en Montevideo y Maldonado, caso de intentarlo
ostensiblemente ?
Conviene advertir, empero, que este aparente celo en fa-
vor de Montevideo y Maldonado, era más bien un des-
cargo de conciencia de la Corte, que un pensamiento po-
lítico seriamente concebido con ánimo de llevarse á la
práctica. Cuando el Cabildo de Buenos Aires liizo mó-
rito do la intención atribuida á los portugueses de po-
blarse en estas vecindades, fuó, como se ha visto, con el
fin de ponderar la necesidad de destruir á todo trance de
ai-mas la Colonia del Sacramento, que era una rival po-
derosa; mas no con el de poblar puertos que pudieran
constituirse en nuevos rivales de un pueblo que no los to-
leraba en parte alguna. El Rey, pues, al hablar de la po-
j^lación de Monterídeo y Maldonado, para lo cual faltaban
todos los recursos y auu el deseo de allegarlos, departía
sobre im asunto que le era desconocido, y lo invocaba con
más ánimos de excusa para con Ros, que de convenci-
miento propio. El instinto de conservación inducía á la
Corte á oponerse naturalmente á todo lo que los portugue-
ses intentaran, y por lo tanto, queriendo ellos poblai* algún
LIBRO V. — LOS PORTUGUESES
447
puerto del Río de la Plata, inmediatamente se pensaba en
llevarles la delantera, aunque fuese sin otra razón que la
de hostilizarles. Fue este el móvil de las sugestiones del
Rey para la población de Montevideo y Maldonado, como
lo demostró el tiempo cuando fuerzas extranjei’as se pose-
sionaron de estos puntos, sin encontrar quien los defen-
diese; lo que demostró que ni la Corte hablaba seriamente
de su población, ni los gobernadores del Plata les atribuían
la importancia que parece deducirse de sus comiuiica